El hombre que está más solo. Una aproximación entre las obras de Georg Büchner y Theodor Storm
- Resumen
- Introducción
- Acerca de los individuos y las totalidades
- El señor consejero público, Hans Kirch, Hauke Haien
- Conclusiones
- Bibliografía
Resumen
A través de un esfuerzo comparativo entre tres obras de Georg Büchner (1813-1837) La muerte de Danton, Lenz y Woyzeck y tres novelas cortas de Theodor Storm (1817-1888) El señor consejero público, Hans y Heinz Kirch y El caballero del corcel blanco, se busca comprobar si es posible conformar una visión única de sujeto a pesar de estar las producciones distanciadas histórica y artísticamente. La metodología de trabajo es la de un análisis individual y escindido de cada una de las agrupaciones de obras, tomando como punto de partida a los protagonistas de las mismas y sus principales intervenciones, extrayendo de cada conjunto una con- cepción de sujeto para luego, en la sección final, compararlas y contrastarlas entre sí para comprobar la hipótesis presentada. Se atenderá a las particularidades de las diferentes composiciones artísticas en diferentes dimensiones, tanto genéticas como estilísticas; y al momento de verificar la hipótesis se pondrá especial énfasis no sólo en las similitudes, sino también en los puntos de distancia entre las propuestas de dichos auto- res, evitando así asimilaciones acríticas.
Palabras clave
Crítica literaria, comparativismo, Close Reading, Siglo XIX, Literatura alemana, Theodor Storm, Georg Büchner, Novela corta, Teatro, Sujeto, Comunidad, Religión, Ideología, Historia
El hombre más poderoso del mundo es el hombre que está más solo.
Henrik Ibsen, Un enemigo del pueblo
Introducción
Las obras de Georg Büchner (1813-1837) La muerte de Danton, Lenz y Woyzeck y las novelas cortas de Theodor Storm (1817-1888) El señor consejero público, Hans y Heinz Kirch y El caballero del corcel blanco, distanciadas histórica y artísticamente, tienen en sus temas un punto en común: la problemática del sujeto enfrentado con la comunidad, con su sistema de creencias e incluso con fuerzas fuera de su alcance. El objetivo general de este trabajo será ver si es posible conformar una postura de sujeto única a partir de las seis obras seleccionadas.
Los objetivos particulares serán ver con qué y contra qué fuerzas opera cada sujeto en cada una de estas obras. Para hacer esto, se deslindarán los conflictos particulares de los personajes. A medida que se trabaja en esta dirección se buscará también conformar una visión global de la postura de sujeto en cada grupo de obras, contrastándolas y comparándolas entre sí. Por últi- mo, se verá si se puede responder a la siguiente pregunta: ¿es posible pensar un acercamiento entre los corpus de estos dos autores a partir del relevamiento de la noción de sujeto?
Acerca de los individuos y las totalidades
Esta sección se escindirá en dos unidades que analicen separadamente las obras de los auto- res, dejando para la conclusión las relaciones y diferencias entre ellas.
Robespierre, Lenz, Woyzeck
Varios estudios críticos acerca de La muerte de Danton se realizan la misma pregunta:
¿Cómo reconstituir el ideario del autor? En la búsqueda de una respuesta, el procedimiento heurístico es siempre el mismo: optar por uno de los personajes. Mientras que György Lukács sostiene que los personajes auténticamente revolucionarios de la obra son Robespierre y St. Just en conjunto con el pueblo, Peter Szondi configura en el personaje de Danton a una víctima de su propia memoria y de una lucha entre vida y muerte en los términos de la propia vida. Por su parte, Viëtor, en los estudios citados por Javier Orduña (Orduña, 38), afirma que Danton cae preso de la reificación de la voluntad.
Proponemos un quiebre respecto de estas lecturas. Sostenemos que tanto Robespierre como Danton forman una unidad complementaria que permite leer una noción de sujeto más completa y compleja en la obra de Georg Büchner y, además, permitirá trazar una línea de lectura con el resto de las obras del autor alemán.1
Retomaremos el esquema triádico de György Lukács (Robespierre-el pueblo-Danton) para nuestro análisis. El primer acto ya nos muestra a esta tríada en acción. El Primer Ciudada- no exhibe la miseria material y la necesidad de satisfacción de los deseos más básicos del pueblo: "Vamos a arrancarles [a los aristócratas] a tiras la piel de los muslos y a hacernos calzones con ella, vamos a exprimirles la manteca y a hacer con ella más grasa nuestra sopa" (Büchner, 1992: 84). Estos pedidos se reiteran en la voz del Segundo Ciudadano (ibíd.: 84), en la historia de miseria y prostitución de Simón y su mujer (ibíd.: 82-85) y en la siguiente frase tardía en la obra "La guillotina es un mal molino y Sansón un mal panadero, ¡queremos pan, pan!" (ibíd.: 124). Esta cita permite ver que las manifestaciones se conjugarán con consignas políticas.
