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Teorías, historias y modelos de la idea de desarrollo por Dr. Alberto Hidalgo Tuñón



Partes: 1, 2, 3

  1. La red semántica de la idea de – desarrollo – en el contexto de la cooperación
  2. ¿Cómo enfrentan las distintas teorías sobre el – desarrollo económico – el problema de las desigualdades?
  3. Historias de la globalización económica: la meta universal del desarrollo
  4. Transferencias tecnológicas y – modelos – alternativos de desarrollo
  5. El cánon del crecimiento económico irrestricto
  6. El cánon del desarrollo sostenible o sustentable
  7. El cánon del desarrollo humano
  8. El cánon de desarrollo comunitario endógeno

Es un error considerar al «desarrollo» como una simple categoría económica. En este trabajo se considera como una Idea compleja que al cruzarse con la Idea de cooperación genera una constelación semántica específica, en la que figuran también las Ideas de progreso y globalización. Cuando las categorías económicas se observan en esta estructura matricial aparecen como una dimensión siempre flanqueada por otras dos: la dimensión tecnológica y la dimensión humana. Al tirar de la hebra de las desigualdades tropezamos con las distintas teorías económicas sobre el desarrollo, cuyo punto de desencuentro es la distinta evaluación que ejecutan sobre las diferencias Norte/Sur, Centro/Periferia; Desarrollo/Subdesarrollo. Por el contrario, cuando se miran las cosas desde el punto de vista de la economía real aparecen distintas historias del desarrollo planetario, cuyo argumento de fondo no es otro que el proceso de internacionalización o globalización. La polémica sobre los límites del crecimiento cobra aquí su verdadero alcance gnoseológico e ideológico. Por último, al explorar la dimensión tecnológica se alcanza a categorizar nítidamente los puntos de ruptura entre los distintos modelos de desarrollo, más allá de las tomas de posición meramente ideológicas. Se distinguen cinco cánones diferentes de desarrollo en un esquema de coordenadas que ayuda a ubicar correctamente la inmensa variedad de discursos, teorías e historias acerca del desarrollo en el contexto de la cooperación.

1.- La red semántica de la idea de – desarrollo – en el contexto de la cooperación

Filosóficamente hablando, «desarrollo» no es una categoría, sino una Idea general. Su significado atraviesa distintos campos de conocimiento y crea constelaciones semánticas diferenciadas en cada uno de ellos. En este párrafo voy a presentar la red de relaciones que genera al atravesar el urgente asunto práctico de la cooperación internacional al desarrollo.

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua (DRAE) define «desarrollo» como «acción y efecto de desarrollar o desarrollarse» y por «desarrollar» en su primera y principal acepción «extender lo que está arrollado, deshacer un rollo». Aquí sólo nos interesan las acepciones 2ª y 7ª que recoge la RAE, ambas figuradas: 2. «Acrecentar, dar incremento a una cosa del orden físico, intelectual o moral»; 7.- «Progresar, crecer económica, social, cultural o políticamente las comunidades humanas».

Aún ciñéndonos a estos dos sentidos, que recortan a la escala humana (circular) las ideas más generales de progreso y crecimiento, basta añadir una especificación adjetiva al concepto de desarrollo para que surjan mundos enteros de teorías y bibliografía. Hay, en efecto, desarrollo científico y tecnológico, desarrollo moral, desarrollo económico, desarrollo político, social, desarrollo comunitario y, en fin, desarrollo humano, personal, cultural o espiritual, por no mencionar las disciplinas especializadas que toman un determinado desarrollo (de la inteligencia, del campo, de las emociones o de las poblaciones) por objeto. Se habla, en este sentido, de psicología del desarrollo, de desarrollo embrionario o celular, de geografía del desarrollo, de sociología del desarrollo, etc.

Privilegiaré aquí tres acepciones o dimensiones de desarrollo, no ya porque están íntimamente ligados entre sí y forman parte de la constelación de temas vinculados a la Idea de cooperación, sino porque el entramado que ejercitan constituye una auténtica symploké matricial con las Ideas de progreso y de globalización. Me refiero a las dimensiones «económica», «tecnológica» y «humana». Presentaré estas dimensiones, sin embargo, de modo problemático, señalando la principal cuestión o interrogante teórico que suscita en nuestros días, porque el entrelazamiento dialéctico se produce, sobre todo, entre los que se enfrentan y pelean. Así por ejemplo, la mera enunciación del concepto de desarrollo económico plantea de pronto el problema de las desigualdades, ese foso entre poblaciones, países y regiones que en lugar de suturarse parece seguir creciendo. El desarrollo tecnológico, a su vez, viene hoy acompañado de una sombra problemática, la referida a su control, tema que ha generado una amplísima literatura sobre la contaminación ambiental, los costos humanos del desarrollismo, la evaluación de las tecnologías por parte de los distintos agentes sociales (gobiernos, empresas, afectados, etc.) y los mecanismos de participación ciudadana. Por último el desarrollo humano, incluso en las más avanzadas formulaciones del PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo) arrastra como una lacra la cuestión siguiente: ¿por qué no figuran todavía los Derechos Humanos entre los indicadores de la calidad de vida de los pueblos?

