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El legado vital de la globalización: del malestar económico al populismo emocional e irreflexivo (Parte II) (página 2)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

Ese tipo de retórica es un síntoma de desesperación. Tiene ecos de los años de declive de la Unión Soviética bajo Leonid Breznev, cuando los defensores del marxismo aseguraban que no había problema alguno con el comunismo, excepto que la humanidad todavía no estaba madura para él. Al paso que vamos, puede que el celo revolucionario que vemos en los políticos británicos se queme a sí mismo antes de que se consume el "Brexit duro".

(Jacek Rostowski was Poland"s Minister of Finance and Deputy Prime Minister from 2007 to 2013)

– Trump, Europa y la causa del pueblo (GEES – 11/10/16) 

"Statu quo es la manera de decir, en latín, el desastre en el que estamos". Ronald Reagan

Sólo hay una pregunta relevante para la sucesión de elecciones democráticas que habrá en Europa a lo largo de 2017, queremos seguir como estamos, ¿o no?

Hace tiempo ya que hemos entrado en los grandes países europeos, no digamos en el modelo de la Unión Europea, en lo que podría describirse como la democracia liberal inercial. Es el modelo que reconstruyó Europa, y en general Occidente, tras la II Guerra Mundial, pero sin la fe en él, sin el alma y sin los principios que lo rigen. Es la mera cáscara, o formalismo, en que lo ha convertido su uso por las generaciones más recientes que habiéndolo heredado, y no teniendo a la vista un modelo enemigo letal, no lo valoran en su justa medida.

Esto es, claro, un desastre. La cuestión es si ese desastre se dejará llevar hasta su término, la desaparición efectiva del modelo de la democracia liberal en el marasmo de la tiranía relativista que conocemos como lo políticamente correcto impuesto por el progresismo dominante, o si se cortará la trayectoria temeraria que hemos emprendido.

De modo que no es excesivo interpretar el zeitgeist actual como un enfrentamiento cuasi apocalíptico entre la idiota tiranía de nuestro tiempo, obra de seudo-proclamadas élites y gente colocada varia, y la causa del pueblo. Expresión que tomamos aquí prestada del título de un libro de un antiguo colaborador del ex presidente Sarkozy, Patrick Buisson, sobre las indiscreciones de su antiguo jefe.

En este combate épico destaca por el momento la figura de Donald Trump en Estados Unidos, país tan relevante para Europa y el resto del mundo. Frente a él se ha alzado toda la Europa oficial en una actitud que acaso recuerde a la de María Antonieta frente al tumulto parisino pidiendo pan en las vísperas de la Revolución: "que les den brioches".

El "pan" que quiere el pueblo es la soberanía. Las "brioches" que le quieren ofrecer a cambio, son una magdalena más etérea que la de Proust: sin mantequilla animal ni harina de trigo ni levadura artificial. Es la enésima reencarnación de la manera de mantener al mando a los mismos de siempre, con los mismos efectos, empeorados por el paso del tiempo.

La soberanía, dice el Derecho político -esa criatura que había antes de que se la comiera su superior jerárquico en la cadena alimenticia de los conceptos, la burocracia– es un atributo consustancial a los estados. Procede de la facultad del soberano de ejercer su poder, que es el del Estado, sobre su territorio y hacia sus súbditos. Tras la Edad moderna se ha mantenido como lo que puede hacer -con los límites de las libertades personales-  en su nación, quien manda hoy jurídicamente: a saber !sorpresa¡ el pueblo. La soberanía nacional  reside en el pueblo, del que emanan los poderes del Estado, dice la Constitución española. Y lo mismo, poco más o menos, todas las de los países democráticos. La élite cree que esto es una broma para endulzar los oídos a la pobre gente ignorante y torpe; que es una ficción a la que hay que pagar tributo demagógico para sentirse uno muy bien consigo mismo y luego ir corriendo a hacer lo que hay que hacer: imponer arbitrariamente aquello que perpetúa la preponderancia de los intereses de esa élite.

Sin embargo, no siempre fue así. La soberanía significaba algo. De hecho, la conocemos porque vivimos encaramados sobre los hombros de nuestros antepasados que construyeron el Occidente de nuestros días a base de un esfuerzo sólo admisible en un entorno de libertad personal, respeto a la propiedad individual y gobiernos de leyes y no de hombres. Esa soberanía, dentro de sus límites, defendía, protegía y hasta garantizaba, todas esas cosas. Era muy bonito. Sobre todo porque fuera de esos límites había otras realidades: la Alemania Nazi, el Imperio Soviético, dictaduras y satrapías varias. En términos bíblicos también se explicaba muy gráficamente. Estaban los "ciros" frente a los "nabucodonosores". Para ilustración de la élite progre mal versada en estos temas religiosos anacrónicos, más adelante se encontrará la aclaración a estos crípticos términos.

Total, que la élite actual cree que eso es un mito libresco y que no estamos para esas bobadas sino para cosas serias como multi-culturalizar, cambiar el clima, el sexo de las personas pero sin tocar el código genético de las plantas y presumir de ser todos muy buenos, tolerantes y amables. Pero claro, para lograr ese nuevo paraíso terreno  exige, y parece natural para tan alto premio, una adhesión completa. Total. ¿Suena esto a algo? 

El proceso, en Europa, es, como corresponde a la ideología que lo ha puesto en marcha, progresivo. La arbitrariedad se ha convertido en la segunda naturaleza de los Estados burocratizados que nos gobiernan. Su capricho del momento es vestido invariablemente como la solución técnica correcta que el ciudadano no es siempre capaz de ver. Una nueva Providencia laica administrada por semejantes con un alta, desmesurada, concepción de sí mismos, vela por nuestro bien. 

El poder es visto como un fin en sí mismo que se busca por frivolidades personales, no como una carga que implica un servicio que no es fácil prestar correctamente.

– Primer ejemplo. La Unión Europea iba a lograr no sólo una unión cada vez más estrecha entre sus pueblos sino un crecimiento económico sostenido. Sin embargo, el sostenimiento económico de Europa, como el de buena parte de Occidente, depende de factores relativamente ajenos a ella, y a la élite gobernante, como el precio del petróleo (bajo en comparación histórica) y de la artificial supresión del precio del dinero, que debía ser una cosa muy molesta, reliquia reaccionaria del pasado, destinada sin duda a perpetuar desigualdades.

El caso es que si C.S. Lewis escribió un libro sobre la decadencia de los valores titulado "La abolición del hombre". Bien podría escribirse hoy uno sobre la decadencia del pensamiento económico que se llamase "La abolición del dinero". El dinero, declaran nuestros banqueros centrales, no vale nada. Lo que significa que tampoco hay ninguna diferencia entre gastar hoy o hacerlo mañana, afirman; lo que equivale a derogar de un plumazo milenios de comportamiento humano. Un observador perspicaz podría pensar que se trata de propaganda y que realmente no piensan cuanto dicen, pero en todo caso expresiones tan a contracorriente de la lógica económica de los últimos veinticuatro siglos no presagian nada bueno. Pero lo cierto es que la generación de riqueza con las honrosas excepciones de Reino Unido (antiguamente miembro de la UE, pero ya no) y la España in-gobernada se mueve a ritmos bajísimos.

No importa. Hay que seguir confiando en la Unión Europea y dejarle hacer. No moleste.

Pero cuando los tipos están a cero no pueden bajar más -aunque hay gente curiosísima que hasta esto plantea- y cuando el petróleo ya ha bajado todo lo que puede bajar, sólo puede subir.

– Segundo ejemplo. Alemania iba a integrar cuantos inmigrantes vinieran, lo que iba a resolver varios problemas económicos de producción y empleo además de insuficiencias demográficas, coronando además de solidaridad, bondad y angelidad (cualidad de los ángeles y las ángelas) a quienes lo impusieran a los ciudadanos.

Un par de violaciones y atentados terroristas más tarde -que no cunda el pánico, aún no ha pasado nada realmente grave- hemos decidido obligar a los vecinos (turcos, marroquíes), previo pago, a hacer el bien por nosotros, a saber, a ejercer de tapón para que no nos lleguen tantas oleadas. Bravo. No es suficiente con hacer el bien, hay que contagiar a otros.

Es cierto que es enormemente complejo no ya integrar, ni siquiera absorber, sino meramente impedir que mueran transportados como ganado, casi cómo los judíos durante la solución final, por las mafias, los inmigrantes causados fundamentalmente por la guerra de Siria -ese Chernóbil geoestratégico, a decir del General  Petraeus- y la inestabilidad de Oriente Medio. Impedir la guerra de Siria cuando se estuvo a tiempo mediante el uso de ese otro concepto reaccionario de la disuasión y favorecer la estabilidad de Oriente Medio como efecto de la paz garantizada por la presencia de amplios contingentes de soldados, tampoco hubiera sido mala idea. Pero hacía mal efecto. Quedaba fatal en un Nobel de la paz con ansias de ser reelegido. Obama no iba a tolerar tanta debilidad moral habiendo venido precisamente a decirnos a todos lo que hay que hacer.

– Tercer ejemplo. Francia resiste, como en Asterix, todavía y siempre, al invasor. ¿Siempre? Se crece al uno por ciento y no disminuye sustancialmente el paro, pero se come tres veces al día y no es un atentado de vez en cuando lo que hará desparecer el país. 

