Consideraciones experimentales comunes a los seres vivos y a los cuerpos inertes
- La espontaneidad de los cuerpos vivos no se opone al empleo de la experimentación
- La manifestación dé las propiedades de los cuerpos vivos, está ligada a la existencia de ciertos fenómenos físico-químicos que rigen su aparición
- El objetivo de la experimentación es el mismo en el estudio de los fenómenos de los cuerpos vivos, y en el estudio de los fenómenos de los cuerpos inertes
- Hay determinismo absoluto en las condiciones de existencia de los fenómenos naturales, tanto en los cuerpos vivos como en los cuerpos inertes
- Para llegar al determinismo de los fenómenos en las ciencias biológicas como en las ciencias físico-químicas, hay que referir los fenómenos a condiciones experimentales definidas y tan simples como sea posible
- En los cuerpos vivos lo mismo que en los cuerpos inertes, los fenómenos tienen siempre una doble condición de existencia
- En las ciencias biológicas como en las ciencias físico-químicas, el determinismo es posible porque, en los cuerpos vivos como en los cuerpos inertes, la materia no puede tener ninguna espontaneidad
- El límite de nuestros conocimientos es el mismo en los fenómenos de los cuerpos vivos y en los fenómenos de los cuerpos inertes
- En las ciencias de los cuerpos vivos, como en las de los cuerpos inertes, el experimentador nada crea; no hace más que obedecer las leyes de la naturaleza
- Consideraciones experimentales especiales a los seres vivientes
La espontaneidad de los cuerpos vivos no se opone al empleo de la experimentación
La espontaneidad de que gozan los seres dotados de vida, ha sido una de las principales objeciones suscitadas contra el empleo de la experimentación en los estudios biológicos. En efecto, todo ser vivo se nos aparece como provisto de una especie de fuerza interior que preside a manifestaciones vitales de más en más independientes de las influencias cósmicas generales, a medida que el ser se eleva en la escala de la organización. En los animales superiores y en el hombre, por ejemplo, parece tener como resultado el sustraer el cuerpo vivo a las influencias físico-químicas generales volviéndolo así muy difícilmente accesible a la experimentación.
Los cuerpos inertes no presentan nada semejante, y cualquiera que sea su naturaleza están desprovistos de espontaneidad. Además, estando la manifestación de sus propiedades encadenada de una manera absoluta a las condiciones físico-químicas que los rodean y les sirven de medio, resulta de ello que la experimentación puede alcanzarlos fácilmente y modificarlos a voluntad.
Por otro lado, todos los fenómenos de un cuerpo vivo están en una armonía recíproca tal, que parece imposible separar una parte del organismo sin producir inmediatamente una perturbación en todo el conjunto. En los animales superiores, en particular, la sensibilidad más exquisita provoca reacciones y perturbaciones todavía más considerables.
Muchos médicos y fisiólogo s especulativos, así como anatomistas y naturalistas, han explotado estos diversos argumentos para levantarse contra la experimentación en los seres vivientes. Han supuesto que la fuerza vital estuviera en oposición con las fuerzas físico-químicas, que dominara todos los fenómenos de la vida, los sometiera a leyes completa-mente especiales, e hiciera del organismo un todo organizado al que el experimentador no podría tocar sin destruir el carácter mismo de la vida. Hasta han llegado a decir que los cuerpos inertes y los cuerpos vivos, difieren radicalmente desde este punto de vista, de tal suerte que la experimentación seria aplicable a los unos y no a los otros. Cuvier, que comparte esta opinión, y que piensa que la fisiología debe ser una ciencia de observación y de deducción anatómica, se expresa así: "Todas las partes de un cuerpo vivo están ligadas; no pueden obrar más que mientras obren todas en conjunto: querer separar una de la masa, es reconducirla al orden de las sustancias muertas, es cambiar enteramente su esencia".
Si las objeciones precedentes fueran fundadas, equivaldrían a reconocer, o bien que no hay determinismo posible en los fenómenos de la vida, lo que sería negar simplemente la cien-cia biológica; o bien que la fuerza vital debe ser estudiada por procedimientos particulares, y que la ciencia de la vida debe reposar en principios distintos a los de la ciencia de los cuerpos inertes. Estas ideas, corrientes en otras épocas, pierden terreno sin duda cada vez más hoy día; pero importa, sin embargo, extinguir sus últimos gérmenes porque lo que queda todavía en ciertos espíritus de estas ideas vitalistas, constituye un verdadero obstáculo a los progresos de la medicina experimental.
Me propongo, pues, establecer que la ciencia de los fenómenos de la vida, no puede tener bases distintas a las de la ciencia de los fenómenos de los cuerpos inertes, y que bajo este aspecto no hay ninguna diferencia entre los principios de las ciencias biológicas y los de las ciencias físico-químicas. En efecto, como lo hemos dicho precedentemente, el objeto que se propone el método experimental es el mismo en todas partes; consiste en ligar por medio de la experiencia los fenómenos naturales a sus condiciones de existencia o a sus causas inmediatas. En biología, una vez conocidas estas condiciones, el fisiólogo podrá dirigir la manifestación de los fenómenos de la vida, como el físico y el químico dirigen los fenómenos naturales cuyas leyes han descubierto; pero no por ello el investigador obrará sobre la vida.
