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Espacio, género y colonialismo en Pancracio, el huraño (1856) de Gottfried Keller (página 2)



Partes: 1, 2

  • La segunda acción de Lidia en el jardín tiene lugar
    después de más de seis meses en los que Pancracio anda "como
    un noctámbulo, cargado de sueños como un manzano de sus
    frutos, y todo sin dar un solo paso hacia [ella]" (ibíd.:
    34). Finalmente, ha tomado la resolución de abandonar la casa del
    gobernador para unirse nuevamente a la compañía militar
    inglesa (ibíd.: 35). La noche antes de partir, Pancracio sale al
    jardín a explicarle algunas cosas al jardinero que lo va a reemplazar.
    "Nos detuvimos en un vergel de esbeltas rosas, que yo había
    cuidado. […] Mientras daba mis indicaciones al muchacho se aproximó
    Lidia, y lo despachó con cualquier pretexto" (ibíd.:
    36). A esto se siguen unos instantes de gran tensión, "hasta
    que llegamos a un sitio en que había una o dos docenas de naranjos,
    que saturaban el aire con su aroma" (ibíd.: 37). Ella se sienta
    en un banco bajo los naranjos "y hundió su her- mosa cabeza
    entre las manos" (ibíd.: 37). A continuación tiene
    lugar la declaración de amor.

Lidia responde a esta con frialdad ("[su] tranquila manera de
hablar cayó en mi sangre ardiente como un trozo de hielo" [ibíd.:
38], acota, al respecto, Pancracio). Ella le dice: "le advierto que no
siento afecto por usted, o al menos tanto como por cualquier otra persona"
(íd.), y da cuenta de una egoísta satisfacción. Es significativo
el cambio que se opera, entonces, en el joven héroe:

ante la mujer que suponía buena y afectuosa, mi corazón
había temblado, mas ante la fiera de este falso y peligroso
egoísmo no temblaba ya, como no lo hacía ante tigres y serpientes
[…]. [M]e sentí de improviso tan frío y sensato como sólo
puede estarlo […] un cazador […]. Por cierto que era una sensación
rara, lúgubre, debía dejar allí la belleza que resplandecía
ante mis ojos, […] el siniestro misterio de la belleza. (ibíd.: 38)

No es menos significativo lo que Lidia replica: "¿Parece
un poco disgustado, vanidoso señor, de comprobar que no es objeto de
una pasión femenina, abnegada y sin límites, de que yo, pobre
de mí, no sea el corderito […] que usted imaginaba, para su satisfacción?"
(ibíd.: 39). Están en juego aquí dos representaciones
antagónicas de lo masculino y lo femenino, y de la
relación entre ambos. Lidia agrega algo más: "yo sé
ahora que le agrado y que vivo en su sangre […]. Lo demás me resulta
indiferente" (ibíd.: 39 y s.). Esta escena es índice de
la independencia de Lidia respecto del joven militar y los hombres en general.
Lectora de Shakespeare, es una mujer autónoma, "no es sino una
de esas naves de femineidad, firme, suntuosa y de derrotero recto que sabe
bien lo que quiere" (ibíd.: 34). Hay un antagonismo entre la madre
y la hermana de Pancracio, de un lado, y Lidia, de otro (un dato del abismo
que se- para a Ester de la hija del gobernador es que la primera es una figura
que vive a la sombra de su madre, mientras que Lidia prefiere abandonar a
la suya en la torre en Irlanda y vivir junto a su padre, pues "la diferencia
de sexo" con él la hacía sentir mejor [ibíd.: 25]).
Esta oposición se refleja espacialmente en las diferencias semánticas
entre la casa materna y los jardines. Estrechez y apertura,
ascetismo y sensualidad (los olores naturales de, por ejemplo, los naranjales),
domesticidad esclavizante y libertad, ignorancia cultural y erudición
son los pares de opuestos que definen, respectivamente, esos dos espacios,
esos dos tipos de mujer.

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  • Acerca de esta idea comenta Pancracio: "se me ocurrió
    de forma tan inesperada que, consumi- do por la ira, disparé sobre
    un enorme jabalí que acababa de irrumpir […], alojándose
    mi bala en el cerebro del animal casi al mismo tiempo y de forma igualmente
    imprevista como aquel abominable pensamiento en el mío, y ya me
    parecía que la fiera merecía mi envidia por su adquisición,
    en com- paración con la mía" (ibíd.: 30).

