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Los lenguajes de la economía. Un recorrido por los marcos conceptuales de la economía (página 4)



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El sistema de referencia de las ciencias empírico-analíticas establece reglas no sólo para la construcción de teorías, sino también para su contrastación crítica. La teoría consta de conexiones hipotéticas-deductivas de proposiciones, que permiten deducir hipótesis legales de contenido empírico. Esas hipótesis permiten hacer pronósticos. El saber empírico-analítico es, por tanto, posible saber-pronóstico. Las teorías científicas de tipo empírico abren la realidad bajo la guía del interés por la posible seguridad informativa y ampliación de la acción de éxito controlado. Éste es el interés cognitivo por la disponibilidad técnica de procesos objetivados (Habermas, 1968b, pp 169-70).

Las ciencias histórico-hermenéuticas obtienen sus conocimientos en otro marco metodológico. En ellas el sentido de la validación de enunciados no se constituye en el sistema de referencia del control de disposiciones técnicas. Los niveles de lenguaje formalizado y experiencia objetivada aún no están diferenciados; porque ni están las teorías construidas deductivamente ni tampoco están organizadas las experiencias atendiendo al resultado de las operaciones. Es la comprensión de sentido lo que, en lugar de la observación, abre acceso a los hechos (Habermas, 1968b, p 170). Por su parte, las ciencias de la acción sistemáticas -a saber, economía, sociología y política– tienen como meta, al igual que las ciencias empírico-analíticas de la naturaleza, la producción de saber nomológico (Habermas, 1968b, p 171).

Las ciencias empírico-analíticas alumbran la realidad en la medida en que ésta aparece en la esfera funcional de la acción instrumental; por eso los enunciados nomológicos sobre este ámbito objetual apuntan por su propio sentido inmanente a un determinado contexto de aplicación; aprehenden la realidad con vista a una manipulación técnica, posible siempre y en cualquier parte en determinadas condiciones específicas. Las ciencias hermenéuticas no alumbran la realidad desde un punto de vista trascendental distinto, sino que se dirigen más bien a la estructura transcendental de las diversas formas fácticas de vida, dentro de cada una de las cuales la realidad se interpreta de forma diversa, según las gramáticas de la concepción del mundo y de la acción. Aprenden las interpretaciones de la realidad con vistas a una intersubjetividad posible (para una situación hermenéutica de partida dada) de un acuerdo orientador de la acción (Habermas, 1968a).

Inicialmente, el tercer modo de investigación que Habermas considera -la reflexión crítica y el interés en que ésta se basa-, en opinión de McCarthy (1978, p 78), no cuenta a su favor con la plausibilidad con que cuentan los antes mencionados. Aquí, Habermas quiere dar cabida a la reflexión filosófica y a la autorreflexión crítica al estilo de Marx y Freud para desembocar en una teoría crítica de la sociedad. Ésta quiere desenmascarar las distorsiones de la comunicación y el anclaje institucional de las mismas que impide la organización de las relaciones humanas sobre la base de una intersubjetividad no coaccionada. El sujeto de la teoría crítica no adopta una actitud contemplativa, pretendiendo situarse por encima del proceso histórico del desarrollo humano. El sujeto es un interlocutor competente en una argumentación, en un diálogo que culmine en un consenso no violento entre los afectados. Ello desemboca en una versión de las éticas dialógicas y formales[19]

Conocimiento e interés.

Las representaciones o descripciones no son nunca independientes de normas. Así por ejemplo, más arriba hablamos de criterios formales a la hora de preferir unas teorías frente a otras. Estos criterios son parte de los sistemas normativos. Y la elección de esas normas se basa en actitudes que necesitan de la evaluación crítica mediante argumentos porque no pueden ser deducidas lógicamente ni probadas empíricamente. Decisiones metódicas básicas, distinciones tan fundamentales acaso como la que hay entre ser categorial y el no categorial, entre enunciados analíticos y sintéticos, entre contenido descriptivo y emotivo, tienen la peculiar característica de no ser ni arbitrarias ni obligatorias. Se manifiestan como acertadas o equivocadas. Pues, se miden por la necesidad metalógica de intereses, que nosotros no podemos fijar ni representar, sino con los que nos tenemos que encontrar. Por ello los procesos de conocimiento, que están inextricablemente vinculados a la formación de la sociedad, no pueden funcionar sólo como medio de reproducción de la vida: en la misma medida determinan ellos las definiciones de esta vida (Habermas, 1968b).

Los puntos de vista específicos desde los cuales concebimos necesaria y trascendentalmente la realidad establece tres categorías de posible saber: informaciones, que amplían nuestra potencia de dominio técnico; interpretaciones, que hacen posible una orientación de la acción bajo tradiciones comunes; y análisis, que emancipan a la conciencia respecto de fuerzas hipostasiadas. Estos puntos de vista dimanan del nexo de intereses de una especie que está por naturaleza vinculada a determinados medios de socialización: al trabajo, al lenguaje y a la dominación.

En definitiva, la radicalización habermasiana de la teoría del conocimiento quiere hacer efectiva la exigencia de una reflexión sobre la función que cumple el conocimiento en la reproducción de la vida social y sobre las condiciones objetivas bajo las que históricamente se forma el sujeto del conocimiento. Habermas trata, con ello, de alumbrar y cartografiar un terreno situado entre los ámbitos de lo empírico y de lo transcendental. Por un lado, la teoría de los intereses cognitivos trata de dar una solución al problema de las condiciones a priori del conocimiento posible. Pero, por otro lado, no se ocupa de los atributos de una conciencia transcendental, sino de estructuras lógicas que se materializan bajo condiciones empíricas; no es el suyo un yo transcendental, sino un «sujeto generado por la naturaleza y formado socialmente», una «comunidad de investigadores que tratan de realizar comunicativamente su tarea común». "Consideradas desde el punto de vista de la organización de la investigación, las «orientaciones básicas» (o «intereses») que este tipo de análisis saca a la luz «tienen una función transcendental»; pero están enraizadas en «estructuras fácticas de la vida humana», en las condiciones fundamentales específicas de la posible reproducción y autoconstitución de la especie humana, es decir, en el trabajo y en la interacción»." (McCarthy, 1978, p 115).

Modalidades de explicación científica.

En opinión de Jon Elster, la distinción más esclarecedora y fecunda es la que se hace entre diversas modalidades de explicación científica, las cuales a su vez están estrechamente relacionadas con estrategias de formación de teorías. Sólo ciertos tipos de teorías pueden llegar a dar explicaciones satisfactorias en un campo determinado. Distingue así entre explicación causal, funcional e intencional; y tres campos de investigación científica: física -en sentido amplio-, biología y ciencias sociales. La pregunta en este caso es ¿Qué tipos de explicación son adecuados, característicos y pertinentes para qué campos de investigación? No obstante, para este autor, la explicación causal tiene un claro predominio sobre las demás.

Si bien para J. Elster cada una de las ciencias tiende a caracterizarse por un tipo de explicación, de hecho los científicos sociales suelen ofrecer explicaciones pertenecientes a los tres tipos. La medida en que esto es así es una cuestión empírica en la cual no vamos a entrar. Por ejemplo, los economistas han ofrecido, ofrecen y ofrecerán explicaciones causales, funcionales e intencionales, y ello a pesar de que su ámbito «natural» sea el de ese último tipo de explicación. Veamos, pues, el contenido de las mismas.

La explicación causal.

En principio debe distinguirse muy claramente entre la cuestión de la naturaleza de la causación y la de la explicación causal, entre acontecimientos causales y explicación causal. "Si un acontecimiento causó otro es una cuestión aparte de por qué lo causó. La descripción de un acontecimiento por medio de sus rasgos causalmente irrelevantes recogerá la misma causa, aun cuando no proveerá una explicación de por qué tuvo ese efecto en particular" (Beauchamp Rosemberg, 1981). Los rasgos causalmente pertinentes son aquellos que se mencionan en la ley causal que enuncia la conjunción regular bajo la que queda subsumido el par de acontecimientos. Así, los enunciados causales verdaderos y singulares no siempre proporcionan una explicación causal. Dan una explicación sólo cuando los rasgos mencionados en el enunciado también están mencionados en la ley bajo la cual quedan subsumidos los acontecimientos. El enunciado, suponiendo que sea verdadero, de que «poner en un estante un ejemplar de la Fenomenología de Hegel causó la rotura del estante» no explica nada, porque el rasgo causalmente pertinente, es decir, el peso del libro, no se menciona.

La explicación causal, entonces, subsume los acontecimientos bajo leyes causales. Dos casos importantes son los que podemos denominar epifenómenos y causación precedente. Puede haber un enunciado universal, legaliforme y verdadero que diga que A siempre es seguido por B y, sin embargo, B puede ser un simple epifenómeno si A y B son ambos efectos de una causa común C. En otras palabras, el problema de los epifenómenos es idéntico al problema de distinguir entre la correlación verdadera (o explicativa) y la espuria. Además, puede haber una ley verdadera que asegure que se produce A, dadas ciertas condiciones iniciales, y, sin embargo, lo que verdaderamente produce A en un caso determinado -donde se dan esas condiciones- puede ser un mecanismo totalmente diferente que, por así decirlo, precede al mecanismo que subyace en esa ley. En otros términos, el problema de la causación precedente es idéntico al de distinguir entre obligación y explicación.