Hay un determinismo absoluto único en todas las ciencias, porque estando encadenado cada fenómeno de una manera necesaria a condiciones físico-químicas, el investigador puede modificarlas para dominar el fenómeno, es decir, para impedir o favorecer su manifestación. Nada hay que objetar a esto por lo que se refiere a los cuerpos inertes. Quiero probar que ocurre lo mismo con los cuerpos vivos, y que para ellos también el determinismo existe.
La manifestación dé las propiedades de los cuerpos vivos, está ligada a la existencia de ciertos fenómenos físico-químicos que rigen su aparición
La manifestación de las propiedades de los cuerpos inertes, está ligada a condiciones ambientes de temperatura y de humedad por intermedio de las cuales el experimentador puede gobernar directamente el fenómeno mineral. Los cuerpos vivos no parecen susceptibles a primera vista de ser influenciados así por las condiciones físico-químicas circundantes; pero esto no es más que una ilusión, que se debe a que el animal posee y mantiene en sí las condiciones de calor y de humedad necesarias a las manifestaciones de los fenómenos vitales. De ello resulta que el cuerpo inerte, subordinado a todas las condiciones cósmicas, se encuentra encadenado a todas sus variaciones, mientras que el cuerpo vivo permanece por el contrario independiente y libre en sus manifestaciones; este último parece animado por una fuerza interior que rigiera to-dos sus actos y que lo emancipara de la influencia de las variaciones y de las perturbaciones físico-químicas ambientes. Es este aspecto tan diferente de las manifestaciones de los cuerpos vivos comparadas con las manifestaciones de los cuerpos inertes, lo que ha llevado a los fisiólogos llamados vitalistas a admitir en los primeros una fuerza vital que estaría en lucha incesante con las fuerzas físico-químicas, y que neutralizaría su acción destructora sobre el organismo vivo. Según esta manera de ver, las manifestaciones de la vida estarían determinadas por la acción espontánea de esta fuerza vital particular, en lugar de ser, como en los cuerpos inertes, el resultado necesario de las condiciones o de las influencias físico-químicas de un medio ambiente. Pero si se reflexiona sobre ello, se verá bien pronto que esta espontaneidad de los cuerpos vivos, no es más que una simple apariencia, y la consecuencia de cierto mecanismo de rodajes perfectamente determinados; de suerte que en el fondo será fácil probar que las manifestaciones de los cuerpos vivos, igual que las de los cuerpos inertes, están dominadas por un determinismo necesario que las encadena a condiciones de orden puramente físico-químico.
Notemos desde el principio que esta especie de independencia del ser viviente en el medio cósmico ambiente no aparece más que en los organismos complejos y superiores. En los seres inferiores, reducidos a un organismo elemental, como, por ejemplo, los infusorios, no hay independencia real. Estos seres no manifiestan las propiedades vitales de que están dotados más que bajo la influencia de la humedad, de la luz, del calor externo, y en cuanto faltan una o varias de esas condiciones, la manifestación vital cesa, porque el fenómeno físico-químico paralelo a ella se detiene. En los vegetales, los fenómenos de la vida están igualmente ligados para sus manifestaciones, a las condiciones de calor, de humedad y de luz del medio ambiente.
Otro tanto ocurre en los animales de sangre fría; los fenómenos de la vida se entorpecen o se activan siguiendo las mismas condiciones. Ahora bien, estas influencias que provocan, aceleran o retardan las manifestaciones vitales en los seres vivientes, son exactamente las mismas que provocan, aceleran o retardan las manifestaciones de los fenómenos físico-químicos en los cuerpos inertes. De suerte que en lugar de ver, a ejemplo de los vitalistas, una especie de oposición y de incompatibilidad entre las condiciones de las manifestacio-nes vitales y las condiciones de las manifestaciones físico-químicas, hay que constatar por el contrario entre esos dos órdenes de fenómenos un paralelismo completo y una relación directa y necesaria. Es sólo en los animales de sangre caliente en los que parece haber independencia entre las condiciones del organismo y las del medio ambiente; en estos animales, en efecto, la manifestación de los fenómenos vitales no sufre más las alternativas y las va-riaciones que experimentan las condiciones cósmicas, y parece que una fuerza interior vie-ne a luchar contra esas influencias y a mantener a despecho de ellas el equilibrio de las fun-ciones vitales. Pero en el fondo no hay nada de esto, y lo que ocurre se debe simplemente a que, a consecuencia de un mecanismo protector más completo, que vamos a estudiar, el medio interno del animal de sangre caliente entra más difícilmente en equilibrio con el medio cósmico externo. Las influencias exteriores no aportan, consecuentemente, modifi-caciones y perturbaciones en la intensidad de las funciones del organismo, más que cuando el sistema protector del medio orgánico deviene insuficiente en condiciones dadas.
