Monografias.com > Sin categoría
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

¿Un "Uber" para casi todo? (la "involución" disruptiva) (página 4)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5

El ajuste es fuerte. Snap ha vivido los sinsabores de un estreno bursátil en el que la euforia fue tan efímera como sus propios mensajes.

– Contra Uber (Libertad Digital – 21/3/17)

(José García Domínguez)

Las pretendidas bondades de Uber, esa página web valorada en 40.000 millones de dólares por los compradores de sus acciones, suelen ser defendidas por los entusiastas de su causa apelando a tres argumentos recurrentes. De Uber se predica que abarata en grado sumo el coste del transporte urbano, lo que repercutiría en un beneficio innegable para la colectividad. Esa constituye su primera línea de defensa. Pero a ella se le suelen añadir un par más con carácter complementario. Así, la segunda remite a la definitiva modernidad de la ingeniería virtual que ofrece soporte a su modelo de negocio; algo, su vínculo con las novísimas tecnologías de la información, que convertiría en inevitable su pronta implantación en todo el mundo, con independencia de la mayor o menor oposición que pudiera suscitar entre los retrógrados refractarios al progreso y la marcha inexorable de los tiempos. Un tercer argumento, en fin, apela a la supuesta labor de Uber en defensa de los principios de la libre competencia, en la medida en que su irrupción en mercados locales antes regulados de forma monopolística operaría como un súbito catalizador que libera las fuerzas de la oferta y de la demanda en beneficio siempre del consumidor final. Se trata de tres argumentos distintos que, sin embargo, comparten una característica común, pues ocurre que los tres son falsos. Es falso que Uber abarate el precio del transporte de viajeros allí donde se instala. Es falso que Uber represente un ineludible abanderado tecnológico de la modernidad. Y es falso que la implantación de Uber suponga cortapisa alguna a la existencia de monopolios en el sector del transporte de viajeros. Contra lo que pretenden sus hagiógrafos, el coste de un trayecto en un vehículo de Uber entre dos calles de Madrid o Barcelona no es más barato que si se utilizasen los servicios de un taxi para realizar idéntico trayecto. En realidad, el viaje en un vehículo privado asociado a Uber cuesta lo mismo o más que si se realizara en un taxi con licencia. La diferencia estriba en que el vehículo de Uber está siendo subvencionado por todos los contribuyentes españoles, usen o no sus servicios, y el taxi no.

Que Uber no cobre a los usuarios el coste real del servicio que presta no significa que ese coste deje de existir ni que nadie lo asuma. Bien al contrario, existe y cargamos con él el resto de los ciudadanos españoles. Al revés que Uber, un taxista de Madrid o Barcelona provisto de su correspondiente licencia de actividad no se convierte en un parásito para los contribuyentes. Con su vehículo sometido a constantes revisiones técnicas, sus seguros en regla, su capacitación profesional acreditada por las pruebas que dan acceso a un carnet específico, sus regulaciones horarias, sus tarifas oficiales, sus días de descanso obligatorio y sus turnos horarios, amén del valor económico de una licencia que le asegurará una indemnización generosa el día que le toque jubilarse y la traspase, un taxista de Madrid o Barcelona no solo puede mantener dignamente a una familia, sino que también ingresa lo suficiente como para contribuir con sus impuestos a la sostenibilidad de los servicios públicos del Estado que él y los suyos consumirán a lo largo de la vida, desde el colegio de los niños a la sanidad, las pensiones o los servicios sociales. Un conductor de Uber, en cambio, no aporta nada o casi nada a Hacienda por la triste razón de que el precario trabajillo ocasional que le proporciona esa web, una simple chapuza para ir tirando, produce ingresos insuficientes para pagar unos impuestos en concepto de IRPF cuyo importe se aproxime, siquiera de lejos, al coste de esos servicios públicos, de los que también él se beneficia. Un chófer ocasional de Uber que tenga un hijo a su cargo supone un coste anual para la sanidad pública madrileña de unos 820 euros. Y si el hijo está en edad escolar, la factura que soportará la Comunidad de Madrid por su formación reglada en uno de sus centros subirá a otros 4.678 euros adicionales. Y, puesto que los clientes de Uber no pagan ese precio y los chóferes de Uber tampoco reciben ese dinero, es evidente quién sufraga médicos y colegios para la plantilla toda de Uber. Los paga usted, querido lector, con sus tributos.

En cuanto a lo imparable de su expansión, el segundo argumento, dado lo sofisticado de la tecnología que le sirve de soporte, conviene recordar que una tecnología pareja puede usarse para difundir pornografía infantil de pago por las redes. O para vender bombas atómicas a particulares con pagos a través de Pay Pal. Pero yo no conozco a nadie que asegure que eso también es imparable y que, en consecuencia, habría que autorizar cuanto antes tal tipo de comercio. Claro que se puede parar. Por supuesto que se puede parar. Desde Tomás Moro, las utopías todas que crearon los seres humanos estaban localizadas, sin excepción, en el mismo instante del tiempo: el futuro. En cambio, la distopía de Uber propugna un retorno al pasado: su horizonte ideal implicaría volver a principios del siglo XIX, a un mundo en el que el trabajo asalariado aún no conocía la más mínima protección legal. Ninguna. Uber es una máquina del tiempo que solo viaja hacia atrás. Y todo eso, ¿para qué? Obviamente, para tratar de alumbrar un nuevo monopolio, el suyo por más señas. Uber, como toda gran compañía con músculo financiero y poder de mercado, puede permitirse bajar los precios durante el periodo inicial de su implantación en un nuevo país o ciudad para, una vez eliminada la competencia, proceder a maximizar ese mismo precio al modo de todos los monopolios que en el mundo han sido. Si alguien ha confundido a Uber con la Unicef, que se lo haga mirar, como dicen los catalanes. La salida de España del pozo en el que aún está hundida no debe pasar por la uberización de nuestra economía. Como tenemos muchos parados con una muy escasa capacitación académica y profesional, los gobiernos, igual los socialistas que los conservadores, alientan y favorecen por todas las vías a su alcance que se creen puestos de trabajo para personas con esas características. Y la consecuencia es el abandono escolar prematuro para ocupar esos empleos, además de la llamada a la inmigración extracomunitaria de ese mismo perfil socio-profesional. Un círculo vicioso cuya única posible salida exige que dejemos de una vez por todas de aventar la creación de subempleos. Uber forma parte del problema, no de la solución.

– Sara Rodríguez: "La economía colaborativa no se puede parar" (Libertad Digital – 24/3/17)

(Por Beatriz García)

Las empresas de economía colaborativa piden al Gobierno que actúe para definir su actividad.

"No sé en qué momento alguien pensó que en la economía colaborativa no había empresas y que todo era gratis", se pregunta sorprendida la secretaria general de Sharing España, Sara Rodríguez. "Hay mucha confusión con el término. Es cierto que puede haber trueque o donaciones en las actividades de estas empresas, pero también hay negocio porque si no estaríamos estamos hablando de economía social", añade.

La asociación a la que representa Rodríguez reúne a un gran número de empresas de la llamada economía colaborativa con actividad en España. Uber, Cabify, Airbnb o Blablacar son las más conocidas, pero en total suman unas 37 compañías.

Ante la gran confusión que genera la actividad de estas empresas en nuestro país, una de las principales aportaciones de Sharing España ha sido la clasificación de este tipo de plataformas en tres categorías: las empresas de economía colaborativa puras, las llamadas bajo demanda y las de acceso. Así las definen.

Economía colaborativa: se trata de compañías que no prestan servicios subyacentes, es decir, los bienes o los servicios de los que disfrutan los usuarios no son de su propiedad. Los portales ejercen como un tablón de anuncios poniendo en contacto a particulares con otros particulares o profesionales a cambio de una contraprestación. Aquí entraría la plataforma para compartir coche Blablacar o la de alquiler de apartamentos Airbnb.

Economía bajo demanda: en este caso, la relación siempre es de particulares a profesionales y con ánimo de lucro. Las compañías de alquiler de conductor como Uber o Cabify estarían en esta clasificación, y también las de microtareas como Reparalia o las de reparto como Glovo o Deliveroo.

Economía de acceso: aquí entran las empresas de alquiler de vehículos como Emov o Car2go y las plataformas de coworking, que prestan ese servicio subyacente con la integración de la digitalización.

Para la secretaria general de Sharing España, definir estos tres conceptos es un primer paso para despejar algunas incertidumbres en torno a estos nuevos modelos de negocio. "Hay mucha inseguridad jurídica porque ni siquiera los propios titulares de las plataformas saben dónde están. No creemos que haga falta una regulación de la economía colaborativa porque no pensamos que sea posible. Lo que sí es necesario que se pongan unas normas claras sobre cómo actuar y la plataforma sepa cuáles son sus obligaciones", explica.

Las presiones de los sectores tradicionales

Los esfuerzos de los sectores tradicionales para impedir su actividad, el exceso regulatorio que han llevado a cabo un gran número de autonomías y la falta de claridad en la legislación son los mayores problemas a los que se están enfrentando algunas de estas compañías a la hora de llevar a cabo su actividad.

En este sentido, Sara Rodríguez ha criticado la pasividad del Gobierno de nuestro país tras la llegada de estas plataformas. "España se enfrenta a esto con cautela, nadie se atreve a posicionarse", asegura. "Hay otros países de la UE que lo han abrazado abiertamente o, por ejemplo, Francia ya ha puesto ciertos límites económicos sobre cuándo una persona deja de ser un particular para pasar a operar como un profesional. Aquí en España nada, el Gobierno está esperando a que la normativa venga de Europa porque hay presiones", asegura.