Colonialismo

  • El discurso colonialista: el Otro de los europeos

Pancracio se convierte en explícito agente del colonialismo
en tres ocasiones distintas.

  • En primer lugar, en el buque mercante inglés que
    lo lleva a Nueva York, el héroe del relato ayuda al capitán
    a fabricar y restaurar "toda clase de armas de fuego y pistolas"
    (Keller, cit.: 23). Es aquí que aprende a manejarlas. Se lee, además,
    que "cuando una de esas piezas de armería tenía apenas
    la cohesión necesaria se la probaba con una fuerte detonación,
    mas nunca se la sometía a una segunda prueba, que se confiaba al
    piel roja o al negro de lejanas islas que compraba el arma". A cambio,
    estos habitantes de las colonias les daban "valiosas mercancías
    de paz y tiernos productos de la naturaleza" (ibíd.: 23).
    No se puede decir que Pancracio apruebe o desapruebe esta actividad colonialista.
    En todo caso, se encuentra allí de casualidad, porque es eso lo
    que ha encontrado como medio provisorio de subsistencia.

  • En segundo lugar hay que señalar su incorporación
    al regimiento inglés en la India. Su actividad colonialista más
    importante tiene lugar cuando, después del desplante amoroso de
    Lidia, se une a una compañía que va a combatir contra "las
    salvajes tribus de las montañas en la frontera más avanzada
    del Imperio Indobritánico" (ibíd.: 41). Al cabo de
    sanguinarios combates, se convierte en capitán de la compañía
    (ibíd.: 42), con lo que se vuelve, durante dos años, "la
    autoridad suprema en aquella selva pagana" (íd.). "Mi
    tarea principal", relata, "consistía en ser una avanzada
    del cristianismo y ofrecer a los misioneros de nuestra religión
    una protección enérgica para que pudieran llevar a cabo
    su obra sin peligros". "Pero más que nada", concede,
    finalmente, "tenía que impedir la cremación de mujeres
    hindúes a la muerte de sus maridos […] en honor de la fidelidad
    conyugal" (ibíd.: 42). Luego se vanagloria de cómo,
    en una ocasión, logra salvar de la cremación a una joven
    y hermosa mujer "proporcionándole […] una dote y casándola
    con un hindú a nuestro servicio, convertido al cristianismo"
    (íd). Más allá de todo esto, Pancracio no parece
    estar muy convencido de su misión geopolítico-religiosa:
    de pronto se vuelve a acordar de Lidia, y decide dejarlo todo para ir
    nuevamente en su búsqueda. Tras el fracaso de esta tentativa, se
    lee, "de nuevo fui hosco e impaciente, y un buen día dejé
    el servicio en el ejército indobritánico para largarme,
    repatriarme y olvidar a la mujer desalmada" (ibíd.: 44).

  • Mencionamos, finalmente, su misión como miembro del ejército
    francés en África del norte, al que se alista en París.
    Las razones por las cuales lo hace no obedecen a una mentalidad colonialista:
    comenta que en París "anduvo de teatro en teatro, y por cuanto
    sitio de reuniones femeninas hubiere, haciéndome presentar también
    en varias casas y tertulias distinguidas", mas "todo lo que
    veía no me servía de más que para hacer comparaciones
    con Lidia y redundaba a favor de ella. […] En una palabra, enfermé
    de nuevo" (ibíd.: 44). Es por ello que decide abandonar esta
    ciudad y regresar al ámbito de la violenta camaradería masculina
    en el que ha tenido tantos éxitos. En Argelia, vuelve a mostrarse,
    como en aquella "selva pagana" en la India, en extremo violento:
    cuenta que su misión era "derribarles a los beduinos de amplio
    manto sus ridículos sombreros de paja, de forma de torre, [y] cruzarles
    a golpes la cabeza, cosas que cumplí con un afán tan furioso
    que también ascendí entre los franceses y llegué
    a coronel" (ibíd.: 45). La escasa convicción con que
    Pancracio desempeña sus tareas en el desierto argelino queda de
    manifiesto en el hecho de que, tras su encuentro decisivo con el león
    (ibíd.: 47 y s.), presenta su dimisión, olvidándose
    en el acto de toda tentativa colonialista, y vuelve al hogar.

