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¿Un "Uber" para casi todo? (la "involución" disruptiva) (página 3)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5

Desgraciadamente no parece que el gobierno tenga intención de hacer nada al respecto. Es más, el nuevo Reglamento de la Ley de Ordenación de los Transportes Terrestres (RLOTT) aprobado en 2015 por el Ministerio de Fomento va precisamente en la dirección contraria. Tal y como denunció en otro informe la CNMC, se introducen regulaciones al alquiler de vehículos con conductor (que es como se clasificarían los servicios alternativos) destinadas a evitar su uso. Así, las autoridades pueden regular la oferta o hacer la misma depender del sector del taxi (1 licencia por cada 30 taxis), se imponen restricciones geográficas a las empresas y se obliga a que la empresa que preste el servicio tenga un mínimo de siete vehículos en propiedad o arrendamiento financiero, fijando además las características de los mismos. Es evidente que servicios colaborativos como Uber quedan excluidos por varias de estas restricciones (aunque Uber ha vuelto a Madrid en los últimos días con un limitado servicio de alquiler con conductor, parecido al que tiene en otras ciudades europeas poco permisivas). Así que la próxima vez que a usted no le guste el servicio de taxi que le proporcionan y le parezca que el precio es excesivo ya sabe a quién debe dar las gracias.

Finalmente, me gustaría volver a la idea de si internet terminará por transformar todas las industrias. Un reciente artículo en el NYT reflexionaba sobre la gran cantidad de empresas que se definen como "el Uber de (nombre del servicio)" y de cómo raramente tienen éxito. Y eso se debe precisamente a que en muchas industrias hay poco margen para transformar el negocio porque habitualmente hay menos regulación, lo que origina ya innovación y limita los beneficios, haciendo la entrada más difícil. El taxi es una excepción, donde la ineficiencia y los altos precios campan a sus anchas con el beneplácito de las autoridades. A largo plazo esto será irrelevante, dado que el oficio de taxista tiene fecha de caducidad y los avances en el coche autónomo (ver aquí recomendaciones al respecto) pronostican su desaparición en los próximos veinte años. Eso claro, si al legislador justiciero no se le ocurre modificar el RLOTT para prohibir también el alquiler de vehículos SIN conductor (y a ver como lo separan del rent-a-car!). En este país todo es posible.

– La inversión en startups se enfría, lo que augura otra burbuja tecnológica (The Wall Street Journal – 2/5/16)

(Por Christopher Mims)

Cuando estalló la burbuja puntocom a comienzos del año 2000, las consecuencias para las acciones fueron rápidas y severas. El índice Compuesto Nasdaq se derrumbó 37% en las 10 semanas posteriores al 10 de marzo, cuando alcanzó su máximo.

Para las startups, el impacto inmediato fue menos dramático. En el segundo trimestre de 2000, los inversionistas de capital de riesgo volcaron US$ 25.000 millones en estas firmas, apenas 5% por debajo del récord del primer trimestre. "Había mucha suspensión de la incredulidad entre marzo y junio", recuerda Keith Rabois, que entonces era vicepresidente de PayPal Inc. y hoy es socio de Khosla Ventures.

Rabois y otros creen que estamos en un período similar de suspensión de la incredulidad. La inversión en startups se ha enfriado y las valuaciones están cayendo. Sin embargo, Rabois cree que muchos inversionistas y emprendedores no han tomado conciencia de la nueva realidad.

"Si esa suspensión de la incredulidad se acaba, se viene todo abajo", advierte.

El paralelismo entre las dos épocas no es perfecto. Después de un descenso de siete meses, el Nasdaq ha repuntado 12% desde principios de febrero. Al 18 de abril, se encontraba a 5% de su máximo post-2000. Las salidas a bolsa se han evaporado, pero los fondos de capital de riesgo recaudaron una suma récord en el primer trimestre.

Rabois afirma que la obtención de fondos sin precedentes es, en realidad, una mala señal. Se acerca el invierno, dice (recurriendo a una frase de la serie Game of Thrones), y los capitalistas de riesgo lo saben.

"Una de las razones por las que están recaudando todos estos fondos no es porque quieran el dinero, sino porque creen que sus indicadores de desempeño están inflados en este momento, y quieren obtener ese dinero antes de que las compañías en sus portafolios empiecen a colapsar e incendiarse", sostiene. Algunas startups también emplean una estrategia similar.

Suhail Doshi, presidente ejecutivo de la empresa de analítica de aplicaciones Mixpanel Inc., cuenta que para capear un bajón su compañía ha reducido el gasto, en un proceso que incluye el despido de empleados. Cerca de 90% de los US$ 77 millones que Mixpanel ha levantado sigue en el banco, dice Doshi quien explica que al ritmo de gasto actual, la firma no necesitará fondos adicionales por más de una década.

Empresas como Mixpanel podrían ser la excepción, pero muchas startups están en riesgo de quedar varadas a medida que se seca el financiamiento.

Al menos 145 compañías que no cotizan en bolsa han logrado valuaciones que superan los US$ 1.000 millones. Cuando las inversiones de capital de riesgo fluían libremente en los últimos años, los ejecutivos de muchas empresas gastaron sin restricciones para crecer más rápido que sus rivales, contratar personal más capacitado o por otros motivos. Ahora, en cambio, se encuentran ante una decisión difícil: reducir los costos de forma drástica para volverse autosuficientes o buscar más capital bajo condiciones cada vez más onerosas.

Bill Gurley, inversionista de capital de riesgo de Benchmark, describió este fenómeno en detalle en una reciente entrada de blog, en la cual afirma que "hojas de términos sucias", en alusión a las condiciones estipuladas para una inversión, les permiten a algunas empresas seguir recaudando fondos a valuaciones más altas bajo la promesa de mayores ganancias para los nuevos inversionistas a expensas de los anteriores. Eso, en última instancia, podría resultar en la pérdida de valor de las acciones que están en manos de los empleados e incluso de algunos fundadores.

Conforme algunas de estas firmas con altos niveles de gasto se metan en problemas, advierte Rabois, habrá un "giro descendiente catastrófico", no sólo para las empresas, sino para todas las inversiones en startups. Esto se debe a que las firmas de capital de riesgo son más interdependientes de lo que muchos piensan.

Los inversionistas que han sufrido pérdidas en una compañía serán más renuentes a apoyar valuaciones altas en otras. A medida que corre la voz en la comunidad de capital de riesgo, otros inversionistas también se volverán cautos. La inversión de capital de riesgo está, al igual que cualquier otro mercado, dividida entre la codicia y el miedo.

"Sin duda, ahora estamos atravesando por el ciclo de temor", dice Yatin Mundkur, capitalista de riesgo de Artiman Ventures, en Palo Alto, California.

"Empíricamente, hay tantos unicornios que muchos de ellos tienen que desaparecer", asevera Jason Lemkin, inversionista de capital de riesgo que trabajó en Storm Ventures, en referencia a startups con valuaciones superiores a los US$ 1.000 millones. "Doscientos y algo de unicornios no producirán tantas compañías de US$ 1.000 millones".

Ya han surgido grietas. La empresa de mensajería TangoMe Inc., la compañía de videojuegos móviles Kabam Inc. y la matriz del fabricante de informática de vestir Jawbone, las cuales están valuadas en US$ 1.000 millones o más, han despedido empleados en los últimos meses. Otra señal de creciente presión en el sector es que nueve de las 88 empresas estadounidenses valuadas en al menos US$ 1.000 millones han cambiado de presidente ejecutivo en los últimos meses, según Dow Jones VentureSource.

La lista incluye la firma de gestión de prestaciones de salud Zenefits Inc., cuya valuación más reciente fue de US$ 4.500 millones y en la que su fundador y presidente ejecutivo renunció en febrero después de ser criticado por procedimientos regulatorios inadecuados. Las startups de capital intensivo que se beneficiaron del abundante capital de riesgo son probablemente las más vulnerables.

El mayor ejemplo es Uber Technologies Inc., valuada en US$ 62.500 millones. La empresa sostiene que es rentable en Norteamérica según ciertos indicadores, pero está gastando enormes sumas de dinero para conquistar mercados como China y otros países. Si la startup más valiosa del mundo se ve obligada a moderar sus ambiciones, las ondas expansivas repercutirán por todo el sistema.

– Bruselas apoya a Airbnb y Uber frente a las dudas de los gobiernos (Expansión – 3/6/16)

La Comisión Europea dio ayer un primer paso para tratar de armonizar el enfoque de los 28 Gobiernos de la Unión Europea sobre la economía colaborativa: plataformas tecnológicas que ponen en contacto a usuarios y proveedores de un determinado servicio. Dos de los ejemplos más conocidos son Uber, una aplicación móvil con la que pueden contratarse servicios de taxi, o Airbnb, que compite en el mercado de alojamientos turísticos ofreciendo alquileres por días de viviendas o habitaciones de particulares. Prácticamente, todas estas compañías inician su actividad en una especie de vacío legal y la disparidad de tratamiento dentro de la misma UE es abismal. En Reino Unido, Uber es totalmente legal. En Francia, sus directivos fueron arrestados y se enfrentan a un juicio con penas de cárcel.

El enfoque que la Comisión transmite en su comunicación se posiciona a favor de estas plataformas. La prohibición de estos servicios, afirma el Ejecutivo europeo, debe ser "el último recurso", por lo que aconseja a los Estados que busquen un encaje regulatorio a estos modelos de negocio desde el punto de vista de las licencias necesarias para operar, la protección al consumidor y las relaciones laborales entre las plataformas y las personas que ofrecen servicios a través de ellas.