§ IH.-Los fenómenos fisiológicos de los organismos superiores, tienen lugar en los medios orgánicos internos perfeccionados y dotados de propiedades físico-químicas constantes.
Es muy importante para comprender bien la aplicación de la experimentación a los seres vivientes, estar perfectamente seguro de las nociones que desarrollamos en este momento. Cuando se examina un organismo viviente superior, es decir, complejo, y se le ve cumplir sus diferentes funciones en el medio cósmico general y común a todos los fenómenos de la naturaleza, parece, hasta cierto punto, independiente en ese medio. Pero esta apariencia se debe simplemente a que nos ilusionamos acerca de la simplicidad de los fenómenos de la vida. Los fenómenos exte-riores que percibimos en este ser viviente son en el fondo muy complejos; son la resultante de una multitud de propiedades íntimas de elementos orgánicos, cuyas manifestaciones están ligadas a las condiciones físico-químicas de los medios internos en que están sumergidos. Suprimimos, en nuestras explicaciones, el medio interno, para no ver más que el medio externo que está bajo nuestros ojos. Pero la explicación real de los fenómenos de la vida, reposa en el estudio y en el conocimiento de las partículas más tenues y más desligadas que constituyen los elementos orgánicos del cuerpo. Esta idea, emitida en biología desde hace mucho tiempo por grandes fisiólogos, parece cada vez más verdadera a medida que la ciencia de la organización de los seres vivientes hace mayores progresos. Lo que hay que saber, además, es que estas partículas íntimas del organismo, no manifiestan su actividad vital más que por una relación físico-química necesaria con medios íntimos que debemos igualmente estudiar y conocer. Por otra parte, si nos limitamos al examen de los fenómenos de conjunto visibles al exterior, podremos creer erróneamente que hay en el ser vivo una fuerza propia que viola las leyes físico-químicas del medio cósmico general, del mismo modo que un ignorante podría creer que en una máquina que sube por los aires o que corre sobre la tierra, hay una fuerza especial que viola las leyes de la gravitación. Ahora bien, el organismo vivo no es más que una máquina admirable dotada de las propiedades más maravillosas y puesta en actividad con ayuda de los mecanismos más complejos y más delicados. No hay fuerzas en oposición y en lucha las unas con las otras; en la naturaleza no puede haber más que arreglo y desarreglo, armonía y desarmonía.
En la experimentación sobre los cuerpos inertes, no hay que tener en cuenta más que un solo medio: el medio cósmico externo; mientras que en los seres vivientes superiores, hay que considerar dos medios por lo menos: el medio externo o extra-orgánico, y el medio interno o intra-orgánico. Todos los años en mi curso de fisiología de la Facultad de Ciencias, desarrollo estas ideas nuevas sobre los medios orgánicos, ideas que considero como la base de la fisiología general; ellas son necesariamente también la base de la patología general, y estas mismas nociones nos guiarán en la aplicación de la experimentación a los seres vivientes. Porque, como ya lo he dicho antes, la complejidad debida a la existencia de un medio orgánico interno, es la única razón de las grandes dificultades que encontramos en la determinación experimental de los fenómenos de la vida, y en la aplicación de los medios capaces de modificarlos.[1]
El físico y el químico que experimentan en los cuerpos inertes, no teniendo que considerar más que el medio externo, pueden, con ayuda del termómetro, del barómetro y de todos los instrumentos que constatan y miden las propiedades de este medio exterior, colocarse sienpre en condiciones idénticas. Para el fisiólogo estos instrumentos no bastan, y por otra parte, es en el medio interno donde debería hacerlos actuar. En efecto, es el medio interno de los seres vivos el que está siempre en relación inmediata con las manifestaciones vitales, normales o patológicas, de los elementos orgánicos. A medida que nos elevamos en la escala de los seres vivientes, la organización se complica, los elementos orgánicos devienen más delicados y tienen necesidad de un medio interno más perfeccionado. Todos los líquidos circulantes, el licor sanguíneo y los flúidos intra-orgánicos constituyen en realidad este medio interno.
En todos los seres vivientes el medio interno, que es un verdadero producto del organismo, conserva relaciones necesarias de intercambio y de equilibrio con el medio cosmico externo; pero a medida que el organismo deviene más perfecto, el medio orgánico se especializa y se aisla en cierto modo cada vez más del medio ambiente. En los vegetales y en los animales de sangre fría, como ya lo hemos dicho, este aislamiento es menos completo que en los animales de sangre caliente; en estos últimos el liquido sanguíneo posee una temperatura y una constitución más o menos fija y semejante. Pero estas condiciones diversas no podrían establecer una diferencia de naturaleza entre los diversos seres vivientes; ellas no constituyen más que perfeccionamientos en los mecanismos aisladores y protectores de los medios. Las manifestaciones vitales de los animales varían solamente porque las condiciones físico-químicas de sus medios internos varían; es así que un mamífero, cuya sangre ha sido enfriada, sea por el descenso natural de la temperatura invernal, sea por ciertas lesiones del sistema nervioso, se aproxima enteramente, por las propiedades de sus tejidos, a un animal de sangre fría propiamente dicho.
