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"El señor presidente" en opinión de contemporáneos de Miguel Ángel Asturias Rosales (página 3)




Enviado por Ariel Batres V.



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a mi país, y en salvaguardia de las cordiales relaciones que felizmente existen entre Guatemala y
la república Argentina.” 71
Tiempo después, debido a que se le acusaba de haberse quedado con algunos fondos de la
APG, Lorenzo Montúfar Navas fue expulsado del seno de la misma.
Finalmente, cabe señalar que lamentablemente Montúfar Navas figura en la lista de
“Periodistas muertos y desaparecidos”. Una escueta nota indica:
“1970 Medio de comunicación: LA HORA 21
Columnista del periódico, desaparecido el 23 de noviembre, acusado de ideas
comunistas. Había recibido amenazas” 72
71
Asturias, Miguel Ángel; Perfil de la Argentina. Carta del Agregado Cultural rebatiendo conceptos.
Guatemala : El Imparcial, lunes 21 de febrero de 1949. Página 3.
El Imparcial; Cumplió su meta delegación estudiantil a Sudamérica. Enseñanzas serán benéficas a nuestra
Universidad; visita a El Imparcial. Guatemala : viernes18 de febrero de 1949. Páginas 1 y 4.
72
Unesco, Infoamérica; Periodistas muertos y desaparecidos.
http://www.infoamerica.org/libex/muertes/atentados_gt.htm

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3.
El Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias. Por: Rafael Arévalo Martínez. 6 de
marzo de 1947
“El Señor Presidente, de Miguel Ángel Asturias (México, editorial Costa Amic, 1946), es
no sólo una gran novela guatemalteca sino una gran novela americana, digna de ponerse al lado
y en pie de igualdad con La Vorágine, Don Segundo Sombra, Doña Bárbara y La Sombra del Caudillo,
es decir el magno ciclo de novelas americanas.
¡Qué pulgar creador, qué gran fuerza de proyección, existen en El Señor Presidente!
Pintoresca, graciosa, interesante siempre, la obra es un regalo para el lector. Y como
toda obra maestra, a pesar de estar compuesta conforme al principio de El arte por el arte,
perfectamente objetiva y más allá de todo designio utilitario, constituye el mejor enjuiciamiento
y la mejor expresión del régimen tiránico de Estrada Cabrera y de la figura de éste. 73 Sólo un
capítulo lleno de vida de El señor presidente, supera, como realización, libros enteros dedicados a
la obscura personalidad del mandatario guatemalteco, que tales son los milagros obrados por la
perfecta belleza literaria, como expresión del genio creador.
No con otro objeto que el de invitar a leer El señor presidente, copio, como cebo, bien
cortos fragmentos:
«… Casi arranca la puerta al día siguiente por abrir a las volandas. Corrió a esperar al
cartero, no sólo para que no la olvidara, que también para ayudar a la buena suerte. Pero éste,
que ya se pasaba como todos los días, se le fue de las preguntas vestido de verde alberja, 74 el
que dicen color de la esperanza, con sus ojos de sapo pequeñitos y sus dientes desnudos de
maniquí para estudiar anatomía.
Un mes, dos meses, tres, cuatro…
73
Al enjuiciar el régimen de Manuel Estrada Cabrera, el poeta y escritor Rafael Arévalo Martínez (1884-
1975) sí sabía de lo que hablaba, aunque Asturias no proporcione el nombre del dictador en su novela. Un año
antes que el novelista, Arévalo había publicado ¡Ecce Pericles! (concluida y presentada a concurso en Nueva
York en 1942), que es toda una crónica y relato del régimen de los 22 años. Así también, en su novela
Hondura (1959), publicada por entregas en 1946, presenta un relato vivido de un grupo de estudiantes
universitarios de la década de los años veinte, donde invariablemente se menciona al dictador de turno. Véase:
Arévalo Martínez, Rafael; ¡Ecce Pericles!. Guatemala : Tipografía Nacional, 1945.
———–; Hondura. Guatemala : Colección Contemporáneos No. 48. Editorial del Ministerio de Educación
Pública, “José de Pineda Ibarra”, 1959. NOTA: esta novela fue publicada originalmente por entregas en el
diario “La Hora”, 1946.
74
“alberja” transcribe Arévalo Martínez, y así aparece –tan solo una vez– en la novela de Asturias (Capítulo
XL, “Gallina ciega”). Sin embargo, lo correcto es “alverja o “arveja”. En el “Vocabulario” que incluyó al
final de su obra define: “Alberjas: Arvejas, guisantes”.

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Desapareció de las habitaciones que daban a la calle sumergida por el peso de la pena
que se le fue jalando hacia el fondo de la casa, y es que se sentía un poco cachivache, un poco
leña, un poco carbón, un poco tinaja, un poco basura.
No son antojos, son pruritos, explicó una vecina algo comadre a las criadas que le
consultaron el caso más por tener que contar que por pedir remedio, pues en lo de remedio,
ellas sabían lo suyo para no quedarse atrás: candelas a los santos y alivio de la necesidad por
disminución del peso de la casa que iban descargando de las cositas de valor». 75
«… La luz llegaba de veintidós en veintidós horas hasta las bóvedas colada por las
telarañas y las ramazones de mampostería y de veintidós en veintidós horas, con la luz, la lata
de gas, más orín que lata en la que bajaban de comer a los presos de los subterráneos por
medio de una cuerda podrida y llena de nudos. Al ver el bote de caldo mantecoso con
desechos de carne gorda y pedazos de tortilla, el prisionero del diez y siete volvió la cara, más
que se muriera no probaría bocado, y por días y días la lata bajó y subió intacta. Pero la
necesidad lo fue acorralando, vidriósele la pupila en el corral ralo del hambre, le crecieron los
ojos, divagó en alta voz mientras se paseaba por el calabozo que no daba para cuatro pasos, se
frotó los dientes en los dedos, se tiró de las orejas frías y un buen día al caer la lata, como si
alguien fuera a arrebatársela de las manos, corrió a meter en ella la boca, las narices, la cara, el
pelo, ahogándose por tragar y mascar al mismo tiempo. No dejó nada y cuando tiraron de la
cuerda, vio subir la lata vacía con el gusto de la bestia satisfecha, no acababa de chuparse los
dedos, de lamerse los labios…» 76
«… Un hilo de sangre de alacrán destripado le tocó la mano… de muchos alacranes
porque no dejaba de correr… de todos los alacranes destripados en el cielo para formar las
lluvias… Sació la sed a lengüetazos sin saber a quién debía aquel regalo que después fue su
mayor tormento. Horas y horas pasaba subido en la piedra que le servía de almohada para
salvar los pies de la charca que el agua del invierno formaba en el calabozo. Horas y horas,
empapado hasta la coronilla, destilando agua, húmedos los suburbios de los huesos, entre
bostezos y escalofríos, inquieto porque tenía hambre y ya tardaba la lata de caldo mantecoso.
Comía, como los flacos, para engordarse el sueño y con el último bocado se dormía en pie.
Más tarde bajaban el bote en que satisfacían sus necesidades corporales los presos
incomunicados. La primera vez que el del diez y siete lo oyó bajar, creyendo que se trataba de
una segunda comida, como en ese tiempo no probaba bocado, lo dejó subir sin imaginarse que
fueran excrementos, hedían igual que el caldo. Pasaban esta lata de calabozo en calabozo y
llegaba al diez y siete casi a la mitad. ¡Qué terrible oírla bajar y no tener ganas, cuando tal vez
75
En la novela, Capítulo XL, “Gallina ciega”.
76
En la novela, Capítulo XLI, “Parte sin novedad”.

