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¿Habrá salida para tanta infelicidad humana?



  1. Los sentimientos de culpa
  2. La insatisfacción afectiva
  3. ¿Habrá salida para tanta infelicidad humana?
  4. Ejercicio de aplicación

Los sentimientos de culpa

Todas las personas nacen en una situación ambiental dada: en un cierto local, en una cierta época, engendrados por un cierto hombre y por una cierta mujer, educados de acuerdo con ciertas directrices, etc. Los psicólogos están enteramente de acuerdo en que todo lo que entra en la mente infantil durante los cinco o seis primeros años de vida, ejerce una influencia muy grande en todo el transcurso de aquella.

Muchas personas creen que el carácter de un niño es heredado y poco o nada puede ser hecho para mudar su dirección. De este modo, muchos padres justifican tendencias negativas de sus hijos, pero la verdad es otra: independiente de ciertas inclinaciones que son indudablemente innatas, la influencia del medio ambiente familiar en el carácter, conducta y comportamiento posteriores son realmente decisivos, acompañando el desarrollo posterior del joven y aún durante toda su vida adulta.

Lamentablemente, esta influencia familiar es muchas veces negativa, trasplantando semillas perniciosas y malignas existentes en el hogar. En efecto, si la relación entre el padre y la madre era llena de angustia, miedo, celos y frustración, ¿qué otra cosa podrían transmitir ellos a sus hijos? Es claro que en el caso de que en el relacionamiento de la pareja hubiese primacía de amor, armonía, comprensión y compañerismo, estas serían las influencias transferidas a la descendencia.

Pero una simple mirada en las parejas, en las familias de hoy en día, así como de las generaciones anteriores, permite percibir muchos más casos de posesividad y de insatisfacción mutua, que de verdadero placer de vivir juntos.

De este modo, al lado de algunos casos minoritarios de altas frecuencias positivas, el ambiente familiar ha sido un eslabón de mucho dolor, sufrimiento, trauma y complejos, en los cuales el desajuste familiar pasó de abuelos a padres, de padres a hijos y de hijos a nietos, es el de la sexualidad, tema que será abordado específicamente en el Capítulo 4. Con todo, algunos comentarios preliminares serán tejidos en este momento.

En realidad, muchas personas piensan que con la gran cantidad de literatura hoy existente sobre sexo, así como filmes u otras formas de divulgación, casi todo el mundo estaría, informado sobre el asunto, lo que lo llevaría a una vida sexual más o menos normal, tranquila y satisfactoria. Pero esto no es verdad. Es claro que la posibilidad de informarse sobre sexualidad es hoy inmensamente mayor que hace 25 ó 30 años, pero eso no significa que el problema esté resuelto, ni mucho menos.

Lo que aconteció, precisamente, es que todos aquellos deseos, sentimientos, fantasías y necesidades sexuales que estaban reprimidos en los sótanos del inconsciente, salieron a luz, produciendo un corto-circuito en el sistema. Ya casi nadie sabe lo que está cierto y lo que está errado; unos continúan presos a esquemas puritanos, otros creen que "libertad" es tener relacionamiento sexual con cualquiera, en cualquier circunstancia y situación. Pocos son los que consiguen tener un equilibrio adecuado en su vida afectiva, concediendo al sexo su verdadero papel: coronar en forma física, íntima y profunda, un sentimiento de amor, ternura y protección para con el compañero escogido.

No es de extrañar, por lo tanto, que una confusión terrible en lo relativo al sexo exista hoy, a pesar de la gran disponibilidad de informaciones sobre el asunto (quien duda de que esta confusión exista, puede consultar las estadísticas crecientes de divorcios, asesinatos por celos y posesividad, abortos y violaciones). En efecto, por un lado, los modelos antiguos se deshacen ante las píldoras anticonceptivas, el consumo permisivo y toda la avalancha de cambios sociales (superficiales).

Pero, por otra parte dentro de lo más recóndito de la mente humana, en las profundidades del inconsciente, son guardadas aquellas influencias que recibimos desde nuestra más tierna edad, las cuales eran bastante puritanas en lo que tiene que ver con sexo, que era considerado como algo vergonzoso, que debería quedar oculto, y que en el caso específico de las mujeres, apenas debería ser desvendado junto con el misterio del casamiento.