Estos tres conceptos de «desarrollo» están mutuamente interconectados a través de la idea de cooperación. El término «desarrollo» es objeto de desconfianza, precisamente porque no está claro de quién es el desarrollo que persigue la cooperación entre desiguales. Muchos "progresistas de izquierdas" consideran que lo que necesitan los países pobres o del Tercer Mundo no es desarrollo, ya que, según la teoría de la dependencia, es precisamente el «desarrollo» lo que ha generado el subdesarrollo, sino la «liberación», la autarquía o independencia, o incluso, la «revolución» o la ruptura abrupta con el sistema.

Así pues, cuando se analizan estas tres dimensiones, (la económica, la tecnológica y la humana) desde la perspectiva de la cooperación para el desarrollo, nos vemos obligados a replantear los problemas asociados al significado de la idea de progreso (una vez descartada la revolución como técnica de cambio progresivo) y al contexto insoslayable de la globalización en este final del segundo milenio.

Las endémicas desigualdades económicas constituyen el más fuerte argumento contra la mitología del progresismo ilustrado, es decir, contra la idea muy extendida de que basta elevar el nivel de educación de los pueblos para que desaparezcan las injusticias y la pobreza. Por otro lado, la persistencia de las desigualdades parece venir a abonar la legitimidad de la resistencia contra la globalización realizada desde la afirmación (muchas veces metafísica) de las identidades culturales masacradas por el proceso de homogeneización occidental. Algunos politólogos proponen incluso las desigualdades como clave interpretativa para entender la globalización

El necesario control que debe ejercerse sobre el desarrollo tecnológico pone en cuestión el carácter progresivo de las innovaciones científicas y, al tiempo que constata la degradación medioambiental, abre la sospecha sobre una posible degradación social (lo contrario al progreso) asociada al avance tecnológico. Y cuando las cosas se miran desde el proceso de globalización, resulta que, si bien es cierto que vivimos ya en una aldea global, en la que no hay distancias, no es menos cierto que el poder alcanzado por el espectacular aumento de los medios de comunicación e información, lleva aparejados preocupantes procesos de manipulación y virtualización de la realidad.

Por último, el asunto de los Derechos Humanos suscita la vieja cuestión del desacuerdo moral. Distintas culturas mantienen valores discrepantes, lo que no sólo dificulta el consenso mundial, sino que visualiza la existencia de axiologías en conflicto. En el contexto de la globalización semejante conflicto pasa por el reconocimiento del pluralismo (que para algunos significa «relativismo»), el respeto a los proyectos locales y a la biodiversidad (con todos los malentendidos que semejante «tolerancia» acarrea), lo que parece poner coto definitivo no ya al «eurocentrismo» (una suerte de «etnocentrismo cientifista»), sino al propio planteamiento de Naciones Unidas de llegar a una universalización de la ética para toda la especie. Y, aunque hay fórmulas que pretenden superar las contradicciones (como la de «pensar globalmente y actuar localmente») no puede negarse que distintos escenarios futuros predeterminan soluciones alternativas.

Cruce de Ideas y

Dimensiones

Desarrollo

Progreso

Globalización

D. Económica

Desigualdades

Mitos del Progreso

Identidades culturales

D. Tecnológica

Control y evaluación

Degeneración tecnocrática

Manipulación

D. Humana

Derechos Humanos

Axiologías en conflicto

Local versus universal

Figura 1.- Cuadro de los cruces entre Ideas y dimensiones con los problemas que generan

2.- ¿Cómo enfrentan las distintas teorías sobre el – desarrollo económico – el problema de las desigualdades?

La meta de promocionar el desarrollo de todos los países en clave de igualdad viene siendo una reiterada declaración institucional de la ONU desde los años 60 ¿Por qué en 30 años no sólo no se ha avanzado hacia la igualdad, sino que se han profundizado muchas veces las brechas de desigualdad entre el mundo desarrollado y los países subdesarrollados? La literatura económica es tan variada, que mientras para la inmensa mayoría de las ONGs esa pregunta es significativa y decisiva, para muchos economistas estaría sesgada ideológicamente, porque sugiere que es el desarrollo económico el causante de la «pobreza» del Tercer Mundo.