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acababa de perder el oído en las paredes su golpetear de badajo de campana muerta! A veces,
para mayor tormento, se espantaban las ganas de sólo pensar en la lata, que venía, que no
venía, que ya tardaba, que acaso se olvidaron, lo que no era raro, o se les rompió el lazo, lo que
pasaba casi todos los días con baño para alguno de los condenados; de pensar en el vaho que
despedía, calor de huelgo humano, en los bordes filudos del cuadrado recipiente, en el pulso
necesario, y entonces, cuando las ganas se espantaban a esperar el otro turno, a esperar 22
horas entre cólicos y saliva con sabor a cobre, angurrias, llantos, retorcijones y palabras soeces,
o en caso extremo a satisfacerse en el piso, a reventar allí la tripa hedionda, como perro o
como niño, a solas con las pestañas y la muerte.
Dos horas de luz, veintidós horas de oscuridad completa, una lata de caldo y una de
excremento, sed en verano, en invierno el diluvio, esta era la vida en aquellas cárceles
subterráneas». 77
«… La luz se iba. Se iba… Aquella luz que se estaba yendo desde que venía. Las
tinieblas se tragaban los murallones como obleas y ya no tardaba el bote de los excrementos.
¡Así la rosa aquélla! El lazo con garraspera y el bote loco de contento entre las paredes
intestinales de las bóvedas. Estremecíase de pensar en la peste que acompañaba a tan noble
visita. Se llevaban el recipiente, pero no el mal olor…» 78
R. ARÉVALO MARTÍNEZ” 79
77
Idem.
78
Idem.
79
Arévalo Martínez, Rafael; El Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias. Guatemala : El Imparcial, jueves
6 de marzo de 1947. Páginas 3 y 4.

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4.
Una gran novela guatemalteca. El Señor Presidente. Por: Carlos Samayoa
Chinchilla. 25 de marzo de 1947
Carlos Samayoa Chinchilla (1898- 1973), escritor guatemalteco. Se desempeñó como secretario particular del
presidente Jorge Ubico de 1932 a 1944. Trabajó después como director del Instituto de Antropología e
Historia (IDAEH) y embajador de Guatemala en varios países. Entre sus obras figuran: Madre milpa (cuentos
y leyendas de Guatemala) -1934; Estampas de la costa grande -1954; El quetzal no es rojo -1956; Chapines
de ayer -1960; Aproximación al arte maya -1964; El dictador y yo -1967; El quetzal -1974; y, en edición
póstuma, Lo mejor de Carlos Samayoa Chinchilla: cuentos -1983.
“¿Es cierta la afirmación de que la novela como género literario está en decadencia por
agotamiento de temas verdaderamente originales?
Durante los dos últimos lustros la alta crítica así lo ha pretendido, arguyendo en favor
de su tesis, entre otras cosas, que desde las postrimerías del siglo XIX nada o casi nada de
efectivo valor se ha escrito en ese renglón, por lo menos en lo que atañe al continente europeo,
pues bien sabido es que América y sobre todo la América de habla española o portuguesa sigue
considerándose en determinados círculos literarios como una colonia espiritual de Europa o, lo
que es lo mismo, como un mero reflector de las actividades e inquietudes intelectuales del viejo
mundo.
Pero, ¿debería aceptarse esa afirmación como integralmente cierta y válida? No, de
ninguna manera, y hasta sería el caso de asegurar que es todo lo contrario, ya que en la América
Hispana es donde se observa actualmente un auténtico resurgimiento de la novela, no sólo en
su forma sino también en su fondo.
En Ideas sobre la novela, asienta de manera dogmática José Ortega y Gasset: «Es
prácticamente imposible hallar nuevos temas. He aquí el primer factor de la enorme dificultad
objetiva y no personal que supone componer una novela aceptable en la presente altitud de los
tiempos».
¿A qué se debe, entonces, el florecimiento de la novela en la América de Colón? La
humana angustia, el deseo de escape de la realidad, la sed de gloria y más allá, y las torturas que
producen las grandes pasiones, han sido, desde la Odisea hasta el Quijote de Cervantes o el Don
Juan, de Tirso de Molina y la Madame Bovary, de Flaubert, los elementos que han dado vida y
aliento a las grandes creaciones del género. A través de las edades, la reencarnación de esa
angustia, de esa ansia de escape y de esas torturas es evidente. El héroe griego, al parecer
simple y sereno, sufre, sueña, se emociona y, en una palabra, sigue su destino con la misma
intensidad con que lo hace el complicado hombre moderno. Los temas cardinales, por lo tanto,
son y serán siempre los mismos. Lo que varía esencialmente de edad en edad es la manera

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cómo el espíritu del hombre, impulsado por la divina levadura de su herencia y de su genio,
reacciona ante determinado meridiano de cultura y ambiente.
Europa, de acuerdo con las palabras de Ortega y Gasset, al desenvolver la cultura de las
razas que la pueblan, posiblemente agotó su capacidad de reaccionar ante los temas eternos,
pero en América, gracias a los escenarios y climas inéditos y, sobre todo, merced a las nuevas
combinaciones raciales de los blancos, negros, asiáticos y cobrizos que llegaron a dar vida a sus
soledades, se está produciendo ese necesario determinado meridiano de cultura y ambiente y,
por lo tanto, la posibilidad de dar nuevas variaciones a los temas que fortifican y engrandecen
la novela. Desde ese punto de vista, el nuevo mundo es como un inmenso telar donde el dolor
humano borda emoción y vida con las sedas y las sangres de un realismo auténticamente
vernáculo.
Facundo, de Sarmiento, la Amalia, de Mármol, la María, de Isaacs, Don Segundo Sombra,
La Vorágine, de Rivera, Doña Bárbara, de Gallegos, Los de Abajo, del mexicano Azuela, y otras
obras más que ya pueden considerarse como de primera categoría, anuncian con su presencia,
que la novela como género literario está bebiendo aguas nuevas en las vertientes que corren
por los valles y las altiplanicies de los Andes.
Sin hipérbole, puede afirmarse, asimismo, que el libro dado a la estampa recientemente
por Miguel Ángel Asturias con el título de El Señor Presidente, constituye, por la novedad de su
tema y estilo, un verdadero aporte a la revalidación del género a que pertenece, y que nunca
será tarde para elogiarlo como es debido.
El Señor Presidente es, además, un testimonio de gran valor. Convenía, antes de que
desaparezcan las actuales generaciones, que los rasgos principales de la época de terror en que
su trama se desenvuelve quedaran fijados de manera definitiva en nuestra literatura y ese fin u
objetivo fue logrado plenamente. Leyendo el libro de Miguel Ángel Asturias se vive la angustia
de las décadas cabreristas y se siente el peso de la desolación y el espanto sobre el alma de todo
un pueblo. Ese es, a mi juicio, el más destacado entre los muchos méritos de la obra, porque
los hombres venideros, desconfiando tal vez de los datos suministrados por la historia oficial
que, como es sabido, todo lo enturbia y desnaturaliza, se inclinarían a creer que hay
exageración o parcialidad en los relatos, cuando éstos traten más tarde de dar una idea clara y
veraz de lo que fue una dictadura que ya tiene corte clásico en los fastos de la historia
centroamericana.
El autor despliega en su libro una vivacidad mental que deslumbra y maravilla.
Dominando la forma, que es rica y variada como un cruel gobelino, domina también el fondo,
en el que vierte, sabiamente dosificadas, realidad y fantasía. Las palabras, los renglones y los
capítulos se desovillan; el drama pasa y el relato adquiere a veces expresiones alucinatorias. Con
imágenes llenas de fuerza y colorido, el novelista da al lector ensimismado la sensación de que

