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Literatura que mata: femicidios, recuento y representación



    Entre los diferentes modos que Alain Badiou encuentra para pensar y periodizar el siglo XX está el crimen como el hecho radical que lo define y el exterminio judío como el que da la medida de una organización estatal siniestra al servicio de una masacre masiva. "El balance del siglo plantea de inmediato la cuestión del recuento de los muertos. ¿Por qué esa voluntad contable? Ocurre que el juicio ético, solo encuentra aquí su real en el exceso aplastante del crimen, la cuenta de las víctimas por millones. El recuento es el punto en que la dimensión industrial de la muerte se cruza con la necesidad del juicio. Es lo real que suponemos en el imperativo moral"1. Los crímenes seriales de mujeres toman protagonismo como fenómeno social hacia finales de ese siglo y desde ese momento en que se hicieron visibles parecen haberse incrementado en diversos aspectos: escenas, nombres, localidades dispersas en muchos países, lograron expandir visiones de la violencia sobre los cuerpos femeninos, incluso hasta abrir dimensiones inéditas a los saberes y a la reflexión académica sobre estos temas. En la Argentina, la escena pública se transformó a la par de la movilización más importante sobre el tema el día 3 de junio del 2015 Ni una menos con derivas insospechadas de intervención en las instituciones. En las universidades nacionales actualmente se están discutiendo Protocolos de acción contra la violencia y discriminación de género.

    No hay duda de que el paradigma de este territorio arrasado por la presencia de crímenes, calcados sobre un plan de impunidad y terror, es Ciudad Juárez. Una parte importante de las explicaciones formuladas no dejan de relacionar esta expansión de una evidente y particular embestida asesina con la visibilización e indudable avance de los derechos de las mujeres y de la conquista de espacios de autonomía familiar, sexual o laboral que ellas han alcanzado. Al punto que se habla también del siglo XX como el siglo de su emancipación. Propongo entonces un suplemento a la fórmula de Badiou, un suplemento que permita pensar estos crímenes en relación con un marco temporal de movimientos discontinuos del siglo XX cuyos anclajes se van alineando de maneras caprichosas en relación con la historia y política más general. En ese porvenir que combinó el siglo, la conquista y la emancipación expresaron sus costados trágicos que incidieron tanto sobre el centro de las subjetividades como sobre la dimensión más amplia de un horror social y que se percibe como inexplicable ya se localice en una subjetivación particular o en una abstracción generalizante. Por otra parte, no se puede dejar de aceptar que ambas especificaciones se revelan en el espacio contradictorio y heterogéneo que se tiende entre emancipación y violencia y que, en términos feministas, María Luisa Femenías explica como una redefinición que los procesos actuales de globalización realizan de los lugares "naturales" de mujeres y varones y que producen diversos fenómenos de (des) reestructuración de la violencia al promover complejos procesos de renaturalización de la inferioridad y de la superioridad.

    La literatura ha ido a la par de esos datos y escenas desplegando las ficciones necesarias para trazar el mapa de la política proponiéndose como un campo de fuerzas donde la violencia y el terror desmenuzan aquello que de político contiene esta práctica verbal. Es decir, aquello que, lejos de reducirse a una explicitación de la denuncia que sin duda siempre dice, al mismo tiempo detiene el carácter más complejo y fluido de lo dicho y ahoga la fuerza poética del decir. La literatura, repito, como un campo de fuerzas, dialoga con el orden de los cuerpos y las lenguas y con sus intercambios y posibilidades al desplegar variados planos y cruces de sentidos sobre los que están impresas o grabadas las distintas formas de poder.

    Estos movimientos ficcionales y no ficcionales de la violencia, quiero decir, el hecho de que seamos capaces de reconocer su presencia y su proximidad en las crónicas mediáticas o en las escenas urbanas que nos rodean y también en determinados textos literarios no reduce el horror sino que nos obliga a una atención diferente que mire hacia diferentes flancos simultáneos. Nuestra calidad de testigos actuales de ese monstruoso sistema de intercambio de cuerpos y discursos se perturba cuando lo abyecto estalla y en consecuencia altera nuestro sistema afectivo llevándolo a buscar el refugio del olvido, la retirada hacia la indiferencia o, en el mejor de los casos, la salida hacia la reflexión crítica.

    Francine Masiello encuentra en la literatura latinoamericana desde los 60 hasta el presente, que ella describe como del boom al crash, una dominante que dispone de cuerpos femeninos, muchas veces convertidos en cadáver, como fuerza fundamental de los mecanismos de generación narrativa. Aunque entramados en modalidades literarias diferentes, Masiello afirma que "De alguna forma, entonces, la crisis del feminismo es articulada a través de la ficción; el asesinato de mujeres o la apropiación e intercambio de sus voces y cuerpos domina la forma literaria. Ellas ingresan a la ficción como piezas claves, vacías de significantes pero con la habilidad de unir lo particular y lo universal en un universo de significados". Dada por cierta la afirmación, con capacidad de verse expresada en muchos nombres y obras, encuentra una nueva versión en la novela de Roberto Bolaño 2666, publicada póstumamente en 2004. En el capítulo denominado "La parte de los crímenes" se narran más de un centenar de asesinatos de mujeres ocurridos entre 1993 y 1997 en Santa Teresa, una ficción de una localidad de frontera afectada por la sucesión de muertes, el enigma sobre las procedencias de los asesinos, la impunidad de los culpables. Si Ciudad Juárez permitió visibilizar y transnacionalizar un sujeto en particular a través de la difusión de los hechos, la novela de Bolaño participó de esa difusión en clave literaria. Tal vez para construir en el relato acumulativo de cadáveres el rostro femenino de otra víctima universal. Si los crímenes de mujeres en la literatura se constituyen en una "pieza de cambio para entrar en el juego del consenso global", como señala Francine Masiello, 2666 de Bolaño permanece dentro de esta órbita y arrastra la inteligibilidad de los crímenes hacia una ecuación donde se pone a prueba la posibilidad del narrar. Bolaño intenta comunicar y dar forma a lo indecible y arriba a ese espacio de la literatura "verdadera" en la que la búsqueda aterradora de una coincidencia entre referente y relato se resuelve en hacer de la imposibilidad de la experiencia un ejercicio repetitivo de una escritura impotente.