No se tienen en cuenta a Leonce y Lena, sus escritos de juventud ni Sobre los nervios craneales.
Los reclamos del pueblo son captados por Robespierre y Danton, que reaccionan de formas muy distintas. El primer acto sirve como una declaración de principios para lo que será el resto de la obra. Las reflexiones de Danton se dan en el interior burgués, entre el juego y la lujuria, y lo presentan como antagonista de un Robespierre mezclado con el pueblo. Aquí Danton realiza dos afirmaciones clave: "Mira aquella señora […] qué bien maneja los naipes. […] se dice que siempre presenta el corazón a su marido y el carreau a los demás. Sois capaces de hacer que nos enamoremos de la mentira" (ibíd.: 79). En una tónica similar, ante la pregunta de Julie, si cree en ella, él responde: "¿Qué sé yo? Sabemos poco el uno del otro […] estamos muy solos […] (señalando la frente y los ojos) ahí, ahí, ¿qué hay detrás de eso? (ibíd.: 79). Estos diálogos iniciales resultan metáforas cargadas de sentido para comprender el accionar de Danton: guiados por apariencias es imposible saber lo que el otro desea; sin embargo, no hay más que fachada en el mundo.
Robespierre actúa de forma opuesta y su primera aparición en la obra es entre las masas empobrecidas. Él propone a los jacobinos como guías del pueblo: "Tus legisladores están alerta, ellos te llevarán de la mano, sus ojos son infalibles, tu mano ineluctable" (ibíd.: 85). La voluntad del pueblo puede ser sometida, intención que repetirá en el Club de los Jacobinos (ibíd.: 87). En un delirio de omnipotencia, en la Sexta Escena del Acto Primero, Robespierre dice sobre Danton: "Quiere detener los corceles de la Revolución delante del burdel como detiene un cochero sus caballos amaestrados" (ibíd.: 95. Las itálicas son nuestras). Aparece la figura de la revolución como un medio de locomoción que no debe detenerse, pero que siempre puede y debe guiarse. Y en ese mando está siempre Robespierre.
Si Robespierre quiere conducir el "carro" de la revolución, en el saber popular surge la contraoferta de Danton: "No poner el carro delante de los caballos". Si bien desde el comienzo la propuesta del líder revolucionario es detener las matanzas e instaurar el gobierno, lo que contrastaría con la postura de Robespierre, son más importantes sus consideraciones de otro orden y que lo acercan más de lo que se puede ver en primer término a Robespierre. Dice Danton meditando solo en campo abierto: "El lugar parece seguro, sí, para mi memoria, pero no para mí, a mí la tumba me procura más seguridad, al menos me trae el olvido: matando mi memoria" (ibíd.: 104). La muerte es un lugar seguro lejos de su memoria, que lo acosa por las matanzas de septiembre. Estos recuerdos no lo visitan en cualquier forma. Danton relata su sueño: "Debajo de mí jadeaba el globo terrestre en su carrera, yo lo había atrapado como a un caballo salvaje [ ] Sentí así que la sima me arrastraba" (ibíd.: 105). Intentar comandar la revolución es poner el carro delante de los caballos. Y si se pone el carro delante de los caballos, el caballo lo destroza y lleva al conductor a una muerte segura.2
Destacamos esta porción textual que resulta significativa
por su similitud textual con la de Ro- bespierre. Pero esta opinión
de Danton se reconfirma en la obra: baste ver cómo dice en ese mismo
acto que "somos marionetas, fuerzas desconocidas nos manejan de los
hilos" (ibíd.: 106); cómo dice que ellos en realidad
son hijos de la revolución y no viceversa (ibíd.: 99), y una
de las frases finales acerca del caos y la nada por venir, que recuerda
el abismo al que se precipita el corcel (ibíd.: 131).Se puede decir que imponemos una inflexión a
la hipótesis del profesor Marcelo Burello, quien dice que el tema
de Lenz es la religión mediante la cual el protagonista intenta
"re-ligarse" al universo (Burello, 102).Es necesario traer a cuento aquí dos cuestiones
de La muerte de Danton. Una de ellas es la discusión sobre
arte (ibíd.: 98-100). La otra, las consideraciones de Camille Desmoulins
acerca de las formas de gobierno (ibíd.: 81). Estos dos fragmentos
coinciden con estas consideraciones del protagonista de Lenz.Como Marion, que era un "continuo tocar sin interrupción",
parte de la religión del sexo (ibíd.: 90).Coincidiendo con Gÿorgy Lukács que afirma que
esta obra trata acerca de un desamparado so- cial real (Lukács,
86)Acerca de la Heimat, ir a Vedda, 2007: 9.
