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La leyenda del buen maestro




Enviado por Rosalía Rouco Leal




    La leyenda del buen maestro – Monografias.com

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    El viejo telegrafista de correos de aquel pueblo olvidado en las llanuras del Camagüey, que hacia además las veces de cartero, empleado de correos, mozo de limpieza y por supuesto jefe de la pequeña oficina, recibió con sorpresa un telegrama del Ministerio de Educación desde la capital del país, donde informaban que el lunes de la siguiente semana la Junta o Dirección Municipal de Educación recibiría la visita de un inspector de esa entidad para supervisar las escuelas de la zona.

    La sorpresa del empleado no era para menos y estaba motivada por el hecho de que no recordaba un acontecimiento de esta naturaleza en los muchos años que llevaba trabajando en el correo, pues aquel pueblucho olvidado en las vastas llanuras de la zona centro-oriental del país al que solo de "municipio" le quedaba el nombre, no recibía ni siquiera las visitas de los inspectores provinciales, que no estaban dispuestos a atravesar llanuras y largos terraplenes o realizar un viaje sin fin por el ferrocarril para llegar a aquello que se daba en llamar pueblo.

    Como buen empleado de correos del tiempo de antes, trató de cumplir con su función de la mejor forma posible, pero se encontró con numerosos obstáculos. Como era viernes pasado el mediodía la oficina de educación ya estaba cerrada, por lo que se dirigió a la casa del encargado de la entidad, que hacia también las veces de director y maestro de la minúscula escuela secundaria del lugar, pero no encontró a nadie. El susodicho funcionario se encontraba de visita en casa de una docente de buenas piernas, anchas caderas, andar contoneado y bonita cara que laboraba con él en la junta en funciones algo más que sospechosas, pero seguramente no de la rama educacional, sino de otros artes ocultos y escondidos para las curiosas e indiscretas miradas ajenas.

    Le siguió el turno a la casa del Alcalde, dueño de la ferretería, la pequeña planta eléctrica y varias fincas de vastas extensiones de tierra, donde la empleada doméstica le dijo que éste se había ido a cazar venados con algunos hacendados del lugar y que probablemente no regresaría hasta el domingo muy tarde en la noche.

    Al no contar con más alternativas, al menos de acuerdo con lo que pensó su cansada y maltratada cabeza cubierta en canas, no le quedó más remedio a nuestro honesto y trabajador empleado de correos que dejar el telegrama bajo la puerta en la oficina de la Junta de Educación Municipal, que no abrió sus puertas hasta pasadas las 9 de la mañana del lunes siguiente en que fue encontrado por la primera empleada que abrió el local, claro está, la de limpieza, y colocado sobre la mesa de trabajo atestada de papeles del director, no porque este tuviese mucho trabajo y no pudiese revisarlos, sino porque se acumulaban por meses sin que su holgazanería habitual les diera por abrirlos y meses o años después se tirarían apenas sin leer o responder a cualquier imperativo.

    El susodicho Director se dio cuenta del telegrama pasadas las 11 y por casualidad, al buscar una nota de compromiso de su entrañable colaboradora, esto fue una hora después de que un anciano cadavérico de ojos hundidos, tal vez por la lectura de miles de libros en sus más de 70 años, se hubiese personado en el local con las credenciales correspondientes a Evaristo Pontezuela y de la Fuente, Inspector de Educación desde hacía más de treinta años, y que tal vez por su edad o no se sabe que artimaña, el tren expreso había hecho una parada de cortesía, frente a la pequeña, despintada y carcomida casucha del ferrocarril donde no paraban ni siquiera los trenes de mercancías.

    Después de los apuros correspondientes del funcionario municipal, con un fin de semana de mucho ajetreo debajo de las sábanas, atendió con premura al Inspector que llevaba algún tiempo esperando a la entrada del local pues pensaron que podría ser cualquier persona sin importancia con ánimos de molestar.

