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La idea federal. El derecho de los pueblos en el siglo XXI (Argentina)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

  1. Introducción
  2. "La ciudad indiana": sus supuestos
  3. Una teoría federal: el derecho de los pueblos
  4. Diseño de la acción
  5. Marco referencial
  6. Formas operativas
  7. Anexos

Teoría política y planificación estratégica. Su aplicación en el esbozo de un modelo de desarrollo basado en la integración territorial y el repoblamiento de la Argentina.

ACLARACIONES

El presente trabajo fue desarrollado durante 1989, entre los meses de marzo y octubre de dicho año.

Como resultado y expresión de la búsqueda colectiva de un grupo de argentinos preocupados por el destino nacional y no una mera elaboración individual, hemos juzgado prudente editarlo tal como quedara redactado en su esencia en aquella oportunidad. Así, en el presente sólo se le ha realizado un retoque "cosmético", depurando su estilo y redacción, a fin de hacerlo más o menos "legible".

Distintas circunstancias contribuyeron a que durante tres años "durmiera" en su respectivo disquete; en particular, la que hace a la de acompañar la peregrinación de nuestro pueblo, que más allá de los tropiezos, sigue su marcha indetenible hacia realizar la añeja aspiración de independencia, autodeterminación y universalidad, marco que define, mejor que ningún otro, su ser en la historia.

En consecuencia, encontrará el lector, a lo largo del trabajo, muchas referencias a las circunstancias propias de aquel entonces. Cualquier similitud que se quiera referenciar con el presente, es mera casualidad…ya que hoy es ¡peor!

Muchos creen que la historia llega a su fin, tal como si éste fuera decretable por ser humano alguno. Muy por el contrario, advertimos en la cotidianeidad de los argentinos, no sólo la Esperanza encarnada en realidad, sino la clara conciencia de que la historia sigue en construcción, haciéndose cada día. Tal como el hombre se hace, también, cada día. Y no hay, por ello, un último hombre tampoco, porque en verdad hubo, sigue habiendo y habrá un Primero siendo que es el Ultimo. Que interviene en la historia del hombre y de los hombres, tomando sobre Sí todo lo que resulta de esta intervención, es decir, el 'destino' en el auténtico sentido de la palabra.

Cuando se estaba en la cosmetología de "La Idea Federal", tuvimos recién acceso al libro de Francis Fukuyama, y nos asaltó la idea de incluir un apéndice con referencias al mismo. El párrafo anterior es todo lo que podemos gastar en respeto del lector: ciertamente "El fin de la historia" no da para más. El resto, para quien quiera establecer comparaciones, se puede encontrar en el mismo desarrollo del presente volumen. De lo contrario, que sean los "comunicadores sociales" quienes expliquen el porqué de tanta bambolla.

En "La Idea Federal" no se encontrará una historia del federalismo. Al respecto mucho se ha escrito ya, y seguramente mucho irán a escribir otros más capacitados que nosotros. Con los dos breves estudios historiográficos incluidos, hemos querido simplemente bucear hasta lo más profundo y remoto de nuestro pasado para encontrar que desde allí nacen las constantes de nuestro estilo y personalidad federalista, así como la particular 'vocación de poder' que caracteriza al argentino. Pero aún así, no podemos negar el sobrecogimiento al descubrir conceptos y 'figuras' que, entendemos, siguen vigentes, impregnadas a nuestro carácter. Algunas de ellas, inclusive, bien pueden prestarse a confusión cierta o interesada, tal como si nos animara una voluntad de 'reproducción'. Lo aclaramos una vez más para aventar dichas posibilidades. La fotografía del pasado sólo sirve como experiencia e inspiración. Todo lo demás corre como responsabilidad de comprender las diferentes realidades históricas.

Finalmente, "La Idea Federal" concluye en el esbozo de una 'teoría', es decir, en una especulación intelectual, que partiendo de una observación de las realidades históricas, elabora una construcción sistematizada de leyes y conceptos derivados del principio de Democracia Participativa. No es, por tanto, un 'programa' con definidas líneas de acción, medidas y formas de ejecución. Entendemos que la programación vendrá a posteriori, necesariamente comunitaria.

Permítaseme, como autor, esta primera y única referencia personal: es para manifestar mi agradecimiento a quien siendo mi amigo, guía y hermano, se ha dignado a revisar este trabajo: don Alejandro Álvarez. Sus correcciones y sugerencias figuran como Notas, pero, para identificarlas, junto con el número correspondiente aparece un asterisco. Como esto él no lo sabrá hasta que el presente esté impreso en forma de libro, me apresuro a pedirle disculpas desde el fondo de mi corazón, pero me ha parecido justo que así fuera. Por siempre, gracias.