Y es que la aparición de este tipo de empresas se ha convertido en la peor pesadilla de un gran número de sectores altamente regulados en nuestro país. Lejos de intentar renovarse para hacerles frente, sus representantes han clamado por el cierre de las plataformas, llegando incluso a los tribunales. Los casos más polémicos han sido los de los autobuseros con Blablacar, los de los taxistas con Uber y los de los hoteleros con Airbnb.

"Esto no se puede parar. Estamos convencidos de que pueden convivir, aunque es cierto que el pastel se hará un poco más pequeño. En el sector más tradicional podrían verlo como una oportunidad para que se le baje a ellos todas las exigencias de regulación", señala la experta. Una de las claves que apunta Rodríguez es la diferenciación de la actividad de cada sector. "Aribnb no es un hotel y es lo primero que tienen que entender. No pueden exigirle la misma regulación", declara.

El transporte, el que más sufrirá

En este sentido, la semana pasada miles de taxistas se manifestaron en las calles de Madrid y Barcelona contra Uber o Cabify. De hecho, es en el sector del transporte es donde Rodríguez ve el mayor problema de convivencia "tanto urbano como interurbano".

"El transporte es el sector que más perjudicado va a salir y donde más difícil va a ser la convivencia porque a las plataformas no les ha costado entrar. Está el caso Uber, que fue delicado, pero Blablacar, Amovens, o los delivery están operando sin problemas", declara Rodríguez. El 31 de diciembre de 2014, Uber anunció la suspensión temporal de su actividad en España tras recibir una sentencia formal que le prohibía dar servicio por una denuncia de los taxistas. En 2016, retomó su actividad apostando por los conductores con licencia VTC. "Los VTC era un sector que estaba en decadencia y nadie habla de su resurgimiento", añade la experta.

El sector turístico tampoco se libra de los problemas. Autonomías como Cataluña han llegado a multar a plataformas como Airbnb o Homeway por publicitar pisos en alquiler. "En Cataluña se están tomando la justicia por su mano, pero una sentencia del Juzgado de lo contencioso-administrativo nº 11 de Barcelona les ha quitado la razón porque aseguran que esa multa fue totalmente arbitraria", explica Rodríguez.

La ingeniería fiscal es uno de los argumentos más utilizados por sus detractores para cargar contra estas plataformas. "Si no pagan impuestos en España es porque no son sociedades españolas y porque la ley se lo permite. Cambien ustedes la ley, pero no culpen a las plataformas", señala Rodríguez, quien recuerda que los conductores de Uber o Cabify cotizan en el régimen de autónomos. Sobre el supuesto fomento de la economía sumergida que podrían causar estas plataformas, la experta apunta al efecto contrario porque "estas plataformas utilizan el pago digitalizado".

El gran reto ahora es definir la actividad de cada empresa. "Tenemos muy claro que las plataformas tienen una ley de aplicación que viene de Europa, que es la Ley 34/2002 de servicios de la sociedad de la información y el comercio electrónico, y lo que hay que determinar ahora es cuándo esas empresas dejan de considerase plataformas porque han empezado a prestar servicios, y si tienen que regirse por la normativa del consumidor, por la de derecho civil o por la mercantil. Hay que dejar claro, por ejemplo, si Uber es un proveedor de servicio de transporte o es plataforma porque los vehículos no son de su propiedad… Aquí la Comisión Europea no se ha pronunciado al respecto", concluye.

– Así es el mercado "b" de licencias VTC para Uber y Cabify: hasta 60.000 euros (El Español30/3/17)

(Por Jesús Martínez)

Una burbuja en potencia. El sector de las licencias de vehículos con chófer, utilizadas por empresas tecnológicas como Uber o Cabify, está en plena ebullición. Las plataformas crecen y también el interés por entrar en el mercado. El resultado: una creciente inflación de precios de las licencias.

Hoy hay empresas y titulares individuales que piden hasta 60.000 euros por una de estas tarjetas, muy por encima del precio que se reclamaba hace tan sólo unos meses. En el sector se espera que el aluvión de permisos que se atisba en los dos próximos años rebaje la temperatura.

"Se está repitiendo el modelo de burbuja del taxi", asegura una fuente relevante del sector de VTC en España, que prefiere mantenerse en el anonimato. La escasez de permisos, pese al incremento importante tras el "agujero" de la ley, y el creciente interés de profesionales y empresas por este mercado han sido los principales ingredientes. El ejemplo de Cabify sirve para ilustrarlo: desde noviembre de 2015 hasta ahora la compañía ha multiplicado por 3,5 el número de conductores que trabajan en su plataforma sólo en Madrid.

El efecto está siendo muy similar a lo que ha sucedido en los últimos años en el taxi, donde el número de licencias se han mantenido invariables y cada una de ellas se ha llegado a cotizar por encima de los 200.000 euros en grandes capitales como Madrid, tal y como aseguró la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC).

Monografias.com

Hasta 60.000 euros

Se trata de un mercado que, al igual que sucede con el taxi, es opaco. Como en este, se permite la transmisión de las autorizaciones, según se establece en el artículo 20 de la ley de ordenación de transportes. Sin embargo, tiene varias peculiaridades respecto al taxi: las licencias están vinculadas a un coche y no al conductor, y hay una obligación de que cada sociedad (o autónomo) tenga un mínimo de siete licencias. Esta limitación, que fue "tumbada" por el Tribunal Supremo en 2012, fue rescatada por el Gobierno en la actualización de la ley en noviembre de 2015.

En distintos tablones de anuncios como Milanuncios y otros, hay ofertas que van desde los 40.000 a los 60.000 euros por una licencia. Pese a estar a años luz de los precios que se pagan (y se pagaron en el pasado) por un permiso para el taxi, se trata de cifras muy altas y que han crecido a gran velocidad en los últimos meses. "La gente no puede entrar en el mercado como quisiera y es lógico que, por oferta y demanda, se incremente el precio", asegura otra fuente que lleva años trabajando en el mercado de las VTC.

"Se vende licencia VTC de Madrid con coche BMW serie 3 con 1 año y 15.000 kilómetros; precio razonable; contrato de trabajo con proveedor de servicios y participación en sociedad", asegura una de las ofertas. Precio: 79.500 euros. Hay casos en los que se piden por cada uno de los permisos, en paquetes de hasta cinco, casi 100.000 euros.

Lo habitual suele ser una transmisión normal de las tarjetas, aunque hay otras modalidades que se están poniendo sobre la mesa y que no están permitidas por ley. Hay propietarios de vehículos que llevan asociados una licencia VTC que están alquilando este coche, cediendo la explotación de su negocio durante un periodo determinado, algo que es ilegal, según las fuentes jurídicas consultadas por este medio.

¿Cómo se ofrecen?

Hay titulares particulares de licencias que han logrado una (o varias) licencia de VTC a través de sentencia judicial, tras el agujero creado por la ley "ómnibus". Esos pueden transmitir la tarjeta a otros profesionales que, al menos, tengan una licencia, según confirman las mismas fuentes jurídicas. A estos se les suele ofrecer, incluso, la posibilidad de entrar en una sociedad con más licencias que cuenta con "mejores condiciones" con operadores como Uber o Cabify. Aseguran facturaciones mensuales en sus ofrecimientos que, en algunos casos, superan los 6.000 euros.

La otra realidad es la de las empresas. En este caso hay varias modalidades para dar acceso a esas licencias. Una de ellas: a través de una cuenta de participación. Es decir, es una forma de sociedad en la que quien llega paga un dinero inicial, que en muchos casos ronda los 60.000 euros según varios anuncios publicados, a cambio de poder explotar las licencias, repartiéndose ambas partes la facturación. Es una forma de ofrecer la licencia con una financiación que, según esas fuentes jurídicas, "es muy arriesgado sobre todo si en el futuro el valor de esa licencia se reduce por la tendencia del mercado".

En este particular crecimiento, también hay otros sectores que quieren sacar tajada. Uno de los casos es el de los abogados. Hay despachos que ofrecen en estas webs la posibilidad de obtener licencias o de gestionar todos los permisos, a cambio de unos ingresos.

Un aluvión que puede "aflojar"

En este contexto, todas las fuentes consultadas aseguran que el aluvión de licencias que se espera para los dos próximos años puede ralentizar el incremento de los precios o, incluso, reducirlos. En concreto, se espera que de las 5.300 licencias que hay otorgadas en toda España, se sumen, como mínimo, otras 5.000 más.

La razón: el agujero creado por la ley ómnibus. El mecanismo era sencillo. Un particular o empresa pedían una o varias licencias de este tipo. Normalmente, las comunidades autónomas las rechazaban. El primer recurso llegaba al tribunal superior de cada territorio, que reiteraban el "no". El siguiente y último paso se daba en el Supremo, donde la gran mayoría de las resoluciones judiciales eran favorables a la concesión.

Las Cifras del taxi

¿Cuál es la fotografía del sector del taxi? Los últimos datos oficiales son los aportados por la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) en junio del año pasado. Un pequeño grupo de ayuntamientos de grandes ciudades mostró a Competencia el valor medio de una licencia en el mercado secundario. Entre los ejemplos que señala destaca San Sebastián, con 220.000 euros; Santander, con 215.000 euros; Palma de Mallorca, con 205.000… Madrid es la ciudad con mayor número de taxis operando y el precio que se pagó fue de 142.000 euros.