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asiste a un teatro donde se proyecta una película cinematográfica coloreada en la que se
prodigaron los crueles amarillos, los negros sin fondo, los rojos sangrientos y los lívidos tintes
en que suelen enmarcarse las pesadillas más horrendas.
La figura principal, la del excelentísimo señor presidente de la república, benemérito de
la patria y protector de la juventud estudiosa, aparece muy de cuando en cuando, tal como
debe ser y tal como ella pasó por los escenarios políticos y sociales de su tiempo. Por caminos
mentales y empavorecidos camina silenciosamente su fantasma. La corrupción y el odio lo
preceden como perros en trance de rabia muda; el tirano ventea la muerte. En su diestra lleva
las fasces de vara de membrillo y en su siniestra la ley adulterada por la malicia del rábula. Su
soledad está siempre erizada de obscuras intrigas y rampantes alucinaciones. Simula bondad y
sonrisa de monje trapense y, entre mascaradas políticas o manifestaciones de pagano
indigenismo, piensa en su obra que no es en realidad sino una gran fábrica de cruces que toma
a la sombra de la media noche. Con la bandera del espanto enarbolada, el señor presidente de
la república pasea de norte a sur y de oriente a poniente…
Leyendo el libro de Asturias se da uno cuenta de que Estrada Cabrera tuvo el talento, si
talento puede llamarse, de hacerse temer hasta lo anormal y que esa fue su mayor fuerza. El
miedo gobernaba por él y la trágica figura del mandatario, con sólo mover la última
articulación de su dedo meñique, hacía temblar no sólo a sus más cercanos áulicos, sino
también a las multitudes. Reinaba entre bisbiceos de terror, chismes, espionaje o delaciones, y
ese sagrado terror, fuerza es confesarlo, no era sólo emanación de su propia personalidad sino
reflejo de un estado social que el pueblo de Guatemala proyectaba sobre su enigmática
personalidad, viva encarnación del dios Tohil.
La figura de Cara de Ángel es una acertada realización en todas las páginas de la novela.
Cargado de dones, sonriente y mal intencionado, bello y luciferino, pasa lleno de sí mismo, se
enamora de una mujer inocente y termina sus días entre las cuatro paredes de una mazmorra,
loco de amor, de sed y de hambre. Fino y cruel como un príncipe del Renacimiento, es, a la
vez, un carácter muy nuestro. Por boca de él, habla todo un período de lamentable decadencia
nacional.
Los mendigos del llamado Portal del Señor, hacen pensar en una Corte de los milagros
criolla. Tienen toda la fuerza expresiva del andrajo humano que habla y se retuerce sobre el
estercolero social. Los agentes de la policía secreta, «orejas», esbirros y soplones, están
esculpidos con singular maestría. Sin su presencia, quedaría trunca o sin pedestal digno de su
nombre y de su fama la figura del gobernante y descolorido el ambiente. Ellos son, a su lado, a
manera de infame coro griego. A bordo de la trama, el lector los ve actuar, padecer, hacer,
sufrir y cubrirse de miseria, cual galeotes de un barco maldito en el que todos fueran leprosos y
ya llevaran en los labios el sabor de la desesperación, como un anticipo de la muerte.

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La atmósfera total del libro, a pesar de sus luces violentas, 80 está sostenida bella y
poéticamente, sin dejar por eso de prestarle carácter de gran novela. Con los aportes que le dan
la realidad, el sabor local y el espanto, se estructura en líneas de elegancia y solidez; hay en sus
páginas dominio íntegro de la expresión y aguda penetración psicológica. Miguel Ángel se
revela, además, en su obra, como un consumado artífice en la difícil técnica de hacer hablar
con naturalidad a nuestro bajo pueblo. Tinosamente escoge el momento, el vocablo o la feliz
expresión, 81 y con ellos alhaja la veste de la anécdota, presta vida a sus personajes o deja en
escorzo un ademán, una sonrisa o el vuelo de un pensamiento. El pueblo de Guatemala tiene,
cuando quiere, una manera de hablar llena de gracia y sutileza: es irónico, pintoresco, conciso,
maligno, y la fiel imitación de su estilo es delicada, ya que el menor exceso o falta de equilibrio
en la balanza hace caer al que debió ser donairoso decir y exponente de su natural ingenio en el
platillo de la falsedad o la chocarrería.
El Señor Presidente es un libro llamado a perdurar y a enorgullecernos. De fuera vendrán
muchas y sinceras voces que así lo proclaman, porque él representa el aporte de nuestra
literatura al resurgimiento de la novela. Ejemplar es el caso de Miguel Ángel Asturias que,
teniendo obra poética digna de admiración, se supera y engrandece con una novela escrita con
nuestra carne y con nuestra sangre y que, además, por su fina calidad y original aliento, está
indicada para figurar honrosamente al lado de las grandes producciones de su índole en suelo
americano.” 82
80
“a pesar de sus luces violentas” dice el autor de este artículo, pero: ¡cómo quería que retratara la imagen de
un país secuestrado por el gobernante, en medio del terror, el servilismo y la corrupción! La violencia tenía
que ser no solo imaginada por el lector, sino descrita por el novelista, porque formaba parte del ambiente
sociopolítico de la época a que se refiere.
81
“Tinosamente” no aparece en el diccionario de la RAE. Sin embargo, podría tratarse de una adaptación
localista de “tino”, para dar a entender que Asturias escribió con tino su novela al saber escoger “el momento,
el vocablo o la feliz expresión”.
82
Samayoa Chinchilla, Carlos; Una gran novela guatemalteca. El Señor Presidente. Guatemala : El
Imparcial, martes 25 de marzo de 1947. Página 3.

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5.
Alto juicio sobre El Señor Presidente. Por: José Vasconcelos. 3 de mayo de 1947
El comentario fue publicado originalmente en: Vasconcelos, José; “Novela guatemalteca”. México : Revista
Todo. 1 de mayo de 1947. Página 11.
Al político, escritor y educador mexicano José Vasconcelos (1882-1959), Asturias lo conoció personalmente
en México, cuando asistió al Congreso Estudiantil Universitario realizado en 1921, en representación de los
estudiantes de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Vasconcelos era el ministro de Educación,
organizador del Congreso.
“Miguel Ángel Asturias y Carlos Samayoa Aguilar, estuvieron presentes en el escenario mexicano justo en la
emergencia del proyecto del nacionalismo cultural vasconcelista. […] Asturias y Samayoa forman parte del
comité comisionado para construir las bases y las normas que regirían a la Federación de Intelectuales
Latinoamericanos, en 1921. Dicho comité estaba encabezado por José Vasconcelos como presidente; Ramón
del Valle-Inclán, como presidente honorario; Isidro Fabela y Rafael Heliodoro Valle como secretarios; y
Horacio Blanco Fombona, como prosecretario.” 83 “Asturias viaja a México siendo todavía estudiante, en
agosto de 1921, con el fin de participar en el Congreso Internacional de Estudiantes, promovido por José
Vasconcelos. Encontró a la capital mexicana en efervescencia cultural, en un momento central del desarrollo
de los jóvenes intelectuales de la clase media como él. Desde la recién creada Secretaría de Educación Pública
(SEP), Vasconcelos —quien había combatido la dictadura porfirista— emprendió una contundente batalla
contra el analfabetismo, creando para ello escuelas rurales, misiones culturales y centros culturales. A través
del Departamento de Bellas Artes imprime un impulso sin precedente a la pintura, la escultura, la música, la
84
“El alma americana empieza por fin a revelarse al mundo a través de grandes novelas.
Un novelista guatemalteco que es más bien un esquisito ensayista, Arévalo Martínez, el del
Hombre que parecía un Caballo, nos había dado la silueta de un poeta continental, el retrato de un
alma. 85 Pero hacía falta la novela del dolor y la agonía de Guatemala bajo sus déspotas. Esto es
83
de la Mora Valencia, Rogelio; “Intelectuales guatemaltecos en México: del movimiento Claridad al
antifascismo, 1921-1939”.Op. Cit., página 110.
84
Idem., página 111.
85
La silueta es del poeta peruano José Santos Chocano (1875-1934), quien vivió en Guatemala durante varios
años apoyando al dictador Manuel Estrada Cabrera; a la caída de este le fue decretada pena de muerte,
conmutada gracias a las gestiones que hicieron varios escritores y personajes de la época. Siendo un
iluminado e iniciado en “ciencias” esotéricas, Arévalo se inspiró en él para retratarlo cual un caballo. Véase:
Arévalo Martínez, Rafael; El hombre que parecía un caballo (1914) y, El trovador colombiano (1915).
Incluidos en: Guatemala: El hombre que parecía un caballo y otros cuentos. Editorial Universitaria, Volumen
número 10; Sección VII. Universidad de San Carlos de Guatemala, 1951.
Nota: la edición patrocinada por la USAC corresponde a la primera de esta y a la séptima con respecto a la
original publicada en 1915 por la Tipografía Arte Nuevo, Quetzaltenango (Guatemala), la que también
contenía ambos cuentos.