A pesar de su notable empeño bélico y de seguridad interior, mayor al de ninguna otra nación occidental, el socialismo que gobierna Francia fracasa en encuestas y realidad en los temas claves de seguridad y economía. Resiste, sí, pero a duras penas. Así que la expresión nuestros ancestros los galos, propia de los antiguos libros de Historia – pero impropia de ciertas regiones con personalidad como Bretaña o Córcega que han vivido muy bien estudiándola y aplicándosela, o sea integrándose en la Nación, qué cosa más rara – ha reverdecido en el discurso políticoJuppé Marine se disputan la corona de la República, valga la paradoja.

Cuarto ejemplo. Los países del Este no hacen ya ni caso a las lecciones de sus compañeros de continente del Oeste, sobre todo tras gozar del tránsito de refugiados que han debido orientar con la conocida solidaridad de los demás. ¿Seguirán pasando por el aro de nuestras lecciones occidentales de "moral" democrática actual porque necesitan nuestras transferencias? No parece.

 Toynbee, en su "Estudio de la historia" decía que las civilizaciones sobrevivían o morían en función de los retos, desafíos o incitaciones a los que debían hacer frente. Funcionaban  gracias a un mecanismo de incitación y respuesta. Si se las ponía en cuestión o se sentían amenazadas, las civilizaciones sanas respondían y sobrevivían. Hoy, siguiendo en esto el discurso ya acreditado del presidente Obama, como no hay amenazas "existenciales" del tipo de la Nazi en la II Guerra Mundial o del Imperio Soviético en la Guerra Fría; al faltar la incitación, no hay tampoco necesidad de respuesta. Así, lo que puede muy bien haber es, si se cumple la receta de Toynbee, muerte. Pero no está claro que así sea. En primer lugar, porque la amenaza existencial, sí existe. Podrá discutirse su inminencia, no su realidad. La amenaza en Europa es sustancialmente doble: el acomodo del Islam, del que es expresión máxima Francia; y la debilidad interna: económica y cultural o social, debida fundamentalmente a la presión de una elite depravada, hostil a los valores de Occidente. En segundo lugar, porque hay quien quiere responder. Media Europa no se resigna a morir.

¿Habrá pues un despertar? Y, de haberlo, ¿será esta causa del pueblo tan pacífica y benéfica como la (americana) heredada por Trump del Mayflower, los Padres Fundadores y Lincoln (gran beneficencia, ciertamente que no impidió los 600.000 muertos de la Guerra Civil); o tan violenta e ingrata como la que representa la línea (europea) que va de Robespierre a Lenin, pasando por Napoleón o Hitler?

Los Países Bajos eligen gobierno el año que viene. Francia elige presidente. Más tarde, Alemania votará en elecciones generales. Las tendencias son parecidas. La gente vuelve sus ojos hacia la derecha y atiende a quienes piden revolución frente a corrección política. Respuesta frente a molicie.

Para la Historia Sagrada, hay dos tipos de gobernantes, dos tipos de gobiernos: el de Nabucodonosor y el de Ciro. El primero es opresivo y supone el exilio de la patria (que no es sólo un lugar geográfico, Israel, sino la tranquilidad que da el orden justo de las cosas); el segundo es liberal y amable y devuelve al pueblo a su tierra, que no es sólo una zona específica, sino también el orden justo de las cosas. Se habita en el primer reino, capital, Babilonia, por castigo de Dios, por "dureza de corazón", por haber olvidado y desoído los mandatos del Señor; y sólo se vuelve al segundo por voluntad divina, una vez reaprendido el camino.

Es decir es mejor Ciro que Nabucodonosor, y es legítimo -incluso obligatorio, si queremos renunciar a la idolatría- luchar hic et nunc por vivir bajo el primero desalojando al segundo.

Primera parada el 8 de noviembre, Estados Unidos de América.

La peligrosa deriva del gobierno de May en el RU

(Project Syndicate – 11/10/16)

Londres.- Los conservadores que hicieron campaña por la salida del Reino Unido de la Unión Europea siguen parloteando acerca de crear una Gran Bretaña abierta al mundo y al libre comercio. Pero la realidad es que el RU se está volcando hacia dentro. La primera ministra Theresa May, que se presenta a sí misma como la respuesta británica a Angela Merkel, está revelando más parecidos con Marine Le Pen, líder del ultraderechista Frente Nacional de Francia, que con la internacionalista canciller alemana.

May expuso su visión del futuro de Gran Bretaña en el congreso del Partido Conservador celebrado este mes. Prometió activar el proceso formal de salida del Reino Unido antes de fin de marzo de 2017, y declaró que su prioridad en las próximas negociaciones para el "Brexit" será el control nacional de la inmigración (no la permanencia en el mercado común europeo). Su postura encamina al RU a un Brexit "duro" en abril de 2019.

Los gobiernos de la UE insisten, con razón, en que la libertad de movimiento es un pilar central del mercado común, y el giro nativista de May ya llevó a que Merkel y otros líderes europeos, en particular el presidente francés François Hollande, adopten una actitud más dura con el RU.

Como era de prever, la libra se derrumbó en los mercados de divisas, en anticipación del perjuicio económico de un Brexit duro, al quedar los mercados del RU y la UE separados por costosas barreras comerciales (controles aduaneros, normas sobre origen de productos, aranceles a las importaciones y regulaciones discriminatorias) que afectarán a casi la mitad del comercio internacional británico.

Pero May no sólo sentó las bases de una ruptura completa con la UE; también adoptó una visión profundamente iliberal para el futuro británico: intervencionismo en lo económico, nacionalismo en lo político y xenofobia en lo cultural. La primera ministra (no electa) está rechazando el manifiesto liberal conservador del ex primer ministro David Cameron (con el que este ganó la mayoría parlamentaria el año pasado), el compromiso de Margaret Thatcher con la globalización en los ochenta y una larga tradición británica de apertura liberal.

Tras apoyar casi en silencio la permanencia en la UE durante la campaña por el Brexit, May se ha puesto el traje del populismo antieuropeísta y ataca tanto a las "élites internacionales" como a los británicos de mirada cosmopolita. En su discurso en el congreso del partido, declaró: "Oíd tan sólo cómo muchos políticos y comentaristas hablan de la gente: consideran de mal gusto vuestro patriotismo, provincianas vuestras inquietudes sobre la inmigración, iliberales vuestras opiniones sobre el delito".

En un eco de nacionalistas como Le Pen y Viktor Orbán (el autoritario primer ministro de Hungría), aseveró: "Quien cree ser ciudadano del mundo, no es ciudadano de ningún lugar; no comprende el verdadero significado de la palabra «ciudadanía»". Irónicamente, la noción de May de que hay un solo modo de pertenecer a la comunidad política británica es precisamente lo más antibritánico.

May demandó que las empresas radicadas en el RU privilegien a los trabajadores británicos en un "espíritu de ciudadanía" (otro término para referirse a lo que Le Pen llama "preferencia nacional". No es sólo retórica. La situación de los nacionales de la UE en el RU es moneda de cambio en las próximas negociaciones sobre el Brexit. May quiere evitar el ingreso de futuros inmigrantes de la UE, a los que erróneamente acusa de quitar empleos a los británicos y deprimir sus salarios. La ministra del interior, Amber Rudd, está dispuesta a más. Hace poco pidió que las empresas radicadas en el RU declaren su personal extranjero, para poder "denunciar públicamente" a las que no contraten "suficientes" trabajadores británicos. "Los empleos británicos para los trabajadores británicos" era un eslogan usado por el partido racista Frente Nacional en el RU en los setenta; ahora tiene partidarios en el gabinete.

Este chauvinismo no sólo es despreciable: también es tonto. Ya provocó indignación y amenazas de otros países. En un momento en que muchas empresas están reconsiderando sus planes de inversión post-Brexit, deja en ridículo la afirmación del gobierno de que el RU está abierto a los negocios. Parece que el gobierno de May pretende que el Citibank opere en Londres sin personal estadounidense, Nissan sin gerentes japoneses y las empresas globales sin talentos internacionales.

Ya ni los médicos nacidos en el extranjero que salvan vidas británicas son bienvenidos; May quiere que el RU sea "autosuficiente" en atención médica de aquí a 2025. Como uno de cada tres médicos en el RU es inmigrante, el país se verá en problemas si muchos ahora decidieran llevarse sus consultorios a otra parte.

La experiencia de gobierno de May se limita a funciones dirigistas: estuvo a cargo de supervisar la seguridad interna y la inmigración como ministra del interior del gabinete de Cameron. Parece no tener idea del funcionamiento de una economía de mercado abierta y desconocer que el comercio internacional, la inversión y las migraciones están entrelazados. Hace poco alardeó de que Londres es la capital financiera del mundo, pero omitió decir que esto se debe en gran medida a la presencia de bancos extranjeros que emplean personal extranjero ("ciudadanos del mundo") para atender a mercados internacionales (entre ellos, los de la UE).