En resumen, de acuerdo a lo anterior, es posible hacerse una idea de la complejidad enorme de los fenómenos de la vida, y de las dificultades casi insalvables que su determinación exacta presenta para el fisiólogo, cuando se ve obligado a llevar la experimentación a esos medios internos u orgánicos. Sin embargo, estos obstáculos no nos espantarán si estamos bien convencidos de que marchamos por la buena vía. En efecto, hay un determinismo absoluto en todo fenómeno vital; por lo tanto, hay una ciencia biológica y en consecuencia todos los estudios a que nos entreguemos no serán inútiles. La fisiología general es la ciencia biológica fundamental hacia la que todas las otras convergen. Su problema consiste en determinar la condición elemental de los fenómenos de la vida. La patología y la terapéutica reposan igualmente sobre esta base común. La vida se manifiesta en el estado de salud por la actividad normal de los elementos orgánicos; las enfermedades se caracterizan por la actividad anormal de estos mismos elementos, y en fin, la terapéutica puede actuar sobre los elementos orgánicos a través del medio orgánico modificado por ciertas sustancias tóxicas o medicamentosas. Para llegar a resolver estos diversos problemas, hay, en cierta manera, que descomponer sucesivamente el organismo, como se desmonta una máquina para reconocer y estudiar todos sus rodajes; lo que quiere decir que antes de llegar a la experimentación sobre los elementos, hay que experimentar al comienzo sobre los aparatos y sobre los órganos. Es preciso, pues, recurrir a un estudio analítico sucesivo de los fenómenos de la vida, haciendo uso del mismo método experimental que sirve al físico y al químico para analizar los fenómenos de los cuerpos inertes. Las dificultades que resultan de la complejidad de los fenómenos de los cuerpos vivos, se presentan únicamente en la aplicación de la experimentación; porque en el fondo el objetivo y los principios del método, continúan siendo exactamente los mismos.
El objetivo de la experimentación es el mismo en el estudio de los fenómenos de los cuerpos vivos, y en el estudio de los fenómenos de los cuerpos inertes
Si el físico y el fisiólogo se distinguen en que uno se ocupa de los fenómenos que ocurren en la materia inerte y el otro de los fenómenos que se cumplen en la materia viva, no difieren, sin embargo, en cuanto al objetivo que quieren alcanzar. En efecto, uno y otro se proponen como objetivo común, remontar a la causa inmediata de los fenómenos que estudian. Ahora bien, lo que llamamos la causa inmediata de un fenómeno, no es otra cosa que la condición física y material de su existencia o de su manifestación. El objetivo del método experimental o el término de toda búsqueda científica, es pues idéntico para los cuerpos vivos y para los cuerpos inertes; consiste en encontrar las relaciones que unen im fenómeno cualquiera a su causa inmediata, o dicho de otra manera, en determinar las condiciones necesarias para la manifestación de ese fenómeno. En efecto, cuando el experimentador ha llegado a conocer las condiciones de existencia de un fenómeno, es en cierta manera su dueño; puede predecir su marcha y su manifestación, favorecerla o impedida a voluntad. Desde entonces el objetivo del experimentador ha sido alcanzado: por medio de la ciencia, ha extendido su poder hasta un fenómeno cualquiera.
Definiremos, pues, la fisiología como: la ciencia que tiene por objeto estudiar los fenómenos de los seres vivientes, y determinar las condiciones materiales de su manifestación. Es sólo por el método analítico o experimental como podemos llegar a esta determinación de las condiciones de los fenómenos, tanto en los cuerpos vivos como en los cuerpos inertes; porque razonamos igualmente para experimentar en todas las ciencias.
Para el fisiólogo experimentador no podrá haber allí ni espiritualismo ni materialismo. Estas palabras pertenecen a una filosofía natural que ha envejecido, caerán en desuso por el progreso mismo de la ciencia. No conoceremos jamás ni el espíritu ni la materia, y si hubiera lugar aquí, mostraría fácilmente que de un lado como de otro se llega bien pronto a negaciones científicas, de donde resulta que todas las consideraciones de esta especie son ociosas e inútiles. No hay para nosotros otra cosa que fenómenos ofrecidos a nuestro estudio, de los que debemos conocer las condiciones materiales de sus manifestaciones, y determinar las leyes de estas manifestaciones.
Las causas primeras no son del dominio científico, y nos escaparán eternamente, tanto en las ciencias de los cuerpos vivos como en las ciencias de los cuerpos inertes. El método experimental se aparta necesariamente de la búsqueda quimérica del principio vital; no hay fuerza vital ninguna, como no hay tampoco fuerza mineral, o si se quiere,. la una existe tanto como la otra. La palabra fuerza que empleamos no es más que una abstracción de la que nos servimos para comodidad en el lenguaje. Para el mecanicista, la fuerza es la relación de un movimiento con su causa. Para el físico, el químico y el fisiólogo; es lo mismo en el fondo. Debiendo la esencia de las cosas permanecer siempre ignorada para nosotros, no podemos conocer más que las relaciones de esas cosas, y los fenómenos no son más que resultados de esas relaciones. Las propiedades de los cuerpos vivos no se nos manifiestan más que por relaciones de reciprocidad orgánica. Una glándula salival, por ejemplo, sólo existe porque está en relación con el sistema digestivo, Y porque sus elementos histológicos están en ciertas relaciones entre sí y con la sangre; suprimid todas estas relaciones aislando con el pensamiento los elementos del órgano, y la glándula salival no existe más.