Los rasgos fantásticos de su descripción,
ya mencionados, aquí no los tendremos en cuenta.Aparecen las cartas como tema: la carta que el padre
no le contesta a Arquímedes y las que Phia del mismo modo no contesta
a su hermano. Tema que se retomará en Hans y Heinz Kirch.Ver Vedda, ibíd: 15.
Para una explicación acerca del conflicto entre
la vieja burguesía [Gründerzeit] y la nueva [Gro-
Bbürgentum], consultar Vedda, 2007, 16.Nuevamente, se repite la estructura familiar de El
señor consejero público.Cabe destacar que la niña es hija de una mujer
reconocida como adúltera (Storm: 129). A su modo, ella también
está marginada.
La memoria lo delata: él, como Robespierre, quiso tomar las
riendas de la revolución. El resultado de estas acciones fue el Comité
de Salud Pública que ahora lo juzga. Danton ve la inutilidad de tratar
políticamente esta totalidad humana de la Revolución: no es
posible saber en realidad lo que el pueblo desea. Como las barajas, como el
deseo de Julie y la (im)posibilidad de conocer al otro, muestra que actuar
políticamente en esas circunstancias creyéndose "el conductor
del carro" sólo puede llevar a la muerte. Y aquí radica
la tragedia de La muerte de Danton, y de la muerte de Danton: Danton
lo sabe todo, pero no puede hacer nada; mientras que Robespierre lo hace todo
sin saber nada.
Teniendo en cuenta la inutilidad de la política y negados virtud
y vicio (ibíd.: 94), puede releerse el interior burgués de Danton
a partir del derecho al goce. Éste es una constante que parece consumir
todas las energías de Danton y lo acerca más que nunca a las
masas.
Para comenzar con el derecho al goce, hay que realizar algunos comentarios
acerca de Robespierre y el Pueblo. Robespierre será acusado por Danton
de tener una "probidad indignante" (ibíd.: 94). Alejado de
todo placer sensual, el modo de acercarse al pueblo del Líder del Comité
de Salud Pública es como político y líder moral. Danton
define al pueblo como un "eunuco" que odia a quienes gozan (ibíd.:
94). Sin embargo, su acercamiento al mundo de lo sensual y sexual le dará
una posibilidad nueva de acercarse a la totalidad que lo interpela. Viene
a cuento la historia de Marion, una prostituta amiga de Danton, quien dice
que luego de tener sexo por primera vez se volvió "Un desear,
un tocar sin interrupción, una brasa, una corriente […]
todo depende de qué le procura a una más placer, si los cuerpos,
las imágenes de Cristo, [
] quien goza más, reza más."
(ibíd.: 90; las itálicas son nuestras). El placer sensual está
elevado a la categoría de elemento que puede re-ligar (Burello, 102)
al hombre con una potencia totalizadora. Y Danton reconfirma lo dicho por
Mrion en dos ocasiones: "Quisiera ser una parte del éter para
bañarte en mi fluido" (91; itálicas nuestras). Ser parte
de la totalidad para poder abarcar el todo. Y más adelante paseando
junto a Camille Desmoulins, entre los mendigos y las prostitutas, dice: "Uno
tendría ganas de zambullirse, de arrancarse los pantalones
del cuerpo y de copular por detrás" (101; itálicas nuestras).
El acto de zambu- llirse marca la posibilidad de quedar, como en el éter,
rodeado de sensualidad.
Hay una versión del pueblo que meramente busca satisfacer su
hambre "carneando nobles", que plantean tanto Robespierre como Danton.
Pero también hay otra a la cual el segundo se acerca de forma más
intuitiva, que es a partir del goce, configurando otra forma de abordar la
totalidad de la revolución. Quedará castrada esta posibilidad
por su muerte, pero se retomará en Lenz.
Si en La muerte de Danton la totalidad de la revolución
encarnada en el pueblo interpelaba al sujeto, en Lenz de lo que se
trata es de la relación del protagonista con la naturaleza. No son
lo mismo revolución y naturaleza, pero en ambas obras las totalidades
interpelan a sus protagonistas. Y en este enfrentamiento se retomará
la posibilidad de abarcar esa totalidad a partir de lo sensorial.3 El cambio
del sujeto político por el artista resulta una decisión clave.