En un nivel más básico, May parece no darse cuenta de que controlar la inmigración equivale a poner barreras comerciales. Cuando una empresa británica subcontrata trabajo informático a Bangalore es "comercio", pero si programadores indios hacen el mismo trabajo en Birmingham es "inmigración"; sin embargo, las transacciones son análogas. Si Polonia se especializa en construcción y el RU quiere comprar sus servicios, el intercambio no será posible sin movilidad de las personas entre los países.

Oficialmente, el gobierno británico sigue proclamándose fanático del libre comercio, pero en la práctica, su política iliberal es más fuerte: la eurofobia vale más que el libre intercambio con los vecinos y principales socios comerciales de Gran Bretaña, y la xenofobia vale más que la necesidad de trabajadores extranjeros. ¿Cuánto más durará el resto de su agenda de globalización? Aun suponiendo que el gobierno encuentre socios bien dispuestos, el populismo puede impedir cualquier acuerdo comercial que parezca servir a las "élites internacionales". El nacionalismo también puede llevar a que Gran Bretaña se cierre a la inversión china.

Los votantes británicos eligieron abandonar la UE, pero no dijeron cómo: May no tiene mandato electoral para su giro hacia el iliberalismo. Pero su oposición oficial es un Partido Laborista que, capturado por la izquierda dura, no es electoralmente viable. Así que de no mediar una recuperación de los liberaldemócratas, es posible que Gran Bretaña necesite un nuevo partido político (o una alianza multipartidaria) que luche por un país abierto al mundo, liberal y tolerante.

(Philippe Legrain, a former economic adviser to the president of the European Commission, is a visiting senior fellow at the London School of Economics" European Institute and the author of European Spring: Why Our Economies and Politics are in a Mess – and How to Put Them Right)

Los mercados dan a Theresa May una lección sobre soberanía

(Expansión – FT – 12/10/16)

(Por Martin Wolf – Financial Times)

El Reino Unido está dispuesto a "recuperar el control" de su destino. Pero la soberanía formal no equivale a poder.

Los políticos proponen y los mercados disponen. La semana pasada comenzó con un discurso de la primera ministra británica Theresa May sobre sus planes para el Brexit. Los mercados de divisas respondieron reduciendo el valor de los activos británicos. El Reino Unido está dispuesto a "recuperar el control" de su destino. Pero la soberanía formal no equivale a poder. El Gobierno británico anuncia sus intenciones. La reacción de otros determina los resultados.

Los dos discursos de May durante la conferencia de su partido hicieron de un Brexit duro el resultado más probable. Esto es así tanto por razones sustantivas como de procedimiento.

La razón de procedimiento es que May ha decidido poner en marcha el proceso de salida del Artículo 50 de la Unión Europa no más tarde de marzo de 2017. Esto daría la iniciativa a los otros miembros y centraría las negociaciones sobre un divorcio que deberá finalizar en dos años. Dada la complejidad de la toma de decisiones de la UE, se trataría de un periodo muy corto para negociar un acuerdo confeccionado a la medida.

La razón sustantiva por la que un Brexit duro es abrumadoramente probable es que la primera ministra también ha descartado ese acuerdo a la medida. Según sus palabras, "nosotros vamos a ser un país soberano plenamente independiente, un país que ya no forma parte de una unión política con instituciones supranacionales que pueden ignorar los parlamentos y los tribunales nacionales… Por lo tanto, no va a ser un "modelo noruego ni suizo", sino un acuerdo entre un Reino Unido soberano e independiente y la UE".

El procedimiento y el objetivo subrayados por May harían que el país saliera no solo de la UE, sino de los términos preferenciales de acceso a los mercados de la UE de los que dependen los inversores extranjeros y británicos.

Además, los negociadores comerciales de Reino Unido no podrán cerrar acuerdos compensatorios con el resto del mundo, en parte, porque no existe tal posibilidad, dado que la UE abarca casi la mitad de las exportaciones británicas. También porque el Reino Unido no será considerado como un socio creíble hasta que finalice su acuerdo con la UE. Entonces, en marzo de 2019, el país podría encontrarse sin acceso preferencial a ningún mercado.

May también afirmó que "si ustedes creen que son ciudadanos del mundo, entonces no son ciudadanos de ninguna parte". Negó la posibilidad de que alguien pueda ser ciudadano del mundo y ciudadano de alguna parte. Pero muchos de los extranjeros cualificados de los que el Reino Unido depende se consideran precisamente eso. ¿Por qué querrían quedarse en un país cuya primera ministra parece menospreciarles? La xenofobia fue también una parte importante de la campaña por el Brexit. ¿Puede alguien creer que semejante lenguaje no tiene efecto sobre los trabajadores e inversores potenciales o, al menos, sobre los de nuestros socios de la UE?

La insensatez tiene consecuencias. Los objetivos extremos del Reino Unido están ahora claros. Los inversores han rebajado el valor de los activos del país de la forma más simple, vendiendo la libra. El tipo de cambio real efectivo está cerca de donde estaba a finales de 2008, inmediatamente después de la crisis financiera. En términos del dólar, los índices bursátiles están más bajos que antes del referéndum y también en relación a otros mercados.

La devaluación de los activos británicos era inevitable. Refleja la creencia de los inversores de que sus perspectivas económicas han empeorado. Pero los malos resultados de sus exportaciones sugieren que la depreciación no es suficiente para generar el cambio necesario en la estructura de la economía hacia la producción de bienes y servicios. Además, es bastante probable que el enorme déficit por cuenta corriente actual sea insostenible después del Brexit.

Los flujos de capital necesarios para financiar el enorme déficit externo podrían continuar, ante la percepción de que la tierra de una libra depreciada podría ser un chollo. Pero si cesaran, la moneda podría hundirse y entonces los políticos se enfrentarían a lo que les ocurre a las economías emergentes que pierden la confianza de los inversores: la necesidad de subir los tipos de interés y cerrar el déficit fiscal durante una crisis. ¿Es eso probable? No. ¿Lo está haciendo más probable el discurso del Gobierno? Sí.

El Gobierno aprendería entonces los límites de la soberanía en una economía abierta. El ministro de Hacienda Philip Hammond, que recordó a su partido recientemente que los británicos no votaron el 23 de junio "ser más pobres o sentirse menos seguros", podría entonces contar más y los partidarios del Brexit del gabinete, menos. En una crisis, lo impensable se convierte en lo contrario. Poner en marcha el Artículo 50 sin la aprobación del Parlamento podría ser imposible. Por un estrecho margen, el país votó cierta clase de Brexit. Pero el Gobierno no tiene el encargo de poner en marcha la versión más extrema. Además, los partidarios del Brexit insisten en que su objetivo es restaurar la soberanía parlamentaria. ¿Por qué entonces el Gobierno planea ignorar al Parlamento?

También nos han dicho que los partidarios del Brexit creen en "el principio de que las decisiones sobre el Reino Unido deberían tomarse en el Reino Unido". Los mercados de divisas demuestran el vacío de ese principio. La premisa de la campaña a favor de la salida era falsa: un conjunto de decisiones que afectan al Reino Unido siempre se tomarán fuera. Pero no es probable que esta verdad frene el tren hacia un Brexit completo. Pararlo sería un milagro, o más bien una crisis. ¿Probable? No. ¿Posible? Sí.

Around the world, toxic political leaders and dangerous policies have suffered important recent setbacks. Project Syndicate commentators explain why – and how the shift in political momentum might be sustained.

Editors" Insight: a fortnightly review of the best thinking on current events and key trends.

– Is Populism Being Trumped? (Project Syndicate – 15/10/16)

The reactionary parochialism embraced by many voters in recent years has shaken political establishments and roiled markets. They needed it, but can policymakers build on recent signs of buyers" remorse?

Is the populist tide going out? The last fortnight has given democrats everywhere reason to cheer – or at least to sleep a little better.

For starters, Donald Trump"s bid for the US presidency is being buried by a cascade of damning revelations, including that he has not paid any federal income tax for perhaps two decades, and that he feels entitled by his fame to assault women – call it droit de célébrité. Many Republican leaders have finally had enough, repudiating their party"s presidential nominee in an effort to preserve its House and Senate majorities.

In Hungary, Prime Minister Viktor Orbán"s anti-immigrant referendum failed to attract sufficient turnout. Orbán says that he will nonetheless seek to constitutionalize the result; but the fact that more than half of the electorate stayed home suggests that his Svengali-like hold on voters may be slipping.

And in Poland, enormous nationwide protests, led by women, forced Jaroslaw Kaczynski"s Law and Justice (PiS) party to withdraw a bill that would have criminalized virtually all abortions, even in cases of rape or incest. After a year of hollowing out Poland"s institutions and concentrating power in his own hands, Kaczynski, the unelected master of Polish politics, may have overreached, as he did in 2007, when he was Prime Minister.

Of course, populism is hardly a spent force, as Colombian voters recently showed. Following a campaign that rivaled the United Kingdom"s Brexit debate for mendacity, a razor-thin majority rejected a peace deal with the Revolutionary Armed Forces of Colombia (FARC) that promised to end more than a half-century of guerrilla war. But, while the New School"s Nina L. Khrushcheva rightly worries about a return to "the violent abyss of never-ending war", only a week later President Juan Manuel Santos was awarded the Nobel Peace Prize for his efforts, putting the agreement"s opponents, led by former President Álvaro Uribe, back on the defensive. With the world standing behind him, Santos may yet be able to prevent renewed violence.