No queremos concluir estas "Aclaraciones" sin decir que, en un rincón de nuestra inspiración, algo encontramos, si no de exhortación -para lo cual hay que tener sabiduría y autoridad; más bien de esperanzada aspiración, pues aún estaríamos a tiempo-, que "La Idea Federal" contribuya, entre los dirigentes actuales de nuestro país, a la comprensión que, más que seguir luchando por disfrutar de las prebendas del actual sistema de poder, lo que importa es la metànoia, es decir, un examen de toda la actitud vital y una transformación de la manera como se ven y se aceptan los hombres y las cosas. Porque cada hombre y cada cosa exige su verdad. Y la acción hay que realizarla tal como lo exige la verdad de cada hombre y cada cosa. Obrar con confianza en los argentinos, que nunca hemos defraudado a los grandes.

Obrar con confianza, con la verdad de los hombres y las cosas, más que con la propia verdad o la del propio grupo, es superarse a sí mismo. Obrar de este modo constituye un camino que, recorrido con sinceridad y valentía, lleva muy lejos. En verdad, nadie sabe hasta donde puede llevarnos, introduciéndonos, tal vez, en la esfera donde se deciden las cosas del tiempo.

Quiera Dios que así sea.

Viedma, noviembre de 1992.

Introducción

Dentro de pocos meses se van a cumplir noventa años de la aparición de una copiosísima obra: "La Ciudad Indiana", de Juan Agustín García[1]Minucioso estudio, éste, del Buenos Aires y su entorno desde el 1600 hasta mediados del siglo XVIII.

Aniversario, por lo demás, que coincide con una muy especial etapa de la vida nacional; razón por la cual, a pesar de sus nueve décadas demuestra la poderosa vigencia de la obra y de su autor para la comprensión de nuestro pasado mediato e inmediato.

El autor se encarga, desde el comienzo mismo, de informarnos del por qué de su obra, cuando dice, siguiendo la inspiración de José Manuel Estrada: "Que para conocer un país sea necesario estudiarlo, le parecerá al lector una banalidad. Sin embargo, observando lo que ocurre todos los días, debe convenir en que la mayoría de sus conciudadanos piensa exactamente lo contrario. Y si se les agrega que es preciso remontarse a los orígenes para seguir paso a paso la evolución interna, para opinar de una manera consciente sobre el fenómeno contemporáneo, no es imposible que una discreta sonrisa sea la única respuesta.

Excuso decir al lector que en esto, como en lo demás, el libro de la vida permanece cerrado para el que no se afana en descifrarlo.

No obstante este concepto común, en ninguna parte es tan maravillosa la trabazón de las cosas, como en el movimiento sucesivo de las generaciones, que constituye la historia. Se pueden idear numerosas hipótesis sobre la causa, modo y tendencia de esta continuidad, pero el hecho es innegable: el presente engendra el futuro, lo lleva en sí, está preñado, como decía Leibnitz, y a su vez fue producto del pasado, como autor de la historia, se entiende, el conjunto de ideas y aspiraciones, creencias y sensaciones, buenas o malas, que formaron la trama de la vida de las generaciones muertas…"

Palabras éstas que nos conmovieron de jóvenes y nos conmueven aún, habida cuenta de las necesidades actuales de nuestra vida nacional: tiempo, circunstancia y proceso en los que otra vez aunque distintos se presentan viejas cuestiones no resueltas, obviamente; y que tan claramente Juan Agustín García nos introduce en ellas con su concienzudo estudio del tiempo ido en especial, cuando también debemos compartir, hacia el final de la Introducción de su obra, el aserto de: "Si el mundo fuera un fenómeno cerebral, como lo enseña Kant y su discípulo Schopennahuer, la obra histórica sería la simple visión de su autor. Los fenómenos no se reflejarían en su exacta realidad, sino deformados por nuestra inteligencia; con los defectos y peculiaridades de cada cámara mental".

Es justamente por estas razones que creemos que "La Ciudad Indiana" merece este nuevo y modesto reconocimiento, aunque el mismo adopte la forma de la discrepancia con algunos de sus supuestos, más no con su de tallada e invalorada investigación del período estudiado.

El presente trabajo tiene por objeto desarrollar una teoría sobre el Federalismo, que a la puerta del siglo XXI, sea de avanzada, audaz, constructivo, innovador, y generador de nuevas posibilidades para el país. Un Federalismo que no se limite a permanecer encerrado en nuestras fronteras, sino que se vincule positivamente con el resto del mundo.

Discusión ésta, la del Federalismo, que se reinstala con todo su vigor en las postrimerías del siglo de la ciencia y la tecnología, en un mundo en búsqueda y desorientación; siglo y mundo signados por el dolor, la intolerancia y la guerra, que en su aceleración, no solamente ha fagocitado varios imperios, culturas y mitos, sino que, lo más importante, tampoco ha sabido resolver los más simples y trascendentes problemas del hombre.[2]

Más como finisecular recompensa, como oleada de esperanza, la paz pareciera querer volver a por sus fueros. Débil, vacilante, anhelante y anhelada, pretende instalarse en el planeta; y con este respiro, reaparecen los viejos problemas de los pueblos y de cada pueblo; de los cuales, el del Federalismo, esto es, el de la convivencia y la realización, florece con la fuerza de siempre, en tanto implica desarrollo, organización, integración, democracia, identidad, libertad, independencia, derecho, cultura. En fin, sentido, meta y medida tanto de la persona, cuanto de las comunidades; visto, claro está desde las formas que asuman las instituciones de gobierno del bien común, pero dando preferencia al proceso de toma de decisiones y la participación popular.