Para comenzar, el protagonista afirma lo siguiente: "no nos compete
preguntar si es hermoso o feo, la sensación de que lo que se ha creado
tiene vida […] es el único criterio en materia de arte" (ibíd.:
143)4. Será sólo a partir de ese respeto que se enfrentará
con lo natural el artista. Y el verbo "enfrentar" nunca resulta
más apropiado, dado que si bien la naturaleza no devora a sus propios
hijos sí los enfrenta: dice al comienzo de la obra que la tormenta
que lo recibe emana "violentos bramidos" y que las "nubes se
acercaban al galope, como corceles de salvaje relincho, y los rayos
del sol […] pasaban su refulgente espada por el paisaje nevado"
(ibíd.: 137; itálicas nuestras). De esta cita hay dos cuestiones
para destacar. Una de ellas es la violencia de la naturaleza: es una "espada"
el sol, los bramidos son "violentos" y más adelante en la
obra se dirá que el aire "le cortó el rostro" (147).
La otra es el símil de la naturaleza, la totalidad que interpelará
a Lenz, con los caballos salvajes. Surge la pregunta: ¿podrá
el sujeto domar la totalidad o será llevado al abismo por sus corceles
como Danton? Otra imagen similar a la postulada por La muerte de Danton
en el momento de resolver el encuentro de la totalidad con el sujeto
es el comentario de Danton a Camille de arrancarse las ropas y fornicar entre
la gente, o el hecho de querer ser parte del éter y los repetidos baños
desnudo y arrancándose las ropas de Lenz (139).
Se reconoce a la naturaleza como totalidad y se intenta un movimiento
de apropiación sobre ella, sabiéndola inmensa. Lenz sufre ante
la aporía: "Ya no sé qué decir, he dibujado en la
pared todas las figuras" (ibíd.: 151). Se intenta captar todo,
dibujarlo todo, decirlo todo, pero siempre algo escapa y por eso el "no
saber" ante la tarea que se sabe incompleta. Otro ejemplo del sufrimiento
aporético es el siguiente pasaje: "al anochecer le sobrevenía
una extraña angustia, hubiera querido correr detrás del sol
[…] todo le parecía un sueño, todo tan adverso […] la vida
se apartaba de él" (ibíd.: 140). El escape del sol para
poder atraparlo sólo se ve empeorado por la totalidad sin forma que
permite la noche.
Hay que subrayar que la sintaxis del texto, uno de los elementos destacados
por Marcelo Burello en su estudio para denotar la creciente locura de Lenz,
encuentra sus manifestaciones más "desbocadas" cuando el
personaje intenta aprehender todo aquello que lo rodea. Resulta trabajoso
transcribir los ejemplos así que mencionaremos simplemente: el comienzo
del texto (ibíd.: 137), cuando se siente vacío en su habitación
recién llegado (139), el ya des- tacado episodio del anochecer (140)
y su charla con Oberlin acerca de la naturaleza (142). Estos momentos contrastan
violentamente con, por ejemplo, cuando el paisaje resulta una unidad monótona
(ibíd.: 141) o con el final del texto, desplazándose de la totalidad
que lo violenta (155). La imitación y posterior lucha con el gato de
Oberlin es otra prueba de esta contradicción. Con una sintaxis descontrolada,
el texto describe cómo Lenz imita y dibuja cada uno de los movimientos
del gato con su propio cuerpo, hasta llegar a pelear para luego avergonzarse
de sí mismo (153). Este intento casi artístico pero fallido
es un símbolo de las constantes fallas que tiene el personaje al momento
de acercarse hacia las totalidades, hacer- las propias sin reducirlas.
Por último el momento cúlmine de intentar aprehender
la naturaleza es aquel en el cual Lenz intenta revivir a la niña y
luego cobra conciencia de su fracaso. Él había rogado "a
Dios con todo el dolor de la desesperación que obrara un milagro a
través de él, que reanimara a la niña" y la
comandó a vivir con las palabras de Jesucristo a Lázaro (ibíd.:
149; itálicas nuestras).
Ser parte de Dios es ser parte de la totalidad, fundirse en ella.5
Ante el fracaso, se destaca un acercamiento de Lenz hacia lo infernal y posteriormente
llega el final de la Novelle (ibíd.: 149). Ya sobre el final,
con el intento de la niña y el intento patético del gato consumados,
anunciándole su partida a Oberlin, Lenz dice: "Pero yo, si yo
fuese omnipotente, mire usted, si yo fuese así y no pudiese soportar
el sufrimiento, yo salvaría, salvaría" (154). Si fuese
omnipotente, pero no puede serlo, del mismo modo que Danton no pudo ser el
caballero del corcel revolucionario y acababa yéndose al abismo.
La aprehensión de la naturaleza fracasa. Lenz regresa a Estrasburgo
y vive una vida monótona y vacía (ibíd.: 155). En Lenz
el protagonista, si bien logra vislumbrar la inmensidad de lo natural,
vuelve a intentar dominarla y fracasa. No puede ver su propia contradicción
y acaba retornando al espacio urbano sin ningún tipo de conciliación
con lo natural.