La ley nos da la relación numérica del efecto con su causa, Y éste es el objetivo en el que se detiene la ciencia. Cuando se posee la ley de un fenómeno, se conoce pues no solamente el determinismo absoluto de las condiciones de su existencia, sino que se tienen también las relaciones relativas a todas sus variaciones, de suerte que se pueden predecir las modificaciones de este fenómeno en todas las circunstancias dadas.
Como corolario de lo que precede, agregaremos que el fisiólogo o el médico no deben imaginarse que tienen que buscar la causa de la vida o la esencia de las enfermedades. Esto sería perder completamente su tiempo persiguiendo un fantasma. No hay ninguna realidad objetiva en las palabras vida, muerte, salud, enfermedad. Son expresiones literarias de las que nos servimos porque representan para nuestro espíritu la apariencia de ciertos fenómenos. Debemos imitar en esto a los físicos, y decir como Newton a propósito de la atracción: "Los cuerpos caen según un movimiento acelerado del que se conoce la ley: he aquí el hecho, lo real. Pero la causa primera que hace caer estos cuerpos es absolutamente desconocida. Se puede decir, para representarse el fenómenos en el espíritu, que los cuerpos caen como si hubiera una fuerza de atracción que los solicita hacia el centro de la tierra, quasi esset attractio. Pero la fuerza de atracción no existe o no se la ve, no es más que una palabra para abreviar el discurso". Igualmente cuando un fisiólogo invoca la fuerza vital o la vida, él no la ve, no hace más que pronunciar una palabra; el fenómeno vital sólo existe con sus condiciones materiales, y es esta la única cosa que pueda estudiarse y conocerse.
En resumen, el objetivo de la ciencia es en todas partes idéntico: conocer las condiciones materiales de los fenómenos. Pero si ese objetivo es el mismo en las ciencias físico químicas y en 1as ciencias biológicas, es mucho mas difícil de conseguir en las últimas, a causa de la movilidad y de la complejidad de los fenómenos que allí se encuentran.
Hay determinismo absoluto en las condiciones de existencia de los fenómenos naturales, tanto en los cuerpos vivos como en los cuerpos inertes
Hay que admitir como un axioma experimental que en los seres vivientes lo mismo que en los cuerpos inertes… las condiciones de existencia de todo fenómeno están determinadas de una manera absoluta. Lo que quiere decir, en otros términos, que una vez conocida y cumplida la condición de un fenómeno, el fenómeno debe reproducirse siempre y necesa-riamente, a voluntad del experimentador. La negación de esta proposición sería nada menos que la negación de la ciencia misma. En efecto, como la ciencia no es más que lo determinado y lo determinable, se debe forzosamente admitir como axioma que en condiciones idénticas todo fenómeno es idéntico, y que tan pronto como las condiciones no son ya las mismas, el fenómeno cesa de ser idéntico. Este principio es absoluto, tanto en los fenómenos de los cuerpos inertes como en los de los seres vivientes, y la influencia de la vida, sea cualquiera la idea que de ella nos formemos, nada podría cambiar en esto. Tal como lo hemos dicho, lo que se llama la fuerza vital es una causa primera análoga a todas las otras, en el sentido de que ella nos es perfectamente desconocida. Poco importa que se admita o no que esta fuerza difiere esencialmente de las que presiden a las manifestaciones de los fenómenos de los cuerpos inertes; es necesario de cualquier manera que haya determinismo en los fenómenos vitales que ella rige; porque sin ello sería una fuerza ciega y sin ley, lo que es imposible. De aquí resulta que los fenómenos de la vida sólo tienen sus leyes especiales porque hay un determinismo riguroso en las diversas circunstancias que constituyen sus condiciones de existencia o que provocan sus manifestaciones; lo que es la misma cosa. Ahora bien, como ya lo hemos repetido a menudo, sólo con ayuda de la experimentación podemos llegar, en los fenómenos de los cuerpos vivos como en los de los cuerpos inertes, al conocimiento de las condiciones que reglan estos fenómenos y que nos permiten en consecuencia dominarlos.