La fauna de los que se reclaman "economistas" —una rama de la filosofía moral en sus orígenes— es, sin embargo, muy variada. Está formada también por críticos, para quienes la pregunta se convierte en la ocasión para constatar que los modelos liberales de desarrollo propugnados por los economistas occidentales resultan inservibles para el Tercer Mundo. Hay incluso hipercríticos para quienes tampoco el enfoque socialdemócrata de Keynes, que tuvo éxito para superar la crisis del 29, resulta de utilidad para forzar el crecimiento económico en los países subdesarrollados. En realidad, han sido los problemas del desarrollo desigual los que han dejado en paños menores al keynesianismo: «La cuestión no estriba —dice Samir Amin invocando a Marx y a Schumpeter— en saber por qué la tasa de interés no puede bajar de un nivel mínimo, sino por qué el nivel de eficacia marginal del capital puede caer tan bajo. En este punto las explicaciones de Keynes resultan vagas. Sin embargo, lo más decepcionante de Keynes es que presenta al sistema bancario como impotente no sólo a partir de cierto punto, sino a todos los niveles»

Existe una abundantísima literatura sobre «desarrollo» y «subdesarrollo», modelos «duales» de producción, «intercambio desigual», etc., de cuyo análisis pormenorizado saca el historiador de la economía Pablo Bustelo estas dos conclusiones:

Primera, que los economistas del desarrollo han sido incapaces de predecir el curso real de los acontecimientos, de la economía de los productos e intercambios reales, que resulta mucho más compleja de lo que las simplificaciones teóricas nos permiten entender.

Segunda, que necesitamos urgentemente un modelo que tome en cuenta todos los factores, tanto externos como internos, que intervienen en el funcionamiento de esa economía real.

Pero lo interesante de la economía del desarrollo no son tanto sus decepcionantes conclusiones, cuanto su despliegue histórico. El siguiente cuadro sinóptico de la evolución de la economía del desarrollo diferencia cinco períodos que marcan variaciones en la filosofía de fondo de las doctrinas económicas después de la Segunda Guerra Mundial. Muchos de los argumentos que se esgrimen aún hoy a favor y en contra del desarrollo o de alguno de sus modelos se sindican en alguna de estas corrientes.

 

Economía

ortodoxa

Economía

heterodoxa

Periodo

Corriente

Autores

Corriente

Autores

1945-1957

Pioneros

Lewis, Harrod, Rostow,

Singer, Hirschman

Pioneros

Prebisch, Myrdal, Perroux

1957-1969

Neoclásicos

Bauer, Johnson

Enfoque de la

dependencia

Baran, G. Frank, S. Amin,

Cardoso, Furtado, Dos Santos

1969-1978

Enfoque de las

necesidades básicas

Streeten, Seers, Fishlow,

Chenery, Shumacher

Teorías de la nueva

div. int. del trabajo

Wallarstein, Arrighi,

Warren, Laclau,

1978-1991

Contrarrevolución

neoclásica

Balassa, Bhagwati, Krueger,

Lal, Little

Economía radical

Lipiettz, Leys, Bambirra,

Chilcote

1991- 1900

Enfoques a favor

del mercado.

Nuevo énfasis en la globalización

Summers, Page, Stiglitz

Neo-estructuralismo

y PNUD:

Desarrollo endógenos

y enfoque territorial

Sunkel, Amsden, Evans,

Singh, Taylor Friedman,

Sthör, Bacatini, Vázquez Barquero, Aylalot, etc.

Figura 2.- Cuadro sinóptico de los principales enfoques teóricos en Economía

No es del caso, sin embargo, seguir los pormenores de esta historia, pero sí recordar las grandes líneas de fractura, que vienen produciéndose con una periodicidad cuasi generacional: cada quince años más o menos. Obsérvese, no obstante, la necesidad de distinguir dos grandes líneas: la ortodoxa (más o menos neoclásica) y la heterodoxa o alternativa. Ambas discuten entre sí y modifican sus puntos de vista en función de los argumentos del contrario, aunque sólo sea dialécticamente, lo que habla a favor de la unidad de la disciplina.

Los pioneros conciben el desarrollo como crecimiento económico y apuestan por la industrialización como medio para salir del subdesarrollo. Keynesianos como Harrod habían delineado ya esta filosofía de fondo: Hay países desarrollados con sociedades modernas, que han sufrido hace tiempo los traumáticos procesos de la revolución industrial y de la revolución social y otros países subdesarrollados con sociedades atrasadas, que apenas han iniciado su proceso de modernización. Para desarrollarse deben modificar su estructura dual, transfiriendo mano de obra y ahorro agrícola al proceso de industrialización, que deberá ser favorecido por grandes inversiones de capital foráneo. El paradigma de la modernización de la economía sigue unas pautas evolutivas cuya estructura lineal fue trazada con meridiana claridad por Walter W. Rostow: de la sociedad tradicional agrícola a la sociedad de consumo de masas se pasa creando las condiciones previas del despegue (take off) económico: acumulación de capital, transformaciones agrícolas y exportaciones.