Si en La muerte de Danton era el político quien en
cuyo acercamiento sensual a las masas lograba intuitivamente develar mejor
las condiciones materiales de la historia, pero caía derrotado por
el peso de la maquinaria que él mismo había ayudado a pergeñar;
si en Lenz la búsqueda de la totalización del artista
redundaba en el sufrimiento por el ataque de la naturaleza al no comprender
la aporía de su misión; en Woyzeck ya no se presentará
más el intento y fracaso de un sujeto para dominar lo que lo interpela.
Se verá un sujeto en el fracaso: no intentos de totalización
del mundo, sino alguien olvidado por el mundo, quien debería ser aprehendido
por el político, retratado por el artista naturalista. El personaje
del profesor, con Woyzeck a su lado, dice a la cátedra: "Señores,
estamos tratando el importante problema de la relación del sujeto
con el objeto" (ibíd.: 210; itálicas nuestras). Si
el problema es el del sujeto (Danton, Lenz) y el objeto (la revolución,
la naturaleza), Woyzeck ¿es sujeto u objeto?
En la última obra de Georg Büchner no se trata de "domar
el caballo", sino que la atención está puesta justamente
del lado de aquellos que buscan ser domados, de los desdichados.6 Hay un doble
quiebre en los modos de acercarse a lo real: será en el marco de la
ciencia, pero no del lado del científico, sino de aquello que es estudiado.
Los problemas y metáforas de La muerte de Danton y Lenz
nuevamente hacen su aparición: Woyzeck afirma que hay una diferencia
entre "naturaleza y voluntad" al discutir con el doctor acerca de
si orinó o no en la pared (ibíd.: 194). Del mismo modo, el doctor
en la clase del profesor afirma que Woyzeck es "la transición
al asno" (ibíd.: 202). Woyzeck es el caballo astronómico
y es a su vez, en línea con los demás equinos en la
obra de Georg Büchner, aquello que se intenta "domar", la naturaleza,
la revolución que enfrenta a la voluntad, al político.
Las falsas conciencias serán desarticuladas desde el lugar del
oprimido. Cuando el Capitán interpela a Woyzeck acerca de religión,
moralidad y virtud, el "hombre-asno" desbarata es- tos argumentos
con sendas contestaciones irónicas apelando a la pobreza material de
su humanidad (ibíd.: 192). Por último, cuando está siendo
examinado, dice el profesor "si yo tiro ese gato por la ventana, ¿cómo
se comportará ese ser en relación con el centrum gratiationis
y con el propio instinto?", a lo que Woyzeck responde "Señor
profesor, el gato muerde" (201). La ciencia también resulta burlada
ya no con ironía sino con un "deadpan".
Para coronar estos quites de máscaras a estas disciplinas totalizadoras,
es necesario destacar dos elementos más. Uno de ellos, y aquí
se vuelve al primer acto de La muerte de Danton, es la seguridad
de que todo en el mundo es fachada. El anticuento que la abuela narra a los
niños sirve como "puesta en abismo" de esta obra (ibíd.:
202). El segundo elemento es la certeza de que la muerte es lo único
que iguala a los hombres: "Cuando el carpintero clava los maderos de
la caja, nadie sabe quién va a poner la cabeza en ella" (201).
La muerte es la única forma posible de totalización. Se puede
pensar, reflexionando ya sobre la relación político-revolución,
artista-naturaleza, sujeto-objeto, que después de todo no es más
que la muerte la posibilidad más efectiva de los anhelos de alcanzar
la totalidad con el resto de la humanidad. Y que ésta nunca podrá
ser domada.
¿Qué queda de Woyzeck? La posibilidad de relectura
de los anteriores fracasos. Esta obra permite mostrar la auténtica
materialidad de lo que ocurre cuando la política, el arte y la ciencia
pretenden dominar al mundo, abarcarlo en su totalidad, poseerlo todo dentro
de sí sin saber lo que en realidad es el mundo. Reenfoca los fracasos
de Danton-Robespierre y de Lenz y permite posicionarlos como sujetos víctimas
de falsas conciencias, afirmando que la única auténtica totalidad
es la muerte.
El señor consejero público, Hans Kirch, Hauke Haien
A continuación, nos aproximaremos a la noción de sujeto
que se encuentra en las obras seleccionadas de Theodor Storm.
En El señor consejero público, se da una insistencia
que remarcaremos en las demás obras: la presencia del chisme y de la
producción de la narración a partir del murmullo del pueblo.
El "disparador" de toda esta novela corta es una escena oral: el
narrador cuenta a un amigo lo que él sabe de "la bestia"
(Storm, 2007: 69). Otros elementos de la oralidad entrarán en juego:
él conoce la historia del señor consejero público a través
del chisme (ibíd.: 73); la "tía todopoderosa" que
lo sabe todo de todos (ibíd.: 78) y el rumor de la muerte de Phia que
"gana la calle" (ibíd.: 118). El chisme es el modo a partir
del cual los personajes de esta novela corta se constituyen. A su vez, el
contenido de estos rumores está teñido por las producciones
culturales típicas de la Heimat.7 Aparece una elección
por lo fantástico al momento de detallar los personajes, por ejemplo
que llame "ogro musical" al señor consejero público
(ibíd.: 82), que describa a Phia a partir de la mitología eslava
y austríaca (ibíd.: 81).
