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El legado vital de la globalización: del malestar económico al populismo emocional e irreflexivo (Parte II) (página 5)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

Pero es la economía, no la cultura, lo que le asesta un golpe a la legitimidad. Cuando las recompensas del progreso económico recaen principalmente sobre quienes ya son ricos es que la disyuntiva entre valores culturales de las minorías y las mayorías se torna seriamente desestabilizadora. Y esto, en mi opinión, es lo que está sucediendo en el mundo democrático.

El segundo advenimiento de liberalismo representado por Roosevelt, Keynes y los fundadores de la Unión Europea ha sido destruido por la economía de la globalización: la búsqueda de un equilibrio ideal a través del movimiento libre de bienes, capital y mano de obra, con su tolerancia conjunta de delincuencia financiera, recompensas dadivosas para unos pocos, altos niveles de desempleo y subempleo y reducción del papel del estado en la asistencia social. La desigualdad resultante de la producción económica corre el velo democrático que esconde de la mayoría de los ciudadanos los verdaderos mecanismos del poder.

La "apasionada intensidad" de los populistas transmite un mensaje simple, fácil de comprender y hoy resonante: las elites son egoístas, corruptas y a menudo criminales. Se le debe devolver el poder al pueblo. Sin duda no es una coincidencia que las dos principales sacudidas políticas del año -el Brexit y la elección de Trump- se hayan producido en los dos países que más fervientemente abrazaron la economía neoliberal.

Las opiniones geopolíticas y económicas de Trump deberían ser juzgadas en este contexto de desencanto, no por un estándar moral o económico ideal. En otras palabras, el trumpismo podría ser una solución para la crisis de liberalismo, no un augurio de su desintegración.

Visto de esta manera, el aislacionismo de Trump es una manera populista de decir que Estados Unidos necesita dar marcha atrás con compromisos que no tiene ni el poder ni la voluntad de cumplir. La promesa de trabajar con Rusia para poner fin al conflicto salvaje en Siria es sensata, aunque implique la victoria del régimen de Bashar al-Assad. Desentenderse de manera pacífica de responsabilidades globales manifiestas será el mayor desafío de Trump.

El proteccionismo de Trump recuerda una tradición norteamericana más antigua. La economía de manufactura de salarios altos y rica en empleos de Estados Unidos se ha ido a pique con la globalización. ¿Pero cómo se vería una forma viable de proteccionismo? El desafío será alcanzar controles más estrictos sin perjudicar a la economía mundial o enardecer las rivalidades nacionales y el sentimiento racista.

Trump también ha prometido un programa de inversión en infraestructura de 800.000 millones a 1 billón de dólares, que será financiado con bonos, así como un recorte masivo del impuesto a la renta, con el objetivo de crear 25 millones de nuevos empleos y estimular el crecimiento. Esto, junto con una promesa de mantener los beneficios sociales, representa una forma moderna de política fiscal keynesiana (aunque, por supuesto, no identificada como tal). Su mérito es su reto frontal a la obsesión neoliberal por la reducción de los déficits y la deuda, y a la dependencia de la flexibilización cuantitativa como la única herramienta -ahora agotada- de gestión de la demanda.

Mientras Trump pasa del populismo a las políticas, los liberales no deberían mirar hacia otro lado con disgusto y desesperación, sino más bien confraternizar con el potencial positivo del trumpismo. Sus propuestas necesitan ser cuestionadas y perfeccionadas, no descartadas como desvaríos ignorantes. La tarea de los liberales consiste en asegurar que un tercer advenimiento de liberalismo llegue con el menor costo para los valores liberales. Y habrá un cierto costo. Ese es el significado del Brexit, de la victoria de Trump y de cualquier victoria populista futura.

(Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in history and economics, is a member of the British House of Lords. The author of a three-volume biography of John Maynard Keynes, he began his political career in the Labour party…)

– Preparar a Asia para Trump (Project Syndicate – 12/11/16)

Canberra.- Independientemente de que el Presidente electo de EEUU, Donald Trump, se comporte mejor una vez esté en el cargo que como lo hizo en la campaña, la autoridad global de su país ya se ha visto afectada, y no en menor medida entre sus aliados y socios en Asia.

No será fácil para Trump ejercer el poder blando (liderar con el ejemplo democrático y moral), considerando su desprecio por la verdad, la argumentación racional, la decencia humana básica y las diferencias raciales, religiosas y de género, por no mencionar el hecho de que en realidad la mayoría de los votantes no lo eligió. Y si se trata de ejercer el poder duro (hacer lo que sea necesario para enfrentar los retos graves a la paz y la seguridad), poco se podrá confiar en su criterio, puesto que casi cada una de sus declaraciones de campaña era tremendamente contradictoria o bien directamente alarmante.

Para mantener la seguridad, la estabilidad y la prosperidad en Asia se necesita un ambiente de colaboración en que los países aseguren sus intereses nacionales mediante asociaciones (no rivalidades) y comercien libremente entre sí. Lo único que permite confiar en Trump en este frente es que puede que en realidad no haga lo que dijo que iba a hacer, como iniciar una guerra comercial con China, abandonar los compromisos de sus alianzas y apoyar las armas nucleares en Japón y Corea del Sur.

Con conocimientos escasos o nulos sobre asuntos internacionales, Trump confía en sus muy dispersos instintos. Combina la retórica aislacionista del "Estados Unidos primero" con la enérgica oratoria del "volver a hacer grande a EEUU". Puede que plantear extremos imposibles funcione en las negociaciones inmobiliarias, pero no es una base sólida para hacer política exterior.

Se puede poner rienda a los peligrosos instintos de Trump si es capaz de rodearse de un equipo experimentado y sofisticado de asesores en política exterior. Pero habrá que ver si eso ocurre, y la Constitución de EEUU le otorga un extraordinario poder personal como Comandante en Jefe, si opta por ejercerlo.

El liderazgo estadounidense en Asia es una espada de dos filos. Las ruidosas declaraciones sobre la continuidad de su primacía son contraproducentes. Es necesario reconocer la legítima demanda de China de ser aceptada como un cohacedor de reglas y no solo un país que las deba seguir. Pero incluso si China se extralimita, como lo ha hecho con sus pretensiones territoriales en el Mar del Sur de China, no hay necesidad de contraatacar. En ese frente es necesario y bienvenido un papel tranquilo pero firme por parte de Estados Unidos.

Poco después de que el ex Presidente Bill Clinton dejara el cargo, le escuché decir en privado (aunque nunca en público) que Estados Unidos podía escoger usar su "gran e inigualable poder económico y militar para intentar mantenerse a perpetuidad a la cabeza del mundo". Sin embargo, una mejor opción sería "tratar de crear un mundo en el que nos sintamos cómodos cuando ya no estemos a la cabeza". Ese tipo de palabras parece ser anatema para cualquiera que tenga un alto cargo en Estados Unidos, al menos públicamente. Pero es lo que Asia quiere escuchar.

Para Australia y otros aliados y socios de EEUU en la región, esta elección presidencial deja en claro que ya no podemos esperar (suponiendo que alguna vez pudimos) dar por sentado que Estados Unidos lidere de manera coherente y sensata. Tenemos que hacerlo nosotros mismos y colaborar más, dependiendo menos de EEUU.

Probablemente Trump sienta mayor simpatía instintiva por Australia que por muchos otros de los aliados de Estados Unidos. Se percibe que nos hacemos cargo de nuestra parte de la alianza, y no en menor medida por haber luchado junto a ellos en cada una de sus guerras en el exterior (para mejor o peor) en los últimos cien años. Y, como cohabitantes del mundo anglosajón, estamos en la zona de comodidad de Trump. Pero Australia no se sentirá nada de cómoda si la dinámica regional general pierde el rumbo.

Para ahora deberíamos haber aprendido ya que Estados Unidos, bajo administraciones con mucho mayor credibilidad inicial que la de Trump, es perfectamente capaz de cometer terribles errores, como las guerras de Vietnam e Irak. Tenemos que prepararnos para desatinos tan grandes o peores que los del pasado. Tendremos que juzgar por nosotros mismos cómo reaccionar a los acontecimientos, basándonos en nuestros propios intereses nacionales.

Esto no quiere decir que Australia deba abandonar su alianza con EEUU, sino que tendremos que ser más escépticos de las políticas y medidas estadounidenses que en las últimas décadas. Australia debe hacerse más deliberadamente independiente y dar una prioridad mucho mayor a desarrollar vínculos comerciales y de seguridad más estrechos con Japón, Corea del Sur, India y, especialmente, Indonesia, nuestro inmenso vecino.

Nadie debería ceder si China se extralimita y Australia debe colaborar más que nunca con nuestros vecinos asiáticos para asegurarnos de que no lo haga. Pero también hemos de reconocer la legitimidad de las aspiraciones de nueva gran potencia de China y abordarla de manera no confrontacional. Todos nos beneficiaremos de un marco de seguridad regional basado en el respeto y la reciprocidad mutuos, no en menor medida al enfrentar amenazas regionales como las provocaciones nucleares de Corea del Norte.