    El alto funcionario obvio las disculpas y explicaciones sinsentido del Director y pasó directamente al grano: quería visitar sólo una escuela, la más pequeña y alejada de la ciudad. No faltaron evasivas para que escogiera otra, pues la única que reunía las características planteadas por el visitante era una envuelta en la leyenda de un buen maestro, un insigne personaje del que se contaban todas las virtudes del mundo y que había pasado por esos contornos medio siglo atrás.

    La escuela en esos momentos se encontraba más o menos en las mismas condiciones que como la encontró el maestro de la leyenda, pero con todos los años esos de más. De ella no se trataba nunca en las reuniones de la junta de educación, no contaba con presupuesto alguno y era sufragada con el sudor, el esfuerzo y el sacrificio de los campesinos de los alrededores que hacían honor al apostolado del susodicho personaje histórico conocido como el "Buenmaestro" de acuerdo con la leyenda.

    Para aquella aula o escuelita no se destinaba presupuesto alguno, ni siquiera salario para el maestro que se repartía entre los camajanes de la junta y del ayuntamiento, por lo que era atendida por un joven campesino de poca instrucción, pero de gran dedicación, que lograba milagros, pues sus alumnos estaban a la altura de los más instruidos del pueblo, como se comprobaba por los resultados académicos de éstos, en pruebas dictadas y realizadas por las autoridades municipales y foráneas, incluyendo las contadas veces en años que algún funcionario provincial se dignaba visitar aquella para él intrincada y alejada zona de civilización

    El Director de la Junta Municipal realizó todos los malabares posibles para evitar la visita del Inspector a la pequeña y maltrecha escuela, pero éste siguió terco en su decisión y amenazó con telefonear a la Habana si no se cumplían sus requerimientos. Sin otra alternativa, aquel funcionario corrupto hasta un poco más allá de la médula, no le quedó más remedio que acompañar al Inspector, que se movía con extrema dificultad, pero que realizó los dos kilómetros que los separaban del pueblo andando y sin pedir orientación ni equivocarse siquiera, como si el lugar no le fuera ajeno.

    Llegaron pasado el mediodía a un barracón de tablas de palma y techo de guano llenos ambos de rendijas por todas partes, por lo que era de imaginar que al más mínimo chubasco era necesario cerrar puertas, poner palanganas o cubos viejos para las goteras y suspender las actividades. Allí se encontraron a los alumnos reunidos alrededor de un joven campesino con rostro y ademanes un tanto toscos y torpes, que enseñaba letras y números a poco más de una docena de niños de campo ataviados con vestimentas rudimentarias y deterioradas por el tiempo y el uso, escribiendo en duro y resistente papel amarillo del que se empleaba para envolver alimentos en los comercios de víveres, que seguramente había sido donado o vendido a precio mínimo por algún comerciante local.

    El local más que pizarra contaba con pencas de yagua perfectamente unidas y pegadas a la pared y pintadas de verde, que de buena o mala gana aceptaba las tizas o pedazos de yeso, cuando los recursos escaseaban, lo que era frecuente. No había luz eléctrica y en una esquina había un farol que después se supo se empleaba para alfabetizar a algunos hombres y mujeres adultos cuando terminaba la zafra y el trabajo escaseaba.

    Sin embargo, para sorpresa de todos, a las preguntas comprobatorias sobre las disciplinas escolares realizadas por el Inspector, los niños contestaron acertada y disciplinadamente mostrando una adecuada educación, como si llevaran meses preparándose para una inspección.

    Luego, el alto funcionario se sentó con el improvisado maestro sobre uno de los rústicos bancos de madera de palma elaborados por los propios campesinos a golpe de hacha y machete y pidió que le explicara el porque de aquel "milagro educacional".

    El joven con cierta timidez, pues nunca había recibido ninguna visita en la escuela pese a llevar ya algunos años trabajando, con tono respetuoso explicó:

    –Esto, me parece a mí, que se debe a la tradición educativa de la zona desde los tiempos del Buenmaestro v cuya leyenda es conocida por todos los que viven en este entorno y de seguro también en el pueblo.