Diferentes trazas discursivas constituyen al señor consejero
público y a su familia, no haciéndose nunca presente del todo
sino a partir de la referencia. Como una figura espectral que nunca se presenta
directamente, será desplazada del pueblo como lo totalmente opuesto
a la Heimat.
Para comenzar con este análisis, se presenta una estructura
familiar de cuatro integrantes con una ausencia: el padre, la madre, el hijo
(ausente) y la hija. Esta estructura está multiplicada a lo largo de
la obra: una vez en el narrador, otra vez en la familia del consejero público
y una vez más en la familia que le alquila la habitación a Arquímedes
(ibíd.: 111). Estas estructuras están cargadas de valores opuestos:
hay dos modelos de familia, el "sano"
–el de la familia del narrador y de quien le alquila la casa
a Arquímedes– y el "pervertido".
El segundo es el caso de la familia del señor consejero público.
Esto puede verse a partir de los diferentes desenlaces y de pequeñas
marcas a lo largo de la novela corta: mientras que el narrador se confiesa
"perezoso" (75), Arquímedes será una "víctima
de la ciencia" (114); mientras que Phia es una niña fantasmal
y su madre está muerta, las mujeres en la familia del artesano son
mujeres rollizas (111). Por último, el afán de hacer carrera
y la necesidad de reconocimiento que invaden al señor consejero público
y que contagian a su hijo, contagiándole junto con ello su alcoholismo,
prefigurando un destino trágico, los miembros de la familia que alquilan
la casa a Arquímedes remiten a una estructura económica que
no se encuentra entrampada en los circuitos de la burguesía: son todos
"artesanos" (111).
Hacia el interior de la familia, los caracteres que configuran a los
hijos del señor consejero público son colindantes con los de
él mismo, constituyendo una mónada que chocará con los
caracteres de las demás familias. Al señor consejero público
se lo describe8 asociado a la muerte: el mueble que él mandó
a construir está hecho con "calaveras y tibias, talladas en madera
de haya" (ibíd.: 71), para él en sus veladas musicales
"la visión de la muerte no parecía ser […] más
que un condimento para el goce de la vida" y ante el calor del ponche
que bebe en esas veladas se "despelleja" hasta quedar en una "atroz
desnudez" (ibíd.: 72). Como si la muerte fuera un carácter
extensivo, esto se despliega no sólo en sus cosas y su conducta sino
también en su "jardín": la última frase que
le otorga el narrador, contra vim mortis, significa "En los
jardines no crecen hierbas contra el poder de la muerte" (ibíd.:
119, nota al pie 46). Esto permite establecer una línea de lectura
entre sus caracteres y sus "frutos" y establecer entre las descripciones
de sus hijos y la suya una continuidad.
Para ver cómo se retrata a los hijos del señor consejero
público tomaremos primero a Phia, en quien la "suerte del destino"
que le toca por ser hija del señor consejero público resulta
evidente. A ella se la describe con términos que rozan la muerte: se
la asocia con las "willis" (ibíd.: 81), se dice que es capaz
de despertar a los muertos narrando historias (84), se la llama fantasma (103
y 105) y al final el narrador acusa el sentimiento de haberla dejado en una
"cripta" (116). Por si esto no fuera ya demasiado, hay dos cosas
más para destacar: una, que el padre del narrador refuerza el aislamiento
entre Phia y su hija, cerrando aun más los órdenes opositivos
de las familias (ibíd.: 87); y la otra es la siguiente aclaración
del narrador, que marca aun más la fatalidad: "Phia Sternow reposa
junto a su madre, que murió casi a la misma edad" (119). Ella
queda presa del orden del señor consejero público.
Arquímedes, en oposición a su hermana, posee una predisposición
dicharachera (ibíd.: 76). Pero este rasgo degenera en su propia versión
de las "fiestas musicales" de su padre: acaba sumándose a
un grupo de ermitaños alcohólicos (106). Agregados a estos rasgos
heredados, lleva la pesada carga de ser después que su padre "el
primer matemático de la región" (88). Hay que destacar
una última característica de Arquímedes y es que él
logra salir del entorno de su familia, yéndose lejos de su padre. Y
aquí merece mencionarse lo siguiente: que si la hija quedaba en una
cripta, el hijo morirá lejos del lecho familiar, donde se figurará
la tensión entre la pertenencia y la posibilidad de quebrar el lazo
paterno, entre una existencia endogámica y otra exogámica.9
Esta tensión se verifica al analizar la muerte de Arquímedes.