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lo que ahora nos presenta Miguel Ángel Asturias en su obra recién publicada en México: El
Señor Presidente. Los literatos de Venezuela, Blanco Fombona por ejemplo, nos habían dado el
retrato de la situación terrible que creara Juan Vicente y que todavía no se despeja del todo en
la militarizada patria del Libertador. Pero de Estrada Cabrera no se conocía todo el horror.
Miguel Ángel Asturias, educado en París, guatemalteco auténtico, ha extraído la esencia de
aquel período de agonía de su pueblo, período hoy por fortuna totalmente liquidado pero que
es conveniente, es moral exhibir como una advertencia para que no se permita el retorno de los
Porfirio Díaz y los Plutarco Elías Calles, los Estrada Cabrera, en ningún rincón americano.
Los hipócritas, los complacientes, los que no osan enfrentarse al horror de la verdad,
quizás encuentren exagerados los hechos que integran el relato de Miguel Ángel Asturias. A mí
me da la impresión de historia, más bien que de novela. Historia de perfiles brutales muy
sabiamente contada desde el punto de vista literario. Pues produce una sensación de
aplanamiento, un dolor sin consuelo ante la maldad infinita del hombre. El refinamiento del
tirano en la crueldad, según se mira en ese final: «el prisionero, ayer el favorito, en un pozo de
cárcel padece sed, hambre y delira, grita, enfermo físicamente, deshecho, humillado, en tanto
que un compañero de prisión celda de por medio, espía que se finge víctima del presidente le
cuenta una historia: está allí porque quiso enamorarse a una de las preferidas del presidente;
¿cómo era ella?, y le da los pormenores que identifican a la joven esposa que es la pasión
amorosa y pura del preso verdadero». Termina éste la vida entre maldiciones y toda esta escena
es presentada en el texto del parte oficial que rinde al presidente, la policía. 86 Pocas páginas hay
en cualquier literatura, más crueles, más tremendas y más justas, justas por lo que tiene de
protesta muda contra la naturaleza humana que es capaz de tan consumada, tan increíble
maldad diabólica.
Y que no se diga que eso sólo pasó en Guatemala, porque los sufrimientos de los
presos de la Rotonda venezolana o del Ulúa del porfirismo son idénticos a los que
acostumbraba imponer Estrada Cabrera.
Y hay páginas de Asturias que parecen tomadas de la historia policíaca de nuestro país,
como cuando el bribón aquél que fue jefe de la Reservada y nunca recibió castigo, hizo
86
Lo que Vasconcelos anota entre comillas tipográficas no es que figure así en la novela. Es una paráfrasis, a
manera de resaltar que se basó en la misma para efectuar su descripción de lo que el espía –un italiano de
nombre “Vich”– le cuenta a “Cara de Ángel”: que sus amoríos no pudo lograrlos porque “Camila” era la
preferida o amante de “El Señor Presidente”. Al final del Capítulo XLI, “Parte sin novedad”, Asturias anotó el
relato de “Vich” en cursivas, porque supuestamente lo transcribe del parte oficial a través del cual el director
de la Policía Secreta informó: “«había querido enamorar a la prefe… del Señor Presidente, una señora que,
según supo, antes que lo metieran en la cárcel por anarquista, era hija de un general y hacía aquello por
vengarse de su marido que la abandonó…»”.

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confesar a León Toral verdades y mentiras, cuando después de soportar todos los tormentos
físicos imaginables, oyó el llanto de sus pequeños hijos a quienes golpeaban en la cámara
próxima. 87
La novela de Asturias bien podía ser mexicana de nuestras épocas de terror, pero
Asturias ha escrito con una virilidad, una grandiosa pasión fría que no ha sido igualada en la
literatura nuestra. Para buscarle un parangón en lo nuestro, habría que recordar La Sombra del
Caudillo de Martín Luis Guzmán, la más fuerte, la mejor novela mexicana.
En estos pueblos trágicos que somos los de Hispanoamérica, no había aparecido una
literatura digna de los asuntos tremendos que da el medio. Parecía como que todo lo
soportaban nuestras gentes, sin dar siquiera ocasión a un dolor que se hace protesta, porque
alcanza las alturas de la conciencia del civilizado. Ver nuestro horror con ojos de civilizado y
cristiano, y ya no con la indiferencia azteca, delante de los despellejaderos, esa es la ventaja que
hoy conquista nuestra literatura a través de escritores como Asturias. Mucho nos complace ver
a este artista de la prosa, todavía joven, que se ha sacudido las tonterías huecas del París de la
preguerra, la influencia de Paul Valéry que se pasó la vida creyéndose inteligente y expresando
lugares comunes en estilo difícil.
Asturias en este libro —otros de él no conozco—, se echa a las calles del continente a
pasear una gloria de escritor americano, gran escritor, que hace del estilo instrumento de
expresión de los más recónditos y fuertes sentimientos de una raza sufrida y valerosa. Raza que
ya no se conforma con la mentira, porque tiene fuerzas para captar y vencer la realidad terrible.
Generación revolucionaria en el sentido maderista, en el sentido libertario, en el sentido del
bien y la justicia. No revolucionario porque quiera sustituir a Estrada Cabrera y a Plutarco Elías
Calles con la Cheka rusa, sino porque exige el triunfo del bien sobre el mal atávico.
La divulgación de los pormenores del crimen, sirve, por lo menos, para desprestigiar
ante el futuro a sujetos que de otra manera pueden llegar a merecer la consideración de los
pósteros, sólo porque ocuparon un alto cargo público. 88 No basta ser presidente de un país,
87
Posiblemente Vasconcelos estaba pensando, por comparación, en los desgarradores capítulos de El Señor
Presidente, donde “Fedina” es torturada para que confiese hacia dónde huyó el general Canales, y para
lograrlo el “Auditor de Guerra” tiene a su bebé de menos de un año de nacido, tras la puerta del cuarto de
interrogatorios, llorando de hambre. “Fedina” no delata porque no sabe nada, y el suplicio consiste en moler
cal cuyo fino polvo vuela hacia sus pechos; cuando por fin le entregan al bebé, este no quiere mamar porque
el sabor a mineral que emana de los pezones de la madre se lo impide, muriendo en la celda.
88
Ese “olvido”, casi que a propósito, fue lo que ocurrió en 2010 cuando la Municipalidad de Guatemala dio el
oprobioso nombre de “Jorge Ubico” al paso a desnivel que inaugurara, como si el dictador de los casi catorce
años, 1931-1944, fuera ejemplo para las nuevas generaciones. Véase: Batres Villagrán, Ariel; Jorge Ubico

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para hacerse acreedor al respeto de las generaciones. Al contrario, el haber ocupado sin honra
el más alto puesto de una república, hace más despreciable al dictador que, aparte de sus
crímenes, deshonra su magistratura. Razón de más entonces existe para ser exigente con los
que han desempeñado altos puestos. Así como resulta una exigencia elemental de ética, marcar
como se merece a todos estos tipos, a fin de que no se dé el caso doloroso de que en los textos
de las escuelas primarias, la inocencia infantil aprenda ciertos nombres, sin saber que son
execrables.
La educación en la mentira es la más peligrosa de todas las educaciones. La
jurisprudencia perversa creada por un mal gobernante, influye en la conducta de los que le
siguen si no se ha hecho siquiera la justicia histórica, ya que no se pudo castigar en vida al
déspota. Una historia cobarde que ensalza al rufián sólo porque fue presidente, o magistrado, o
general, hace pensar al que tiene el poder, que bien puede cometer todos los abusos, con tal de
no soltar el mando. Ya que la historia se le convertirá en cómplice siempre que conserve el
poder o lo herede a sus colaboradores, también manchados. Entre todos, de esta suerte, se
consolida la mentira y se crean los mitos patrióticos que después, hacen tanto daño y
deshonran a los pueblos.” 89
redivivo. Publicado el 21 de septiembre de 2010 en http://ca-bi.com/blackbox/?p=4221; y el 26 de septiembre
de 2010 en http://diariodelgallo.wordpress.com/2010/09/26/jorge-ubico-redivivo-por-ariel-batres-villagran/
89
Vasconcelos, José; Alto juicio sobre El Señor Presidente. Guatemala : El Imparcial, sábado 3 de mayo de
1947. Página 3.