Monografias.com

Uno de los factores decisivos en esta actividad es la escasez. Desde hace años en muchas de estas ciudades no se ofrecen nuevas licencias. La CNMC lo recuerda: según el INE, el número se ha mantenido prácticamente estable entre 1998 (70.373) y 2015 (70.509).

– Un impulso en la empresa a la economía colaborativa (Cinco Días – 1/4/17)

(Por Pablo Sempere)

A mayores oportunidades y avances tecnológicos, nuevos retos y nuevas necesidades. Eso es la economía colaborativa, una interacción entre dos o más personas que, mediante una plataforma, generalmente digital, intercambian diferentes bienes o servicios, ya sea un coche o una vivienda, para satisfacer sus respectivas demandas. Pero hay recorrido más allá de Uber, BlaBlaCar o Airbnb. Y muchas empresas han decidido apostar por ella, y además de forma interna, de puertas hacia dentro. "En las compañías hay generalmente un alto nivel de familiaridad y trato. Y en las que son multinacionales y tienen miles de empleados por todo el mundo, aunque estos no se conozcan entre sí, hay una confianza extra por pertenecer al mismo grupo", explica Albert Cañigueral, conector en España de OuiShare, consultora especializada en consumo colaborativo.

Todo este cóctel de peculiaridades es el que ha propiciado que este tipo de plataformas encuentren un impulso dentro de las organizaciones. "Es lógico porque, en gran medida, contar con un volumen de personas importante, y muchas veces en diferentes localizaciones, facilita que puedan llevarse a cabo este tipo de ideas y proyectos", prosigue Cañigueral, que pone como ejemplo a Collaborative Perks, "una empresa del sector que promueve, entre otros, el intercambio de casas entre profesionales de una misma compañía, el alquiler de viviendas por días o el intercambio lingüístico".

De esta forma, si un empleado de una gran compañía, con residencia en España, quiere viajar al otro lado del mundo, "puede ponerse en contacto con un compañero de cualquier otro país que quiera hacer lo mismo", describe el experto. Esto no significa que otras plataformas no sean seguras, "pero siempre habrá más confianza hacia alguien que sabes que trabaja en tu misma empresa". Se trata, en definitiva, de ir más allá de los roles tradicionales de las compañías. "Al trabajo puedes ir con algo más que un título bajo el brazo y unas competencias profesionales. Puedes sumarle este tipo de iniciativas y multiplicar tu valor como persona y empleado", insiste Cañigueral. Además, de esta forma las relaciones laborales se humanizan mucho más.

Sin embargo, y comparado con el potencial que estas herramientas pueden llegar a alcanzar, estos proyectos aún no son mayoritarios y no están del todo asentados. "Es interesante que las empresas los descubran y apoyen, ya sea publicitándolos o mediante incentivos que los hagan mucho más atractivos", apunta Cañigueral. Un buen punto de partida está en aquellos momentos cotidianos, que transformándolos, pueden llegar a hacer mucho más cómodo, y seguro, el día a día de los empleados.

Uno de ellos es la movilidad. En este sentido, Baker McKenzie y el RACE están colaborando para impulsar en las empresas planes de movilidad colaborativa entre los empleados. "Las Administraciones cada vez limitan más el uso individual del coche, y un atasco de varios minutos tiene consecuencias en la empresa, con pérdida de horas de trabajo y con un impacto negativo en la productividad. Por eso, los planes de movilidad son una oportunidad de negocio y posicionamiento", afirma el director de seguridad vial del RACE, Tomás Santacecilia. "Estas limitaciones, y por ello estos problemas, van a ir aumentando seguro, por lo que las organizaciones que antes se adapten a la situación, tendrán un valor añadido", prosigue el socio laboral de Baker McKenzie, José Prieto.

Un incentivo a la seguridad vial

La solución, insisten estos expertos, es que la alta dirección de las empresas tome la delantera y encabece este cambio cultural, llevando a cabo, en lo que respecta a este caso, planes de movilidad exhaustivos para saber dónde actuar en cada caso: "La entrada al trabajo suele coincidir en horas y recorridos, es algo rutinario. El regreso a casa, sin embargo, suele variar más. Por eso, una de las alternativas es crear planes de movilidad compartida en el que, a la vuelta, cada empleado se apunte al vehículo que más se adapta a sus necesidades", ilustra Albert Cañigueral. También hay otro tipo de incentivo: "Liberty Seguros, por ejemplo, da pluses salariales a los empleados que van al trabajo en bicicleta", cuenta Santacecilia. Sin embargo, el mayor incentivo es reducir la siniestralidad vial, "ya que a la vez que incentivas, también regulas en nuevos hábitos", recuerda José Prieto.

También en la universidad

Este tipo de iniciativas tienen cabida más allá de las empresas. Uno de los destinos en donde más potencial de crecimiento hay es la universidad, "donde generalmente hay pocas plazas de aparcamiento", explica Albert Cañigueral. Por eso, recientemente varios campus británicos promovieron el uso compartido de los vehículos entre sus alumnos, "y fijaron plazas de estacionamiento en los mejores lugares para ellos, al estilo de las reservadas para minusválidos".

También, si estas técnicas no terminan de cuajar, ya que generalmente implican un cambio cultural muy drástico, se pueden buscar alternativas para hacerlas mucho más atractivas. De nuevo, estas universidades británicas dieron con la situación para incentivar estos proyectos. "En este caso, a todos los usuarios que se acogían al programa de los coches compartidos, se les dieron dos viajes en taxi gratuitos al trimestre, para que en el caso de que el sistema fallase, no se quedasen sin transporte". Son formas, explica, de hacer más seductores estos proyectos.

– Uber sufre presiones por no cumplir con la "obligación moral" de las empresas de economía colaborativa (El Economista – 3/4/17)

Algunas compañías se sitúan en el limbo legal y perjudican al sector regulado

Resulta evidente que las compañías buscan maximizar sus beneficios. Pero, salvo en excepciones como los mercados monopolísticos, la buena imagen de la compañía en su entorno social es imprescindible para que el consumo crezca. La proliferación del concepto de Responsabilidad Social Corporativa (RSC) durante los años 90 sirve a ese propósito. Pero Uber -y otras compañías basadas en el concepto de economía colaborativa- no parece darse por enterado.

Después de granjearse las iras de los taxistas de medio mundo por irrumpir en el sector con menos restricciones que las que suelen asumir los trabajadores de este gremio, Uber anunció la puesta en marcha de sus vehículos autónomos, que ni siquiera necesitan fuerza de trabajo. Bajo este punto de vista, no sólo es que la multinacional quite el trabajo a los taxistas, sino que además lo hace sin generar empleos.

Precisamente en la ciudad en la que la compañía empezó a probar estos vehículos sin conductor, Pittsburgh (EEUU), las reticencias van en aumento. El alcalde de la ciudad, Bill Peduto, que apoyó la llegada de la empresa a esta urbe, ha instado a Uber a cumplir con su "obligación moral con la sociedad". "En una asociación, no se trata sólo de lo que podamos hacer por ellos".

Peduto ha reprochado la falta de implicación de Uber con los problemas de la ciudad, como cuando se solicitó su colaboración para lograr vencer en el Smart City Challenge (Reto de la Ciudad Inteligente), que habría supuesto para la urbe ingresar 50 millones de euros del gobierno federal destinado a desarrollar sistemas de transporte de tecnología punta.

Por ello, el regidor ha afirmado que pedirá a Uber que se comprometa con mejorar las condiciones de trabajo de sus conductores, que ofrezcan servicios a ancianos, y que mejoren su consumo de gasolina.

Cuando la economía colaborativa es perjudicial

En los últimos meses, Uber aparece en los medios fundamentalmente con motivo de noticias que empañan su marca, como las polémicas declaraciones de su CEO a uno de los conductores, la dimisión de su presidente, el cierre de la compañía en Dinamarca, las acusaciones de robo de tecnología o la cancelación temporal de sus servicios con vehículos autónomos por un accidente de tráfico.

Pero no es la única compañía que se basa en la economía colaborativa y que se ve envuelta en la polémica. Si los vehículos autónomos ya no pueden considerarse "colaborativos" -simplemente la empresa ofrece un servicio de transporte que el consumidor paga- y causan un grave perjuicio al sector del taxi, otras plataformas también enfrentan sus problemas.

En el caso del alojamiento, Airbnb lastra los resultados del sector hotelero de todo el mundo y se la acusa de competencia desleal. En Londres se ha impuesto un límite de 90 días por año como periodo máximo en que puede alquilarse un alojamiento mediante esta plataforma, en Ámsterdam el límite es de 70 días, Valencia inició procedimiento sancionador contra la compañía por no mostrar el número de registro en los apartamentos turísticos, mientras que el Ayuntamiento de Barcelona ha mostrado su frontal oposición a lo que consideran "alquileres ilegales".

La aplicación de compraventa Wallapop, por su parte, es el escenario ideal para estafas y actividades ilegales de todo tipo. Desde la banda que vendía móviles y videoconsolas que luego nunca eran entregados al tiempo que usurpaban la identidad de otros usuarios, a la venta de pastillas de éxtasis, a usuarios que venden productos robados o revenden entradas de espectáculos.

En todos estos casos, se abandera la economía colaborativa y los beneficios que conllevan para los consumidores, que pueden adquirir productos o servicios a un precio menor que antes de su aparición, y que benefician también a quien ofrece en el mercado esos productos o servicios. Pero todas están muy lejos de parecerse a organizaciones sin ánimo de lucro: Wallapop aún no da beneficios pero ya está valorada en 1.000 millones de euros, Airbnb supera los 30.000 millones de valoración y Uber la dobla hasta batir los 65.000 millones de dólares.