¿En qué se diferencia la línea que llamamos heterodoxa? Más que en las recetas económicas, en la visión de conjunto que ofrecen. Así por ejemplo, en la tradición francesa geógrafos y sociólogos utilizan la expresión Tercer Mundo desde los años 50 para designar una realidad que es a un tiempo geopolítica (el sur), histórica (descolonización) y económica (subdesarrrollo). F. Perroux, fundador de la Revue Tiers Monde en 1960, partidario de los polos de crecimiento en los cincuenta, subrayará el carácter excluyente y conflictivo que el desarrollo de algunas regiones tiene sobre los países pobres. En la misma línea , Raúl Prebrisch y los jóvenes economistas heterodoxos de la CEPAL, además de diferir en el tipo de variables relevantes y de medidas proteccionistas o en el énfasis conferido a las variables políticas para conseguir el despegue, sitúan desde el principio la problemática del desarrollo en el nivel de las relaciones internacionales, criticando la teoría del comercio internacional y analizando las relaciones entre el centro y la periferia desde un esquema histórico-estructural. Critican a la teoría ortodoxa de las etapas por ser ahistórica, pues no tiene en cuenta las condiciones de partida de los países que sufren una economía periférica, resumidas con claridad por Furtado: «Desde un punto de vista global, el rasgo estructural más significativo del sistema capitalista parece ser la discontinuidad centro-periferia… en el centro el crecimiento se hace con difusión social de los frutos de los incrementos de la productividad, y en la periferia con concentración… En realidad, se manifiesta un doble proceso de concentración del ingreso: en el conjunto del sistema, en beneficio de los países centrales; y dentro de cada país periférico, en beneficio de la minoría que reproduce el estilo de vida generado en el centro». Pero entre los pioneros del desarrollo no se había producido aún la fractura de los años 60 entre conservadores y dependentistas, si bien es cierto que del estructuralismo globalizante de la CEPAL arrancará el planteamiento de la dependencia.

La verdadera novedad de los sesenta fue, en efecto, la aparición de la teoría de la dependencia, para la que fue decisiva la contribución de Paul Baran. Aunque no existe una teoría unificada de la dependencia, suele diferenciarse la tendencia postkeynesiana de los que trabajaron en la CEPAL (Furtado y Sunkel) de quienes adoptan posiciones neomarxistas, sean moderadas, como F.H. Cardoso, que fue el primero en emplear el término «dependencia» como concepto clave para repensar el desarrollo, sean más radicales (como Gunder Frank, Samir Amin y el propio Santos). En su economía política del crecimiento, Baran estableció con rotundidad la tesis que «el dominio del capitalismo monopolista y del imperialismo en los países avanzados está estrechamente ligado al atraso económico y social de los países subdesarrollados, pues son simplemente dos aspectos distintos de un problema global». Más rotundo aún A.G. Frank diagnosticó el "desarrollo del subdesarrollo" y Dos Santos "las contradicciones del imperialismo". No se trataba sólo de que hubiese una incorporación jerárquica al proceso de desarrollo desde el centro hacia la periferia, sino de que la acumulación del capital era imposible en el subdesarrollo a causa de la insuficiencia de la demanda interna, de la dependencia tecnológica y de la propia extroversión del sistema productivo.

Tesis tan arriesgadas no podían quedar sin respuesta desde las filas neoconservadoras, tarea que acomete de modo sistemático Bauer con su ya clásica Crítica a la Economía del Desarrollo, que no sólo niega la existencia de una "brecha" entre países desarrollados y subdesarrollados por la sencilla razón de que las rentas per cápita de los países desarrollados y en vías de desarrollo pueden ordenarse en un continuo que no muestra solución de continuidad, sino, sobre todo, porque los planificadores como Gunnar Myrdal y los marxistas leninistas como Baran «subordinan la actividad intelectual a sus objetivos políticos, de modo que sus escritos son un ejemplo de destrucción del lenguaje». Para Bauer, toda la teoría del desarrollo no es más que propaganda de los economistas para que los contraten los organismos internacionales y los políticos, de modo que se dedican a calentarle las orejas a sus financiadores: «Al promover la idea de que el progreso material de los países pobres depende en gran parte de factores que pueden analizarse con la ayuda de la teoría económica, y de que el razonamiento económico es útil para promover el progreso material de los países pobres, muchos economistas han pasado a vivir por encima de sus rentas intelectuales, o incluso a vivir de falsos pretextos. Un destacado escritor de la economía del desarrollo dijo.. que "uno de los muchos círculos viciosos que afligen a los países subdesarrollados es la falta de economistas cualificados para la planificación del desarrollo»