La razón de su muerte es debida a "continuas violencias en direcciones
contrarias" (ibíd.: 109; itálicas nuestras). Dice
Arquímedes en su lecho de muerte: "hay que honrar a los padres;
pero, sabes
no puedo volver a brindar a la salud de mi padre" (110).
Luego, dedica sus últimas palabras a su hermana, afirmando su cariño
por ella (111). La tensión entre despojarse del origen y atarse a él
y reproducirlo es lo que acaba por destruir a Arquímedes. La hermana,
la endogamia, será una de esas direcciones hacia las cuales tenderá
el cuerpo de Arquímedes; mientras que la otra será devenir en
otra persona fuera de su familia, la exogamia.
Los choques entre los dos modos de familias es una solución
literaria para el problema de la prusianización.10 La muerte de Phia
Sternow clausura toda posibilidad de seguir narrando y de seguir contando
la historia del consejero público: la tía todopoderosa se niega
a contestar preguntas (ibíd.: 117), el narrador se niega a contestar
más preguntas (120) y los diques del intendente quedan en el más
profundo olvido (120). Se clausura la posibilidad de narrar la historia de
la nueva burguesía.11
En Hans y Heinz Kirch se verán dos modos de vida también
en una disyuntiva, pero en el interior de la familia. Las temáticas
de El señor consejero público aquí encuentran
una repetición e intensificación.
Comenzaremos el análisis de esta obra con una cita de Miguel
Vedda. En ella afirma que Hans Adam Kirch, "A semejanza del consejero
público […] representa el paroxismo de las cualidades que definen
al espíritu burgués y especulativo y arribista del Gründerzeit"
(Vedda, 33). Siguiendo la temática de la vida burguesa, dice que la
campana civil es una suerte de puesta en abismo de la vida burguesa arribista
(Vedda, 34). Si bien estamos de acuerdo con estas hipótesis, nos gustaría
intentar una inflexión sobre ellas y afirmar que no es tanto el protagonista
principal de la obra Hans Kirch como lo es Heinz Kirch debido a que sus acciones
determinan las de su padre, planteando en la tensión entre ellos la
condena a la vida burguesa arribista.
Al comenzar la obra, se describe al lector el "cursus honorum"
que realizan "los viejos linajes de burgueses" (122). Pero inmediatamente
después se afirma que muchos jóvenes marine- ros por ambición
y por "resoluciones profanas" deseaban ganarse su lugar allí.
Y que uno de estos hombres es Hans Adam Kirch (123), que si bien logra el
ascenso social, los más altos puestos en el colegio de magistrados
quedarían para su hijo. Solamente restaba prepararlo y encaminarlo
en el mismo proyecto (125).
Al nacer su hijo, se da el ingreso del pueblo a partir del rumor. Al
igual que en El señor consejero público, el rumor está
cargado con una marca negativa hacia la cabeza de la familia: ""¡Otro
centavo dilapidado": esta sentencia circuló en una época
por la ciudad" (ibíd.: 124). La frase destaca el rasgo dominante
de Hans, su profunda avaricia. Sus rasgos calculado- res en pos de un solo
proyecto se ven reforzados antes y después de nacer la hermana de Heinz.12
Dice primero sobre Hans que "él mismo creía que solo amaba
en su hijo al heredero de sus planes en ascenso" para luego decir que
cuando nace la hermana de Heinz "el padre [la] aceptó como una
circunstancia que simplemente no era posible modificar" (ibíd.:
127).
La familia está al servicio de las ambiciones de Hans Kirch,
al igual que la familia del señor consejero público.
El movimiento exogámico que intentó Arquímedes
aquí se verá completado. Heinz Kirch logrará evadir el
mandato paterno y configurará una alternativa a la de su padre y también
a la de la Heimat. Desde el ingreso de la obra Heinz Kirch supone
gasto superfluo: el primer comentario del padre al respecto es porque la madre
le compra una "torta almibarada en un día laborable" (124).
El niño excede al padre económicamente. Del mismo modo lo sobrepasa
en el trabajo: en el episodio del barco (127) el niño se encuentra
"cantando" y "descan- sando" de su trabajo y retorna solo
cuando se ha "hartado de cantar" (126). Si bien aún es un
niño, Heinz no se rige por el cálculo ni por la orden estricta:
él elige cuándo terminar y cuándo comenzar lo que él
desee. Y desea algo sin valor, que es cantar mirando el mar.
