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La carrera del siglo




    La Carrera del siglo – Monografias.com

    A la memoria de A. Diaz Alvarez

    – Dale Julián, dale Julián, Ju lian, Ju lian…. El alboroto era grande en las gradas del campo deportivo y las personas que colmaban los bancos, en su mayoría jóvenes estudiantes del Instituto y deportistas que aguardaban el horario de entrenamiento, no paraban de gritar. Todo parecía la escena de una gran final de competencia de atletismo. En realidad era una corrida que se desarrollaba en la pista de 400 m, del campo deportivo aledaño al Instituto de segunda enseñanza de la ciudad, donde un joven delgado, de más o menos 1,80 m de estatura y de piernas largas, que se llamaba Julián, había tomado la delantera con cierta ventaja de su primero seguidor que era otro joven, también delgado en extremos, con casi dos metros de estatura y que se esforzaba por darle alcance al que le había antecedido, dando zancadas muy parecidas a las del bicampeón de los juegos Olímpicos de Montreal 1976 en los 400 y 800 m planos, pero que la coincidencia no era casual, porque precisamente era sobrino de ese atleta y el parecido era enorme, principalmente en lo físico.

    Julián comenzó a inclinarse por el deporte desde que comenzó sus estudios secundarios, anteriormente desde niño su deporte preferido era "mataparrear", si a eso se le puede llamar deporte, ya que junto a su hermano menor y a los hermanos "Guaos", como le decían a sus dos mejores amigos de infancia, acostumbraba a practicar ejercicios al aire libre de: "natación" en los surtidores de las fuentes de agua, "escalar" árboles en los parques, hacer "equilibrios gimnásticos" en los muros de algunas edificaciones y "lanzamiento" de piedras y palos para tumbar mamoncillos chinos que eran muy abundantes en los entornos de la ciudad donde vivía; todo eso sin contar que por ser el más alto del grupo de los cuatro y con piernas estiradas era considerado campeón del juego de la "pelegrina" o de la "chata", que tenía la disputa de torneo todas las noches en la acera que daba al frente de la casa donde vivía Julián con su familia.

    Este juego de muchachos consistía en lanzar al aire una lata de leche condensada, vacía y achatada de antemano, por las ruedas de algún ómnibus de los que pasaban bien cerca de la acera de la avenida, para que esta cayera en unos cuadrados trazados en el pavimento de la acera y que eran hechos con tiza, pedazos de un ladrillo o carbón, los cuadrados eran identificados con los días de la semana y había que desplazar la lata, luego de lanzada sin mirar, empujándola con un solo pie y sin que esta hiciera contacto, al final de cada movimiento, con alguna de las líneas divisorias; quien saltando en una sola pierna conseguía completar el recorrido de la lata en todo el trecho formado por la secuencia de los cuadrados, comenzando por el extremo derecho donde se colocaba el lunes y así hasta llegar al indicado como domingo en la parte izquierda, tenía derecho a nuevamente lanzar a ciegas la lata y donde esta caía, sin tocar una de las líneas divisorias, podía pedir la casillas como de su propiedad, a eso se le llamaba ganar una "corona". La corona, casilla o cuadrado ganado daba ventajas al dueño sobre los otros jugadores ya que solamente él podía pisar en ellos con los dos pies y hasta hacer descanso, por eso nadie podía poner los pies en esos cuadrados o la lata desplazada por los contrincantes no podía caer en ellos sin la autorización del dueño, que la mayoría de las veces se tornaba rígido en los permisos y eso constituía un problema de estrategia de juego y hasta para conseguir aliados, ya que después podría tener acceso a otros cuadrados que otros hubieran ganado como devolución de un favor, luego el ciclo se completaba hasta que todos los cuadrados tuvieran dueños y ganaba quien más cuadrados tuviera de su propiedad, nada, cosas de la infancia de Julián que hoy hacen recordar diciendo: que tiempos más sanos eran aquellos.

