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¿Las políticas de Trump perjudican o benefician a la Unión Europea? (Parte II)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11

Monografía destacada

  1. La opinión de "los que saben" (o eso se supone) sobre Trump y Europa
  2. "The Trump enigma" (según el "relato" que realizan prestigiosos intelectuales, en una de las publicaciones más influyentes de los Estados Unidos)

– Anexo I:

La opinión de "los que saben" (o eso se supone) sobre Trump y Europa

Monografias.com

– ¿Cuánta Europa necesitan los europeos? (Project Syndicate – 2/11/16)

Berlín.- En su último discurso ante el Parlamento Europeo en 1995, el entonces presidente francés François Mitterrand (cuya frágil salud ya era inocultable) describió el gran flagelo de Europa con estas palabras indelebles: "Le nationalisme, c"est la guerre!".

El nacionalismo y la guerra fueron las experiencias que definieron la carrera política de Mitterrand. Pero él no se refería sólo al terrible pasado, a la primera mitad del siglo XX, con las dos guerras mundiales, las dictaduras y el Holocausto. Para Mitterrand, el nacionalismo era la mayor amenaza futura a la paz, la democracia y la seguridad de Europa.

Aunque en ese momento una guerra nacionalista destruía a Yugoslavia, pocos de quienes ese día oyeron a Mitterrand en Estrasburgo podían imaginar que 21 años después, el nacionalismo reviviría en toda Europa. Pero políticos nacionalistas cuyo objetivo declarado es destruir la unidad y la integración pacífica del continente acaban de ganar importantes elecciones y referendos democráticos.

La decisión tomada en junio por el Reino Unido de abandonar la Unión Europea marca un clímax momentáneo en el resurgimiento del nacionalismo, pero su avance también es visible en Hungría, Polonia y Francia, donde Marine Le Pen y su ultraderechista Frente Nacional se fortalecen de cara a la elección presidencial del próximo año. ¿Cómo pudo pasar algo así, vista la experiencia directa que tuvo Europa del poder destructivo del nacionalismo en el siglo XX, cuando causó millones de muertes y devastó el continente entero?

En primer lugar, hay una amplia (y justificada) percepción de que la crisis financiera de 2008 y la consiguiente recesión global han sido un inmenso fracaso del "establishment". El rechazo a las élites sigue erosionando la solidaridad y la confianza mutua entre los europeos, y la UE está atrapada en un largo período de escaso crecimiento y alto desempleo.

Con el traslado a Asia de los centros mundiales de poder y riqueza, se arraigó en todo Occidente una sensación general de decadencia. A la retirada geopolítica de Estados Unidos se suma el renacer de las ambiciones de superpotencia de Rusia, con su desafío a la hegemonía y los valores occidentales. En todo el mundo crece el descontento con la globalización, la digitalización y el libre comercio, acompañado por un lento reacercamiento al proteccionismo. Los europeos, en particular, parecen olvidar que el proteccionismo y el nacionalismo están indisolublemente ligados: no puede haber uno sin el otro.

Por último, hay un generalizado temor a lo desconocido, a la par que muchos países enfrentan cuestiones relacionadas al ingreso de extranjeros (refugiados o inmigrantes) y a cambios internos derivados del creciente empoderamiento económico y político de las mujeres y las minorías. Estos acontecimientos, coincidentes con transformaciones y rupturas más amplias iniciadas en Europa en 1989, despertaron temores que las instituciones democráticas y los partidos políticos tradicionales no supieron resolver.

Como siempre, cuando el temor se adueña de Europa, la gente busca la salvación en el nacionalismo, el aislacionismo, la homogeneidad étnica y la nostalgia de "aquellos buenos tiempos" en que supuestamente todo iba bien en el mundo. No importa que el sangriento y caótico pasado haya sido cualquier cosa menos perfecto. Los líderes nacionalistas y sus seguidores hoy viven en una realidad "postempírica", donde la verdad y la experiencia han perdido ascendiente.

Todo esto es reflejo de un profundo cambio en el modo en que los europeos se ven a sí mismos. Después de las dos guerras mundiales y durante la Guerra Fría, la integración europea no planteaba dudas. Pero con el tiempo, la visión compartida de la unidad como generadora de paz, prosperidad y democracia se debilitó a fuerza de persistentes crisis, y hoy puede desaparecer por completo, a menos que un mensaje visionario venga a reforzarla.

Es absurdo pensar que las naciones-Estado históricas de Europa puedan responder a las realidades políticas, económicas y tecnológicas globalizadas del siglo XXI. Si eso creen los europeos, entonces que se preparen a pagar el precio de una menor integración, en la forma de un empeoramiento de sus perspectivas y la aparición de nuevas dependencias. Las decisiones globales más importantes del siglo no se tomarán democráticamente en Europa, sino unilateralmente en China o algún otro lugar.