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6.
Al rededor de El Señor Presidente. Trazo de una época de Guatemala en la novela
de M. A. Asturias. Por: Juan Felipe Toruño. 28 de mayo de 1947
Juan Felipe Toruño (León, Nicaragua 1898–San Salvador, El Salvador, 1980) fue un poeta, novelista, crítico
literario, catedrático, e historiógrafo de literatura de origen nicaragüense, que radicó la mayor parte de su vida
en El Salvador. En 1932 creó la sección Sábados de Diario Latino que mantuvo por cincuenta años. Para
1940 fue elegido como presidente del Ateneo de El Salvador, cargo en el que se mantuvo por diez años. 90
“He aquí un libro de guerra y mordisco, espejo y recuerdo. En este libro admirable,
Miguel Ángel Asturias desuella, escuece, expone. Eso es: expone.
El Señor Presidente es un libro que dio otro libro, porque de este libro escrito en 1922
salieron Leyendas de Guatemala, cuando en 1925 púsose el autor guatemalteco a revisar originales
en Francia: leyendas a las que Francis de Miomandre, si mal no recordamos, colocó en el
marco de preponderancia como producto de vida que se da en eso que va de boca en boca, de
generación en generación y en lo que muchas veces se asienta la historia y que denominamos
leyenda, por no decir conseja que ya es otro tamiz y materia.
El caso que presenta Miguel Ángel Asturias, en El Señor Presidente, lo arranca de una
época de Guatemala, época oscura y de azote para pensamiento, voluntad y cuerpo, vivida al
amparo de una de esas tiranías que se enseñoreaban en varios países de América, como rezago
de la colonia. Al leer esta obra se siente la desgarradura. Se ve la entraña y la encrucijada, el
dolo, el rastrerismo, la inseguridad de los hombres que estaban al servicio del tirano que era el
«amo providencial».
Este relato, porque es relato de hazañas que ocurrieron en un lapso quizás de veinte
años, indica cómo es la condición humana cuando no tiene su posición vertical. Este relato de
Asturias (¿qué novela no es relato?), llegará a los ojos de la conciencia de América para que se
vea, en espejos vivos, el pingajo, el asalto y la vesania; para qué se separa, cómo es que en
muchas partes del continente, un hombre pudo en la obscuridad desdoblarse en varios
hombres y para que se conozca el calabozo en que moraban las sombras al servicio de una
sombra.
El libro está hecho a desgarraduras desollando y enseñando las vísceras de una época,
la vestimenta de una sociedad y la tragedia de un pueblo.
Miguel Ángel Asturias, gran poeta, prosista que aquí en El Señor Presidente no deja de ser
un poeta, realista en el fondo con forma que impresiona y que ladea a surrealismos, cuando
90
Datos tomados de Wikipedia, la enciclopedia
libre;
Juan
Felipe
Toruño.
https://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Felipe_Toru%C3%B1o

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tiene él que expresar ciertas condiciones, en las que el lenguaje toma funciones anímicas y
revierte fondos, extrayendo de lo orgánico la médula para colocarla en condición morfológica.
Los que hemos leído a Proust, los que alcanzamos a ver los subfondos de Ulises y que
quisiéramos no creer en lo que afirma un polígloto amigo, que James Joyce quiso tomarle el
pelo a la vida y a los hombres con el Velorio de Finegans, encontramos en esa obra de Asturias,
aquella manifestación en que no hallando cómo representar una situación, ni cómo reproducir
un hecho, se ocurre al lenguaje mental, a los que puede acercarse a ser lo que se quiere
representar o reproducir. Varios pasajes discurren así en este libro hecho como para
desenterrar viscosidades, para exhumar sub-hombres, para que se sienta la fetidez de un lapso
en que ser amigo del patrón era peor que ser enemigo, pues aquellos vivían temerosos y lista la
cerviz, ya que a la hora menos pensada sería preferible meterse un tiro en las sienes y no estar a
expensas de un naufragio en porquería, en dolor y en sangre. Tal lo ocurrido con el personaje
que en la novela de Asturias llámase Cara de Ángel. Porque en estas condiciones de favoritos
unas veces habrá que adivinar pensamientos y otras intenciones que estén por debajo de lo que
se piensa o diga, como le ocurrió al mismo personaje ya citado.
Miguel Ángel Asturias da al público de habla castellana, al público que ve ambiente,
entraña y contenidos y que va más al fondo que a la forma, una obra que representa parte de lo
hecho por una tiranía enfundada en un país que la soportó amargamente, hasta que, cansado, la
enterró en un hecho, en 1920, si es que la deducción que hacemos de los sucesos y de lo
narrado no nos equivoca.
Más que novela, como dejamos entrever en apreciación anterior, el libro a que nos
referimos es copia, es narración, es exposición, es… —¿cómo dijéramos?— un pedazo de
sanguinolenta y sombría existencia guatemalteca desenterrada con sus componentes, sus
sanguazas sociales, sus curvaturas tremendas como que estar en pie en aquellos años y en
Guatemala era un pecado y hasta parecía un martirio, por no decir una actitud de pasaporte a la
muerte en una pocilga o en una encrucijada.
El amor, en esta obra, linda con la piedad. Hasta los idilios están adentro de un
cuchitril, en una taberna, impregnados de agonia y desolación.
El paisaje aquí suena estridente y morboso. A trechos toma forma y movimientos.
Taracea en complemento de cuadros en que los tomos tienen que ser opacos, lechosos y
sucios.
El Señor Presidente, es una obra que clava sensaciones dantescas. A veces se piensa en un
trozo de inquisición ¿y qué inquisición? Otras parece que se va de arrastrada, sonámbulo pero
con pesadillas, vitandas pesadillas, en las que no hay más que dolor y muerte.
Nos hemos circunscrito a considerar a groso modo, El Señor Presidente de Miguel Ángel
Asturias, en el que también la sátira tiene ingerencia y en que lo crudo es fundamental. En

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cuanto al autor, demasiado conocido por nosotros, nos merece el crédito que tiene quien en su
solvencia intelectual fija posiciones y extrae de las variadas formas de la existencia lo que más
pueda utilizar en su tránsito a través de la cordillera mental y lírica del Continente, como
prosista y como poeta.
JUAN FELIPE TORUÑO
—Diario Latino, San Salvador, 26 de abril de 1947.” 91
91
Toruño, Juan Felipe; Alrededor de El Señor Presidente. Trazo de una época de Guatemala en la novela de
M. A. Asturias. Guatemala : El Imparcial, miércoles 28 de mayo de 1947. Página 3.

