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Teoría del Estado – Unidad 5 – Tipología de los estados nacionales (página 2)



Partes: 1, 2

Realizó el anarquismo una crítica directa
contra el Estado, por considerarlo un instrumento de
opresión de los individuos. Los anarquistas
mantenían que todo poder era innecesario y nocivo, y
propugnaban la sustitución de las relaciones de dominio
establecidas a través de las instituciones estatales por
una colaboración libre entre individuos y colectividades.
Representantes destacados de las distintas corrientes anarquistas
fueron Max Stirner, Pierre-Joseph Proudhon, Mijaíl Bakunin
y Piotr Kropotkin.

Para Karl Marx, Friedrich Engels y los marxistas
posteriores, la igualdad jurídica y las
declaraciones formales de libertades en los Estados
liberales encubrían una desigualdad económica y una
situación de explotación de unas clases sociales
por otras. El Estado capitalista era el medio de opresión
de la burguesía sobre el proletariado y las demás
clases populares. Según la teoría del materialismo
histórico, el propio desarrollo del capitalismo y el
crecimiento del proletariado desembocarían en la
destrucción del Estado burgués y en su
sustitución por un Estado transitorio, la dictadura del
proletariado, que finalmente se extinguiría para dar paso
a la sociedad sin clases. La revolución rusa, y
posteriormente la china, la cubana y otras, trataron de llevar a
la práctica el Estado socialista o comunista de la
dictadura proletaria en sus diferentes
interpretaciones.

En la primera mitad del siglo XX, la crítica al
Estado liberal se desarrolló también a partir de
las ideologías fascistas, basadas en una concepción
radical del nacionalismo. Tanto el fascismo italiano como el
nacionalsocialismo alemán defendieron los intereses de la
nación sobre la libertad de los individuos. El Estado,
encarnación del espíritu nacional debía
concentrar todas las energías individuales con el fin de
conseguir sus objetivos últimos y trascendentales.
Históricamente, el fascismo constituyo una reacción
contra el auge del movimiento obrero y el comunismo internacional
después de la revolución rusa, y una
justificación ideológica del imperialismo para dos
Estados que habían quedado al margen del reparto del mundo
por parte del resto de las potencias occidentales.

Después de la segunda guerra mundial, dos
sistemas políticos y económicos se disputaron el
poder sobre el planeta. En el bloque socialista, disuelto entre
1989 y 1991, los Estados mantuvieron sus características
totalitarias, basadas en el poder absoluto de un partido
único considerado intérprete de los intereses de la
clase trabajadora. En el bloque occidental, el Estado liberal se
consolidó mediante la adopción, iniciada desde
principios de siglo, de diversos principios democráticos y
sociales: sufragio universal (antes era censitario, es decir,
sólo para las clases ricas), voto femenino, desarrollo de
los servicios públicos y sociales (Estado del bienestar),
intervención estatal en la economía, etc. Por otra
parte, la tradicional división de poderes se mantuvo
formalmente, pero el reforzamiento del poder ejecutivo se
generalizó en casi todos los países. A fines de la
década de 1990, la globalización llevó a los
Estados nacionales a integrarse en mercados comunes e
instituciones de gobierno supranacionales.

EL ESTADO MÍNIMO (El mercado
sobre el Estado)
Propiedad Privada, Iniciativa
particular, competencia.

En la concepción inicial del liberalismo el
mercado es una asociación natural donde libremente
juegan, manejadas por la "mano invisible" de Smith,
las leyes de la economía (equilibrio a través de la
oferta y la demanda), la libre competencia y el natural
egoísmo humano. En ese marco, el Estado es una
creación artificial que deviene de un contrato, que debe
ser mínimo cuyos objetivos son proteger los derechos
individuales y regular el mercado.

Liberalismo

El Liberalismo es un movimiento doctrinario,
económico, político y hasta filosófico que
aboga como premisa principal por el desarrollo de la
libertad personal individual y, a partir de ésta, por el
progreso de la sociedad. En el pasado muchos liberales
consideraban este sistema de gobierno como algo poco
saludable por alentar la participación de las masas
en la vida política. A pesar de ello, el liberalismo
acabó por confundirse con los movimientos que
pretendían transformar el orden social existente
mediante la profundización de la democracia.
Debe distinguirse pues entre el liberalismo que propugna el
cambio social de forma gradual y flexible, y el radicalismo, que
considera el cambio social como algo fundamental que debe
realizarse a través de distintos principios de
autoridad.