    –Y quien era el Buenmaestro y como es esa historia o leyenda –inquirió el viejo inspector.

    El Director de la Junta Municipal hizo un ademán como para responder, pero el Inspector lo impidió,

    –Deje, deje que hable el joven, al fin y al cabo esta es su escuela.

    Entonces el joven vestido con ropa rústica como la de campo, miró por respeto hacia el Director Municipal que no le quedó más remedio que asentir con la cabeza y comenzó a hablar.

    –En esencia, se cuenta, sobre todo por los más viejos, aunque deben quedar pocos vivos de los que presenciaron los acontecimientos, que un día hace muchísimos años llegó al pueblo para hacerse cargo de esta escuela un joven recién graduado de la escuela normal, que fue recibido con honores por las autoridades del municipio, en aquellos tiempos un pueblo próspero y con mucha actividad. También participó en la despedida que le hicieron a su antecesor con banda municipal incluida y con recomendaciones para todas las autoridades provinciales por su buen trabajo.

    "El nuevo maestro, sin embargo, observó que en la despedida no había ningún campesino, ni alumnos de la escuela, solo miembros relevantes de las llamadas clases vivas del pueblo, por lo que preguntó por esto a las autoridades locales que le contestaron con evasivas o que en esencia había personas que no les interesaba mucho la educación y que los campesinos y trabajadores seguramente se encontraban laborando en esos momentos y las mujeres atareadas con las labores del hogar".

    "Después, el maestro fue alojado en una especie de hotel fonda del pueblo y con crédito en todos los comercios de la localidad y tuvo que participar los días posteriores en muchas y variadas actividades sociales, festivas y llenas de distracción en una localidad donde al parecer el dinero no faltaba. Comenzó al fin a dar clases tan pronto pudo quitarse de encima a las autoridades locales que le tenían preparado aun más actividades de bienvenida, a la mayoría de las cuales puso excusas para no asistir".

    "Muy pronto el joven educador se percató de la triste realidad de la zona por las caras sucias y hambrientas de aquellos niños de cuerpos endebles y desnutridos en los cuales resultaba imposible predecir la edad pues todos tenían más de la que le pronosticaban. Prácticamente ninguno sabía leer ni escribir y también poco de números y de ciencia, salvo la que la naturaleza le brindaba en sus quehaceres por el campo. La mayoría realizaba otras labores antes o después de salir de clases, por lo que el atraso escolar se palpaba a simple vista. De manera especial se fijó en un pequeño niño callado sentado al final del aula, que apenas pronunciaba palabras, no sabía ni coger el mocho de lápiz y que decir de su ortografía, caligrafía o gramática."

    "Preocupado por aquel niño lo siguió un día al finalizar las clases y al llegar a su casa, algo distante de la escuela, se encontró con un espectáculo sumamente triste. Allí, tirada sobre un sucio camastro desprovisto de sabanas, se encontraba una mujer tísica y delgada hasta los huesos mal alimentando con sus pechos vacíos a una niña tan flaca y desnutrida como ella. En aquel recinto lo único que había para alimentarse ese día eran unos boniatos (batatas) hervidos en un caldero con varias capaz de tizne sobre un improvisado fogón de piedras cuyo fuego era alimentado por leña, que desprendía un humo blanco grisáceo que irritaba y cegaba los ojos los ojos."

    "Se mantuvo triste, pensativo y callado, no preguntó nada y se marchó, pero en breve supo que el padre del niño, sin empleo fijo vagaba constantemente por las colonias de caña de la zona realizando míseros y mal pagados trabajos cuando tenía la suerte de encontrar alguno, con lo que apenas obtenía lo justo para que su familia no acabara de morirse de hambre, por lo que no podía adquirir medicamentos y mucho menos pagar a un médico para curar la enfermedad de su mujer. Aquel pobre niño era el que en ausencia de su padre se ocupaba de alimentar como podía a su madre, la pequeña niña de pocos meses y un par de hermanos pequeños."