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7.
Una novela guatemalteca. El Señor Presidente. Por: el general Jaime Quiroga. 27
de junio de 1947
Quien escribe no es un general de la milicia sino el poeta, ensayista, dibujante y diplomático guatemalteco
José Manuel Arce y Valladares (1907-1970), utilizando el seudónimo Jaime Quiroga. Cuando residió en El
Salvador se desempeñó como maestro en la Normal Alberto Masferrer, en el Colegio de Señoritas España y
en la Escuela Militar de San Salvador (1953); sus actividades docentes las combinaba con las de periodista en
Diario de Hoy, La Tribuna y La Nación. Su producción literaria incluye, entre otras, las siguientes obras:
Romances de la barriada –1938– (poesía), Canto a la Antigua Ciudad de Santiago de Caballeros de
Guatemala –1943– (poesía), Panorama de las letras en El Salvador –1956– (ensayos), Los argonautas que
vuelven –Cantos a España, 1957– (poesía), Evocación de José Batres Montufar (1959), El arte de la
caricatura (1963), Sonata entre hielo y fuego (1964), Síntesis de Guatemala (1966), Guate Maya (1968), y
Clave de luna –obra póstuma (1970) –.
92
También publicó en vida: Motivos colombianos (1960); Dendo
fondo canta o río (1966). En forma póstuma quienes le apreciaban se encargaron de editar Mujer y soledades,
Co-autor (1982); y, Piedras amargas (2002).
“Usted que es un eterno amador de Guatemala, va a interesarse en la lectura de esta
obra de Miguel Ángel Asturias. Es una novela cuya acción se desarrolla en la época de Estrada
Cabrera…
Estas palabras de Arce y Valladares 93 al poner en nuestras manos el libro intitulado El
Señor Presidente, removieron los recuerdos y surgió ante nuestros ojos, en toda su crudeza, un
mundo que poco a poco habíase ido difuminando a través de la calina del tiempo.
En la sobrecubierta aparece la sumisa y misérrima estampa de un hombre de pueblo,
con el imprescindible sombrero de petate entre las manos callosas, en actitud de reverencia con
que desde el más humilde campesino hasta el empingorotado señor de campanillas, oían la
anunciación de esas palabras mágicas: El Señor Presidente… Actitud de supersticiosa
reverencia al sólo oír mentar al Señor todopoderoso. En esa figura cargada de greñas, surcada
de arrugas profundas como infamantes latigazos, ojos que revelan la endemoniada fórmula del
dolor, el miedo y el hambre en partes proporcionales, para apagar los restos de ímpetus
bravíos, está sintetizada toda una época; todo un estado de alma en el alma de un pueblo
irredento. El ambiente que nos rodea con sólo haber visto la sobrecubierta se nos va haciendo
92
Véase referencias en: Fundación para la Cultura y el Desarrollo. Asociación de Amigos del País; “Arce y
Valladares, José Manuel”. Diccionario Histórico Biográfico de Guatemala. Guatemala : Primera edición.
Editorial Amigos del País, 2004.
Méndez Castañeda,
Francisco Alejandro;
Diccionario de autores y críticos literarios de
Guatemala : DACLiG. Guatemala : La Tatuana, 2009. Página 33.
93
Ergo: es una dedicatoria a sí propio, pues las palabras se las dijo su verdadero alter ego a Jaime Quiroga.

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espeso y pesado; trasciende a humedad de mazmorra, a sangre coagulada que se pudre sobre
las desgarraduras de la espalda durante días y días, meses y años. Nos parece oír ahogadas
lamentaciones: que hasta los rincones nos vuelven las espaldas; sentimos en todos nuestros
poros la acechanza y millares de ojos que nos espían; y en torno la atracción de abismos que
todas las orejas que captan hasta el más leve alentar y que no pierden ni el soliloquio de
nuestros pensamientos.
Sin quererlo hemos vuelto la mirada hacia atrás, sacudidos por un cortocircuito
medular. Como si los tiempos pasados hace ya veintisiete años desanduvieran el camino y
vinieran a nuestro alcance… 94
Y es porque vivimos aquella época en Guatemala. Nuestra juventud sentía el
ahogamiento más espantoso en aquel ambiente y fue menester sacudir fuertemente las alas y
volar, para volver de nuevo a la vida. 95
El libro nos ha envuelto el espíritu con sus primeras páginas. Vamos a penetrar en la
gran llaga. Lo primero es hervidero de gusanos. Los gusanos misérrimos que desecha una
sociedad de gusanera. Gusanos que todavía conservan algo de sanos en la pura simplicidad de
sus espíritus, porque son los pobres de espíritu, los mansos y limpios de corazón. Mendigos de
la ciudad que desterrados de toda fortuna, duermen al amparo de sus miserias desamparadas en
el Portal del Señor.
Los reconocemos. Ahí está el aguadentoso 96 Pata-hueca con su cara de Baco venido a
menos auscultando bóvedas al caminar y soltando tacos redondos al grito de ¡Viva México! —
que a través de la permanencia parisina de Asturias se convierten ¡Viva Francia! 97 «Lulo» que al
hablar nadaba contra la corriente, aliento arriba; 98 y todos los demás del abigarrado conjunto,
llenos de colorido, como a través de los pinceles brujos de Velásquez. Seguimos, intrigados por
el desarrollo de la trama, a través de aquel mundo de sorpresas y absurdos, de hombres
desteñidos de personalidad, juguetes de la implacable vesania de un gobernante bárbaro,
94
Si los recuerdos son de “hace ya veintisiete años”, quiere decir que con la lectura de El Señor Presidente
rememora lo ocurrido en 1920 cuando por fin cayó el dictador Estrada Cabrera, después de veinte años de
gobernar dictatorialmente.
95
A partir de 1939 se estableció en El Salvador; ya gobernaba en Guatemala el siguiente dictador: Jorge
Ubico y Asturias había fundado e iniciado las transmisiones radiales de su Diario del Aire.
96
Así en el original. Debiera decir “aguardentoso”, porque se refiere a alguien con olor a aguardiente.
97
En Capítulo II, “La muerte del Mosco” el mendigo “Patahueca” (sin guion intercalado) es llevado a la
prisión y: “—¡Viva Francia! —gritó Patahueca al entrar”.
98
Asturias describe así a este pordiosero: “Lulo, rollizo, arrugado, enano, con repentes de risa y de ira, de
afecto y de odio, cerraba los ojos y se cubría las orejas para que supieran que no quería ver ni oír nada de lo
que pasaba allí.” Capítulo XXIX, “Consejo de Guerra”.

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enredador y como rábula pueblerino; teatral como cómico de la legua y espeso como la
grosería de su visión a través de aquellos párpados y aquellos bigotes lacios, que caían con la
pesadez de los cortinajes pasados de moda de los salones del palacio.
La novela se desenvuelve en torno a un crimen absurdo, idiota, tan idiota como la vida
misma en aquel tiempo y bajo aquellos cielos. Como perpetrados por un idiota. Pero a la vez
tan verosimil dentro de la inverosimilitud del caso.
Muchos de los personajes se desprenden del cuadro y caminan y hablan. Conviene
ponerse en guardia para no caer entre sus garras. Un auditor de guerra cortado conforme al
patrón de El Patrón. Es él en persona, pequeño de cuerpo y regordete, cara de costal de brin,
chato, inescrupuloso, malvado como el que más y todavía más. El mismo vejete iglesiero y
comulgador, que para no perder su boleto de entrada al cielo, después de torturar y condenar
inocentes, pagaba el escote con un palio para las más suntuosas procesiones. Muchas veces le
vimos por aquellos días y sentimos asco y temor ante su mirada hipócrita como zorro;
dulzarrona y ligosa, como una mermelada en descomposición. 99 Ese retrato del auditor de
guerra es magistralmente logrado. Es toda una autopsia de alma y cuerpo.
Luego desfila toda la jauría de sabuesos hambrientos en perenne olisqueo, porque el
hambre agudiza el olfato. Los personajes son demasiado humanos, crudos hasta la crueldad de
la caricatura. Y en el mundo interior, donde se aprecian los «groseros hilos, visibles a poca luz y
al más corto de vista», la felicidad en la reproducción de las intrigas, los chismes y las trampas y
las crueldades del Maese Pedro Presidente, está muy bien lograda. Miguel Cara de Ángel, el
protagonista que se mueve sobre el telón de fondo de El Señor Presidente, es el prototipo de los
servidores incondiciones, 100 seguramente creación imaginativa formada con retazos de
muchos.101 Y su caso, uno de tantos entre los tantos casos de esa especie.
Cara de Ángel es una modalidad donjuanesca. Como el burlador se ve atrapado en
amor por lo que él creyó una aventura pasajera. Cara de Ángel, bello y malvado como Satán,
99
Imposible dudar de que Arce y Valladares lo haya conocido en vida.
Según Ricardo Navas Ruiz, citando como fuente a Jack Himelblau (“El Señor Presidente: Antecedents,
Sources And Reality”, Hispanic Review, 41, 1972. Páginas 75-78), en la vida real “[…] El temido Auditor de
Guerra del dictador era el licenciado Fernando Aragón Dardón, que vivía en la tercera calle y callejón del
Cerro, a cinco minutos de la iglesia Ermita de Nuestra Señora del Carmen, donde gratuita y solemnemente
tocaba el órgano durante las fiestas religiosas.” Navas Ruiz, Ricardo; “El Señor Presidente: de su génesis a la
primera edición crítica”. En: Asturias, Miguel Ángel; El Señor Presidente. Miguel Ángel Asturias, edición
crítica. Op. Cit., página 752.
100
Debiera decir “incondicionales”.
101
Entre los cuales “[…] un tal Alfonso Gálvez Portocarrero que sería el modelo de Cara de Ángel”. Idem.,
páginas 752 a 753.