Último recurso

Por ejemplo, la Comisión Europea afirma en un comunicado que "sólo deberían estar obligados a obtener autorizaciones o licencias cuando sea estrictamente necesario para alcanzar los objetivos de interés público pertinentes", e insta a "diferenciar entre los ciudadanos que ofrecen un servicio de manera ocasional y los proveedores que actúan como profesionales" (mediante umbrales de actividad, por ejemplo).

Pero la comunicación también impone obligaciones: recuerda que la economía colaborativa también está sujeta a impuestos (sobre la renta, de Sociedades o IVA); y deja abierta la posibilidad de que los Estados decidan que los profesionales que operan a través de una plataforma (los conductores de Uber, por ejemplo), tengan que ser considerados trabajadores de la compañía, con el consiguiente incremento en costes y burocracia.

"Si logramos que se desarrolle de forma adecuada, la economía colaborativa puede constituir una oportunidad para los consumidores, los emprendedores y las empresas. Pero si permitimos que nuestro mercado único se fragmente en función de pautas nacionales, o incluso locales, Europa corre el riesgo de perder el control", afirmó ayer Elzbieta Bienkowska, comisaria de Mercado Interior. Pero no va a ser tarea fácil. Hay muchos intereses en juego: tanto el de las propias compañías, como Uber o Airbnb, como el de las empresas que operan tradicionalmente en esos mercados (taxis y hoteles, en este caso).

Consciente de la complejidad del asunto, la Comisión ha decidido utilizar la forma más suave que tiene de abordar un problema: emitir una comunicación, que, en la práctica, es una batería de recomendaciones. A diferencia de las directivas o los reglamentos, no son de obligado cumplimiento por parte de los Estados. Ahora su aplicación depende de estos.

– Aliviando a la generación Facebook (Project Syndicate – 18/7/16)

Los Ángeles.- Una vez más, los jóvenes se han llevado la peor parte de la situación política. El resultado del referendo sobre el Brexit en el Reino Unido no es más que un recordatorio de la creciente división generacional que atraviesa la afiliación política, los niveles de ingreso y la raza.

Casi el 75% de los votantes del Reino Unido entre 18 y 24 años votaron por "quedarse" en la Unión Europea y el "irse" les fue impuesto por los votantes de más edad. Y ésta es apenas una manera entre varias en las que el futuro económico de la Generación Y, y el de sus hijos, está siendo decidido por otros.

Yo estoy cerca de cumplir 60 años y me preocupa que nuestra generación en el mundo avanzado sea recordada -para nuestra vergüenza y pesar- como la que perdió el norte en materia económica.

En el período previo a la crisis financiera global de 2008, nos deleitamos con el apalancamiento, y nos sentíamos cada vez con más derechos a recurrir al crédito para vivir más allá de nuestros medios y para asumir demasiado riesgo financiero especulativo. Dejamos de invertir en motores genuinos de crecimiento, permitiendo que nuestra infraestructura se deteriorara, que nuestro sistema educativo decayera y que nuestros programas de capacitación y reestructuración laboral se erosionaran.

Permitimos que el presupuesto fuera rehén de intereses especiales, lo que ha resultado en una fragmentación del sistema tributario que, para sorpresa de nadie, ha impartido al sistema económico un nuevo sesgo anti-crecimiento injusto. Y fuimos testigos de un drástico agravamiento de la desigualdad, no sólo de ingresos y riqueza, sino también de oportunidades.

La crisis de 2008 debería haber sido nuestra llamada de atención económica. No lo fue. En lugar de utilizar la crisis para catalizar el cambio, básicamente nos dimos por vencidos y volvimos a hacer más de lo mismo.

Concretamente, no hicimos más que intercambiar fábricas privadas de crédito y apalancamiento por fábricas públicas. Cambiamos un sistema bancario excesivamente apalancado por inyecciones de liquidez experimentales suministradas por autoridades monetarias hiperactivas. En el proceso, sobrecargamos a los bancos centrales, poniendo en riesgo su credibilidad y su autonomía política, así como su estabilidad financiera futura.

Al salir de la crisis, trasladamos los pasivos privados de los balances de los bancos a los contribuyentes -los de hoy y los futuros-, pero no logramos reparar plenamente el sector financiero rescatado. Dejamos que la desigualdad se agravara y nos cruzamos de brazos mientras demasiados jóvenes en Europa languidecían en el desempleo, corriendo el riesgo de una transición alarmante de desempleo a inempleabilidad.

En resumen, no hicimos lo suficiente como para revitalizar los motores de un crecimiento inclusivo sustentable, debilitando al mismo tiempo la producción potencial y amenazando el futuro desempeño económico. Y estamos agravando estos errores en serie con una gran imposibilidad a la hora de actuar en materia de sustentabilidad a más largo plazo, particularmente en lo que concierne al planeta y la cohesión social.

La economía precaria naturalmente se propagó a la política alborotada, en tanto segmentos crecientes de la población han perdido su confianza en el establishment político, en las elites empresariales y en la opinión de los expertos. La fragmentación política resultante, inclusive el ascenso de movimientos marginales y anti-establishment, ha hecho que resultara más difícil aún diseñar respuestas más apropiadas en materia de políticas económicas.

Para colmo de males, ahora estamos permitiendo un contragolpe regulatorio contra innovaciones tecnológicas que afectan a industrias arraigadas e ineficientes, y que le ofrecen a la gente un mayor control de su vida y su bienestar. Las crecientes restricciones aplicadas a compañías como Airbnb y Uber perjudican especialmente a los jóvenes, tanto como productores como consumidores.

Si no cambiamos el curso pronto, las próximas generaciones enfrentarán tendencias económicas, financieras y políticas que se retroalimentan y que las agobian con demasiado poco crecimiento, demasiada deuda, precios de activos inflados artificialmente y niveles alarmantes de desigualdad y polarización política partidaria. Afortunadamente, somos conscientes del creciente problema, nos preocupan sus consecuencias y tenemos un buen criterio respecto de cómo generar el cambio tan necesario.

Dado el rol de la innovación tecnológica, gran parte de la cual es liderada por los jóvenes, hasta una reorientación pequeña de las políticas podría tener un impacto significativo y rápido en la economía. A través de una estrategia política más integral, podríamos transformar un círculo vicioso de estancamiento económico, inmovilidad social y volatilidad de mercado en un círculo virtuoso de crecimiento inclusivo, estabilidad financiera genuina y mayor coherencia política. Lo que se necesita, en particular, es un progreso simultáneo en reformas estructurales pro-crecimiento y una mejor gestión de la demanda. También debemos ocuparse de los sectores excesivamente endeudados y mejorar los marcos políticos regionales y globales.

Si bien son altamente deseables, estos cambios sólo se materializarán si se ejerce una mayor presión constructiva sobre los políticos. En otras palabras, son pocos los políticos que defenderán cambios que prometen beneficios a más largo plazo pero que suelen implicar alteraciones en el corto plazo. Y los votantes de más edad que los respaldan se opondrán a cualquier erosión significativa de sus derechos -recurriendo, inclusive, a políticos populistas y soluciones peligrosamente simplistas como el Brexit cuando perciben que sus intereses están amenazados.

Lamentablemente, los jóvenes han sido demasiado complacientes en lo que concierne a la participación política, en especial en cuestiones que afectan directamente su bienestar y el de sus hijos. Sí, casi las tres cuartas partes de los votantes jóvenes respaldaban la campaña a favor de "quedarse" en el Reino Unido. Pero sólo una tercera parte de ellos se presentó a votar. Por el contrario, la tasa de participación de las personas de más de 65 años superó el 80%. Sin duda, la ausencia de jóvenes en las urnas dejó la decisión en manos de la gente de más edad, cuyas preferencias y motivaciones difieren, aunque sea de manera inocente.

La Generación Y ha ganado extraordinariamente una mayor autoridad respecto de cómo comunica, propaga, consigue y disemina información, comparte sus recursos, interactúa con empresas y mucho más. Ahora debe aspirar a una mayor autoridad en la elección de sus representantes políticos y en cómo obligarlos a asumir responsabilidades. Si no lo hace, mi generación -por lo general de manera inadvertida- seguirá endeudándose excesivamente a costa de su futuro.

(Mohamed A. El-Erian, Chief Economic Adviser at Allianz and a member of its International Executive Committee, is Chairman of US President Barack Obama"s Global Development Council. He previously served as CEO and co-Chief Investment Officer of PIMCO. He was named one of Foreign Policy's Top 100 Glob…)

– ¿Será la "economía colaborativa" la evolución del capitalismo? (El Confidencial – 26/7/16)

Al principio la economía colaborativa era una anécdota, luego se convirtió en una realidad. Con el tiempo puede llegar a ser el principal rasgo del modelo económico

(Por Kike Vázquez)

Del capitalismo suele decirse que no es el modelo económico perfecto, pero sí el mejor que conocemos. De hecho rara es la persona que concibe un sistema diferente al actual, como probablemente tampoco lo concebían quienes en su momento abrazaron el socialismo clásico. ¿Plantear mejoras? Seguramente muchas, ¿pero cuántas personas apuestan realmente por "algo nuevo"? Pocas, y quienes lo hacen suelen hablar más de deseos que de datos. Pues bien, puede que las actuales tendencias tecnológicas, energéticas y sociales estén creando el caldo de cultivo de "algo nuevo". No sé cómo de "nuevo", pero sin duda diferente a lo actual.

¿De qué estoy hablando? Como ya hemos analizado en algunos artículos de esta sección, actualmente se están desarrollando tendencias de carácter estructural que mutarán el mundo que conocemos. Puede parecer aventurado decir algo así, especialmente con tantos vendedores de humo por ahí sueltos. Pero el hecho es que hemos pasado de realizar debates por puro entretenimiento sobre el fin del trabajo del siglo XX, a verlo como una posibilidad muy real.