En política interior, los liberales se oponen a
las restricciones que impiden a los individuos ascender
socialmente, a las limitaciones a la libertad de
expresión o de opinión que establece la censura y a
la autoridad del Estado ejercida con arbitrariedad e impunidad
sobre el individuo. En política internacional los
liberales se oponen al predominio de intereses militares en los
asuntos exteriores, por lo que han intentado implantar una
política cosmopolita de cooperación internacional.
En cuanto a la economía, los liberales han luchado contra
los monopolios y las políticas de Estado que han intentado
someter la economía a su control. Respecto a la
religión, el liberalismo se ha opuesto tradicionalmente a
la interferencia de las Iglesias en los asuntos públicos y
a los intentos de grupos religiosos para influir sobre la
opinión pública.

A veces se hace una distinción entre el llamado
liberalismo negativo y el liberalismo positivo. Entre los siglos
XVII y XIX, los liberales lucharon en primera línea contra
la opresión, la injusticia y los abusos de poder, al
tiempo que defendían la necesidad de que las personas
ejercieran su libertad de forma práctica, concreta y
material. Hacia mediados del siglo XIX, muchos liberales
desarrollaron un programa más pragmático que
abogaba por una actividad constructiva del Estado en el campo
social, manteniendo la defensa de los intereses individuales. Los
seguidores actuales del liberalismo más antiguo rechazan
este cambio de actitud y acusan al liberalismo pragmático
de autoritarismo camuflado. Los defensores de este tipo de
liberalismo argumentan que la Iglesia y el Estado no son los
únicos obstáculos en el camino hacia la libertad, y
que la pobreza también puede limitar las opciones en la
vida de una persona, por lo que aquélla debe ser
controlada por la autoridad real.

Humanismo: Después de la edad media, el
liberalismo se expresó quizá por primera vez en
Europa bajo la forma del humanismo, que reorientaba el
pensamiento del siglo XV para el que el mundo (y el
orden social), emanaba de la voluntad divina. En su lugar,
se tomaron en consideración las condiciones y
potencialidad de los seres humanos. El humanismo se
desarrolló aún más con la invención
de la imprenta que incrementó el acceso de las personas al
conocimiento de los clásicos griegos y romanos. La
publicación de versiones en lenguas vernáculas de
la Biblia favoreció la elección religiosa
individual. Durante el renacimiento el humanismo se
impregnó de los principios que regían las artes y
la especulación filosófica y científica.
Durante la Reforma protestante, en algunos países de
Europa, el humanismo luchó con intensidad contra algunas
acciones que consideraban abusivas por parte de la Iglesia
oficial. Según avanzaba el proceso de
transformación social, los objetivos y preocupaciones del
liberalismo evolucionaron. Pervivió, sin embargo, una
filosofía social humanista que buscaba el desarrollo de
las oportunidades de los seres humanos, y así
también las alternativas sociales, políticas y
económicas para la expresión personal a
través de la eliminación de los obstáculos a
la libertad individual.

Liberalismo moderno: En el siglo XVII, durante la Guerra
Civil inglesa, algunos miembros del Parlamento empezaron a
debatir ideas liberales como la ampliación del sufragio,
el sistema legislativo, las responsabilidades del gobierno y la
libertad de pensamiento y opinión. Las polémicas de
la época engendraron uno de los clásicos de las
doctrinas liberales: Areopagitica (1644), un tratado del poeta y
prosista John Milton en el que éste defendía la
libertad de pensamiento y de expresión. Uno de los mayores
oponentes al pensamiento liberal, el filósofo Thomas
Hobbes, contribuyó sin embargo al desarrollo del
liberalismo a pesar de que apoyaba una intervención
absoluta y sin restricciones del Estado en los asuntos de la vida
pública. Hobbes pensaba que la verdadera prueba para los
gobernantes debía ser por su efectividad y no por su apoyo
doctrinal a la religión o a la tradición. Su
pragmático punto de vista sobre

el gobierno, que defendía la igualdad de los
ciudadanos, allanó el camino hacia la crítica libre
al poder y hacia el derecho a la revolución, conceptos que
el propio Hobbes repudiaba con virulencia.

John Locke: Uno de los primeros y más influyentes
pensadores liberales fue el filósofo inglés
John Locke. En sus escritos políticos
defendía la soberanía popular, el derecho a la
rebelión contra la tiranía y la
tolerancia hacia las minorías religiosas. Según el
pensamiento de Locke y de sus seguidores, el Estado no existe
para la salvación espiritual de los seres humanos sino
para servir a los ciudadanos y garantizar

sus vidas, su libertad y sus propiedades bajo una
constitución.