Por otra parte, en términos generales, se piensa que la relación causal obedece a los tres principios siguientes: determinismo, localidad y asimetría temporal.

Principios de la relación causal.

El determinismo es el postulado que dice que todo acontecimiento tiene una causa: un conjunto determinable de antecedentes causales que en conjunto son suficientes e individualmente necesarios para que se produzca. La negación del determinismo puede asumir varias formas distintas. La más conocida es la idea de acontecimientos estadísticamente aleatorios, lo que supone la existencia de una distribución probabilística del rango de resultados posibles. En este sentido el azar objetivo no es totalmente indeterminado, puesto que la ley de los grandes números permite predicciones muy precisas cuando tratamos con conglomerados de acontecimientos. Menos conocida es la idea de indeterminación objetiva, que significa que no podemos siquiera atribuir probabilidades a los diversos resultados posibles, no porque no podamos averiguarlas sino porque no están allí para que se las averigüe. La distinción es parecida a la que se da entre riesgo e incertidumbre, con la diferencia de que en el caso presente el azar o carácter indeterminado del proceso se supone que tiene una base objetiva y no se debe a las deficiencias cognitivas del sujeto cognoscente. Más aún, esta comparación también indica la distinción entre incertidumbre en el rango de los resultados e incertidumbre dentro de un conjunto fijo de resultados. Desde el punto de vista explicativo, la indeterminación con regularidad -azar objetivo o conjunto restringido de sus resultados posibles- es claramente más admisible que la indeterminación sin regularidad -indeterminación objetiva no restringida.

La causalidad local significa que una causa siempre actúa sobre lo que es contiguo a ella, en espacio y tiempo. La acción a distancia es imposible. Si se dice que una causa tiene un efecto distante de ella en tiempo o espacio, suponemos que debe de haber una cadena continua de causa a efectos sin vacíos insuperables en ella[20]Pero la causalidad local es un rasgo del mundo, es decir, de la relación causal en la medida en que existe independientemente de nuestra mente, mientras que la idea de mecanismo depende de la mente. La creencia en que el mundo está regido por la causalidad local es precisamente lo que nos obliga a buscar mecanismos mucho más sutiles (Elster, 1983, pp 31-2).

Explicar un acontecimiento es dar un relato de por qué sucedió. Por lo general y siempre últimamente esto adopta la forma de citar un acontecimiento anterior como causa del acontecimiento que se desea explicar, junto con algún relato del mecanismo causal que relaciona los dos acontecimientos. Un hecho es una instantánea temporal de una corriente de acontecimientos o una serie de tales instantáneas (Elster, 1989).

Las declaraciones que pretenden explicar un acontecimiento deben ser distinguidas cuidadosamente de varios otros tipos de declaración. Primero, deben distinguirse las explicaciones causales de las declaraciones causales acertadas. No basta citar la causa, también se debe proporcionar el mecanismo causal o al menos se le debe sugerir. Segundo, las explicaciones causales deben distinguirse de las aseveraciones sobre la correlación. A veces estamos en condiciones de decir que un acontecimiento de cierto tipo es seguido invariable o habitualmente por un acontecimiento de otra clase. Esto no nos permite decir que los acontecimientos del primer tipo causen acontecimientos del segundo porque existe otra posibilidad: los dos pueden ser efectos comunes de un tercer acontecimiento. Éste es, en suma, el problema de los epifenómenos.

Tercero, las explicaciones causales deben distinguirse de las aseveraciones acerca de las condiciones necesarias. Explicar un acontecimiento es dar un relato acerca de por qué sucedió cómo sucedió. El hecho de que hubiera podido suceder también de alguna otra manera y habría sucedido de otra manera si no hubiese sucedido como lo hizo, no es ni una cosa ni la otra.

Cuarto, las explicaciones causales deben distinguirse de la narración de historias. Y, finalmente, deben distinguirse las explicaciones causales de las predicciones. A veces podemos explicar sin ser capaces de predecir y a veces predecimos sin ser capaces de explicar. Es verdad que en muchos casos una y la misma teoría nos permite hacer ambas cosas, pero no en todas las ciencias.

La asimetría temporal significa que una causa debe preceder a su efecto, o por lo menos no sucederla. El principio de asimetría temporal puede generalizarse a partir de la explicación causal a cualquier tipo de explicación: el explanans no puede seguir al explanandum. Respecto de la explicación intencional esto se sigue del hecho de que no explicaremos la conducta intencional por las consecuencias reales que se derivan de ella, sino sólo por las consecuencias previstas, que pueden no haberse cumplido o que inclusive pueden ser irrealizables. Podría parecer que la explicación funcional viola el principio generalizado, puesto que en este caso los fenómenos son explicados por sus consecuencias reales. Pero la conclusión que se debe sacar no es que el efecto retroactivo es posible sino que el explanandum debe ser una entidad que perdura en el tiempo, no un acontecimiento que se produce una sola vez.

Los tres principios de causalidad son lógicamente independientes. Con determinismo sin causalidad local, apelamos al pasado para explicar el presente y predecir el futuro. El status epistemológico de las tres propiedades de la relación causal es una cuestión problemática. Pero la ciencia ha llegado a cuestionar y -en el caso del determinismo- a rechazar los principios sobre bases empíricas (Elster, 1983).

La explicación funcional.

En biología la explicación funcional es, histórica y lógicamente, el principal ejemplo de este modo de explicación. Históricamente, porque en gran medida la ciencia social funcionalista contemporánea deriva del paradigma biológico; y, lógicamente porque la teoría evolucionista sigue siendo el único caso de éxito completo de explicación funcional.

La esencia de la selección natural es la sugerencia de Darwin de que la evolución es dirigida solamente mediante la interacción entre la población y su entorno. Los miembros de una población difieren entre sí en un montón de aspectos menores que utilizan para identificarse unos a otros como individuos. Esta variación más o menos azarosa constituye el material bruto sobre el que actúa la selección natural. La selección implica la preferente supervivencia y reproducción de aquellos individuos que por azar han recibido por herencia una variación que les proporciona una ventaja sobre sus vecinos al habérselas con el entorno local. Estos individuos mejor adaptados sobreviven y se reproducen más eficazmente que los otros y sus caracteres ventajosos crecen en frecuencia en la generación siguiente. Tras un largo período, la característica adaptativa se extiende a toda la población y el carácter medio de la especie cambia.

La hipótesis es que la variación individual sobre la que actúa la selección natural es esencialmente azarosa. Por sí misma ella no puede forzar la evolución hacia una determinada forma debido a que su tendencia está abierta a todas las direcciones. En la teoría de Darwin no hay una tendencia intrínseca que fuerce a las especies a evolucionar en una dirección determinada. En concreto no hay fuerza que empuje a las especies a avanzar según una jerarquía predeterminada de complejidad, no hay una escala evolutiva por la que deban ascender todas las especies. Dado que es dirigida únicamente por las exigencias sobre la población del ambiente local, la evolución es un proceso básicamente abierto sin final único (Bowler, 1990).

En esencia, la estructura lógica de la explicación funcional en biología puede presentarse como sigue: una característica estructural o de conducta de un organismo está explicada funcionalmente si se puede demostrar que es parte de un máximo individual local con respecto a la capacidad reproductiva, en un medio de otros organismos que han alcanzado máximos locales similares. Es decir, si podemos demostrar que un pequeño cambio en la característica estudiada conducirá a una capacidad reproductiva reducida para el organismo, entonces entenderemos por qué el organismo tiene dicha característica. (Buican, 1987).

Hay dos elementos en esta presentación que conviene remarcar. En primer lugar, el carácter estrictamente individualista de la explicación funcional en biología: la evolución natural promueve la capacidad reproductiva del organismo individual, no la de la población, de las especies o del ecosistema. De hecho, el aumento de la capacidad reproductiva del individuo puede reducir la de la población. En segundo lugar, la otra característica de la explicación funcional es que el maximizando es la adaptación reproductiva, no la simple adaptación al ambiente. Es obvio que cierta adaptación ecológica en general es un medio indispensable para aquella otra: si no se sobrevive, tampoco se puede conseguir la reproducción. Pero la conexión es solamente general: la selección natural no favorece el grado máximo de adaptación ecológica, sino el grado en que es óptimo para la adaptación reproductiva.

El atractivo que tiene la explicación funcional en las ciencias sociales se origina en el supuesto implícito de que todos los fenómenos sociales y psicológicos deben tener un significado, es decir, que debe haber algún sentido, alguna perspectiva en los que son beneficiosos para alguien o algo; y que además estos efectos benéficos son los que explican el fenómeno estudiado.

Pero, una explicación funcional solamente puede triunfar si el giro desde la consecuencia hasta el fenómeno que se explica puede ser la muestra de un mecanismo específico de realimentación en cada caso particular. En biología, la teoría de la evolución a través de la selección natural asegura la existencia de cierto mecanismo de realimentación, independientemente del hecho de que podamos demostrarlo en un caso dado. Pero no existe análogo de las ciencias sociales a la teoría de la evolución y, por eso, aquí en cada caso debe de señalarse obligatoriamente cómo funciona la realimentación (Elster, 1983).