Bien puede decirse que en torno del Federalismo podría escribirse una historia; que a su alrededor han girado, para bien o para mal, muchas de las construcciones humanas en el devenir de los siglos. Y a ello apelaremos para desentrañar la compleja madeja que esconde uno de los más profundos anhelos del hombre: la libertad y la independencia. A ello apelaremos también en su contrapartida, final y recurrente: la tiranía.

Pues en definitiva no otra cosa está en discusión que la civilización misma; razón por la cual, para encontrar las posibilidades del Federalismo en esta Argentina del siglo XXI, debamos remontarnos hasta el pretérito.

Así será, entonces, no por una pretensión intelectualista, sino porque la lucha por el Federalismo en ésta nuestra Patria, no solamente fue una lucha física y material; también lo fue en el orden de las ideas y de las ciencias. Como lo sigue siendo, aunque las formas de la lucha, por ahora al menos y gracias a la Providencia, excluyan el derramamiento de sangre.

Porque los absolutismos y el centralismo omnímodo no han desaparecido, y porque, como antes, todavía hoy se sigue desvirtuando la cultura telúrica hasta los más remotos antepasados.

Sobre esto volveremos inmediatamente.

Nadie que viva sobre sus pies en ésta nuestra América puede dejar de advertir que aquí como en el resto del mundo han fracasado las tendencias centralistas, es decir, las que asimilan, absorben o desgastan todo lo que es diferente o autóctono. En lo político, en lo económico; estas tendencias llevan a la concentración irracional de poder, y por lo tanto, al conflicto. Los hechos, creemos, lo prueban abundantemente.

El mundo presente nos ofrece un singular contraste cual es: que a medida que se produce un inevitable proceso hacia la unidad, se reaviva con más vigor que nunca la idea federativa. La incorporación de los pueblos a los imperios y a los tronos en los tiempos antiguos y aún los que corren hasta nuestros días se han verificado empleando la fuerza con intenciones asimilistas, y a veces llegando hasta la destrucción de la nacionalidad sojuzgada.

Durante los dos últimos siglos la reacción de la conciencia humana contra estos excesos, lo mismo en el orden individual que en el colectivo, produjo una inmensa oposición de los pueblos, principalmente de los pueblos pequeños que no se resignaban a la pérdida de su libertad.

Lo hemos podido verificar en el curso de nuestras propias vidas, cuando los imperios, tal vez como desde el romano en adelante, no hayan contado con tanto poder y con tantos recursos a su disposición, más no tanta grandeza como para imponer una civilización. Y sin embargo, casi como un sino en la vida de los pueblos y de las naciones, para que el espíritu de confederación fuese comprendido, tenía que llegar esta finalización de siglo con todos sus desastres e inquietudes políticas, económicas y culturales. Las catástrofes humanas que el mundo ha presenciado en el transcurso de esta centuria, han contribuido a producir profundas rectificaciones en el pensamiento y en la vida de las personas y sus colectividades.

Lo que hace no más de algunas décadas aparecía como una utopía, hoy va camino de ser realidad: el caso de Europa lo demuestra con sus virtudes y defectos.

Lógico es que se opongan a las ideas federales aquellos que tienen un concepto absoluto del poder, simples aficiones tiránicas o estén imbuidos de una racionalidad inhumana que desprecia toda vida. Pero la humanidad, que desea la paz y cree en la libertad, estima que sólo en el progresivo perfeccionamiento de la convivencia democrática, en la profundización del sistema democrático, residen los fundamentos de una pacífica solución de problemas tan esencialmente humanos.

A fuerza de tiempo, de paciencia, de luchas y de sangre, Europa va rectificando sus errores del pasado; errores basados en un imperialismo sin entrañas, en una concepción absoluta del poder, en un sentido reaccionario y opresor de la vida.

Ahora bien, si esta descripción que hemos realizado del mundo y de su porción más civilizadora es válida, ¿no lo es también para nosotros, habitantes de esta porción de América? Lo es, y lo es en un doble sentido: porque hemos padecido las diversas formas coloniales e imperiales; y porque nuestro sistema interior se construyó con las mismas formas, intencionalidad y sentido que hoy la vieja Europa intenta restaurar de sí misma.

Quienes alguna vez fuimos hijos de aquella Europa y estamos hoy, sin embargo, hermanados por lazos de sangre y culturales, sabemos por experiencia propia que el viejo continente, con seguridad la vieja España, vivió en un tiempo con profundas raíces federales. Es decir, sus pueblos vivieron sobre la base de una rica tradición federal. Y simultáneamente, cuando a aquellos pueblos se les impone el absolutismo, comienza el proceso de colonización americana. Entonces aquella tradición federal encuentra refugio y ambiente propicio en las nuevas tierras. Sabemos también, por experiencia, que en América se desarrollaron las mismas tensiones, las mismas luchas, idénticos desgarramientos, a los que habían sucedido y seguían sucediendo en la vieja España por el mismo problema: el conflicto entre quienes pugnaban por mantener las tradiciones de libertad, por un lado; y quienes pretendían imponer la nueva tendencia del renacentismo absolutista.