    "En poco tiempo comprobó que situaciones más o menos semejantes se repetían en las demás casas de sus alumnos por lo que tan pronto recibió el primer sueldo, más que pagar la fonda y el hospedaje, lo dedicó al tratamiento de aquella pobre mujer enferma y a mejorar la situación de esta familia, luego la de otras sin destinar para sí ni un solo céntimo, de manera que en poco tiempo no se diferenciaba físicamente de un campesino más pues al terminar sus clases se incorporaba a laborar la tierra con sus alumnos más necesitados".

    "Como era de esperar, en breve lo expulsaron sin contemplaciones del susodicho hotel fonda donde se alojaba cómodamente y se quedó a mal dormir en la escuela en una pequeña división que le ayudaron a construir los humildes campesinos. Tuvo entonces como lecho una hamaca hecha de sacos, de los que se empleaban para envasar el azúcar crudo, y sostenida por una soga de guano a dos horcones de madera. Comenzó a comer en las propias casas de los alumnos sus míseros alimentos, hoy en una, mañana en otra y así no quedó alguna por la cual no pasara. Dedicó su salario mes tras mes para resolver los problemas más acuciantes de la comunidad bajo la severa mirada crítica de las autoridades locales que no compartían aquellas muestras de sacrificio pues hacía tiempo que se habían olvidado de la misericordia y hasta del mismo Jesucristo".

    "Pronto los campesinos comenzaron a pensar y a tomar el lugar que justamente les debía corresponder en la sociedad, y aunque sin llegar a integrarse en una organización clasista, sí les fue más difícil a los terratenientes explotarlos en la forma sobrehumana como lo hacían antes.

    "Se logró que las familias mejoraran sus finanzas absteniéndose del consumo de alcohol, las peleas de gallos, entre otras, y aprovechando los recursos de la tierra con técnicas rudimentarias, pero eficaces de conservación y procesamiento de los productos del agro muchas veces de forma cooperativa y colectivista."

    "Inició labores de alfabetización con los adultos y en poco tiempo la mayor parte sabía leer y escribir, firmar y las operaciones aritméticas básicas, de manera que la escuela se convirtió en centro de atención y análisis de la mayor parte de los problemas de los campesinos de la zona, e incluso, algunos de los obreros del ingenio se acercaban a veces a solicitar su apoyo o su consejo para enfocar algunos problemas, como fue lo del diferencial azucarero a cuyo pago al final tuvo que acceder la compañía y que benefició a muchos obreros azucareros del campo y del ingenio."

    "Como era de esperar aquello creó gran disgusto entre las autoridades, que temían que se iniciara y se organizara la producción cooperativa de forma oficial, se exigiese la devolución de las tierras robadas y usurpadas a muchos campesinos, o que al maestro le diese por entrar en la política y acabara con toda aquella situación de corrupción y privilegio que imperaba en la zona."

    "Tan solo tres años duró todo aquello, antes que las autoridades del pueblo lograran al fin el traslado obligatorio del maestro para una localidad lejana, gracias al soborno, la mentira y la injuria ante las autoridades provinciales."

    "Una mañana lo vieron partir sin equipaje, no quedaba nada de su maleta, vestido pobremente, con un pantalón zurcido a mano, una camisa deteriorada y descolorida y unos zapatos con la suela horadada y desgastada, pero dejaba atrás un valioso tesoro, la inmensa riqueza de la educación en niños que aunque con pobre indumentaria poseían más instrucción y estaban mejor preparados para la vida que los iguales de la ciudad, por lo que caminaban con orgullo, con la cabeza erguida, sin complejos de inferioridad pese a su falta de recursos."

    "En el anden de la pequeña estación se agrupó todo el humilde pueblo y aunque no lo acompañaban cartas de recomendación, ni hubo bandas municipales y fiestas de despedida por parte de las autoridades locales, el maestro recibió el inmenso calor humano de una comunidad que lo despedía con un cariño sincero y sin ocultar el dolor inmenso de un colectivo humano que perdía a su guía y miembro más preciado."