Todo lo que precede podrá parecer elemental a los hombres que cultivan las ciencias físico-químicas. Pero entre los naturalistas y sobre todo entre los médicos, se encuentran hombres que, en nombre de lo que llaman el vitalismo, emiten sobre el tema que nos ocupa las ideas más erróneas. Piensan que el estudio de los fenómenos de la materia viva, no podría tener ninguna relación con el estudio de los fenómenos de la materia inerte. Consideran la vida como una influencia misteriosa y sobrenatural que obra arbitrariamente emancipándose de todo determinismo, y tachan de materialistas a todos los que se esfuerzan por reducir los fenómenos vitales a condiciones orgánicas y físico-químicas determinadas. Son éstas ideas falsas, que no es fácil extirpar una vez que han tomado posesión de un espíritu; únicamente los progresos de la ciencia las harán desaparecer. Pero las ideas vitalistas, tomadas en el sentido que acabamos de indicar, no son otra cosa más que una especie de superstición médica, una creencia en lo sobrenatural. Ahora bien, en medicina la creencia en las causas ocultas, que se le llame vitalismo o de otro modo, favorece la ignorancia y crea una especie de charlatanismo involuntario, es decir, la creencia en una ciencia infusa e indeterminable. El sentimiento del determinismo absoluto de los fenómenos de la vida lleva, por el contrario, a la ciencia real, y nos da una modestia que resulta de la conciencia de nuestros escasos conocimientos y de las dificultades de la ciencia. A su vez, este sentimiento es el que nos incita a trabajar para instruirnos, y en definitiva, es a él solamente que la ciencia debe todos sus progresos.
Yo estaría de acuerdo con los vitalistas si quisieran reconocer simplemente que los seres vivientes presentan fenómenos que no se encuentran en la naturaleza inerte, y que por consiguiente les son característicos. Admito en efecto que las manifestaciones vitales no podrían ser dilucidadas sólo por los fenómenos físicos-químicos conocidos en la materia inerte. Podría explicarme más ampliamente con respecto al papel de las ciencias físico-químicas en biología, pero quiero solamente decir aquí que, si los fenómenos vitales tienen una complejidad y una apariencia diferentes de los de los cuerpos inertes, ellos no presentan esta diferencia más que en virtud de las condiciones determinadas o determinables que les son propias. Entonces, si las ciencias vitales deben diferir de las otras por sus explicaciones y por sus leyes especiales, no se diferencian en cuanto al método científico. La biología debe tomar a las ciencias físico-químicas el método experimental, pero debe conservar sus fenómenos especiales y sus leyes propias.
En los cuerpos vivos como en los cuerpos inertes, las leyes son inmutables, y los fenóme-nos que estas leyes rigen están ligados a sus condiciones de existencia por un determinismo necesario y absoluto. Empleo acá la palabra determinismo por ser más conveniente que la palabra fatalismo, la que se utiliza algunas veces para expresar la misma idea. El determi-nismo en las condiciones de los fenómenos de la vida, debe ser uno de los axiomas del médico experimentador. Si está bien penetrado de la verdad de este principio, excluirá de sus explicaciones toda intervención de lo sobrenatural, tendrá una fe inquebrantable en la idea de que leyes fijas rigen la ciencia biológica, y tendrá al mismo tiempo un "criterium" seguro para juzgar las apariencias a menudo variables y contradictorias de los fenómenos vitales. En efecto, partiendo del principio de que hay leyes inmutables, el experimentador estará convencido de que los fenómenos jamás pueden contradecirse si son observados en las mismas condiciones, y sabrá que, si muestran variaciones, esto se debe necesariamente a la intervención o a la interferencia de otras condiciones que disfrazan o modifican estos fenómenos. Desde ese momento habrá que tratar de conocer las condiciones de esas variaciones pues no podría haber en ello efecto sin causa. El determinismo deviene así la base de todo progreso y de toda crítica científica. Si al repetir una experiencia, se obtienen resultados discordantes o aun contradictorios, no se deberá jamás admitir excepciones ni contradicciones reales, lo que sería anticientífico; se concluirá única y necesariamente, que existen diferencias de condiciones en los fenómenos, que se pueden o que no se pueden explicar actualmente.
Digo que la palabra excepción es anticientífica; en efecto, siendo conocidas las leyes, no puede haber excepciones, y esta expresión, como tantas otras, no sirve más que para permitirnos hablar de cosas cuyo determinismo ignoramos. Se oye todos los días a los médicos emplear estas palabras: lo más ordinariamente, lo más a menudo, generalmente, o bien expresarse numéricamente diciendo por ejemplo: ocho veces sobre diez las cosas ocurren así; yo he oído decir a viejos prácticos que las palabras siempre y jamás deben ser tachadas en medicina. No critico estas restricciones ni el empleo de esas locuciones, si se las usa como aproximaciones empíricas relativas a la aparición de fenómenos de los que aun ignoramos más o menos las condiciones exactas de existencia. Pero ciertos médicos parecen razonar como si las excepciones fueran necesarias; parecen creer que existe una fuerza vital que puede arbitrariamente impedir que las cosas pasen siempre de la misma manera; de suerte que las excepciones serían consecuencias de la acción misma de esta fuerza vital misteriosa. Ahora bien, esto no puede ser así; lo que hoy se llama excepción, es simplemente un fenómeno del que una o muchas condiciones nos son desconocidas, y si las condiciones de los fenómenos de que se habla fueran conocidas y determinadas, no habría más excepciones, ni en medicina ni en ninguna otra ciencia. Antes se podía decir, por ejemplo, que tan pronto se curaba la sarna como no se la curaba; pero hoy que se apunta a la causa determinada de esta enfermedad, se la cura siempre. Antes se podía decir que la lesión de los nervios traía aparejada una parálisis, sea de la sensibilidad, sea del movimiento; pero hoy se sabe que la sección de las raíces anteriores raquidianas, no paraliza más que los movimientos; siempre y constantemente esta parálisis motriz tiene lugar, porque su condición ha sido exactamente determinada por el experimentador.