Hemos pasado de amar el petróleo y considerar su escasez un obstáculo para el desarrollo, a ver como los fabricantes de automóviles abrazan lo eléctrico en un abrir y cerrar de ojos, o como un sistema energético basado en renovables es cada día más algo más cercano. Hace poco escribíamos a máquina, y tirábamos la hoja si al teclear nos equivocábamos, hoy cubrimos todas nuestras necesidades financieras con un móvil. Suena como si ya hubiese pasado un siglo desde la muerte de la máquina de escribir, pero no, es muy reciente.

El cambio es tan extremo, que incluso está provocando la caída de los grandes "oligopolios" históricos. Uber amenaza el históricamente regulado sector del taxi, Number 26 inquieta a la banca, y el sector energético mira de reojo porque puede ser el próximo. ¡Y aún estamos empezando! Antes de la presente crisis financiera nadie pensaba en "locuras" de este calado, o no como algo factible. Hoy sin embargo parecen existir disrupciones en todos los sectores, al que no le toca antes le toca después, y todo ello en un breve período de tiempo. ¿Qué podrá pasar entonces en otros diez años vista?

No estamos ante una moda, sino ante algo muy real que, cada vez que evoluciona, mueve cientos de millones de unos bolsillos a otros. Por ello no va a detenerse. No sé si estamos exactamente ante una Cuarta Revolución Industrial, ante un fenómeno con efectos similares a la globalización, o si lo podemos comparar a la invención de la cámara digital pero a nivel masivo en multitud de sectores. Sea lo que sea, va a cambiar nuestras vidas aunque aún no nos hayamos dado cuenta. ¿Cómo? Eso es más complicado de saber.

Para Jeremy Rifkin la economía colaborativa podría ser uno de los principales rasgos del nuevo modelo económico, de hecho la considera un modelo más junto al capitalismo y al socialismo. En una reciente entrevista en "El País" sostiene que se están generando los pilares que se dan en los cambios de sistema económico: comunicación, energía y logística. Así, si la presente era la podemos definir en función de conceptos como coche, electricidad centralizada, petróleo, teléfono, televisión… ahora hablamos de energías renovables, de aplicaciones, del internet de las cosas. Ahora hablamos de la era del coste marginal cero, lo que podría dinamitar la forma de entender actualmente la economía.

Es cierto que las empresas tienden cada vez a vender "experiencias" en lugar de "cosas", tanto la experiencia en el uso, como los intangibles asociados a las marcas por ejemplo. Pero ese "valor añadido" es cada vez más difícil de generar si el coste marginal del producto es cero. Que se lo digan a la enciclopedia Encarta de Microsoft, quien fue incapaz de luchar contra la Wikipedia a pesar del "valor añadido". Aplicar el mismo modelo de negocio en un entorno totalmente diferente, tiene tanto sentido como ser profesor y pedir a tus alumnos que hagan un trabajo sobre un tema que puedan copiar y pegar de internet; una búsqueda que hace 30 años si era realmente meritoria.

En este entorno, la economía colaborativa tiene mucho que decir. Porque al mismo tiempo que el "trabajo del siglo XX" se vuelve escaso, se abren un sin fin de posibilidades en la nueva economía. Hoy en día es posible alquilar nuestro coche, nuestra casa, vender nuestras habilidades, prestar nuestra ropa, colaborar con un medio de comunicación, hacer préstamos a desconocidos… lo que queramos. Por una parte se trata de un nuevo nivel de eficiencia jamás alcanzado, nunca fue tan fácil encajar oferta y demanda; la información de democratiza como nunca antes; por la otra, donde antes se movían miles de millones de euros y trabajos tradicionales, ahora vemos lowcost y precarización.

Al mismo tiempo que los robots tienden a sustituirnos, y que la Unión Europea se plantea un impuesto para ellos como si fuesen personas, la gente normal y corriente se ve envuelta en un círculo vicioso en donde los trabajos se precarizan, los salarios bajan, y una forma de complementarlos es con la economía colaborativa, y una forma de gastar menos es con la economía colaborativa. Lo que a su vez hace que la rueda siga girando.

No obstante, a pesar de los inconvenientes, la tendencia no va a parar, al igual que el capitalismo no pereció ante el socialismo clásico por existir el despido, simplemente se creó el Estado del Bienestar y se encajó el progreso con la calidad de vida. Algo que vuelve a ser un gran reto hoy en día. La economía colaborativa es más eficiente que el capitalismo tradicional en muchos aspectos, muchos modelos de negocio no pueden competir contra ella y otros tendrán que readaptarse. Y, aunque es cierto que la economía colaborativa no deja de ser capitalismo, lo cierto es que el trabajo gratuito o con costes marginales cero es difícil de encajar en el capitalismo tradicional, por lo que en función del éxito de la tendencia si podríamos empezar a definirla como nuevo modelo.

¿Será la economía colaborativa la evolución del capitalismo? Lo sea o se quede en una simple tendencia significativa, lo que se intuye es que como mínimo se convertirá en un rasgo más del mundo actual. Los cambios en la tecnología, en la energía y en la sociedad, provocarán grandes cambios en los modelos de negocio de las empresas a lo largo del mundo, y grandes cambios en la vida de las personas. Habrá enormes ventajas en innovación, en información, en eficiencia, y grandes problemas a resolver en nuestra calidad de vida (algo que ya era antes un problema). Será un reto, siempre lo es, y si lo hacemos bien también será algo bueno para todos.

– La otra cara del auge tecnológico es la baja creación de empleos en EEUU (The Wall Street Journal – 12/10/16)

El flujo de riqueza ha generado más prosperidad en Silicon Valley pero ilustra la polarización económica de EEUU.

(Por Jon Hilsenrath y Bob Davis)

La revolución tecnológica ha dado lugar a las búsquedas en Google, los amigos en Facebook, las aplicaciones para el iPhone, las diatribas en Twitter y las compras de cualquier cosa en Amazon, todo esto en los últimos 15 años.

Sin embargo, eso no ha creado muchos empleos. Alphabet Inc., matriz de Google, y Facebook Inc. tenían a fin del año pasado un total de 74.505 trabajadores, cerca de un tercio menos que Microsoft Corp. pese a que su valor de mercado combinado duplica el del gigante del software. Instagram, el servicio para compartir fotos, tenía 13 empleados cuando fue adquirida por Facebook en 2012 por cerca de US$ 1.000 millones.

La contratación en los sectores de computadoras y semiconductores se derrumbó después de que la producción de hardware se mudó de Estados Unidos y los nuevos gigantes tecnológicos necesitaban relativamente pocos trabajadores. La cantidad de startups de tecnología cayó, el crecimiento de la productividad y de los salarios se desaceleró y la desigualdad de los ingresos se amplió conforme las máquinas sustituyeron el trabajo repetitivo de baja y mediana remuneración que hacían los humanos.

El resultado dista mucho de lo que muchos líderes políticos, emprendedores de tecnología y economistas vaticinaron hace una generación. En 2000, el presidente Bill Clinton pregonó "el fermento del rápido cambio tecnológico" como uno de los "principales motores" de la expansión de la economía estadounidense.

La brecha entre lo que prometió el auge tecnológico y lo que produjo realmente es otra fuente de descontento en EEUU que alimentó el ascenso este año de candidatos que atacan a la clase dirigente, como Donald Trump y Bernie Sanders.

El desencanto provocado por la tecnología es más sutil que el enojo causado por el aplastante impacto de la invasión de las importaciones de China y por el supuesto fracaso de instituciones gubernamentales, como la Reserva Federal, a la hora de dirigir la economía. En cambio, surge de la idea de que los estadounidenses esperaban mayores ganancias económicas de estas maravillosas nuevas máquinas y las compañías que las crearon, y no un aumento de la desigualdad.

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"Hay una creciente sensación de frustración de que la gente no ha visto el progreso que sus padres y abuelos vieron", señala Erik Brynjolfsson, economista del Instituto Tecnológico de Massachusetts cuyo trabajo ha descrito cómo la tecnología amplía la brecha de ingresos entre los ricos y los pobres. "Esa frustración se propaga al ámbito político".

En 1997, la revista Time nombró a Andrew S. Grove, entonces presidente ejecutivo de Intel Corp., como el "Personaje del Año". Dos años después el galardonado fue Jeff Bezos, presidente ejecutivo de Amazon.com Inc. El estallido de la burbuja puntocom a comienzos de 2000, la recesión de 2001 y la profundización de la globalización resultaron ser puntos de inflexión para la economía de tecnología y su impacto sobre la prosperidad estadounidense.

Las tecnológicas de EEUU aceleraron el traslado de sus cadenas de suministro a China y otras partes de Asia, una región con mucho potencial de crecimiento y mano de obra barata. Las empresas de hardware concentraron la producción en el extranjero para abastecer a fabricantes de computadoras estadounidenses y de otros países.

Después de crecer durante toda la década de los 90, el empleo total en empresas de computadoras y electrónicos en EEUU se redujo de 1,87 millones en 2001 a 1,03 millones en agosto de 2016, según datos del Departamento de Trabajo. El empleo en fabricantes de chips cayó a la mitad, a 359.000 puestos, durante el mismo lapso.

Micron Technology Inc. cuadruplicó su fuerza de trabajo entre 1994 y 2000, a 18.800 empleados en EEUU. Hoy, la empresa es un caso de estudio sobre cómo las tecnológicas han exportado empleos. En 2013, el año más reciente con datos disponibles, Micron tenía 11.300 trabajadores en EEUU, frente a 14.000 en 2000. En el exterior, su personal se disparó de 4.800 a 19.600, principalmente en China y otros países asiáticos. Un vocero dijo que gran parte del aumento fuera de EEUU provino de adquisiciones.