La biología se basa en la idea de las consecuencias óptimas, mientras que algunas ciencias sociales en el concepto de consecuencias beneficiosas. La biología apela a la misma consecuencia en todos los casos, la adaptación reproductiva; mientras que en las ciencias sociales los beneficios explicatorios difieren de caso por caso. Así, pues, en estas últimas puede resultar difícil distinguir entre generalizaciones legales y accidentales. Pero, "… incluso una generalización con carácter de ley puede no explicar, debido a la posibilidad de que estemos en presencia de epifenómenos o de precedencias." (Elster, 1983, p 64).

La explicación intencional.

Para Elster, la explicación intencional es la característica que diferencia a las ciencias sociales de las ciencias naturales. Explicar la conducta intencionalmente es equivalente a demostrar que es conducta intencional, es decir, conducta realizada para lograr una meta. Explicamos una acción intencionalmente cuando podemos especificar el estado futuro que se pretendía crear. Evidentemente, no estamos explicando la acción en términos de un estado futuro: el explanandum no puede preceder al explanans y, el futuro estado deseado puede no producirse por una cantidad de razones. Algunas intenciones pueden ser intrínsecamente irrealizables y, no por ello dejarán de ser mencionadas en la explicación.

La explicación intencional esencialmente comprende una relación triádica entre acción, deseo y creencia. Un agente intencional elige una acción que cree será el medio para su meta. La explicación intencional incluye mostrar que el actor hizo lo que hizo por una razón. Pero explicar una acción intencional no queda limitado a enunciar el mecanismo que determina qué acción se llevará a cabo y por qué. Una acción humana concreta pertenece a un conjunto de oportunidades, el cual recoge las acciones coherentes con las restricciones físicas, económicas, legales, psicológicas. Las oportunidades son más básicas que los deseos en dos aspectos. Uno, son más fáciles de observar y, dos, suelen ser más fáciles de alterar (Elster, 1989).

Generalmente, se presenta intencionalidad y racionalidad de un modo paralelo. Sin embargo, caracterizar una creencia, una acción o un modelo de conducta como racional no debería hacerse salvo que se esté dispuesto a afirmar que la racionalidad explica que lo que se dice es racional. La manera habitual de definir conducta racional es apelando a algún concepto de optimización. Mas racionalidad y optimalidad no son sinónimos (Elster, 1983).

Pasaremos, ahora, a mostrar algunos aspectos de la racionalidad. Aquí, nos centraremos como Elster en la racionalidad individual, pero nos apartaremos de su exposición y también de aquella otra que es habitual, en los últimos tiempos, especialmente en los trabajos realizados por economistas. La razón se encuentra en la necesidad de dilucidar el concepto de racionalidad. Esta dilucidación nos llevara de uno de los elementos claves de la explicación intencional a la ciencia en general, pues nos permite, en parte, fundamentar los acuerdos alcanzados en el seno de la comunidad científica.

Explicación intencional, racionalidad y ciencia.

En ciertos contextos, se caracteriza como «razón» a las capacidades de reflexión y lenguaje; típicamente y, por consiguiente, «racional» se dice del poseedor de dichas capacidades, y a la maduración de las mismas, uso de razón. Otro sentido de racional se dice de determinadas creencias, decisiones, acciones y conductas de los humanos. Aquí la racionalidad presupone el uso de razón, condición necesaria pero no suficiente. En este sentido la racionalidad no es una facultad, sino un método, si bien su aplicación presupone ciertas facultades.

La racionalidad se predica de nuestras creencias y opiniones, así como de nuestras decisiones, acciones y conducta. Jesús Mosterín (1987) llama «racionalidad creencial» a la primera y, «racionalidad práctica» a la segunda. Nosotros mantendremos la misma denominación para la primera, pero a la segunda la reconoceremos como «racionalidad de la praxis». Lo común es comenzar exponiendo la primera de ellas, pero nosotros procederemos presentando en primer lugar la segunda, postulando aquellas condiciones o rasgos específicos para su reconocimiento.

Racionalidad de la praxis.

Una primera condición de la racionalidad en la praxis es tener conciencia de los fines o metas propias. Pero evidentemente no basta con el saber de lo que se quiere para comportarse racionalmente. Por ello, un segundo rasgo de esta racionalidad es el conocer, en la medida de lo posible, los medios necesarios para la obtención de los fines perseguidos. Este conocer en la medida de lo posible puede entenderse en el sentido de evitar toda ignorancia supina.

Pero, la conciencia de fines y la ciencia de medios no bastan para caracterizar este tipo de racionalidad. Además, se exige un factor esencialmente práctico que sólo se manifiesta en la acción. Por ello, otro rasgo es el poner en obra -al menos en la medida de lo posible- los medios necesarios para conseguir los fines perseguidos. Estos fines que perseguimos, con frecuencia, son de diferente orden. Existen, pues, fines intermedios y fines últimos o, cuanto menos, podemos hacer esta distinción.

Una cuarta condición o rasgo de esta racionalidad, es que en caso de conflicto entre fines de la misma línea y de distinto grado de proximidad, los fines posteriores han de ser preferidos a los anteriores. Pero respecto a los fines posteriores, debemos de evitar toda esquizofrenia. Así, la racionalidad de la praxis nos exige la compatibilidad de los fines últimos.

En definitiva, de todo ello, diremos que un individuo x es racional (en su praxis) si

  • 1. x tiene clara conciencia de sus fines,

  • 2. x conoce, en la medida de lo posible, los medios necesarios para conseguir esos fines,

  • 3. en la medida en que puede, x pone en obra los medios adecuados para conseguir los fines perseguidos,

  • 4. en caso de conflicto entre fines de la misma línea y de diverso grado de proximidad, x da preferencia a los fines posteriores, y

  • 5. Los fines últimos de x son compatibles entre sí.

"El agente racional es consciente de sus metas últimas y adopta una estrategia práctica conducente a alcanzar esas metas en la mayor medida posible. Precisamente la racionalidad [en la praxis], …, no es sino eso: un método, una estrategia para maximizar el conocimiento y la consecución de nuestros fines últimos." (Mosterín. 1987, pp 30-1).

Ahora bien, para actuar racionalmente en algún campo, precisamos ciertas creencias (racionales) sobre ese campo. En este sentido, la racionalidad de la praxis supone la racionalidad creencial. "Racionalizar un campo de conducta es aplicar la racionalidad a ese campo, y eso implica tanto el buscar y aceptar la mejor información relevante disponible como el articular nuestros fines respecto a ese campo y el poner en obra los medios más adecuados para conseguir esos fines." (Mosterín, 1987, p 32).

Además, la racionalidad de la praxis supone la creencial incluso en la determinación de los fines, y aún más obviamente en la elección de los medios más adecuados para la consecución de nuestras metas, pues es también en función de lo que creemos acerca del mundo que juzgamos de la adecuación de los medios. "La finalidad de obtener un sistema creencial lo más objetivo y verídico posible es una finalidad común a todos los agentes racionales. Y la racionalidad creencial no es sino la estrategia que conduce a esa racionalidad." (Mosterín, 1987, p 32).

La racionalidad creencial.

La creencia racional de una idea u opinión es un concepto que se distingue del saber veritativo de dicha idea u opinión. Saber veritativo se refiere a la determinación segura e indudable del valor veritativo de una idea. Para tener esta determinación acerca de cualquier idea (, precisamos:

  • 1. que creamos que (,

  • 2. que sea verdad que (

  • 3. que nuestra creencia de que ( esté adecuadamente justificada

Las dos primeras condiciones del saber son las mismas que definen el acertar. Es decir, cuando sabemos, siempre acertamos. Pero no a la inversa. Podemos acertar sin saber, podemos acertar por casualidad, por suerte o por azar. Es precisamente la tercera condición del saber la que excluye el acertar por casualidad, pues exige que para saber que ( nuestra creencia de que ( ha de estar adecuadamente justificada o, en otros palabras, nosotros hemos de estar justificados en creer que (. Sin embargo, el creer que ( y el que nuestra creencia de que ( esté justificada no bastan tampoco para que podamos decir que sabemos que (; para ello es además necesario que sea verdad que ( (con independencia del contenido que otorguemos al sustantivo verdad). "Y, puesto que la determinación segura e indudable del valor veritativo de una idea es con frecuencia imposible de llevar a la práctica, resulta que el concepto de saber es un concepto poco operativo y manejable. Un concepto relacionado con él, pero más operativo y manejable, puede ser precisamente el concepto de creencia racional." (Mosterín, 1987, pp 18-9).

Del concepto de creencia racional exigimos todo lo que hemos exigido del concepto de saber, excepto la verdad de la idea creída o sabida. Diremos, entonces, que "creemos racionalmente que ( si (1) creemos que ( y (2) estamos justificados en creer que (. Lo que no exigimos es que ( sea verdadera. Por tanto, nos será posible determinar si nuestra creencia de que ( es racional o no, aun sin saber si ( es verdadera o no, pues nos bastará con examinar nuestra creencia y la justificación que para ella poseemos." (Mosterín, 1987, p 19).