Even Brexit -the lodestar of populists worldwide since the June referéndum- has fallen on hard times. In early October, after British Prime Minister Theresa May explicitly embraced "hard Brexit" -an approach to leaving the European Union that emphasizes controlling immigration over retaining access to the single market- the market response was brutal. Sterling fell to a 31-year low, and a number of Conservative MPs broke with May over her curt rejection of any role for Parliament in shaping the Brexit talks.

Despite these setbacks for populists, many Project Syndicate commentators are unconvinced that the genie can be put back in the bottle. They may be right: populism is an enormously complex phenomenon, and some of its avatars -such as Philippine President Rodrigo Duterte, who boasts of murdering drug users- are more brazen than ever. Nonetheless, growing resistance appears to be shortening their leash.

Markets Vote, Too

May"s move toward the Trump/Orbán/ Kaczynski camp has shocked many, particularly those Conservatives who dreamed that Brexit would bring about some second Elizabethan age of economic openness and creativity. Instead, says the LSE"s Philippe Legrain, May has "adopted a deeply illiberal vision for the UK"s future, consisting of economic intervention, political nationalism, and cultural xenophobia".

No surprise, then, that financial markets have been voting with their wallets. Market participants like Mohamed A. El-Erian, Chief Economic Adviser at Allianz, are acutely aware that as "bad politics crowds out good economics, popular anger and frustration will rise, making politics even more toxic". Unless "enlightened political leadership takes the reins in time to make the needed mid-course corrections voluntarily", he adds, "unambiguous signs of economic and financial crisis" will "force policymakers to scramble to minimize the damage".

The UK, Legrain suggests, is now feeling the heat of that dynamic. "The pound has duly plunged on currency markets, anticipating the economic harm of a hard Brexit: costly trade barriers -customs controls, rules-of-origin requirements, import duties, and discriminatory regulation- will divide UK and EU markets and affect nearly half of Britain"s trade".

But can markets really be relied upon to provide a robust barrier to demagogy? In the 1920s and 1930s, after all, fascism was elevated to power in Italy and Germany on the back of big business. One reason why markets are behaving differently nowadays may be that they are more global than ever: businesses that compete in a globalized economy cannot afford parochial nationalism. And parochialism is what May, increasingly following the lead of her cabinet"s most strident Brexiteers, is now offering when she condemns anyone who considers himself or herself "a citizen of the world".

And it"s not just markets that are turning on May. In pushing for a hard Brexit, she has been running roughshod over the actual desires of the British people and the representative institutions designed to channel those desires. But democratic institutions are starting to protect themselves. Opposition Labour, Liberal Democrat, and Scottish Nationalist MPs are joining forces with a large number of disgruntled Conservatives to insist on Parliament"s right to scrutinize May"s approach to Brexit. More importantly, perhaps, Britain"s highest court is now hearing a case challenging May"s appropriation of the "royal prerogative" to deny Parliament a say over Brexit. The case, being heard before the Lord Chief Justice of England and Wales, Lord Thomas, is almost unprecedented, offering Britain"s supreme court an opportunity to rein in the executive and establish the power of judicial review within Britain"s unwritten constitution.

Baskets of Deplorable Elites

The post-referendum trajectory of May, a quiet denizen of the "Remain" camp prior to the Brexit referendum, suggests that populism can be as much a matter of political logic as of political sociology. No one, argues former Polish finance minister and deputy prime minister Jacek Rostowski, should be surprised by May"s decision to seize upon hard Brexit, despite fears for Britain"s economic future and the preferences of most referendum participants.

"Under normal circumstances", Rostowski says, "one would expect the government"s policy to reflect the majority"s preference, and to aim for a "soft Brexit"", which would imply maintaining some form of membership in Europe"s single market. Instead, "a classic revolutionary pattern has emerged", because the Brexiteers in May"s cabinet, having campaigned on a promise to "take back control", would face "political disaster" were they "seen by voters as the supplicant in negotiations with the EU", as they "inevitably would be, no matter how often May denies it". The simplest way to avoid that "embarrassing unmasking", Rostowski points out, is by "(w)alking away".

Nobel laureate economist Joseph E. Stiglitz blames elites in another way for many voters" willingness to play "Russian roulette" with their economies and societies. He attributes Trump"s rise to "simplistic neo-liberal market-fundamentalist theories that have shaped so much economic policy during the last four decades". As a result of this agenda, Stiglitz argues, in the US "median income of full-time male employees is lower than it was 42 years ago, and it is increasingly difficult for those with limited education to get a full-time job that pays decent wages". Not surprisingly, "those whose standard of living has stagnated or declined have reached a simple conclusion: America"s political leaders either didn"t know what they were talking about or were lying (or both)".

But Harvard"s Joseph S. Nye admonishes readers to "be wary of attributing populism solely to economic distress". After all, "Polish voters elected a populist government despite benefiting from one of Europe"s highest rates of economic growth, while Canada seems to have been immune in 2016 to the anti-establishment mood roiling its large neighbor". Nye cites a study of European populist parties" supporters by the political scientists Ronald Inglehart and Pippa Norris, who "found that economic insecurity in the face of workforce changes in post-industrial societies explained less than cultural backlash". And Nye believes that their conclusion -that "populism is a reaction by once predominant sectors of the population to changes in values that threaten their status"- applies to the US as well:

"In the US, polls show that Trump"s supporters are skewed toward older, less-educated white males. Young people, women, and minorities are under-represented in his coalition. More than 40% of the electorate backs Trump, but with low unemployment nationally, only a small part of that can be explained primarily by his support in economically depressed áreas".

The cultural critic Ian Buruma agrees – but only up to a point. He is similarly skeptical of the idea that populist politicians can be defeated solely by policies aimed at promoting their supporters" economic welfare. Many "don"t seem to care much about reasoned argument – that is for the liberal snobs". For them, "(e)motions count more, and the prime emotions that demagogues manipulate, in the US and elsewhere, are fear, resentment, and distrust". And this, Buruma argues, "is at least partly the result of leaving education too much to the market: those with money are highly educated, and those with insufficient means are not educated enough".

Geography is Destiny

Populism, however, has become a powerful force even in countries with more egalitarian education systems. Jean Pisani-Ferry, Commissioner-General of France Stratégie, refines and extends Buruma"s argument, suggesting that education is part of a form of geographical determinism that affects how people vote.

"Regional or local voting patterns are as old as democracy", Pisani-Ferry notes. "What is new is a growing correlation of spatial, social, and political polarization that is turning fellow citizens into near-strangers". Voters "in traditional manufacturing districts caught in the turmoil of globalization" have become "multiple losers: their jobs, their housing wealth, and the fortunes of their children and relatives are all highly correlated". Thus, "US districts where the economy was severely hit by Chinese exports have responded by replacing moderate representatives with more radical politicians – either from the left or the right".

Here, Pisani-Ferry is highly pessimistic, because growth in modern economies "puts a premium on agglomeration, which is why larger cities tend to thrive, while smaller cities struggle". As a result, "(o)nce an area has started losing skills and firms, there is little hope that the trend will naturally reverse". More often than not, aggregate economic expansion simply "means even more prosperity and dynamism in the better-off cities, and little, if any, gain" for voters elsewhere. Indeed, Pisani-Ferry"s stark conclusion that "(g)rowth itself has become divisive" captures perfectly the geographical voting pattern evident in the Brexit referendum and in support for Trump. For many people in these bastions of populist support, unemployment "can quickly become the new normal".

Rage at this new normal has turned trade into a bellwether issue for populists. And in a crucial sense, says Daniel Gros of the Center for European Policy Studies, the populists are not to blame for this. "Blind faith in globalization led many to overhype it, creating impossible expectations for trade liberalization", he argues. Rather "than acknowledge the role of commodity prices in bolstering both trade and growth in the early 2000s, most economists and politicians attributed those positive trends to trade-liberalization policies". That "reinforced the notion that "hyper-globalization" was the key to huge gains for everyone." Not surprisingly, when those gains failed to materialize, "many people felt duped and rejected free trade".

It"s Not the Populists, It"s Us

Instead of addressing the economic and cultural factors driving populism, governments and other institutions sometimes reinforce them by devoting too much energy to protecting their own turf. While globalization, argues Princeton economic historian Harold James, "is beleaguered partly because of decisions made by governments under the auspices of an open international order", the larger problem consists in "judicial and quasi-judicial decisions to impose large financial penalties on foreign corporations", a pattern that is "now straining transatlantic relations".

James cites some telling examples. "After the EU announced that it would require Apple to pay € 13 billion ($ 14,6 billion) in back taxes" that Ireland"s government should have collected, he notes, "the US fined Deutsche Bank, a German company, $ 14 billion to settle claims relating to its mortgage-backed securities business prior to the 2008 crash".

To be sure, James continues, such measures could be regarded as an "effective response in a world where multinational corporations have become extremely skilled at reducing their conventional tax liabilities". But, "unlike normal taxes, fines against companies are not predictably or uniformly levied, and must be haggled over and settled individually in each case", through negotiations that "are often politicized and involve high-level government interventions" in which domestic firms have the upper hand. "Market economies", James concludes, "cannot operate when their established rules are haphazardly enforced, which is what happens when national and international regulators turn into advocates for local enterprises and enemies of foreign businesses".

