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Ficciones del género: Modos de leer, modos de enseñar, modos de escribir



  1. Bibliografía

Haciendo un fechado rápido, podría decirse que la cuestión del género (sexual) fue puesta de relieve en el famoso texto de Virginia Woolf Un cuarto propio en 1929 y, finalmente, establecida como interés literario por la crítica feminista (principalmente la norteamericana y francesa) hacia finales de los años setenta. En nuestra facultad, recién en 1992 se creó el Área Interdisciplinaria de Estudios de la Mujer (AIEM) y, en 1997, el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (IIEGE). Por otro lado, a lo largo del último siglo, en todo el mundo, los movimientos de mujeres, el activismo político feminista y de las sexualidades disidentes protagonizaron —y siguen protagonizando— acciones políticas que mantienen estrecha relación con los enclaves y tradiciones político­culturales.

Sin embargo, a pesar de todos estos años de elaboraciones y reelaboraciones teóricas; a pesar de haber presentado trabajos imprescindibles para otras tradiciones críticas contemporáneas, de haber propuesto nuevas epistemologías e imaginado otras metáforas posibles para pensar realidades socio­sexuales menos regulatorias; a pesar, incluso, de tener cátedras en universidades prestigiosas, la crítica feminista e, incluso, los actuales estudios de género, nunca alcanzaron gran prestigio ni legitimidad dentro de las universidades argentinas. Forzadas a permanecer en los rincones de los institutos de investigación especializados, las reflexiones en torno al género y las sexualidades parecen no haber podido desmontar las exclusiones ni sobreponerse a las diferencias jerárquicas sostenidas por el sistemateórico­crítico heterosexista. En este sentido, Judith Butler (1992) está en lo cierto al sostener que la tarea crítica debería ser, ante todo, preguntarse qué autoriza y qué excluye o prohíbe el movimiento teorético que establece los fundamentos.

Como explica Nelly Richard (2011), un territorio de intervención política es un campo de fuerzas atravesado por relaciones de poder que gobiernan prácticas, discursos, representaciones, cuerpos e identidades mediante sistemas de imposición, subyugación y exclusión de lo que no se ajusta a sus reglas de dominancia. Pensada en estos términos, la universidad y las prácticas que en ella se desarrollan son espacios políticos: sitios de pugna en torno a la legitimidad de saberes susceptibles a ser intervenidos. Así, tanto la literatura (en sus procedimientos, sus formas, sus temas), la crítica literaria (sus modos de lectura y su consecuente construcción de un canon) y la facultad (los programas de las

materias, su pedagogía, la distribución generizada del cuerpo docente) son herramientas sociales a través de las cuales se fijan valores, diferencias y jerarquías. Tecnologías específicas que definen operaciones o usos en relación con el lenguaje y que, asimismo, no sólo regulan los debates en torno a las relaciones entre literatura, crítica y sociedad (muchas veces, directamente, ocultándolas) sino que determinan la posibilidad y los modos de circulación de textos y narrativas. En otras palabras, tanto la literatura como aquellos discursos asociados a ella, al ser parte del entramado social, también se sostienen (y se sitúan ideológicamente por elección u omisión) sobre las diferencias simbólicas que existen entre los cuerpos generizados, sexuados y sexualizados. Así, resulta evidente que, como explica Nora Domínguez, "los aparatos conceptuales con los que nos acostumbramos a pensar no son inherentes a los fenómenos, objetos y discursos sociales, sino que por el contrario los construyen" (2007: 2).