La Asociación de la Industria de Semiconductores afirma que los chips son la tercera mayor exportación de EEUU, después de los autos y los aviones.

Apple Inc. siguió un trayecto similar. Su cofundador, Steve Jobs, asumió como misión la revitalización de la manufactura estadounidense en sus primeros años al frente de la empresa y después de crear NeXT Inc., otro fabricante de computadoras. Sin embargo, cuando Jobs murió en 2011, Apple fabricaba casi todos sus productos fuera de EEUU, la mayor parte en Asia. La empresa abandonó la producción en EEUU en 2004 y la reanudó recién en 2013, cuando comenzó a producir la Mac Pro en Austin, Texas. Apple dice que emplea unas 80.000 personas en EEUU, o dos tercios de su fuerza laboral. Cerca de la mitad de su plantilla en ese país está en ventas minoristas.

Una vocera de Apple dijo que la empresa está "creando trabajos en nuevas industrias" como las aplicaciones desarrolladas para el iPhone y que es "una importante contribuidora a la manufactura estadounidense" al comprar componentes y materiales fabricados en el país.

Los trabajadores de tecnología de EEUU se están quedando con una porción más pequeña de la economía creada a partir de lo que producen. En 2014, la remuneración de los empleados de fabricación de computadoras y electrónicos equivalió a 49% del valor de la producción del sector, comparado con 79% en 1999, según el Departamento de Comercio.

Si bien otros empleos se han creado en sectores como el desarrollo de software, esa expansión es menor que las pérdidas en la manufactura tecnológica.

Desde 2002, la creación de startups de tecnología se desaceleró, lo que ha afectado la generación de empleo. En un estudio de 2014, los economistas Javier Miranda, John Haltiwanger y Ian Hathaway señalaron que el número startups de tecnología trepó de 64.000 en 1992 a 113.000 en 2001. La cifra cayó a 79.000 en 2011 y no se ha recuperado. Entre las causas figuran la competencia global y el aumento de las regulaciones internas, dice Haltiwanger, profesor de Economía de la Universidad de Maryland.

Otro problema es que pocas firmas de tecnología han salido a bolsa, algo que puede enriquecer a los primeros trabajadores y estimular la creación de empleos a medida que las compañías se expanden. Jay Ritter, profesor de la Facultad de Negocios Warrington de la Universidad de Florida, indica que entre 2001 y 2015 hubo 548 ofertas públicas iniciales de compañías relacionadas con la tecnología, frente a 1.853 entre 1990 y 2000.

La generación más reciente de startups ha captado una montaña de capital de riesgo y valuaciones gigantescas, encabezadas por Uber Technologies Inc., que valía US$ 68.000 millones a junio.

El flujo de riqueza ha generado más prosperidad en Silicon Valley pero ilustra la polarización económica de EEUU.

WhatsApp tenía más de 450 millones de usuarios en todo el mundo cuando fue comprada por Facebook en 2014 por US$ 19.000 millones, lo que convirtió a su fundador, Jan Koum, en un multimillonario. Al momento de la adquisición, el servicio de mensajería tenía 55 empleados.

Los frutos del crecimiento van a parar a las pocas personas con aptitudes y suerte y que están mejor posicionadas para aprovechar la nueva tecnología.

Las cinco mayores empresas tecnológicas de EEUU por capitalización bursátil -Apple, Alphabet, Microsoft, Facebook y Oracle Corp.- valen en conjunto US$ 1,8 billones, 80% más que las cinco primeras de 2000. Hoy, esos cinco gigantes emplean 22% de personas menos que sus predecesoras, un total de 434.505 el año pasado, comparado con 556.523 en Cisco Systems Inc., Intel, IBM, Oracle y Microsoft en 2000.

– La información que los dueños de Uber y Airbnb no quieren que sepas (El Confidencial – 14/11/16)

El ensayista Tom Slee analiza el lado oscuro de la economía colaborativa en internet

(Por Carlos Prieto)

A medida que nos acercamos al mundo feliz prometido por los gigantes de la economía colaborativa -ese mundo desregulado donde uno salta de Uber a Airbnb sin toparse con engorrosos intermediarios y donde siempre brilla un cálido sol californiano- surgen más sombras y dudas sobre la sostenibilidad y la conveniencia política de este modelo. El último en entrar al trapo es el ensayista canadiense Tom Slee, que publica ahora "Lo tuyo es mío. Contra la economía colaborativa" (Taurus, 2016).

Cuando hablamos de "economía colaborativa" nos referimos a nuevos negocios en internet que interconectan clientes y proveedores para los servicios más variopintos: desde alquilar tú casa a unos japoneses por dos semanas (Airbnb) a viajar en un taxi privado que se pide con el móvil (Uber). Servicios de una utilidad costumbrista evidente a primera vista: nos facilitan la vida. Y cuya narrativa -la denominada "ideología californiana"- es vista como algo "cool" y hasta un poco hippie. Porque la economía colaborativa no solo sería útil, sino poco menos que revolucionaria. "Al tiempo que Silicon Valley ha ido acumulando riqueza y poder, la convicción de que puede irte bien haciendo el bien y de que los mercados pueden de hecho utilizarse para "aumentar la escala" de los esfuerzos en favor del cambio social ha pasado a ser una tendencia dominante en la cultura de internet. Este punto de vista se denomina a veces "ideología californiana". Desde la pobreza a escala mundial hasta las libertades civiles, pasando por la educación y la atención médica, la cultura de internet ve la combinación de la tecnología y la actitud empresarial como la clave para resolver nuestros mayores problemas", escribe Slee.

El ensayista asegura que "la economía colaborativa hace promesas que atraen a mucha gente, desde luego, a mí me atraen", y resume las aparentes bondades del asunto: colaboración, emprendimiento, autogestión y lucha no jerárquica contra los abusos comerciales del poder. Vayamos por partes.

-Colaboración: "Nosotros, como individuos, podamos contar más con el prójimo y menos con corporaciones anónimas y distantes. Cada transacción ayuda a alguien a ganar un dinerillo y a algún otro a ahorrar un poco de tiempo. ¿Por qué no habría de gustarnos?".

-Emprendimiento y autogestión: "La economía colaborativa promete ayudar a individuos, hasta entonces sin poder alguno, a tener un mayor control sobre sus vidas convirtiéndose en "microempresarios". Podemos autogestionarnos, entrar y salir de esta nueva dinámica de trabajo flexible, montar nuestro propio negocio".

-Alternativas no jerárquicas al poder: "El movimiento parece amenazar a los que ya son poderosos, las grandes cadenas hoteleras, las cadenas de comida rápida y los bancos. Es una visión igualitaria que se basa en transacciones entre iguales en lugar de en organizaciones jerárquicas… La economía colaborativa promete propiciar que los estadounidenses (y otros) confíen en el prójimo… y también promete ser una alternativa sostenible al comercio dominante, ayudándonos a hacer un mejor uso de recursos infrautilizados; ¿por qué tiene que tener todo el mundo un taladro en un estante del sótano cuando lo podemos compartir? Podemos comprar menos y de ese modo reducir nuestra huella ecológica… Podemos optar por el acceso en lugar de la propiedad y alejarnos de un consumismo en el que muchos nos sentimos atrapados", resume Slee.

Las malas noticias

Dicho lo cual: vamos con las malas noticias sobre la economía colaborativa y la ideología californiana, que estaría impulsando un "libre mercado despiadado y desregulado en ámbitos de nuestras vidas anteriormente protegidos". Donde antes había empresas alternativas, ahora hay "monstruos corporativos" que desempeñan "un papel cada vez más intrusivo en las transacciones que fomentan para ganar dinero" y están "reorganizando las ciudades sin mostrar ningún respeto por aquello que las hace habitables". ¿Los ejemplos más evidentes de estas malas prácticas? Uber y Airbnb.

En efecto, si hablamos de economía colaborativa, es inevitable referirse a los dos gigantes económicos y simbólicos del sector: Uber Y Airbnb, fundadas casi a la vez, y que en poco tiempo saltaron de San Francisco al mundo, compitieron de tú a tú contra los gigantes tradicionales de sus sectores (transporte y hoteles) y enriquecieron a lo bestia a sus fundadores.

La imagen de marca de ambas empresas es muy diferente. Si Airbnb vende "colaboración", Uber "no está muy interesada en nada tan tierno y difuso como la comunidad; proyecta una imagen de estatus con aspiraciones ("El chófer personal de todos") y su agresivo director general, Travis Kalanick, es un admirador de Ayn Rand y su ideología de individualismo a ultranza".

Pero más allá de la narrativa que vende cada cual, ambas empresas coinciden en "suscitar controversia en muchas de las ciudades donde operan, indisponiéndose con las regulaciones y leyes municipales, y ambas han adoptado el enfoque de buscar el crecimiento a toda costa, aspirando a presentarse como un hecho consumado ante Gobiernos municipales lentos y a menudo faltos de personal. Las dos creen que sus innovaciones dejan obsoletas las normativas existentes y que su tecnología puede resolver los problemas que las regulaciones municipales deberían haber resuelto, solo que mejor y con un aire más informal", resume Slee.