Los idiomas y la cultura de Europa tienen una larga historia. Pero no olvidemos que sus naciones-Estado, especialmente fuera de Europa occidental, son una creación más reciente. Sería un grave error pensar que son el "fin de la historia" para el continente. Por el contrario, si el modelo de naciones-Estado prevalece sobre la integración, los europeos pagarán un alto precio en este siglo. La pregunta por el desempeño futuro de los países de Europa sólo admite una respuesta colectiva, no una basada en intereses nacionales definidos por separado, como en el siglo XIX.

Además, la cercanía con Rusia, Turquía, Medio Oriente y África implica que Europa vive en un vecindario difícil y problemático. No tiene como Estados Unidos la fortuna de estar protegida por el aislamiento geográfico, sino que debe defender constantemente su seguridad y su prosperidad por medio de la política, que es necesariamente un trabajo conjunto.

La pregunta clave para el futuro de Europa es cuánto poder necesita la UE para garantizar paz y seguridad a sus ciudadanos. Y también exige una respuesta colectiva. Lo que ya está claro es que los europeos no necesitarán sólo más Europa, sino una Europa diferente y más poderosa.

(Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany's strong support for NATO's intervention in Kosovo in 1999, followed by its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral politics after participating in the anti-establishment protest…)

– El triunfo de Donald Trump subraya la división en el orden económico global (The Wall Street Journal – 9/11/16)

(Por Greg Ip)

La victoria de Donald Trump puede ser la mayor sorpresa para el sistema económico mundial desde la crisis financiera. Representa, junto con el voto de Gran Bretaña en junio para abandonar la Unión Europea, un profundo rechazo del orden económico mundial de posguerra que podría dejar una nube de incertidumbre sobre las economías de los Estados Unidos y del mundo durante meses, si no más.

La victoria de Trump, como el "brexit", es otra señal de que la división dominante en el mundo ya no es izquierda versus derecha, sino nacionalismo contra globalización, clase obrera versus elite, populismo versus políticos tradicionales.

Esto significa que Trump no es un presidente electo más. Aunque nominalmente republicano, hizo campaña en una plataforma que fusionó las tradicionales promesas republicanas de menos regulación y menos impuestos con un ataque populista a la globalización en todas sus formas: el libre comercio, la inmigración y las finanzas internacionales.

Cómo esa plataforma se transformará en políticas concretas sigue siendo un misterio. Las posiciones altamente elásticas de Trump, desde los impuestos y la inmigración hasta el salario mínimo y la regulación, hacen difícil saber qué priorizará. Su equipo de asesores económicos es pequeño y en gran parte desconocido para los inversionistas y responsables de la política exterior.

Esto genera múltiples preguntas sobre a dónde se dirigirá EEUU bajo la presidencia de Trump. Esa incertidumbre probablemente hará que los inversionistas, las empresas y los hogares posterguen grandes decisiones. Las acciones y los futuros de índices bursátiles fuera de los Estados Unidos cayeron el miércoles tras la victoria de Trump no necesariamente porque la perspectiva de la economía es más oscura, sino porque ahora hay muchos más escenarios alternativos.

La incertidumbre tiene dos caras: las cosas podrían ser peores de lo esperado, pero fácilmente podrían ser mejores, dado que las expectativas respecto del liderazgo de Trump son bajas. Una encuesta de economistas de negocios en agosto encontró que el 55% pensó que Hillary Clinton sería mejor administrando la economía; sólo 14% pensó que Trump lo haría mejor, por detrás del candidato de tercer partido Gary Johnson. Ese es un listón muy bajo para Trump.

Y por sí misma, la incertidumbre no apagará el crecimiento económico. La agitación política se ha convertido en una rutina desde 2008. Eventos como el choque de 2011 sobre el techo de la deuda de los Estados Unidos y el brexit no han desviado a las economías nacionales de su curso.

Aun así, "si sólo una fracción de los presidentes ejecutivos posterga sus planes de contratación, se podría ver una pausa del crecimiento del empleo mientras la gente digiere si el presidente va a ser un líder positivo o la persona errática que hemos visto en la campaña", dice Marc Sumerlin, analista independiente de políticas y ex asesor del presidente George W. Bush.

Añade Andy Laperriere, analista de políticas para la correduría Cornerstone Macro: "La gran pregunta para los mercados es qué factor pesa más: si el riesgo de comercio internacional bajo Trump o un paquete económico potencialmente positivo. Eso es en lo que los inversionistas se centrarán".

En el escenario optimista, la falta de anclaje ideológico de Trump es una virtud. "Hago tratos. Yo negocio", dijo a principios de este año. Quiere un recorte de impuestos y estaría feliz con dejar que el presidente de la Cámara de Representantes Paul Ryan lo diseñara. Los republicanos de la Cámara de Representantes han presentado propuestas de recortes de tasas individuales y corporativas que tendrían la mitad del impacto de la propuesta de Trump, que sumaría aproximadamente US$ 6 billones al déficit en 10 años. Puede anotarse puntos con el sector privado si revierte las órdenes ejecutivas del presidente Barack Obama, como el Plan de Energía Limpia, que limita las emisiones de gases de efecto invernadero para las plantas de energía. Con el Congreso en manos republicanas, puede pasar a derogar las leyes de seguro de salud y regulación financiera de Obama.