En este sentido, cualquier proyecto de enseñanza, así como cualquier instancia ligada a la promoción o estudio de la literatura, compromete deseos, pedagogías y objetivos político­académicos que involucran planos imaginarios pero que también inciden en los sujetos­en el orden de sus afectos, prácticas y posicionamientos políticos. Porque, como sostuvimos en otro artículo, la literatura –pero, también, otros modos del arte­"es una práctica que negocia significados marcados por la historia y el inconsciente que entran al espacio de la cultura de modo creativo pero ambivalente para incidir de maneras múltiples, a veces paradójicas y no conmensurables, en las formas de subjetivación. Los encuentros imaginarios entre autores, obras y lectores son arbitrarios y difíciles de medir (…) pero ponen en funcionamiento miradas y perspectivas (…) cuyas herramientas debemos seguir considerando para poder ir dando cuenta de los problemas actuales que una lectura feminista puede aportar" (Arnés, Domínguez, Torricella, 2014: 40). Pero, además, la literatura es un dispositivo político en el que se ensayan múltiples distribuciones de lo sensible y en la que, constantemente, se proponen nuevas relaciones entre los cuerpos ­sexuales y textuales. En este sentido, las ficciones literarias y también las ficciones teóricas pueden, potencialmente, no sólo reapropiarse de zonas de la cultura y diversificarla sino, también, habilitar potencialidades políticas del lenguaje (o de los lenguajes) y los géneros (en todos sus sentidos).Porque las ficciones no son sólo la literatura. "Ficciones" son aquellas construcciones discursivas, ideológicas e imaginarias fundantes de los lazos sociales que se concentran, se combinan y superponen: "Son nuestras ficciones las que nos validan", escribía Monique Wittig en su cuerpo lesbiano (1977: 10). Las ficciones se encuentran en el seno de los procesos históricos e intervienen en diversos niveles y de diferente modo en la vida colectiva, pero aquellas que se transforman en dominantes son las que poseen no sólo un gran poder de seducción sino, también, un gran potencial de disciplinamiento. Sin embargo, lo que más interesa acá es que la ficción puede ser, también, no sólo la forma que adquiere un saber sino el saber mismo, ya que toda verdad es, como explicó Foucault, una ficción efectiva, una función que fabrica algo que todavía no existe. Una ficción es poder.

Al pensar en los cuerpos ­y qué son la literatura y la crítica sino cuerpos­, es indiscutible la función determinante de la mirada. Ver, leer, es reconocer y establecer conexiones; es recrear. Y es en el rozamiento entre los cuerpos – sexuales y textuales, críticos y literarios­ que la perspectiva teórica proponga donde se hacen evidentes las tensiones y las determinaciones sociales y literarias. Sin embargo, en tanto que el punto de vista se construye en relación con el poder (lo que se sabe, lo que se conoce, lo que se cree afecta lo que se ve) y dado que las convenciones culturales tienden a posicionar la mirada en el marco del patriarcado y la heteronormatividad, resulta necesario reorientar el punto de vista para poder vislumbrar el efecto desviado que provocan ciertas textualidades; para poder leer las preguntas que algunas ficciones liberan o los modos en que ciertas pasiones disidentes violentan y cuestionan (los sentidos de) los códigos culturales; para poder crear nuevas ficciones. En este punto creo que, efectivamente, en la lectura se delata un borde de la literatura: el momento en que la literatura se confunde con una experiencia, no necesariamente de orden estético (Link, 2005:11).

La crítica literaria feminista actual (Nelly Richard, Francine Masiello, Jean Franco, María Moreno…) o aquella que podría denominarse queer (Gabriel Giorgi, Sylvia Molloy…) no mantiene ya una actitud celebratoria frente a los textos escritos por mujeres u homosexuales, ni sostiene, necesariamente, la idea de una escritura femenina. Tampoco busca hacer análisis descriptivos o tautológicos. Por el contrario, insistiendo en que los textos funcionan como soportes de significación que abren dimensiones ideológicas donde se puede observar cómo las marcas de género instituyen las redes de la cultura (Domínguez 1998), y centrándose en el análisis de la producción de diferencias sexo­genéricas creados por los sistemas teóricos y literarios, estas variaciones de la crítica buscan decodificar las tensiones que se establecen entre valores estéticos y políticas, es decir, entre textualidad­sexualidad, género literario­ género sexual y políticas sexuales­políticas de la literatura, para así proveer nuevas representaciones o, en otras palabras, nuevas configuraciones de lo sensible. María Moreno escribe: "Las críticas feministas no son un tentáculo de las teorías padre cuyo plus sería la interpretación de la diferencia sexual (…) deben reconstruir la cultura volviéndose sus enemigas pero también sus deudoras." (2002: 137­140). En este sentido, la perspectiva de género se propone llevar adelante un proceso de desarticulación (como intervención contra­hegemónica) y de rearticulación discursiva (como intervención hegemónica): una postura reflexiva y crítica que mantiene siempre vigente una pregunta ¿en qué términos, en interés –y en desmedro– de quién o qué se realiza esta de­re­construcción?" (De Lauretis, 2000: 61).