Ciertamente, la creencia racional es más operativa, pero menos segura. Ocupa, pues, una posición intermedia entre el mero creer u opinar, por un lado, y el saber, por otro. Respecto a éste, tiene la ventaja de su operatividad y la desventaja de su falibilidad; respecto a aquél, tiene la ventaja de su mayor probabilidad de acierto, pues permite rechazar muchas de las opiniones que se nos pudieran ocurrir sin suficiente justificación y al introducir un fin o meta respecto al cual organizar la dinámica de nuestras creencias: la meta de maximizar nuestro acierto. "Por ello podemos concebir el método en que consiste la racionalidad creencial como una estrategia de maximización de nuestros aciertos y minimización de nuestros errores a largo plazo." (Mosterín, 1987). Por muy racionales que seamos en nuestras creencias, siempre podremos equivocarnos y, de facto, siempre nos equivocaremos en algunas ocasiones. Pero la probabilidad de equivocarnos será menor si organizamos nuestras creencias conforme a una estrategia que tienda conscientemente a minimizar los errores que si no lo hacemos así.

Pero, ¿cuándo, cómo y por qué está justificada una creencia racional? Mosterin dirá que estamos justificados en creer que ( si ocurre que ( es deducible de otras ideas (, (, etc., que estamos justificados en creer. A este tipo de justificación podemos llamarla justificación derivada. Pero la justificación derivada no puede ser el único tipo de justificación, la cadena debe de comenzar en algún punto, a saber, en ideas para las que poseamos suficiente justificación no-derivada. ¿En qué casos diremos que poseemos suficiente justificación no-derivada de que (?

Las condiciones para una respuesta podrían ser:

  • 1. En el caso de que ( sea una idea analítica, esto es, una idea cuya verdad sólo dependa de la estructura gramatical y semántica del lenguaje en que está formulada.

  • 2. Estaría justificado creer que ( si podemos comprobar directa y personalmente que (. Pero esto sólo ocurre si ( es una idea singular que se refiere a algún hecho concreto directamente observable por nuestros sentidos en el momento presente. Mas aún así esto es problemático.

  • 3. Estaría justificado creer que (, si la creencia de que ( está vigente en la ciencia de nuestro tiempo. Esto es, si ( constituye una opinión generalmente compartida por la comunidad científica pertinente[21]

  • 4. Estaría justificado creer que ( si hay testimonios fiables de que (. Esto es problemático pues el concepto de «testimonio fiable» no es nada preciso.

Parece convincente creer que no es racional creer al mismo tiempo dos ideas contradictorias, sino que en ese caso lo racional sería dejar de creer la una o la otra, o incluso las dos. Pero parecería demasiado postular la consistencia de nuestro sistema de creencias como condición de racionalidad. Con frecuencia no está en nuestra mano determinar la consistencia o contradictoriedad de un conjunto potencialmente infinito de ideas como es el que constituyen las creencias racionales en nuestra definición. "Lo que podemos y debemos [de] exigir es nuestra disposición a purgar nuestro sistema creencial de contradicciones tan pronto como tengamos conciencia o noticia de ellas." (Mosterín, 1987, p 22).

A la hora de renunciar a una de dos creencias contradictorias no derivadas, normalmente consideramos racional mantener la creencia obtenida por uno de los primeros criterios antes señalados y renunciar a la obtenida por el criterio posterior. Así, tendremos máxima reluctancia a renunciar a la creencia de los enunciados analíticos y renunciaremos con la mayor facilidad a la creencia basada en testimonios fiables. No obstante, este ejercicio, en realidad, no es tan simple; pues, por ejemplo, ( puede estar basada en una comprobación directa pero oponerse a teorías científicamente establecidas o a múltiples testimonios fiables. No obstante, lo importante en este punto es la exigencia de rechazar de nuestro sistema de creencias toda contradicción de la que tengamos noticia.

En definitiva, hemos propuesto, con Mosterín, el siguiente concepto de racionalidad creencial: Un humán determinado x cree racionalmente que ( (donde ( es una idea cualquiera) si y sólo si (1) x cree que ( y (2) x está justificado en creer que (, es decir, ( es analítico, o x puede comprobar directamente que (, o ( es una opinión científica vigente en el tiempo de x, o hay testimonios fiables de que (, o ( es deducible a partir de otras ideas (1 … (n y x está justificado en creer que (1 … (n (esta cláusula convierte a esta definición en recursiva) y, además, (3) x no es consciente de que ( esté en contradicción con ninguna otra de sus creencias. Si un individuo cree de hecho en todas y sólo las ideas en que le resulta racional creer, o al menos está siempre dispuesto a modificar su sistema de creencias en tal sentido, diremos de él que es racional en sus creencias. Si cree más ideas que las que racionalmente puede creer, diremos que es un dogmático; si cree menos, un escéptico.

Ciencia, crítica y racionalidad creencial.

La ciencia juega un papel destacado en nuestro concepto de racionalidad creencial. Una de nuestras condiciones de la racionalidad creencial está formada por las afirmaciones de la ciencia de nuestro tiempo. Pero, podemos aplicar parte de lo que hemos dicho y considerar a la ciencia y su resultado como un corpus de creencias colectivas sometidas a un constante proceso de revisión, fruto de una estrategia racional de maximización de aciertos y minimización de errores.

Pero, este punto nos lleva a diferenciar dos tipos de racionalidad-creencial: la individual y la colectiva. Ambos están en estrecha relación e interdependencia, y el uno no sería posible sin el otro. Así, en el caso de la ciencia, es necesario que los científicos individualmente sean racionales en sus creencias referentes al objeto de su investigación[22]Y para que ellos sean racionales en los términos aquí expuestos es necesario que exista un corpus de ideas del cual puedan sacar una gran parte de sus ideas acerca del mundo de sus investigaciones. De este modo, prolongando un poco las cosas, podemos apreciar que los cambios en el desarrollo de la ciencia repercuten en el sistema creencial de los individuos (científicos) racionales, pero también los cambios en las creencias racionales de éstos repercuten en cambios en las creencias científicas, que están sometidas a constante revisión.

Pero, tanto para el hombre de la calle, individuo racional, como para el científico la disponibilidad a la constante revisión exige de un talante crítico. Este talante incita a considerar constantemente nuevas creencias posibles, a formularlas y aceptarlas provisionalmente como hipótesis y a someterlas a constante crítica. Sujeto siempre a la restricción de que nuestras ideas forman parte de los sistemas, de entramados articulados y, nuestro juego exige conservar todas la piezas salvo que tengamos sustitutos mejores[23]Pero, este talante crítico se aplica tanto a lo que efectivamente afirman como al lenguaje en que están formuladas.

En muchas ocasiones, nuestro ejercicio de la crítica se ejerce sobre un sistema de afirmaciones y, muy escasamente sobre el vocabulario en que ésas están construidas. Pero, como hemos visto en la primera parte de este trabajo y veremos en la tercera, los conceptos que empleamos no son neutrales. Un sistema determinado de conceptos es ya un determinado molde que se impone a la realidad. Es imposible hablar de la realidad sin imponerle algún molde; aunque, nada nos garantiza que el molde que utilicemos, y le imponemos, sea el más adecuado. Por consiguiente, este talante crítico no se ciñe o no debe de ceñirse a las afirmaciones, sino también a la adecuación del sistema de conceptos con cuya ayuda formulamos las afirmaciones.

Esto es así, en tanto fijemos como norma que la estrategia creencial que aplica la ciencia a nivel colectivo y el humán racional a nivel individual no persigue el mantenimiento de determinados sistemas de creencias, sino la obtención de una imagen del mundo y una información acerca del mundo lo más clara, exacta y certera posible. Y esta estrategia, ejercicio del método racional, está concebida de modo que las revisiones aporten mejoras. Pero esta estrategia, que hemos hecho norma, no únicamente supone nuestra disponibilidad a la revisión, sino ante todo nuestro interés en una constante revisión de nuestros puntos de vista. Esta norma hace del nuestro, el oficio de la argumentación fundamentada, y nos obliga a «dar razón de» nuestras afirmaciones y del lenguaje en que las formulamos. Es el nuestro un deber de ser crítico, antes que dogmáticos o frívolos intelectuales[24]

Ciertamente, a veces ocurre que somos a la vez racionales en algunas de nuestras creencias, doctrinarios en otras y frívolos en otras. Entonces cabe preguntar qué hace de nosotros, en tanto científicos, seres racionales en la esfera de nuestro trabajo investigador. Una respuesta simple es inmediata: nuestras normas colectivas. Pero, qué nos hace pensar que no son éstas normas dogmáticas. Apliquemos el método racional y digamos que en tanto nuestra normas son medios para un fin, éstas no serán dogmáticas en función de los fines y siempre que sean medios adecuados para tales fines. Veamos algunos aspectos de estas normas.

Normas y procedimientos[25]

Conviene advertir en principio que el tener que inventar constantemente nuevas pautas de conducta racional exige un constante y un gran esfuerzo intelectual, por ello lo que solemos hacer es adoptar reglas o pautas de comportamiento más generales que nos indiquen qué conviene hacer en una determinada situación. Muchas veces, lo que hacemos es acogernos a normas y reglas ya establecidas. Pero, lo importante, es que estas reglas han de ser siempre revisables, no válidas de una vez por todas.