La inmensa mayoría de las mujeres maduras, digamos mayores de 50 años, ha recibido una educación de ese tipo, por la cual la virginidad era la única garantía de un "buen" casamiento, y el sexo apenas una concesión que debería ser hecha al marido (de ahí nació la absurda expresión: "deberes conyugales"). La vida moderna, con sus píldoras, revistas pornográficas, permisividad y moteles, llevó a muchas jóvenes a practicar una vida sexual más o menos "libre", teniendo relaciones íntimas con sus enamorados, de una forma más o menos regular, pero que en muchos casos derivó en simple licenciosidad, a través de la promiscuidad, sexo colectivo, drogas y otros desvíos.

En este contexto, es que surge una de las causas básicas de la infelicidad: "los sentimientos de culpa". Cuando la gravidez acompaña la relación sexual, la culpa es evidente y cuando el sentimiento religioso de "pecado" fue introducido temprano y profundamente en la mente infantil de la niña, el grado de sufrimiento e infelicidad puede ser mayúsculo. No es por casualidad que el gran poeta francés Baudelaire dijo: "El progreso no consiste en la descubierta del gas ni en el invento del ferrocarril y sí en la reducción de los rastros del pecado original (sentimiento de culpa)."

En el caso de los hombres de edad correspondiente a aquellas mujeres, el sentimiento de culpa existe desde hace mucho tiempo. En efecto, desde hace varios siglos la sociedad inyecta en los niños varones una visión doble de la mujer: Por un lado, aquella casi santa, angelical, parecida con la madre. Es la mujer "buena", la mujer para casarse con ella y que será la madre de sus hijos. Por otro lado, están las "otras", potencialmente "malas", material de consumo, candidatas a satisfacerles las fantasías sexuales más ocultas.

Vinculando a la primera el sentimiento casto que todo hombre tiene en relación con su madre y ligando a las segundas las cargas emocionales relativas al sexo, el hombre acabará sintiéndose impotente con su esposa y repleto de energías frente a su amante, pero vacío de afecto y lleno de sentimientos de culpa. Sus sentimientos están fracturados en dos partes irreconciliables; él es incapaz de reunir en una única mujer sus necesidades afectivas; él es incapaz de sentir la maravilla del sexo, el deslumbramiento del amor, el perfume de la ternura, como una cosa integrada, como un haz de sentimientos entrelazados, formando una cadena indestructible.

Por esto, por sus consecuencias negativas, por el sufrimiento que implican, los sentimientos de culpa deben ser considerados como una de las fuentes generadoras de infelicidad más peligrosas que existen, porque sus raíces están muy extendidas en nuestro mundo subterráneo y su erradicación no es fácil. Afortunadamente los cambios sociales que están aconteciendo, negativos en sus excesos (libertinaje, promiscuidad), de alguna forma están llevando el proceso todo, más cerca de un punto de equilibrio. Falta mucho todavía, pero "el pecado" – gracias a Dios – está perdiendo aquel olor a azufre que lo acompañaba.

Las relaciones sexuales entre jóvenes se vuelven así más naturales, y contra esto nada se puede argumentar (a no ser el requisito de tener la madurez psicológica suficiente para enfrentar una experiencia tan profunda y decisiva que puede marcar toda una vida). De esta manera, los sentimientos de culpa van perdiendo su intensidad, ya que los "rastros del pecado original" – en el decir Baudelaire – se van disipando poco a poco con el paso del tiempo. Por lo menos la hipocresía y la santurronería, tiradas sus caretas se baten en retirada. Y eso es realmente un auténtico progreso.