Para finalizar me gustaría insistir en dos puntos fundamentales para la perspectiva de género: 1. El "género" no es sólo punto de articulación del poder sino, siempre, y ante todo, una pregunta que se renueva constantemente; 2. "Género" es una categoría compleja que atraviesa y es atravesada por varios niveles que no pueden dejar de tenerse en cuenta en su funcionamiento simultáneo: "el de los conceptos y las prácticas que los contienen, el de las instituciones como espacios de intervención y referencia, y (…) un plano diacrónico que implica tanto a la historia de los estudios de género como campo de saber y sus diversas localizaciones, como a los complejos entramados entre nuestras instituciones y las historias regionales y nacionales" (Arnés, Domínguez, Torricella, 2014: 37). Como consecuencia, cualquier problemática relativa al género debe responderse a través de investigaciones puntuales. Cada objeto puede y debe ajustar los términos de las preguntas de acuerdo con los contextos de producción, elaboración y recepción en que se formulan. Así, más que intentar un disciplinamiento del término "género" hay que intentar leer sus incoherencias sintomáticamente (Weed, 2011: 288).

En este sentido, entender a la literatura y a la crítica como tecnología del género nos habilita para intervenir políticamente. Al poner en cuestión viejos pactos que pasaron desapercibidos, al tratar de leer espacios que aún hoy aparecen como silencio o al proponer nuevas metáforas, se puede conseguir que el trabajo con el género sea productivo para crear una conciencia crítica y ética sobre la formación política así como también sobre la estética.

Bibliografía

BUTLER, Judith. 1992. "Contingent foundations: Feminism and the question of postmodernism". En Butler y Scott (comps.), Feminist theorize the Political. Londres y New York: Routledge, pp. 3­21.

BUTLER, Judith/WEED, Elizabeth (eds.). 2011. The Question of gender, Joan W. Scott"s Critical feminism. Bloomington and indianapolis: indiana University Press.

DE LAURETIS, Teresa. 2000. Diferencias. Madrid: Horas y horas.

DOMÍNGUEZ, Nora. 1998. "Reflexiones finales. Acerca de la crítica". En Domínguez, N. y Perrili, C. (comps). Fábulas del género. Sexos y escritura en América Latina. Rosario: Beatriz Viterbo

. 2007. De dónde vienen los niños. Rosario: Beatriz Viterbo editora.

LINK, Daniel. 2005. Clases: Literatura y disidencia. Buenos Aires: Norma.

MORENO, María. 2002. "¿Qué hacer?". En El fin del sexo y otras mentiras. Buenos Aires: Sudamericana, pp.135­140.

RICHARD, Nelly. 2011. "Posfacio". En Cuds (ed.), Por un feminismo sin mujeres.

Santiago de Chile: Territorios sexuales ediciones, pp. 159­178.

WITTIG, Monique. 1977. El cuerpo lesbiano. Valencia: Pretextos.

Revista del Departamento de Letras

www.letras.filo.uba.ar/exlibris

 

 

 

Autor:

Laura A. Arnés.

Universidad de Buenos Aires.

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