    En las clases de Educación Física de aquellos tiempos, no se ahora, se estilaba que en los primeros y en los últimos días del curso escolar, o del periodo lectivo, el profesor aplicara una prueba de eficiencia física a sus alumnos, la que servía como diagnóstico y evaluación final del periodo dando idea de cómo había sido la preparación en las clases y el progreso físico y deportivo de cada alumno individualmente.

    Luego de esta prueba diagnóstico comenzarían sistemáticamente las secciones de clases de Educación Física que durarían entre 45 o 90 minutos, tres veces a la semana. Para la Educación Física siempre se exigía una vestimenta adecuada, en correspondencia con la actividad, más o menos deportiva y en dependencia de las posibilidades económicas de la familia de cada alumno; las clases comenzaban obligatoriamente con un pre calentamiento a base de ejercicios físicos, juegos en pareja y en grupo, para después pasar a practicar el deporte que se correspondía con el año que cursaba el alumno.

    A Julián estas clases de Educación Física le fascinaban, sentía que era el momento en que podía liberar sus energías físicas de forma organizada y escapar del tedio ocasionado por la sección docente de la escuela, donde a pesar de sentirse un buen alumno, llegaba a sentir que no se concentraba por la rutina de seis horas de clases diarias en diferentes materias de ciencias y sociología.

    La Educación Física era el momento que Julián esperaba para aparecer ante los demás, como es característico entre los adolescentes, o en otras palabras, era el momento para manifestarse con su personalidad en formación, buscando nuevos amigos, procurando tener aceptación en el grupo y hasta demostrar, de alguna forma, superioridad competitiva ante los otros, cosa que intentaba mediante el juego colectivo y hasta con el juego de manos con los demás colegas, como expresión del tránsito, un poco tardío, de la etapa infantil a la adolescencia como es característico en los varones a diferencia de las hembras. Por eso en estas circunstancias de profundos cambios personales las actividades de la clase de Educación Física, donde el profesor exigía disciplina y el esfuerzo con competitividad eran momentos muy importantes para él.

    En la época Julián no hablaba mucho en público, aunque sentía la necesidad de expresarse y ser reconocido entre los demás como es característico entre todo joven, así mismo era abierto a hacer amistades, pero en el fondo era tímido, parece que por su educación familiar. El padre de Julián nunca hablaba de cosas personales con él y hacia imperar el respeto y la subordinación en casa.

    También Julián por su aspecto físico llamaba un poco la atención de las muchachas, no como otros de sus colegas que eran más formados en musculatura y tamaño, pero su figura delgada y con estatura un poco superior a la media de los otros de su edad, lo hacían distinguirse de alguna forma y él lo sabía, lo que en cierta forma lo motivaba a colocarse un short oscuro, más o menos corto según la moda de su época, tenis sin medias y pulover, todo eso para sentirse admirado aprovechando el ambiente deportivo.

    Pero volviendo a la clase de Educación Física y en específico para la prueba de eficiencia física, se pudiera decir que algunos alumnos llegaban a aborrecerla, porque iban a ser cobrados con el esfuerzo de completar un determinado número de planchas, abdominales, carreras de velocidad y de resistencia, así como otros ejercicios obligatorios, por lo que buscaban la forma de evadir las orientaciones del profesor tratando de no hacer los ejercicios y conseguir confundirle para que este llenara con algunas cifras el registro de los datos.

    Sin embargo, para Julián y la mayoría de los alumnos era el momento más importante del sistema de clases, ya que podrían competir entre ellos, demostrando quién tendría más capacidades por las habilidades adquiridas en una u otra disciplina, entiéndase, la velocidad, la resistencia o en el numero de ejercicios dados por la preparación física.

    Julián no se destacaba por el número grande de planchas y abdominales que hacía, aunque siempre quedaba por encima de la media; la velocidad en la carrera de 80 m no era su fuerte, difícilmente llegaba en primero y no conseguía tiempos menores como algunos que se destacaban, pero siempre sobrepasaba los tiempos de la media.