La revisión crítica generalizada que se produce en la década de los 70 es una clara reacción a la teoría general y a la metodología de la dependencia. En realidad, la teoría de la dependencia para explicar el estado de postración del mundo subdesarrollado originó reacciones muy interesantes en todos los campos: política, economía, sociología, filosofía e incluso teología. En este sentido fue una teoría viva (dialéctica), que llevaba en su seno los gérmenes de su renovación. Por ejemplo, Furtado se había interesado por la estructura interna del subdesarrollo, denunciando la marginación de las masas empobrecidas por parte de las oligarquías nacionales, así como el colonialismo axiológico que el consumismo occidental provoca en la periferia. Las llamadas "filosofía de la liberación" y "teología de la liberación" deben mucho a estos planteamientos éticos puestos en circulación por los moderados de la dependencia, aun cuando para respaldar "científicamente" sus opciones político-ideológicas suelen acudir al bagaje neomarxista. Aquí nos interesan principalmente las reacciones en teoría económica. Entre los ortodoxos (y dejando aparte la desabrida crítica de Bauer) la exigencia de Furtado de "otro desarrollo" y otro "tipo de sociedad" provoca un incremento de la sensibilidad social hacia las "necesidades básicas", aparejado a un cuestionamiento del modelo de la sociedad urbana, industrial y de consumo, poco respetuosa con el medio y la calidad de vida. Es cuando se pone de moda el famoso eslogan de «lo pequeño es hermoso» (Small is Beautiful) de Schumacher, quien reclama transferir conocimiento útil y capacidades de organización, antes que dinero, para propiciar un despegue autosuficiente. Cierto que la preocupación por las necesidades aumenta la preocupación por la distribución, pero la solución de ocuparse de la pequeña escala no atendía ya al fenómeno del aumento de la urbanización creciente en el Tercer Mundo, que en los años 70 comenzó a manifestarse de forma traumática.

Los heterodoxos marxistas por su parte se negaron a abandonar la perspectiva global conseguida por Baran, porque el problema no es tanto la desigualdad interna del Tercer Mundo cuanto la desigualdad internacional entre países. De ahí surgen las nuevas teorías sobre la división internacional del trabajo (NDIT), que niegan el supuesto estancamiento y el supuesto fracaso de la industrialización en el Tercer Mundo. Lo que ha ocurrido realmente es una reorganización de la producción a escala internacional que proporciona al capital transnacional un mayor abanico de posibilidades. En esta línea Warren hace una crítica original e iconoclasta (que destruye viejos ídolos de la izquierda heterodoxa) contra la teoría leninista del imperialismo, pues según él la dependencia está favoreciendo un desarrollo más rápido y progresivo que la independencia y la autarquía. De este modo resulta que el Imperialismo, al producir mejoras sanitarias, educativas y en bienes de consumo, disolviendo las estructuras retrógradas, es el pionero del progreso capitalista

La contrarrevolución neoclásica de los años 80 y el resurgimiento del neoliberalismo suele atribuirse a la llegada de los conservadores al poder, pero no puede olvidarse el agotamiento de los modelos socialistas y el catastrofismo de la teoría de la dependencia. Su propuesta esencial, ligada al triunfo de las tesis monetaristas, consiste en la liberalización interna y externa, lo que en los noventa acaba creando un clima de opinión favorable a los mercados. Es curioso que incluso los heterodoxos acaben admitiendo la superioridad del mercado; de este modo, mientras algunos se radicalizan más, otros, aún insistiendo en que los desequilibrios estructurales del sistema, ponen límites al mercado puro y duro, proponen nuevas formas de medir el desarrollo, lo que permitiría canalizar mejor las inversiones.

El prestigioso sociólogo Peter I. Berger entona a mediados de los 80 las excelencias del capitalismo para el desarrollo del Tercer Mundo, siguiendo a Eberstadt y Papanek. Para él «el desarrollo de las sociedades capitalistas del Oriente Asiático es la demostración empírica más importante de la falsedad de la teoría de la dependencia». Su lectura de los datos cuantitativos no puede ser más optimista: «Desde 1955 a 1980 la producción mundial (es decir, la suma del PNB de todos los países) se triplicó en términos reales (es decir, medida en dólares estables, como forma de controlar la inflación). Durante el mismo cuarto de siglo el PNB per capita mundial se duplicó, a pesar del hecho de que la población mundial aumentó desde 2,8 a 4,4 miles de millones aproximadamente». Pero, aunque estos datos fueran ciertos, resultaría difícil aventurar la hipótesis que deduce de ahí, sin introducir un sin fin de valoraciones ideológicas. Según Berger, en efecto, «el desarrollo capitalista tiene más probabilidades que el socialista de mejorar los niveles materiales de vida de los pueblos del Tercer Mundo contemporáneo, incluyendo los grupos más pobres».