Solo podemos esperar que Trump despeje nuestros peores temores cuando se desempeñe en el cargo. Pero, mientras tanto, las autoridades australianas y de otros países de la región deberíamos seguir un sencillo mantra: más depender de nosotros mismos. Más Asia. Menos Estados Unidos.

(Gareth Evans, former Foreign Minister of Australia (1988-1996) and President of the International Crisis Group (2000-2009), is currently Chancellor of the Australian National University. He co-chairs the New York-based Global Center for the Responsibility to Protect and the Canberra-based Center for…)

The populist surge challenging political establishments worldwide has now claimed the biggest prize of all. Project Syndicate commentators weigh the costs for America and the world.

Editors" Insight: a fortnightly review of the best thinking on current events and key trends.

– What Will Trump Do? (Project Syndicate – 13/11/16)

The global shock administered by Donald Trump"s election to the US presidency continues to reverberate. How will President-elect Trump represent those who put him in power – and how will his power affect America and the world?

All US presidents come to power -and exercise it- by assembling and sustaining a broad electoral coalition of voters with identifiable interests. Donald Trump is no exception. Trump"s stunning election victory, following a populist campaign that targeted US institutions, domestic and foreign policies, and especially elites, was powered by voters -overwhelmingly white, largely rural, and with only some or no postsecondary education- who feel alienated from a political establishment that has failed to address their interests.

So the question now, for the United States and the world, is how Trump intends to represent this electoral bloc. Part of the difficulty in answering it, as Project Syndicate"s contributors understand well, is Trump himself. "The US has never before had a president with no political or military experience, nor one who so routinely shirks the truth, embraces conspiracy theories, and contradicts himself", notes Harvard"s Jeffrey Frankel. But, arguably more important, much of what Trump has promised -on trade, taxation, health care, and much else- either would not improve his voters" economic wellbeing or would cause it to deteriorate further.

This paradox lies at the root of some unsettling scenarios. As Princeton University"s Jan-Werner Mueller points out, "(t)here is substantial evidence that low-income groups in the US have little to no influence on policy and go effectively unrepresented in Washington". But Trump"s claim to represent his voters is not based on "demanding a fairer system". Instead, says Mueller, Trump "tells the downtrodden that only they are the "real people"", and that (as Trump put it during his campaign), "the other people don"t mean anything". By persuading his supporters "to view themselves as part of a white nationalist movement", Mueller argues, a "claim about identity is supposed to solve the problem that many people"s interests are neglected".

In this respect, Trump is hardly unique. As Mueller points out, framing representation in terms of the "symbolic construction" of the "real people", rather than in terms of a pluralist conception of equal citizenship under a shared constitution, is a hallmark of populism everywhere. In Hungary, Poland, Turkey, Venezuela, and elsewhere (even, to some extent, in the United Kingdom since June"s Brexit referendum), populist leaders have felt authorized by their claim to represent the "single authentic will" of a "single, homogeneous people" to erode constitutional and legal constraints on their power.

Can America avoid a similar fate? Project Syndicate contributors agree that the election"s outcome has badly tarnished America"s global image, and that Trump"s foreign policies are likely to imply serious risks for Asia, Europe, and Latin America. But there is reason to believe that his domestic policies will disappoint many of his supporters. That may tempt him to double down on identity politics, fueling division and possibly civil unrest. But it may also create an opportunity for his opponents to reshape the self-conception of those who voted for him.

Trump vs. the Constitution

Throughout their country"s history, most Americans have viewed the US Constitution as the ultimate guarantor of their freedoms. And, since the election, Trump"s opponents have indeed taken some comfort in the idea that the Constitution"s "checks and balances", as well as other constraints built into the US political system, might inhibit Trump"s more wayward impulses. The US Constitution, after all, ostensibly places real boundaries on the president"s freedom to maneuver. This is particularly true for domestic policy, because it is the US Congress that must allocate the funds needed to pay for any presidential initiative.

But the idea that the US Constitution will protect the country from a fate similar to that of Hungary and Poland, where populist leaders have politicized state institutions, may not be as rock solid as many Americans believe. As Columbia University"s Alfred Stepan points out, the Republicans already control both houses of Congress, and "checks and balances generated by the judicial branch are certainly in danger". This is partly because the Republicans "have a good chance of creating a conservative majority on the nine-member Supreme Court that could last for decades, especially if they win the presidency again in 2020".

And the Court "may continue to erode democratic checks, such as the campaign-finance limits that were dealt a devastating blow by the 2010 Citizens United decisión". Likewise, with the Senate under Republican control, "Trump can now rapidly fill vacancies" on lower federal courts -which had risen to a half-century high during President Barack Obama"s second term, owing to Republican obstructionism- with "conservative judges who may well erode checks and balances further".

Nor is Stepan optimistic that state governments will provide a check on overweening federal power. "Republicans now control an all-time high of 68 out of the 99 state legislative chambers and 33 of the 50 governorships" of America"s 50 states, he notes, and this has serious consequences for the ultimate checks on government: effective political competition and free and fair elections. The state legislatures, after all, create the US House of Representatives legislative districts, which have already been gerrymandered to reinforce the Republicans" majority there.

Worse, the threat to America"s democracy is stalking its grassroots. As Stepan notes, "Since 2013, when another close Supreme Court decision gutted the Voting Rights Act, many, if not most, states with Republican majorities in both chambers have enacted laws and regulations that suppress voting" in non-white areas. A Republican Party that is almost entirely dependent on white voters -and increasingly dependent on white identity politics- is likely to continue on this path.

Goodbye to the West?

It is not only American democracy that is at risk, but also the geopolitical West constructed by the US in the years after World War II. And, as Oxford University Chancellor Chris Patten points out, that construction "long provided the foundation for the global order – probably the most successful such foundation ever created". Under US leadership, "the West built, shaped, and championed international institutions, cooperative arrangements, and common approaches to common problems", Patten says. And, by helping "to sustain peace and boost prosperity in much of the world, its approaches and principles attracted millions of followers".

Trump"s election, "threatens this entire system", Patten continues. If he "does in office what he promised to do during his crude and mendacious campaign, he could wreck a highly sophisticated creation, one that took several decades to develop and has benefited billions of people". After all, as Harvard"s Joseph Nye notes, throughout his election campaign, "Trump challenged the alliances and institutions that undergird the liberal world order". And, although, as Nye remarks, "he spelled out few specific policies", concepts and loyalties that have long been taken for granted, both by America"s allies and by its foes, no longer can be.

For starters, says Mark Leonard, Director of the European Council on Foreign Relations, "American guarantees are no longer reliable". And that is true worldwide. "In Europe, the Middle East, and Asia, Trump has made it clear that America will no longer play the role of policeman; instead, it will be a private security company open for hire". Not only has he "questioned whether he would defend Eastern European NATO members if they do not do more to defend themselves"; he has also suggested "that Saudi Arabia should pay for American security" and "has encouraged Japan and South Korea to obtain nuclear weapons".

Moreover, says Gareth Evans, former Australian foreign minister, given that he has "little or no hard knowledge of international affairs, Trump is relying on instincts that are all over the map". As a result, his rhetoric "combines contradictory "America first" isolationist rhetoric with muscular talk of "making America great again"". And Trump"s incoherence, Evans suggests, will not be compensated by his supposed business acumen (which he touted during his campaign). On the contrary, "while staking out impossibly extreme positions that you can readily abandon may work in negotiating property deals, it is not a sound basis for conducting foreign policy".

Evans is not optimistic. "Trump"s dangerous instincts may be bridled if he is capable of assembling an experienced and sophisticated team of foreign-policy advisers", he notes. "But this remains to be seen". In any case, the danger to global stability is compounded by the fact that, whatever remaining checks and balances Trump might face at home, in foreign affairs "the US Constitution grants him extraordinary personal power as Commander-in-Chief, if he chooses to exercise it".

Of course, some will benefit from the confusion that Trump is likely to sow. As former Swedish Prime Minister Carl Bildt puts it, "authoritarian rulers around the world" will no longer hear "harsh words from the US about their regimes" contempt for democracy, freedom, or human rights". On the contrary, the longstanding "goal of making the world safe for democracy will now be replaced by a policy of "America first", a sea-change in US foreign policy that is already likely arousing jubilation in Russian and Chinese halls of power".

Trumping the Global Order

So just what form will an "America First" foreign policy take? How Trump deals with Russia, Nye suggests, will be a telltale early sign of the seriousness of his foreign policy. "On the one hand, it is important to resist (Russian President Vladimir) Putin"s game-changing challenge to the post-1945 liberal order"s prohibition on the use of force by states to seize territory from their neighbors", as he has done in Georgia and Ukraine. "On the other hand", Nye says, "it is important to avoid completely isolating a country with which the US has overlapping interests in many areas: nuclear security, non-proliferation, anti-terrorism, the Arctic, and regional issues like Iran and Afghanistan".

Likewise, effective US leadership in Asia, which has become both the center of the world economy and the scene of growing friction between the world"s two most powerful countries -China and the US- requires a capacity for nuance that Trump has yet to reveal. America, says Evans, "undermines itself when it noisily asserts its regional primacy, while ignoring China"s legitimate demand for recognition as a joint leader in the current world order". At the same time, "when China overreaches, as it has done with its territorial assertions in the South China Sea, there does need to be pushback". And here, Evans notes, "a quiet but firm US role remains necessary and welcome".