The absence of uniform and predictable rules is wreaking havoc on debt-distressed governments as well. As Harvard"s Ricardo Hausmann and Mark Walker of Millstein & Co. point out, Venezuela is now paying a heavy price for rule changes that are blocking any international plan to restructure the country"s vast liabilities. "Argentina"s 15-year legal battle with its creditors -in which holdouts did measurably better than creditors who had years earlier accepted a debt Exchange- destabilized the international financial architecture and generated a new set of rules". And, as Hausmann and Walker note, "Venezuela will be the first country to navigate" those rules.

Hausmann, a former Venezuelan government minister, is a trenchant critic of the populist mismanagement that has left the country"s economy in ruins. At bottom, Venezuela"s crisis is "of its own making". Nearly a generation of skewed policies and priorities, he and Walker argue, "led to a collapse in oil production, because the national oil company PDVSA failed to maintain its productive infrastructure and defaulted on payments to key contractors in order to pay its bondholders – thereby killing the goose that laid the golden eggs". Nonetheless, "Venezuela will need to restructure its existing debt", which will be impossible without a strategy to undermine holdout creditors. Indeed, the absence of such a strategy might well preclude any "restructuring at all, which could mean chaos or even a failed state".

Don"t Look East

In sharp contrast to Venezuela"s Chavista leaders, China"s government has long been considered a model of wise and consistent economic policymaking. In fact, says the University of California, Berkeley"s Barry Eichengreen, China"s ruling communists can be as misguided and self-serving as political leaders anywhere. He takes aim at their successful campaign to have the renminbi included in the basket of currencies that make up the International Monetary Fund"s unit of account, Special Drawing Rights, calling it an effort that was "more about symbolism than substance".

Chinese officials, Eichengreen notes, argue that inclusion in the SDR currency basket "is one of a series of steps to encourage use of the renminbi in international transactions". But they have been putting the cart before the horse, believing "that relaxing capital controls and allowing financial capital to flow more freely in and out of the country will force financial market participants to up their game". In fact, so long as "Chinese banks and firms are slow to adjust, liberalizing international capital flows will lead only to more volatility, fewer offshore deposits, and less reliance on the renminbi for settling merchandise transactions – exactly as has been the case recently". Instead, Eichengreen concludes, "the most important steps" the authorities "can take to foster renminbi internationalization are to strengthen domestic financial markets, modernize regulation, and streamline contract enforcement".

But China"s policy mistakes pale in comparison with those of Pakistan, where decades of portraying India as an existential threat have nurtured a xenophobic, fearful citizenry and a state that is making life ever worse and more precarious for its people. Clearly, any effective challenge to this dangerous, long-entrenched dynamic, whereby the Pakistani military"s powerful Inter-Services Intelligence (ISI) agency has for years supported terrorist groups and helped them to coordinate attacks on India, will have to come from outside. And, as Shashi Tharoor, an Indian MP and former Minister of State for Foreign Affairs, and Brahma Chellaney of the Center for Policy Research in New Delhi, argue, that challenge may have begun in late September.

According to Tharoor, India"s ""surgical strikes" across the Line of Control (LoC) in Kashmir" proved highly successful. The operation "destroyed terrorist "launch pads" and "eliminated significant numbers of militants poised to cross over for attacks on the Indian side, as well as some who were protecting them (presumably Pakistani soldiers)". More important, although India has conducted such strikes in the past, the strikes in September were "the first to be announced publicly, providing a clear signal of intent and a bold statement that business as usual -Pakistani pinpricks followed by Indian inaction- is no longer to be expected".

Chellaney goes further, suggesting that India"s turn away from appeasement could have a significant effect on global security, because "Pakistan is "ground zero" for the terrorist threat the world faces". Many attacks in the West, he points out, have had Pakistani footprints, "including the 2005 London bombings and the 2015 San Bernardino killings", while Ahmad Khan Rahami, the suspect in the recent bombings in New York and New Jersey, "was radicalized in a Pakistan seminary located near the Pakistani military"s hideout for the Afghan Taliban leadership".

But India can"t rein in Pakistan alone, and Chellaney is sharply critical of Pakistan"s foreign enablers, particularly the US. "Yes, even after finding the likes of Bin Laden on Pakistani soil", he laments, "the US -the country that has spearheaded the so-called War on Terror- not only continues to deliver billions of dollars in aid to Pakistan, but also supplies it with large amounts of lethal weapons". The implication is clear: the US should use its "leverage to ensure that the Pakistani military is brought to heel – and held to account".

Attack on All Fronts

In the effort to halt and reverse the populist advances of recent years, there is no magic bullet. It is a battle that must be waged on many fronts: economic, electoral, legal, cultural, and, where appropriate, military. But, however challenging that battle may be, what is increasingly clear is that it must be joined without delay. As Project Syndicate commentators have indicated, in a wide variety of countries and contexts -from the UK to Latin America and Asia– those who would jeopardize their own countries" prospects and place global security and prosperity at risk can be knocked back on their heels. The task for the world"s political leaders, including the next US president -who will not be a populist- is to keep them there.

– ¿Por qué Trump? (Project Syndicate – 14/10/16)

Nueva York.- En los viajes que realicé por todo el mundo durante las últimas semanas me pidieron, repetidamente, que responda dos preguntas: ¿es concebible que Donald Trump podría llegar a ganar la presidencia de Estados Unidos?; y, en primer lugar, ¿cómo llegó su candidatura tan lejos?

En cuanto a la primera pregunta, a pesar de que es más difícil realizar un pronóstico político que uno económico, se puede decir que las probabilidades se inclinan fuertemente a favor de Hillary Clinton. Incluso así, el hecho de que ambos competidores se encuentren uno muy cerca del otro en la carrera (al menos hasta hace muy poco) ha sido un misterio: Hillary Clinton es una de las personas más calificadas y mejor preparadas que haya candidateado a la presidencia de Estados Unidos, mientras que Trump es una de las menos cualificadas y peor preparadas. Aún más, la campaña de Trump sobrevivió comportamientos por parte de Trump que habrían puesto fin a las posibilidades de cualquier otro candidato en el pasado.

Entonces, ¿por qué los estadounidenses están jugando a la ruleta rusa (con esto se quiere decir que existe al menos una posibilidad entre seis de una victoria Trump)? Las personas que están fuera de EEUU quieren saber la respuesta, ya que el resultado les afecta también, a pesar de que no tienen influencia sobre el mismo.

Y eso nos lleva a la segunda pregunta: ¿por qué el Partido Republicano nomina a un candidato que incluso sus propios líderes rechazaron?

Obviamente, existen muchos factores que ayudaron a que Trump derrote a 16 rivales durante las primarias republicanas, permitiendo que llegue hasta este punto. La personalidad de los candidatos sí reviste importancia, y algunas personas realmente se sienten atraídas por la personalidad de show de telerrealidad de Trump.

Sin embargo, varios factores subyacentes también parecen haber contribuido a cuán cercanos están los contendores en la carrera electoral. Para empezar, muchos estadounidenses sí están económicamente peor de lo que estaban hace un cuarto de siglo. El ingreso medio de los empleados hombres a tiempo completo está en un nivel más bajo del que estuvo hace 42 años, y es cada vez más difícil que las personas con educación limitada consigan un trabajo a tiempo completo que pague salarios dignos.

De hecho, los salarios reales (ajustados a la inflación) en la parte inferior de la distribución de ingreso están más o menos donde estaban hace 60 años. Por lo tanto, no es sorprendente que Trump encuentre un público numeroso y receptivo cuando dice que la situación económica está podrida. Sin embargo, Trump está errado en cuanto al diagnóstico y a la receta. La economía de Estados Unidos ha tenido un buen desempeño, en su conjunto, durante las últimas seis décadas: el PIB ha aumentado casi seis veces. Sin embargo, los frutos de ese crecimiento beneficiaron a un número relativamente pequeño de personas que se encuentran en la parte superior de la distribución de los ingresos – a personas parecidas a Trump; esto ocurre, en parte, gracias a los recortes masivos de impuestos que Trump, en caso de ganar, ampliaría y reforzaría.

Simultáneamente, las reformas que los líderes políticos prometieron iban a ir a garantizar prosperidad para todos -como ser las reformas en el comercio exterior y la liberalización financiera- no cumplieron su cometido. No cumplieron en lo absoluto. Y, aquellas personas cuyo nivel de vida se estancó o disminuyó llegaron a una conclusión simple: los líderes políticos de Estados Unidos, o bien no sabían lo que estaban diciendo o mentían (o ambas opciones eran verdaderas).

Trump quiere echar la culpa de todos los problemas de Estados Unidos al comercio exterior y a la inmigración. Trump está equivocado. EEUU habría enfrentado la desindustrialización, incluso sin un comercio más libre: el empleo mundial en la industria manufacturera ha ido disminuyendo, con aumentos de productividad superiores al crecimiento de la demanda.

Cuando los acuerdos comerciales fracasaron, no se debió a que EEUU fuera menos listo que sus socios comerciales; se debió a que los intereses corporativos fueron los que dieron forma a la agenda de comercio exterior de Estados Unidos. Las empresas estadounidenses hicieron bien las cosas, y fueron los republicanos quienes bloquearon los esfuerzos por garantizar que los estadounidenses perjudicados por los acuerdos comerciales compartieran los beneficios provenientes de los mismos.