En cuanto al comercio internacional, Trump trataría de renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte con México y Canadá antes de derogarlo. México probablemente reconocería que es mejor aceptar algunas restricciones en sus exportaciones que perder el acceso preferencial en conjunto. Del mismo modo, Trump puede calificar a China de manipulador de su moneda como catalizador de las negociaciones. En el pasado, la amenaza de acción por parte del Congreso a menudo ha llevado a China a actuar, favoreciendo por ejemplo la apreciación de su moneda.

¿Cuáles son los escenarios más pesimistas? Estos involucran un Trump que comete errores por su temperamento e inexperiencia política. Sus relaciones con Ryan, el republicano más poderoso del Congreso, están congeladas. Ellos podrían terminar en conflicto, por ejemplo, si Ryan quisiera acompañar el recorte de impuestos con una reducción de los pagos de seguridad social.

En el tema comercial, las objeciones de Trump son de fondo, no cosméticas. Quiere un menor déficit comercial y más empleos manufactureros para los estadounidenses, y es difícil pensar en cualquier concesión de México y China que pueda lograr ese objetivo. Ambos países enfrentarían internamente una reacción violenta si ceden ante un abusador estadounidense. Si las negociaciones no llegan a ninguna parte, Trump con casi toda seguridad recurrirá a medidas unilaterales tales como aranceles muy altos, que él ha dicho que puede hacer sin el consentimiento del Congreso. Los aranceles unilaterales de EEUU dejarían a sus socios comerciales con poca opción más allá de responder con sus propios aranceles.

La tendencia de Trump a personalizar las disputas políticas también es una carta incierta para el mundo de los negocios y los inversionistas, quienes de otra manera estarían felices de tener a un republicano a la cabeza del aparato administrativo federal. Ha prometido reemplazar a Janet Yellen, presidenta de la Reserva Federal, a quien acusó de intentar ayudar a Obama con bajas tasas de interés, y de detener la fusión de AT&T Inc. con Time Warner Inc. porque se siente maltratado por CNN, que es propiedad de Time Warner.

¿Bajará Trump el tono de esa retórica porque es poco adecuada para un presidente, o lo aumentará porque es un potente uso del poder presidencial? Eso, también, es otro cuestionamiento para los próximos cuatro años.

– ¿Una mayoría de "deplorables"? (Project Syndicate – 10/11/16)

Viena.- Barack Obama tenía razón al decir que la democracia misma estaba en juego en la boleta electoral durante las recién concluidas elecciones presidenciales de Estados Unidos. Pero, con la impresionante victoria de Donald Trump sobre Hillary Clinton, ¿sabemos, hoy en día, con certeza que la mayoría de los estadounidenses son antidemocráticos? ¿Cómo deberían quienes votaron por Clinton relacionarse con los partidarios de Trump y con la nueva administración?

Si Clinton hubiese ganado, probablemente Trump habría negado la legitimidad de la nueva presidenta. Los partidarios de Clinton no deberían jugar ese juego. Ellos podrían señalar que Trump perdió el voto popular y, por lo tanto, no puede reclamar un mandato democrático abrumador, pero el resultado es lo que es y punto. Sobre todo, no deben responder, principalmente, a la populista política de la identidad de Trump con otra forma distinta de política de la identidad.

En vez de actuar de esa manera, los partidarios de Clinton deben centrarse en nuevas formas de apelar a los intereses de los partidarios de Trump, mientras defienden con firmeza los derechos de las minorías que se sienten amenazadas por la agenda de Trump. Y, deben hacer todo lo posible por defender a las instituciones democráticas liberales, si Trump intenta debilitar los sistemas de controles y equilibrios.

Para ir más allá de los clichés habituales sobre la curación de las divisiones políticas de un país después de unas elecciones enconadamente disputadas, necesitamos entender exactamente cómo Trump, en su calidad de archipopulista, apeló a los votantes y, en el proceso, cambió la concepción política que dichos votantes tenían de sí mismos, es decir cómo cambió su autoconcepción. Con la retórica adecuada y, sobre todo, alternativas políticas plausibles, esta autoconcepción puede cambiarse de nuevo. La democracia no perdió para siempre a los miembros del Trump-proletariado, tal como sugirió Clinton cuando los llamó "irredimibles" (aunque, probablemente, tenga razón en cuanto a que algunos de ellos decididamente continuarán siendo racistas, homofóbicos y misóginos).

Trump hizo una gran cantidad de declaraciones profundamente ofensivas y demostrablemente falsas durante este ciclo electoral que una frase especialmente reveladora pasó completamente desapercibida. En un acto proselitista el pasado mayo, Trump declaró: "Lo único importante es la unificación del pueblo, porque el otro pueblo no significa nada". Esta es una retórica populista reveladora: existe un "pueblo real", tal como lo define el populista; sólo él lo representa fielmente; y todos los demás pueden – de hecho deberían- ser excluidos. Es el tipo de lenguaje político desplegado por figuras tan distintas como el fallecido presidente de Venezuela, Hugo Chávez, y el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan.