La racionalidad práctica del individuo -como estrategia para maximizar la consecución de sus propios fines- pasa por la racionalización de la cultura, del sistema sociocultural en que vive. En este sentido, la racionalidad práctica muestra también su dependencia, además de la racionalidad creencial, de muchos otros sentidos del sistema sociocultural en que se desarrolla. Nuestros intereses, nuestros sistemas de fines, los medios, nuestra información acerca de los mismos, nuestra capacidad de ponerlos en marcha, dependen en cierto grado de las posibilidades que nuestro medio sociocultural ofrece, esto es, nuestro anterior conjunto de oportunidades.

Precisamos construir un sistema que contenga las condiciones de posibilidad del conocimiento teórico y práctico; un sistema lógico que contenga las condiciones de coherencia en que puede ser encuadrado racionalmente cualquier conocimiento[26]Este sistema tiene por misión señalar los distintos niveles lógicos del saber, la constelación de categorías necesaria para comprender cada uno de ellos, el método y criterios de «veración» adecuados, y las relaciones lógicas existentes entre los distintos niveles.

Nuestra tarea consiste en ofrecer la razón suficiente de un factum: el factum rationis de la Argumentación. La condición de posibilidad de tal hecho incluye implícitamente los siguiente supuestos:

  • 1. Que quienes argumentan hacen una opción por la «verdad».

  • 2. Que esta opción sólo resulta coherente si quienes optan por la «verdad» postulan prácticamente la existencia de una comunidad ideal de argumentación, en la que la comprensión entre interlocutores será total.

  • 3. Presupone una situación ideal del diálogo, expresión de una forma ideal de vida, en la que se excluye la desfiguración sistemática de la comunicación, se distribuyen simétricamente las oportunidades de elegir y realizar actos de habla y se garantice que los roles de diálogo sean intercambiables.

  • 4. La racionalidad de las decisiones, el no-dogmatismo de la argumentación se alcanza sólo procedimentalmente por medio de un diálogo que culmine en un consenso entre los afectados. Esto exige reconocer al sujeto afectado como interlocutor competente en una argumentación.

  • 5. De este postulado deriva un imperativo: promocionar la realización de la comunidad ideal de argumentación en la comunidad real.

Estos supuestos son necesarios para comprender que los hombres científicos se comprometen de hecho en una comunidad concreta de argumentación. Prestan coherencia a la acción, remiten a una razón práctica. Con todo, cabe advertir rápidamente que éste no es un fin al que se tienda naturalmente, que no sea elegible.

Fundamentación del discurso posible.

La cuestión estriba, no en que «fundamentar» consista en dejar una serie de normas «bien atadas», sino en el hecho de que el hombre siga siendo un ser racional. Frente a la imposición o a la propuesta de normas, frente a la invitación para seguir determinados ideales de conducta, los hombres -tanto más cuanto más críticos- preguntan «por qué». Y, la respuesta no puede consistir en un dogmático recurso de autoridad al «por que sí» o a sentimientos ambiguos, equívocamente interpretados. La respuesta tendrá que consistir en razones, tendrá que posibilitar la continuidad de la argumentación, la prosecución del diálogo.

Sin embargo, la legitimización racional no implica que la razón misma constituya el fundamento. Tal vez lo racional consista en no prescindir de factores sociales, económicos, institucionales. Pues, sólo una respuesta que apunte a éstos racionalmente, una respuesta racional en su forma, puede sentar las bases para continuar el diálogo entre seres dotados de razón dialogante. La posibilidad de una objetividad científica exenta de valoraciones, no sólo no excluye, sino que presupone la validez intersubjetiva de acuerdos que actúan, por así decir, como guía de la acción científica. Si pretendemos que los logros científicos valgan intersubjetivamente, tiene que ser posible que valgan intersubjetivamente las normas presupuestas en la comunidad -de diálogo- de científicos, no que valgan subjetivamente, en virtud de una decisión preracional. En este caso, la ciencia sería decisionista.

La fundamentación no viene referida aquí a la cuestión del origen de los conocimientos, sino a las condiciones de validez intersubjetiva de la argumentación. La fundamentación de argumentos no consiste en decidirse por principios indemostrables, a partir de los cuales el argumento es derivable, sino en descubrir aquellos presupuestos sin los que la argumentación es imposible. El único procedimiento para hallarlos es la autorreflexión.

En definitiva, en tanto científicos somos miembros de una comunidad -o comunidades- de diálogo, y como tales buena parte de nuestros quehaceres son actos de habla sometidos a condiciones de validez intersubjetiva. Y, hacer del consenso resultante del diálogo entre agentes lingüísticamente competentes la base del quehacer de la ciencia, lejos de todo decisionismo, nos permite acordar que no hay una concepción intemporal y universal de la ciencia o del método científico que pueda servir para fines ejemplificadores. De no ser así, podríamos caer (caeríamos/seríamos presa de) en un cierto dogmatismo. No es lícito defender o rechazar áreas de conocimiento porque no se ajusten a algún criterio prefabricado de cientificidad. Respecto a las formas en que las teorías pueden ser juzgadas, si "no hay una categoría general de «ciencia», ni tampoco un concepto de «verdad» que esté a la altura del proyecto de describir a la ciencia como una búsqueda de la verdad, toda área de conocimiento ha de ser juzgada por sus propios méritos, investigando sus fines y el grado en que es capaz de cumplirlos." (Chalmers, 1982, p 231).

Las teorías son aplicables al mundo, dentro y fuera de las situaciones experimentales. Las teorías hacen algo más que establecer correlaciones entre conjuntos de enunciados observacionales. Las teorías no describen entidades del mundo en la forma en que nuestras ideas propias del sentido común entienden o nuestro lenguaje común describe mesas o gatos y gatos encima de las mesas. Nuestras teorías pueden ser juzgadas como el grado en que abordan con éxito algún aspecto del mundo, pero no podemos juzgarlas desde el punto de vista como el grado en que describen el mundo tal como es realmente, simplemente porque no tenemos acceso al mundo independientemente de nuestras teorías de una forma que nos permita valorar la exactitud de tales descripciones. No podemos salir de las teorías, dejar de disponer de alguna teoría -completa o potencial-, para abordar el mundo y para juzgar nuestras propias teorías.

En este sentido, nuestra tarea no es la «verdad». Es la nuestra la tarea de abordar el mundo. En un sentido lato, el motivo de las teorías es intentar abordar algún aspecto del mundo. Un mundo construido de teorías y de representaciones que las mismas ponen a nuestra disposición. Se trata de construir lenguajes que nos permitan ampliar los ámbitos abordables del mundo; lenguajes teóricos y lenguajes observacionales. Como mejor se puede averiguar la aplicabilidad de una teoría es a la luz de una teoría ulterior que la explique a un nivel más profundo. "Por grande que sea el campo de nuestras teorías, y por profundamente que exploren la estructura del mundo, siempre quedará la posibilidad de desarrollarlas a un nivel más profundo, o en frentes nuevos o más amplios." (Chalmers, 1982, p 228).

La existencia de dicha posibilidad será mostrada a continuación para el caso de las ciencias económicas. Pero nuestra mayor intención y propósito es mostrar en la tercera parte de este trabajo que los distintos desarrollos del pensamiento económico, sus escuelas, forman distintos lenguajes con los cuales sus miembros analizan el mundo de investigación que les es propio. Cada lenguaje proporciona un conjunto de conceptos con los que interpretar el mundo y un mundo que investigar. Como justificaremos en el capítulo siguiente, esta situación debe considerarse como positiva. Pero también no debe sorprender que una disciplina, la economía, cuente con una pluralidad de lenguajes. Es, entre otras, consecuencia de nuestro tratamiento de las teorías como estructuras.

Una última consideración antes de pasar a la tercera parte de este trabajo. En coherencia con nuestro punto de vista, con nuestra argumentación precedente, debemos de decir explícitamente que analizar la realidad del pensamiento económico como una pluralidad de lenguajes es simplemente una de las alternativas posibles. Una alternativa que se ha tratado de fundamentar en la primera y segunda parte de este trabajo. En este sentido, en nuestra opinión, se trata de una alternativa correcta.

Los partidarios de la verificación y los falsacionistas podrán interpretar esta tercera parte como la aplicación (verificación o sometimiento a la falsación) del contenido de las partes anteriores. No obstante, es simplemente una posible interpretación que nosotros consideramos incorrecta.

PARTE TERCERA: LOS MARCOS CONCEPTUALES DE LA ECONOMÍA.

CAPÍTULO 5

Problemáticas y marcos conceptuales en economía

Introducción.

Para Claude Jessua (1991), el interés del estudio de la evolución de la ciencia económica radica en dos tipos de enseñanzas que pueden obtenerse. Una primera lección es una exigencia de modestia al comprobar, desde nuestros días, ciertos errores cometidos por grandes pensadores. Una segunda lección trata de un cierto sentimiento de relatividad histórica, los análisis responden a los problemas y acontecimientos económicos de la época en que vieron la luz, sin que ello reste riqueza a un lector actual.