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por el amor se depura y deja de lado a Satán. Cuando era malo, esbirro y menguado, disfrutaba
de las más altas preeminencias en aquella corte de horrores; cuando se ennoblece y dignifica
por el amor, cae en la más negra sima de la desgracia, hasta morir oscura y miserablemente.
Pero en ello está la más bella culminación de su vida. Porque su martirio es el martirio sin
esperanza. Camila 102 concentra el más cruel dramatismo. Es el caso típico del destino
reservado a las indefensas mujeres cuyos familiares caían en el disfavor del mandatario.
Abandonadas de todas, cercadas por el hambre, la miseria y la muerte, quedaban a merced de
los victimarios, hasta el más despiadado y degradante de los extremos. La figura de Camila está
tratada con admirable precisión de dibujo y con suma delicadeza de matices. Tratada con
ternura creadora.
Farfán es el tipo clásico de los militronches de entonces. Atento a todo provecho;
ligado al amo por lazos de crímenes está en sus manos y no vacila en cebarse, para acallar su
propia conciencia, en el que otrora le salvara la vida. 103
Hay pinturas que sobrecogen por la crudeza de su realidad. Así los colgamientos, el
saqueo de la casa del general Canales, el asesinato de El Pelele, la Casa Nueva, el burdel, las
flagelaciones, la cárcel en que sumen a Cara de Ángel —seguramente el viejo cuartel de San
Francisco—. En fin, todo el libro reproduce al vivo toda aquella vida que se recuerda como la
más horrorizante visión de pesadilla.
El escritor tiene recursos felices y se expresa con un desenfado simpatiquísimo. Su
imaginación es demasiado viva y con harta frecuencia resbala por la calle del jabonero de la
jitanjáfora, hasta caer en el abuso lo que quita fuerza e interés a su aliento poético. Es
demasiado juego de palabras por el prurito de hacer equilibrios y derrochar ingenio. Sin
embargo, las hay muy oportunas, como aquella del tijereteo del reloj: «tijeretictac, tijeretic,
tijeretictac»… para solo citar un ejemplo. 104
Para el que conozca la manera de ser y de expresarse de los chapines parecerá
exagerado el empleo de tantos dicharachos, refranes y modismos, salpimentados de palabrotas
102
Corregido como aparece. En el original dice “Camina”, evidentemente un lapsus del jefe de redacción de
“El Imparcial”.
103
Quien otrora lo hizo fue “Cara de Ángel”, al advertirle que dejara de beber porque al hacerlo hablaba de
más y casi en contra del mandatario.
104
El ejemplo lo extrae del Capítulo XXXVIII, “El viaje”. Con destino supuestamente a Washington, ciudad a
la que es enviado por el dictador: “Cara de Ángel cerró los baúles sin apartar los ojos de los de su esposa
cariñosos y zonzos. Llovía a cántaros. El agua se escurría por las canales con peso de cadena. Los ahogaba la
aflictiva noción del día próximo, ya tan próximo, y sin decir palabra —todo estaba listo— se fueron quitando
los trapos para meterse en la cama, entre el tijereteo del reloj que les hacía pedacitos las últimas horas —
¡tijeretictac!, ¡tijeretictac!, ¡tijeretictac!…— y el zumbido de los zancudos que no dejaban dormir.”

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gruesas. Por eso, era de desearse menos dosis jitanjafórica. Pero también esto debemos frenar
nuestra severidad y nuestras exigencias, porque así es Miguel Ángel Asturias en su prosa y en
su verso. Sus personajes son siempre así. Personajes de Pantomima absurda y llena de colorido.
Es quizá una visión demasiado verídica por su crudeza de los caracteres humanos. Hay mucho
humorismo a flor de agua, pero el sumbar es demasiado salobre. De Miguel Ángel Asturias
conocemos su estupendo Emulo Lipolidón, poema difícilmente superable en su género. De ahí
que eso que señalamos como laguna es también una cualidad, porque demuestra la sinceridad
del autor.
El Señor Presidente es un acierto novelístico, considerado desde el punto de vista de la
novela americana. Todo concurre a darle el más definitivo carácter. Retrata toda una época
vivida en carne y en alma, con verismo que obsesiona. Es por sobre todas las cosas
guatemalteca por los cuatro costados. El interés de la trama, el ambiente y el vigoroso
contraste de sus colores violentos, triunfan de los altibajos verbalistas que a veces roban
energía y aguijan impaciencias.
Es, en resumen, un cuadro completo, sumamente movido, que además de una buena
realización artística, tiene alto valor sociológico, como documento de toda una época de dolor,
y de llanto, y de miseria en el desenvolvimiento de Guatemala.
—La Tribuna, San Salvador.” 105
NOTA:
El abogado, historiador y literato guatemalteco Manuel Coronado Aguilar (1895-1982),
era cuñado de Arce y Valladares. Lo recordó en octubre de 1974 en la forma siguiente:
“Manuel José Arce y Valladares, quien, por vocación del Destino se atara a nosotros
con el lazo del parentesco político, fue hermano de Merceditas nuestra consorte.— Si
como poeta Manuel José figura entre los más delicados de su época y que, como Flavio
Herrera, Osmundo Arriola, Carlos Wyld Ospina y no muchos más, vibrara su estro a la
par del portentoso Alberto Velásquez; 106 como caricaturista ocupa indudablemente, un
puesto relevante, por desdicha poco publicado en Guatemala. —Una vez, en Punta del
Este, en menos de lo que canta dos veces un gallo, con destreza inigualable, y con
105
Quiroga, Jaime; Una novela guatemalteca. El Señor Presidente. Guatemala : El Imparcial, viernes 27 de
junio de 1947. Página 3. El nombre es seudónimo del poeta José Manuel Arce y Valladares.
106
El poeta, economista autodidacta y quien fuera el primer Vicepresidente que tuvo el Banco de Guatemala
de 1946 a 1958, Alberto Velásquez Günther (1891-1968), falleció en Guadalajara (México), un 12 de abril, en
tanto que Coronado Aguilar el 9 de abril, pero de 1982, en Burlingame, California (EE.UU.).

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breves líneas, individualizó a los casi treinta diplomáticos de que se componía aquel
certamen de sabios que discutían la manera de enderezar las jorobas que sufre América
Continental.— Y Manuel José hubo de proceder con rapidez, pues no disponía sino del
tiempo señalado a tan magna Asamblea para unir criterios.— Y esta labor del hermano
de nuestra consorte, si inigualable, fue estupenda.— Nosotros tuvimos la oportunidad
de conocerla.— Y, últimamente, al conversar en esta nuestra Guatemala con el sabio
científico de la Medicina e ilustrísimo poeta colombiano, doctor don Alfonso Bonilla
Naar, supimos que Manuel José conocía a la perfección el Idioma Español que se
hablaba en nuestra Madre Patria, en los siglos XV y XVI.— Este afortunado poeta y
macizo caricaturista partió hacia la eternidad cuando menos era de esperarse, sin
aspavientos ni alardes, tal cual había vivido, sin dejar detrás de sí resquemor alguno y
tampoco el más leve mal recuerdo.—” 107
107
Coronado Aguilar, Manuel; Algo sobre la caricatura en Guatemala. Guatemala : diario La Hora. Edición
del 23 de octubre de 1974. Páginas 4 y 9.