3.2. Genderización del discurso colonialista

No hay, ni en el relato ni en la psicología de Pancracio, un
interés por cuestiones de índole geopolítica. El héroe
no ha internalizado el discurso colonialista, sino que, a pesar de
todos sus actos de violencia, se mantiene a cierta distancia de los acontecimientos.
Esto obedece, podemos postular, al hecho de que el discurso colonialista está
genderizado: está en función de una representación específica
de la relación entre lo masculino y lo femenino. La genderización
del discurso colonialista
se manifiesta de dos formas en la novela corta:
como domesticación de lo femenino por el sujeto colonialista
(por el hombre), de un lado, y como aniquilamiento del deseo sexual,
de lo instintivo en el hombre, en el sujeto colonialista mismo, de otro. Es
decir que aquella funciona, desde la perspectiva del protagonista de Pancracio,
el huraño
, como una doble violencia: hacia la mujer (hacia fuera)
y hacia su propia sensualidad humano-animal (hacia dentro).

Domesticación de lo femenino

Best da cuenta de una tradición arraigada en el pensamiento
occidental, que consiste en la "transferencia de los atributos de la
mujer al espacio", lo cual, a su vez, es concomitante de la identificación
de los atributos masculinos con los del tiempo (Best, 2002: 185). La masculinización
del tiempo (esto puede ponerse en relación con el instinto
formativo
que, en la novela corta, es un atributo exclusivamente masculino)
y la feminización del espacio implican que este último,
como la naturaleza y el cuerpo femenino, desde esta perspectiva, se constituyen
en elementos susceptibles de ser dominados y domesticados por el hombre (ibíd.:
187). Si en términos geopolíticos no puede decirse que Pancracio
sea un sujeto colonialista, esto sí puede aplicarse a su visión
de lo femenino y de su "misión" en relación con ello.

La domesticación extrema de lo femenino por lo masculino
(por Pancracio) está representada por aquella mujer hindú que
salva de las llamas. El héroe comenta que, al hacerlo, ella "se
portó como una posesa y quería a todo trance quemarse con el
viejo rancio [i.e. su marido muerto], de modo que tuve gran trabajo para dominarla
y apaciguarla" (ibíd.: 42).

Al parecer, tiene éxito en este cometido: la casa con un hindú
cristianizado por el cual ella "llegó a sentir mucho cariño"
(íd.) (la pasividad extrema de esta mujer remite a la madre y la hermana
de Pancracio,15 en términos de mujeres ideales para el varón).
Después de este episodio, el héroe queda admirado de la "fidelidad
conyugal" de estas mujeres, con lo cual se despierta en él "el
deseo de disfrutar de semejante fidelidad incondicional" (íd.).
Es esta la razón que lo lleva de nuevo a casa del gobernador.

En el camino, fantasea acerca de la posibilidad de domesticar a
Lidia ("me figuré una vida en la que un marido prudente y hábil
supiera transformar día a día y hora a hora las perversidades
y las deficiencias de una consorte" [ibíd.: 43]). Concibe el proyecto
de desposarla y volverla aquel "corderito" del que esta se mofaba.
El joven revela estar poseído por esta "idea fija" (íd.)
(nótese el contraste con la poca convicción con la que emprende
las empresas coloniales propiamente dichas). Mas, a diferencia del éxito
que tiene en sus misiones militares, con Lidia fracasa rotundamente. De nuevo
prevalece la doble razón que hemos comentado más arriba: de
un lado la independencia indomable de Lidia, de otro, los sentimientos de
minusvalía del héroe. Se revela finalmente que Lidia "sentía
el amor a sí misma con tanto vigor como si fuese el amor hacia un hombre"
(ibíd.: 37): Pancracio la reencuentra rodeada de pretendientes a los
que ella desestima, al mismo tiempo que se siente alagada en una "morbosa
exaltación" (ibíd.: 43). Lidia resulta inalcanzable en
su independencia femenina autoconsciente; por otro lado, la presencia de otros
pretendientes constituye un obstáculo insuperable para el héroe,
en vista de sus no superados sentimientos de minusvalía.