Observe lo que el populista siempre hace: comienza con una construcción simbólica de lo que es el pueblo real, cuya única y auténtica voluntad, supuestamente, se deducirá de esa construcción; posteriormente el populista afirma, tal como lo hizo Trump en la Convención Republicana de julio: "Yo soy tu voz" (y, con característica modestia añade: "Sólo yo puedo arreglar las cosas"). Este es un proceso enteramente teórico: contrariamente a lo que los admiradores del populismo a veces argumentan, no tiene nada que ver con los aportes reales de las personas comunes y corrientes.

Un pueblo único y homogéneo que no puede hacer nada malo y sólo necesita un representante genuino para implementar correctamente su voluntad es una utopía – pero es una utopía que puede responder a problemas reales. Sería un error pensar que Venezuela y Turquía fueron democracias pluralistas perfectas antes de la llegada de Chávez y Erdogan. Los sentimientos de desposesión y privación de derechos son terreno fértil para los populistas. En Venezuela y Turquía, algunos sectores de la población estaban sistemáticamente en desventaja o en gran parte excluidos del proceso político. Hay evidencia sustancial que prueba que los grupos de bajos ingresos en Estados Unidos tienen poca o ninguna influencia en las políticas y, realmente, se encuentran no representados en Washington.

Una vez más, observe cómo un populista responde a una situación como esta: en lugar de exigir un sistema más justo, el populista les dice a los oprimidos que solamente ellos son el "pueblo real". Una afirmación sobre la identidad que se supone va a resolver el problema vinculado a que los intereses de muchas personas están desatendidos. La tragedia particular de la retórica de Trump -y, posiblemente, su efecto más pernicioso- es que ha convencido a muchos estadounidenses para que ellos se vean como parte integral de un movimiento blanco nacionalista. Representantes de lo que se llama eufemísticamente la "alt-right" o derecha alternativa -es decir, la supremacía blanca de los últimos días- estuvieron presentes en el núcleo de su campaña. Él ha alimentado una sensación de queja común difamando a las minorías y, tal como actúan todos los populistas, Trump ha retratado al grupo mayoritario como víctimas perseguidas.

No tenía por qué ser así. Trump obviamente ha conquistado exitosamente su lugar para representar al pueblo. Pero la representación nunca es simplemente una respuesta mecánica a demandas preexistentes. En lugar de ello, las pretensiones de representar a los ciudadanos también dan forma a la autoconcepción de dichos ciudadanos. Es de crucial importancia desplazar esa autoconcepción de los ciudadanos, alejándola de la política de la identidad blanca y regresarla al ámbito de los intereses.

Esta es la razón por la cual es extremadamente importante no confirmar la retórica de Trump descartando o incluso descalificando moralmente a sus partidarios. Esto sólo permite a los populistas anotar más puntos políticos diciendo, en efecto: "Mire, las elites realmente les odian, tal como dijimos anteriormente, y ahora son malos perdedores". De ahí el desastroso efecto de generalizar a los partidarios de Trump como racistas o, como lo hizo Hillary Clinton cuando los calificó como "deplorables" que son "irredimibles". Como George Orwell dijo una vez: "Si quieres hacerte enemigo de un hombre, dile que sus males son incurables".

Por supuesto, la identidad y los intereses a menudo están vinculados. Aquellos que defienden la democracia y van contra de los populistas, también, a veces tienen que caminar por el peligroso terreno de la política de la identidad. Sin embargo, la política de la identidad no necesita apelar a la etnicidad, y mucho menos a la raza. Los populistas son siempre anti pluralistas; la tarea para los que se oponen a ellos es configurar conceptos de una identidad colectiva pluralista, consagrada a ideales compartidos de equidad.

Muchos temen, acertadamente, que Trump no vaya a respetar la Constitución de Estados Unidos. Por supuesto, el significado de la Constitución siempre es cuestionado, y sería ingenuo creer que las invocaciones no partidistas al respeto a dicha Constitución lo disuadirán inmediatamente. Sin embargo, los fundadores de Estados Unidos obviamente querían limitar lo que cualquier presidente pudiese hacer, incluso con un Congreso que le presta su apoyo y una Corte Suprema favorablemente inclinada en su dirección. Uno sólo puede tener la esperanza de que suficientes votantes – incluyéndose entre ellos a los partidarios de Trump – vean las cosas de la misma manera y ejerzan presión sobre Trump para que respete este elemento no negociable de la tradición constitucional estadounidense.

(Jan-Werner Mueller is a professor of politics at Princeton University and a fellow at the Institute of Human Sciences, Vienna. His latest book is What is Populism?)

– Trump domesticado (Project Syndicate – 11/11/16)

Nueva York.- Ahora que contra todos los pronósticos Donald Trump ganó la presidencia de los Estados Unidos, la duda es si gobernará según el populismo radical de su campaña o adoptará un enfoque pragmático de centro.