La insatisfacción afectiva

Sin duda que el tedio, el desgaste físico y mental, el miedo, la angustia, la frustración, la inseguridad, los sentimientos de culpa, la manía de persecución, los celos y el pavor de que la opinión ajena sea contraria, son algunos de los múltiples factores responsables por la infelicidad humana. Pero todos ellos están ligados de alguna forma a un factor básico o súper factor: la insatisfacción afectiva. En efecto, todas aquellas causas mencionadas anteriormente son ampliadas o reducidas según su interacción con la Afectividad, ya que si ella estuviera en un nivel razonablemente alto, el tedio no sería tan aborrecedor, la separatividad no sería tan dolorosa, ni la angustia, el miedo o los celos, tan fuertes.

¿Cuál es la realidad de la afectividad en el mundo actual? ¿Satisfacción o insatisfacción? ¿Alegría o tristeza? ¿Agrado o desagrado? ¿Dolor o placer?

Es evidente que el grado placentero o doloroso acerca de la afectividad, es un sentimiento puramente personal. Así una persona X puede sentirse magníficamente desde el punto de vista afectivo y otra, Y, puede hallarse próxima del suicidio, debido a problemas amorosos. Pero, si observamos el conjunto, si escudriñamos acerca del comportamiento medio del ser humano, la situación real emerge por sí sola, bajo la forma de todo tipo de alienación: drogas, alcoholismo, promiscuidad, evasión por el consumo, divorcios o separaciones y hasta asesinatos por motivos afectivos, son el pan de cada día.

Entonces, analizando la realidad afectiva en nuestra sociedad considerada como un todo, surge la conclusión clara de que ella no es satisfactoria para la mayoría de la población, inclusive los más jóvenes. Porque una cosa es haber ganado el derecho de ejercer la sexualidad y otra es saber integrarla en la personalidad, como fuente de equilibrio, de amor y de felicidad. Lo que se ve mucho por ahí es usar la sexualidad – sobre todo la ajena – como un deslumbrante bien de consumo, muy satisfactorio en cuanto se le usa, pero descartable, siguiendo la máxima del mercado: "Use y después tírelo."

Estos aspectos merecen mucha reflexión y muestran como la Mente Colectiva nos transmite los patógenos gérmenes incubados en la calamitosa sociedad de consumo y despilfarro en la que vivimos, introduciéndolos en el más profundo de nuestros corazones, donde contaminan el agua viva que mana de los mismos. Así el nuevo derecho conquistado por la juventud de amar con plenitud, se ve recortado y deformado. O sea un tentador producto acaba de ser lanzado en el mercado: sexo para todos. "Consuma, consuma, hasta no poder más, después descanse y vuelva a consumir. Una receta para hacer el consumo más apetecible: cambie de marca frecuentemente." ¡Que lejos está todo esto de la sencilla pero fundamental necesidad humana de amar con ternura, con cariño, con entrega total!

Examinemos con un poco más de detalles el problema de la afectividad insatisfactoria. En verdad, ella puede tener docenas de causas, muchas de ellas originadas durante la primera infancia y después reforzadas durante la niñez, la adolescencia y la juventud, y finalmente cristalizadas en forma definitiva durante la vida adulta. Otras causas podrán ser innatas, pero debido a la complejidad del asunto no serán discutidas en el presente texto.

Por ejemplo, celos del hermano menor, falta de afectos del padre o de la madre, disputas entre los padres, castigos y cosas de este tipo, pueden haberse fijado en las oscuras catacumbas del inconsciente infantil y desde allá, afectar casi impunemente la vida posterior.

Las neurosis que los padres transmiten a sus hijos, por causa de una visión errada acerca del mundo, por los sentimientos de culpa relacionados con las ideas religiosas de pecado, por la falsa comprensión de lo que debe ser la relación entre el hombre y la mujer, por sus miedos, sus frustraciones y sus ansiedades, acaban actuando como un veneno que queda dentro de la persona y que va siendo colocado poco a poco en su mente y finalmente se refleja en sus sentimientos, pensamientos y actitudes.

Quiere decir que el enemigo está dentro de nosotros mismos y no fuera, exteriormente, como la mayoría de las personas gusta imaginar. En verdad, no son apenas los padres que transplantan los desajustes para sus hijos (de la misma forma que éstos lo pasarán para los nietos, si no son adoptadas las medidas correspondientes) y sí la sociedad tomada como conjunto, a través de vasos comunicantes organizados por la Mente Colectiva.