    "Nunca más se volvió a saber nada ni ver a aquel maestro por el pueblo, ni por las zonas aledañas, seguro ya debe estar muerto, pero quedó el recuerdo de su labor ejemplar que se cuenta día a día como una leyenda, "la leyenda del Buenmaestro".

    Durante la vehemente exposición de aquel improvisado maestro, el Director de la Junta Municipal no ocultó su malestar mediante muestras de desagrado e insatisfacción por la narración tan bien hecha y documentada del humilde maestro campesino improvisado, por lo que no pudo evitar dar algunos manotazos en forma de aplausos burlescos y exclamar: -¡Vaya, vaya cuento de la caperucita, solo falta el lobo para comérsela!

    El viejo Inspector, que había escuchado atentamente toda la narración del joven, mostrando un gran interés y no pudiendo ocultar su emoción, al extremo que algunos de los presentes observaron como aparecían lágrimas en sus ojos que a duras penas podía secarse con su pañuelo blanco enrojecido por la tierra colorada del camino, miró con severidad al funcionario y le espetó crudamente.

    –No, lobos, leones, chacales y buitres es lo que se sobra, lo que falta es el cazador que acabe con ellos.

    Aquellas duras palabras sobrecogieron de pies a cabeza al Director, que trató con palabras cortadas de excusarse, a las que no prestó atención el viejo funcionario, que parecía que su cabeza estaba en otra parte, por lo que se produjo un largo silencio entre los presentes.

    Por último, el inspector levantó la cabeza, miró alrededor los rostros de los allí presentes con el mosaico de vestimentas, entre las nuevas y lustrosas de los visitantes y las toscas, viejas y descoloridas de los niños y el maestro y preguntó a éste:

    –¿Y usted cree qué tiene algo de veracidad esta historia o leyenda?

    –A mi parecer es verdadera –dijo el joven, titubeando, -aunque puede que en algunos aspectos esté un poco exagerada, – lo que fue reafirmado unánimemente por el resto de los presentes, sobre todo por los funcionarios locales que no les convenía, dudaban y estaban cansados de oír aquella leyenda.

    –No le parece a usted ¿qué pueden faltar muchos más hechos realizados por el maestro y aquellos niños y campesinos, incluso que corroboran y hacen aún más veraz la leyenda? –preguntó el viejo Inspector.

    –No es posible, pues fueron solo tres cursos –respondió el maestro, a lo que asintieron los presentes moviendo la cabeza de arriba a abajo para reafirmar más las palabras del joven, que aunque solidario con la leyenda, le parecía un poco sobredimensionada

    –Y si yo les dijera que sí, que sólo lo que usted nos ha contado es una pequeña parte de lo que hizo este maestro y de lo que ocurrió en aquellos tiempos. -Intervino de nuevo el Inspector.

    Aquello fue la gota que colmó el vaso y el Director de la Junta Municipal, ésta vez envalentonado y pensando que tendría la aprobación de los presentes por la indecisión del maestro y la falta de testigos vivientes, salió de cómo serpiente de su cubil y expresó con voz alta y engolada -Me parece imposible, era un simple ser humano sin recursos y fue muy poco el tiempo. Pero con el debido respeto ¿qué pruebas tiene usted para afirmar eso? — enfatizando la pregunta y mirando fijamente al viejo inspector que le devolvió la mirada, se puso en pie, caminó hacia el centro del local, paseó la mirada sobre todos hasta depositarla finalmente sobre el Director y dijo lacónicamente:

    –Tengo una sola prueba que mostrar, pero más que suficiente, verás, aplastante e incuestionable, porque yo soy al que llamaban el "Buenmaestro".

     

     

     

    Autor:

    C. López Hernández y R. Rouco Leal

    Isla de Tenerife, Marzo de 2016

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