Las primeras décadas de la vida española en América así lo atestiguan. Y nuestra historia común atestigua también que con el advenimiento absolutista, tanto en España como en sus colonias, poco a poco va como desapareciendo, como desdibujándose esta vieja tradición, y encerrándose en el manejo de la cosa pública, en las relaciones jurídicas, en los lazos económicos; es decir, en fin, en cuanta manifestación de la vida de los hombres y de las comunidades se encierra -decíamos-, en forma cada vez más absolutistas. ¿Significa esto, entonces, que nunca hubo esta tradición federal? ¿Significa que fue dominada y que desapareció? ¿O por el contrario, que como proceso telúrico que es, volvió a las profundidades del alma, que es casi como decir a las profundidades de la tierra, esperando el momento oportuno para su re-florecimiento?

Estamos inclinados a pensar y sostener que esta última alternativa fue lo sucedido.

En consecuencia, es lo que vamos a tratar de demostrar en el curso de este trabajo. Pero inevitablemente, entonces, deberemos esbozar algunos supuestos, necesarios por el entrecruzamiento y entrelazamiento que todos conocemos, entre nuestra historia con la de España. Y en particular, de la doctrina, la teoría y la práctica federales entre una Nación y otra. Si sostenemos que esta tradición, esta doctrina y estas ideas federales nos provienen de sus equivalentes en España, vamos a tropezar inevitablemente con toda una escuela que sostiene que aquellas tradiciones y costumbres federales nunca fueron tales en la Vieja España; que apenas se las encontraba fraccionada y parcialmente.

En otras palabras, es la vieja escuela que sostiene que en España, las relaciones, desde la Edad Media fueron feudales; y que por lo tanto en América se reprodujeron exactamente y no como en verdad se realizaron: formas de libertad y democracia populares.[3]

Estamos decididamente inclinados a sostener que en realidad, en España no existió el feudalismo en la forma, intensidad y amplitud que aquella escuela pretende sostener.

En España, se verifica un doble proceso durante su devenir histórico. El primero y principal, que es el que hay que comprender en profundidad, para observar sus repercusiones, y a partir de allí cuál es la construcción que se realiza en América, está dado por dos elementos concurrentes y complementarios, que a modo de anillos entrelazados, dentro de un movimiento siempre expansivo -aunque lento, muy lento- fueron las bases sólidas sobre las que se formó el carácter, la personalidad, y finalmente la unidad nacional: nos referimos a la reconquista y repoblamiento del territorio español bajo el sojuzgamiento magrebí-arábigo. Durante este período, revalorizaremos el papel preponderante que juega la Fe Católica.

El segundo supuesto, que completa el anterior, es que sin negar la existencia de algunas muy puntuales y localizables formaciones feudales dentro de la España medieval-tardía, constituyen excepciones a la regla general. Tal como manchas que siendo visibles, no alcanzan a empañar ni a teñir el profundo entramado de libertad y democracia que caracterizó la vida de las comunidades de entonces y que la historiografía y la ciencia jurídica han recogido bajo el epítome de DERECHO DE LOS PUEBLOS.

En consecuencia podemos declarar que la distorsión del análisis histórico proviene de confundir la concentración política en manos de un reino, a los fines de la reconquista –objetivo primordial del español desde el siglo VIII en adelante-; con la evolución de cada pueblo. El primero se exterioriza con vínculos que denominaremos de súbditos, sin dudas, pero que no vulneran la esencialidad, pues nunca distorsionan el pacto entre libres para conseguir el re-dominio de la propia tierra. El segundo, justamente, brota espontáneamente de esa misma tierra, es decir, es telúrico y en gran parte incontrolable: cualquiera sea el régimen político a que esté sometido, sus creaciones particulares tratarán de brotar y de perdurar porque éstas no resultan del derecho, sino que lo anteceden.

Consecuentemente, demostraremos que la colonización y arraigo en América se hizo con la base irrenunciable del Derecho de los Pueblos, sin con esto justificar los excesos cometidos, y que de allí proviene la profunda aspiración federal que nos caracteriza desde los mismos comienzos; así como también la inexistencia de formaciones feudales en las colonias, tesis ésta sustentada por grandes maestros de nuestra nacionalidad; en especial por Juan Agustín García: me es necesario afirmar que en "La Ciudad Indiana" no ha allegado un solo argumento convincente en apoyo de su demasiado aventurada teoría al respecto. De su obra -en el marco de este trabajo-, sólo nos referiremos al período 1580-1700.