Si Trump gobierna en sintonía con la campaña que le valió la elección, podemos esperar agitación en los mercados (de Estados Unidos y el mundo) y perjuicios económicos potencialmente serios. Pero hay buenas razones para esperar que su gobierno sea muy diferente.

Los planes de un Trump populista radical incluirían descartar el Acuerdo Transpacífico (ATP), derogar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) y aplicar altos aranceles a las importaciones chinas. También construir el prometido muro en la frontera con México; deportar a millones de trabajadores indocumentados; restringir la concesión de visas H1B para trabajadores cualificados, necesarios en el sector tecnológico; y derogar la Ley de Atención Médica Accesible (Obamacare), dejando a millones de personas sin seguro médico.

En términos generales, un programa radical llevaría a un importante aumento del déficit estadounidense. Se reduciría sustancialmente el impuesto a la renta de las corporaciones y los ricos. Y pese a la ampliación de la base tributaria, el aumento de impuestos a los gestores de fondos de inversión y el estímulo a la repatriación de ganancias corporativas en el extranjero, el plan radical no estaría exento de costo fiscal, ya que aumentaría el gasto militar y el gasto público en áreas como la infraestructura, y las rebajas impositivas para los ricos reducirían la recaudación unos nueve billones de dólares a lo largo de una década.

Un plan de gobierno radical también supondría cambiar drásticamente el modelo de política monetaria actual; en primer lugar, reemplazar a la presidenta de la Reserva Federal, Janet Yellen, con un halcón monetarista, y luego cubrir las vacantes actuales y futuras de la junta directiva con más de lo mismo. Además, Trump trataría de derogar en su mayor parte las reformas financieras introducidas por la ley Dodd-Frank de 2010; quitar poder a la Oficina de Protección Financiera de los Consumidores; reducir subsidios a la energía alternativa y normas medioambientales; y eliminar cualquier regulación supuestamente perjudicial para las grandes empresas.

Finalmente, una política exterior radical desestabilizaría las alianzas de Estados Unidos y aumentaría las tensiones con los rivales. Su postura proteccionista podría generar una guerra comercial global, y su insistencia en que los aliados se hagan cargo de sus gastos de defensa podría llevar a una peligrosa proliferación nuclear y restar liderazgo internacional a Estados Unidos.

Pero en realidad es más probable que Trump aplique políticas pragmáticas de centro. Para empezar, es un hombre de negocios adepto al "arte del acuerdo", así que por definición es más un pragmático que un ideólogo con anteojeras. Su decisión de hacer una campaña populista fue táctica y no refleja necesariamente convicciones arraigadas.

Trump es un acaudalado magnate inmobiliario que se pasó la vida entera rodeado de otros empresarios ricos. Es un comerciante astuto, que explotando el clima político de la época buscó congraciarse con los trabajadores republicanos y los "demócratas de Reagan" (votantes demócratas más conservadores, algunos de los cuales tal vez hayan apoyado a Bernie Sanders en la primaria demócrata). Esto le permitió destacarse del pelotón de políticos tradicionales con posturas favorables a las empresas, Wall Street y la globalización.

En cuanto asuma, Trump hará algunos gestos simbólicos para complacer a sus simpatizantes, pero volverá a las tradicionales políticas económicas de derrame orientadas a la oferta que los republicanos han favorecido por décadas. El elegido de Trump para la vicepresidencia, Mike Pence, representa al establishment republicano, y los asesores económicos de la campaña de Trump fueron empresarios ricos, financistas, constructores y economistas ofertistas. Además se dice que analiza designar un gabinete de figuras ortodoxas del partido, entre ellos Newt Gingrich (ex presidente de la Cámara de Representantes), Bob Corker (senador por Tennessee), Jess Sessions (senador por Alabama) y Steven Mnuchin (ex ejecutivo de Goldman Sachs y también asesor durante la campaña).

De modo que los colaboradores probables de Trump (republicanos tradicionales y dirigentes empresariales) definirán sus políticas. El ejecutivo sigue un proceso de toma de decisiones por el que los departamentos y agencias que corresponden a cada caso determinan los riesgos y beneficios de diversas alternativas y luego ofrecen al presidente un menú de políticas limitado para elegir. Y la inexperiencia de Trump lo volverá mucho más dependiente de sus asesores, como también lo fueron los expresidentes Ronald Reagan y George Bush (hijo).

Otro factor que empujará a Trump al centro será el Congreso, con el que deberá negociar cada ley que quiera aprobar. El actual presidente de la Cámara de Representantes (el republicano Paul Ryan) y el liderazgo republicano en el Senado tienen ideas partidarias más convencionales que Trump en temas como el comercio internacional, la inmigración y el déficit. Y la minoría demócrata en el Senado puede apelar a maniobras dilatorias legales (el "filibusterismo" legislativo) para impedir la votación de propuestas de reformas radicales, especialmente si se meten con el gran tabú de la política estadounidense: la seguridad social y Medicare.