Gentrificación por un tubo

La paradoja que resume el lado oscuro de Airbnb es la siguiente: la empresa la fundaron dos jóvenes diseñadores que necesitaban dinero para pagar el exagerado alquiler de una casa en San Francisco… y ahora se ha convertido en una herramienta que "contribuye al desplazamiento de los inquilinos a largo plazo en San Francisco", según el testimonio de un usuario sacado del "San Francisco Chronicle". O de negocio para burlar la gentrificación a detonante de la misma, como ejemplifica otro testimonio recogido en el libro: "Ken es propietario de unos edificios en Nolita (Nueva York). Se ocupa de una organización sin ánimo de lucro que enseña a la gente a montar en bici. Ahora contrata a detectives privados para ver lo que hacen sus inquilinos. A Ken no le gusta hacerlo. "No es propio de mí en absoluto. A veces me pregunto cómo me he convertido en un tipo así". Pero el apartamento 3 se ha convertido en una especie de hotel que cobra 250 dólares por noche y él sospecha que la inquilina ganó medio millón de dólares antes de que la desahuciara".

Como es lógico, Airbnb incluye testimonios más benévolos en su página web, como el de una neoyorquina llamada Shell: "Cuando uno de los peores huracanes de la historia azotó la Nueva York, Shell, que llevaba tiempo siendo anfitriona de Airbnb, vio que algunas personas habían sufrido pérdidas devastadoras. Tras subir el nivel de las aguas y tener que evacuar sus casas, muchos no pudieron volver durante días, si es que pudieron hacerlo. Shell decidió conectarte a la Red y ofrecer gratis su espacio a quienes estuvieran necesitados". Una historia preciosa, sí, algo así como "la anfitriona de Airbnb que emocionó a Spielberg". Pero, ¡ay!, poco después se supo que Shell era una buena samaritana un tanto listilla: había estado "realquilando varias propiedades "contraviniendo claramente su contrato de alquiler". Su casero dijo que "tener amigos (invitados a pasar unas noches) es una cosa. Los grupos de desconocidos organizados a través de una red social son harina de otro costal", y que Airbnb se lavó las manos del problema diciendo: "Airbnb es una plataforma online y no posee, opera, gestiona ni controla alojamientos, como tampoco verifica los términos de contratos privados ni arbitra en quejas de terceras partes"".

Lavada de manos habitual cada vez que alguien denuncia los efectos secundarios perniciosos del modelo Airbnb: "Hay inquilinos que aseguran haber sido desahuciados de su apartamento para que su casero pueda ganar más dinero, alquilándolo a precios más elevados por breves periodos, pero Airbnb no da ninguna respuesta útil al respecto salvo para asegurar que no ocurre muy a menudo", concluye Slee.

La guerra de las ciudades

Otro tema conflictivo es la tensa relación de Airbnb con las alcaldías de ciudades saturadas de turistas, como Barcelona, Nueva York y París, ya que "ha demostrado ser un socio poco de fiar a la hora de construir ciudades habitables".

"El impacto de Airbnb en Barcelona tiene múltiples aspectos, pero al menos en parte resulta destructivo: merma la calidad de vida de quienes residen en barrios donde hay una intensa actividad turística, evita que la ciudad pueda equilibrar el turismo con otros aspectos de la vida urbana y dificulta que establezca garantías de seguridad y otras normas", razona el autor.

¿Y en París? Tres cuartos de lo mismo, según el director municipal de vivienda, Ian Brossat. "Ya hay una grave escasez de pisos en París, sobre todo de estudios y apartamentos de dos habitaciones donde una pareja pueda emprender una vida en común. Ahora tenemos este problema creciente de los alquileres vacacionales, con inversores que llegan y compran tantas propiedades como pueden. Se ha convertido en un negocio, y en consecuencia hay menos propiedades en el mercado para los parisinos de a pie, y las que están disponibles tienen precios más elevados".

A principios de 2015, Airbnb firmó un acuerdo con París para cumplir las normativas, pero tres meses después saltó por los aires tras una inspección municipal de 2.000 viviendas. "El centro de nuestra ciudad se está quedando vacío. Hay cada vez más turistas", denunció el Ayuntamiento. "La afirmación de la empresa sobre qué te permite "vivir como un vecino más" pierde su significado cuando ya no hay vecinos", zanja Slee.

Uber quiere pasta

El autor también tiene duras palabras para los taxis privados de Uber. Como todas las empresas de la economía colaborativa, Uber tuvo bastante buena prensa al principio, por aquello de la novedad y del aroma "cool" de todo lo que surge en internet. Hasta el punto de colocar sus mensajes en los periódicos con facilidad… independientemente de su veracidad…

En mayo de 1994, por ejemplo, Uber aseguró que los ingresos anuales de sus conductores neoyorquinos ascendía a 90.766 dólares anuales, lo que a bote pronto sonaba a revolución cultural: la economía colaborativa iba a convertir a los taxistas del mundo en individuos de clase alta. La pera, sí. El "Washington Post" tituló triunfal que era el "fin de la era de los taxistas mal pagados", y algunos medios elevaron los sueldos hasta los 100.000 euros. Estábamos ante la realización de toda una utopía liberal: bastaba con desregularizar el sector, eliminar a los intermediarios parásitos (los dueños de las licencias de taxis) y mejorar la relación cliente/usuario para que lloviera la pasta a chorros y los taxistas pasaran a cobrar como directivos de multinacional.

La letra pequeña de los fabulosos sueldos pagados por Uber era la siguiente. 1) La empresa cobra tanto a sus conductores como los taxistas a los dueños de las licencias de taxis. 2) "Los costes en gasolina, mantenimiento, seguro y por depreciación del vehículo, además de otros gastos adicionales (peajes, aparcamiento), se llevaban casi la mitad de cada dólar de la tarifa de cada carrera, lo que reduciría el sueldo" de los taxistas neoyorquinos "a una cifra más ajustada de 45.000 euros". 3) Uber no escogió al azar la ciudad de Nueva York para sacar músculo: ahí es donde ganan más sus conductores: en la mayoría de las ciudades los sueldos rondaban los 30.000 euros, tres veces menos de lo cacareado.

El salto de los conductores de Uber de la clase baja a la clase alta había durado tres telediarios. "Desde que Uber afirmó lo de los 90.000 dólares, ha ido perdiendo verosimilitud. Los periodistas que buscaron conductores que ganaran dicha cantidad tildaron sus esfuerzos de "búsqueda del unicornio de Uber" y volvieron con las manos vacías… En 2014 los conductores de Uber se manifestaron en protesta por sus bajos ingresos: en Seattle lo hicieron en abril y agosto, en San Francisco en mayo y octubre, en Los Ángeles en septiembre, en Nueva York en septiembre y octubre, y en Londres en octubre; un acontecimiento muy poco probable si estuvieran ganando tanto como sugería la empresa", zanja el autor.

De la utopía autogestionada al abuso laboral en tiempo récord: "Los mercados de la economía colaborativa están generando nuevas formas de consumo más abusivas que nunca… En lugar de liberar a los individuos para que tomen el control sobre sus propias vidas, muchas empresas de la economía colaborativa están ganando pasta gansa para sus inversores y ejecutivos y creando buenos empleos para sus ingenieros informáticos y expertos en marketing, gracias a la eliminación de protecciones y garantías alcanzadas tras décadas de esfuerzos y a la creación de formas más arriesgadas y precarias de trabajo mal remunerado para quienes de verdad trabajan en la economía colaborativa", resume el autor sobre la deriva de la ideología californiana.

Slee sostiene que "el éxito de Uber se deriva de su funcionamiento parásito en las ciudades donde opera". Ejemplo de este parasitarismo: la laxitud fiscal que rodea a la empresa. "Desde el punto de vista tributario, Uber es parasitaria de las economías locales. Cuando se paga a un taxista, parte del dinero va a la compañía de taxis para la que trabaja y esa empresa paga impuestos en la ciudad, de modo que el dinero vuelve a alimentar a la economía local. Cuando se le paga a un conductor de Uber, la situación es distinta… Al margen de lo que ocurra con la parte de la tarifa del conductor, la compañía se lleva su tajada exenta de impuestos. Como muchas compañías digitales, Uber ha establecido filiales por todo el mundo. Si uno toma un coche de Uber en Canadá, el pago de la tarjeta de crédito va a Uber BV, constituida en Holanda por razones fiscales".

Conclusión sin moralina

Pese a sus afiladas críticas, Slee no cae en la tentación de culpar al cliente. "Igual has sido anfitrión o huésped de Airbnb; igual has ofrecido o aceptado un trayecto con Uber; igual has pedido una comida, o la has llevado a domicilio con Postmates. Este libro es crítico con las empresas y con el movimiento de la economía colaborativa en general, pero no tengo intención alguna de hacer que el lector se sienta culpable o se ponga a la defensiva… Los problemas de la economía colaborativa no estriban en el participante individual que busca unas vacaciones novedosas o un desplazamiento rápido a la otra punta de la ciudad, como tampoco lo hacen los problemas generales del consumismo en el individuo que llena de gasolina el depósito de un coche o compra un par de zapatos nuevos. Los problemas estriban en las propias empresas y en los intereses financieros que se sirven de esas empresas para perseguir unos objetivos de desregulación en aras de la riqueza privada".

Todo ello le lleva a concluir que la economía colaborativa no se merece el prestigio progresista que tiene. "Escribí este libro porque los objetivos de la economía colaborativa apelan a ideales con los que se identifican muchas personas, incluido yo; ideales como la igualdad, la sostenibilidad y la comunidad. La economía colaborativa sigue contando con el apoyo y la lealtad de muchas personas progresistas -en particular de jóvenes que se identifican claramente con las tecnologías que utilizan- cuyos instintos bondadosos están siendo manipulados y que acabarán por sentirse traicionadas. La economía colaborativa invoca esos ideales para amasar inmensas fortunas privadas, para ir en contra de comunidades reales, para fomentar una forma de consumismo más opresiva y para crear un futuro más precario y con más desigualdades que nunca".