Lidia no puede ser subyugada "pacíficamente", por
la vía del matrimonio, a la manera de aquella mujer hindú. Es
incolonizable. Tiene lugar, en vista de esto, un doble proceso: por
un lado, de animalización de la hija del gobernador y, por
otro, de sublimación, por parte de Pancracio, de su deseo
no consumado, en la forma de una violencia contra los sujetos
subalternos
de las colonias y, simbólicamente, el león.
La domesticación imposible de Lidia encuentra su solución
en su muerte simbólica
. Fracasada la vía "pacífica"
de domesticación, en efecto, la relación entre aquel y el objeto
de su amor adopta la forma de la del cazador y la presa.
Al final de la disputa que sigue a la declaración de amor de Pancracio,
Lidia deviene "fiera" (ibíd.: 39); él la llama "burra"
y "gansa", y menciona que "su boca, tan hermosa otrora, [estaba]
desfigurada ahora por un gesto torcido y fiero" (ibíd.: 40). Entiende
lo que le sucede con Lidia en los términos de la caza, y que su "salvación"
reside en la adopción de la frialdad del cazador (dice sentirse "como
[…] un cazador que de súbito se ve enfrentado a una jabalina cuando
esperaba una corsa noble y tímida"). Luego reprime un deseo irracional
(¿de poseerla por la fuerza, de matarla?) ("la situación
era extremadamente tensa, al punto que advertí que yo estaba a punto
de cometer una tontería o una insensatez, cosas en las cuales estaba
resuelto a no incurrir
" [ibíd.: 36]). Ante la imposibilidad
de satisfacerlo en el cuerpo de Lidia, aquel se manifiesta, primero, como
violencia colonialista (en la selva "pagana" y más
tarde en el desierto argelino, como ya mostramos), y luego, como la violencia
de un cazador contra un león.

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  • Cf. Spivak: "Si en el contexto de la producción
    colonial el individuo subalterno no tiene historia y no puede hablar,
    cuando ese individuo subalterno es una mujer su destino se encuentra todavía
    más profundamente a oscuras" (1998: 199).

El león, en cierta medida, además de símbolo
del sujeto subalterno de las colonias
, es Lidia y, con ella, lo femenino
no domesticado
(no sólo el león, también el jabalí
al que Pancracio mata luego del episodio en el que se enamora de Lidia). Esto
queda claro al estudiar el proceso de animalización de la hija del
gobernador, y más aun si se tiene en cuenta el paralelismo existente
entre la escena de la declaración de amor y la del encuentro con el
león:16 así como el "peligroso egoísmo" de
Lidia lo encuentra "desarmado" ("esperaba una corsa" y
dio con una "jabalina" [ibíd.: 38]), la aparición
de la fiera tiene lugar en un momento en el cual el joven militar deja su
escopeta para bajar a beber agua en una cañada y lo asalta,
por otro lado, el recuerdo de Lidia (ibíd: 46) (para este paralelismo
estructural, v. Kaiser, 1981: 290). Es en este preciso instante de debilidad
que aparece el león, la "fiera", ¿Lidia? (íd.).
La bestia salta sobre la escopeta de Pancracio, que este ha dejado olvidada
al bajar al arroyo a beber agua. El arma de fuego, símbolo de su virilidad
masculina
(que conocemos ya desde el buque que lo ha llevado a Nueva
York), ha quedado bajo el león, "bajo su abdomen", más
precisamente. Las connotaciones sexuales de esta escena, si bien sutiles,
están presentes. El episodio concluye con la aparición de dos
soldados franceses con cuya ayuda el héroe da muerte a la fiera. La
matan con brutalidad excesiva: Pancracio le dispara dos veces en una oreja
y, además, junto a sus compañeros, dice, "tuvimos que hacer
pedazos las culatas de nuestras armas en [su] cuerpo" (Keller, 1978:
48). Pocos días después, mágicamente curado de su hurañía,
vuelve al hogar materno, llevándose de recuerdo la piel del león.17
Hay otro hecho que sirve para pensar en la "muerte" (o el asesinato)
de Lidia: cuando Pancracio les relata a su madre y hermana la parte de su
historia en la que tiene lugar su relación con Lidia, las mujeres se
quedan dormidas. A la mañana siguiente, le piden al coronel que les
cuente de nuevo su historia de amor, pero este les responde que "la había
contado una sola vez y que no volvería a hacerlo jamás; que
aquella había sido la primera y la última oportunidad en que
con alguien se acordara de la malhadada intriga amorosa, y punto final"
(ibíd.: 48). Entonces ellas le proponen que aunque sea les diga su
nombre. Él les responde: "¡Jamás volveré a
pronunciar ese nombre!". Y el narrador asegura finalmente que "cumplió
con su palabra, pues nadie volvió jamás a oírlo de sus
labios, y al final parecía como si él mismo lo hubiese olvidado"
(ibíd.: 48).