La certidumbre del determinismo de los fenómenos, hemos dicho, debe igualmente servir de base a la crítica experimental, sea que se haga uso de ella para sí mismo, sea que se la aplique a los demás. En efecto, si un fenómeno se manifiesta siempre en la misma forma mientras las condiciones sean iguales, el fenómeno no falla jamás cuando esas condiciones se producen, así como no aparece si las condiciones fallan. Puede pues ocurrir a un experimentador, después de haber hecho una experiencia en condiciones que él creía determinadas, que no obtenga en una nueva serie de búsquedas el resultado que se había mostrado en su primer observación; repitiendo su experiencia después de haber tomado nuevas precauciones, puede ocurrir aún que en lugar de encontrar el resultado primitivamente obtenido, dé con otro completamente diferente. ¿Qué hacer en esta situación? ¿Habrá que admitir que los hechos son indeterminables? Evidentemente no, puesto que no se puede. Habrá que admitir simplemente que las condiciones de la experiencia que se creían conocidas no lo son. Habrá que estudiar mejor, que buscar y precisar las condiciones experimentales, porque los hechos no pueden ser opuestos los unos a los otros; no pueden ser más que indeterminados. Los hechos no se excluyen jamás, se explican solamente por las diferencias de condiciones en las que han nacido. De suerte que un experimentador no puede negar nunca un hecho que haya visto y observado, por la sola razón de que no ha vuelto a obtenerlo. Citaremos en la tercera parte de esta introducción ejemplos en los que se encuentran puestos en práctica los principios de crítica experimental que acabamos de indicar.
Para llegar al determinismo de los fenómenos en las ciencias biológicas como en las ciencias físico-químicas, hay que referir los fenómenos a condiciones experimentales definidas y tan simples como sea posible
No siendo un fenómeno natural más que la expresión de razones o relaciones, se necesitan por lo menos dos cuerpos para que se manifieste. De manera que habrá que considerar siempre: 1º un cuerpo que reacciona o que manifiesta el fenómeno; 2º otro cuerpo que. actúa y que desempeña el
papel de medio ambiente relativamente al primero. Es imposible suponer un cuerpo absolutamente aislado en la naturaleza; él no tendría ya realidad, porque en ese caso nin-
guna relación vendría a manifestar su existencia.
En las relaciones fenomenales tal como la naturaleza nos las ofrece, reina siempre una complejidad más o menos grande. Bajo este aspecto, la complejidad de los fenómenos minerales es mucho menor que la de los fenómenos vitales: he aquí por qué las ciencias que estudian los cuerpos inertes han llegado a constituirse más rápidamente. En los cuerpos vivos los fenómenos son de una complejidad enorme, y además la movilidad de las propiedades vitales los hace mucho más difíciles de captar y de determinar.
Las propiedades de la materia viva no pueden ser conocidas más que por su relación con las propiedades de la materia inerte; de donde resulta que las ciencias biológicas deben tener por base necesaria a las ciencias físico-químicas, a las que toman sus medios de análisis y sus procedimientos de investigación. Tales son las razones necesarias de la evolución subordinada y atrasada de las ciencias que se ocupan de los fenómenos de la vida. Pero si esta complejidad de los fenómenos vitales constituye un enorme obstáculo, ello no debe sin embargo acobardarnos; porque en el fondo, como ya lo hemos dicho, y a menos de negar la posibilidad de una ciencia biológica, los principios de la ciencia son idénticos dondequiera. Estamos, pues, seguros de que marchamos por el buen camino, y de que debemos
llegar con el tiempo al resultado científico que perseguimos, es decir, al determinismo de los fenómenos en los seres vivientes.
No se pueden llegar a conocer las condiciones definidas y elementales de los fenómenos más que por una sola vía: por el análisis experimental. Este análisis descompone sucesiva-mente todos los fenómenos complejos en fenómenos de más en más simples, hasta su reducción a dos únicas condiciones elementales si es posible. En efecto, la ciencia experimental no considera en un fenómeno más que las condiciones definidas que son necesarias para su producción. El físico trata de representarse estas condiciones en cierto modo idealmente en la mecánica y en la física matemática. El químico analiza sucesiva-mente la materia compleja, llegando así, sea a los cuerpos simples, sea a los cuerpos definidos (principios inmediatos o especies químicas), desemboca en las condiciones elementales o irreductibles de los fenómenos. Igualmente el biólogo debe analizar los organismos complejos y reducir los fenómenos de la vida a condiciones irreductibles en el estado actual de la ciencia. La fisiología y la medicina experimental no tienen otro objeto.