Gran parte de las ideas de Locke se ven reflejadas en la
obra del pensador político y escritor inglés
Thomas Paine, según el cual la autoridad de una
generación no puede transmitirse a sus herederos, que si
bien el Estado puede ser necesario eso no lo hace menos malo, y
que la única religión que se puede
pedir a las personas libres es la creencia en un orden
divino. Thomas Jefferson también se adhirió a las
ideas de Locke en la Declaración de Independencia y en
otros discursos en defensa de la revolución, en los que
atacaba al gobierno paternalista y defendía la libre
expresión de las ideas.

En Francia la filosofía de Locke fue rescatada y
enriquecida por la Ilustración francesa y de forma
más destacable por el escritor y
filósofo Voltaire, el cual insistía en que el
Estado era superior a la Iglesia y pedía la tolerancia
para todas las religiones, la abolición de la censura, un
castigo más humano hacia los criminales y una
organización política sólida que se guiara
sólo por leyes dirigidas contra las fuerzas opuestas al
progreso social y a las libertades individuales. Para Voltaire,
al igual que para el filósofo y dramaturgo
francés Denis Diderot, el Estado es un mecanismo para la
creación de felicidad y un instrumento activo
diseñado para controlar a una nobleza y una Iglesia muy
poderosas. Ambos consideraban que esas dos instituciones como las
dedicadas con mayor intemperancia al mantenimiento de las
antiguas formas de poder. En España y
Latinoamérica, a comienzos del siglo XIX se
generalizó entre los pensadores y políticos
ilustrados una poderosa corriente de opinión liberal. La
propia palabra "liberal" aplicada a cuestiones políticas y
de partido se utilizó por vez primera en las sesiones de
las Cortes de Cádiz y sirvió para caracterizar a
uno de los grupos allí presentes. Entre los primeros y
más destacados pensadores y políticos liberales
españoles se hallaban el jurista Agustín de
Argüelles, el conde de Toreno y Álvaro Flórez
Estrada, entre otros. En Latinoamérica, las nuevas ideas
de los ilustrados de los siglos XVIII y XIX ejercieron notable
influencia y tanto los escritores franceses, como los ingleses y
los padres de la independencia en Estados Unidos, además
de los liberales españoles, fueron conocidos y estudiados,
generando una profunda influencia en su proceso de
emancipación e independencia respecto de
España.

Utilitarismo: En Gran Bretaña el liberalismo fue
elaborado por la escuela utilitarista, principalmente
por el jurista Jeremy Bentham y por su discípulo, el
economista John Stuart Mill. Los utilitaristas reducían
todas las experiencias humanas a placer y dolor, y
sostenían que la única función del Estado
consistía en incrementar el bienestar y reducir el
sufrimiento pues si bien las leyes son un mal, son necesarias
para evitar males mayores. El liberalismo utilitarista tuvo un
efecto benéfico en la reforma del código
penal británico. Bentham demostró que el duro
código del siglo XVIII era antieconómico y que la
indulgencia no sólo era inteligente sino también
digna. Mill defendió el derecho del individuo a actuar en
plena libertad, aunque sea en su propio detrimento. Su obra Sobre
la libertad (1859) es una de las reivindicaciones más
elocuentes de la libertad de expresión.

Liberalismo en transición: A mediados del siglo
XIX, el desarrollo del constitucionalismo, la extensión
del sufragio, la tolerancia frente a actitudes políticas
diferentes, la disminución de la arbitrariedad gubernativa
y las políticas tendentes a promover la felicidad hicieron
que el pensamiento liberal ganara poderosos defensores en todo el
mundo. A pesar de su tendencia crítica hacia Estados
Unidos, para muchos viajeros europeos era un modelo de
liberalismo por el respeto a la pluralidad cultural, su
énfasis en la igualdad de todos los ciudadanos y por su
amplio sentido del sufragio. A pesar de todo, en ese momento el
liberalismo llegó a una crisis respecto a la democracia y
al desarrollo económico. Esta crisis sería
importante para su posterior desarrollo. Por un lado, algunos
demócratas como el escritor y filósofo
francés Jean-Jacques Rousseau no eran liberales. Rousseau
se oponía a la red de grupos privados voluntaristas que
muchos liberales consideraban esenciales para el movimiento. Por
otro lado, la mayor parte de los primeros liberales no eran
demócratas. Ni Locke ni Voltaire creyeron en el sufragio
universal y la mayor parte de los liberales del siglo XIX
temían la participación de las masas en la
política pues opinaban que las llamadas clases más
desfavorecidas no estaban interesadas en los valores
fundamentales del liberalismo, es decir que eran indiferentes a
la libertad y hostiles a la expresión del pluralismo
social. Muchos liberales se ocuparon de preservar los valores
individuales que se identificaban con una
ordenación política y social
aristocrática. Su lugar como críticos de la
sociedad y como reformadores pronto sería retomado por
grupos más radicales como los socialistas.