Autocolonización masculina

Ahora bien: constituye también un hecho constatable que el proceso
formativo de Pancracio es, en realidad, un proceso de militarización
e institucionalización y de represión de
sus instintos sexuales, del deseo (Kaiser, 1981: 286). El aniquilamiento violento
del león puede ser entendido, en este sentido, ya no como un asesinato
simbólico de Lidia, sino como destrucción del deseo (esta lectura
puede confirmarse mediante un cotejo entre el episodio del león en
Pancracio, el huraño y los episodios del tigre y, de nuevo,
el león, en el relato Novela corta [Novelle] (1828), de J.
W. Goethe, que constituye uno de sus intertextos).18 De modo que el proceso
de humanización, de Bildung de Pancracio (recordemos
que la novela corta de Keller se inscribe en la tradición de las Bildungsnovellen
y del Bildungsroman) concluye no en la adquisición de
una personalidad omnilateral, sino en un baño de sangre (en el asesinato
del león, en el aniquilamiento de una dimensión de lo humano:
el erotismo) (Kaiser, 1981: 294).

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  • También se podría tener en cuenta el modo
    en que Lidia y Pancracio se acercan y se alejan, es decir, la coreografía
    de su relación, con la manera en que este último sigue el
    rastro del león: se ha- bla de una "fiera", de un "sujeto
    muy ladino", y el narrador comenta que "anduvimos durante varios
    días, uno en pos del otro, como dos gatos que quieren zamarrearse,
    yo mudo como una tumba y él rugiendo estruendosamente de tanto
    en tanto" (ibíd.: 45 y s.).

  • Es llamativo el modo en que la ya avejentada Estercita reacciona
    al verla: "cogió la piel de león por la majestuosa
    y larga cola, la arrastró por el suelo, muerta de risa y exclamando
    una y otra vez: "¿Pero qué piel es esta? ¿Qué
    monstruo es este"" (ibíd.: 18).

  • En Novelle, Honorio mata al tigre con un disparo
    en la cabeza, queriendo, al mismo tiempo, ani- quilar su inclinación
    por una princesa ya comprometida. La piel de la fiera, piensa, ha de lucirse
    en el trineo de esta última, como símbolo, a decir verdad,
    de una renuncia a la princesa, ya desposada y, por lo tanto, prohibida
    (Goethe, 1992: 25). Este gesto, que simboliza el aniquilamiento de la
    pasión por la razón, con todo, es mostrado como erróneo
    y perjudicial por los propios sucesos del relato.

Pancracio decide regresar, entonces, a su casa, curado de su hurañía,
esto es, dispuesto a convertirse en un hombre sociable y trabajador, a hacer
que "la vida fuese lo más agradable posible para mí y para
los demás" (ibíd.: 47). Sabemos, con todo, que ha abandonado
sus posibilidades de ser feliz: "por fin, me di vuelta para alejarme,
sin volver a mirarla, pero con la sensación de que en ese momento dejaba
a mis espaldas para siempre todo lo que en esta vida me pudo haber correspondido
de dicha íntegra" (ibíd.: 41), se lee en ocasión
de la última vez que ve a Lidia. Pancracio paga un precio muy alto
por su inserción social, por su madurez. Al final, ya convertido
en un hombre formado, él se animaliza también (como
Lidia). La mañana en que regresa a casa tras quince años de
ausencia, sucede otra cosa fuera de lo común: tiene lugar, antes de
la llegada del coronel, un desfile circense que atrae a los chicos del pueblo.
Entre otras cosas maravillosas, "conducido por su nariguera, apareció
un gran oso; dos o tres hombres conducían la caravana". No sólo
el hecho de que el oso se enfade como lo hacía Pancracio en la casa
materna ("el oso ejecutó sus danzas y demostró sus habilidades
chuscas, a la par que, a veces, gruñía malhumorado"),
también que su madre lo identifique con este animal ("el oso malo
le inspiraba lástima, y de nuevo se acordaba del desaparecido"
[ibíd.: 16]) revela que la aparición, pocos minutos después,
de Pancracio mismo, debe ser entendida en el sentido de que este regresa a
casa encadenado, disminuido en su libertad como esa bestia circense.
La aniquilación de su instinto animal lo ha convertido en un animal
encadenado
.