Consecuentemente, muchos estadounidenses se sintieron golpeados por fuerzas fuera de su control, que llevaron a resultados que son claramente injustos. Supuestos de larga data -sobre que Estados Unidos es una tierra de oportunidades y que a cada generación le va a ir mejor que a la anterior- han sido puestos en duda. La crisis financiera mundial puede haber representado un punto de inflexión para muchos votantes: su gobierno salvó a los banqueros ricos que habían llevado a EEUU al borde de la ruina, mientras que, aparentemente, no hizo casi nada por favorecer a los millones de estadounidenses comunes y corrientes que perdieron sus empleos y viviendas. El sistema no sólo produjo resultados injustos, sino que parecía estar amañado para producir dichos resultados injustos.

El apoyo que recibe Trump se basa, al menos en parte, en la ira generalizada derivada de que la pérdida de confianza en el gobierno. Sin embargo, las políticas propuestas por Trump harían que una mala situación se vaya a tornar en una mucho peor. Sin duda, otra dosis de economía del goteo del tipo que él promete, con reducciones de impuestos destinadas casi en su totalidad a las corporaciones y a los estadounidenses ricos, produciría resultados que no serían nada mejores que los obtenidos la última vez que se intentó aplicar tales medidas.

De hecho, el lanzamiento de una guerra comercial con China, México, y otros socios comerciales de Estados Unidos, tal como promete Trump, haría que todos los estadounidenses se empobrezcan más y crearía nuevos obstáculos a la cooperación mundial necesaria para hacer frente a problemas mundiales de importancia crítica, como ser el Estado Islámico, el terrorismo mundial, y el cambio climático. Usar dinero que podría ser invertido en tecnología, educación o infraestructura para construir un muro entre EEUU y México es un doblete en términos de desperdicio de recursos.

Hay dos mensajes que las elites políticas estadounidenses deben escuchar. Las simplistas teorías neoliberales y de fundamentalismo de mercado que han dado forma a muchas de las políticas económicas durante las últimas cuatro décadas son gravemente desorientadoras, ya que el crecimiento del PIB al que conducen llega a precio de una desmesurada elevación de la desigualdad. La economía del goteo no funcionó y no funcionará. Los mercados no existen en un vacío. La "revolución" Thatcher-Reagan, que reescribió las reglas y reestructuró los mercados en beneficio de aquellos en la parte superior de la distribución de ingresos, tuvo mucho éxito en cuanto a aumentar la desigualdad, pero fracasó completamente en su misión de aumentar el crecimiento.

Esto nos lleva al segundo mensaje: una vez más tenemos que reescribir las reglas de la economía; esta vez para cerciorarnos de que los ciudadanos comunes y corrientes se beneficien. Los políticos en EEUU y en el resto del mundo, que ignoran esta lección deberán ser responsabilizados. El cambio implica un riesgo. Sin embargo, el fenómeno Trump -y una cantidad no despreciable de fenómenos políticos similares en Europa- han puesto de manifiesto los riesgos muy superiores que conlleva no prestar atención a este mensaje: sociedades divididas, democracias socavadas y economías debilitadas.

(Joseph E. Stiglitz, recipient of the Nobel Memorial Prize in Economic Sciences in 2001 and the John Bates Clark Medal in 1979, is University Professor at Columbia University, Co-Chair of the High-Level Expert Group on the Measurement of Economic Performance and Social Progress at the OECD…)

– El otro Trump de Occidente (Project Syndicate – 18/10/16)

Bruselas.- En el segundo debate presidencial estadounidense, Donald Trump prometió que, de ser elegido, nombraría a un fiscal especial para investigar a Hillary Clinton. "Estarías en la cárcel" le dijo Trump.

La amenaza de Trump de politizar el sistema de justicia ha sido recibida con la reacción violenta que se merece; pero, lamentablemente, su cinismo no es aplicable sólo a los Estados Unidos. El actual gobierno polaco, liderado por el partido Ley y Justicia (PiS), que llegó al poder hace poco menos de un año, ha mostrado una línea autoritaria similar, burlando normas jurídicas con el objetivo de promover sus propios fines.

El líder del PiS Jaroslaw Kaczynski ha pedido reiteradamente una investigación del ex primer ministro polaco y actual presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk. Kaczynski sostiene que la anterior gestión gubernamental de Tusk fue parcialmente responsable del accidente aéreo de abril del año 2010 en Smolensk, Rusia, en el que murieron 96 personas, incluyendo el hermano gemelo de Kaczynski, el presidente de Polonia, Lech Kaczynski.

La delegación del gobierno polaco viajaba a una conmemoración de la masacre del año 1940 en Katyn, en dicho lugar Stalin ordenó el asesinato de 22.000 personas, entre oficiales del ejército polaco, policías e intelectuales y culpó a Hitler por el delito. Cuando terminó la Guerra Fría, la verdad sobre la matanza finalmente salió a la luz, y fue reconocida oficialmente por el presidente ruso, Boris Yeltsin.

Jaroslaw Kaczynski y otros miembros del PiS sostienen que Rusia -con la ayuda de algunos funcionarios polacos- fue también responsable de la caída del avión. Ellos se han basado en esta extraña teoría de conspiración durante su ascenso al poder, a pesar de no tener ninguna evidencia para apoyarla. De hecho, las transcripciones de la recuperada grabadora de voz de la cabina indican que el avión se estrelló durante un aterrizaje fallido a causa del mal tiempo.

Armado con sus teorías de la conspiración, Kaczynski quiere negar a Tusk un segundo mandato al frente de una de las tres principales instituciones de gobierno de la Unión Europea, arguyendo lo siguiente: "¿Puede una persona con estos antecedentes estar a la cabeza del Consejo Europeo? Tengo dudas muy profundas". Mientras tanto, los medios de comunicación de la derecha de Polonia han avivado las llamas, y una revista recientemente publicó una imagen de Tusk con las manos esposadas.

La cruzada de Kaczynski contra Tusk es un abuso de poder político, un abuso digno de Trump, mismo que hace vislumbrar cómo sería la vida para los oponentes políticos de Trump en caso de que él realmente llegase a ganar las elecciones presidenciales. También refleja una más amplia y rabiosa batalla por el alma de Polonia.

Polonia fue una vez el ejemplo de la Europa Central posterior a la Guerra Fría. Pero ahora el PiS está llevando a cabo una amplia toma de poder, que buscan el control del Tribunal Constitucional, los canales de medios de comunicación públicos y de los servicios de seguridad del país. En lugar de consolidar la importancia estratégica de Polonia a la OTAN y su legítimo lugar como un Estado miembro de la UE que es poderoso y respetado, el PiS se ha obsesionado con la inversión de la modernidad. Como prueba de ello, no es necesario mirar más allá de asalto del gobierno perpetrado a su propio poder judicial y a sus instituciones democráticas, ataque que hace que se eleven cejas en EEUU, Bruselas, y a lo largo de toda Europa.

Polonia está experimentando una crisis constitucional que comenzó cuando Andrzej Duda, el presidente polaco respaldado por el Pis, se negó a tomar el juramento de tres jueces del Tribunal Constitucional elegidos por el anterior parlamento. El PiS, a continuación, seleccionó sus propios jueces en lugar de los anteriores, mientras aprobaba legislación que esencialmente paralizó al Tribunal. El Tribunal declaró que las normas jurídicas cambiadas por PiS eran inconstitucionales, pero el gobierno dirigido por el PiS se negó a publicar la decisión del Tribunal, bloqueando de este modo que entre en vigor. Ahora es casi imposible para el Tribunal evaluar la constitucionalidad de la legislación del actual Parlamento, a pesar de que existe una disposición expresa en la Constitución polaca que autoriza llevar a cabo una revisión judicial.

Debido a que hoy en día las acciones del PiS son condenadas universalmente, este partido está deteniendo toda esta situación hasta finales de este año, momento en el que el mandato del actual presidente del Tribunal Constitucional expire. Después de eso, el PiS designará un presidente más amigable, quien sin duda bailará al son de cualquier melodía que se toque. Sin embargo, un presidente recién nombrado probablemente no vaya a terminar la crisis constitucional de Polonia, debido a las sentencias judiciales válidas de este pasado verano que quedaron sin publicar, ahora existe un agujero negro en el orden constitucional de Polonia.

La UE ha iniciado los procedimientos legales contra Polonia, y está pidiendo al gobierno polaco trabaje con los partidos de oposición para reformar el Tribunal. Si Polonia no cumple, en última instancia, la UE podría despojar a este país de sus derechos de voto. Pero es poco probable que la UE u otros organismos internacionales garanticen una solución al problema político polaco. Sólo los polacos pueden hacer esto.

De hecho, grandes protestas en contra de un reciente proyecto de ley que habría prohibido prácticamente todos los abortos (bajo pena de prisión de hasta cinco años) obligaron al gobierno a dar marcha atrás y retirar la legislación propuesta. Esto marcó una victoria para las mujeres polacas, y sugiere que Polonia es más progresiva de lo que a Kaczynski le gustaría creer.