También una tercera lección debe sacarse: la pluralidad de sistemas analíticos existentes. Los esfuerzos de los economistas -del pasado y actuales- han producido gran variedad de sistemas analíticos. Las diferencias entre éstos se deben en parte a la diversidad de situaciones institucionales a las que sus formuladores se referían. Y, en parte, también a la diversidad de fines para los que construyeron cada uno de los principales sistemas. "Una de las fuentes fundamentales de diferencia entre las principales familias de ideas en Economía se encuentra en los diferentes temas en torno a los cuales se organizaron originalmente y que a su vez moldearon las categorías usadas dentro de la estructura analítica." (Barber, 1967).

William J. Barber utiliza dos analogías para convencernos en este punto. Las construcciones teóricas ofrecidas por los economistas se caracterizan a menudo como «cajas de herramientas». Pero las herramientas contenidas en estas cajas conceptuales no están diseñadas según idénticas especificaciones. Por el contrario, su forma está influida por las dimensiones de la tarea que se espera que cumplan. Instrumentos que son útiles para tratar ciertos problemas, a menudo no están proporcionados al tamaño y naturaleza de otros.

También puede compararse el modo de operar de un economista teórico con un fotógrafo profesional. La función de ambos es producir imágenes de la realidad, pero ninguno puede describir la realidad en su total complejidad. Tampoco estarían desempeñando su oficio correctamente si lo hicieran. Su tarea es captar la cualidad esencial del tema propuesto y ofrecer así una visión que el observador casual podría de otro modo pasar por alto. En ambos casos, las imágenes transmitidas dependen tanto del observador como de su campo de observación. Lo que una cámara fotográfica recoge está determinado, por ejemplo, por la dirección en la que apunta el objetivo, por la distancia focal y por la apertura del diafragma, así como por el tipo de cámara y de objetivo. De manera similar, los sistemas analíticos en Economía afinan nuestras intuiciones sobre ciertos aspectos del mundo, pero enturbian otros que caen fuera de su foco central. Así pues, ningún sistema puede hacerlo todo. Su fuerza y su debilidad son las dos caras de la misma moneda.

Esta característica de las ideas económicas y de las construcciones teóricas en Economía justifican el realizar un repaso de la literatura. Si los economistas hubieran perseguido siempre idénticos objetivos, probablemente estaría justificado restringir la atención a sus más recientes hallazgos. Pero de hecho no ha sido así. En diferentes momentos los economistas han forjado sus instrumentos e ideas con finalidades completamente diferentes.

Cada bloque de ideas económicas fue organizada en torno a conjuntos diferentes de cuestiones. Las circunstancias que estimularon su formulación se han alterado considerablemente por obra de los acontecimientos subsiguientes. Sin embargo, muchas cuestiones centrales se han replanteado posteriormente, de modo que nos encontramos de nuevo ante los problemas teóricos y retos de política económica con que ellos se enfrentaron. Así, un recorrido por los marcos conceptuales de la economía nos proporciona un conocimiento de las posibilidades y limitaciones de las mismas, nos equipa para abordar mejor nuestra actual realidad.

Cada lenguaje, cada sistema de ideas proporciona una visión distinta, no siempre contradictoria entre sí, de la naturaleza del universo económico y de las maneras como los hombres pueden enfrentarse a él de la forma más adecuada y efectiva. Contar con tal conjunto de ideas o marco de referencia resulta imprescindible para acercarnos con garantías a los acontecimientos económicos, pues en caso contrario carecemos de criterios para hacer inteligible cuanto observamos, para aislar los acontecimientos importantes de aquellos que no lo son.

El desarrollo de cada una de las grandes construcciones teóricas ha ido generando una diversidad de categorías analíticas y de conceptos. Estas categorías presentan, dentro de cada bloque, una coherencia y una consistencia lógica que han dado lugar a conjuntos de teorías articuladas entre sí. Estas teorías cubren, con más o menos fortuna, la necesidad de ofrecer explicaciones de los acontecimientos y posibilitar las observaciones pertinentes de los mismos. En este sentido, puede entenderse la labor de los economistas como la de construcción de marcos conceptuales o lenguajes.

Retomando la existencia de una pluralidad de corrientes de pensamiento económico, en demasiadas ocasiones se las ha presentado como una historia de ganadores y perdedores, "la historia de nuestro pensamiento económico puede caracterizarse como una serie de «revoluciones»" (Jonhson, 1978), o de enemigos irreconciliables (Napoleoni, 1973). Ha sido y es ésta una interpretación negativa. "La lucha por la hegemonía en el recinto de la Ciencia, casi siempre seguida de resultados análogos en el campo de las decisiones económico-sociales, se ha planteado preferentemente de forma negativa, extremando las diferencias con otros grupos de economistas, sobre todo en los casos en que tales diferencias eran tan sólo de matiz o de énfasis. Las «escuelas» se han presentado como conquistadoras y depositarias de la verdad integral; como el logro magno de la lucha de la verdad contra el error; las sucesivas «escuelas» han contribuido a crear la sensación de que el pasado -en este caso el pasado concreto de la Ciencia Económica- no contiene más que una suma de errores, con la posible excepción de tales o cuales autores que reciben la honrosa distinción de precursores." (Estapé, 1964).

Nada más lejos de nuestra comprensión actual de la Ciencia Económica. En parte porque podemos decir que "en la ciencia económica como en otras disciplinas el progreso científico se alcanza menos por negación que por generalización o englobamientos sucesivos." (Jessua, 1991). La llamada por Keynes Economía clásica respecto a sus propias ideas (Keynes, 1936) y las de éste respecto a los neoclásicos (Rojo, 1984), son muestras de generalización en economía. Aunque, ciertamente no toda la evolución de las doctrinas económicas puede ser contada así. Pues no puede negarse que en ninguna parte exista un conflicto entre ideas de diferentes corrientes. Es más, en ocasiones, este conflicto se encuentra en el seno de una misma corriente; esto es: incoherencia o inconsistencia lógica (Robinson, 1978).

Pero, junto a esta visión, es también conveniente tener en cuenta dos aspectos. Uno que una corriente de ideas económicas es capaz de experimentar cambios significativos a lo largo del tiempo. Estos cambios pueden resultar de la incorporación de nuevos elementos no tenidos en cuenta con anterioridad. Un ejemplo, que no será tratado en esta revisión, sería la Economía del desarrollo y, más en particular, la Escuela de la Dependencia (Furtado, 1971; Seers, 1981). Pero, también estos cambios pueden proceder de cambios en supuestos básicos. Éste sería el caso de la actual situación de la Economía del crecimiento económico (Romer, 1986 y 1990).

Llegados a este extremo y antes de mencionar el segundo aspecto, conviene recordar que algunos desarrollos de la ciencia económica han tenido su origen en la extensión a otros campos de investigación distintos de los originarios. Estas extensiones unas veces han sido unidireccionales (por ejemplo los trabajos editados por Antoni Casahuga (1980) sobre la teoría económica de la democracia), otras bidireccionales (Hirschman, 1970 y 1981). Otro ejemplo sería la Economía ecológica (Passet, 1979; y, Georgescu-Roegen, 1971).

El segundo aspecto que queríamos mencionar se refiere al hecho de que muchos de los paradigmas económicos son el resultado de la confluencia de ideas procedentes de diferentes corrientes de pensamiento, económicas y no económicas. Ejemplos de ello serían la anteriormente mencionada Economía ecológica, la Economía postkeynesiana (Eichner, 1978), la Economía institucionalista (Piore, 1979; y Hodgson, 1988) o la Escuela francesa de la Regulación (Boyer, 1986). Esto evidencia, en parte, que los lenguajes económicos no son (siempre) inconmensurables.

Este aspecto, junto con lo que hasta el momento hemos visto, nos ha inclinado a realizar una revisión de ciertas ideas económicas que consideramos clave. No realizaremos, pues, una revisión a las diferentes corrientes de pensamiento económico que han existido o que existen en la actualidad, aunque en ocasiones nos acerquemos a este tipo de presentación. Este recorrido nos permitirá mostrar como se han ido construyendo los marcos conceptuales, los lenguajes de la economía.

Esta decisión tiene su origen en lo que hemos dicho en el último apartado de la parte referida a la metodología de la ciencia. Nos permite desarrollar cuanto nos proponemos con mayor comodidad. Sin embargo, este proceder no está exento de riesgos. Para superarlos parcialmente, dedicaremos un primer apartado a exponer algunos aspectos de cómo se explican los economistas. Esta exposición, incluso, nos libera en parte de la necesidad de exponer las posiciones metodológicas de cada una de las corrientes que trataremos en distintos momentos.

La formación de explicaciones en Economía.

Para Blaug (1980), la Economía es una ciencia peculiar, distinta por ejemplo a la física, porque se dedica al estudio del comportamiento humano y, por tanto, invoca como «causas de las cosas» a las razones y motivos que mueven a los agentes humanos; se diferencia igualmente de la sociología o la ciencia política, por ejemplo, porque, en cierta medida, logra proporcionar teorías deductivas rigurosas sobre las acciones humanas, cosa que prácticamente no ocurre en esas otras ciencias del comportamiento. En definitiva, las explicaciones del economista se caracterizan en su esencia por ser intencionales, aunque coexistan otras modalidades de explicación.