Conclusiones

En Pancracio, el huraño el espacio natural de
la mujer es el ámbito doméstico; su actitud, la pasividad
y fidelidad al varón (representada ejemplarmente en la
joven mujer hindú, de un lado, y en la madre y la hermana de Pancracio,
que lo esperan fielmente durante quince años, de otro). Las mujeres
independientes (Lidia), que no aceptan esa restricción, se vuelven
bestiales, representan una femineidad excesiva y peligrosa para el hombre.
Este, por su parte, es, por naturaleza, activo, y posee un instinto
formativo
que lo impulsa a viajar (a volverse un homeless
[Heynen]) y progresar, adquirir una personalidad independiente). El héroe
del relato, en efecto, viaja y se forma, pero en su constitución
psíquica hay elementos disruptivos: su hurañía infantil,
reprimida en un proceso de institucionalización y militarización
que se inicia tras su huida del hogar, se manifiesta más tarde
en la forma de un poco masculino complejo de inferioridad, que le
imposibilita encauzar maduramente su deseo sexual hacia la mujer
de la que se enamora. Lidia, una mujer-bestia, independiente, se convierte
en una amenaza, por su independencia misma, y porque en ella se encarna su
deseo masculino, que él mismo concibe como un peligro en su
maduración personal, entendida estrictamente en términos de
utilidad social. Lidia (demasiado emancipada) y Pancracio (que se
siente inferior a los demás y no sabe cómo conciliar su deseo
con el mandato social) simbolizan, en este sentido, la imposibilidad del entendimiento
mutuo entre los géneros ("hay épocas nefastas en las que
los sexos intercambian sus enfermedades y uno participa de las flaquezas del
otro", afirma al respecto el héroe del relato [1978: 28]). El
casamiento artificial con su madre y su hermana, al final de la narración,
es un irónico happy end que constata esto mismo.

En fin: hay, por otro lado, se puede pensar, una crítica
al proceso civilizatorio europeo y su dominio del mundo por
la fuerza, que es explicado en términos psicologistas como
mecanismo de compensación en un sentido doble: reacción
del hombre ante la emancipación de la mujer (animalización de
Lidia) y sublimación del deseo antisocial (temor ante la propia animalización).
La economía colonialista es descripta en el relato, en primer término,
como un proceso que supuestamente lleva la destrucción a las colonias
y la paz y el bienestar a la metrópoli.19 Pancracio, el huraño
delata, con todo, que este intercambio no es gratuito para el
sujeto colonialista europeo. El símbolo central en este punto es el
león: su destrucción no implica sólo el asesinato
simbólico de Lidia, sino también la represión de la dimensión
erótica de la propia individualidad. Más aun, el león
argelino es encarnación del sujeto sub- alterno mismo (del hindú,
del beduino): esto habilita a pensar en una relación de solidaridad
entre las nociones de violencia de género, colonialismo
e integración social vía represión del deseo.
No es más que la ambigua variante kelleriana –misógina
(ya que la liberación femenina es vista como un mal) pero
anticolonialista– de una preocupación recurrente en la época
del Realismo poético alemán (piénsese sobre
todo en la crítica antiimperialista a la prusianización de Alemania
en la obra tardía de Theodor Storm).

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19. Recordemos que, en el buque que lo lleva a Nueva York,
el héroe repara y confecciona armas de fuego "para trocarlas,
cuando llegaba la oportunidad, en las costas habitadas por los salvajes, por
valiosas mercancías de paz y tiernos productos de la naturaleza"
(ibíd.: 23).

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. Tübingen: Niemeyer,
pp. 441-480.

Vedda, Miguel. 2001. "Elementos formales de la novela
corta". En Antología de la novela corta alemana. De Goethe
a Kafka
. Buenos Aires: Colihue, pp. 5-24. Es- tudios preliminares, traducción
y notas de Fernanda Aren, Silvina Rotemberg y Miguel Vedda.

 

 

Autor:

Martín Koval

Licenciado en Letras y doctorando en la Universidad de Buenos. Auxiliar
docente de la cátedra Li- teratura Alemana (FFyL, UBA) y becario de
doctorado (UBA, 2009-2012, y de Conicet a partir de 2012). Sus especialidades
son la novela de formación y el Realismo poético
(Gottfried Keller, Adalbert Stifter et al.). ?

Revista del Departamento de Letras

www.letras.filo.uba.ar/exlibris

Enviado por:

César Agustín Flores

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