Economía: La crisis respecto al poder
económico era aún más profunda. Una parte de
la filosofía liberal era el modo de entender la
economía de los llamados economistas clásicos como
los británicos

Adam Smith y David Ricardo. En economía los
liberales se oponían a las restricciones sobre el mercado
y apoyaban la libertad de las empresas privadas. Pensadores como
el estadista John Bright se opusieron a legislaciones que fijaban
un máximo a las horas de trabajo basándose en que
reducían la libertad y en que la sociedad, y sobre todo la
economía, se desarrollaría más cuanto menos
regulada estuviera. Al desarrollarse el capitalismo industrial
durante el siglo XIX, el liberalismo económico
siguió caracterizado por una actitud negativa hacia la
autoridad estatal. Las clases trabajadoras consideraban que estas
ideas protegían los intereses de los grupos
económicos más poderosos, en especial de los
fabricantes, y que favorecían una política de
indiferencia e incluso de brutalidad hacia las clases
trabajadoras. Estas clases, que habían empezado a tener
conciencia política y un poder organizado, se orientaron
hacia posturas políticas que se preocupaban más de
sus necesidades, en especial, hacia los partidos
socialistas.

El resultado de esta crisis en el pensamiento
económico y social fue la aparición del liberalismo
pragmático. Algunos liberales modernos, como el economista
Friedrich August von Hayek (premio Nóbel de
Economía en 1974), consideran la actitud de los liberales
pragmáticos como una traición hacia los ideales
liberales. Otros, como los filósofos británicos
Thomas Hill Green y Bernard Bosanquet conocidos como los
idealistas de Oxford, desarrollaron el llamado liberalismo
orgánico, en el que defendían la
intervención activa del estado como algo positivo para
promover la realización individual, que se
conseguiría evitando los monopolios económicos,
acabando con la pobreza y protegiendo a las personas en la
incapacidad por enfermedad, desempleo o vejez. También
llegaron a identificar el liberalismo con la extensión de
la democracia.

El neoliberalismo: Este es una variante del liberalismo
clásico del siglo XVIII que culminó con la crisis
de 1930 pero que fue reformulado transitoriamente (así era
al menos la propuesta) por el Keynsianismo que impulsó el
manejo estatal de los sueldos, el estado de bienestar social y el
desarrollo (como concepto diferenciado de
crecimiento). A fines de los años sesenta (se coloca como
año de transición a 1970), se
iniciaron diversos movimientos que prácticamente
terminaron con el modelo impulsado por Keynes, que
ha sido reemplazado con el neoliberalismo.

Esa dable recordar en este punto que en las
últimas décadas los gobiernos han ido eliminando
los controles y restricciones a los movimientos de capital entre
países, liberalizando los mercados financieros mundiales,
surgiendo en la década de 1970 un nuevo mercado
internacional, sin ninguna restricción, para
depósitos bancarios y bonos en eurodólares
(depósitos —o bonos— en dólares pero no
depositados en Estados Unidos) y en otras monedas. Estos
constituyeron el primer mercado financiero internacional, que se
extendió y profundizó con el correr de los
años ya que los países han ido desmantelando sus
controles sobre los movimientos financieros, que entre otros
resultados determinó una mayor volatilidad de los tipos de
cambio, de los tipos de interés y de los precios de los
activos financieros, con fluctuaciones que influyen al resto de
los mercados.

En ese contexto, el neoliberalismo ha sido
diseñado, promovido e implementado por algunas de las
instituciones más poderosas y grandes del mundo, entre las
que se destacan el Fondo Monetario Internacional y el Banco
Mundial, siendo concebida como una ideología y una
estrategia. Tiene muchas maneras de ser nombrada:
"Reaganeconomía", "Thatcherismo", "monetarismo",
"economía neoclásica", entre otros, aunque
entendemos que acertadamente podemos designarla como "Estado de
Malestar". La ideología del neoliberalismo es el culto del
mercado y la subordinación de todos los actores
económicos a sus demandas, incluso el gobierno y sus
individuales.