    Ahora bien, su preferida era la carrera de resistencia, esto lo pudo comprobar desde la primera vez que corrió en una prueba de resistencia de 400 m; aquella vez, a petición de los profesores de las clases de Educación Física, que solo tenían un cronómetro entre ellos para medir el tiempo de la corrida, se habían unido dos grupos de alumnos, entre los que estaba Julián, para correr todos juntos, a partir de la orden de arrancada, dada por uno de los profesores, mientras el otro con el cronometro en mano realizaría la medición del tiempo individual en el momento que completaran la corrida pasando por la línea de meta.

    Después de la orden de "a correr", Julián se mantuvo en el pelotón de corredores y así estuvo corriendo durante los primeros 200 m, pero algo comenzó a decirle que se estaba dejando llevar por la velocidad de los otros y que si seguía así no iba a registrar buen tiempo, por lo que se soltó en la corrida, dándose cuenta que tenia gas como para aumentar la velocidad de su paso y apartarse del grupo, esto fue el inicio de su primer gran resultado competitivo, ya que, separándose del grupo esto pareció ser la señal para que los otros también hicieran lo mismo, queriendo darle alcance, pero ya para Julián no había otra cosa en el pensamiento que querer llegar primero a donde lo esperaba el profesor con el reloj en mano, cosa que consiguió con algún esfuerzo usando su capacidad pulmonar que le permitía respirar e expirar aire, casi al mismo tiempo por nariz y boca, para verse premiado con el mejor tiempo y ser homenajeado por los demás colegas.

    Suerte que en esta primera vez no estaban en la carrera sus dos queridos amigos A. Diaz y M. Diaz, dos grandes colegas de estudios de Julián que después con el tiempo se convirtieron en sus mayores contrincantes, y mucho más cuando Julián comenzó a tomar cierta fama por su resistencia producto de los entrenamientos que hacía por cuenta propia y a veces corriendo por las noches, cuando nadie lo podría ver. Esto le había permitido experimentar corridas cada vez más largas, de varias vueltas a la pista, que le parecían como si pusiera a prueba la resistencia y la velocidad adquirida y adivinara que se acercaba el momento de su consagración final.

    Los profesores de Educación Física, sabían que existía rivalidad entre unos y otros alumnos que corrían bien la carrera de resistencia y aprovechaban las disputas, principalmente entre los tres colegas, así era como organizaban y desarrollaban maratones competitivos, pero en las corridas de resistencia no hacían coincidir a Julián con A. Diaz o a Julián con M. Diaz en el mismo bloque, era como si buscaran la forma de aumentar más las expectativas de un encuentro final entre ellos. También los profesores no desaprovechaban la oportunidad, para de vez en cuando, poner el grupo a correr contra Julián y sus dos amigos y hacer como que los entrenaban para la prueba de final de periodo donde finalmente debería salir un vencedor ente ellos tres.

    Y por fin llegó el momento de la consagración de Julián, digo más, llegó el momento en que se encontrarían los tres que más habían vencido pruebas de resistencia en sus respectivos grupos durante las corridas de todo un curso académico. Para lo que algún colega, que tendría la oportunidad de ver lo que aconteció aquel día en la pista del Institutito, exclamaría: hoy hemos tenido la "Carrera del siglo".

    Era una tarde de julio, de esas en que el Sol parece como si se resistiera a caminar en su movimiento aparente por el firmamento, tarde de esas que dan la sensación de que el día no va a acabar para dar paso a la noche. La temperatura, por la época del año en aquella localidad rozaba los 30 grados celsius y la humedad como siempre en un 80 %, que hacía que el sudor del cuerpo quedase mojando la ropa sin fácilmente evaporar. El periodo académico del curso escolar en el Instituto casi llegaba al fin y de nuevo las clases de Educación Física terminarían con la prueba final de eficiencia física.