Like Evans, the Vietnamese geostrategist Le Hong Hiep has little confidence in the US president-elect. As a result of Trump"s election, the "strategic rebalancing toward Asia that (US President Barack) Obama worked so hard to advance may be thrown into reverse, dealing a heavy blow to Asia and the US alike". Success depends largely on regional countries" participation in and support of the US-led regional security architecture. But, given that Trump may "focus overwhelmingly on domestic issues", he could well ignore "strategic engagement with ASEAN and its members", Hiep says, thereby "causing their relationships with the US to deteriorate".

And, like Bildt, Hiep believes that "China may welcome the election"s outcome". To be sure, Trump has accused China of "stealing American jobs – and even blamed it for creating the "hoax" of climate change". Nonetheless, "he may take a softer stance on China"s strategic expansionism in the region, especially in the South China Sea, than Obama did".

Others, too, appear to have glimpsed -at least initially- something positive in Trump"s victory. "Trump", says Palestinian analyst Daoud Kuttab, "attracted the support of the enraged and frustrated, and Palestinians feel even angrier and more hopeless than the working-class white Americans who supported him". More important, because "Trump is a political outsider, with few ties to (America"s) foreign-policy tradition or the interest groups that have shaped it", many Palestinians believe that "he could upend conventions that have often been damaging to Palestine, transforming the rules of the game".

But Kuttab pours cold water on this hope. "Israelis", he points out, "seem at least as hopeful that Trump"s presidency will tip the scales further in their favor". Trump has already strongly hinted that he will move the US embassy in Israel from Tel Aviv to Jerusalem – something all US presidents have refused to do for 49 years. And, given that "inciting hatred against Muslims was a staple of his campaign", there should be no "illusions that Trump will be the arbiter of fairness, much less a peacemaker, in the Israel-Palestine conflicto".

Latin Americans haven"t the slightest expectation of fair, or even civil, treatment from Trump. In fact, says former Mexican foreign minister Jorge Castañeda, "Trump"s election is an unmitigated disaster for the región". Indeed, Castañeda calls Latin America the "one world region that cannot possibly adopt a forward-looking attitude".

Mexico has more reasons than most countries to distrust Trump, given his promise to "deport all six million undocumented Mexicans living and working in the US, and to force Mexico to pay for the construction of a wall on the US-Mexican border". Moreover, Trump has vowed to "renegotiate the North America Free Trade Agreement (NAFTA), scrap the Trans-Pacific Partnership (TPP), and discourage US companies from investing or creating jobs in Mexico".

But Trump"s proposals would adversely impact much of the region. "Every Central American country is a source of migration to the US, as are many Caribbean and South American countries", Castañeda notes. Likewise, "Honduras, Guatemala, El Salvador, Cuba, Haiti, the Dominican Republic, Ecuador, and Peru all have large populations of documented or undocumented nationals in the US, and they will all feel the effects of Trump"s policies, if they are enacted". Then there are "countries such as Chile, which negotiated the TPP in good faith with the US, Mexico, Peru, and Asian-Pacific countries", all of which "will now suffer the consequences of Trump"s protectionist stance". And NAFTA is not the only bilateral free-trade agreement -the US has some ten FTAs with Latin America countries- which Trump might target.

Trading Down

Such deals are particularly vulnerable because trade is the area where Trump"s "America first" foreign policy instincts meet his promise to bring high-paying manufacturing jobs back to America. Here he is likely to meet stiff resistance, not only from an increasingly self-confident China, but also from Mexico, whose leaders would not survive politically were they to cave in to an American president who has, says Castañeda, "dismissed Mexico"s national interests and maligned its people"s carácter".

But NYU"s Nouriel Roubini thinks that Trump, having "lived his entire life among other rich businessmen", will end up being more pragmatic. His "choice to run as a populist was tactical, and does not necessarily reflect deep-seated beliefs". Whereas a "radical populist Trump would scrap the TPP, repeal NAFTA, and impose high tariffs on Chinese imports", a pragmatic Trump will probably "try to tweak (NAFTA) as a nod to American blue-collar workers". Moreover, those who "bash China during their election campaigns" often "quickly realize once in office that cooperation is in their own interest". In fact, "even if a pragmatic Trump wanted to limit imports from China, his options would be constrained by a recent World Trade Organization ruling against "targeted dumping" tariffs on Chinese godos".

If Trump did press ahead with a protectionist agenda, he would meet resistance not only from America"s trade partners, but also from economic reality. The "case for tearing up free-trade agreements and aborting negotiations for new ones", Patten notes, "is premised on the belief that globalization is the reason for rising income inequality, which has left the American working class economically marooned". In reality, trade is no longer the culprit in displacing manufacturing jobs from the US.

Instead, Patten notes, the "sources of American workers" economic pain are technological innovation and tax-and-spend policies that favor the rich". And, unlike free trade, which has increased American households" purchasing power, "the current wave of technological innovation is not lifting all boats", notes Alex Friedman, CEO of GAM notes. "Even as the likes of Uber and Amazon, and, more fundamentally, robotics, add convenience, they do so by displacing working-class jobs and/or driving down wages".

But what today"s protectionists fail to acknowledge is that America is no longer competitive in industries like coal and steel – and shouldn"t try to be. For policymakers, Friedman notes, "the problem is that it may take a decade or longer before robotics and the like" diffuse sufficiently to "feed a broader rising tide that lifts all boats". But repealing free trade certainly would not help. Were Trump to do so, the jobs would not return, and import prices would rise, thereby reducing Americans" purchasing power – and thus, in Patten"s words, harming "the very people who voted for him".

Nobel laureate Joseph Stiglitz agrees. "Technology", he says, "has been advancing so fast that the number of jobs globally in manufacturing is declining". As a result, "there is no way that Trump can bring significant numbers of well-paying manufacturing jobs back to the US".

Where the Jobs Are

How, then, is Trump to satisfy his supporters? One possibility, of course, is an option that Obama had embraced – clean tech and green energy. What are needed, says Columbia University"s Jeffrey Sachs, are "massive investments in low-carbon energy systems, and an end to the construction of new coal-fired power plants". It needs similarly sized "investments in electric vehicles (and advanced batteries), together with a sharp reduction in internal combustion engine vehicles". Moreover, a "carbon tax", says Stiglitz, "would provide a welfare trifecta: higher growth as firms retrofit to reflect the increased costs of carbon dioxide emissions; a cleaner environment; and revenue that could be used to finance infrastructure and direct efforts to narrow America"s economic divide".

But as Stiglitz notes, "given Trump"s position as a climate change denier, he is unlikely to take advantage of this opportunity". Indeed, he is already staffing his transition team with similarly minded officials, and the Republican congressional caucus has deep ties to traditional oil and gas firms.

This implies that Trump is more likely to embrace large-scale infrastructure investment. British economic historian Robert Skidelsky notes that Trump has "promised an $ 800 billion-$ 1 trillion program of infrastructure investment, to be financed by bonds, as well as a massive corporate-tax cut, both aimed at creating 25 million new jobs and boosting growth".

Jim O"Neill, a former CEO of Goldman Sachs Asset Management and former British Treasury minister, sees little alternative to what Skidelsky calls "a modern form of Keynesian fiscal policy". As O"Neill puts it, "(w)ith monetary activism past its sell-by date, an active fiscal policy that includes stronger infrastructure spending is one of the only remaining options". At the same time, as eager as the Republicans are to slash taxes for the few, "policymakers cannot ignore the high levels of government debt across much of the developed world".

The same argument that is made for spending on infrastructure can be made for technology. "Shockingly for a country whose economic success is based on technological innovation", Stiglitz notes, "the GDP share of investment in basic research is lower today than it was a half-century ago". But it is hard to imagine Trump becoming the kind of technology cheerleader that Obama became during his presidency. His estrangement from the US technology sector, whose leaders overwhelmingly opposed his candidacy, is one factor. Nor does his stance on immigration bode well. As Roubini points out, one of Trump"s proposals would "limit visas for high-skill workers, which would deplete some of the tech sector"s dynamism".

Although Republicans have not favored large-scale government infrastructure spending since Dwight Eisenhower was president, they will most likely go along with it in exchange for tax cuts. This will undoubtedly result in some job creation. But, as Frankel points out, "income inequality will likely start widening again, despite striking improvements in median family income and the poverty rate last year". Moreover, "budget deficits will grow".

That presents a problem for Trump, given that he plans to finance infrastructure investment by issuing bonds. "Market participants", says Harvard"s Martin Feldstein, "are watching the (US Federal Reserve) to judge if and when the process of interest-rate normalization will begin". And "historical experience", says Feldstein, "implies that normalization would raise long-term interest rates by about two percentage points, precipitating substantial corrections in the prices of bonds, stocks, and commercial real estate".

This suggests an early clash between Trump and the Fed. Trump may try to bend the Fed to his will; but, as Roubini points out, there is one independent force that he will find impossible to control. "If he tries to pursue radical populist policies", building up massive debt without any plans to pay for it, the response from international markets "will be swift and punishing: stocks will plummet, the dollar will fall, investors will flee to US Treasury bonds, gold prices will spike, and so forth".