Trump también estará controlado por la separación de poderes del sistema político estadounidense, la relativa independencia de organismos públicos como la Reserva Federal y una prensa libre y muy activa.

Pero la mayor restricción para Trump será el mercado. Si intenta aplicar políticas radicales populistas, el castigo no se hará esperar: se derrumbarán las acciones, caerá el dólar, los inversores se refugiarán en los bonos del Tesoro de los Estados Unidos, el precio del oro se disparará, etcétera. Pero si Trump mezcla políticas populistas más moderadas con medidas convencionales promercado, no enfrentará consecuencias negativas en los mercados. Ahora que ya ganó la elección, no tiene razones para preferir el populismo a la seguridad.

Los efectos de una presidencia pragmática de Trump serán mucho más limitados que en el supuesto radical. Lo de descartar el ATP se mantiene (pero Hillary Clinton también lo hubiera hecho). Trump prometió derogar el NAFTA, pero es más probable que trate de hacerle modificaciones como un gesto dirigido a los trabajadores fabriles estadounidenses. E incluso si un Trump pragmático quisiera limitar las importaciones chinas, sus opciones estarían limitadas por un reciente dictamen de la Organización Mundial del Comercio contra la aplicación de aranceles por "dumping selectivo" a productos chinos. Los candidatos extrasistema suelen hablar pestes de China durante la campaña, pero una vez en el cargo comprenden pronto las ventajas de cooperar.

Es probable que Trump construya el muro en la frontera con México (a pesar de que el ingreso de inmigrantes se redujo). Pero en relación con los indocumentados, lo más probable es que sólo caiga sobre los que cometan delitos violentos, en vez de tratar de deportar a entre cinco y diez millones de personas. Y es posible que limite las visas para trabajadores cualificados, lo que puede restar dinamismo al sector tecnológico.

Un Trump pragmático también generará un déficit, aunque menor al del supuesto radical. Por ejemplo, si sigue el plan impositivo propuesto por los congresistas republicanos, la recaudación sólo se reducirá dos billones de dólares a lo largo de una década.

Es verdad que el programa político de un Trump pragmático será ideológicamente incoherente y moderadamente perjudicial para el crecimiento. Pero será mucho más aceptable para los inversores (y para el mundo) que la agenda radical que prometió a sus votantes.

(Nouriel Roubini, a professor at NYU"s Stern School of Business and Chairman of Roubini Macro Associates, was Senior Economist for International Affairs in the White House's Council of Economic Advisers during the Clinton Administration. He has worked for the International Monetary Fund…)

– ¿Quién es el presidente Trump? (Project Syndicate – 11/11/16)

Cambridge.- La asombrosa victoria electoral de Donald Trump ha empujado a Estados Unidos -y al mundo- a un territorio inexplorado. Estados Unidos nunca antes ha tenido un presidente sin ninguna experiencia política o militar, ni tampoco un presidente que constantemente eluda la verdad, abrace teorías conspirativas y se contradiga a sí mismo. Todo esto hace casi imposible saber cómo gobernará.

Pero la inminente presidencia de Trump sí tiene un precedente: la de George W. Bush. Se destacan algunos paralelismos. Para empezar, al igual que Bush, Trump no ganó el voto popular, pero de todos modos puede suponer que tiene un mandato para un cambio radical. Y la dirección de ese cambio puede producir resultados que no les gustan ni a sus seguidores.

Entre las promesas de política económica de Trump, sus propuestas fiscales muy probablemente sean llevadas a la práctica: grandes recortes impositivos para los ricos y un mayor gasto en defensa y otras áreas. El resultado posiblemente sea el mismo que cuando Bush implementó políticas similares: la desigualdad de ingresos se ampliará y los déficits presupuestarios crecerán.

Es más, la racha alcista de siete años que registró el mercado bursátil puede terminar. Y es muy factible que Trump, que atacó la política monetaria relajada de la Reserva Federal de Estados Unidos, rápidamente revierta esa postura y presione a la Fed para que no aumente las tasas de interés.

Es probable que Trump no pueda cumplir con su promesa de aumentar el porcentaje de las exportaciones en la economía de Estados Unidos. Y, por cierto, no podrá recuperar los empleos industriales que Estados Unidos, al igual que todos los países industrializados, ha perdido en las últimas décadas. La desigualdad de ingresos probablemente empiece a ampliarse otra vez, a pesar de las mejoras asombrosas en los ingresos medianos de las familias y en la tasa de pobreza el año pasado.

Una recesión en algún momento durante la presidencia de Trump es probable, a juzgar por los notables antecedentes históricos de los presidentes republicanos. Dos recesiones comenzaron durante la administración de Bush; de hecho, la mayoría de las recesiones desde la Gran Depresión se iniciaron durante gobiernos republicanos.