La estrategia de economía neoliberal incluye la
privatización, rebaja de gastos de bienestar social,
ataques a los sindicatos, rebaja de sueldos, alza de ganancias,
libre comercio, libertad de movilidad de capital y la
comoditización acelerada de la naturaleza.

La economía neoliberal favorece a los negocios
grandes, especialmente a las empresas multinacionales,
pero como contrapartida empobrece a los obreros,
campesinos, clase media y los comerciantes pequeños. Las
políticas gubernamentales de reducción de deuda
transfieren el ingreso y la riqueza de los sueldos a las
ganancias. Políticas monetarias atacan a los sueldos por
medio de las altas tasas de interés y el alto nivel de
desempleo. El desempleo, los sueldos reducidos y crédito
caro amplifican la cantidad de trabajo que tienen
que realizar los sectores menos protegidos para sobrevivir. La
desregulación financiera ha desviado las ganancias de
nuevas máquinas hacia toda clase de especulación
improductiva. La reorganización industrial
quiebra el poder de los obreros y aumenta el del capital
corporativo donde el efecto global es una igualación hacia
abajo para la mayoría.

El neoliberalismo, como el primer liberalismo, apela al
orden inmutable de la naturaleza para defender su orden
político y económico. Así afirma que lo
natural es el individuo no la sociedad, lo natural es la voluntad
de cada individuo no la voluntad general; lo natural es el
egoísmo de cada individuo no la solidaridad; lo natural es
el cambio interesado no el espíritu desprendido; lo
natural es lo económico, no lo político.

Si en el siglo XVIII, el liberalismo pretendía
allanar ideológicamente el camino para extender la
producción mercantil a las fronteras del territorio
nacional borrando las trabas legales y morales interiores, ahora
se trata de crear un mundo en donde la producción y la
circulación de mercancías no hallen fronteras
políticas ni límites humanos.

La búsqueda del máximo beneficio, la
obtención de la rentabilidad a corto plazo y la
persecución de la máxima eficacia en
la inversión se colocan como patrones de la conducta
política, según un modelo social en el que la
sociedad desaparece y su lugar lo ocupa el mercado.

El fordismo: El fordismo y posfordismo son etapas del
capitalismo moderno que abarcan desde la década de 1940
hasta la década de 1970, la denominada edad dorada del
capitalismo, caracterizada por la existencia de
empresas de producción a gran escala, con métodos
de producción tayloristas, una alta división del
trabajo y el crecimiento de los créditos al consumo. Los
métodos de producción fordistas fueron aplicados
por primera vez en la compañía Ford Motor, en
Detroit, en 1913 bajo la dirección de Henry Ford, y se
generalizaron con toda rapidez al resto de las industrias. La
definición en sentido estricto del fordismo se ha ampliado
para abarcar una serie de aspectos que permitieron que el
capitalismo tuviera un comportamiento estable durante esta etapa;
estas normas no sólo tratan de la organización de
los procesos productivos (sobre todo de la organización
del factor trabajo), sino que también analizan los
objetivos productivos y los métodos para resolver
conflictos laborales.

El método de producción fordista implica
la combinación del taylorismo con la creciente
mecanización de grandes empresas con muchas líneas
productivas, asociadas con la aplicación de la cadena de
montaje, la selección uniforme de los componentes y de los
productos finales. El taylorismo, basado en el principio de la
'administración científica' desarrollado por
Frederick Winslow Taylor, puede considerarse como la
racionalización de los procesos productivos al diferenciar
las tareas de creación y ejecución, o lo que es lo
mismo, al dividir la organización de la producción
(directivos, ingenieros, entre otros) de las tareas
mecánicas, asegurando un mayor control de la
producción por parte de los gestores. Así, los
aspectos mentales quedan separados por completo de las tareas
manuales. Esto constituyó una ruptura total con los
métodos de producción del pasado, cuando la
producción se organizaba en función del tipo de
artesanía y los artesanos creaban, organizaban y
completaban las tareas manuales. Los movimientos sindicalistas se
opusieron a los cambios que implicaba el taylorismo, pero los
aceptaron a cambio de recibir un mayor porcentaje de las
ganancias de productividad derivadas de la racionalización
e intensificación de los procesos productivos. Este
compromiso sólo fue aceptado por un pequeño
número de empresarios (entre ellos Henry Ford) y a pesar
de la defensa de este acuerdo que realizaron grandes economistas,
como John Maynard Keynes, sólo tras la II Guerra Mundial
se aceptó de un modo general el acuerdo entre empresarios
y trabajadores.