En efecto, desde el nacimiento estamos recibiendo mensajes de todo tipo, pero predominantemente negativos, los cuales contienen limitaciones, prohibiciones, tabúes, inseguridad y miedo. Fuera de los padres, los parientes, los profesores, los vecinos, los compañeros y la sociedad toda, a través de sus penetrantes medios de comunicación, transmite estos valores, que por fuerza de su repetición van quedando grabados en la profundidad de nuestra vida inconsciente.

De esta forma, desde pequeño, el ser humano es educado – en la gran mayoría de los casos – para la resignación o la limitación: "Tú no puedes."… "Eso es solo para ricos."… "Pobre, que será de ti cuando crezcas."… "Nunca conseguirás lo que quieres."…"La única cosa importante para una mujer es casar y tener hijos."… "Eres un burro."… "Varones no juegan con niñas." etc. De esta forma, se piensa, los hijos son acostumbrados a "la realidad de la vida."

Como en aquella edad, la conciencia no está desarrollada, todas esas "enseñanzas" penetran fácilmente en la mente del niño y se depositan en su interior. Después, cuando ese niño ya sea mayor, podrá pensar de manera contraria, pero cuando actúe, lo hará según aquella compulsión interior y entonces hará lo que no quiere hacer y no podrá hacer lo que quiere. En este punto, el conflicto y la neurosis, están sólidamente instalados.

Por ejemplo, la mujer que tiene grabada en su mente más profunda la idea de que lo único importante, para el sexo femenino es casar y tener hijos, soportará la brutalidad, la infelicidad y la falta de amor del marido como cosa normal, no imaginando que su resignación es apenas una opción, existiendo otras, una de las cuales es llevar una vida plena y satisfactoria, acercándose a la felicidad tanto como lo permitan sus imperfecciones humanas.

En este punto, debemos ser absolutamente claros: no estamos contra el casamiento ni contra la maternidad de la mujer. Por el contrario, nos parece completamente natural que así sea y es de ese modo que el Creador idealizó, cuando creó los dos sexos: que toda mujer (así como todo hombre) tenga una compañía afectiva estable, así como hijos. Pero existe una diferencia enorme entre lo anterior y el concepto de que esto es lo único realmente importante.

En efecto, si el casamiento y la maternidad fueran la única finalidad de la vida femenina, entonces la mujer tendrá que despojarse de todos los otros atributos de su personalidad, en aras de ese falso altar. La consecuencia lógica, como millares de mujeres podrán atestiguar con su propia piel, será la infelicidad, muchas veces disfrazadas de generosidad, dedicación y heroísmo.

Véase bien: "casarse y tener hijos" no parece otra cosa que una meta o punto de llegada y la vida es dinámica, es movimiento, es recorrer algún camino. Nada se dice acerca del derecho a vivir que esa mujer posee, ni del derecho y hasta el deber que ella tiene de desarrollar su personalidad.

Porque ¿qué papel, como esposa verdadera, o sea como confidente, como compañera amorosa, podrá desempeñar una mujer cuyo único objetivo es casarse (y tener hijos)? ¿Que tipo de madre podrá ser? ¿Cómo podrá contribuir en el desarrollo de la personalidad de sus hijos? ¿Transmitirá su ideal autolimitado para sus hijos? ¿Y a los hijos varones, que ejemplo ella transmitirá?

Es claro que no será otro que aquel de la mujer sumisa, resignada ante la violencia, poder y derechos del macho, llamado de esposo. He aquí el rastro del vínculo nefasto que se transmitirá para próxima generación, bebido en la leche materna, anidado en las canciones de cuna y colocado como un sello en la frente del niño, del adolescente, del joven y del adulto hasta el fin de sus vidas.

Justamente esta mujer, por la ley psicológica de la atracción, se habrá relacionando con un hombre que combine con ella. Él es el producto típico de aquella "educación" que el medio ambiente social transmite a la gran mayoría de los hombres: machistas, juzgando todas las mujeres como candidatas compulsorias a compartir su lecho; impotente con su propia mujer, pero problemático en casa, en la cual se transforma en dictador, hasta que los hijos ya crecidos se rebelan contra él y cada uno hace su vida; cobarde y curvado ante el más poderoso; valentón cuando el alcohol quema su sangre.