Esta opción por las estrategias capitalistas para el desarrollo frente a las estrategias populistas (de grandes inversiones gubernamentales, al estilo de la India o Tanzania) y, sobre todo, frente a las estrategias socialistas (cuya adopción de mecanismos de mercado le parecen a Berger demasiado artificiales) se reviste incluso con el lenguaje teológico como una «opción preferencial por los pobres». En realidad, Berger apoya la tesis de que «no puede haber economía auténtica de mercado sin propiedad privada de los medios de producción», por lo que el gigantesco experimento chino, fracasado el modelo soviético, no goza de buenos auspicios. Queda pendiente el asunto de las economías mixtas, que sin embargo no ofrecen modelo alguno de «desarrollo».

En los años 90, con capitalismo o sin capitalismo, la opción por los pobres desde la publicación del Informe Brundtland, lleva el nombre de «desarrollo sostenible». Por él apuestan la OCDE, el PNUD y otros organismos internacionales. Algunos economistas, sin embargo consideran moralmente repugnante imponer al Tercer Mundo restricciones tan graves. De ahí que el desarrollo haya recibido otras matizaciones. Amartya Sen, por ejemplo, Premio Nobel de Economía en 1998, autor principal del concepto de «desarrollo humano», recuperando los orígenes éticos de la economía, define este en términos de bienestar social. En el Informe previo del PNUD para 1993 plantea las preguntas claves para medir una realidad tan etérea como el bienestar social: « ¿Tienen todos los miembros de una comunidad capacidad para disfrutar de una vida longeva? ¿Pueden evitar la mortalidad durante la lactancia y la infancia? ¿Pueden evitar una morbilidad prevenible? ¿Pueden escapar al analfabetismo? ¿Son libres con respecto al hambre y a la subnutrición? ¿Gozan de libertades personales?… Estos son los rasgos básicos del bienestar que tienen en cuenta cuando se considera a la gente como el centro de toda la actividad de desarrollo. El aumento de sus capacidades para que se orienten hacia esos sentidos elementales es lo que constituye el meollo del desarrollo humano. Los logros de la gente –sea en términos de longevidad o de alfabetización funcional– se valoran como fines en sí mismos».

Si se compara este enfoque del desarrollo con otros más generales de carácter económico, en los que también se estudia el desarrollo de los recursos humanos, observaremos que la mayoría se centran en los seres humanos en cuanto constituyen un recurso, es decir, un insumo en actividades de producción. Interpretan el desarrollo de los recursos humanos en términos de su contribución a la generación de ingresos, computable como «capital humano», al lado de la tecnología. Como se trata de una inversión, igual que cualquier otra, destinada a expandir el potencial productivo, se evalúa la inversión en capital humano –que incluye el gasto en salud, la nutrición y la educación— exclusivamente en términos del ingreso o del producto adicional que genera la inversión y se valora positivamente sólo si la tasa de rendimiento supera al costo del capital. No es este el enfoque de los partidarios del desarrollo humano, quienes apuestan inequívocamente por un aumento de la capacidad de la gente para leer y escribir, o para estar bien alimentada y sana, aunque el rendimiento económico medido convencionalmente de la inversión en alfabetización, o en una mejora de la nutrición y de la atención a la salud fuera cero. El último informe sobre el desarrollo humano habla en este sentido de la atención o el «cuidado cariñoso» , que no es solo una actividad altruista que implica amor y reciprocidad emocional, sino una «obligación social, entendida socialmente y aplicada por normas y recompensas sociales». El informe señala, con preocupación las tendencias hacia el desmantelamiento de los servicios sociales y del estado de bienestar, porque se produce «un castigo financiero por el trabajo de atención»

Pero en este punto tropezamos con consideraciones filosóficas que exceden los enfoques económicos convencionales, de modo que es hora de dejar las teorías y descender a las historias reales, a los datos, a las cifras, a los acontecimientos aludidos por estas teorizaciones. Queda pendiente, sin embargo, una pregunta de esta excursión por las teorías: ¿cuántos modelos realmente distintos de desarrollo se están barajando aquí? Esta pregunta ha sido respondida de formas tan diversas que obliga a regresar a los hechos para no perdernos en la semiótica.

3.- Historias de la globalización económica: la meta universal del desarrollo

Se puede acordar con Vidal Villa que la internacionalización de la economía «es la culminación de un proceso histórico de expansión del capitalismo y el efecto de sus propias leyes económicas». Antes de que se pusiese de moda la literatura sobre globalización (que se ha convertido hoy en una etiqueta para caracterizar un supuesto "cambio cualitativo" de la sociedad) sabíamos ya que la economía había desbordado las barreras políticas de los Estados y se había disociado de su base territorial. En este sentido, mientras para unos la globalización supone un giro drástico, un punto de inflexión de consecuencias imprevisibles en el modelo capitalista, para otros significa simplemente la concentración centralista del capital para manejar mejor la prestación de servicios a la periferia, potenciando un desarrollo desigual. La globalización, convertida en etiqueta descriptiva, ha devenido argumento central de numerosos ensayistas para amplificar interesadamente las premisas desde las que ejecutan sus análisis. El tema, sin embargo, que nos concierne aquí es únicamente la relación entre globalización y desarrollo.