Finalmente, La Idea Federal también es presente, y como tal, no podemos dejar de ver nuestra realidad, proponer una salida siguiendo el "hilo de Ariadna" que el federalismo nos permite. Tal vez se podrá objetar del 'salto' en el tiempo que se ha patentizado en este trabajo. Justamente no intentamos una obra histórica del federalismo, sino encontrar las raíces que luego se fueron repitiendo al cabo de las generaciones. Porque sobre tal Idea Federal se puede nuevamente crear un sistema político, a la medida de los argentinos. Y todo sistema político tiene que nacer de la experiencia comunitaria, y no del procesador de palabras de ningún inspirado.

Nos hemos limitado a analizar tan sólo algunos momentos y componentes o factores; hemos descartado racionalmente el vano intento de llegar a una síntesis de la cultura argentina, ya que supera esto las posibilidades, conocimientos y fuerzas personales. Sería, más bien, trabajo de una comunidad.

¿Será esto posible? Pues nos ofrecemos a colaborar en ello con quien esté animado, como se ha intentado en La Idea Federal, por la búsqueda de la verdad y el amor a nuestro pueblo; y convencido de que no importa de donde se provenga, sino simplemente de adonde se quiere llegar, aceptando que el camino del Movimiento Nacional, que incluye y supera el sistema de partidos, es, en estos últimos años del siglo, como lo fue repetidamente en otras ocasiones de nuestra historia; el más apto de los caminos para llegar a la Felicidad del Pueblo y la Grandeza de la Nación.

Las distorsiones de las que hablábamos, creemos están en la base conceptual y metodológica de la ciencia historia. Razón por la cual iniciaremos el abordaje al problema que nos ocupa a partir de analizar un viejo texto liminar de la historiografóa argentina.

"La ciudad indiana": sus supuestos

Desde el comienzo mismo, Juan Agustín García, al hacer una descripción de la vida inicial en el Río de la Plata (de las costumbres, de las formas de producción, de las relaciones sociales, etc.) nos permite entrever la trama profunda de su obra. Así es que comenta, aunque sin especificar con precisión el tiempo sobre el que habla (pero es probable que se remita al largo período que va de 1580, año de la segunda fundación, a 1744, deducible por ser éstas las fechas que brinda al pintar el cuadro general sobre el que desarrollará toda su informada obra); algunas cuestiones que vienen a bien tener presentes. En primer término, la riqueza natural de estas tierras, en especial de índole pecuaria (no nos olvidemos que Don Pedro de Mendoza había traído y luego abandonado, cincuenta años antes, algunos ejemplares de vacas y caballos, que en esas escasas décadas se habían multiplicado de una manera asombrosa).

A los repobladores de Buenos Aires no les costaba excesivo esfuerzo, más que algunas expediciones muy lucrativas en busca de cueros, la explotación de esta riqueza; elemento éste que el autor ubica como el sustrato psicológico que va a informar el desarrollo de la personalidad de los habitantes originales. Esto "se transformará, poco a poco, en un sentimiento de orgullo colectivo, director de todo el juego mental". Dice más adelante que "se incorporará al organismo, convirtiéndose en un móvil subconsciente de la voluntad, constituyéndoles ese fondo de esperanza y optimismo, indispensables para soportar con serenidad las agitaciones de esos primeros años, tonificar su sistema nervioso, cobrar fuerzas para seguir adelante, con fe, esa ruda tarea, -convencidos de que Buenos Aires es la llave de estas provincias del Río de la Plata". [4]

Sobre ese trasfondo psicológico se asienta el móvil principal, en opinión del autor, que no es otro que el deseo de enriquecerse; más no el deseo ordinario, aceptado como inherente y propio del ser humano, sino que se trataba de "una ambición de riquezas con caracteres peculiares, exclusiva, que no dejaba entrada a otros motivos nobles y civilizadores que actúan armónicamente en los pueblos bien constituidos.

Sobre todo quieren vivir como grandes señores,"mandar a los indios, negros y criollos".[5]

Para confirmar y robustecer dicho aserto, traza una analogía con los mineros del norte de América que aplicaron el trabajo de los esclavos indios a la extracción de metales preciosos (creemos que aquí habla de la centro – América, maya y azteca, y no de los actuales Estados Unidos.

Para concluir, con perfecta lógica, que ambas tareas (tanto la de los mineros norte y centro-americanos, como la de los hacendados del Río de la Plata), resultaban perfectamente nobles para la autoestima, ya que mantenía intacta su hidalguía (les permitía seguir dirigiendo sobre la cuenta de una "muchedumbre sierva" que halagaba su vanidad).

Es por eso que en Buenos Aires prefieren el pastoreo, ya que era un modo de trabajar fácil, entretenido, pero por sobre todo, de acuerdo a sus tradiciones aristocráticas. Es así entonces que nos informamos que en 1744, sobre diez mil habitantes, solamente 33 eran agricultores. ¿Por que? Porque en el concepto de los hidalgos, la agricultura es un oficio bajo, ya que en la Vieja España "arar la tierra es tarea de villanos y siervos".