El fisiólogo y el médico, tanto como el físico y el químico, cuando se encuentran frente a cuestiones complejas, deberán pues descomponer el problema total en problemas parciales de más en más simples y de más en más definidos. Reducirán así los fenómenos a sus condiciones materiales más simples dentro de lo posible, y harán así la aplicación del método experimental más fácil y más segura. Todas las ciencias analíticas descomponen a fin de poder experimentar mejor. Siguiendo esta vía es como los físicos y los químicos han acabado por reducir los fenómenos en apariencia más complejos a propiedades simples, desembocando en especies minerales bien definidas. Siguiendo la misma vía analítica, el fisiólogo debe llegar a reducir todas las manifestaciones vitales de un organismo complejo al funcionamiento de ciertos órganos, y la acción de éstos a propiedades de tejidos o de elementos orgánicos bien de finidos. El análisis experimental anátomo-fisiológico, que remonta a Galeno, no tiene otra razón, Y es siempre el mismo problema el que persigue aun hoy la histología, aproximándose naturalmente de más en más a su objetivo.
Aunque se puede llegar a descomponer las partes vivientes en elementos químicos o cuer-pos simples, no son sin embargo estos cuerpos químicos elementales los que constituyen los elementos del fisiólogo. Bajo este aspecto el biólogo se asemeja más al físico que al químico, en el sentido de que trata sobre todo de determinar las propiedades de los cuerpos, preocupándose mucho menos de su composición elemental. En el estado actual de la ciencia, no sería posible por otra parte establecer ninguna relación entre las propiedades vitales de los cuerpos y su constitución química; porque los tejidos u órganos provistos de las propiedades más diversas, se confunden a menudo desde el punto de
vista de su composición química elemental. La química es sobre todo muy útil al fisiólogo, suministrándole los medios de separar y estudiar los principios inmediatos, verdaderos productos orgánicos que desempeñan papeles importantes en' los fenómenos de la vida.
Los principios inmediatos orgánicos, aunque bien definidos en sus propiedades, no son todavía los elementos activos de los fenómenos fisiológicos; como las materias minerales, no son en cierto modo más que elementos pasivos del organismo. Los verdaderos elementos activos para el fisiólogo, son los llamados elementos anatómicos o histológicos. Éstos, lo mismo que los principios inmediatos orgánicos, no son simples químicamente, pero considerados fisiológicamente, están reducidos al limite, en el sentido de que poseen las propiedades vitales más simples que conocemos, propiedades vitales que se desvanecen cuando se llega a destruir esta parte elemental organizada. Por lo demás, todas las ideas que tenemos acerca de estos elementos son relativas al estado actual de nuestros conocimientos; porque es seguro que estos elementos histológicos, en el estado de células o de fibras, son todavía complejos. Es por eso que diversos naturalistas no han querido darles el nombre de
elementos, y han propuesto llamarlos organismos elementales. Esta denominación sería, en efecto, más conveniente: es posible representarse con facilidad un organismo complejo co-mo constituido por una multitud de organismos elementales distintos, que se unen, se suel-dan y se agrupan de diversas maneras para dar nacimiento primero a los diferentes tejidos del cuerpo, después a los diversos órganos; los aparatos anatómicos mismos no son más que conjuntos de órganos que ofrecen en los seres vivientes combinaciones variadas hasta el infinito. Cuando se analizan las manifestaciones complejas de un organismo, se deben pues descomponer estos fenómenos complejos y reducirlos a un cierto número de propiedades simples pertenecientes a organismos elementales, y en seguida, con el pensamiento, recons-tituir sintéticamente el organismo total por las reuniones y el agrupamiento de esos organis-mos elementales considerados primero aisladamente, después en sus relaciones recíprocas.
Cuando el físico, el químico o el fisiólogo, han llegado, por un análisis experimental sucesivo, a determinar el elemento irreductible de los fenómenos en el estado actual de su ciencia, el problema científico se ha simplificado pero no por ello ha variado su naturaleza, y el sabio no está más próximo a un conocimiento absoluto de la esencia de las cosas. Sin embargo, ha conseguido lo que le importa verdaderamente obtener: el conocimiento de las condiciones de existencia de los fenómenos, y la determinación de la relación definida que existe entre el cuerpo que manifiesta sus propiedades y la causa inmediata de esta manifestación. El objeto del análisis en las ciencias biológicas como en las ciencias físico-químicas es, en efecto, determinar y aislar en la medida de lo posible, las condiciones de manifestación de cada fenómeno. Nosotros no podemos influir sobre los fenómenos de la
naturaleza más que reproduciendo sus condiciones naturales de existencia, y obramos tanto más fácilmente sobre esas condiciones, cuanto mejor hayan sido previamente analizadas y reducidas a un mayor estado de simplicidad. La ciencia real no existe, pues, más que en el momento en que el fenómeno es exactamente definido en su naturaleza y rigurosamente determinado en la relación de sus condiciones materiales, es decir, cuando su ley es conocida. Antes de esto, no hay más que tanteos y empirismo.
Página siguiente |