    En el terreno deportivo se reunían varios grupos de alumnos con sus profesores, que con cuadernos en manos anotaban todo tipo de indicaciones numéricas referidas a resultados de los ejercicios. Otros, varones y hembras esperaban en la grada que los profesores los llamaran para iniciar los ejercicios, en fin, aquella tarde el movimiento de personas era muy caótico, cuando de pronto todas las miradas se dirigieron para un joven estirado y alto que acababa de entrar en la pista vistiendo un mono rojo, unos tenis llamativos, pulover blanco con las insignias del equipo Cuba y sombrero de Yarey. Aquel campo deportivo también era lugar de entrenamiento de alumnos de la Escuela Deportiva de la ciudad, que más bien acudían allí en aquel horario buscando la forma de hacer amistades con las hembras del Instituto y llamar la atención con sus ropas deportivas, ganadas en competencias municipales y provinciales, de este o del otro deporte.

    Por la figura del que acababa de llegar, muy parecida a la del campeón olímpico cubano de los 800 y 400 metros planos de Montreal 1976 y por la forma con que estaba vestido, incluyendo un sombrero que le daba un toque de extravagancia, el terreno deportivo parecía que se había vestido de gala para celebrar alguna competición de alto nivel.

    En aquel momento se preparaba la pista para dar inicio a la arrancada de la prueba de resistencia de los 400 m en la que los profesores habían seleccionado los mejores alumnos de sus respectivos grupos para ponerlos a competir y así ampliar las expectativas de los concurrentes. Era el momento esperado por muchos para ver como terminaba la disputa entre los tres amigos: A. Diaz, M. Diaz y Julián, que tratarían de dar lo máximo de si por llegar primero al final de la corrida; y mientras todo se organizaba en los toques finales ubicándose el grupo en la línea de meta, cuál no sería la sorpresa de todos y hasta el hielo que se formó entre los corredores al escuchar el comentario de que con ellos también iba a correr el recién llegado.

    En realidad eso no lo había preparado nadie. Parece ser que algunos de los del grupo que acompañaba a este joven, en su mayoría estudiantes de deporte y deportistas como él, lo habían instrumentado y embullado para que bajara a la pista y se dispusiera a hacer el show de demostrar sus condiciones de corredor como si fuera el mismo tío en persona.

    Julián conocía a este muchacho personalmente de las veces en que lo había visto entrenar en el centro de entrenamiento de la escuela de Deportes, él no era corredor de atletismo como el tío y si jugador de voleibol, apto por su figura imponente, aunque con certeza precisaba ganar un poco más de masa corporal si quería llegar a buenos resultados. No obstante, sabiendo de su preparación y características físicas, seguramente todos los que corrieran junto a él en aquella prueba de los 400 m harían tremendo papelazo, incluyéndolo a él y a sus amigos.

    Si inicialmente la expectativa que se tenía para esta prueba con los mejores corredores del Instituto era grande, imaginar ahora lo que se formó cuando entre los concurrentes que eran más de quinientas personas, en su mayoría jóvenes, hembras y varones, se regó el comentario de que esa persona también iba a correr. Eso hizo que se formara una algarabía enorme y los profesores se negaran inicialmente a poner sus alumnos a correr juntos, pero por la insistencia de la muchedumbre decidieron aceptar cuando alguien dijo que al grupo de Julián y sus compañeros se le daría una ventaja de 100 m.

    A partir de ahí el desafío estaba marcado, colocando a Julián y el grupo de alumnos que irían a correr en una situación de decisión moral, por lo que lo primero que hicieron los profesores fue preguntar si todos aceptaban o no lo que se les planteaba. Julián siempre aprendió de refranes populares como aquellos que dicen: "de los cobardes no se ha escrito nada" y "es mejor morir luchando que vivir chantajeado", por eso su aceptación no se dejó esperar con su confirmación, igual hicieron A. Diaz y M. Diaz, aunque no todos decidieron correr de esta vez, ya que algunos desistieron, la mayoría quedó en sus puestos a la espera de comenzar la prueba.

    A Julián el nerviosismo hacia que las piernas le temblaran, llegó un momento que la vista se le nubló y ya no veía más ni a sus compañero de corrida y mucho menos escuchaba a los que gritaban desde el entorno de la pista, sentados o parados encima de los bancos del estadio. La adrenalina que comenzó a segregar su cerebro, al mismo tiempo que le erizaba la piel, le daba fuerzas como si se calentaran los motores de una máquina y de pronto no pensó más en sus dos amigos que estaban al lado de él, o sea en A. Diaz y M. Diaz, su pensamiento se concentró en hacer uso de la inteligencia y trazar una estrategia.