    Esta novela que, como otras del autor pone en escena cuestiones literarias: búsqueda de un escritor perdido en cierto anonimato, reunión de críticos en congresos, rastreo de indicios sobre falsas autorías, el mercado y la vida académica como obstaculizadores de carreras literarias, concibe uno de sus centros de irradiación con un material diferente: el recuento de unos crímenes, el registro de los datos personales de las víctimas, la narración detallada de los cuerpos mutilados, los seguimientos policiales, el fracaso de las investigaciones. Una única voz narrativa observa desde arriba esa tierra conmovida por los asesinatos. Una posición que no implica superioridad sino una localización enunciativa distanciada que realiza descensos rasantes hasta los múltiples y renovados hitos de lo bajo, donde la ciudad es "un cementerio al aire libre y campo de batalla" (Monsivais, 2003). Uno detrás de otro, cada caso se lee en sus datos singulares como si fuera el único. El lenguaje del registro forense combinado con el policial y la disposición en formas repetitivas corroen la singularidad del caso (el nombre propio, el color del pelo, la vestimenta, etc.) para apuntar desde allí al corazón de lo literario. Si entre sus prerrogativas, la literatura se nutre de singularizaciones, acercando a los sujetos al terreno de lo particular a través de una selección determinada de puntos de vista, voces, tonos o historias, la novela de Bolaño da vuelta este valor. Lleva a la exasperación la reiteración del crimen y de sus notas siniestras. Al someter la singularización a la retórica del registro la hace estallar y los cadáveres fluyen en el magma de lo inexplicable, lo que no tiene valor (no otra cosa son estas mujeres pobres de Santa Teresa, obreras, maquiladoras, prostitutas, sujetos inapropiados, cuerpos que no importan) o, como lo dijo Carlos Monsivais, "Las abstracciones tienden a banalizar los delitos. Un muerto puede ser un acontecimiento tremendo, pero los centenares de víctimas femeninas afantasman la matanza en la perspectiva de las autoridades federales". O, como ha señalado Fermín Rodríguez, el goteo constante de informes despersonaliza, "aplasta la identidad jurídico­política de las víctimas sobre un sustrato anatómico sin forma personal, que reduce a las mujeres de sujetos individuales a mera "especie" arrancada del campo del derecho y arrojadas como cadáver a un terreno donde lo orgánico es indiscernible de lo inorgánico".

    Sin duda, de esta manera, la novela pone en cuestión algunos de los desafíos del arte contemporáneo: cómo dar cuenta de un real que cuantifica cadáveres articulado con una ligazón apretada entre violencia, género, raza y clase y, por otro lado, fusiona y pulveriza singularidad y abstracción, constituyendo el dilema central que nos da a leer Bolaño. Si ésta es su propuesta a partir de la configuración de un espacio urbano expandido y disperso de monstruosidades y crímenes horrendos, otras novelas actuales (cuya lista es amplia tanto en el contexto nacional como latinoamericano) también intervienen en los debates sobre globalización, pobreza y cuerpos de mujeres a través de la construcción de ficciones que eligen personajes protagónicos, no disueltos en un colectivo. Lo que queda por ver es si la focalización aparentemente más puntual en este tipo de fábulas se inclina o revierte y, cómo lo hace, hacia un orden general, abstracto pero político al que revela y al hacerlo interpreta e interviene en el debate político cultural.

    Bibliografía

    BADIOU, Alain. 2005. El siglo. Buenos Aires: Manantial. BOLAÑO, Roberto. 2004. 2666. Buenos Aires: Anagrama.

    FEMENÍAS, María Luisa. 2001. "Monsieur Cannibale: monstruo invisible de la violencia", en DOMÍNGUEZ, Nora, Elisabeth CABALLERO, Ana Laura MARTIN, Jimena PALACIOS, Elsa RODRÍGUEZ CIDRE y Marcela SUÁREZ (comp). Miradas y saberes de lo monstruoso. Buenos Aires: Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras.

    MASIELLO, Francine. 2000. "La insoportable levedad de la historia: los relatos best sellers de nuestro tiempo". Revista Iberoamericana, n° 193, pp. 799­ 814.

    MONSIVAIS, Carlos. 2003. "Escuchar con los ojos a las muertas". Letras Libres, nº 49.

    RODRIGUEZ, Fermín. 2012. "El chiste y su relación con el biopoder: 2666 de Roberto Bolaño" en http: // www.escritoresdelmundo.com/2012/09/el­ chiste­y­su­relacion­con­el­biopoder.html.

    NOTAS:

    1 La cita sigue: "La conjunción de ese real y el crimen de Estado lleva un nombre: este siglo es el siglo totalitario" (2005: 12­3).

    Revista del Departamento de Letras

    www.letras.filo.uba.ar/exlibris

     

     

     

    Autor:

    Nora Domínguez

    UBA – Directora del IIEG

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