Aun así, mientras que el gobierno puede haber sufrido una gran derrota pública, se mantiene intacta la falta de liberalismo ideológico subyacente del PiS. Eso significa que los defensores de la sociedad civil polaca tendrán que luchar muchos más batallas en los próximos meses para contener y hacer retroceder la ilegalidad del PiS.

(Guy Verhofstadt, a former Belgian prime minister, is President of the Alliance of Liberals and Democrats for Europe Group (ALDE) in the European Parliament)

– La guerra populista a las mujeres (Project Syndicate – 18/10/16)

Varsovia.- Jaroslaw Kaczynski y Donald Trump son dos políticos que este año escandalizaron al mundo con sus dichos y actos, y salieron en gran medida impunes. Pero eso está por acabarse.

Cuando el año pasado el partido Ley y Justicia de Kaczynski llegó al poder, inmediatamente se hizo con el control de las principales instituciones polacas, entre ellas el Tribunal Constitucional, la fiscalía del Estado, empresas y medios de prensa públicos e incluso las caballerizas estatales. Como el gobierno de Ley y Justicia heredó una economía sana y una fuerte posición fiscal, Kaczynski no vio necesidad de contar con un ministro de finanzas, así que hace poco eliminó el cargo.

Trump también ha cometido reiterados actos que en circunstancias normales lo descalificarían para la política: atacó a los padres de un soldado estadounidense musulmán muerto en combate, se burló de un periodista discapacitado y criticó al senador John McCain por haber sido capturado durante la Guerra de Vietnam (cuando fue retenido y torturado durante más de cinco años). Todo el mundo se escandalizó, excepto los votantes de Trump.

Esta situación podría haber seguido, pero hace poco Kaczynski y Trump se cruzaron con una fuerza política en la que no habían pensado: las mujeres.

Antes de la elección parlamentaria del año pasado en Polonia, la organización ultraderechista Ordo Iuris propuso una prohibición total del aborto, que superaría incluso la legislación polaca actual (ya una de las más restrictivas de Europa) al obligar a las mujeres a dar a luz incluso en casos de violación, incesto, riesgo sanitario y malformaciones fetales graves. Pero al mismo tiempo, se presentó otra propuesta legislativa para liberalizar la legislación de aborto, introducir la educación sexual en las escuelas y garantizar que los seguros médicos cubran los anticonceptivos.

Ley y Justicia juró solemnemente que el Sejm (parlamento) no rechazaría el segundo proyecto tras su primera lectura, pero la ley de criminalización del aborto avanzó a la fase de votación parlamentaria y la propuesta liberalizadora fue rechazada. Grandes multitudes de mujeres salieron espontáneamente a las calles.

Por casi dos décadas, los polacos han creído que la legislación de aborto del país era inmutable, por el poder de la Iglesia Católica y la subordinación de la clase política a las autoridades religiosas. Pero la actriz Krystyna Janda, protagonista del film de Andrzej Wajda El hombre de hierro, convocó a las polacas a lanzar una huelga general. El 3 de octubre, en vez de ir a trabajar, mujeres de todo el país salieron a protestar (siguiendo el ejemplo sentado por las islandesas en 1975, cuando un 90% de ellas no se presentó en sus trabajos y el país quedó prácticamente paralizado).

Hubo manifestaciones incluso en pueblos pequeños, y a pesar del mal clima. Grupos de mujeres se congregaron fuera de las sedes de Ley y Justicia (verdadero asiento del poder en la política polaca). En solidaridad con las polacas, mujeres de Kenya a Berlín tomaron las calles vestidas de negro.

Por primera vez desde el regreso de Ley y Justicia al poder el año pasado, Kaczynski tuvo miedo. Al día siguiente, hizo que su partido votara en contra de la propuesta antiabortista. Fue la primera vez que hizo algo similar.

En Estados Unidos, la campaña presidencial de Trump venía bien hasta que se revelaron declaraciones del candidato en las que alardeaba de su capacidad para abusar de mujeres. Enseguida diversas víctimas de sus ataques se presentaron públicamente y describieron lo que les había sucedido.

El hechizo de Trump se rompió. Los votantes independientes (y muchos republicanos) le retiraron el apoyo. Michelle Obama pronunció un emotivo discurso acerca de cómo la había afectado la conducta de Trump (hablando como no podría hacerlo Hillary Clinton, debido a la complicada historia de su propio matrimonio). El apoyo a Trump, particularmente entre las mujeres suburbanas, se desplomó. Según encuestas recientes, el respaldo femenino a Trump se hundió de 39% a 29% en el transcurso de un par de días.

Aun así, ni Trump ni Kaczynski parecen tener voluntad (o tal vez capacidad) para cambiar el rumbo. Incluso tras retirar su apoyo a la propuesta de Ordo Iuris, Kaczynski no pudo quedarse callado, y el 13 de octubre anunció: "Lucharemos para garantizar que incluso los embarazos más difíciles, cuando el niño está condenado a morir o tiene malformaciones graves, lleguen a término, para que sea posible bautizar y enterrar al niño con un nombre". Las mujeres convocaron a otra huelga general el 24 de octubre.

Es posible que Kaczynski siempre haya tenido tendencias autodestructivas. En 2007, siendo primer ministro, le sirvió el poder a sus opositores en bandeja de plata al atacar al partido Samoobrona, socio de su coalición de gobierno, y llamar a elecciones anticipadas. Y una vez más, Kaczynski se muestra como su propia némesis.

Esta vez, Kaczynski (que no tiene ningún puesto oficial en el gobierno) comenzó uniendo en su contra a las principales fuerzas políticas del país (a las que acusó de ser "la peor clase" de polacos) con sus ataques a la democracia liberal. Después, al insistir en su guerra a las mujeres (mayoría en Polonia) unió a esas fuerzas con la izquierda y enardeció a la juventud polaca. Inmediatamente después de los últimos comentarios de Kaczynski, comenzaron a reunirse mujeres frente a su casa con una advertencia: "No te metas en nuestras camas, o nos meteremos en tu casa".

Según una encuesta de opinión del diario Rzeczpospolita, el 69% de los polacos apoyan la protesta "de negro" organizada por las mujeres. Si la huelga del 24 de octubre resulta más grande que las manifestaciones espontáneas del 3 de octubre, es seguro que el apoyo a Ley y Justicia caerá considerablemente, por primera vez desde su llegada al poder, y Polonia estará en una situación política distinta.

Trump también redobló su apuesta sexista, culpó por sus problemas a los medios y llamó "mujer horrible" a una de sus acusadoras, a lo que añadió: "Créanme, ella no sería mi primera elección". Y en un llamado directo a sus muchos partidarios supremacistas blancos de la denominada derecha alternativa, también se permitió caer en un lugar común del antisemitismo, al acusar a Clinton de "reunirse en secreto con bancos internacionales para tramar la destrucción de la soberanía estadounidense a fin de enriquecer a estas potencias financieras globales".

Pero los estadounidenses no mordieron el anzuelo; y los polacos tampoco. Nada sería más apropiado que ver a Trump, y tal vez Kaczynski, derrotados por aquella gente cuya dignidad e igualdad se niegan a reconocer, con las mujeres a la cabeza.

(Slawomir Sierakowski, founder of the Krytyka Polityczna movement, is Director of the Institute for Advanced Study in Warsaw)

– Una alianza política progresista para Europa (Project Syndicate – 20/10/16)

Washington, DC.- En menos de tres semanas sabremos quién asumirá la presidencia de Estados Unidos a partir de enero. La clase de socio que esa persona encuentre en Europa dependerá en gran medida del resultado de dos elecciones en 2017: la elección presidencial francesa a principios de mayo y la elección federal alemana a fines de octubre.

Por supuesto, la salida del Reino Unido de la Unión Europea también influirá en la forma futura de Europa. La opción de Brexit "duro", de la que mucho se habló estos últimos tiempos (sobre todo desde que la primera ministra británica Theresa May anunció su intención de insistir en la imposición de límites a la inmigración, aunque implique perder el acceso al mercado común europeo), cambiaría el modo en que funciona Europa.

Como escribió hace poco el primer ministro francés Manuel Valls, la gran disyuntiva a la que se enfrenta la dirigencia europea es entre "desistir y dejar el proyecto europeo abandonado a una muerte lenta pero segura" o "transformar la UE". Semejante transformación no será hazaña menor; demandará no sólo una nueva visión institucional para Europa, sino también una reestructuración política a gran escala, particularmente en Francia y Alemania.

Una visión institucional viable, que describí mucho antes del referendo por el Brexit, es establecer "dos Europas en una", de modo que los países de la eurozona formarían una "Europa A" más profundamente integrada, y otro grupo de países formaría una "Europa B" más diversa y menos conectada. Ambas Europas estarían estrechamente vinculadas, con cierta variación en los mecanismos de participación para los miembros de Europa B. Juntas, las dos Europas serían parte de una "alianza continental" post-Brexit que en algún momento incluso podría reemplazar a la UE.

Es una visión un tanto radical, que sólo será factible si hay fuerzas políticas dispuestas a adoptarla, particularmente en Francia y Alemania. La dirigencia política de cada país deberá dejarse guiar (e incluso movilizar) por el objetivo de salvar a "Europa". En concreto, eso implica seguir una política económica que equilibre el libre mercado y la solidaridad social, con margen sustancial para la diversidad local.