What Should the World Do?

Back in May, Bill Emmott, a former editor of The Economist, contemplating the prospect of a Trump presidency, argued that countries "must hope for the best but prepare for the worst". Above all, they must bolster "their alliances and friendships with one another, in anticipation of an "America First" rupture with old partnerships and the liberal international order that has prevailed since the 1940s".

That moment, Leonard argues, has now arrived. Europeans must "try to increase leverage over the US", whose new leader "is likely to resemble other strongmen presidents and treat weakness as an invitation to aggression". And, whereas "a divided Europe has little ability to influence the US", when "Europe has worked together -on privacy, competition policy, and taxation- it has dealt with the US from a position of strength". Guy Verhofstadt, a former Belgium prime minister who currently heads the Liberals in the European Parliament, goes further. "The EU can no longer wait to build its own European Defense Community and develop its own security strategy", he says. "Anything less will be insufficient to secure its territory".

With liberal democracy, as Verhofstadt puts it, "quickly becoming a resistance movement," his is a refrain now heard around the world. Australia, says Evans, "should have learned by now that the US, under administrations with far more prima facie credibility than Trump"s, is perfectly capable of making terrible mistakes, such as the wars in Vietnam and Iraq". Facing the prospect of "American blunders as bad as, or worse than, in the past," he says, "(w)e will have to make our own judgments about how to react to events, based on our own national interests".

Patten calls for a more robust diplomatic response as well, praising German Chancellor Angela Merkel"s response to Trump"s election, in which she upheld bilateral cooperation on the basis of shared "values of democracy, freedom, and respect for the law and the dignity of man, independent of origin, skin color, religion, gender, sexual orientation, or political views". That "eloquent and powerful" statement, says Patten, makes Merkel "one leader who seems to recognize how quickly the collapse of US leadership could bring about the end of the post-1945 global order". And, he adds, it "is precisely how all of America"s allies and friends should be responding".

What Should America Do?

All is not lost. Stepan is right that the traditional checks and balances of American politics are under severe threat. But, as Roubini reminds us, markets are not the only barrier if policies go off the rails. The executive branch of the US government that Trump commands "adheres to a decision-making process whereby relevant departments and agencies determine the risks and rewards of given scenarios, and then furnish the president with a limited menu of policy options from which to choose". Indeed, "given Trump"s inexperience, he will be all the more dependent on his advisers, just as former Presidents Ronald Reagan and George W. Bush were".

In addition, says Roubini, "Trump will also be pushed more to the center by Congress, with which he will have to work to pass any legislation". Trump"s election, after all, culminates his hostile takeover of the Republican Party, and now he will have to bring about a rapprochement with House Speaker Paul Ryan and Senate Republican leaders, who, Roubini notes, "have more mainstream GOP views than Trump on trade, migration, and budget déficits". Moreover, "the Democratic minority in the Senate will be able to filibuster any radical reforms that Trump proposes, especially if they touch the third rail of American politics: Social Security and Medicare".

Likewise, notwithstanding Stepan"s well-founded fears, institutions can fight back against populist subversion, as we have seen in the British High Court"s recent decision upholding the authority of Parliament to scrutinize and vote on the government"s decision to trigger the UK"s exit from the European Union. No one can be certain -least of all Trump- that all of the conservative members of the Supreme Court will march in lock step with his abasement of US democracy. His proposal to ban Muslim immigrants, Frankel notes, "would be struck down even by a right-wing Supreme Court".

There is also the constraint of constitutionally protected citizen action, already seen in well-attended anti-Trump demonstrations held around the country in the days since the election. Protests are likely to continue, suggests IE Business School"s Lucy Marcus, in the wake of "a surge in hate crimes, including an alarming number of incidents being reported at schools and on college campuses". If Trump "hopes to be anything remotely close to a responsible leader", Marcus says, "he must move urgently to address the deep divisions that he so enthusiastically fueled during his campaign". Equally important, "community leaders must not allow their constituents to be manipulated or goaded into behavior that risks dangerous knock-on effects".

The long-term challenge posed by Trump, however, is to find the means to decouple white identity politics, in which the Republican Party has become deeply invested, from economic grievance. As Mueller argues, members of "today"s Trumpenproletariat are not forever lost to democracy, as Clinton suggested when she called them "irredeemable"". Mueller quotes George Orwell: "If you want to make an enemy of a man, tell him that his ills are incurable". Instead, anti-populists must "focus on new ways to appeal to the interests of Trump supporters, while resolutely defending the rights of minorities who feel threatened by Trump"s agenda".

Skidelsky agrees: "it is economics, not culture", he says, "that strikes at the heart of legitimacy". In other words, "it is when the rewards of economic progress accrue mainly to the already wealthy that the disjunction between minority and majority cultural values becomes seriously destabilizing".

Trump ruthlessly exploited that disjunction, and, in doing so, "obviously made a successful claim to represent people", says Mueller. "But representation is never simply a mechanical response to pre-existing demands", he notes. Instead, "claims to represent citizens also shape their self-conception", which is why it is now "crucial to move that self-conception away from white identity politics and back to the realm of interests".

Whatever happens, Americans should be mindful of what they have lost -perhaps forever- by electing Trump. His victory has "deeply undermined the soft power the US used to enjoy", says Shashi Tharoor, chairman of the Indian parliament"s foreign affairs committee, by bringing "to the fore tendencies the world never used to associate with the US – resentment and xenophobia, hostility to immigrants and refugees, pessimism and selfishness". In the world"s eyes, "fear has trumped hope as the currency of American politics", laments Tharoor. And in the world"s eyes, "America will never be the same again".

– ¿Qué necesita la economía estadounidense que Trump haga? (Project Syndicate – 13/11/16)

Nueva York.- La impresionante victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos hizo que una cosa quede abundantemente clara: demasiados estadounidenses -especialmente hombres estadounidenses blancos- sienten que se quedaron atrás. No es sólo un sentimiento; muchos estadounidenses realmente se quedaron relegados. Esto puede verse en los datos tan claramente cómo se hace patente en su ira. Y, tal como he sostenido repetidamente, un sistema económico que no "cumple" con gran parte de la población es un sistema económico fallido. Entonces, ¿qué debe hacer el presidente electo Trump al respecto?

Durante las tres últimas décadas, las reglas del sistema económico de Estados Unidos han sido reescritas de manera que están sólo al servicio de unos pocos que se encuentran en la parte superior, perjudicando a la economía en su conjunto, y especialmente al 80% en la parte inferior. La ironía de la victoria de Trump es que fue el Partido Republicano, al que ahora Trump lidera, el que impulsó la globalización extrema y arremetió contra los marcos políticos que hubieran mitigado el trauma asociado a la misma. Sin embargo, la historia sí tiene importancia: China e India están ahora integradas en la economía mundial. Además, la tecnología ha avanzado tan rápido que el número de empleos en manufactura, a nivel mundial, está disminuyendo.

La inferencia es que no hay manera de que Trump pueda traer a Estados Unidos un número significativo de puestos de trabajos bien pagados en el ámbito de manufactura. Puede traer de vuelta la manufactura, a través de manufactura avanzada, pero habrá pocos puesto de trabajo. Y, también puede hacer que los puestos de trabajo retornen, pero serán puestos de trabajo con bajos salarios, no los puestos bien remunerados de los años cincuenta.

Si Trump es serio en cuanto a abordar la desigualdad, debe reescribir las reglas una vez más, de una manera que sirvan a los intereses de toda la sociedad, no sólo a los intereses de aquellas personas que son como él.

Lo primero en el orden del día es impulsar la inversión, restableciendo así un robusto crecimiento a largo plazo. Específicamente, Trump debe enfatizar el gasto en infraestructura e investigación. Es sorprendentemente que en un país cuyo éxito económico se basa en la innovación tecnológica, la participación en el PIB de la inversión en investigación básica esté, hoy en día, en un nivel más bajo del que estuvo hace medio siglo.+

Una infraestructura mejorada aumentaría el rendimiento de la inversión privada, que también ha estado rezagándose. Garantizar un mayor acceso financiero a las pequeñas y medianas empresas, incluidas las encabezadas por mujeres, también estimularía la inversión privada. Un impuesto sobre el carbono proporcionaría una triple apuesta ganadora, una trifecta de bienestar: crecimiento más alto a medida que las empresas se adapten para reflejar el aumento de los costos de las emisiones de dióxido de carbono; medioambiente más limpio; e, ingresos que podrían utilizarse para financiar la infraestructura y dirigirse hacia los esfuerzos por reducir la brecha económica de Estados Unidos. Pero, dada la posición de Trump como una persona que niega la existencia del cambio climático, es poco probable que se aproveche lo antedicho (y ello, a su vez, también podría inducir a que el mundo comience a imponer aranceles contra los productos estadounidenses manufacturados en maneras que infrinjan las regulaciones mundiales relativas al cambio climático).