La presidencia de Trump es más preocupante en el frente de la política exterior, donde aguardan muchos potenciales desastres. Tenemos razón de temer que errores de cálculo conduzcan a tragedias, como cuando Bush respondió con torpeza al atentado terrorista del 11 de septiembre de 2011, no logró capturar a Osama bin Laden e invadió Irak.

El papel de Estados Unidos como líder global sin duda se verá afectado, al igual que el "poder blando" que anteriormente obtuvo de ser un modelo de democracia liberal para que otros emularan. Mientras tanto, la ignorancia de Trump probablemente envalentone a los adversarios norteamericanos tradicionales, como Rusia, Siria y Corea del Norte.

Los republicanos mantuvieron el control tanto del Senado como de la Cámara de Representantes, de modo que Trump podrá cumplir con sus promesas de dar marcha atrás con los mayores logros legislativos de Obama, empezando por la Ley de Atención Médica Asequible (Obamacare). Pero ésta será una prueba interesante. ¿Cómo manejará Trump la reacción violenta cuando la gente empiece a perder su seguro médico?

Trump y los republicanos en el Congreso también intentarán dar marcha atrás con las regulaciones financieras de la Ley Dodd-Frank que se implementaron después de la crisis financiera de 2008, dándoles así a los bancos y a otras instituciones financieras mayor libertad de acción. Y, más allá de Wall Street, intentarán cercenar las regulaciones antimonopolio y ambientales, especialmente las que limitan las emisiones de gases de tipo invernadero.

Finalmente, Trump nombrará a jueces conservadores para la Corte Suprema, que tiene una vacante desde que el juez Antonin Scalia murió en febrero.

Sin embargo, deberíamos agradecer, al menos, que probablemente las propuestas de campaña más indignantes de Trump nunca sean llevadas a la práctica. No construirá un nuevo muro "grande y hermoso" a lo largo de la frontera entre México y Estados Unidos -y México, con certeza, no lo pagaría si lo construyera-. De la misma manera, no prohibirá el ingreso de inmigrantes musulmanes, porque si lo hiciera estaría violando principios norteamericanos de base y su decisión sería derogada inclusive por una Corte Suprema de derecha.

También es poco probable que Trump cumpla con su propuesta de deportar entre 6 y 11 millones de inmigrantes indocumentados. Pero probablemente ponga fin al programa Acción Diferida para los Llegados en la Infancia del presidente Barack Obama, que otorgó permisos de trabajo temporarios a muchos "Soñadores" (jóvenes sin estatus legal que crecieron en Estados Unidos).

De la misma manera, Trump tal vez no destruya el Tratado de Libre Comercio de América del Norte o aumente los aranceles de manera drástica. Tampoco acabará con la OTAN, otras alianzas importantes o la Convención de Ginebra (que autoriza al ejército y a la CIA a apelar a la tortura). Si bien Trump pareció sugerir durante su campaña que haría todas estas cosas, inevitablemente se verá confrontado a las consecuencias de amplio alcance de decisiones que destruirían el orden global.

Estados Unidos está a punto de experimentar una vida bajo un gobierno plenamente republicano encabezado por un magnate populista inexperto y volátil. Esperemos que los votantes exijan que la administración Trump y sus facilitadores parlamentarios asuman la responsabilidad de los reveses que sufran los norteamericanos.

(Jeffrey Frankel, a professor at Harvard University's Kennedy School of Government, previously served as a member of President Bill Clinton"s Council of Economic Advisers. He directs the Program in International Finance and Macroeconomics at the US National Bureau of Economic Research…)

– ¿El fin del poder blando de Estados Unidos? (Project Syndicate – 11/11/16)

Nueva Delhi.- Una de las principales víctimas de la victoria de Donald Trump en la muy reñida elección presidencial en los Estados Unidos será sin duda el poder blando de este país en todo el mundo, hecho que será difícil (o tal vez imposible) revertir, especialmente para Trump.

Tradicionalmente, el poder político global de los países se evaluaba según su capacidad militar: el que tuviera el ejército más grande sería el más poderoso. Pero esta lógica no siempre se correspondió con la realidad. Estados Unidos perdió la Guerra de Vietnam; la Unión Soviética fue derrotada en Afganistán. Poco después de ingresar a Irak, Estados Unidos descubrió cuánta verdad había en la frase de Talleyrand: con las bayonetas, todo es posible, menos sentarse encima.

Hablemos ahora del poder blando. El término fue acuñado en 1990 por Joseph S. Nye (de la Universidad de Harvard) para referirse a la influencia que un país (y en particular, Estados Unidos) ejerce, por fuera de su poder militar ("duro"). Para Nye, el poder se basa en la capacidad para obtener de otros lo que se quiere, sea mediante la coerción (el palo), la recompensa (la zanahoria) o la atracción (el poder blando). Y añade que quien ejerce atracción sobre otros puede ahorrarse palos y zanahorias.

Nye sostiene que el poder blando de un país surge de su cultura (en lugares donde atrae a otras personas), sus valores políticos (cuando los cumple dentro y fuera de sus fronteras) y su política exterior (cuando se la considera legítima y provista de autoridad moral). Pero yo creo que también surge de la imagen que tiene el mundo de ese país: las asociaciones y actitudes que despierta su nombre. El poder duro se ejerce; el poder blando se evoca.