El segundo móvil de la voluntad que nos revela el autor, se deriva de las condiciones de vida impuestos por el entorno, en especial los riesgos constantes de invasión indígena y otros merodeadores (gauchos alzados, negros y mestizos); situación ésta, de inseguridad constante y generalizada, que sumada al estilo y personalidad tradicionales, llevó a los originales habitantes a vivir encerrados en su individualismo, "aislados en sus dominios como señores de raza privilegiada".

En resumen, hasta aquí nos muestra "La Ciudad Indiana" que las condiciones ambientales, el poco afecto al trabajo y la inseguridad propia de todo comienzo, configuran el caldo de cultivo propicio para el establecimiento de una comunidad basada en la ambición ilimitada de riquezas, propia de pueblos mal constituidos, centrados en los privilegios señoriales. Así, todo "le recuerda las escenas de la vida feudal, familiares a sus antepasados".

Pero también nos muestra una contradicción: por un lado nos habla de la existencia de una "muchedumbre sierva", mientras que por el otro lo hace de una vida rodeada de peligros, en la cual cada persona debe actuar de modo permanente en defensa de sí y de sus bienes "contra los indios y gauchos alzados, negros y mestizos", es decir, de los componentes naturales de toda muchedumbre sierva en estas tierras. Tendremos oportunidad de volver sobre este tópico.

Queda así planteado, a priori, el tema central de nuestro trabajo, cual es la existencia, o plena o a modo de reminiscencias, del feudalismo, tanto en las colonias, cuanto, obviamente, en la Vieja España, razón por la cual, vamos a seguir paso a paso el desarrollo de "La Ciudad Indiana" para poder desentrañar o su certeza o los supuestos que originaron tal confusión.

El dominio de la tierra

Tema éste que puede, sin dudas, ser un buen abordaje al problema en discernimiento. Todo el encomillado pertenece a la obra citada, razón por la cual los sintetizamos en una sola referencia.[6]

Significación

"La tierra tuvo un papel preponderante en la evolución y jerarquías de la sociedad colonial: 1. Era la única fuente de riqueza y prestigio en un pueblo sin carreras liberales, en el que el comercio era despreciado y rozaba a cada paso las fronteras de la ley penal; que por sugestión hereditaria y viejas tradiciones caballerescas, dejaba los oficios industriales, ocupaciones villanas de moros y judíos, a los negros, indios, mulatos y mestizos, prohibiéndoles otras profesiones por 'no ser decente que se ladeen con los que venden y trafican géneros';

2. La propiedad era requisito indispensable para el ejercicio de los pocos derechos políticos coloniales y una garantía relativa que serían respetados los derechos privados;

3. El vínculo de unión mas estrecho entre los propietarios: el peligro continuo (la amenaza vandálica) reforzaba la solidaridad social…"

Accesibilidad

"La tierra fue especialmente cuidada por el soberano". Garay hizo el primer reparto, que comprendía tierras en una faja de diecinueve leguas de Sur a Norte, por sesenta a setenta de Este a Oeste.

La legislación vigente al momento de la conquista (aclaramos que no somos afectos a interpretar la historia por la letra y el espíritu de la ley, sino por los hechos, coincidan con aquellos o no), le daba al Adelantado (y/o a quienes éstos delegaran) la potestad de distribuir las propiedades. Luego dicha facultad fue trasladada a Gobernadores y Cabildos, pero posteriormente les fue quitada a las autoridades locales volviéndolas al Rey.

Es interesante señalar, junto con J. A. García, que el dominio se entregaba a perpetuidad, con la libertad del amplio uso del mismo: -vender, entregar en arriendo, etc- y la obligación -aquí seguramente los hechos se apartan de la ley-, de su cultivo y hasta se contemplaba que un propietario que no cumpliera con tal requisito "debería obligársele a ello por el aumento que recibe la agricultura y el anhelo con que el labrador cultiva su propiedad, a diferencia de cuando es colono".

Consigna también la obra en estudio que "las numerosas mercedes de gobernadores y cabildos se refieren a terrenos abandonados por sus primitivos dueños" (luego de esto les fue quitada la potestad). Así como, si bien se tendía a privilegiar a los oficiales reales, todas las jerarquías sociales, aún los peones, tenían derecho ("según su grado y merecimiento") a la propiedad de la tierra, toda vez que fuera trabajada, pues, en estas condiciones "hace mil experimentos a un mismo tiempo para probar cual le rinde mejor cuenta y sus desvelos los contrae a mejorarlo". La única restricción -y con esto mejoramos lo antedicho-, era que durante cuatro años debían morar y laborar la propiedad concedida. Luego, "les concedemos la facultad para que de allí en adelante los puedan vender y hacer de ellos a su voluntad libremente como cosa suya propia".

Situación real y evolución

En un detallado y fundamentado análisis, nos informamos que en la realidad, tal derecho esencial tenía una vigencia limitada por cuatro motivos fundamentales:

1. La pesada maquinaria administrativa, que demoraba y entorpecía la tramitación necesaria -cuando no, también, se daba la venalidad de los funcionarios;

2. La elevada presión fiscal, por derechos e impuestos, que se debían oblar junto al precio propio del inmueble;

3. Las tierras originales habían sido distribuidas entre los primeros pobladores pero con el devenir, el conocimiento de la riqueza extendida y las necesidades, sentían la presión que toda nueva colonización iría a topar con el problema de la seguridad e integridad física de las fronteras;

4. Finalmente porque la especulación y las razones anteriores, en combinación, favorecían objetivamente a los mas pudientes, no siempre coincidentes -cada vez menos- con el abolengo y el señorío.