– El nuevo orden mundial (porque a la UE solo le queda año y medio de vida) (El Confidencial – 26/1/17)

Trump no pretende únicamente que los trabajos vuelvan a EEUU: quiere reconfigurar el mapa geopolítico y el económico, y la Unión Europea va a ser la gran perdedora

(Por Esteban Hernández)

El mapa geopolítico está reconfigurándose y las perspectivas no son buenas para Europa. La elección de Trump va mucho más allá de la simple intención de que los estadounidenses recuperen sus fábricas u obtengan mejores condiciones en los tratados de libre comercio. No es solo proteccionismo, sino parte de un cambio que puede ser radical.

Un elemento esencial tiene que ver con el nuevo papel de EEUU en el mundo. Es la gran potencia militar mundial, la que concentra las mayores y más importantes empresas financieras, las que tienen un peso decisivo en la energía, y las que están desarrollando las innovaciones más atrevidas en el entorno productivo. Las empresas fabriles estadounidenses, por importantes que resulten, ya no son, a causa de la competencia, tan decisivas como en el pasado. En contrapartida, muchas de las firmas norteamericanas ligadas a Silicon Valley, desde Amazon hasta Facebook, están convirtiéndose en los actores dominantes en el nuevo contexto económico, y algunas otras, como Uber o Airbnb, amenazan con hacerlo. La mayoría de ellas utilizan un modelo que les permite absorber sectores ya existentes, que tenían su propia ecología, concentrarlos y reconvertirlos al servicio de una empresa mediadora (desde las librerías y tiendas de discos o de informática hasta los taxis o los hoteles) que recoge casi todos los réditos. Eso supondrá, si la fórmula termina siendo exitosa, que el dominio económico de EEUU se va a potenciar de una nueva manera, más intensa que en el pasado.

Otra manera de extender la influencia estadounidense tiene que ver con el mapa político que está dibujándose, con quiénes van a ser sus aliados y cuál va a ser el grado de vinculación. Es evidente que Trump respaldará a Israel en Oriente Medio, que buscará otro tipo de relación, más cercana, con Rusia y que tratará de rebajar el papel de China. Mientras las élites occidentales han reaccionado a la presidencia de Trump asegurando que hay que ser prudentes, que hay personas de mucha experiencia y de gran conocimiento en su gabinete, y que probablemente tomará medidas económicamente inteligentes, las chinas han sido más beligerantes: el presidente fue el conferenciante estrella en Davos, donde defendió con uñas y dientes ese libre comercio que les ha convertido en ricos, y Jack Ma, el CEO de Alibaba, ha declarado que si a los trabajadores norteamericanos les va mal, es por culpa de su Gobierno, que se gasta el dinero en presupuesto militar.

Un clarísimo perdedor

En esa recomposición hay un pequeño perdedor, como es Japón, su tradicional aliado asiático, y un clarísimo perdedor, la Unión Europea. El Brexit es el primer paso hacia el declive de una Unión que Trump entiende que está supeditada a Alemania y que pretende debilitar. El que se espera sea el próximo embajador ante la UE, Ted Malloch, ha declarado que al euro le queda año y medio de vida; que 2017 será el de la celebración de elecciones decisivas, en el que los europeos van a decidir de modo democrático si quieren seguir o no en la UE, y que el final del camino resultará inevitable.

Por supuesto, que la moneda común desaparezca y la UE se rompa no será ningún problema para los países que se marchen porque ahí estará EEUU para respaldarles. Dicen que Trump está contra el libre comercio, pero quizás esté solo en contra de ese libre comercio que beneficia a países distintos del suyo. La apuesta ha quedado clara con el Reino Unido, al que ha ofrecido un tratado bilateral por la vía exprés si fuese necesario, y ese será el camino que utilice para reafirmar la posición de su país.

La fórmula para salir de la UE

El problema es que en esta recomposición del mapa europeo, es muy probable que se produzca. Como bien señalan Malloch y Trump, son fruto de tensiones internas, de una población que encuentra muchos motivos para la insatisfacción en esta aventura europea, y que ha ido acumulando descontento que ha dirigido, con bastante lógica, hacia los burócratas de Bruselas y hacia ese Banco Central Europeo que tan poco ha pensado en ellos. La mezcla de populismo de derechas, sectores empobrecidos y desconfianza en las instituciones es un desafío enormemente serio para la Unión, y posee bastantes bazas, no ya para generar dudas sino para salir triunfante. Trump lo sabe, porque esa es la fórmula que le ha llevado al poder y porque sus aliados han logrado sacar al Reino Unido de Europa, y por tanto confía en que esos escenarios ofrezcan los mismos frutos.

Para Europa, la actitud hostil estadounidense es un problema, pero haría mucho menos daño si el magnate no tuviera razón en el argumento de fondo: Europa está dividida, producto de las políticas de Bruselas y del BCE, que han empeorado el nivel de vida de buena parte de su población. Lo lógico hubiera sido, frente a este descontento, generar una respuesta a la altura del desafío. Pero no se hizo: se prefirió seguir unos dictados que beneficiaban a Alemania, y de paso a los inversores financieros, y que perjudicaban a pequeñas empresas y asalariados, urbanos y rurales.

El enemigo a las puertas

El último Foro de Davos fue una demostración más de esta particular ceguera, y ni siquiera ahora que el enemigo está a las puertas han amagado con poner en marcha otro tipo de políticas. Eso es arrojar Europa a los brazos de Trump y renunciar al legado europeo, ese que se asentó en el Estado de bienestar. Pero al mismo tiempo es echar al pozo de la historia todo aquello que Europa debería significar, desde el legado de la Ilustración hasta la defensa de los derechos humanos pasando por la idea de una sociedad donde la desigualdad no sea el núcleo estructural.

A la UE le pasa igual que al periodismo. Es cierto que los medios son cada vez más partidistas, ofrecen peor información y están políticamente mucho más controlados: les importan más los suyos que la realidad, de modo que cuando alguien como Trump les critica, encuentra muchas simpatías entre los ciudadanos. Pero lo que Trump pretende no es reformar los medios para que hagan mejor su trabajo, ese de confrontar al poder con los hechos, sino simplemente eliminar su mediación: así no habrá nadie que pueda difundir una realidad diferente de la que a él le agrada. Este es también el caso de la UE. Su expresión actual es deficiente, torpe y en ocasiones repelente, pero sus enemigos no tratan de mejorarla: quieren eliminar la modernidad social, material y redistributiva en la que en un momento llegó a basarse, y todas las ideas racionales, aplicadas o no, que la inspiraron. Es la hora de los presidentes carismáticos (y mejor si son millonarios) a los que expertos, especialistas, intelectuales y periodistas les sobran. Acabar con esta UE puede ser una buena idea para mucha gente, lo cual es lógico, pero quienes van tras ella son bastante peores. En fin, quizá las élites europeas, algunas de las cuales van a salir muy dañadas de este proceso, comiencen a darse cuenta antes de que las exilien en el Caribe.

– Es cuestión de tiempo: por qué los jóvenes votarán a Le Pen (El Confidencial –1/3/17)

Un tercio de los jóvenes confía en Le Pen por encima del resto de ofertas políticas. Influyen el paro o la larga espera para lograr un salario decente. Los jubilados son el muro de contención contra el FN

(Por Luis Rivas – París)

Marine Le Pen es la candidata favorita de los jóvenes, de los obreros y de los parados franceses. La sociología del voto del Frente Nacional sigue sorprendiendo a los que han preferido hacer el avestruz durante los últimos lustros. El linchamiento mediático, cultural y artístico que se ceba en Le Pen y su sus ideas no ha tenido el efecto deseado en las urnas por quienes se erigen en guardianes del sistema.

El último sondeo realizado por la empresa Elabe para el diario económico "Les Echos" incide en lo que ya es una constante invariable desde hace años: un 35 por ciento de los jóvenes de 18 a 24 años muestran su intención de votar por Marine Le Pen en las presidenciales, cuya primera vuelta se disputa el 23 de abril. El FN es también el partido favorito entre sus hermanos mayores, los jóvenes de 25 a 34 años.

Nada menos que un tercio de los jóvenes franceses confía pues en Le Pen, por encima del resto de ofertas políticas. Ni las críticas constantes del "Partido de los Medios", ni la descalificación de sus enemigos, ni los manifiestos de supuestos expertos, ni las manifestaciones contra el FN de los grupos ultraizquierdistas que se van multiplicarán a partir de ahora, ni los escándalos judiciales que salpican a la formación nacional-populista logran hacer disminuir la adhesión de la juventud francesa a las ideas de Le Pen.

El Director de Estudios políticos de Elabe, Yves-Marie Cann, explica estos resultados por las dificultades para encontrar un primer trabajo, en la larga espera para obtener un contrato fijo o un salario decente. Y aunque otros sociólogos repiten este factor, otros estudios de opinión subrayan que los jóvenes están preocupados también por aspectos como la inseguridad y la inmigración masiva, puntos esenciales en el ideario del FN.

En Francia, los jóvenes no son mayoritarios en las manifestaciones bajo el lema "Welcome refugees". Los que aparecen más sensibilizados con los refugiados y con los emigrantes económicos son los "bobos", la bourgeois-bohèmes, categoría social que en España podría equivaler a la de progresista acomodado.

Muchos observadores extranjeros se sienten frustrados a la hora de extrapolar las situaciones políticas de sus países con la situación francesa. Parecería lógico que los jóvenes de este país se sintieran atraídos por la izquierda o la izquierda radical. Pero no es así. A diferencia de, por ejemplo, la juventud norteamericana, el efecto Trump no es transportable a Francia.