Al dejar de considerar a los trabajadores tan
sólo como un factor de producción, pues son
también consumidores de productos finales, las ganancias
de productividad y el reparto del mayor valor añadido
(mediante aumentos del salario) generados por el fordismo
permitieron crear una mayor demanda de consumo que
pudiera absorber una producción más amplia debida a
los progresos técnicos. La edad dorada se asocia con una
época de pleno empleo, una alta inversión de
capital, la plena utilización de la capacidad
productiva y unas elevadas tasas de beneficios para las empresas.
El buen funcionamiento del taylorismo se debió
también a la existencia de una serie de instituciones
—como el colectivismo de las relaciones
laborales, una especie de Estado del bienestar que garantizaba
unos niveles de vida mínimos de forma que, aunque algunos
agentes no fueran activos desde un punto de vista
económico (como los jubilados o los
desempleados, entre otros), todos tenían una capacidad de
consumo— y al desarrollo de los modernos sistemas
crediticios y bancarios. Todo ello permitía al Estado
desempeñar un papel activo en la
gestión de la economía, tanto de forma directa,
utilizando el gasto público (mediante las políticas
de demanda keynesianas), como por vías indirectas al
regular el sistema crediticio. A escala internacional, la
coordinación y el comercio entre países
desarrollados (que aplican el sistema de producción
fordista) creció bajo la hegemonía de Estados
Unidos, interesados en evitar la expansión del comunismo,
para lo que invirtieron enormes sumas (como el Plan Marshall)
asegurando la adopción del sistema fordista en los
países de Europa y Oriente.

El sistema fordista tenía en sí mismo las
simientes de su propia destrucción. Al principio este
proceso se manifestó al advertir que las crecientes
ganancias de productividad de los métodos tayloristas
eran cada vez de menor entidad. La creciente
intensificación del trabajo, la más deficiente
formación profesional de los trabajadores y la
alienación de éstos al realizar tareas
mecánicas llevaron a que los trabajadores estuvieran cada
vez más descontentos ante la creciente
automatización y complejidad de los procesos productivos.
La elevada acumulación de capital hacía que la
interrupción de la actividad y la reducción de la
productividad resultaran cada vez más costosas, lo que
disminuía la tasa de beneficios. A finales de la
década de 1960 se empezó a cuestionar el sistema
fordista a medida que las relaciones sociales eran cada vez
más tensas y los antiguos acuerdos en torno al pleno
empleo y a la financiación de un Estado del bienestar cada
vez más caro se debilitaban, presionando a los gobiernos.
La crisis del fordismo ha impulsado a muchos analistas a defender
que el desarrollo del capitalismo de mercado ha generado de hecho
un sistema de producción y de relaciones sociales
posfordista.

El capitalismo posfordista, que en muchos sectores
también se denomina "Estado de Malestar" se caracteriza
por la desaparición de algunas de las
características de su antecesor; los métodos de
producción se centran ahora en nuevas tecnologías
productivas, como la biotecnología, pero sobre todo la
microelectrónica y la tecnología de la
información. Además, las relaciones y
prácticas laborales posfordistas son más flexibles
como muestran las relaciones laborales de las corporaciones
japonesas. El keynesianismo fue perdiendo importancia a medida
que el monetarismo (que se caracteriza por su fe ciega en las
fuerzas del mercado para alcanzar objetivos económicos)
hegemonizaba la ciencia económica. Un nuevo individualismo
reemplazó la confianza anterior en las instituciones
colectivistas del fordismo. Al tiempo que se producían
estos cambios, los sindicatos iban perdiendo fuerza (y
afiliados), lo que les forzó a aceptar un 'nuevo realismo'
sobre su papel en la sociedad; asimismo se reducía la
intervención del Estado, como se demuestra por el
creciente número de privatizaciones realizadas en todos
los países con economías de libre mercado. Sin
embargo, hay que destacar que sigue existiendo una importante
polémica en el plano académico sobre las
características y los efectos de las instituciones de la
era posfordista, lo que sin duda es una consecuencia de la
cantidad de instituciones existentes en las economías
capitalistas y a las diferencias que existen entre
éstas.

ESTADO
COLECTIVISTA (El Estado en reemplazo del
mercado)

Distintos tipos de Estados
colectivistas

El Colectivismo es un sistema
político-económico en el que los medios de
producción y distribución de bienes y servicios
están controlados por un colectivo de personas que, con
frecuencia, es el Estado. El colectivismo es el sistema opuesto
al capitalismo o sistema de libre empresa, en el que los medios
de producción están en manos privadas y la
distribución se realiza mediante el librecambio en
función de las posibilidades de obtener
beneficios.