– La diversidad de género en Airbnb deja en ridículo a Uber (Expansión – FT – 7/4/17)

(Por Hannah Kuchler – Financial Times)

Al contrario que muchas empresas de Silicon Valley, la compañía para buscar alojamiento online ha tomado medidas para contratar a más mujeres.

Cuando el equipo de Airbnb que se encarga de analizar los datos se percató que sólo el 10% de los nuevos empleados eran mujeres, la compañía para buscar alojamiento online decidió aplicar su experiencia en asignar huéspedes para solucionar un gran problema: cómo atraer a las mujeres al sector tecnológico.

Al analizar y descubrir cuándo y dónde se excluían a las mujeres candidatas, el equipo logró duplicar el porcentaje de empleadas en un año, del 15% al 30%. Esto demuestra que en el sector tecnológico es posible solucionar el problema de la diversidad de género.

Los esfuerzos de Airbnb contrastan con lo que le sucedió a Susan Fowler en Uber. En un artículo, la ingeniera critica al departamento de RRHH por ignorar sus denuncias de acoso sexual. Fowler también declara que, cuando comenzó a trabajar en la compañía en noviembre de 2015, el 25% de los empleados eran mujeres, pero, al poco tiempo, esa cifra descendió hasta el 6% por los despidos.

Liane Hornsey, del departamento de RRHH de Uber, admite que el problema ha sido, en parte, el rápido crecimiento de la compañía. Uber está buscando a un nuevo director de Operaciones que ayude a la compañía a crear una cultura más justa con las mujeres.

La semana pasada, Uber publicó su primer informe de diversidad. Como conclusión, sólo el 15% de las mujeres realizan trabajos técnicos y el 22% ocupan cargos relacionados con la administración.

Sin embargo, según un estudio que el Financial Times realizó a 10 empresas tecnológicas, Airbnb cuenta con el mayor porcentaje de mujeres con trabajos técnicos.

El estudio también concluyó que, de media, las mujeres sólo ocupan un 18,3% de los empleos relacionados con la tecnología. De estas 10 empresas, Uber no es la única compañía con menor diversidad. En Cisco y Twitter, las mujeres constituyen un 15% del personal técnico.

La solución que adoptó Airbnb para aumentar la diversidad de género fue borrar el nombre de los candidatos y evaluar a todas las personas con las mismas pruebas técnicas. "Tenemos claro que nuestra compañía y nuestros productos serán mejores si hay diversidad en nuestros equipos de trabajo", afirma Jill Macri, encargado de la contratación en Airbnb. "55% de nuestros usuarios son mujeres por lo que existe una conexión directa entre nuestro objetivo y la diversidad".

En 2014, las empresas de Silicon Valley comenzaron a publicar sus datos sobre diversidad (sobre las mujeres y las minorías étnicas) con la esperanza de que la transparencia mejorase estas cifras.

Sin embargo, apenas ha habido ningún cambio. La mayoría de las empresas opinan que el problema es la falta de mujeres con preparación en el sector. Según la Computing Research Association, en 2015, en EEUU sólo un 16% de los estudiantes universitarios de Ingeniería Informática eran mujeres.

Sin embargo, los mayores problemas a los que se enfrentan las mujeres en el sector tecnológico son el acoso sexual y el menosprecio.

El año pasado, el estudio "Elephant in the Valley" (que analiza la situación de las mujeres en Silicon Valley) concluyó que al 60% de las 200 mujeres encuestadas se les insinuaron sexualmente sin que ellas lo desearan, mientras que el 60% de aquellas que denunciaron un acoso no recibieron una solución satisfactoria por parte de la compañía.

Deborah Rhodes, profesora de Derecho en la Universidad de Stanford, opina que "la única solución para que aumente el número de mujeres candidatas es que las empresas tecnológicas creen una cultura que acepte e incluya a todas las personas".

Anexo II – Que se puede encontrar en "San Google" sobre economía asociativa, disruptiva, compartida…

Monografias.com

– La economía compartida va en serio (eldiario.es – 27/9/13)

(Por Mario Saavedra)

La idea de arrendar habitaciones o casas, o de compartir objetos, no es novedosa, lo que llama la atención es la escala del fenómeno. ¿Puede un grupo de jóvenes cambiar la sociedad de mercado?

Se le conoce como consumo colaborativo, economía persona a persona (peer to peer) o economía compartida. Va desde alquilar tu casa a unos extraños en verano, hasta ofrecerte para cuidar perros o compartir tu menú casero con tus vecinos. Todo utilizando las últimas tecnologías de Internet, los teléfonos móviles con capacidad de hacer fotos y las redes sociales.

Hasta aquí puede resultar todo muy evocador pero poco realista: la sociedad de mercado ha sido probada durante milenios; un grupo de jóvenes no va a cambiar el sistema. ¿O sí?

La economía compartida parece haber llegado para quedarse. Las empresas dedicadas a ello y las iniciativas, más o menos románticas, florecen, sobre todo desde que estalló la crisis financiera. Se mueve mucho dinero: unos 26.000 millones de dólares (cerca de 20.000 millones de dólares) según las cifras mencionadas por el diario The Washington Post.

Es, por un lado, el sueño de los ecologistas, los consumidores moderados y la gente con pocos recursos, porque se comparte lo que se tiene y se ahorra; pero también es cada vez más el sueño de los dueños del dinero, que invierten en la economía compartida porque hay negocio.

Hay centenares de empresas, repasaremos aquí algunas de ellas, pero quizá la mejor para convencerse de que este tema va en serio es el llamado "Club del Préstamo", (Lending Club en inglés.) No es un grupo de personas que se prestan dinero por solidaridad. Es una empresa, y grande. Con cuarteles generales en California. Tiene un valor de mercado de unos 1.600 millones de dólares, después de que Google invirtiera recientemente 250 millones.

El Lending Club básicamente pone en contacto a personas que tienen dinero, inversores, con personas que necesitan liquidez. ¿Por qué no ir a un banco tradicional? Bueno, para empezar porque los éstos aún no han salido de la madriguera tras la crisis financiera y se han olvidado de su negocio principal, prestar. Conseguir dinero a crédito es una tarea complicada. Además, aseguran en Lending Club, con su sistema "se eliminan los costes y la complejidad de los bancos tradicionales". Si quieres ser prestamista entras, pones tu tarjeta de crédito, decides cuánto quieres sumar al fondo común de préstamo y ellos te prometen un retorno de entre el 5 y el 10%. Si necesitas dinero, te registras, expones tu fiabilidad como acreedor y recibes una cantidad no superior a los 35.000 dólares, a un tipo que puede ir desde el 6,78%, ¡hasta el 30%!

Lending Club es la evolución más radical de una idea que comenzó como una start-up y se ha convertido en un pequeño competidor de los grandes bancos. Forbes la ha calificado como una de las empresas más prometedoras de 2011. Ellos aseguran que han prestado ya más de 1.000 millones de dólares y que han recibido 85 millones en intereses. Hay muchos usuarios experimentando con el sistema. Algunos aseguran que el retorno no es ni de lejos el prometido. Otros alertan contra que dos tercios del dinero prestado vienen en realidad de inversores institucionales.

Pero la economía compartida no es sólo empresas como Lending Club, que mueven millones de dólares y obtienen tipos de interés elevados, cercanos a la usura en muchas ocasiones. El origen, de hecho, es más bien una mezcla de idealismo, tecnología y recesión económica.

"A la sombra de la Gran Recesión y del movimiento Ocupar Wall Street, la gente corriente está renegociando con sus propios términos con los grandes negocios", se lee en el artículo Ocupemos los Grandes Negocios: La revolución silenciosa de la economía compartida, del periódico The Atlantic. "Quieren gastar menos, hacer más y resolver los problemas juntos. Son la base de la nueva economía compartida".

En esencia, el consumo compartido sería no sólo una fuente de ingresos extras, como alquilar tu casa en verano; tendría también una parte filosófica contra el malgasto de recursos. Aunque el 61% de los que han compartido su casa o sus propiedades confiesan que el principal motivo es el de obtener un dinero extra, según una encuesta de Ipsos de 2013, el 36% afirmaba que el factor de ayudar a otros también era importante.

Así, la lucha contra el hiperconsumo y la intención de vivir una vida "ligera de activos", unida a la reducción del dinero disponible y a la intención de sacar el mayor partido de él han ido abriendo las puertas a otros modos de consumo. No es coincidencia que se haya producido justo después de la crisis financiera. "Algunos ven la economía compartida, con el mantra de que "el acceso (a un recurso) hace inútil la propiedad", como un antídoto tras la crisis al materialismo y al consumo excesivo".

Imaginemos cómo sería la vida en esta nueva economía de, por ejemplo, un joven español que llega con la idea de emprender a Nueva York, la alternativa de la costa Este al Silicon Valley californiano.

Lo primero que haría es buscarse un alojamiento barato para las primeras semanas. Una de las opciones es Airbnb, un lugar que pone en contacto a gente que quiere alquilar su casa o una habitación con los que buscan un sitio donde estar. Con la comisión que dejara, estaría contribuyendo a la enorme riqueza de Brian Chesky, el fundador de la empresa. Se estima que este joven pionero de la economía peer to peer tiene ya 250 millones de dólares, tras convertir las casas de todo el mundo en potenciales hoteles. El sitio funciona también en España y se estima en un valor de 400 millones de dólares.