    Se había llegado al acuerdo que la ventaja que el nuevo corredor iba a dar al grupo sería de unos 100 m, o sea, que se colocaría a esa distancia detrás de la línea de arrancada y todos saldrían al mismo tiempo dada señal de iniciar la corrida por alguno de los profesores, mientras los otros servirían de árbitros. El grupo de Julián y sus colegas correría 400 m y el autoconvidado 500 m.

    Julián llegó a pensar que la ventaja era poca, pero algo era más que nada, ya estaba dentro del problema y había que buscar una solución para no quedar mal.

    Presentía que faltaban breves instantes para que todos salieran como locos corriendo, de la misma forma le parecía que el tiempo había parado, por eso nada mejor que aprovechar y buscar concentración en esos instante procurando encontrar una mejor estrategia; y fue cuando determinó que saldría a toda velocidad sin esperar el grupo, tendría como riesgo que le fallaran las fuerzas por el gasto brusco de energía inicialmente y no pudiera soportar la estabilidad del paso en medio de la corrida, lo que irremediablemente lo dejaría rezagado a mitad del camino, pero algo le decía, vale la pena arriesgar, porque si salía de primero, aunque después se quedara sin fuerzas, por lo menos habría sido ganador de los primeros 200 metros, la gente lo hubiera visto así y por lo menos su nombre serviría para decir que llegó a ser líder por unos segundos, verdad que esto no dejaba de ser un pensamiento bizarro, pero algo era más que nada.

    Este pensamiento, un tanto bizarro, no se apartó de él y así decidió ponerlo en práctica; la ventaja que tomaría saliendo de primero podría tener algún resultado, se contentó en decirse, ya que podría ser que como nadie esperaba ese desatino o esa de mandarse a toda velocidad, cuando vinieran a recapacitar o a darse cuenta ya el podría tener cierta cantidad de metros recorridos que los otros también tendrían que salvar y después se vería lo que hacer con la reserva. Por eso si ponía en juego lo que había planificado y las fuerzas o la resistencia lo acompañaban, solo tendría que tratar de ir ganando espacio y acortando el tiempo para llegar a la meta sabiendo que cada paso de su mayor contrincante en aquel momento iría reduciendo exponencialmente la ventaja que le había dado y que podría llegar el momento en que lo ultrapasara,

    Pero fue ahí cuando recurrió a dos cosas más, gracias a su buen dominio de la Matemática y la Física en las clases que había recibido hasta ese momento: primero, recordó que la pista era de forma ovalada, más bien elíptica y sabia que su fuerte de la velocidad en la corrida era en las curvas, para eso había entrenado, entonces debía dosificar mejor sus energías para gastarlas más en las curvas pudiéndole imprimir mayor velocidad a su cuerpo y segundo si la pista tenía 400 m y la velocidad media que podría alcanzar en la corrida fuera de 20 km /h, o sea, 5,5 m/s tratando de mantener este valor en los dos trechos rectos y consiguiendo aumentar un poco hasta 6 m/s la velocidad media en las cuatro curvas de la pista en forma de elipse, entonces conseguiría dar la vuelta en un tiempo aproximado de 70 s, o sea 1 min con 10 seg.

    También suponiendo que su contrincante emprendiera una velocidad media de 7 m/s o un poquito más en todo el curso de la pista, tendría que recorrer los 500 m en un tiempo de 77s, o sea en 1 min y 17 segundos, por eso según sus cálculos tendría 7 segundos a su favor que desde ese primer momento también los tendría de ventaja.

    Inmerso en estos pensamientos y en estos cálculos Julián casi no escuchó la voz de arrancada dada por el profesor, también el ruido y la algarabía de la gente era ensordecedora, casi nadie se contenía queriendo dar ánimos a uno o a otro de su preferencia, llamando y gritando por los nombres y hasta por los apodos a los de los que habían aceptado correr; Julián no tenía muchos torcedores a su favor, no tenia enamorada en aquel momento y la mayoría de sus amigos estaban corriendo junto a él, entonces debía buscar apoyo moral en su buena luz.

