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Milenarismo tecnológico: la competencia entre seres humanos y robots inteligentes




Enviado por Antonio Diéguez



Partes: 1, 2

  1. Los
    robots del anochecer
  2. Ecología de los
    robots
  3. ¿Quiénes son esos
    inmortales?
  4. Conclusiones
  5. Referencias

Precisamente los rasgos más
característicos de la condición humana –por
ejemplo el miedo a la muerte, la aversión hacia el propio
cuerpo, el deseo de moralidad o de liberarse de los
errores– unidos a un deseo de dominio evolutivo sobre el
mundo natural constituyen las fuerzas fundamentales que, de forma
creciente, empujan a los humanos para crear
máquinas.

B. Mazlish, La cuarta discontinuidad, pp.
308-9.

La posibilidad de crear máquinas con una
inteligencia igual o superior a la humana ha dejado de ser desde
hace unos años un tema exclusivo de la
ciencia-ficción para convertirse en un asunto bajo el
escrutinio de la ciencia. El campo de la Inteligencia Artificial
(IA) se basa en la aspiración razonada de obtener en un
plazo no demasiado lejano tales máquinas inteligentes. O
mejor sería decir máquinas con procesos mentales
inteligentes, evitando de este modo asumir que la inteligencia
sea una propiedad única y homogénea.

Hay ciertamente quienes piensan que esta posibilidad
debe ser descartada de antemano, al menos si por inteligencia (o
por procesos mentales inteligentes) entendemos algo que no
está sometido a reglas predeterminadas, algo que faculta a
los seres humanos para reconocer rápidamente lo relevante
y lo accesorio en un entorno cambiante, que les permite ser
intuitivos y creativos tanto en el terreno de la teoría
como en el del arte, algo que incluye la capacidad para
comprender significados (contenidos semánticos) y para
usar el lenguaje haciendo referencia con él al mundo real;
algo, en fin, que tiene como manifestaciones singulares la
consciencia y lo que habitualmente llamamos 'sentido
común'. Los críticos de la IA insisten en que
éstas son características sin las cuales no cabe
hablar de inteligencia, y ponen en cuestión que las
máquinas puedan desplegar alguna vez tales
características (cf. Dreyfus 1993, Weizenbaum 1984 y
Searle 1980; para un análisis, véase
Martínez Freire 1995, cap. 8).

Estas voces discrepantes –hay que decirlo–
no son tenidas muy en cuenta por los científicos e
ingenieros implicados directamente en proyectos de IA, y por el
momento sus argumentos no son definitivos contra los
que presentan los defensores de las máquinas inteligentes,
aunque desde luego no carezcan de plausibilidad inicial en muchos
aspectos.1 Es cierto que los avances
realizados en el campo de la IA –de los que los sistemas
expertos y las redes neuronales artificiales son la mejor
muestra– no han sido tan rápidos ni tan
espectaculares como todavía se esperaba a principios de
los 80, pero han sido lo suficientemente importantes
como para que las expectativas creadas en torno a
dicho campo se mantengan en alza (cf. Martínez Freire
1996).

No es mi intención, sin embargo, entrar
aquí en el debate sobre la posibilidad real de crear
máquinas superinteligentes, ni en el de la diferencia
entre simular la inteligencia y tener inteligencia. Para seguir
hasta el final la línea de la argumentación que me
interesa desarrollar en estas páginas, supondré que
las máquinas inteligentes con capacidades superiores a las
humanas estarán a nuestro lado en un futuro más o
menos lejano, si bien soy consciente de lo problemática y
controvertida que es una suposición como ésta. Lo
que haré a continuación será exponer en
primer lugar algunas de las implicaciones sociales más
radicales que destacados investigadores en IA han extraído
de esa posibilidad, e intentaré mostrar después
que, incluso aceptando tal suposición, las previsiones que
efectúan sobre el mundo que se avecina están muy
deficientemente fundadas y deben ser tenidas como posibilidades
muy remotas, cuando no como meras fantasías
milenaristas.

Los robots del
anochecer.

Una cuestión que, con toda su crudeza, ha
atraído de modo especial a algunos científicos y
figuras relevantes de la IA es la de las relaciones que
podrían establecerse entre el ser humano y las
máquinas en un futuro en el cual éstas fueran
superiores en inteligencia. ¿Qué sucederá
con el ser humano cuando estas máquinas superinteligentes
sean robots o estén integradas en robots capaces de
dotarlas de movimiento y puedan construirse a sí mismas y
proliferar de forma rápida? Uno de los primeros en buscar
una respuesta fue Edward Fredkin, gerente del Laboratorio de
Inteligencia Artificial del Massachusetts Institute of
Technology. En 1979 ya había forjado algunas conclusiones
al respecto que expuso en una entrevista televisiva:

Hay tres grandes acontecimientos en la historia. Uno,
la creación del universo. Otro, la aparición de la
vida. El tercero, que creo de igual importancia, es la
aparición de la inteligencia artificial. Ésta es
una forma de vida [sic] muy diferente, y tiene posibilidades de
crecimiento intelectual difíciles de imaginar. Estas
máquinas evolucionarán: algunos computadores
inteligentes diseñarán otros, y se harán
más listos. La cuestión es dónde quedamos
nosotros. Es bastante complicado imaginar una máquina
millones de veces más lista que la persona más
lista y que, sin embargo, siga siendo nuestra
esclava y haga lo que queremos. Puede que condesciendan a
hablarnos, puede que jueguen a cosas que nos gusten, puede que
nos tengan como
mascotas.2

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