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8.
El Señor Presidente. Juicio ecuatoriano. Por: Letras del Ecuador. 5 de julio de 1947
“Pocas veces logramos encontrar en la novelística hispanoamericana una obra de la
fuerza de esta novela terrible. Miguel Ángel Asturias uno de los más conocidos escritores
guatemaltecos, poeta de altos quilates, cuenta una historia, terradora, ocurrida durante la
dictadura de Estrada Cabrera, en su patria. El libro, según nos dice una bella nota editorial,
debió llamarse Malevolge, 108 nombre dantesco sustituido luego por Tohil, el dios devorador
del hombre de la mitología indígena. Y eso es, en definitiva, El Señor Presidente. Si bien es claro
que la obra transcurre bajo la feroz dictadura de Estrada Cabrera, Asturias no nombra ciudad
ni individuos: su obra es válida para cualquiera de las naciones centroamericanas,
suramericanas: las dictaduras devoradoras de hombres se parecen entre sí como gotas de
sangre. Pero, además de todo esto 109 hay un encanto extraño y diabólico: ese estilo, esa manera
de escribir, que nada tiene de común con nada. Es la manera de escribir americana cien por
ciento, diciendo el término americano en el sentido indígena puro; se tiene la impresión de que
este libro también hubiese sido escrito así en el caso de que nada de español ni de europeo
tuviese la literatura americana, en que solamente elementos indios hubiesen concurrido a su
formación. Es la manera de do, con un sentido espantoso de escribir indígena, la manera de
relatar puramente americana. Toda la espantosa poesía de la crueldad de la sangre, en el reino
de Tohil, el devorador de hombres. Entre lo más pavoroso que se ha escrito, entre lo dicho
con sangre y sin el más remoto asomo de esperanza, entre los libros más desolados, desérticos
e irremediables producidos por el desolado y desesperado corazón del hombre, allí debe
ponerse este libro terrible. Asturias entra a formar entre el más alto rango de la novela
americana con este su inolvidable libro, El Señor Presidente, novela de la crueldad sin esperanza
ni término.
—Letras del Ecuador, Quito. Marzo, 1947.” 110
108
Debe decir “Malebolge”.
109
Corregido como aparece. En el original dice: “Pero, además, de todo, esto”, lo cual evidentemente es una
errata.
110
Letras del Ecuador; El Señor Presidente. Juicio ecuatoriano. Guatemala : El Imparcial, sábado 5 de julio
de 1947. Página 3.

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9.
Opina un estudiante norteamericano. Comentario sobre la novela El Señor
Presidente de Miguel Ángel Asturias. Por: Graham S. Quate. 30 de agosto de 1947
“GRAHAM S. QUATE, estudiante en la escuela de verano, de la facultad de humanidades de
la universidad de San Carlos, del Curso de literatura hispanoamericana a cargo del profesor
Fernando de León Porras.
La novela El Señor Presidente escrita por el poeta guatemalteco don Miguel Ángel
Asturias, es un excelente ejemplo del modernismo en la literatura hispanoamericana. Por
cierto, una definición exacta del modernismo no es fácil. Los críticos de la literatura moderna
dicen que entre las características más importantes del modernismo se encuentra el amor a la
sonoridad, la rebeldía contra violaciones de los derechos humanos, un rechazo de los antiguos
estilos de la escritura, y atención a los problemas de la vida entera incluyendo los que vienen de
cambios históricos. Por esta definición la novela El Señor Presidente está en todos los aspectos
dentro de la literatura modernista y sobre todo porque señala un reconocimiento de la crisis
universal del espíritu que existe en todo el mundo en nuestros días.
En El Señor Presidente encontramos un autor independiente que halla en los motivos de
su tierra natal su propia inspiración. Para hallar el valor de una novela como El Señor Presidente
tenemos que recordar que la novela hispanoamericana no existía antes del siglo XIX. El primer
novelista hispanoamericano que apareció en América era el mexicano José Joaquín Fernández
de Lizardi que escribió El Periquillo Sarniento, en 1816. Según el doctor Arturo Torres-Rioseco
«las primeras novelas americanas siguieron el desarrollo histórico de la novela europea. Nace
picaresca, crece con la novela romántica y sentimental, encuentra caminos fáciles en la
expresión realista y por ahí van hacia el modernismo», y así hemos llegado a la época literaria
caracterizada por novelas del estilo modernista y típicamente hispanoamericano entre las cuales
El Señor Presidente es un buen ejemplo. El modernismo es la primera escuela literaria que se
funda en América. El modernismo se resuelve en un sano americanismo, una renovación del
clasisismo español. Ya el autor Miguel Ángel Asturias está dentro del grupo de excelentes
escritores que cultivaron el modernismo. En su novela se encuentra el modernismo en el tema,
en la forma y en la mezcla de palabras autóctonas. Esta novela describe el régimen de Estrada
Cabrera quien gobernó su país con instrumentos de espionaje castigando a sus enemigos. El
carácter principal de la novela es un espía del señor presidente y describe las traiciones de tal
espía, sus desengaños, su pericia en el arte de la política dictatorial, su único amor y sus
sufrimientos.
Este libro está lleno de contrastes, como el país en que se originó El Señor Presidente con
sus tierras altas y frías y sus tierras bajas y calientes, una no muy lejos de la otra. Algunos de los

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pasajes del libro son bellos y brillantes, y éstos están en un contraste extraño con otras frases
de ásperas vulgaridades.
Referente a la construcción de la novela, el estilo de Miguel Ángel Asturias es vigoroso
y castizo, aunque usa un buen número de americanismos, y a veces un fuerte tono realista, y
otras una forma muy poética. Es un documento social, y abarca los aspectos trágicos de la vida
en un país bajo un régimen dictatorial. El mérito de esta novela está en la enseñanza de los
peligros que se encuentran en una nación que no guarda bien sus derechos democráticos.
Escribir una novela como El Señor Presidente no es fácil, aún por un escritor de gran
talento como el señor Miguel Ángel Asturias. El autor comenzó esta obra en Guatemala hace
más de veinte años, añadió algo más en París en los años 1925 y 1932, y por fin llegó a
terminar el libro en 1946. Veinticuatro años de experiencia como escritor, veinticuatro años de
pensar sobre los problemas de su país y veinticuatro años de buscar en el fondo de su memoria
e imaginación, se encuentran en este libro.
El Señor Presidente es una novela que eleva un grito hasta el cielo contra los peligros
sociales de los sistemas gubernamentales de dictadura y por eso hay mucho de realismo en el
libro, quizá demasiado realismo para los lectores escrupulosos porque es un verdadero
exponente de los métodos aplicados por los dictadores. Esta novela expone también ciertos
problemas de índole racial. El autor indica claramente que la vigilancia contra el
establecimiento de sistemas dictatoriales es la responsabilidad del pueblo, y que los individuos
de cualquier clase social no pueden escapar a esa responsabilidad.
Como se ha dicho muchas veces, el autor Miguel Ángel Asturias es además de escritor
de prosa, poeta, sociólogo e historiador. En la prosa de este libro están mezcladas la prosa y la
poesía. Mucha de su prosa tiene construcción musical, a veces es más poesía que prosa; falta
solamente la rima, pero sí tiene ritmo y sentido poético.
Si el lector cree que algunas de las descripciones de crueldad, de traición, de miseria, de
delirio fundado por el miedo están exageradas, debe recordar que el propósito del escritor es
grabar en la mente del lector su responsabilidad propia. La intención del autor es exponer
escenas de brutalidad y de traición para enseñar la verdad eterna de que una sociedad fuerte
tendrá que basarse en una política de justicia y de compasión humana. Por la repetición de esta
verdad se debe al autor un voto de gratitud.
El Señor Presidente es una novela regional y por eso tiene muchos provincialismos y hasta
frases usadas únicamente en Guatemala, muchas de ellas salpimentadas de palabrotas gruesas.
Al final de la novela se encuentra un vocabulario de más de doscientas palabras. Un ejemplo de
palabras estrictamente guatemaltecas se encuentra en el capítulo titulado Vuelta en redonda, en

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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