Nuestro joven, ya en la Gran Manzana, podría querer buscar una oficina. Pero Manhattan es una isla con uno de los metros cuadrado más caros del mundo, así que una para él solo y su pequeña empresa se escapa al bolsillo del común de los mortales. Pero puede alquilar una por horas, tanto los escritorios, como incluso las recepcionistas y las salas de reuniones. Es el office space sharing, espacios comunes de oficina. La idea no parece demasiado original. Lo novedoso es la creación de empresas de bajo coste que catalizan y reúnen huecos y usuarios, como shared busines space. Algunas incluso ofrecen espacios de trabajo, Internet, sesiones de networking e incluso café gratis. Un ejemplo es la empresa Wixx.

El aventurero ibérico no querría comprarse un coche. Pero sí podría necesitarlo de forma ocasional. Le interesaría tal vez hacerse socio de ZipCar. Cuando necesitara un vehículo no tendría más que ir al aparcamiento más cercano, pasar su tarjeta por uno de los coches de la empresa y dejarlo después al llegar a su destino. Se le descontarían las horas que ha utilizado. Ni seguro, ni gastos de aparcamiento, nada. ZipCar cotiza en Bolsa, tiene 800.000 usuarios y ventas por valor de 275 millones de dólares. Si lo que quiere es hacerse un viaje largo, puede ir a Lyft y tratar de buscar a alguien que vaya hacia su destino. Servicios similares existen en España: Amovens y Bla Bla Car conectan conductores con pasajeros para compartir viaje.

Quizá en destino, nuestro joven quiera tener una experiencia interesante, involucrarse con los locales. Incluso encontrar un lugar donde dormir gratis. Para eso están empresas como Hospitality Club o Couch Surfing.

De vuelta en Nueva York, hay que lanzar el negocio. Lo primero es conseguir dinero para ello. Recordemos, todo sin salirse de la economía compartida. Los muy conocidos sitios de financiación comunitaria o crowdsourcing pueden ayudarle, aunque la competencia es feroz. Kickstarter o Prosper son quizá las más conocidas; en España las hay generales, como Goteo, o especializadas, como Libros.com.

Las primeras semanas van a ser tremendamente duras: mucho trabajo, nada de tiempo libre. Hay recados que no va a poder hacer él mismo. ¿Por qué no pagar a alguien? TaskRabbit pone en contacto a realizadores de tareas con empleadores: ¿montar los muebles de Ikea? ¿Devolver un electrodoméstico que no funciona? ¿Hacer la compra? Todo tiene un precio. En España este tipo de ciberempresas de trabajo temporal tiene un exponente en compañías como Etece.

¿Y la comida? Pues probablemente eche de menos la de su mamá. Hay sitios para compartir los menús cocinados por los vecinos (Shareyourmeal). ¿Ropa? ¿Un traje tal vez para alguna reunión especial? Puede alquilarlo (RenttheRunway), o comprarla de segunda mano. Aprender idiomas u otras técnicas (Skillshar), la resolución de problemas (Open Ideo), el cuidado de los niños (cooperativas de guarderías). La lista es casi infinita.

La economía compartida no es exclusiva de Estados Unidos. En Europa proliferan también las empresas que tratan de sacarle partido a esta nueva forma de consumir. Trip4Real es una compañía española que permite organizar un viaje en el que conocer a la gente local sea lo fundamental. Otras como, la ya mencionada, Bla Bla Car, Conmuto o Mitfahrzentrale se encargan de encontrar gente para compartir coche en el viejo continente. También los préstamos de persona a persona (peer to peer o P2P) tienen su reflejo a este lado del Atlántico: es el caso de Zopa.

Si este nuevo tipo de economía tendrá éxito o no depende de muchos factores. La hiperabundancia de empresas, la gran mayoría con poca o nula rentabilidad, hace pensar en una burbuja.

Además, las industrias tradicionales están oponiendo resistencia. En ciudades como Nueva York, subarrendar el apartamento es, en la mayor parte de los casos, ilegal. Convertir casas en hoteles temporales, también. Aquí se ha hecho famoso el nombre de Nigel Warren, a quien alquilar su piso por unos días por 300 dólares le puede costar 30.000 de multa. Airbnb ha comenzado a hacer presión para que se relajen las leyes de la ciudad, pero los hoteles están en el otro lado esperándoles. Consideran competencia desleal este mercado nuevo de apartamentos baratos.

También han surgido problemas de seguros y de responsabilidad con muchas de estas iniciativas, como las de compartir coche. Algunas importantes han añadido un seguro extra por daño o robo. El problema, en ocasiones, es quién es el responsable en casos de accidente. Algunos estados de Estados Unidos han aprobado leyes haciendo responsable a la compañía de economía compartida.

La idea de arrendar habitaciones o casas, o de compartir objetos, no es estrictamente novedosa. Es la escala del fenómeno, catalizada por las nuevas tecnologías, lo que hace pensar que la economía compartida ha llegado para quedarse.

– La imparable economía colaborativa (El País – 21/6/14)

Miles de plataformas electrónicas de intercambio de productos y servicios se expanden a toda velocidad en un abierto desafío a las empresas tradicionales

(Por Miguel A. García Vega)

Compartir en vez de poseer. La economía colaborativa o consumo colaborativo quiere cambiar el mundo. Plantea una revolución abrazada a las nuevas tecnologías. El Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) le calcula un potencial de 110.000 millones de dólares (82.000 millones de euros). Hoy ronda los 26.000 millones. Y quienes participan a título personal en este sistema basado en intercambiar y compartir bienes y servicios a través de plataformas electrónicas se embolsan, según la revista Forbes, más de 3.500 millones de dólares (2.580 millones de euros).

De hecho, la Red está llena de ejemplos que cuentan ese éxito. Sabrina Hernández, una estudiante de la Universidad de San Francisco, cobra 40 dólares (30 euros) la noche, a través del sitio DogVacay, por cuidar perros en su casa. Al mes, dice, gana 1.200 dólares. Mientras que Dylan Rogers, un vendedor de coches de Chicago, recauda 1.000 dólares mensuales alquilando su BMW Serie 6 usado en RelayRides. Dos voces entre millones que revelan el calado del cambio. Tanto que esta era de la economía compartida "crea nuevas formas de emprender y también un nuevo concepto de la propiedad", sostiene Thomas Friedman, columnista del periódico The New York Times.

Ahí, quizá, reside la verdadera revolución. Desde la noche de los tiempos, el sentido de posesión ha sido inherente al ser humano; sin embargo, algo empieza a cambiar. "Hemos pasado de un mundo en el que sobra de todo a otro en la que la mayoría no puede disfrutar de lo que este siglo ofrece a menos que sea compartiéndolo", apunta el inversor en nuevos negocios Rodolfo Carpentier. "Quien no puede tener se conforma con probar. Esto es lo que hace a este movimiento imparable".

LOS EJEMPLOS

Intercambio de ropa: ThredUP.

Coches compartidos: Zipcar, SideCar, Lyft, Bluemove, Getaround, Uber.

Préstamos económicos: LendingClub.

Alojamiento de viajeros: Hipmunk, Airbnb.

Trueque de comida: Compartoplato, Shareyourmeal.

"Crowdfunding": KickStarter, Verkami.

¿Aunque es solo eso, una respuesta a la frustración? Carlos Blanco, un conocido emprendedor español, cree que esta forma diferente de consumir es "una consecuencia de la digitalización, pero también una réplica frente a los abusos en los precios, el mal servicio y la pésima regulación". Es un caballo de Troya dentro de un sistema que fomenta que en el planeta haya objetos valorados en 533.000 millones de dólares que no se utilizan.

A partir de ese intruso se entiende que esta propuesta es algo más que sofisticados algoritmos que casan oferta y demanda. Para algunos, el consumo colaborativo es una respuesta a la inequidad y la ineficiencia del mundo. Lo cuentan los números. El 40% de los alimentos del planeta se desperdicia; los coches particulares pasan el 95% de su tiempo parados; en Estados Unidos hay 80 millones de taladradoras cuyos dueños solo las usan 13 minutos de media, y un motorista inglés malgasta 2.549 horas de su vida circulando por las calles en busca de aparcamiento. ¿Podemos consentir ese desperdicio? ¿Hacen falta tantos coches? ¿Necesitamos esas taladradoras o perder ese tiempo? Al fondo, la Tierra alcanzará 9.000 millones de habitantes en 2050. Y habrá que alimentarlos, en un tiempo donde el paro será una pandemia. Hay algo de apocalíptico si juntamos todas estas ideas, pero también de hartazgo.

"El capitalismo sin control ha dejado a mucha gente desilusionada. Personas que buscan nuevos caminos que den sentido a sus vidas", reflexiona Jan Thij Bakker, cofundador de Shareyourmeal, una plataforma holandesa dedicada a compartir comida que empezó siendo un grupo de WhatsApp y que cerrará el año con 100.000 miembros.

Porque este nuevo consumo tiene mucho de maltusiano. Se multiplica a tal velocidad que ya hay 5.000 empresas compitiendo con las tradicionales. Y en todas las actividades. Intercambio de ropa (ThredUP), coches compartidos (Zipcar, SideCar, Lyft, Bluemove, Getaround), préstamos económicos (LendingClub), alojamiento de viajeros (Hipmunk), trueque de comida (Compartoplato), crowdfunding (KickStarter, Verkami).

Consciente de que, una vez abierta la caja de Pandora, las repercusiones son profundas, la Unión Europea redactó en enero pasado un dictamen de iniciativa para entender estos vientos. "El consumo colaborativo representa la complementación ventajosa desde el punto de vista innovador, económico y ecológico de la economía de la producción por la economía del consumo. Además supone una solución a la crisis económica y financiera en la medida que posibilita el intercambio en casos de necesidad". ¿Demasiadas expectativas?