Esta situación, que restringía severamente el derecho y las leyes, mereció atención y preocupación de por lo menos una parte de los gobernantes, a fin de imponer un orden más justo, a la vez que mejorar los negocios públicos.

Pero bien hace notar J. A. García, un fenómeno subyacente, de capital importancia para comprender la realidad histórica, consistente en que desde el principio de la colonia, casi sobre la misma refundación de Buenos Aires, "la tierra tuviera un precio. Nada más curioso que estos orígenes del valor, que se ve nacer en una sociedad nueva". Así, sintetizando el cuadro presentado, podemos tomar como ejemplo el valor de una legua de tierra en Luján: en el año 1610, un traje; hacia 1650, ciento treinta y dos pesos plata; hacia 1700, ciento setenta pesos plata. Es lógico pensar -por falta de datos más precisos- que se trata de tierra inculta, pues, por comparación, para esas mis mas fechas, en Matanza los campos desiertos costaban un 50% más de lo señalado; en cambio las chacras cultivadas en este último paraje -cumpliendo lo que era costumbre generalizada-, quintuplicaban y más aún, su valor.

En otras palabras, si desde el comienzo la tierra tiene valor y es cara, más valor y riqueza le aporta el trabajo. Pero a la vez, la evolución de los precios, en el siglo indicado, demuestra que había un mercado activo de bienes inmuebles, sobre el que se asentaba la especulación rentística.

Si bien los censos de la época no son muy confiables, pueden dar un índice significativo, cuando, para 1744 nos muestran que sobre 6000 habitantes de la campaña, 186 eran propietarios (si bien se reconoce que en muchos pueblos han omitido consignar los propietarios y que el total del censo está equivocado en relación a sus mismas partidas de detalle).

En la tierra urbana, la situación era aún más acuciante por ser, obviamente, más alto su valor unitario y el proceso de acaparamiento: así en el barrio Santo Domingo, aquello que en 1605 costaba treinta pesos plata, en 1620 su precio era de ciento veinte pesos; y por aproximación -siguiendo el rubro "cuadra, a ocho de la plaza"-, es probable que hacia 1640 costara más de ciento sesenta pesos plata. Si el terreno estaba edificado, su valor se duplica, "probablemente por la mano de obra", de los materiales, de la alcabala de cuatro por ciento sobre la venta de maderas y ladrillos.

La misma "ley" encontramos en los alquileres (situación derivada de lo analizado anteriormente), tanto para los inmuebles urbanos como para los rurales. Nos excusamos de dar ejemplos demostrativos, por cuanto los datos aportados por el cuadro correspondiente no nos permiten seguir la consiguiente evolución por falta de comparación ad-intra. Sí es posible indicar que para 1615, el alquiler de una casa en la actual calle Méjico, a tres cuadras del río, costaba, por año, lo mismo que se vendía una cuadra en dicha zona (treinta pesos plata) y que para esa fecha ya no hay valores consignados de campos ni en el Ejido ni en el Riachuelo.

Sin haber agotado aún este tema, por cuanto inevitablemente volveremos al mismo más adelante, cabe la siguiente pregunta: ¿Podemos derivar que tal sistema de apropiación de la tierra, demuestra la existencia plena o como reminiscencias, de feudalismo, tal como el autor lo prefigura en los textos previamente citados? Con rigor y honestidad, creemos que aún se lo deberá demostrar. Por lo cual solicitamos paciencia para proseguir, aunque momentáneamente, con nuestro análisis; ya que, si cabe una reflexión, lo que podemos a firmar, por todo lo hasta aquí visto, es que existió un modo grandemente descarnado de explotación de los mas desposeídos y necesitados, pero que ello no nos satisface para concluir con la afirmación que estamos cuestionando.

La vida económica

Queda claro que la explotación pecuaria fue la dominante desde los primeros tiempos. Remitiéndonos al texto de "La Ciudad Indiana" podemos entender el alto grado de irracionalidad con que la misma fue encarada, por la ubérrima riqueza natural, así como que en escasas décadas se llegó a diezmar el stock disponible (no el total, ya que no debemos olvidar que las mayores existencias pastaban en tierras en poder del indígena) y en consecuencia, se produjo una también temprana distorsión en el precio del ganado, si bien la tasa de valores de venta al público es decreciente entre 1589 y 1671.

Esta tal explotación no contó con ningún tipo de inversión y sus gastos operativos eran bajos ("ya que se hacía con muy poca mano de obra"): no se mantenían ni depuraban las aguadas; ni se cuidaban o mejoraban las especies (cosa que "sí se hacía en la Vieja España").