El concepto de colectivismo surge de la teoría
social que defiende que el interés y el bienestar del
colectivo son más importantes que el interés y
bienestar de cada individuo en particular. Como teoría
político-económica, el colectivismo es muy parecido
al socialismo teórico.

El comunismo revolucionario moderno es un colectivismo
radical en el que no sólo se elimina la empresa
capitalista, sino que se suprime toda propiedad privada. Existe
también un colectivismo comunal en el que los medios de
producción pertenecen a un grupo reducido de personas, la
comuna, que no admiten la autoridad del
Estado.

Socialismo

Socialismo es un término que, desde principios
del siglo XIX, designa aquellas teorías y acciones
políticas que defienden un sistema económico y
político basado en la socialización de los sistemas
de producción y en el control estatal (parcial o completo)
de los sectores económicos, lo que se oponía
frontalmente a los principios del capitalismo. Aunque el objetivo
final de los socialistas era establecer una sociedad comunista o
sin clases, se han centrado cada vez más en reformas
sociales realizadas en el seno del capitalismo. A medida que el
movimiento evolucionó y creció, el concepto de
socialismo fue adquiriendo diversos significados en
función del lugar y la época donde
arraigara.

Si bien sus inicios se remontan a la época de la
Revolución Francesa y los discursos de François
Nöel Babeuf, el término comenzó a
ser utilizado de forma habitual en la primera mitad del siglo XIX
por los intelectuales radicales, que se consideraban
los verdaderos herederos de la Ilustración tras comprobar
los efectos sociales que trajo consigo la Revolución
Industrial. Entre sus primeros teóricos se encontraban el
aristócrata francés conde de Saint-Simon, Charles
Fourier y el empresario británico y doctrinario
utópico Robert Owen. Como otros pensadores, se
oponían al capitalismo por razones éticas y
prácticas. Según ellos, el capitalismo
constituía una injusticia: explotaba a los trabajadores,
los degradaba, transformándolos en máquinas o
bestias, y permitía a los ricos incrementar sus rentas y
fortunas aún más mientras los trabajadores se
hundían en la miseria. Mantenían también que
el capitalismo era un sistema ineficaz e irracional para
desarrollar las fuerzas productivas de la sociedad, que
atravesaba crisis cíclicas causadas por periodos de
superproducción o escasez de consumo, no proporcionaba
trabajo a toda la población (con lo que permitía
que los recursos humanos no fueran aprovechados o quedaran
infrautilizados) y generaba lujos, en vez de satisfacer
necesidades. El socialismo suponía una reacción al
extremado valor que el liberalismo concedía a los logros
individuales y a los derechos privados, a expensas del bienestar
colectivo.

Sin embargo, era también un descendiente directo
de los ideales del liberalismo político y
económico.

Los socialistas compartían con los liberales el
compromiso con la idea de progreso y la abolición de los
privilegios aristocráticos aunque, a diferencia de ellos,
denunciaban al liberalismo por considerarlo una
fachada tras la que la avaricia capitalista podía
florecer sin obstáculos.

El socialismo científico: Gracias a Karl Marx y a
Friedrich Engels, el socialismo adquirió un soporte
teórico y práctico a partir de una
concepción materialista de la historia. El marxismo
sostenía que el capitalismo era el resultado de un proceso
histórico caracterizado por un conflicto continuo entre
clases sociales opuestas. Al crear una gran clase de trabajadores
sin propiedades, el proletariado, el capitalismo estaba sembrando
las semillas de su propia muerte, y, con el tiempo,
acabaría siendo sustituido por una sociedad
comunista.