Lentamente se constituye un orden opuesto al de Hans Kirch. La violencia
que presenta en sus primeros años de escolaridad es otra muestra de
ese exceso, y el episodio en el cual rompe los vidrios de su vecino sin motivo
alguno es una prueba más de una acción sin cálculo y
que poco importa hacerla a hurtadillas: Heinz acepta el castigo de su padre
(128). Pero así como recibe su castigo también imparte su ley
imponiéndole una "sangrienta lección" (128) a quien
lo delató. Para coronar esta legalidad propia y opuesta a la de su
padre, si Hans Kirch era un comerciante que se basaba en su esfuerzo para
obtener cada centavo, Heinz Kirch no dudará en robar para su pequeña
amiga, que luego será su amante y complemento: Wieb.13 Así,
él "robaba" las manzanas rojas del pastor y ella no "considera[ba]
el robo […] como un pecado" (130). Wieb acompañará a
Heinz Kirch y su unión se consumará en la compra y regalo de
un anillo por parte de Heinz a Wieb, que es "regateado venturosamente"
(131). Nuevamente, lo que consigue para ella lo hace de forma artera.
Los órdenes de Hans y Heinz conviven; de hecho Heinz realiza
trabajos para su padre durante algún tiempo (132-133). Sin embargo,
acaban por colisionar: al no regresar a su casa al son de la campana de la
ciudad la noche antes de partir a China Hans dice a su hijo "¡No
vuelvas a golpear a la puerta de tu padre!" (136). Él había
estado en el lago con Wieb, donde el orden cerrado de esta unión repetía
su escena originaria pero invirtiendo el sentido: Wieb le daba su anillo a
Heinz antes de partir (135).
A partir de aquí los dos órdenes nunca más podrán
volver a coincidir. El murmullo del pue- blo contribuye a eso: luego de que
partiera Heinz, asegura la hermana de Hans que debido al amorío de
su hijo con la pequeña Wieb era perfecto que no haya "obtenido
la banca en el Consejo" (139). Las ambiciones del padre se ven frustradas
no solo por la partida del hijo, sino por sus acciones antes de partir. Se
retoma el tópico de las casas esbozadas al comienzo: al terminar el
episodio de la carta, que analizaremos a continuación, se destaca que
pasados quince años se había construido sólo una casa
"para un joven vendedor perteneciente a una de las viejas familias"
(147). Terminada esa sección, comienza otra en la cual se amplía
la casa de Hans Kirch, pero de una forma más bien extraña: "el
tejado en punta de la casa de los Kirch había sido derribado, y en
su lugar se había construido todo un piso encima de la planta baja"
(149). Los cimientos de la burguesía arribista siguen sustentando lo
que ocurre en la casa de los Kirch, mientras que las viejas familias de la
Heimat se reproducen exogámicamente.
Si el anillo y la relación con Wieb muestran la comunión
entre dos que lograban comunicar- se en el orden que constituye Heinz, el
episodio en el cual el padre rechaza una carta de su hijo marca la división
de dos órdenes incomunicados (142-146). Es de destacar que el hecho
de que Heinz ni siquiera pueda pagar el franqueo de la carta es motivo de
refuerzo de esta división (144). Hans, además, es el único
que puede permitir la entrada de Heinz nueva- mente a la endogamia: la madre
intenta conseguir la carta pero no lo logra (146). Luego de esto, el cartero
"había propagado, en sus recorridos, el episodio de la carta"
(148). El chisme vuelve a condenar al burgués arribista.
El retorno de Heinz Kirch al hogar termina de completar esta escisión
de órdenes. No sólo su padre decide no reconocerlo, sino que
el rumor que corre es que ni siquiera es él (164). El hijo habla en
otro idioma y escribe sus últimas palabras en inglés (184) y
su tatuaje característico está borrado (158). Es nuevamente
Wieb, a partir del anillo, la que lo reconoce y le asigna su verdadera identidad:
"yo sé que no se trata de ningún otro! ¡Esto –y
ella extrajo de su bolsillo el cordón con el pequeño anillo"
(186). El orden cerrado del anillo, aquel que había generado su unión
con Wieb y es retomado en la escena del bote, que quebrará la relación
con Hans, confiere la identidad a Heinz Kirch.
Las acciones de Heinz Kirch determinan las de su padre. El negocio
legado a su cuñado está dado por la configuración del
orden apartado de su hijo. Si bien las apariciones textuales de Heinz son
menores que las de su padre, son las primeras las que determinan la reacción
de las segundas. La pregunta del cierre de la novela, "¿Dónde
está Heinz Kirch?", no es una pregunta sino una aseveración:
donde la ley del padre impere, donde su identidad quiera ser impuesta y no
dejada desarrollar su propia legalidad, donde se manifieste la burguesía
arribista, allí no estará Heinz Kirch.
En El caballero del corcel blanco se retoman los temas antes
vistos con más radicalidad y violencia y la historia se centra sobre
un solo sujeto, Hauke Haien, y la relación de él con su Heimat.
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