Porque el objetivo del «desarrollo» que se planteó en la década de 1960 venía enmarcado en periodo de recuperación y auge económicos (los golden sixties europeos), en la que el socialismo parecía una alternativa real. En pleno proceso de descolonización, la Asamblea General de la ONU, en cuyo seno iban ingresando los nuevos estados independientes, inició una serie de Conferencias y acuerdos dedicados a concretar un ritmo de crecimiento adecuado para la Economía Mundial, y sobre todo para los países subdesarrollados, cuya pobreza se diagnostica como un subproducto histórico del capitalismo. La década de 1961 a 1970 fue declarada como «Decenio del Desarrollo» y algunos países, como España, iniciaron su «despegue» económico. En 1964 se creó la Secretaria Permanente de la ONU sobre Comercio y Desarrollo, cuyo primer presidente fue el argentino Raul Prebisch y en 1965 se diseñaron sus primeras cuatro comisiones: I. Productos básicos; II. Comercio de Manufacturas; III. Transacciones Invisibles y Financiación y IV Transporte Marítimo. Actualmente existen otras tres: V. Comisión Especial de Preferencias; VI de Transmisión de Tecnología, y VII de Cooperación Económica entre países en desarrollo. Por debajo de las diferencias políticas y de bloques, los problemas de todas las comisiones suelen centrarse en las relaciones bilaterales entre lo que desde finales de 1969 suele designarse como PI (Países Industrializados) y PMD (Países Menos Desarrollados). La relaciones entre comercio y desarrollo han sido objeto desde entonces de informes anuales globales, de modo que la universalización del sistema económico mundial es más bien la premisa o el horizonte del que parten los analistas del desarrollo que un resultado sobrevenido, pese al protagonismo que el término globalización va adquiriendo progresivamente en los informes de la década de los noventa.

Pero el tema que más interesa destacar en relación al nexo entre desarrollo y globalización es el asunto de la financiación de los proyectos de desarrollo para los PMD. Ya en la segunda Conferencia de la UNCTAD (Nueva Delhi, 1968) se aprobó una resolución según la cual los PI habrían de transferir anualmente el 1 % de su PNB a los PMD como un compromiso esencial para materializar las ayudas al subdesarrollo. Pero la falta de especificación del periodo en que debería cumplirse esta resolución de tanta importancia, la crisis económica y la morosidad de los más ricos, hizo que el grupo de los 77 propusieran a la 4ª conferencia, celebrada en Nairobi, (Kenia) el propósito de que «todos los países desarrollados deberían aumentar de manera efectiva su asistencia al desarrollo a fin de alcanzar lo más pronto posible, y a lo más tarde para 1980, el objetivo del 0,7 del PNB». Treinta años después de que se admitiera, el objetivo del 0,7 sigue sin alcanzar. A ello no fue ajeno el hecho de que la bipolarización y la guerra fría subordinaran los programas de ayuda a los intereses geoestratégicos de cada bloque, de modo que los enfoques globales y estructurales han sido abandonados en la práctica a favor de modelos más regionales. La congelación de las ayudas, además, fue potenciada en parte por un acontecimiento aparentemente teórico que enfrentó el concepto de «desarrollo» al concepto de «globalización». La primera teorización global acerca del sistema mundial supuso un choque frontal con la idea misma de crecimiento económico.

En efecto, el concepto de «desarrollo» sufrió su primer revés durante la crisis y/o depresión del sistema capitalista entre 1967 y 1973. La publicación del primer informe del Club de Roma en 1972 sobre los límites del crecimiento y la inmediata crisis del petróleo de 1973 puso de manifiesto la vulnerabilidad de las economías industrializadas, cuando dependen de suministros de materias primas y combustibles cuya fiabilidad depende de imponderables y lejanos factores exógenos. Aparte de ser considerada como un síntoma de las limitaciones del modelo de desarrollo industrial basado en la producción en serie, la crisis del petróleo trajo aparejadas varias consecuencias desde el punto de vista la cooperación al desarrollo:

– a) Verificó prácticamente la interdependencia económica del globo.

– b) Demostró las dependencias de los países en vías de desarrollo de combustibles baratos y la carencia de alternativas energéticas locales en muchos países y regiones del mundo.