Al mismo tiempo se necesita un abordaje integral para mejorar la distribución de la renta de Estados Unidos, que es una de las peores entre las economías avanzadas. Si bien Trump ha prometido elevar el salario mínimo, es improbable que realice otros cambios de importancia crítica, como ser el fortalecimiento de los derechos de negociación colectiva y el poder de negociación de los trabajadores, así como la imposición de restricciones a la compensación de los directores ejecutivos y a la financiarización.

La reforma de la regulación debe ir más allá de tan sólo limitar el daño que el sector financiero puede hacer y debe garantizar que este sector realmente esté al servicio de la sociedad.

En abril, el Consejo de Asesores Económicos del presidente Barack Obama publicó un informe mostrando una creciente concentración del mercado en muchos sectores. Eso significa menos competencia y precios más altos – esta es una forma segura de bajar los ingresos reales, tal como lo es bajar directamente los salarios. Estados Unidos necesita hacer frente a estas concentraciones de poder de mercado, incluyendo las más recientes manifestaciones en la llamada economía colaborativa.

El retrógrado sistema impositivo de Estados Unidos – que estimula la desigualdad al ayudar a los ricos (sólo a ellos y a nadie más) a hacerse aún más ricos, también debe ser reformado. Un objetivo obvio debería ser eliminar el tratamiento especial de las ganancias de capital y los dividendos. Otro objetivo es garantizar que las empresas paguen impuestos – tal vez bajando la tasa de impuestos corporativos para aquellas empresas que inviertan y creen empleos en Estados Unidos, y elevándolos para las que no lo hagan. Sin embargo, debido a que Trump es uno de los principales beneficiarios de este sistema, sus promesas relativas a llevar a cabo reformas que beneficien a los estadounidenses comunes y corrientes no son creíbles; tal como acostumbradamente ocurre con los republicanos, los cambios impositivos que ellos realizan beneficiarán en gran medida a los ricos.

Probablemente, Trump no llegue a cumplir con el objetivo de mejorar la igualdad de oportunidades. Garantizar educación preescolar para todos e invertir más en las escuelas públicas es esencial para que Estados Unidos evite convertirse en un país neo-feudal donde las ventajas y desventajas se transmiten de una generación a la siguiente. Sin embargo, Trump prácticamente ha permanecido callado con respecto a este tema.

El restablecimiento de la prosperidad compartida requeriría de políticas que amplíen el acceso a viviendas y atención médica a precios asequibles, así como el acceso a una jubilación segura con un mínimo de dignidad, además serían necesarias políticas que posibiliten que todos los estadounidenses, independientemente de cuánta riqueza tenga su familia, puedan pagar una educación postsecundaria acorde con sus habilidades e intereses. Si bien me podría imaginar a Trump, un magnate de los bienes raíces, apoyando un programa masivo de vivienda (en el cual la mayoría de los beneficios vayan a favor de desarrolladores inmobiliarios como él), su prometida derogación de la Ley de Cuidado de Salud a Bajo Precio (Obamacare) dejaría a millones de estadounidenses sin seguro de salud. (Poco después de las elecciones, Trump insinuó que es posible que él actúe con cautela en este ámbito).

Los problemas planteados por los estadounidenses marginados -cuya marginación es el resultado de décadas de negligencia- no se resolverán, ni rápidamente ni mediante herramientas convencionales. Una estrategia eficaz tendrá que considerar un mayor número de soluciones no convencionales, hacia las que los intereses corporativos republicanos son poco proclives. Por ejemplo, se podría permitir a las personas incrementar su seguridad de jubilación poniendo más dinero en sus cuentas del Seguro Social, con aumentos proporcionales en sus pensiones. Además, se podrían instituir políticas integrales de licencias por enfermedad y asuntos familiares que ayudarían a que los estadounidenses lograran un equilibrio menos estresante entre la vida cotidiana y el trabajo.

Del mismo modo, una opción a través del sector público para financiar viviendas podría dar derecho a cualquier persona que haya pagado impuestos regularmente a obtener una hipoteca con el 20% de pago inicial, a un préstamo que sea proporcional a su capacidad para pagar la deuda a una tasa de interés ligeramente superior a la que el gobierno pueda pedir prestado y reembolsar, a su vez, su propia deuda. Los pagos se canalizarían a través del sistema de impuestos sobre la renta.

Mucho ha cambiado desde que el presidente Ronald Reagan empezó a debilitar a la clase media y desviar los beneficios del crecimiento a favor de aquellos en el estrato más alto, y ??las políticas e instituciones estadounidenses no se han mantenido al ritmo de dichos cambios. Desde el papel que desempeñan las mujeres en la fuerza de trabajo y el surgimiento de Internet hasta el aumento de la diversidad cultural, Estados Unidos del siglo XXI es fundamentalmente distinto al Estados Unidos de los años ochenta.

Si Trump realmente quiere ayudar a los relegados, debe ir más allá de las batallas ideológicas del pasado. La agenda que acabo de esbozar no es sólo una agenda económica: es una sobre cómo edificar una sociedad dinámica, abierta y justa que cumpla la promesa de los valores más apreciados por los estadounidenses. Pero si bien, en algunas maneras, esta agenda es coherente con las promesas de campaña de Trump, en muchas otras maneras, es la antítesis de dichas promesas.

Mi muy nublada bola de cristal muestra una reescritura de las reglas, pero no para corregir los graves errores de la revolución de Reagan, un hito en el viaje sórdido que dejó a tantos atrás. Por el contrario, las nuevas reglas empeorarán la situación, excluyendo aún a más personas del sueño estadounidense.

(Joseph E. Stiglitz, recipient of the Nobel Memorial Prize in Economic Sciences in 2001 and the John Bates Clark Medal in 1979, is University Professor at Columbia University, Co-Chair of the High-Level Expert Group on the Measurement of Economic Performance and Social Progress at the OECD…)

– Trump obliga a Europa a coger las riendas de su destino (El Español15/11/16)

(Por Guy Verhofstadt)

La victoria de Donald Trump ha puesto de manifiesto una realidad inevitable: a partir de ahora, los proeuropeos tendrán que luchar solos. El nuevo inquilino de la Casa Blanca nunca ha escondido sus intenciones diplomáticas: el aislacionismo y la vuelta a la doctrina Monroe ("América para los americanos") marcarán su mandato.

Estados Unidos se retira, los problemas de seguridad y defensa a los que nos enfrentamos persisten y la UE debe hacer de la necesidad virtud. Lo cierto es que, visto el panorama desde nuestra orilla del Atlántico, no hay mal que por bien no venga. Europa podrá ahora hacerse dueña de su destino. A ella le corresponde proteger los valores de la democracia liberal, la política comercial y, sobre todo, hacerse cargo de su defensa.

A corto plazo, el mayor riesgo que entraña la llegada al poder del magnate americano es que Rusia llene el vacío estratégico europeo, ahora huérfano de los americanos. De hecho, Putin ya maquina con Erdogan. Aunque desconocemos el contenido de sus conversaciones, estoy casi seguro de que no tratan sobre cómo convertirse en socio prioritario de la UE ni en el mejor amigo de los pueblos sirio y kurdo. Ya no solo asistimos a la manifiesta impotencia de la UE a la hora de reaccionar a lo que ocurre más allá de sus fronteras, sino que además se ha desvanecido el seguro a todo riesgo que ofrecía Estados Unidos para proteger nuestro continente.

El Consejo Europeo ya ha extendido una invitación a Donald Trump para que venga a Bruselas una vez sea oficialmente investido. Espero que los 28 Estados miembros estén preparados para enfrentarse a la franqueza con la que Trump habla. En otras palabras, interpreto esta invitación como el signo de una reflexión muy profunda sobre el desafío que Trump les ha lanzado con la amenaza de retirarse de la OTAN si los Estados miembros no aumentan su gasto militar.

Por eso, la UE no puede permitirse el lujo de esperar para poner en marcha una Comunidad Europea de defensa ni para desarrollar su propia estrategia de seguridad. Debería empezar expandiendo sus relaciones bilaterales y regionales, fortaleciéndolas y uniéndolas bajo el paraguas de una capacidad militar europea, dado que la presidencia de Trump supondrá el mayor giro geopolítico de las últimas décadas y pondrá la integridad europea en juego. Europa ya no podrá contar con Estados Unidos para resolver sus problemas, algo a lo que estábamos todos muy acostumbrados. A partir de ahora, Europa tiene que ser capaz de garantizar su propia seguridad.

Otro campo en el que los europeos debemos empezar a tomar la iniciativa es el comercial. La elección de Trump abre nuevas posibilidades. Es cierto que el tratado comercial transatlántico (TTIP) ya se ha declarado víctima del neoproteccionismo del presidente electo. Sin embargo, la UE no es ni proteccionista ni ingenua y debería prepararse para el momento en el que China desvíe las mercancías que ya no podrá colocar en el mercado americano.

La UE podría beneficiarse también de la desintegración del tratado de libre comercio de América del Norte (Canadá, EEUU y México). El Tratado con Canadá (CETA) podría servir de modelo. Es el momento de acelerar las conversaciones y desempolvar el acuerdo comercial con México, donde la UE es ya el segundo inversor después de EEUU., y de relanzar las negociaciones con Mercosur.