Puede, aunque en la sociedad española el mensaje arraiga. La firma de estudios de mercado Nielsen dice que el 53% de los españoles estarían dispuesto a compartir o alquilar bienes en un contexto de consumo colaborativo. Ese porcentaje es nueve puntos superior a la media europea (44%). Aunque en países donde la recesión ha sido profunda, como Portugal (60%) o Grecia (61%), las ratios son más altas. "La crisis económica ha conducido a un cambio de mentalidad de los ciudadanos en su manera de relacionarse social y económicamente", analiza Gustavo Núñez, director general de Nielsen Iberia.

Sin embargo, este consumo también tiene un lado oscuro. Aplicaciones como Uber o Airbnb lo han revelado. La primera conecta pasajeros con conductores; la segunda busca y comparte alojamiento. Ambas están bajo vigilancia. Uber es un gigante. En solo cuatro años de existencia ya vale 18.000 millones de dólares y opera en 132 países. Y su éxito ha chocado de frente en Europa contra el mundo del taxi, que le acusa de competencia desleal. El coloso se defiende. "No somos enemigos de los taxistas ni del sector. Las protestas (vividas la semana pasada en varias capitales europeas) son excesivas y lo único que pretenden es mantener la industria en un estado inmovilista", argumenta un portavoz de la firma.

Tampoco se ha librado de los problemas Airbnb. Un sitio de alojamientos para particulares que surgió en 2007 y que ya ha encontrado cama a 10 millones de personas. Desde hace un par de meses, la Fiscalía de Nueva York investiga el impacto de estos alquileres a corto plazo, porque podrían restringir la oferta de inmuebles y volverlos menos asequibles en las grandes ciudades. Además, en la Gran Manzana, alquilar un apartamento completo por menos de 30 días es ilegal. Complicada convivencia. "Queremos trabajar con todas las partes implicadas en una regulación justa que permita a las personas alquilar de forma ocasional la casa en la que viven", apuntan en Airbnb, y se refugian en los números. España es el tercer mercado más importante del mundo para la compañía, con más de 57.000 propiedades. ¿Impactarán estas cifras en su entorno? "No creo que desestabilice el sector inmobiliario, aunque puede frenar la construcción de viviendas", observa Luis Corral, consejero delegado de Foro Consultores.

En el fondo estos modelos de éxito digitales tienen el problema de chocar contra el statu quo económico. Ya sea la industria del motor, los operadores turísticos o el mundo financiero, donde, por cierto, aparecen propuestas de desintermediación que amenazan la cuenta de resultados de los bancos, como la española Kantox, que propone el intercambio de divisas entre empresas. "Pero poco pueden hacer, la tecnología es imparable. El sector financiero será asediado como lo han sido los medios de comunicación o la música", advierte el business angel Luis Martín Cabiedes.

De cualquier forma, compartir, prestar, alquilar son verbos que se expanden con una fuerza nunca vista por la economía mundial. Surgen miles de plataformas electrónicas que los emplean. Y aunque queda tarea pendiente -regular ciertas aplicaciones, para evitar que engorden la economía sumergida, y mejorar los derechos de los consumidores-, el éxito de esta forma de consumir revela una sociedad que quiere cambiar la manera en que vive. Buenos augurios en unos días en los que es difícil extraer poemas de las noticias.

– ¿Qué es la tecnología disruptiva? (La Vanguardia1/7/15)

Cada cierto tiempo aparecen innovaciones que suponen un revulsivo y un cambio radical en los procesos productivos y en las empresas

(Por Marta Vergoñós Pascual)

Desde el inicio de los tiempos, cada nueva invención tecnológica ha supuesto un cambio de paradigma para la forma de desenvolverse de las personas en su trabajo. No obstante, en los últimos años la frecuencia de los cambios se ha acelerado hasta tal punto que las empresas tienen que renovarse y renovar su proceder diario casi cada temporada. Normalmente son pequeños cambios o meras adaptaciones, pero en ocasiones aparece una innovación que deja obsoletos los mecanismos anteriores. Esto es lo que se conoce como "tecnología disruptiva".

"Son tecnologías cuya aplicación rompe con el que existía hasta el momento", apunta Carlos Martín, profesor del máster Master of Science in IT Strategic Management de la UPF Barcelona School of Management. La informática, ilustra, ha propiciado muchos de estos cambios, ya que se han digitalizado tareas antes manuales, como la impresión, lo que a su vez se ha traducido en la desaparición de profesiones y negocios tradicionales.

El académico precisa que esta metamorfosis no tiene por qué ser negativa. Es cierto que desaparecen empleos, pero se crean otros en ámbitos hasta el momento inexistentes. "Muchas veces el trasvase no es total, se puede pasar de más trabajadores a menos, y a la inversa", subraya.

Otro ejemplo de tecnología disruptiva fue la aparición del Whatsapp, que fulminó el mercado de los SMS, muy importante en la década anterior. "Algo parecido está pasando con Skype, que cada vez se utiliza más para hacer llamadas. Estamos llegando a un punto en que el teléfono se utiliza para todo menos para llamar", asegura.

Talento para adaptarse

Ahora bien, ¿cómo tienen que afrontar las empresas estos cambios? "De alguna manera, no puedes adaptarte con pequeñas modificaciones, por lo que te ves empujado a un cambio radical", explica Martín, que recalca que por eso se habla de tecnologías "disruptivas", "porque lo cambian todo".

"Con talento y gente innovadora capaz de crear productos se puede dar el vuelco", afirma Martín, que añade que las personas poco creativas y con perfil bajo difícilmente saben salir del callejón sin salida que puede suponer ´la aparición de una tecnología disruptiva.

¿Cómo se idea una tecnología disruptiva?

Martín desgrana que la innovación puede llegar por tres vías: la mejora de procesos, la creación de nuevos productos e ideas surgidas de la nada. En este sentido, destaca la "capacidad de observación" como elemento fundamental para innovar, aunque admite que en ocasiones hay quien tiene una idea de sopetón y busca cómo aplicarla. Un ejemplo de la observación transformada en innovación es el sistema de aterrizajes automáticos, que se ideó a partir de constataciones empíricas.

– Confianza, base del nuevo capitalismo (El País – 26/7/14)

La economía compartida cambia las reglas. La crisis e Internet empujan nuevos negocios que avanzan imparables

(Por Karelia Vázquez – Former J.S. Knight Fellow at Stanford University)

Un día de huelga de autobuses, Clarisa Couassi, productora y localizadora de cine, desembarcó con su coche en la estación de Atocha. Previamente su hija le había gestionado a través de la web BlaBlaCar dos acompañantes para su trayecto por carretera de Madrid a Granada. Sus primeras clientas fueron dos chicas. "Las dejé en la puerta de su casa, les cobré menos que el autobús y el coste de mi viaje fue cero. Todas ventajas". Desde entonces siempre tiene compañía para sus viajes. "Con tres pasajeros consigo los 40 euros que me cuesta el medio depósito que consumo en el trayecto", comenta. Según cuenta su creador, Nicolás Brusson, en un inicio su invento intentó limitar la interacción entre desconocidos. Los que cogían el coche podían indicar al conductor cuán sociables eran usando solo un "bla" si preferían ir callados o "bla bla bla" si les apetecía conversación y confesiones de carretera.

"No hables con desconocidos". He aquí un consejo que está a punto de caducar. Quizá ésta sea la última generación de padres que recomiende tal cosa a sus hijos. Porque, en definitiva, después de Internet nadie será del todo un extraño. Al menos, todos seremos verificables. En los últimos cinco años nos hemos visto compartiendo sofá, mesa y mantel con desconocidos, viajando en sus coches y cerrando acuerdos a ciegas, con la única garantía de un puñado de opiniones dejadas en Internet por otros extraños. ¿Acaso somos la generación más confiada de la historia?

La economía compartida (si traducimos literalmente del inglés: sharing economy) nos está cambiando. Los sociólogos comprueban atónitos cómo la gente está dispuesta a compartir bienes íntimos y valiosos con completos desconocidos. La casa, el coche, el perro… todo es susceptible de ser dejado en manos extrañas que, contra todo pronóstico, no decepcionan y cumplen sus promesas.

Otros observadores más escépticos como Evgeny Morozov, conocido por ser un gran decepcionado de Internet, sostienen que lo que nos obliga a confiar y a compartir es la crisis económica que se vive desde 2008. Morozov tuiteó con gran éxito de público su definición personal de economía compartida: "Es lo que sucede cuando los ciudadanos, después de haber pagado el rescate financiero de los bancos, también se ven obligados a compartir su coche y su piso con extraños".

Sin confianza, estas empresas harían aguas. No serían una economía con músculo

La ola de confianza que nos invade se sostiene en la arquitectura digital y las entretelas de una web diseñada para modular, por decirlo de algún modo, nuestro egoísmo genético y convertirnos en gente de fiar. "Nada es casual. Todo está pensado para que la gente se comporte; desde los rankings de reputación hasta la visibilidad de los comentarios de todas las partes implicadas. Una revisión negativa te colocaría en la casilla de salida, tanto si eres inquilino como si eres propietario", explica el ingeniero Juan Pablo Puerta, que ha trabajado en Craigslist -anuncios clasificados locales y foros para trabajo, alojamiento, ventas, eventos…- y Etsy -portal para comprar y vender.