Respecto a los mecanismos de validación de las teorías, para Blaug, los grandes metodólogos británicos del siglo XIX eran verificacionistas, y no falsacionistas, y predicaban una metodología defensiva destinada a proteger a la joven ciencia frente a cualquier ataque. Los grandes economistas-metodólogos del siglo XIX centraron su atención sobre las premisas de las teorías económicas, y advirtieron insistentemente a sus lectores que la verificación de las predicciones económicas era, en el mejor de los casos, tarea harto azarosa. Se consideraba que las premisas habían de derivarse de la introspección o de la observación casual de lo que hacen nuestros semejantes, y que, en este sentido, aquéllas podían considerarse como verdades a priori, conocidas, por así decirlo, previamente a la experiencia. Un proceso puramente deductivo llevaba de las premisas a las implicaciones, pero dichas implicaciones serían ciertas a posteriori tan sólo en ausencia de causas perturbadoras. Por tanto, el objetivo de la verificación de las implicaciones consistía en determinar el campo de aplicación de las teorías económicas, y no en evaluar su validez.

John Stuart Mill, junto con todos los demás escritores de la tradición clásica, apelaba fundamentalmente a los supuestos para juzgar la validez de las teorías, mientras que los economistas modernos apelan básicamente a las predicciones. Esto no significa que los autores clásicos se desinteresasen de las predicciones; obviamente, estando como estaban implicados en la política, no podrían evitar el hacer predicciones. Más bien creían que, así como los supuestos verdaderos han de generar conclusiones verdaderas, los supuestos supersimplificados, como los del homo oeconomicus, los rendimientos decrecientes para un estado invariable de la tecnología, una oferta de trabajo infinitamente elástica para una tasa salarial determinada, etc., han de llevar necesariamente a predicciones supersimplificadas, que nunca se adecuarán exactamente al curso real de los acontecimientos, aun cuando hagamos serios esfuerzos para tener en cuenta las causas perturbadoras relevantes.

John Elliot Cairnes, discípulo de Mill, se muestra mucho más dogmático al negar que las teorías económicas puedan ser refutadas por simple comparación de sus implicaciones con los hechos. Para Cairnes, las leyes económicas pueden ser refutadas únicamente si se demuestra, o bien que los principios y condiciones supuestas no existen, o bien si las tendencias que la ley deduce no se siguen como consecuencia necesaria de los supuestos de la misma. En resumen, demuéstrese que los supuestos son poco realistas, o bien que existen inconsistencias lógicas, pero no se tome nunca la refutación de las predicciones como causa del abandono de una teoría económica, especialmente porque en Economía sólo es posible deducir predicciones cualitativas.

Terence Hutchison estableció en su obra The Significance and Basic Postulates of Economic Theory (1938) el criterio fundamental de que las proposiciones económicas que aspirasen al estatus de «científicas» deberían ser susceptibles, al menos en teoría, de contrastación empírica interpersonal. Así, la principal prescripción metodológica de Hutchison es que la investigación científica en Economía debería dedicarse únicamente a las proposiciones empíricamente contrastables. Pero, como nos dice Blaug, omite clarificar si esta exigencia se refiere a los supuestos o a las predicciones de la teoría económica o a ambos.

Quien sí parece romper esta omisión es Milton Friedman con su "Ensayo sobre Metodología de la Economía Positiva":

"Consideradas como un cuerpo de hipótesis sustantivas, las teorías han de ser juzgadas por su poder predictivo respecto del tipo de fenómenos que intentan «explicar». Sólo la evidencia fáctica puede demostrar si aquéllas son «correctas» o «falsas», o mejor aún, si deben ser provisionalmente «aceptadas» como válidas o «rechazadas». …, la única prueba relevante de la validez de una hipótesis es la comparación de sus predicciones con la experiencia. La hipótesis será rechazada si la experiencia las contradice («frecuentemente», o con mayor frecuencia que las predicciones de otras hipótesis alternativas); y será aceptada si sus predicciones no quedan contradichas; si una teoría ha sobrevivido a una gran cantidad de oportunidades de ser contradicha, tendremos una gran confianza en ella. La evidencia fáctica nunca puede «probar» una hipótesis; sólo puede no-desaprobarla, que es lo que generalmente queremos decir cuando decimos, de forma algo inexacta, que una hipótesis ha sido «confirmada» por la experiencia." (Friedman, 1953, pp 8-9; subrayado mío).

Así, para Friedman la idea según la cual la conformidad de los supuestos de una teoría con la realidad proporciona un medio de contrastación de la misma es fundamentalmente errónea.

Los críticos de Friedman argumentan que: a) las predicciones fiables no son la única prueba relevante a la hora de evaluar la validez de una teoría y, si lo fuesen, sería imposible distinguir entre las correlaciones genuinas y las espúreas; b) la evidencia directa respecto de los supuestos no es necesariamente más difícil de obtener que los datos referentes al comportamiento de los mercados que son necesarios para contrastar las predicciones, o mejor, que los resultados que obtenemos al examinar los supuestos no son más ambiguos que los que se obtienen al contrastar las predicciones; c) los intentos de contrastar los supuestos pueden proporcionar importantes intuiciones que serán de ayuda a la hora de interpretar los resultados de las contrastaciones de las predicciones; d) si a lo único que podemos aspirar es a la contrastación de las implicaciones de teorías basadas en supuestos que claramente se contradicen con los hechos, deberíamos exigir contrastaciones realmente severas de dichas teorías.

Por su parte, el eslabón más débil de la argumentación de Friedman es su compromiso con la metodología del instrumentalismo, "La ciencia, puede responderse, debería pretender algo más que la simple obtención de predicciones fiables." (Blaug, 1980).

En definitiva, con esta posición y otras similares mantenidas por otros autores, lo que realmente se hace es adoptar una metodología defensiva, cuyo principal objetivo parece consistir en proteger a la Economía de las crecientes críticas dirigidas, ahora, contra el irrealismo de sus supuestos, por un lado, y contra las estridentes exigencias de predicciones severamente contrastadas, por otro (Blaug, 1980).

Los economistas que pertenecen a la corriente principal del pensamiento neoclásico predican la importancia de someter las teorías a la contrastación empírica, pero raramente mantienen en la práctica sus normas metodológicas declaradas. La elegancia analítica, la economía de medios teóricos y la mayor ampliación posible de aplicabilidad conseguida por medio de simplificaciones cada vez más heroicas han merecido con frecuencia una mayor prioridad que la capacidad predictiva y la significación respecto a cuestiones de política. Es un falsacionismo inocuo el rasgo de la filosofía de la ciencia imperante en la Economía moderna.

Junto a este aspecto, hay que tener en cuenta que parece ser que estamos entrando en una era en la que los programas de investigación en competencia, lejos de ser escasos, abundarán incluso demasiado.

Breves notas sobre la evolución de la metodología en Economía.

"…, una seria investigación sobre la relevancia y significación de nuestros métodos para entender y resolver problemas económicos y sociales quedaría incompleta (y con frecuencia carecería de valor) si se olvidaran por completo sus contextos históricos y filosóficos" (Katouzian, 1980).

Al tenerlo en cuenta, podemos extraer las siguientes consideraciones:

Los mercantilistas generalmente abordaban sus problemas por medio de discusiones fragmentarias y parciales basadas en observaciones casuales, aun cuando ello no significa que generalizaran a partir de hechos «observados». Adam Smith se limitó a enfrentarse a un conflicto entre hecho y teoría y lo dejó así, sin suprimir ninguno de ellos. La contribución de Ricardo fue la más importante en la revolución del método económico, en el sentido de que desarrolló el método de análisis puramente especulativo. El método de Marx era una combinación de teoría y hechos, de lógica e historia. No era ni un especulador puro ni un puro empirista. El marginalismo, en todo caso, tendió a favorecer el método ricardiano de la especulación puramente lógica. Esto fue más pronunciado en la tradición walrasiana, y menos en el enfoque marshalliano (Katouzian, 1980).

Los economistas neoclásicos se opusieron a la crítica metodológica de la escuela histórica. Se mantuvieron firmes en su propio enfoque deductivo y a priori y -aun haciendo algunas alabanzas de la utilidad del conocimiento fáctico e histórico en el curso del debate– en la práctica no realizaron ni el más mínimo cambio en su metodología básica.

Las teorías científicas son abstractas y generales y precisamente a causa de que las teorías son abstractas y generales, no deben poder tener una aplicación universal. La abstracción permite a una teoría especificar las condiciones en que resulta válida -o, lo que es lo mismo, excluye todas aquellas situaciones, mucho más numerosas, en las que no se puede aplicar. Sin embargo, la teoría resultante es general en el sentido de que explica todos los fenómenos relevantes bajo las circunstancias que se corresponden con esas condiciones específicas (Katouzian, 1980).

CAPÍTULO 6

Crecimiento, acumulación y tendencias profundas: la economía política

Introducción.

A diferencia de la Humanidad, en la Economía existe un período preadamita. Sin embargo, las cuestiones planteadas por el enfoque clásico de la mano de Adam Smith, y la manera de enfocarlas pertenecen a una concepción claramente «moderna». Con él, y también algunos de sus contemporáneos, se inicia una tradición basada en una interpretación analítica de la totalidad del proceso económico.