Por todo ello, la elección de Trump como presidente de los Estados Unidos es una llamada de atención a todos los líderes europeos. Y una llamada a la acción. Nuestras prioridades están lejos de ser las suyas. Por eso, los europeos tenemos que permanecer unidos y trabajar juntos para hacer frente a los grandes desafíos que nos acechan. Es hora de espabilarse y dejar las diferencias internas de lado.

No siempre lo peor es cierto, pero Donald Trump ha alarmado enormemente a la comunidad internacional durante su campaña. Causa especial preocupación su reticente adhesión a los principios de la democracia liberal y del Estado de Derecho, que Europa y Estados Unidos tan orgullosamente han compartido y difundido por el mundo.

En un momento en el que los regímenes autoritarios se refuerzan, la Unión Europea tiene la responsabilidad de preservar esta herencia. Dos grandes Estados miembros celebran elecciones en 2017, Francia y Alemania, además de Los Países Bajos. Los tres sufren la amenaza de fuerzas populistas. Estoy seguro de que los ciudadanos de estos tres Estados me darán la razón: la sabiduría y la razón siguen existiendo en Occidente.

(Guy Verhofstadt, exprimer ministro de Bélgica, preside el Grupo Liberal y Demócrata del Parlamento Europeo)

– Conversaciones honestas sobre comercio (Project Syndicate – 15/11/16)

Cambridge.- ¿Los economistas son en parte responsables de la abrumadora victoria de Donald Trump en la elección presidencial de Estados Unidos? Aunque no hubieran podido frenar a Trump, los economistas habrían tenido un mayor impacto en el debate público si se hubieran ceñido más a la enseñanza de su disciplina, en lugar de aliarse con los promotores de la globalización.

Cuando mi libro ¿La globalización ha ido demasiado lejos? fue a imprenta hace casi dos décadas, me puse en contacto con un economista muy conocido para pedirle que escribiera un comentario en la contratapa. En el libro yo decía que, en ausencia de una respuesta gubernamental más concertada, un exceso de globalización agravaría las divisiones sociales, exacerbaría los problemas de distribución y minaría los acuerdos sociales domésticos -argumentos que, desde entonces, se han vuelto moneda corriente.

El economista puso reparos. Dijo que, en realidad, no estaba en desacuerdo con ninguno de los análisis, pero que tenía miedo de que mi libro ofreciera "munición para los bárbaros". Los proteccionistas se servirían de los argumentos del libro sobre los aspectos negativos de la globalización para justificar su agenda estrecha y egoísta.

Es una reacción que todavía recibo de mis colegas economistas. Uno de ellos levantó la mano dubitativamente luego de una conversación y preguntó: ¿no te preocupa que se haga abuso de tus argumentos y terminen favoreciendo a los demagogos y populistas que estás denunciando?

Siempre existe el riesgo de que aquellos con quienes disentimos se apropien de nuestros argumentos en el debate público. Pero nunca entendí por qué muchos economistas creen que esto implica tener que torcer nuestro razonamiento sobre el comercio en una dirección determinada. La premisa implícita parece ser que sólo hay bárbaros en uno de los lados del debate comercial. Aparentemente, aquellos que se quejan de las reglas de la Organización Mundial de Comercio o de los acuerdos comerciales son proteccionistas desagradables, mientras que quienes los respaldan siempre están del lado de los ángeles.

En verdad, muchos entusiastas del comercio también están motivados por sus propias agendas estrechas y egoístas. Las compañías farmacéuticas que defienden reglas sobre patentes más estrictas, los bancos que presionan por un acceso sin restricciones a los mercados extranjeros o las multinacionales que solicitan tribunales de arbitraje especiales no tienen una mayor consideración por el interés público que los proteccionistas. De manera que cuando los economistas matizan sus argumentos, en efecto están favoreciendo a un grupo de bárbaros por sobre otro.

Ya hace mucho tiempo que existe una regla tácita de compromiso público para los economistas según la cual deben defender el comercio y no reparar demasiado en la letra chica. Esto ha generado una situación curiosa. Los modelos estándar de comercio con los cuales trabajan los economistas normalmente tienen fuertes efectos distributivos: las pérdidas de ingresos de ciertos grupos de productores o categorías de trabajadores son la otra cara de los "réditos del comercio". Y los economistas hace mucho que saben que las fallas del mercado -incluidos el mal funcionamiento de los mercados laborales, las imperfecciones del mercado de crédito, las externalidades del conocimiento o ambientales y los monopolios- pueden interferir en la obtención de esos réditos.

También saben que los beneficios económicos de los acuerdos comerciales que atraviesan las fronteras para dar forma a regulaciones domésticas -como sucede con el endurecimiento de las reglas sobre patentes o la coordinación de los requerimientos de salud y seguridad- son esencialmente ambiguos.

Sin embargo, se puede contar con que los economistas repitan como loros las maravillas de la ventaja comparativa y del libre comercio cada vez que se hable de acuerdos comerciales. Recurrentemente han minimizado los temores en materia distributiva, aunque hoy resulte evidente que el impacto distributivo de, por ejemplo, el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte o el ingreso de China a la Organización Mundial de Comercio fueron importantes para las comunidades más directamente afectadas en Estados Unidos. Sobreestimaron la magnitud de las ganancias agregadas a partir de los acuerdos comerciales, aunque esas ganancias han sido relativamente pequeñas desde por lo menos los años 1990. Han respaldado la propaganda que retrata los acuerdos comerciales de hoy como "acuerdos de libre comercio", aunque Adam Smith y David Ricardo se revolcarían en sus tumbas si leyeran el Acuerdo Transpacífico.

Esta reticencia a ser honestos respecto del comercio les ha costado a los economistas su credibilidad ante la población. Peor aún, ha alimentado los argumentos de sus oponentes. La incapacidad de los economistas de ofrecer un panorama completo sobre el comercio, con todas las distinciones y advertencias necesarias, ha hecho que resultara más fácil embadurnar al comercio, muchas veces equivocadamente, con todo tipo de efectos adversos.

Por ejemplo, a pesar de todo lo que puede haber contribuido el comercio a la creciente desigualdad, es sólo un factor que contribuye a esa tendencia amplia -y, con toda probabilidad, un factor menor, comparado con la tecnología-. Si los economistas hubieran sido más directos respecto del lado negativo del comercio, podrían haber tenido mayor credibilidad como actores honestos en este debate.

De la misma manera, podríamos haber tenido una discusión pública más informada sobre el dumping social si los economistas hubieran estado dispuestos a admitir que las importaciones provenientes de países donde los derechos laborales no están protegidos efectivamente plantean cuestiones serias sobre la justicia distributiva. Se podría haber hecho una distinción entre aquellos casos donde los salarios bajos en países pobres reflejan una baja productividad y aquellos casos donde se registran violaciones genuinas de los derechos. Y el grueso del comercio que no plantea este tipo de temores podría haber estado mejor aislado de las acusaciones de "comercio injusto".

Del mismo modo, si los economistas hubieran escuchado a sus críticos que advertían sobre la manipulación de la moneda, los desequilibrios comerciales y las pérdidas de empleos, en lugar de apegarse a modelos que ignoraban esos problemas, podrían haber estado en una mejor posición para contrarrestar los argumentos exagerados sobre el impacto adverso de los acuerdos comerciales en el empleo.

En resumen, si los economistas hubieran manifestado públicamente los reparos, incertidumbres y escepticismo de la sala de seminarios, podrían haberse convertido en mejores defensores de la economía mundial. Desafortunadamente, su celo a la hora de defender el comercio de sus enemigos resultó contraproducente. Si los demagogos con sus comentarios absurdos sobre el comercio hoy están siendo escuchados -y, en Estados Unidos y otras partes, están ganando poder- al menos parte de la culpa debería recaer sobre los impulsores académicos del comercio.

(Dani Rodrik is Professor of International Political Economy at Harvard University"s John F. Kennedy School of Government. He is the author of The Globalization Paradox: Democracy and the Future of the World Economy and, most recently, Economics Rules: The Rights and Wrongs of the Dismal Science)

– Las falsas promesas de Donald Trump a sus partidarios (Expansión – FT – 17/11/16)

(Por Martin Wolf – Financial Times)

¿Beneficiará Donald Trump a la encolerizada clase obrera blanca que lo llevó a la Casa Blanca? Para responder esta pregunta conviene examinar sus planes y los deseos de los congresistas republicanos.

También hay que pensar en cómo estos planes pueden afectar a la economía mundial. La conclusión es clara: algunas personas se beneficiarán, pero la clase obrera blanca no estará entre ellas. Desde hace tiempo, los republicanos han estado alimentando una rabia que no es fácil de apaciguar. Y Trump ha llevado esta estrategia en nuevas direcciones.

Lo único cierto es que habrá enormes y permanentes recortes fiscales. En este aspecto Trump y los miembros del Partido Republicano del Congreso están de acuerdo. El plan revisado de Trump reduciría los impuestos a las rentas individuales un 33% y el impuesto de sociedades un 15%. También eliminaría el impuesto de sucesión. Los contribuyentes de rentas más altas, el 0,1% de la población, cuyos ingresos superan los 3,7 millones de dólares, recibirían un recorte medio de más del 14% de los ingresos después de impuestos. En cambio, los impuestos del 20% de la población con ingresos más bajos caerían una media del 0,8% de los ingresos gravados. Los que tienen, recibirán más.