Por otra parte, el largo estado de incertidumbre económica obliga a buscar ingresos extras. Pero los que alquilan su casa o comparten su coche no se están haciendo ricos. Según Airbnb, el 42% de los propietarios de su plataforma emplean el dinero que ganan en cubrir sus gastos diarios.

Si usted se niega a aceptar que la tecnología manipule su comportamiento, espere a escuchar lo que tienen que decir quienes mueven los hilos de la economía compartida. Todos coinciden en que una de sus mayores partidas de gastos es la dedicada a construir confianza entre las partes. Lo hacen con algoritmos y calibrados sistemas de castigo y recompensa. Sin confianza, real o inducida, estas empresas harían aguas. Nunca habrían dejado de ser un movimiento contracultural para convertirse en una economía con músculo, con empresas prósperas como Uber y Airbnb a punto de salir a Bolsa (al menos, ése es el ruido persistente en Silicon Valley) y capaces de causar una profunda disrupción en la industria convencional por su capacidad de "crear un nuevo tipo de emprendedor y un nuevo concepto de propiedad", en palabras de Thomas Friedman, columnista de The New York Times.

Jerome Merchiers es el presidente de Airbnb para España y Portugal. Su empresa es quizá la más emblemática de este movimiento. Pero no es la única. En los últimos cinco años ha nacido una plétora de compañías cuyo negocio se centra en proporcionar ingresos capitalizando bienes que ya uno tiene -un piso, un coche o un título-. Airbnb ha conseguido que miles de propietarios en 34.000 ciudades abran a extraños "el activo más íntimo y caro" que poseen: la vivienda. Para conseguirlo, se han esmerado en fabricar confianza en abundancia entre perfectos desconocidos. Airbnb pretende ser un libro abierto: "Todo el proceso de negociación es visible para el anfitrión y el huésped; el usuario paga a través de la web y nosotros ingresamos al propietario 24 horas después de que el inquilino esté en su casa para asegurarnos de que todo lo prometido es cierto", explica Merchiers. "Tenemos un servicio de atención al cliente 24 horas los siete días de la semana, y publicamos fotos verificadas".

Airbnb también comprueba la identidad online de los usuarios rastreando sus perfiles en las redes sociales y comprobando el e-mail y el móvil. En el mundo offline comienzan a escanear los pasaportes. En la nueva economía, el anonimato no es una opción. Quien no quiera dar la cara no ganará dinero. Ni mucho ni poco. Así de claro lo tiene Brian Chesky, CEO y cofundador de Airbnb: "Cuando eliminas el anonimato recuperas lo mejor de la gente. No hay lugar para personas anónimas en el futuro de Airbnb, tampoco en la economía compartida".

Los nuevos empresarios creen que si Internet ha conseguido conectar a personas lejanas creando auténticas comunidades virtuales, el reto de sus plataformas es hacer lo mismo en el mundo real. Los teóricos del asunto, entre ellos el profesor de la Universidad de Nueva York Arun Sundararajan, afirman que uno de los atractivos de la economía compartida es que devuelve el contacto físico entre los individuos en las transacciones comerciales.

Vivenca Bachray se ha convertido en una experta en el asunto. Su familia terminó una casa en la sierra de Gredos en 2008. Y empezó la crisis. "Tratamos de vender, pero fue imposible; entonces la metimos en Airbnb. Solo con los ingresos de ese verano conseguimos pagar la mitad del alquiler de la casa donde vivimos en Madrid. Al principio lo haces por necesidad, pero el balance ha sido bueno. Hasta te da cierto placer ver que otros también disfrutan de una casa que has hecho a tu medida".

Noah Karesh es uno de los fundadores de Feastly, la plataforma que conecta a gente que le gusta comer bien con expertos cocineros que guisan para ellos y se los llevan a cenar a su casa. Feastly pone en contacto a desconocidos con una pasión común: la comida. Unos cocinan, otros comen. Todos se sientan a la misma mesa. Antes han explorado mutuamente sus perfiles en las redes sociales y hasta el último minuto se desconoce la dirección exacta donde va a tener lugar el encuentro. "Cuando se ven las caras no son extraños, pues ya se ha creado complicidad en la Red. Lo que hacemos es llevar esa relación al siguiente nivel: porque se pueden tener 1.500 amigos en Facebook y seguir solo. La gente necesita interactuar en el mundo físico".

El negocio de DogVacay, una plataforma que funciona en Estados Unidos y Canadá, mueve a 15.000 personas dispuestas a cuidar la mascota de un desconocido. Lo hacen por amor a los animales y una módica suma de dinero que supone un gasto menor para los dueños que alojarlos en una residencia (sus precios están en torno a los 28 dólares por noche, y los hoteles para mascotas cobran entre 50 y 60).

"Los cuidadores suelen ser jubilados, personas que trabajan en casa o profesores con abundantes vacaciones", explica Rachael King, portavoz de la compañía, quien asegura que el proceso de selección es duro. "Solo aprobamos al 20% de los que se ofrecen. Para entrar hay que completar un extenso cuestionario, superar varias entrevistas y probar que se tienen conocimientos de cuidado y entrenamiento de mascotas. Los dueños tienen derecho a un breve encuentro cara a cara con el cuidador. DogVacay gestiona la ansiedad de los propietarios de las mascotas con un servicio permanente que facilita a los dueños, allí donde estén, fotos diarias y vídeos en tiempo real de la vida de sus animales. Al regreso, cuidadores y dueños deben evaluarse mutuamente. Todo quedará registrado y a la vista de los próximos clientes.

En esencia, si se obvian los sistemas de verificación y recomendación online, lo que subyace es un acuerdo cara a cara. Paradójicamente, la novedad que han traído estas nuevas plataformas es que, tecnología mediante, se vuelve al modo tradicional en que se solían apalabrar los acuerdos en las comunidades pequeñas, pero ahora entre desconocidos y a nivel global. Dos personas dan su palabra y eso es suficiente para que se cumpla el trato. Lo comprobaron en RelayRides, una plataforma de alquiler de coches por hora que, como promedio, supone un ingreso extra de 250 dólares mensuales para los propietarios. RelayRides cambió su sistema de identificación automático por un encuentro cara a cara entre el dueño del coche y el conductor-inquilino en el que se entregaban las llaves. El resultado fue que los conductores cuidaban mejor los coches y se redujeron las reclamaciones por daños. "La interacción humana nos hace ser mejores y más fiables", dice Steve Webb, de RelayRides.

Dar la cara es esencial en la economía de la confianza. Esta es la razón por la que Airbnb anima a sus usuarios a hablar, al menos por chat, antes de cerrar un acuerdo; Feastly recomienda a sus comensales charlar antes de encontrarse en una cena, y DogVacay propone visitar a la persona que va a cuidar de su perro.

Pero la confianza a expensas de algoritmos y recomendaciones a veces falla y hay que tener un plan B. Airbnb fue la primera en aprender la lección. A mediados de 2011 recibió una oleada de publicidad negativa porque un propietario encontró su piso de San Francisco destrozado y robado después de haberlo alquilado a través de la plataforma. Para tranquilizar a los propietarios, la compañía estableció una garantía de 50.000 dólares para daños de la propiedad, que en mayo de 2012 se elevó a un millón de dólares en Estados Unidos (y 35.000 euros en España). Además, abrió una nueva división dedicada a la confianza y seguridad donde trabajan más de 80 expertos. DogVacay también tiene una póliza que incluye tres millones de dólares por responsabilidad y 25.000 por mascota para cuidados médicos. RelayRides protege a los propietarios de los vehículos con un millón de dólares.

Mucho hemos tenido que cambiar en cinco años para alcanzar este estado de gracia. Y no todo ha sido culpa de la tecnología, aunque los expertos coinciden en señalar que sin las redes sociales, sin Facebook concretamente, hubiera sido imposible hacer de los extraños auténticos compañeros de viaje. "Hasta ahora, ninguna tecnología nos había permitido poner en contacto a desconocidos de un modo natural, hemos conseguido que la gente esté cómoda conectando con extraños en el mundo físico porque antes ya se han visto las caras en el virtual", afirma Noah Karesh, cofundador de Feastly, que señala que la Generación Millennials, los que ahora tienen entre 18 y 33 años, y que en España son ocho millones, son los primeros que han crecido contando su vida con desparpajo en las redes sociales porque tienen otra idea de la privacidad. O no tienen ninguna. "Es cierto que en Internet siempre publicamos una mejor versión de nosotros mismos, pero es innegable que es una generación más abierta, dispuesta a decir su nombre, dónde ha nacido y dónde ha estudiado".

La economía compartida y su consecuencia lógica, el consumo colaborativo, han crecido en un caldo de cultivo fértil: las grandes ciudades con persistentes tasas de desempleo y una gran concentración por metro cuadrado de smartphones. Léase: gente interconectada que necesita dinero. Los millennials son la primera generación que ha aprendido que no tendrá un trabajo para toda la vida. Son los protagonistas de la gig economy (economía de bolos), que no ofrece un trabajo estable, sino una constelación de minitrabajos para ir tirando. Son artistas en ir trampeando entre unos y otros, tienen la capacidad de desdoblarse y ser a la vez trabajadores y microempresarios que alquilan sus activos. Todo a tiempo parcial. La consecuencia es que sus nociones sobre el consumo y la propiedad han cambiado radicalmente hasta dinamitar clásicos como el sueño americano: tener un coche y una casa en propiedad. Para la revista Forbes, éste va a ser el legado más duradero de esta recesión: los millennials, que en 2025 supondrán el 75% de la fuerza laboral del mundo, no quieren atarse a una propiedad, prefieren tener libertad para moverse y un estilo de vida más flexible, que por otra parte es lo que les exige el mercado. Están culturalmente programados para prestar, alquilar y compartir. En opinión de Rachel Botsman, coautora del libro What"s mine is yours: The rise of collaborative consumption (Harpers Business, 2010), esta nueva noción de la propiedad -es más importante tener acceso a los bienes que poseerlos- es un cambio económico equivalente al que supuso en su día la revolución industrial.