La perspectiva clásica proporcionó una nueva orientación a la discusión económica, aunque en parte, esta visión puede entenderse e interpretarse como una extensión de las investigaciones iniciadas por sus inmediatos predecesores (mercantilistas y fisiócratas). Los economistas clásicos continuaron con algunos de los problemas, como por ejemplo la importancia del excedente económico, pero le dieron otra interpretación. Muchos de los sistemas de ideas económicas y conceptos que se pueden encontrar en la actualidad beben en algún sentido de la tradición clásica o de sus ramificaciones. Por estas razones iniciamos nuestro análisis de los lenguajes económicos con el enfoque clásico. Enfoque que encuentra sus fundamentos conceptuales en los trabajos de A. Smith, D. Ricardo, J.S. Mill y K. Marx.

Adam Smith.

En opinión de Napoleoni (1973), cuando la tradición designa a Adam Smith como el padre de los economistas, recoge una indudable verdad: de Smith parten todas las líneas de la búsqueda sucesiva; lo que realmente interesa de este pensador es el haber orientado casi todos los problemas que debían ser objeto de reflexión sucesiva y, sobre todo, de haber acercado de modo impresionante la plena comprensión de la propia naturaleza de la nueva económica. Todo ello, a pesar de que, para este autor, si se reflexiona sobre el pensamiento smithiano en su conjunto, no es fácil sustraerse a la impresión de que, en sustancia, ningún problema ha sido resuelto por él de modo satisfactorio.

Adam Smith escribió en los albores de la Revolución industrial, vivió en medio de esa etapa de empresa capitalista que se ha conocido con el nombre de «sistema doméstico». En las ciudades y villas del continente europeo persistía aún el sistema de gremios y la agricultura conservaba la supremacía sobre el resto de las ocupaciones. Sin embargo, en Gran Bretaña, el desarrollo industrial y comercial había progresado considerablemente. Para Fergunson (1938), el fenómeno más destacado en la industria fue que el artesano, en general, había dejado de ser mercader y se convirtió tan sólo en productor. El trabajador, también en términos generales, ya no era un manufacturero independiente que trabajaba de modo directo para el consumidor, sino simplemente era un trabajador que ejecutaba encargos para una clase que acababa de aparecer, que le proporcionaba los materiales para trabajar y en ocasiones también el local y la maquinaria. Los artesanos estaban degenerando en lo que acabarían siendo, meros asalariados, y la dirección y control de la industria pasaba en forma definitiva a manos de los patrones capitalistas, diferenciados tanto de los empleados como de los terratenientes.

A. Smith, profesor de Filosofía Moral en el Colegio de Glasgow, impartía un curso que se dividía en cuatro partes. La primera trataba de la teología natural, la segunda de la ética, la tercera de la justicia y la cuarta de lo que llegó a conocerse como Economía Política. Su primera publicación, La teoría de los sentimientos morales, representa la segunda parte de este curso; mientras que la Investigación de la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones es, en gran medida, una elaboración de sus clases sobre cuestiones de Economía Política.

Los dos primeros libros de la Riqueza de las Naciones tratan de las fuentes y condiciones para el crecimiento económico. En el tercer libro analiza las diversas políticas económicas que se han utilizado en las distintas naciones para favorecer el crecimiento económico. En el libro cuarto trata de explicar los diferentes sistemas, así como sus efectos. El quinto libro trata de los ingresos y gastos del Estado, de las rentas del Soberano.

Hemos dicho que A. Smith vivió y escribió en un momento histórico de grandes cambios económicos. Estos cambios se encuentran especialmente en las primeras partes de la Riqueza de las naciones. Eran, en esencia, cambios en la organización de la producción que describió en su fábrica de alfileres. Con este ejemplo, Smith puso de manifiesto la esencia del (nuevo) sistema económico y el origen de la riqueza de las naciones o, en su versión más actual, del crecimiento económico. Todo ello, a pesar de que, en opinión de Barber (1967), fuese incapaz de apreciar en toda su dimensión el ritmo al que se estaba realizando el cambio tecnológico en su propia época, y que escribiese más sobre las fábricas de alfileres que sobre la fabricación de acero.

Smith y el crecimiento económico.

"Los mayores adelantamientos en las facultades o principios productivos del trabajo, y la destreza, pericia y acierto con que éste se aplica y dirige en la sociedad, no parecen efectos de otra causa que de la división del trabajo mismo." (Smith, 1775). "Esta división del trabajo se entenderá más fácilmente considerando el modo con que interviene en ciertas manufacturas particulares. Especialmente en aquellas grandes manufacturas destinadas a proveer a una demanda relativamente significativa y que emplea un número tan grande de operarios". Smith pone como ejemplo la fábrica de alfileres:

"… en el estado en que hoy día se halla este oficio no sólo es un artefacto particular la obra entera o total de un alfiler, sino que incluye cierto número de ramos, de los cuales cada uno constituye un oficio distinto y peculiar. Uno tira el metal o alambre, otro lo endereza, otro lo corta, el cuarto lo afila, el quinto lo prepara para ponerle la cabeza; y el formar ésta requiere dos o tres distintas operaciones; el colocarla es otra operación particular; es distinto oficio el blanquear todo el alfiler; y muy diferente, también, el de colocarlos ordenadamente en los papeles. Con que el importante negocio de hacer un alfiler viene a dividirse en dieciocho o más operaciones distintas, las cuales en unas ocasiones se forjan por distintas manos y en otras una mano sola forma tres o cuatro diferentes. …, estas … personas podrían hacer cada día más de cuarenta y ocho mil alfileres, … Pero si éstos hubieran trabajado separada e independientemente, …, ninguno ciertamente hubiera podido llegar a fabricar veinte alfileres al día, y acaso ni aún uno solo, …"

Para Smith, en todas las demás manufacturas y artefactos, los efectos de la división del trabajo son muy semejantes a los de este oficio frívolo, aunque en muchas de ellas ni éste puede admitir tantas subdivisiones ni reducirse a una sencillez tan exacta de operaciones. La agricultura por su naturaleza no admite tantas subdivisiones del trabajo, ni hay entre sus operaciones una separación tan completa como entre las manufacturas.

"Este considerable aumento que un mismo número de manos puede producir en la cantidad de la Obra en consecuencia de la división del trabajo nace de tres circunstancias diferentes: de la mayor destreza de cada operario particular, del ahorro de aquel tiempo que comúnmente se pierde en pasar de una operación a otra de distinta especie y, por último, de la invención de un número grande de máquinas que facilitan y abrevian el trabajo, habilitando a un hombre para hacer la labor de muchos". (Smith, 1775).

El adelantamiento en destreza hace que aumente la cantidad de producto que es capaz de producir un operario, y la división del trabajo, al reducir la labor a una operación sola y simple, y realizar esa misma labor a diario, aumenta considerablemente su destreza. En cuanto a lo segundo, la ventaja que se saca de aprovechar aquel tiempo que se pierde al pasar de una especie de labor a otra, es mucho más importante de lo que a primera vista puede pensarse y tiene como consecuencia reducir de un modo significativo el tiempo necesario para producir producto. En cuanto a lo tercero y último, "¿quién habrá que no conozca lo mucho que facilita y abrevia el trabajo la aplicación y la maquinaria propia?" Para Smith la invención de las máquinas se debe y se ve facilitada por la misma división del trabajo. "Una gran parte de las máquinas empleadas en aquellas manufacturas en que se halla muy subdividido el trabajo fueron en su origen inventos de algún artesano, que embebido siempre en una simple operación hizo conspirar todas sus ideas en busca del método y medio más fácil de hacerla y perfeccionarla."

Esto no implica que todos los avances de la maquinaria fuesen inventados por los mismos que las usaron. También intervinieron los que se dedican a la fabricación de maquinaria.

Smith reconoce tres orígenes distintos en la mejora de la maquinaria: en el propio puesto de trabajo y por el propio trabajador; por el fabricante de maquinaria; y por los científicos y técnicos en los laboratorios.

"Esta división del trabajo, que tantas ventajas trae a la sociedad, no es en su origen efecto de una premeditación humana que prevea y se proponga, como fin intencional, aquella general opulencia que la división dicha ocasiona: es como una consecuencia necesaria, aunque lenta y gradual, de cierta propensión genial del hombre que tiene por objeto una utilidad menos extensiva. La propensión es de negociar, cambiar o permutar una cosa por otra."

"Como la mayor parte de los buenos oficios que de otros recibimos, y de que necesitamos, los obtenemos por contrato o por compra, esta misma disposición permutativa es la causa original de la división del trabajo."

"No es tan grande, …, la diferencia de los talentos naturales de los hombres, …, cuando llegan a alcanzar un grado de perfección, las más de las veces es efecto y no causa de la división del trabajo."

"Como el poder permutativo, o la facultad de cambiar una cosa por otra, es lo que motiva la división del trabajo, lo extensivo de esta división no puede menos de regularse y ceñirse por la extensión de aquella facultad o, en otros términos, según lo extenso que sea el mercado público" (Smith, 1775) [27]

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