Es claro que cada persona tiene sus experiencias propias y cada uno es diferente, pero existen rasgos generales que dependen del modelo social imperante y éste, hasta poco tiempo atrás, era básicamente: el hombre-amo y la mujer – dependiente.

En efecto, la llamada "emancipación femenina" está resultando en muchos casos perjudicial para la mujer, que acaba masacrada, ya que debe trabajar ocho horas fuera y después cuidar de la casa. Se debe subrayar aquí que la entrada de la mujer en el mundo de trabajo, fue más por una necesidad económica que por la conquista o defensa de su independencia y personalidad.

Fue la sociedad de consumo, creando cantidad de productos nuevos y que la publicidad sofocante volvió obligatorios, haciendo estallar el presupuesto familiar, que obligó a la mujer a trabajar afuera para ayudar al marido con su salario complementario, evitando así que la familia quedase desajustada al medio social en el cual vive, caracterizado por un alto nivel de exigencias materiales (TV en colores, combinados estereofónicos, videos, auto nuevo, casa en la playa, etc. etc.).

¿Habrá salida para tanta infelicidad humana?

Una pregunta que muchas personas se pueden hacer es la siguiente: si desde la más tierna infancia son grabados a fuego ciertos conceptos, modelos y tendencias dentro de nuestra mente ¿cómo es que después nos vamos a librar de ellos, si ni siquiera sabemos cuales son, donde están, cuando llegaron allá y como nos afectan actualmente?

En verdad, existen dos formas de dar respuesta a esa pregunta. Una es a través de la psicología, psicoanálisis y técnicas correlacionadas, las cuales procuran por el uso de ciertas metodologías específicas, ir identificando los orígenes de los traumas, de las neurosis, de los miedos irracionales, trabajando sobre ellos, gradualmente, tentando reducir sus efectos hasta, eventualmente, eliminarlos. Este proceso acostumbra llevar varios años, siendo generalmente bastante caro y por lo tanto, apenas utilizable por la clase media alta o la alta, salvo excepciones.

La otra respuesta es a través de la movilización de fuerzas, energías y poderes que normalmente existen en todas las personas, pero que generalmente son ignorados, quedando así en estado de latencia.

Cuando se aborda el crucial problema, relativo a "las causas de la infelicidad humana" se debe hacer una pregunta fundamental en lo relativo a si el mundo será una cosa más o menos fija, estática, cristalizada, o sea apenas aquello que percibimos a través de los cinco sentidos y del raciocinio, o será una cosa que podrá mudar según nuestra capacidad de percepción.

En otras palabras: ¿será que las circunstancias, las otras personas, o sea el mundo exterior, son los dueños de los acontecimientos y que nuestro papel se reduce a adaptarnos lo mejor posible, para no salir heridos? ¿O será que dentro de nosotros existe una fuerza cósmica, una energía divina, que si usada correctamente nos podrá llevar a niveles cada vez más armónicos, más satisfactorios y más plenos, de afectividad en particular y de felicidad en general?

Si la primera teoría fuera la aceptada, en verdad no tendríamos nada para ofrecerle y las esperanzas estarían perdidas. Es justamente esto lo que acontece con la mayoría de las personas y también esto es la causa básica, esencial de porqué esta mayoría es infeliz.

Pero si aceptamos la segunda hipótesis, ella puede llevarnos a los cálidos brazos de la felicidad; pero no sin esfuerzo, es claro.

Esta segunda hipótesis, que tiene que ver con el reconocimiento y la utilización de la energía cósmica – que penetra el Universo todo y por lo tanto nuestro interior – para resolver los problemas humanos en general y los afectivos en particular, no es nada nueva. Ella es milenaria y su esencia está contenida en la médula de todas las religiones avanzadas; por lo tanto, realmente ya hace mucho tiempo que ha dejado de ser una hipótesis para transformarse en una vibrante realidad, solo que velada, medio oculta, reservada, para así ser protegida de las deformaciones y del mal uso.