Estados Unidos ha sido la mayor economía del mundo y su democracia más antigua, un refugio para los inmigrantes y la tierra del Sueño Americano: la promesa de que todos pueden ser lo que se propongan con tal de esforzarse para conseguirlo. También es el hogar de Boeing y de Intel, Google y Apple, Microsoft y MTV, Hollywood y Disneylandia, McDonald"s y Starbucks; en síntesis, algunas de las marcas e industrias más reconocibles e influyentes del mundo.

La atracción de estos activos, y del estilo de vida americano que representan, es que permiten a Estados Unidos persuadir a los demás de adoptar su agenda, en vez de obligarlos. En este sentido, el poder blando actúa a la vez como alternativa y como complemento del poder duro.

Pero el poder blando (incluso el de Estados Unidos) tiene límites. Después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, hubo una oleada mundial de apoyo a los Estados Unidos. Pero este lanzó la "guerra contra el terrorismo", para la que apeló en gran medida al poder duro. Los instrumentos de ese poder (la invasión a Irak, la detención por tiempo indeterminado de "combatientes enemigos" y otros sospechosos en la cárcel de la bahía de Guantánamo, el escándalo de Abu Ghraib, las revelaciones sobre centros de detención clandestinos de la CIA, el asesinato de civiles iraquíes a manos de contratistas de seguridad privados) no cayeron bien en la opinión pública internacional.

Los activos de poder blando estadounidense no compensaron las deficiencias de su estrategia de poder duro. Los entusiastas de la cultura estadounidense no estaban dispuestos a pasar por alto los excesos de Guantánamo. Usar Microsoft Windows no predispone al usuario para aceptar que el país que lo produce se dedique a la tortura. Estados Unidos sufrió una importante pérdida de poder blando, lo que demuestra que el modo en que un país ejerce el poder duro afecta su capacidad de evocar el otro.

Pero el discurso interno estadounidense pronto superó sus retrocesos en materia de política exterior, lo que se debió en parte a la inédita conectividad actual. En un mundo de comunicaciones en masa instantáneas, los países son juzgados por una audiencia internacional que se nutre de un flujo incesante de noticias en Internet, videos caseros y comentarios en Twitter.

En esta era de la información, según Nye, hay tres tipos de países con más capacidad de obtener poder blando: aquellos cuyas culturas e ideales dominantes se acerquen más a las normas que prevalecen en el mundo (que ahora favorecen el liberalismo, el pluralismo y la autonomía); los que tengan más acceso a múltiples canales de comunicación y puedan así influir más en la presentación de los temas; y aquellos cuya actuación interna e internacional refuerce su credibilidad. Estados Unidos tuvo un desempeño bastante bueno en todos estos frentes.

De hecho, la cultura y los ideales de Estados Unidos son la referencia mundial, y el funcionamiento de su política interna reforzó su credibilidad internacional. Superar un legado de siglos de esclavitud y racismo para elegir un presidente negro en 2008 y reelegirlo en 2012 parecía la prueba viviente de la capacidad del país para reinventarse y renovarse.

Pero la llegada de Trump al poder hizo añicos esa imagen. Expuso y alentó tendencias que el mundo nunca asoció con Estados Unidos: xenofobia, misoginia, pesimismo y egoísmo. Un sistema que prometía un campo de juego parejo donde todos pudieran cumplir sus aspiraciones es acusado por sus propios líderes políticos de estar amañado en contra de los ciudadanos comunes. Un país que predica a otros sobre la práctica democrática acaba de elegir a un presidente que insinuó que si perdía, tal vez no reconociera el resultado.

Nye sostuvo que en una era de información, el poder blando suele beneficiar al país que cuente "la mejor historia"; y Estados Unidos siempre fue la tierra de las mejores historias. Tiene prensa libre y una sociedad abierta; acoge a inmigrantes y refugiados; tiene sed de nuevas ideas y talento para la innovación. Todo esto dio a Estados Unidos una extraordinaria capacidad para contar historias más convincentes y atractivas que sus rivales.

Pero la historia de Estados Unidos que se contó en esta elección menoscaba seriamente el poder blando que evoca. El miedo triunfó sobre la esperanza. El Sueño Americano se convirtió en la pesadilla del mundo. Y los demonios que salieron de la caja de Pandora en 2016 (expuestos en reiterados informes de ataques racistas por parte de trumpistas blancos) seguirán haciendo estragos en la autopercepción del país y en la imagen que el resto del mundo tiene de él. Estados Unidos ya no nos parecerá el mismo… y el mandato de Trump ni siquiera empezó.

(Shashi Tharoor, a former UN under-secretary-general and former Indian Minister of State for Human Resource Development and Minister of State for External Affairs, is currently an MP for the Indian National Congress and Chairman of the Parliamentary Standing Committee on External Affairs…)

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