Tanto en Francia como en Alemania, esta dinámica política dependería de una alianza de fuerzas proeuropeas de centroderecha y centroizquierda que sea capaz de superar y a la larga disipar a los elementos más extremistas de cada campo y asegurar así que las tendencias políticas antieuropeístas no puedan obstaculizar el progreso. Para dar un ejemplo concreto (y provocador) de cómo podría ser semejante realineamiento en Francia: un presidente de centroderecha como Alain Juppé podría cooperar con un primer ministro como Emmanuel Macron mientras este intenta generar un movimiento juvenil de centroizquierda que "trascienda el pasado".

En cuanto a Alemania, la centroderechista Unión Demócrata Cristiana (CDU) es en su conjunto insuficientemente proeuropea. Internamente está limitada por un ala conservadora definida por ideas que no son compatibles con el progreso de Europa a largo plazo. Externamente, por la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), que últimamente creció en popularidad.

En este contexto, incluso si la CDU de la canciller Angela Merkel obtiene la mayoría de los votos el año entrante, necesitará ayuda para construir una nueva Europa, con más responsabilidades conjuntas para los países de Europa A y mecanismos de participación flexibles para los países de Europa B. En concreto, los elementos proeuropeos de la CDU deberán colaborar con aliados de la izquierda, a saber, la mayor parte de los socialdemócratas y los verdes.

Una coalición informal de este tipo ayudó muchas veces a que los proyectos pro Merkel consiguieran apoyo en el parlamento a pesar de la oposición de los elementos derechistas de la CDU, pero para salvar a Europa deberá profundizarse y hacerse más confiable, con una agenda compartida dominada por objetivos comunes.

El imperativo de un realineamiento de fuerzas políticas no es exclusivo de Francia y Alemania. Hay amplia necesidad de que los reformistas y los globalizadores realistas unan fuerzas para hacer frente a los movimientos populistas que tratan de convertir la nostalgia en nacionalismo extremo, casi sin otra base que la política identitaria.

El mundo cambió mucho estas últimas décadas, y Europa no es la excepción. No podemos esperar que los viejos alineamientos respondan adecuadamente a las necesidades de definición de políticas o la dinámica política de la actualidad. Basta pensar en lo difícil que le está siendo a España hallar una nueva mayoría, en un proceso de dos años que todavía no terminó.

En este contexto, un reacomodamiento político es casi inevitable; los cambios de partido y los conflictos que caracterizaron esta elección presidencial estadounidense son buen ejemplo. Pero ese reacomodamiento puede llevar a diversos resultados. Para garantizar un futuro positivo, abierto y próspero para Europa, es crucial el triunfo de fuerzas que reconozcan los inmensos beneficios de las sociedades política y económicamente abiertas, así como la necesidad de políticas públicas nacionales e internacionales que promuevan una mayor inclusión.

Pero incluso si las fuerzas progresistas de centroderecha y centroizquierda consiguen superar a sus contrincantes reaccionarios, no será suficiente. La estructura política tradicional siempre corre riesgo de ser capturada o desplazada por el populismo identitario. Por eso los grupos políticos progresistas deben superar sus diferencias en forma más estructural para promover una nueva visión institucional de Europa.

Esta profunda reestructuración política para crear nuevas mayorías progresistas será difícil y no se dará de un día para el otro. Pero es la única opción para Europa. Sin ella, "Europa" morirá, y el asalto a la apertura económica y a los valores democráticos seguirá cobrando fuerza en todo el mundo, con consecuencias potencialmente devastadoras.

(Kemal Dervis, former Minister of Economic Affairs of Turkey and former Administrator for the United Nations Development Program (UNDP), is a vice president of the Brookings Institution)

– La amenaza proteccionista (Project Syndicate – 20/10/16)

Washington, DC.- Los pronósticos de crecimiento del comercio internacional en 2016 y 2017 han vuelto a rebajarse. La Organización Mundial del Comercio (OMC) ahora prevé que el crecimiento de este año será el más lento desde la recesión global posterior a 2008. ¿Qué está sucediendo?

No es sólo resultado de una pobre recuperación económica global: en general, el comercio siempre creció más que el PIB; en los años previos a la crisis financiera global de 2008, el incremento promedio superó dos veces al de la producción. Pero la relación entre crecimiento del comercio y crecimiento del PIB viene cayendo desde 2012, tendencia que culminará este año, cuando por primera vez en quince años lo primero será inferior a lo segundo.

Este retroceso se debe en parte a factores estructurales, entre ellos el amesetamiento de la expansión de las cadenas de valor globales y que el proceso de transformación estructural de China y otras naciones en la vanguardia del crecimiento llegó a un punto de inflexión. Otro motivo probable de presión a la baja sobre los flujos de comercio es la creciente participación del sector servicios en el PIB de los países, dado que la propensión al comercio internacional de los servicios es inferior respecto de los bienes fabriles.

Pero no todas las fuerzas que debilitan el comercio internacional son tan permanentes. También inciden otros factores relacionados con la crisis, temporales y potencialmente reversibles. Por ejemplo, el malestar económico sufrido desde 2008 por muchos países de la eurozona (que tradicionalmente han sido fuente de una parte importante del comercio internacional) desalentó el consumo y la contratación (entre muchas otras cosas). La débil recuperación de la inversión en capital fijo de las economías avanzadas también debilitó el comercio internacional, porque esa clase de bienes supone más intercambio transfronterizo que los bienes de consumo.

Pero tal vez sea más peligrosa la creciente corriente política de rechazo al libre comercio, que se refleja en una falta de progreso en las últimas rondas de liberalización y en la implementación de medidas proteccionistas en la forma de barreras no arancelarias. Si bien este proteccionismo incipiente no tiene todavía un impacto cuantitativo sustancial sobre el comercio internacional, su aparición genera mucha inquietud en momentos de aumento de la globalifobia en las economías avanzadas.

Los ataques actuales al comercio internacional son lo que sucede cuando inquietudes económicas (entre ellas el estancamiento de los ingresos medios y, en algunos países, altas tasas de desempleo) se tornan políticas. Viendo en la insatisfacción económica una oportunidad para ganar partidarios, algunos políticos astutos, sobre todo en las economías avanzadas, acusan a las nebulosas y amenazantes fuerzas de la "globalización", y aseguran que la inmigración y el comercio internacional son la causa de la inseguridad económica de los ciudadanos.

La mejor prueba es la campaña presidencial en Estados Unidos, donde se habló más de comercio internacional que en cualquier otra campaña en la historia reciente del país. En un entorno político difícil, tanto Hillary Clinton como Donald Trump proponen políticas comerciales que se apartan de la larga tradición estadounidense de liberalización, con derivaciones económicas potencialmente graves.

Clinton, la candidata demócrata, ahora se opone al Acuerdo Transpacífico (ATP), un tratado comercial que el gobierno del presidente Barack Obama negoció con otros once países de la Cuenca del Pacífico y que ahora aguarda ratificación del Congreso de los Estados Unidos. También se opuso a otorgar "estatus de economía de mercado" a China, porque eso dificultaría entablarle demandas por dumping. Y defendió la imposición de aranceles compensatorios a los bienes de países que manipulen el tipo de cambio.

Trump, uno de los líderes de la embestida proteccionista, lleva estas ideas mucho más lejos. Como Clinton, se opone al ATP y apoya los aranceles compensatorios mencionados. Pero también se expresó en forma sumamente despectiva respecto de México y China, y está pidiendo que Estados Unidos aplique aranceles punitivos a ambos. Además, promete renegociar y quizá derogar los tratados de libre comercio ya firmados, e insinuó la posibilidad de que Estados Unidos se retire de la OMC.

Las medidas propuestas por Clinton llevarían a que Estados Unidos pierda algunas ventajas del comercio, con consecuencias para la economía mundial. Pero ese daño no es nada en comparación con el que provocarían las propuestas de Trump. Después de todo, es casi seguro que la aplicación de medidas proteccionistas por Estados Unidos causaría acciones recíprocas de sus socios comerciales, pudiendo incluso iniciar una guerra comercial que agravaría las dificultades económicas de todos.

Como destacó el mes pasado el Instituto Peterson de Economía Internacional, los más perjudicados serían los trabajadores poco cualificados de bajos ingresos (precisamente los más convencidos de que hay que reducir el comercio internacional). El informe también muestra otro dato preocupante: el ejecutivo estadounidense tiene mucho margen de acción para limitar el comercio internacional, sin control del Congreso o de los jueces.

Obviamente, las inquietudes causantes de la globalifobia deben ser resueltas, y los políticos (en Estados Unidos y otros países) deben idear políticas que ayuden realmente a los ciudadanos más vulnerables. Pero demonizar el comercio internacional no es la manera de hacerlo. Por el contrario, como mostró la experiencia de los años treinta, una guerra comercial proteccionista sería el modo más fácil de frustrar una recuperación económica global que ya es incierta.

(Otaviano Canuto, former State Secretary for International Affairs at the Brazilian Ministry of Finance, is Executive Director on the Board of the World Bank for Brazil, Colombia, the Dominican Republic, Ecuador, Haiti, Panama, the Philippines, Suriname, and Trinidad and Tobago…)

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