A la fuerza se ha generado mayor tolerancia a la incertidumbre, y mucha gente prefiere completar sus ingresos con trabajos parciales a tener un contrato de ocho horas como camarero por el mismo dinero y similar inestabilidad. Cuando uno habla con algunos de los pioneros de la economía compartida percibe en ellos cierto orgullo de salvadores de la humanidad: "Le estamos dando poder a la gente para que gestione su vida profesional. Ya tienen que trabajar en varias cosas a la vez y nosotros permitimos que usen sus habilidades o sus propiedades para conseguir estabilidad económica; a veces es un ingreso extra, pero cada vez más es su ingreso fundamental. Uno es más fuerte cuando tiene la libertad de elegir, cuando puede decir: "Ya no quiero dedicar tanto tiempo a este trabajo y prefiero hacer esto otro, o alquilar mi casa o mi coche, y tener más tiempo libre". Estamos funcionando como una red distribuidora de bienes y fuerza de trabajo", me explica Noah Karesh, de Feastly. "La crisis nos está ayudando y nosotros estamos ayudando a la crisis. Hacemos el mundo más pequeño", reflexiona, por su parte, Jerome Merchiers, de Airbnb.

Pero ¿adónde va el dinero en la nueva economía? Airbnb ha lanzado al mundo a los primeros millonarios de la economía compartida: sus fundadores, Brian Chesky y Joe ­Gebbia. Según el analista Michael Pachter, solo en la Nochevieja de 2013, 141.000 personas en el mundo se hospedaron a través de Airbnb. Se estima que sus beneficios en 2012 fueron de 150 millones de dólares. Dependiendo del precio de la propiedad, Airbnb se queda con el 3% de lo que aporta el propietario y con entre el 6% y el 12% de lo que paga el inquilino. Forbes calcula que los beneficios que llegarán directamente al bolsillo de los microempresarios de la economía compartida alcanzarán este año los 3.500 millones de dólares.

Una pequeña parte de este beneficio le hará la vida más fácil a José H. -nombre ficticio, porque la mayoría de los actores de la economía de la confianza piden mantenerse en el anonimato-. La falta de un marco legal claro para los nuevos negocios y los continuos anuncios de cambios de directivas para regular la actividad de Uber o Airbnb, por mencionar solo dos de estas empresas, les hace dudar de que su actividad sea del todo legal.

"Me están desmontando la vida". Fue lo que pensó este cámara de 52 años el día que su empresa, una televisión pública, anunció un ERE que lo puso en la calle con una indemnización de 20 días por año trabajado. "Acababa de invertir 20.000 euros en renovar todo mi equipo profesional". José H. además tenía que pagar un coche, mantener dos hijos y un mercado laboral deprimido con cientos de profesionales como él cotizando a la baja. "Una vez pasado el shock, miré lo que me quedaba: un equipo profesional de alta gama, la casa donde vivía y un coche. Tendría que sacarles partido". Hoy día, José H. alquila su flamante cámara para rodar anuncios. "Ya no me quieren a mí, pero al menos la necesitan a ella", dice con sarcasmo. La buhardilla de su casa lleva un año y medio en Airbnb. Entre ambas cosas saca unos 700 euros al mes. Ahora estudia qué hacer con el coche para redondear los mil euros. "Hoy por hoy mi máxima aspiración es ser mileurista". Nunca ha tenido una mala experiencia. "La primera vez que dejé mi cámara a un extraño estuve media hora pidiéndole, por favor, que me la cuidara. Ya lo he superado. La gente suele portarse bien".

De acuerdo con sus habilidades para la gestión de su negocio, unos ganan más y otros menos. Noah Karesh confiesa que uno de su chefs ganó 70.000 dólares (50.000 euros) en 2013. En España, donde Airbnb lleva funcionando más de dos años en medio de una profunda crisis económica, el ingreso promedio por anfitrión es de 220 euros al mes, según Merchiers, que asegura que el 75% de los usuarios alquilan un espacio de su casa y no la propiedad completa. "De acuerdo con nuestros datos, el 60% emplea ese dinero en cubrir sus gastos básicos y un 53% dice que alquilar su casa es el único modo de mantener el estatus que tenía antes de la crisis".

Si Airbnb, una compañía con cinco años de vida y que no posee ni una sola habitación en propiedad, puede darse el lujo de pronosticar que en algún momento de 2014 desbancará a la poderosa Hilton y se convertirá en el mayor negocio hotelero del mundo, es fácil imaginar el poder de disrupción de la economía compartida sobre los modelos convencionales. La rapidez con que se han implantado estas compañías ha dejado a todos, académicos y legisladores, sin capacidad de reacción. El profesor Sundararajan así lo reconocía en una entrevista en la edición estadounidense de Forbes: "Tendremos que inventar nuevas métricas para capturar el impacto de la economía compartida y determinar si va a crear un nuevo valor o simplemente va a reemplazar los negocios convencionales". Los economistas no descartan ni una cosa ni la otra, y creen que estamos ante un caso clásico de "destrucción creativa".

Airbnb y Uber, quizá por ser las más grandes, han sido las primeras en enfrentar la resistencia al cambio en forma de regulaciones y prohibiciones en varios países. Los fiscales de Nueva York y San Francisco tienen investigaciones abiertas para detectar a los inquilinos que incumplen la ley del alquiler vigente para apuntarse al carro de Airbnb. A Jerome Merchiers no le parece "justo" aplicar la misma regulación a un hotel que a los que alquilan de vez en cuando una habitación de su casa. "En estos casos, con declarar esos ingresos al fisco debería ser suficiente", dice. Su experiencia en otros países le sugiere que todo podrá convivir. "El sector hotelero de París o Hamburgo ya nos ve como un servicio complementario, útil para fomentar la marca de un sitio como destino turístico".

Sin embargo, a juzgar por el recibimiento que se le ha dado a Uber en Europa, no parece que la convivencia entre la nueva y la vieja economía vaya a ser apacible. La compañía que pone en contacto a un conductor particular con un pasajero necesitado de un trayecto ha lidiado con prohibiciones varias en Europa y una huelga simultánea en París, Milán, Londres y Berlín que consiguió un inédito 100% de seguimiento, según la Asociación Gremial de Auto-Taxi de Madrid. No parece sencillo regular una economía altamente fragmentada. En opinión de Larry Downes, del Georgetown Center for Business and Public Policy, sólo podría conseguirse empleando sus propias estrategias, tecnologías y redes. Por ejemplo, incluyendo el pago puntual de impuestos en los índices de confianza y buen comportamiento de los usuarios. "Hasta que reguladores y regulados no estén dispuestos a aceptar que se deben ajustar las reglas, sólo podremos esperar más desobediencia civil amparada en las nuevas tecnologías", pronostica Downes.

En una estrategia camaleónica y conversa, las grandes industrias empiezan a poner su pica en Flandes. Avis Budget Group compra Zipcar, un servicio de alquiler de coches por hora. Daimler expande a 18 ciudades su servicio Car2go que permite alquilar sus modelos Smart a 38 centavos de dólar por minuto. The Home Depot, la cadena de herramientas de bricolaje para el hogar, pone en marcha un servicio de préstamo de utensilios en 1.000 tiendas. General Motors, en una operación brillante de marketing, invierte tres millones de dólares en RelayRides, se declara a favor de que la gente comparta coche en lugar de comprar y al mismo tiempo lanza al mundo la idea de que hacerse con un coche nuevo es ahora más barato que nunca porque llega con un ingreso extra incorporado: se puede alquilar por horas. "En pocos años ya no hablaremos de la economía compartida, simplemente diremos la economía, no se necesitará un nombre especial porque esto será lo normal", avisa el cofundador de Feastly.

El entusiasmo de los gigantes capitalistas por estar donde hay que estar es la prueba definitiva de que ambos mundos están condenados a entenderse.

¿Qué significa la "Uberización" de la economía? (Foro Económico – 4/8/15)

(Por David Bardey)

En una previa entrada escribí sobre el tema de Uber y de los taxis tradicionales abordando el potencial problema de competencia desleal que puede generar esta plataforma. De manera diferente, les comparto algunas reflexiones sobre lo que significa el fenómeno llamado "Uberización" de la economía, explicando algunas de sus implicaciones para Colombia. Como se verá más adelante, hay aspectos totalmente positivos asociados a este fenómeno mientras que otros constituyen fuentes de preocupación.

¿Qué significa la "Uberización" de la economía?

Por representar un símbolo de un nuevo modelo económico, el nombre de la firma Uber se prestó para crear esta expresión. Esta expresión se usa para definir los nuevos modelos de negocios en los cuales particulares pueden efectuar transacciones económicas vía plataformas accesibles desde aplicaciones que se encuentran en sus celulares inteligentes o en sus computadores. Además de Uber, los últimos años han experimentado una explosión de oferta de plataformas que van desde el alojamiento con AirBnB hasta plataformas de intermediación financiera, otras dedicadas a los servicios domésticos, a los servicios jurídicos, etc.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente 

Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

Categorias
Newsletter