La religión cristiana, la más fuerte de las influencias culturales de occidente, contiene en su libro sagrado, La Biblia, los fundamentos de aquella teoría, aunque ellos no han sido aprovechados como deberían, para libertar la Humanidad de sus cadenas, su desesperación y sus sufrimientos.

Con relación a esto, es muy interesante presentar el punto de vista del pastor americano Joseph Murphy(*), de la iglesia del Nuevo Pensamiento(**), que dice: "Dios habita en cualquier persona; por lo tanto, cualquiera puede entrar en contacto con su propio destino, como está escrito: Aquello que el hombre, siembre, eso también recogerá" (Galatos 6:7). "Porque como imaginó en su Alma, así es él" (Proverbios 23:7). Pensamientos y sentimientos representan el Padre interior que todo hace. El Alma representa en la Biblia nuestra mente interior y todo lo que se imprime en ella, se traduce como expresión, condición y eventos.

Simplificando, la idea fundamental es esta: no existe el azar ni la casualidad, ni la buena o mala suerte: somos – ni más ni menos – aquello que merecemos. Y esos méritos dependerán exclusivamente de nuestros pensamientos, sentimientos y actitudes. Por lo tanto, cambiando éstos, será posible caminar de la infelicidad para la felicidad ¡Y esta es la tarea! ¿No es una responsabilidad maravillosa?

Ejercicio de aplicación

El tedio crece a una velocidad fantástica en el mundo, porque las personas tienen miedo de quedarse solas consigo mismas.

Pero justamente esto es lo que debe ser hecho. El tedio desaparecerá cuando seamos capaces de quedarnos solos con nosotros mismos, cuando nos interroguemos acerca de nuestras actitudes, nuestros pensamientos y nuestros sentimientos. Esté bien atento para esta idea: el tedio comenzará a desaparecer cuando comprendamos que somos realmente los dueños de nuestras vidas y que todo depende de nuestra percepción de los dos mundos: el interno y el externo.

Es claro que si el mundo exterior es percibido como mucho más fuerte que nuestro mundo interior, aplastándolo con su fuerza irresistible, el tedio será nuestro compañero inseparable por el resto de la vida. Pero si comprendemos que dentro de nosotros hay una fuerza maravillosa, cuya llave está en nuestras propias manos y que gracias a ella podremos cambiar nuestra vida de lo peor para lo mejor, el tedio desaparecerá definitivamente, porque el tiempo siempre será escaso para trabajar como un obrero cósmico en provecho de nuestra felicidad, así como la de los otros.

Ejercicio no 2:

El ejercicio consiste en tomar la noche más calma de la semana y reflexionar durante media hora sobre las actividades en que usted aplica su tiempo libre. Separe estas actividades en dos grupos:

  • a) Aquellas en las cuales usted siente una profunda satisfacción cuando las realiza.

  • b) Aquellas que usted ejecuta para apenas dejar pasar el tiempo.

Hecho esto, raciocine de la siguiente manera: para alcanzar su objetivo tan deseado, o sea, la realización afectiva, usted debe cambiar su vida interior. Para cambiar, necesita eliminar algunas cosas de su vida e incorporar otras. Esto es, deberá redireccionar su corazón para dejar espacio a los nuevos huéspedes: los mensajeros del amor.

El tiempo es un factor fundamental. Libere, pues, dentro de sí, un tiempo para dedicarse a sus objetivos amorosos. Por la tanto, elimine a los pocos aquellas actividades que sólo sirven para dejar pasar el tiempo. Así tendrá tiempo para trabajar en su nueva tarea: construir su nido de amor. ¿No es fascinante?

Observación: esta es la cuarta monografía de una
serie de 20. En la próxima haremos un aviso importante sobre el libro
base del autor, titulado precisamente de "El Arte de Amar y Ser Amado"
Aguarde…

 

 

Autor:

Prof. José A. Bonilla

(Universidad de la República, Uruguay; Universidad Nacional de Tucumán, Argentina Universidad Federal de Minas Gerais, Brasi

 

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