    Como caballos desbocados todos salieron cuando comenzó la carrera y Julián no tardó en poner en práctica su estrategia, por lo que se separó del grupo a toda velocidad y para sorpresa nadie lo siguió tan de prisa como él había pensado, en ese momento le entro miedo de estar cometiendo el mayor error, pero ya no había marcha atrás y como tenia los sentidos puestos en la carrera, lo único que en ese momento le parecía sentir eran los latidos del corazón que se aceleraban cada vez más a medida que ganaba velocidad. No había tiempo ni posibilidades de mirar para atrás para ver cuán larga era la distancia que había ganado, ahora que se había separado del grupo, le parecía que solo corría contra el que los había desafiado a todos y era la hora de salvar la honra del grupo, sabía que tenía aguzar lo que llaman el sexto sentido, que no deja de ser la intuición y reservar alguna energía para la embestida final, que sería decisiva para su objetivo de entrar primero o entre los primeros.

    Entonces fue cuando las energías comenzaron a agotarse, ya no sentía las piernas y salía más aire de sus pulmones del que entraba por su boca abierta, sentía como las pupilas de sus ojos se dilataban y fue cuando escuchando el ruido de los latidos de su corazón, que se aceleraban más y más a cada instante, pudo imaginar las pisadas del que corría detrás de él como un loco, ganando cada vez más del terreno que había prestado y que quería recuperar, humillando con su victoria al grupo que corría junto a Julián.

    Nunca Julián supo a ciencia cierta de donde aparecieron las fuerzas aquella tarde, después de correr los primeros 300 m y poco antes de los 50 m antes de llegar a la meta su conciencia paró, no pudo recordar lo que aconteció en ese intervalo de tiempo, mismo, días después cerrando los ojos y buscando la concentración al recordar aquellos momentos. Era como si de pronto la carrera ya no se estuviera desarrollando en el planeta Tierra y sí en un ambiente donde no se propagaba el sonido en el aire, o donde la luz no reflejara los objetos a su alrededor, era como correr en las tinieblas, hasta que un sonido de voces que decían: – Dale Julián, dale Julián, Ju lian, Ju lian…. lo despertó y lo hizo volver en si en el preciso momento en que virando algo la cabeza y a todo correr le dio para percibir que el que corría desenfrenadamente detrás de él estaba apartado la misma distancia que lo separaba de la meta y ahí no le quedaron más dudas de que podía ganar.

    Abrió lo más que pudo la boca, dejó entrar el poquísimo aire que su diafragma podría dejar entrar en esas circunstancias, se valió de él para oxigenar los pulmones y en un último esfuerzo agotando todas sus reservas de energía cayó en los brazos de su profesor que lo esperaba en la meta sin tener posibilidades de registrar el tiempo de la corrida al asegurarlo para que no fuera a caer al piso.

    Después de lo acontecido nadie esperó la llegada de los otros corredores, todos corrieron a querer también asegurar a Julián y prestar auxilio, se tiraron de los bancos, saltaron barreras y querían saber cómo él estaba para ver si lo podían abrazar. Fue cuando alguien de forma jocosa dijo: ésta fue la "carrera del siglo"; carrera que por unos instante colocó a Julián en el centro de la atención de toda una muchedumbre alegre y desenfrenada.

    Luego entre la falta de aire y el regreso de su conciencia, que lo volvía a situar en tiempo y espacio real, Julián comprendió que había ido más allá de sus posibilidades, sabiendo que era la primera vez que sentía la gracia del cielo.

    Nunca se supo en el lugar de la carrera en que quedaron A. Diaz y M. Diaz, lo que sí se sabe que fueron muy valientes y corrieron con coraje. De Julián y de la "carrera del siglo" se estuvo hablando por mucho tiempo en la escuela.

     

     

    Autor:

    Yuri Expósito Nicot

     

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