Trump -aunque quizás no los congresistas republicanos- también tiene previsto aumentar el gasto en infraestructuras. Aunque esto es deseable, hubiera tenido aún más sentido si los republicanos hubieran apoyado este programa durante la Gran Recesión. Pero tal y como lo señala Lawrence Summers, el ex secretario del Tesoro de EEUU, el plan de Trump depende sobre todo de la inversión privada.

De las experiencias en otros países se deduce que esto a menudo conduce a la explotación de los contribuyentes y a la imposibilidad de poner en práctica inversiones públicas que brindan altos beneficios sociales pero que tienen una escasa rentabilidad comercial.

El efecto neto de estos planes sería un significativo aumento de los déficits fiscales. Los cálculos realizados por el Centro de Política Tributaria (TPC, por sus siglas en inglés) del grupo de investigación de Brookings sugieren que para 2020 el déficit aumentaría un 1 % con respecto al PIB. Con las previsiones actuales como referencia, y haciendo caso omiso de cualquier gasto adicional, esto significaría un déficit de alrededor del 5,5% del PIB en 2020. De forma acumulativa, el aumento de la deuda federal para 2026 podría ascender al 25% del PIB.

Los republicanos del Congreso como Paul Ryan seguramente exigirían recortes que igualaran a los del gasto. El gasto federal anual se encuentra cerca del 20% del PIB.

La factura en materia de salud, de subsidios para personas con bajos ingresos, de la seguridad social, de defensa y de intereses netos ascendió al 88% de estos desembolsos en 2015.

La eliminación del gasto en todas las demás partidas -un error garrafal- simplemente reduciría a la mitad el futuro déficit. En resumen, la lógica del plan conduce a enormes aumentos de la deuda federal en relación con el PIB o a pronunciados recortes del gasto en programas de los que dependen los partidarios de Trump.

Sin embargo, el aumento previsto de los déficits fiscales estadounidenses sería expansivo, aunque la concentración de los recortes en los más ricos limitaría este efecto. De cualquier manera, un significativo aumento en el déficit fiscal de EEUU aceleraría la decisión de aumentar los tipos de interés a corto plazo en EEUU.

No es probable que Trump vaya a quejarse por este hecho ya que él mismo ha arremetido contra la política de bajos tipos de la Reserva Federal. Sin embargo, como lo señala Desmond Lachman del American Enterprise Institute, la economía mundial es frágil. Una rápida subida de los tipos de interés estadounidenses podría contribuir a su desestabilización.

Además, la combinación de relajación fiscal con endurecimiento monetario desembocaría en un dólar más fuerte y en un aumento del déficit por cuenta corriente a medio plazo.

EEUU volvería a considerarse el comprador global de último recurso, ayudando así a los mercantilistas estructurales del mundo: China, Alemania y Japón. Un dólar fuerte y unos crecientes déficits externos, como a principios de los años ochenta, aumentarían la presión proteccionista; el gobierno de Ronald Reagan fue bastante proteccionista durante su primer mandato. La decisión de lanzar la Ronda de Uruguay de negociaciones comerciales multilaterales para liberalizar el comercio mundial fue la respuesta que generó esta política.

Esta vez, sin embargo, un dólar fuerte reforzaría la orientación del Gobierno de Trump hacia el proteccionismo. Pero la protección contra las importaciones aumentaría aún más el valor de la moneda, trasladando el ajuste a los sectores no protegidos, sobre todo a los exportadores competitivos. En definitiva, un dólar fuerte debilitaría al sector manufacturero al que Trump intenta ayudar.

Una probable solución sería convencer a la Fed de que ralentizara el endurecimiento de su política monetaria. El mandato de Janet Yellen como presidenta de la Fed finaliza en 2018. Trump podría pedir a su sucesor que haga lo posible por obtener un crecimiento del 4%, como ha prometido. La última vez que se logró este crecimiento en un período de cinco años fue antes de la crisis financiera de 2000, lo que representa una preocupante advertencia.

Si la Fed intenta lograr este objetivo, podría provocar inflación e inestabilidad financiera o, seguramente, ambas. En todo esto parece haber pocos beneficios, si existe siquiera alguno, para los partidarios de Trump pertenecientes a la clase obrera.

El presidente electo también ha prometido eliminar el ObamaCare y la mayoría de las regulaciones de los sectores medioambiental y financiero. Cuesta trabajo imaginar que estas políticas puedan favorecer de algún modo las perspectivas de la clase trabajadora. Los miembros de esta clase serán más susceptibles de recibir una peor cobertura médica, de respirar un aire más contaminante y de ser víctimas de un comportamiento más agresivo por parte de las entidades financieras y, en el peor de los casos, incluso de otra crisis financiera.

El proteccionismo tampoco ayudará a la mayoría de sus partidarios. Muchos dependen de los bienes importados baratos. Y muchos se verían gravemente afectados por los terribles resultados de una guerra comercial global.

Mientras tanto, el rápido aumento de la productividad provocaría una constante caída en la cuota que representa el sector manufacturero en el mercado laboral de EEUU, a pesar de la protección.

Trump promete multiplicar el gasto en infraestructuras, recortes de impuestos, proteccionismo, recortes en el gasto federal y un proceso radical de desregulación. Un significativo aumento del gasto en infraestructura ayudaría a los trabajadores en el campo de la construcción. Pero casi ningún otro aspecto de estos planes ayudaría a la clase obrera. En general, su programa puede generar un breve crecimiento económico. Pero las consecuencias a largo plazo probablemente serán desalentadoras, y no menos para sus enojados, pero engañados, partidarios. La próxima vez, es probable que su enfado sea aún mayor. Las posibles consecuencias de ese escenario son aterradoras.

– Preparémonos para el "Calexit" y el "Loxit" (El Economista – 18/11/16)

(Por Matthew Lynn)

¿Qué hacer si no le gusta la política del país al que casualmente pertenece? ¿Pelear? ¿Emigrar? ¿Optar por una vida tranquila? Tal vez. Cada vez más personas parecen pensar que la respuesta es separarse. Tras la victoria de Donald Trump, una de las principales tendencias en Twitter fue Calexit (por la independencia de California). Cuando el Reino Unido votó marcharse de la Unión Europea, mucha gente empezó a defender un Londres independiente, llamémoslo Loxit.

¿Locos? ¿Amargados de mal perder? Tal vez. Pero hay también un elemento de sensatez en estas demandas. Mientras el populismo se hace con el dominio de la política de grandes economías, podría estar más justificada la ruptura de enclaves liberales súper ricos. Han desarrollado unas economías diferentes de los países en los que están encerrados y desde luego tienen la riqueza necesaria para ir en solitario.

Calexit o Loxit no son del todo imposibles y que a nadie le sorprenda si surgieran movimientos similares en París, Milán o incluso Berlín. No es de extrañar que los votantes de California estén perplejos al encontrarse en un país que acaba de elegir a Trump de presidente. El Estado es mayoritariamente demócrata. Hillary Clinton recibió el 61% de los votos, frente a solo el 32% de su opositor republicano. Las mayorías electorales no suelen ser más apabullantes que eso. En realidad, California está tan alejada del resto de Estados Unidos que es prácticamente otro país.

Algo similar ocurrió en el Reino Unido durante el referéndum (también divisivo y amargo) sobre la UE. Mientras amplias partes del cinturón siderúrgico británico cosecharon grandes mayorías para la escisión, el Londres cosmopolita y adinerado votó abrumadoramente para quedarse. El 60% de los londinenses quisieron quedarse en la Unión Europea y algunas zonas de la capital rondaron el 80%. De nuevo, el veredicto fue arrollador y totalmente distinto al resto del país.

Como los californianos, muchos londinenses se preguntan si de verdad quieren pertenecer a un país que, aunque la forma definitiva del Brexit está por decidirse, podría perfectamente volverse más ensimismado y proteccionista. De hecho, podríamos haber visto el primer paso hacia cierta forma de ciudad estado en Londres (como un Singapur más lluvioso).

La Cámara de Comercio de Londres, que representa a los negocios de la capital, sostiene ahora que Londres debe tener visados de trabajo que permitan únicamente a los migrantes el derecho de trabajar allí. Suena como un primer paso hacia la independencia. Al fin y al cabo, el control de las fronteras es una de las cosas que define a una nación.

Ahora mismo, Londres o California independiente puede sonar de locos pero si nos adelantamos unos cuantos años podría empezar a parecer mucho más atractivo. Para ser justos, varios enclaves súper ricos y liberales podrían tener razón de separarse.

Primero, está la fuerza de la independencia. California sería la sexta economía del mundo, por encima tanto de Francia como de la India. También tendría uno de los índices de crecimiento más rápidos del mundo. Hay muchos países mucho menos afortunados. Londres sería más pequeño pero no exactamente un micro-estado si fuera por su cuenta. Con un PIB de unos 600.000 millones de dólares, sería la 21 economía del mundo, sobrepasando a Suecia y Taiwán. Nadie piensa que esos países no funcionen como naciones independientes.