La decepción del mandato de François Hollande es una de las razones que ha llevado a los jóvenes a buscar soluciones de futuro en una opción como la del FN, pero ya antes de las elecciones del 2012 que auparon a los socialistas al poder, Le Pen atraía a buena parte de la juventud. Emmanuel Macron, el candidato de "ni de derechas ni de izquierdas" o, mejor, "de derechas y de izquierdas", está también por delante del socialista Benoît Hamon y del aspirante de la izquierda radical, Jean-Luc Melenchon en cuanto a preferencias de los jóvenes. De los partidos minoritarios, ultraizquierdistas y trotskistas, que forman parte solo del folklore electoral, mejor no hablar, por la insignificancia de sus resultados.

Obreros: del PC al FN

Que Le Pen recoge el voto de los "indignados" es demostrable en el sondeo de Elabe, aunque es una constante en los últimos años. Nada menos que un 44 por ciento de los obreros apoya al FN, que es también el partido favorito de los empleados y de los parados. Del Partido Comunista al Frente Nacional, pasando por la decepción socialista; ese es el recorrido sociológico de los obreros franceses, golpeados por la desindustrialización, por la falta de alternativas al cierre de fábricas y empresas clásicas y por el desprecio de los nuevos gurús de las industrias digitales, obsesionados con la "uberización" de la economía, según denuncian los nostálgicos de la época del pleno empleo.

Que los obreros ya no son carne electoral de la izquierda es un hecho que el think-tank socialista, Terra Nova, había sentenciado en 2011. En un estudio publicado ese año, la máquina de pensar que alimenta al PSF firmaba el divorcio entre la socialdemocracia y la llamada clase obrera. Terra Nova proponía entonces abandonar el caladero obrero e ir a pescar en aguas del islam de Francia y de la inmigración. Pero ese es otro cantar. Terra Nova contribuyó a la "proletarofobia" que caló entre los modernos enganchados al mundo virtual/digital, urbano y multicultural. Le Pen lo tuvo fácil, y lo sigue teniendo, para acoger a los expulsados del sistema de producción.

En cuanto a su éxito entre los parados, nada sorprendente cuando los sindicatos franceses son acusados de ayudar a mantener desde hace décadas un paro estructural y a concentrarse en ganar el apoyo del contratado, del asalariado blindado, ignorando al desempleado. La ínfima afiliación sindical contrasta con el apoyo obrero al FN.

El socialo-izquierdista Hamon es el segundo de la lista en la preferencia del voto obrero, pero con un 15 por ciento de apoyo. Ni sumando el porcentaje de Melenchon, los ecologistas y la ultraizquierda llegan a las cifras de Le Pen. Es más, Macron obtiene también un 15 por ciento.

Los jubilados, el muro anti-Le Pen

Tras la retirada del centrista Bayrou de la carrera electoral el porcentaje de franceses de entre 35 y 50 años que apoya a la candidata del Frente Nacional ha subido como la espuma. ¿Quiénes se resisten, de momento, a Le Pen? ¿Quiénes no piensan votarle? Según el estudio de Elabe, corroborado por otros efectuados en los últimos años, aparte de los sectores acomodados, los jubilados son el muro de contención principal contra el FN. "Solo" un 18 por ciento manifiesta su fervor a Marine Le Pen. Los pensionistas, una franja de la población que resiste a la crisis y contribuye en la ayuda económica de hijos y nietos, temen sobre todo una de las medidas estrella del FN: el abandono del euro.

Los esfuerzos de Marine Le Pen para asegurarles que el retorno al franco no mermaría sus pensiones y ahorros no convence a un electorado conservador en su mayoría, pero no radical. François Fillon sigue siendo su favorito, aunque Macron gana terreno tras los escándalos que afectan al candidato de Los Republicanos.

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Fuente: Fedea 15/11/16

Gráfico 1 Tasa de paro de larga duración en los países de la OCDE, 2007 y 2015 (proporción de la población activa, %)

Monografias.com

Fuente: OECD.Stat (Estadísticas Anuales de Fuerza de Trabajo).

El gráfico 1 muestra las tasas de PLD de la mayoría de los países miembros de la OCDE en 2007 y 2015. Se observa un aumento pronunciado, de 3,5 puntos porcentuales (pp) o más, en cuatro de los países rescatados, España, Grecia, Irlanda y Portugal, y en Italia; lo que es muy alto comparado con el promedio de 1,6 pp en la UE y de 0,7 pp entre los países de la OCDE. Por el contrario, hubo un aumento relativamente modesto en la mayoría de los países anglosajones. Y en Alemania y en algunos otros países la tasa de PLD ha caído. Al mismo tiempo, la incidencia del PLD también varía enormemente entre diferentes grupos de trabajadores.

El PLD provoca un considerable estrés mental y material en las personas afectadas y sus familiares, y hay abundante evidencia de que la probabilidad de encontrar empleo de los parados tiende a caer con la duración del mismo. Por tanto, muchos parados de larga duración pueden encontrarse pronto en el margen del mercado de trabajo, con escasas opciones de volver a trabajar. A nivel agregado esta situación puede traducirse en bajas tasas de crecimiento y alto paro estructural.

– Snapchat se dispara un 44% en su estreno en Wall Street (Expansión – 3/3/17)

(Por C. Ruiz de Gauna – Nueva York)

Sus acciones han fijado su primer precio en el mercado en los 24 dólares, desde los 17 dólares del precio marcado en la OPV.

Snap, la empresa propietaria de la aplicación de mensajes efímeros Snapchat, empezó a cotizar este jueves con una fuerte subida del 44%, hasta los 24,48 dólares. La compañía fijó su primer cruce en la Bolsa neoyorquina en los 24 dólares y en su máximo intradía llegó a tocar los 26 dólares.

El grupo con sede en Los Ángeles protagonizó este jueves la primera gran salida a Bolsa de una tecnológica desde el estreno en el parqué de Nueva York del gigante chino de comercio electrónico Alibaba en 2014.

La matriz de la popular aplicación de mensajería instantánea fijó el miércoles por la noche su precio de OPV en los 17 dólares por acción, por encima de la banda de entre 14 y 16 dólares estimada inicialmente. La nueva cifra reflejó las altas expectativas de sus gestores y adelanta el interés de los inversores por una operación con ha recaudado 3.400 millones de dólares y que hará ricos a centenares de empleados de la compañía.

Así, por primera vez en tres años, el mercado ha tenido la oportunidad de valorar si una empresa joven, en pérdidas y con un negocio difícil de definir es capaz de seguir el camino de gigantes como Facebook.

Snap ha salido a Bolsa desafiando a los inversores con un modelo de negocio en pérdidas y sin fecha estimada de rentabilidad. "Hemos registrado pérdidas operativas en el pasado, esperamos tener pérdidas operativas en el futuro y puede que nunca seamos capaces de ser rentables", aseguraron los gestores de la compañía en el folleto de salida a Bolsa.

No son, sin embargo, los números rojos los que definen a Snap, una empresa que se mueve entre el software y el hardware, sino su capacidad de crecimiento. Por un lado, el grupo que fundaron Evan Spiegel, Bobby Murphy y Reggie Brown en 2011 debe su popularidad a Snapchat, una aplicación muy popular entre los jóvenes gracias a su servicio de mensajes cortos que se eliminan del móvil una vez leídos. Pero, además, la compañía ha empezado a comercializar unas gafas con cámara integrada para subir fotos y vídeos a la aplicación al momento, lo que le lleva al terreno del hardware.

Su potencial de crecimiento permite a Snap pasar por alto los números rojos, que ascendieron a 514 millones de dólares el año pasado. El grupo cuenta con 158 millones de usuarios activos que le permiten presentarse al mercado con una valoración de entre 19.500 millones y 22.000 millones de dólares.

Muchos analistas han valorado la cifra exagerada, puesto que equivale a 55 veces las ventas, frente a las 10 veces de Google cuando se estrenó en Bolsa o a las 25 veces de Facebook. Otros expertos, sin embargo, creen que la compañía tiene recorrido, ya que su precio es similar a la valoración de Snap en la última ronda de financiación privada, en mayo del año pasado.

La trayectoria de Snap marcará el camino de otras tecnológicas, como Uber y Airbnb, a las que los inversores esperan con impaciencia. Si se tienen en cuenta las últimas rondas de financiación, Uber valdría en Bolsa 68.000 millones de dólares, frente a los 30.000 de la empresa de alquiler de apartamentos.

Antes de abrir el camino a otras empresas del sector, Snap tendrá que demostrar que seguirá la estela de Facebook y no la de Twitter.

Después de unos inicios confusos, la primera se ha revalorizado un 250% desde su salida a Bolsa. Twitter, en cambio, se impulsó un 73% el primer día para desplomarse después un 63%.

Pase lo que pase con la acción de Snap en el futuro, este jueves nació una nueva generación de millonarios, los empleados de la compañía que se harán ricos con la OPV. El sector inmobiliario de Los Ángeles, la ciudad californiana donde se sitúa la sede de la compañía, les espera con los brazos abiertos.

– La revolución digital nos obliga a vivir como nuestros tatarabuelos: en un mundo sin trabajo (Vozpópuli – 13/3/17)

El economista Ryan Avent presenta "La riqueza de los humanos" (Ariel), un ensayo de historia económica, pero también una reflexión social que explica de qué forma la tecnología ha modificado un siglo que se parece más al XIX de lo que pensamos.