Por otra parte, según una carta del P. Cattáneo, nos enteramos que la falta de inversión llegaba hasta el transporte necesario para llevar los cueros de las estancias al puerto, que se hacía en carretas, porque "…como cada una cuesta sesenta pesos cuando menos, son innumerables los que, por no tener esta cantidad, carecen del único instrumento exportador de sus cosechas" Sobre esto tendremos oportunidad de volver.

Ya hemos visto también que la agricultura tuvo un muy lento desarrollo, en primer lugar por el sistema de apropiación de la tierra; en segundo término por un cierto descuido de la autoridad pública frente a excesos y destrozos que cometían los animales y sus dueños en las chacras dedicadas al efecto (así nos lo hace constar una relación del procurador del Cabildo en 1677); en tercera instancia debemos citar las desfavorables y duras condiciones tanto del arriendo de los campos cuanto del crédito (en general reunidas en la misma persona del propietario del bien, ya que el crédito público era inexistente) y que las convertían en usurarias. En cuarto lugar, se hace notar la elevadísima presión fiscal (que padecía toda actividad productiva y comercial) combinada, en el caso de la agricultura, al bajo precio de los productos así como a los controles y regulaciones que se imponían a los chacareros; en quinto término, la seria deficiencia, cuando no ausencia, de medios de transporte y comunicación; y finalmente, como para la generalidad de la vida colonial inicial, los peligros a los que nos hemos referido anteriormente.

No nos vamos a extender (por harto conocido), sobre la opresión del sistema colonial-estatal, que restringía severamente para sus colonias del Río de la Plata, desde la educación universitaria al libre ejercicio del comercio y la producción, acompañado de un creciente relajamiento moral de sus funcionarios, elementos éstos que posibilitaron que, desde el comienzo mismo, la vida económica real de la colonia se desarrollara al margen de la ley, en términos actuales, que predominara una economía 'negra' perfectamente acepta da por toda la sociedad. Si bien J. A. García sigue viendo en los hacendados rurales aquellos señores feudales que la influencia francesa le ha instalado como idea central, al paso de la obra podemos ver que el proceso de acumulación de capital discurre por otros caminos favoreciendo en su concentración a otros grupos sociales y que en realidad, pocos son los que consiguen amasar fortunas. ¿Cuál es, entonces, el grupo claramente favorecido por las condiciones que acabamos de describir? Los comerciantes. Hasta tal punto es así, que el propio autor termina reconociendo que "a la vista de la riqueza acumulada por aquellos comerciantes, el estanciero, más o menos empobrecido, contempla esa riqueza perdida (y) un buen día, cansado de esperar, vende su campo y sus animales a vil precio".

Es ampliamente sabido también, que el contrabando fue la fuente más rentable y que, para ejercerlo, se necesitaba de mucho capital; pero también los alimentos les depararon pingues ganancias merced al acaparamiento de los de mayor necesidad -trigo, harina y sal- juntamente a la regulación de sus precios, al margen de lo establecido legalmente, en claro perjuicio tanto del productor cuanto de los consumidores. El siguiente cuadro puede ser demostrativo de esto que decimos:

Período

TRIGO

AR. MOLINO

HARINA

1589

2

2

4

1608/9

2

3

4

1621

2

4

6

Los valores están consignados en pesos plata y todos corresponden a la medida de una fanega.

Las disposiciones del Cabildo, obviamente burladas, y datadas en el año de 1589, son claras a este respecto: "aviendo bisto los señores de este Cabildo que sobre los géneros de monedas había pesadumbres, mandaron que las monedas balgan el precio de la plata que es de dos pesos la fanega de trigo, y que todo lo demás balga en toda moneda como el balor de la plata".

Para completar esta visión somera de la vida económica de la colonia durante sus primeras décadas, hace falta esclarecer la situación monetaria. El siguiente relato, tal vez extenso, la muestra, junto a las repercusiones que produjo sobre toda la vida de los habitantes de entonces: "Desde 1589 se preocuparon las autoridades de las 'pesadumbres que avia sobre los generos de monedas'. Seguramente sólo conocían la de vellón, moneda fiduciaria emitida con todo escándalo en la corte y que traía como consecuencia la desaparición de la de buena ley de oro y plata, la incertidumbre de los negocios, sin contar las perjudiciales oscilaciones de los valores.

Citando a Shaw, dice que: las innumerables calamidades que afligieron a España bajo Felipe IV y Carlos II, condujeron a una inmensa introducción de moneda de vellón, tan inmensa que descendió al octavo de su valor precedente, complicando y aumentando los males. La ciudad tenía que sufrir los efectos de la política económica del imperio. En 1589 resolvió el Cabildo que 'todas las monedas balgan el precio de la plata que es de dos pesos la fanega de trigo y que todo lo demás balga en toda moneda como el valor de la plata', estableciendo un régimen de unidad monetaria y un valor fijo y oficial para las cosas. Pero sobre estas ordenanzas primaban las pragmáticas reales que establecían las relaciones de valores entre el oro y la plata y la moneda de vellón.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

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