Ambos han desarrollado economías muy diversas respecto al país al que pertenecen. La economía de California se basa en la tecnología y el ocio. La de Londres en las finanzas, el derecho, la asesoría y la tecnología. Ambos están dominados por trabajadores de alto nivel cualificados. Sobre todo, exigen unos niveles muy altos de inmigración para que funcionen, tanto de profesionales cualificados como de trabajadores menos preparados para que el lugar siga adelante. En el resto de Estados Unidos, y en el Reino Unido también, una mayoría en aumento defiende las restricciones a la inmigración para proteger los puestos manuales (precisamente lo que California y Londres no necesitan).

Por último, pueden permitírselo. California tiene un PIB per cápita de 56.000 dólares. Londres de 58.000. El centro de Londres presenta una riqueza desproporcionada, con un PIB per cápita de 83.000 libras. Ambos adelantan cada vez más a los países en los que están y opinan que la política de su nación les arrastra hacia atrás.

Y no tiene por qué acabar ahí. Si Marie Le Pen se hace con el poder de Francia en una plataforma para sacar al país del euro (y ya no hay nadie que lo descarte), es muy improbable que París quiera unirse a eso. ¿Por qué unir su suerte al cinturón oxidado de Francia en declive? ¿Y qué tiene Milán en común con una Italia estancada? Si Alemania le da la espalda a la política liberal y abierta a la inmigración de Ángela Merkel, ¿la animada Berlín querrá ser parte de eso? Probablemente no. A algunos quizá les preocupe que Prusia reemerja como integridad política pero tampoco se puede descartar.

¿La solución? Una forma de ruptura. No tiene por qué ser total. Muchos países europeos tienen niveles crecientes de autonomía en distintas regiones. Cataluña posee un grado de autonomía enorme en España. En el Reino Unido, Escocia tiene mucho más control sobre sus propios asuntos que antes. Podría ser la respuesta.

No va a ocurrir enseguida, pero lugares como Londres o California quieren mucha inmigración, libertad de movimiento de bienes y capital, y políticas sociales ultra liberales. Pero los países en los que se integran quieren restringir la inmigración y son cada vez más reaccionarios. En verdad, la economía de la ruptura tiene mucho sentido y por eso no se puede descartar que la política se mueva en esa dirección también.

– Los que se alegran de la victoria de Trump (El Confidencial – 19/11/16)

El éxito del heterodoxo candidato republicano ha sido saludado a lo largo y ancho del planeta por numerosas fuerzas con una sola cosa en común: su interés por acabar con el orden existente

(Por Fareed Zakaria – Nueva York)

Gran parte del mundo está en estado de "shock" por el éxito electoral de Donald Trump, pero los hay que están encantados. "Ha sido una victoria para las fuerzas que se oponen a la globalización, que luchan contra la inmigración ilegal y están en favor de estados étnicamente limpios", declaró un portavoz de Amanecer Dorado, el partido de ultraderecha de Grecia, al que a veces es descrito como neonazi. Viktor Orbán, el primer ministro húngaro que ha dicho que quiere construir un "estado iliberal" en su país, ha saludado los resultados como "grandes noticias". El vicesecretario del ultraderechista Frente Nacional francés, visto históricamente como un partido ultranacionalista y antisemita, estaba exultante también.

No se te puede juzgar por quién aprueba tus acciones, pero merece la pena intentar entender qué celebran los admiradores de Trump. En algunos casos, su atractivo es estar contra la corrección política. Beppe Grillo, el antiguo cómico que dirige el Movimiento Cinco Estrellas de Italia, ha señalado que como Trump, su partido ha sido considerado sexista y populista pero a la gente le ha dado igual. "The Guardian", que ha recopilado muchas de estas respuestas, publica que Grillo apoyó a los partidarios de Trump por ser capaces de filtrar la información de los medios y enviar un enorme "que os j…" a los "masones, banqueros y corporaciones chinas".

Para otros, es ese sentido de camaradería entre hombres fuertes a quienes no les importan los derechos humanos. El dictador sirio Bachar Al Asad ha asegurado que Trump es un "aliado natural". Rodrigo Duterte, el autoritario líder de Filipinas, ha dicho de él: "A los dos nos gusta decir palabrotas, somos iguales". Duterte ha sido hostil a Estados Unidos porque Washington ha criticado las ejecuciones extrajudiciales y los abusos de derechos humanos que han marcado su mandato. Robert Mugabe, que en sus 36 años en el poder en Zimbabue ha destruido la economía y las libertades de esa nación, también se ha mostrado esperanzado. Un editorial a página completa en un diario estatal alabó la elección del "poderoso Trump", y el dictador de 92 años ha descrito a Trump como un "amigo". Sin duda, Duterte y Mugabe esperan que una Administración Trump sea blanda con ellos.

Lo que une a los admiradores extranjeros de Trump es la idea de que el orden global existente está podrido y debería caer. Muchos de sus partidarios domésticos estarían de acuerdo. Todos los partidos europeos que celebran la victoria de Trump buscan la destrucción de la Unión Europea y, de forma más general, la comunidad occidental férreamente unida alrededor de valores e intereses compartidos. Casi todos son chocantemente prorrusos porque ven en la Rusia de Vladímir Putin un país que busca activamente erosionar el sistema internacional actual. Muchos de esos grupos reciben apoyo abierto o encubierto de Rusia y se benefician de la ciberguerra del Kremlin. "Todos necesitamos instrumentalizar juntos (la elección de Trump) para remodelar la relación transatlántica, y para acabar con los grandes conflictos en Ucrania y Siria junto a Rusia", ha dicho Frauke Petry, líder del partido ultranacionalista Alternativa para Alemania, según el "Guardian".

¿Pero qué es esa globalización a la que se oponen estas personas? Después de 1945, tras una Gran Depresión y dos guerras mundiales, las naciones occidentales establecieron un sistema internacional que se caracterizaba por reglas que hacían honor a la soberanía nacional, permitían el florecimiento del comercio global, y promovían el respeto a los derechos humanos y las libertades. Este orden produjo el período de paz más prolongado de la historia entre los principales poderes del mundo, un crecimiento económico amplio que creó grandes clases medias en Occidente, el renacer de Europa, el desarrollo de los países pobres, la salida de la pobreza de cientos de millones de personas y la expansión de la libertad a lo largo del planeta.

El papel de EEUU en todo ello fue central. Estableció la agenda y proporcionó seguridad, lo que iba más allá de simplemente disuadir a la URSS y otros poderes agresivos. Radek Sikorski, el exministro de Exteriores de Polonia, explica: "La influencia de EEUU y sus compromisos han sido nuestra coraza de seguridad. Han permitido que las rivalidades nacionales de Europa siguieran dormidas. Si retiras esas garantías, Europa podría volverse muy inestable". Y recuerden, la Unión Europea es el mayor mercado del mundo y el principal socio comercial de EEUU.

Para EEUU, "la globalización" ha producido enormes ventajas. Con solo el 5% de la población mundial, EEUU domina la economía global, desde la tecnología a la educación, pasando por las finanzas o las energías limpias. Uno de cada cinco empleos en Estados Unidos es resultado del comercio, y ese número crece rápidamente. EEUU mantiene la reserva de divisas del mundo, lo que le da una enorme ventaja económica.

Los beneficios del crecimiento y la globalización no han sido compartidos de forma igualitaria, y el ritmo del cambio causa ansiedad en todas partes. Pero hay razones para invertir en la gente, mejorar sus capacidades e integrar mejor a las comunidades. No hay razones para destruir el sistema internacional más pacífico y productivo creado jamás en la historia de la humanidad.

– La peligrosa domesticación de Donald Trump (Expansión – FT – 18/11/16)

(Por Edward Luce – Financial Times)

¿Recuerda cuando Donald Trump dijo: "solamente yo puedo arreglar la situación"?. Resulta que necesitará ayuda. Esa es la buena noticia. Los asesores de Trump están haciendo que el presidente electo se distancie de algunas de sus promesas más extravagantes, como hacer que México pague el muro fronterizo.

La razón es el equipo de Trump ya está dominado por personas que tienen los mismos intereses a los que Trump prometió poner fin. Tras haber prometido hacer una adquisición hostil, el populista ajeno a la política se ha rodeado de expertos en política. Washington está sacando la alfombra roja para Trump y no hay una segadora a la vista.

Cualquier populista que logra ser elegido se enfrenta a dos peligros. El primero es la imposibilidad de cumplir la mayoría de sus promesas. Trump es un populista que camina sobre zancos. Juró hacer América grande de nuevo, "drenar la ciénaga" de la corrupción y resucitar al obrero estadounidense olvidado. No puede satisfacer esas expectativas. El segundo es que los populistas no políticos carecen de experiencia en el gobierno. Por lo tanto, deben confiar en quienes la tienen, personas que pueden redactar leyes, elaborar reglas, emitir órdenes ejecutivas, etc. Estas son las personas que prefieren que las cosas sigan como ahora. Menos de una semana después de su sorprendente victoria, Trump ya ha reconocido ambas realidades.

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