– c) Se inició el calvario de la deuda externa para los países subdesarrollados.

– d) Y generó un claro descenso de las tasas de crecimiento económico en los países industrializados.

Jay Forrester, utilizando técnicas sistémicas, había diseñado en 1971 un modelo prospectivo que simulaba el comportamiento interactivo de las variables más cruciales del sistema mundial: población, producción agrícola, recursos energéticos, producción industrial y contaminación. El computador neomalthusiano arrojaba una severa advertencia: de continuar los actuales ritmos de desarrollo demográfico y tecno-industrial se producirá un colapso total del sistema para el año 2.040. Meadows incluyó el modelo interactivo de Forrester como cabecera del primer informe del Club de Roma en 1972 sobre Los límites del crecimiento y propuso como solución el Crecimiento Cero. La receta era sencilla, pero utópica: detener el crecimiento demográfico, limitar el consumo creciente de alimentos y materias primas, detener la producción industrial y la contaminación, etc. . Ni que decir tiene que, aparte de algunos académicos, la resistencia más fuerte al informe del Club lo protagonizaron los no alineados en Argel, que forzaron la aprobación en 1974 del Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI), que renovaba el compromiso de financiar el crecimiento del Tercer Mundo, apoyando su industrialización

Pero, una vez enterrado el sistema de tipos de cambio nacido en Breton Woods y dinamitadas las bases tecnológicas y energéticas del modelo industrial el Nuevo Orden Económico Internacional resultó tan utópico como el crecimiento cero. En la segunda mitad de los setenta se reprodujo la crisis del petróleo (1978-79), se elevaron los costes de producción, aumentó el desempleo y la inflación, dando al traste con el modelo keynesiano y franqueando la puerta a la «revolución conservadora» de Reagan y Thatcher en los 80. ¿Tuvo influencia el informe Meadows sobre los episodios económicos de capitalismo o fue al revés? Naturalmente que caben otras lecturas más geoestratégicas (guerra del Vietnam, tensiones comerciales entre USA y sus aliados europeos y japoneses, que dan la oportunidad de rebelarse a los países de la OPEP, ruptura chino-soviética, estancamiento de la Europa Central y Oriental, primavera de Praga, emergencia del sindicato Solidaridad en Polonia, etc.). No es seguro que haya una causa única de la crisis, pero sí lo es que a partir de entonces se desata la polémica y se pone en entredicho la meta del desarrollo como objetivo universal. El resultado neto para países subdesarrollados fue más sangrante aún: aumento de la deuda, sobreexplotación, crecimiento de la pobreza.

Pero la crisis no sólo repercutió en el Tercer Mundo. También el mundo de los países socialistas de economía planificada sufrió las consecuencias. La polémica sobre los límites del crecimiento obligó a todos a plantear los problemas energéticos ligados al desarrollo, alertar contra las centrales nucleares, la contaminación, el agujero en la capa de ozono, las convulsiones climáticas, etc. Las crisis del petróleo obligó, pues, a un proceso de innovación tecnológica que chocaba frontalmente con los sistemas de planificación centralizada que los regímenes de Europa Central y Oriental no pudieron soportar. En este contexto de crisis económica plantea Gorbachov la perestrioka a mediados de los ochenta. Todavía no está claro qué causas provocaron el derrumbe de la Unión Soviética en 1990 y la consiguiente recomposición geoestratégica y económica de los nuevos bloques económicos en competencia.

Es cierto que la preocupación por el medio ambiente o al agotabilidad de los recursos naturales era ya creciente no sólo entre los activistas de movimientos antidesarrollistas, conservacionistas y ecologistas radicales, que estallarán como una forma de rebeldía contracultural en el 68, sino entre economistas profesionales. En este sentido el informe del Club de Roma tuvo éxito, no tanto por su carácter pionero, sino como ocurre en todos los movimientos sociales, por haber acertado con una formulación general (casi filosófica) de los problemas del crecimiento económico que exigían la inmediata redefinición del concepto mismo de desarrollo.

Desde entonces se han multiplicado las explicaciones. De estas prognosis distintas se deducen estrategias diferentes y, en consecuencia, distintos modelos de desarrollo, como habremos de analizar en el apartado siguiente. En todas ellas la variable tecnológica ocupa un lugar central, tanto para quienes predican una suerte de tecnofobia (que da lugar a reacciones extremas como las del terrorista americano Unabomber), como para quienes se pronuncian a favor de «una tecnología responsable» (Alvin Toffler, autor de libros de éxito como El shock del futuro o La tercera ola). En el espíritu de «la tercer ola» se colocan explícitamente los últimos informes del Club de Roma, que han dejado de ser catastrofistas para apostar por La primera revolución global, que se avecina a gran velocidad, después de la caída del muro de Berlín:

Partes: 1, 2, 3

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