(Por Karina Sainz Borgo)

La tecnología digital está transformando todos los aspectos de la economía y el modo de hacer las cosas: quién las hace, de qué forma y cuánto obtiene por ello. La revolución tecnológica nos obliga a meternos en la piel de nuestros tatarabuelos: a enfrentamos a un mundo en el que nuestro trabajo lo hace ya no una máquina, sino una aplicación o un programa informático. Esa es la tesis del especialista en historia económica Ryan Avent en su ensayo La riqueza de los humanos (Ariel). En las páginas de este libro, el periodista de The Economist aborda la principal cuestión que afrontan las sociedades ante los cambios tecnológicos: ¿está el mundo moderno preparado para un sacudón como el del siglo XIX?

A través de un viaje desde Shenzhen hasta Gotemburgo, pasando por Bombay y Silicon Valley, Avent indaga en el significado del trabajo en el siglo XXI, un mundo completamente distinto al de hace sólo una generación, en donde las relaciones entre el capital y la mano de obra, entre ricos y pobres han cambiado por completo. El trabajo ahora es menos regular y menos seguro, los trabajadores se ven obligados a buscar nuevos proyectos, adquirir nuevas habilidades, explorar nuevos horizontes. Considerando que el trabajo no sólo confiere sustento, sino identidad ¿qué va a pasar en un mundo con escaso trabajo? El futuro no tiene por qué ser desalentador, asegura Avent. Eso sí: siempre y cuando las personas comiencen a comprender que la riqueza no está en el capital y los patronos, sino que es social y humana. Alude a la capacidad de los individuos y las sociedades para adaptarse y reinventarse.

El ritmo de cambio es tan acelerado en el nuevo mercado laboral que incluso la franja más joven de la población activa recuerda un mundo distinto, asegura Ryan Avent. "Servicios como Uber y Airbnb, prácticamente desconocidos a principios de esta década, están transformando la esencia de sectores que emplean a millones de personas. Productos como Slack, una aplicación de chat diseñada para facilitar la colaboración entre colegas, están alterando la comunicación dentro del entorno laboral y programas informáticos inteligentes capaces de enviar correos electrónicos a los contactos de la agenda y de encargar comida preparada participan en la conversación como si de colegas humanos se tratara". Así, Avent traza un retrato de grupo en el que el lector percibe no ya clases ni categorías sociales, sino grupos: el de trabajadores activos e inactivos.

Lo que parece un ensayo económico va mucho más allá. Las páginas de este libro plantean el enorme desierto social que deja a su paso la tecnología al modificar el mundo de las relaciones tradicionales. Plantea las bases de un mundo extinto en el que muchos de sus habitantes deambulan, perdidos en un tiempo que los ha expulsado y del que ya no forman parte. Con la desaparición de los oficios, desaparece el impacto económico y social del trabajo en determinadas franjas, como es el caso de aquella a la que pertenecen los trabajadores de entre cuarenta y sesenta años, aquéllos cuyas décadas de experiencia como taxista o auxiliar administrativo, según Avent, podrían volverse "menos remunerativas" o incluso "carentes de valor en los años que les quedan antes de su jubilación prevista". La situación es global. Y él se encarga de demostrarlo.

"En Estados Unidos, la proporción de hombres adultos en plena edad laboral que en la actualidad trabajan o buscan empleo activamente se ha reducido de manera constante y, en algunos casos, espectacular durante la última generación (…) En Europa, uno de cada cinco adultos de menos de veinticinco años de edad está en paro (…) Para muchísimas personas, el trabajo se ha convertido en un factor menos fiable y con frecuencia menos remunerativo de su seguridad material, situación que ha derivado en que personajes populistas como Donald Trump o Le Pen lleguen a la política". El análisis de conjunto que hace Avent permite observar una panorámica muy similar a la del siglo XIX. Y así como ocurrió hace ya más de un siglo: mientras una estructura colapsa, la revolución tecnológica continúa su paso, tensando la cuerda.

– Snapchat ya no es tan "cool" para inversores: por qué sufre un hachazo del 30% en bolsa (El Español18/3/17)

(Por Jesús Martínez)

Tenía todos los ingredientes para seducir no sólo a los adolescentes, su principal público, sino también a los inversores. Una compañía joven creadora de una "app" de moda, con un enorme potencial de crecimiento (y un millonario negocio publicitario detrás) y en un mercado, el tecnológico, que tantos casos de éxito ha dejado en los últimos tiempos. La euforia lo inundó todo en los dos primeros días del estreno de Snap, propietaria de la aplicación de mensajería efímera Snapchat.

Dos semanas después, el ajuste ha sido más que significativo. Con el rojo vivido en la jornada de este viernes en el parqué estadounidense, se ha dejado casi un 30% desde aquel techo. Es decir, 9.000 millones de dólares de capitalización. Y los analistas prevén que aún quede otro ajuste por delante. La preocupación por unas previsiones de ingresos más modestas y el temor ante una sobrevaloración han tumbado la acción.

Un estreno eufórico, seguido de un ajuste

Las alertas eran muy claras. Los riesgos, evidentes. La ralentización en el crecimiento de los usuarios, la dificultad para alcanzar la rentabilidad a medio plazo y la dura competencia con otros gigantes como Facebook pesaban como una losa. E, incluso, eran señalados por la propia empresa a los inversores antes de su salida a bolsa como riesgos clave. Pero nada de eso fue impedimento para que en dos días la empresa subiera más de un 50%. Superó en la segunda jornada de cotización los 31.000 millones de dólares.

Ante esa valoración existen muchas dudas. Hay una buena parte del mercado que cree que hay cierta inflación en el precio actual de las acciones. Y es por ello que ha llegado un fuerte ajuste. Pero, ¿es cierta esa inflación? Si se compara con su negocio, la fotografía es elocuente en relación a la de otras compañías tecnológicas similares como Facebook o Twitter.

En la salida, la compañía se valoró en 20.000 millones de dólares, aunque esa cifra se pulverizó con el "rally" de la primera jornada. Pero incluso centrándose sólo en ese nivel, el "precio" total de la compañía era 49,5 veces los ingresos logrados en el último año completo (2016), donde se alcanzaron los 400 millones de dólares. Era más alto incluso que el que tuvieron en su estreno competidores como Twitter (45), que posteriormente sufrió un fuerte ajuste, Facebook (28), Alibaba (19,8) o Google (16).

Un futuro con más rojo

En este contexto, el ajuste ha sido muy fuerte. La valoración de la compañía ha pasado de 31.300 millones de dólares que alcanzó en su segundo día de cotización, tras fuertes subidas, hasta quedarse en algo más de 22.000 millones.

Los analistas no son especialmente positivos con las perspectivas que tiene por delante la compañía. Nadie recomienda comprar sus acciones. Incluso hay quien ha corregido a la baja su posición. Muchos ponen en duda su capacidad para crecer en un terreno, el publicitario, muy reñido, con un modelo que aún se debe consolidar en el mercado.

La firma de análisis Cantor Fitzgerald colocó su precio objetivo en 18 dólares a mediados de esta semana -aún por debajo del precio al que ha cerrado este viernes- y advirtió de una valoración "elevada en cualquier escenario". Su analista, Youssef Squali, cita un equipo directivo poco contrastado y un terreno de juego tremendamente competido, con Facebook tratando de ganar posiciones con copias evidentes de su producto.

Monografias.com

Previsiones del negocio de Snapchat.

Es sólo un ejemplo de otros muchos. La mayoría de los analistas han hecho saltar todas las alarmas. Las alertas estaban sobre la mesa antes de su estreno. Pero sus primeros informes han generado desconfianza. La realidad es que ninguno de los once profesionales que la analizan tiene una recomendación de comprar para los inversores. Es más, con el ajuste que ya se ha producido sigue habiendo un ajuste pendiente de más de un 7% respecto al consenso de estos especialistas.

Previsiones a la baja

Las previsiones de negocio representan uno de los termómetros para medir la sobrevaloración (o no) de la compañía. Y en este sentido, hay cierto ajuste. Al menos en una de las consultoras con más predicamento en el sector de la publicidad. eMarketer rebajó en 30 millones de dólares su proyección de ingresos a través de los anuncios para 2017: de 800 a 770 millones de dólares. ¿La razón? Esperan que haya un mayor volumen de ingresos indirectos a través de terceros.

¿Y qué esperan los analistas en el mercado? El consenso de los expertos recopilado por la agencia Bloomberg, estima que los ingresos en 2017 serán muy superiores a esa cifra. En concreto, esperan que se supere por poco la barrera de los 1.000 millones de dólares de volumen de ventas netas. Para 2018 y 2019 prevén un volumen de 2.000 y 3.155 millones, respectivamente.

Lo llamativo es que el mercado da por hecho que Snap no va a ser rentable hasta, al menos, dentro de tres años. Sólo el ejercicio 2020 podrá ver los beneficios en su balance. Para los tres años anteriores -2017, 2018 y 2019-, suman unas pérdidas acumuladas de casi 1.500 millones.

Otro de los aspectos que también preocupan a los inversores es la nula capacidad para tomar decisiones. La emisión de acciones sin derecho a voto por parte de la joven empresa tecnológica no ha despertado alabanzas precisamente.  

¿Un aviso a navegantes para Uber o AirBnB?

La duda ahora reside en si este va a ser un aviso a navegantes para otras compañías privadas del sector que también valoran su posible salida a bolsa. Uber, Airbnb, Pinterest, Dropbox o Spotify barajan la posibilidad de estrenarse en el parqué. Queda por ver si este ajuste de valoración importante puede ser un freno para futuras OPV de los llamados "unicornios" (empresas privadas con apoyo del capital riesgo valoradas en más de 1.000 millones de dólares).

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