El Comunismo: Es una ideología política
cuya principal aspiración es la consecución de una
sociedad en la que los principales recursos y medios
de producción pertenezcan a la comunidad y no a los
individuos. En teoría, estas sociedades permiten el
reparto equitativo de todo el trabajo en función de la
habilidad, y de todos los beneficios en función de las
necesidades. Algunos de los conceptos de la sociedad comunista
suponen que, en último término, no se necesita que
haya un gobierno coercitivo y, por lo tanto, la sociedad
comunista no tendría por qué tener legisladores.
Sin embargo, hasta alcanzar este último estadio, el
comunismo debe luchar, por medio de la revolución, para
lograr la abolición de la propiedad privada; la
responsabilidad de satisfacer las necesidades públicas
recae, pues, en el Estado. Evolución histórica: En
1864 se fundó en Londres la Primera Internacional,
asociación que pretendía establecer la unión
de todos los obreros del mundo y se fijaba como último fin
la conquista del poder político por el
proletariado. Sin embargo, las diferencias surgidas entre Marx y
Bakunin (defensor del anarquismo y contrario a la
centralización jerárquica que Marx propugnaba)
provocaron su ruptura. Las teorías marxistas
fueron adoptadas por mayoría; así, a finales del
siglo XIX, el marxismo se había convertido en la
ideología de casi todos los partidos que defendían
la emancipación de la clase trabajadora, con
la única excepción del movimiento laborista de los
países anglosajones, donde nunca logró
establecerse, y de diversas organizaciones anarquistas que
arraigaron en España e Italia, desde donde se extendieron,
a través de sus emigrantes principalmente, hacia
Sudamérica. También aparecieron partidos
socialistas que fueron ampliando su capa social (en 1879 fue
fundado el Partido Socialista Obrero Español). La
transformación que experimentó el socialismo al
pasar de una doctrina compartida por un reducido número de
intelectuales y activistas, a la ideología de los partidos
de masas de las clases trabajadoras coincidió con la
industrialización europea y la formación de un gran
proletariado.

Los socialistas o socialdemócratas (por aquel
entonces, los dos términos eran sinónimos) eran
miembros de partidos centralizados o de base nacional organizados
de forma precaria bajo el estandarte de la Segunda
Internacional Socialista que defendían una forma de
marxismo popularizada por Engels, August Bebel y Karl Kautsky. De
acuerdo con Marx, los socialistas sostenían que las
relaciones capitalistas irían eliminando a los
pequeños productores hasta que sólo quedasen dos
clases antagónicas enfrentadas, los capitalistas y los
obreros. Con el tiempo, una grave crisis económica
dejaría paso al socialismo y a la propiedad colectiva de
los medios de producción. Mientras tanto, los partidos
socialistas, aliados con los sindicatos,
lucharían por conseguir un programa mínimo de
reivindicaciones laborales. Esto quedó plasmado en el
manifiesto de la Segunda Internacional Socialista y en el
programa del más importante partido socialista de la
época, el Partido Socialdemócrata Alemán
(SPD, fundado en 1875). Dicho programa, aprobado en Erfurt en
1890 y redactado por Karl Kautsky y Eduard Bernstein,
proporcionaba un resumen de las teorías marxistas de
cambio histórico y explotación económica,
indicaba el objetivo final (el comunismo), y establecía
una lista de exigencias mínimas que podrían
aplicarse dentro del sistema capitalista. Estas exigencias
incluían importantes reformas políticas, como el
sufragio universal y la igualdad de derechos de la mujer, un
sistema de protección social (seguridad social, pensiones
y asistencia médica universal), la regulación del
mercado de trabajo con el fin de introducir la jornada de ocho
horas reclamada de forma tradicional por anarquistas y
sindicalistas y la plena legalización y reconocimiento de
las asociaciones y sindicatos de trabajadores.

Los socialistas creían que todas sus demandas
podían realizarse en los países democráticos
de forma pacífica, que la violencia
revolucionaria podía quizás ser necesaria cuando
prevaleciese el despotismo (como en el caso de Rusia) y
descartaban su participación en los gobiernos burgueses.
La mayoría pensaba que su misión era ir
fortaleciendo el movimiento hasta que el futuro derrumbamiento
del capitalismo permitiera el establecimiento del socialismo.
Algunos —como por ejemplo Rosa Luxemburg— impacientes
por esta actitud contemporizadora, abogaron por el recurso de la
huelga general de las masas como arma revolucionaria si la
situación así lo requería.

El SPD proporcionó a los demás partidos
socialistas el principal modelo organizativo e ideológico,
aunque su influencia fue menor en la Europa meridional. En Gran
Bretaña los poderosos sindicatos intentaron que los
liberales asumieran sus demandas antes que formar un partido
obrero independiente. Hubo, pues, que esperar hasta 1900 para que
se creara el Partido Laborista, que no adoptó un programa
socialista dirigido hacia la propiedad colectiva hasta
1918.

Bolcheviques y socialdemócratas: La I Guerra
Mundial y la Revolución Rusa provocaron la ruptura
de la Segunda Internacional entre los partidarios del
bolchevismo de Lenin y los socialdemócratas reformistas,
que habían respaldado en su mayoría a los gobiernos
nacionales durante la guerra a pesar de las proclamaciones
pacifistas de la Internacional. Los primeros fueron conocidos
como comunistas y los segundos siguieron siendo, durante todo el
periodo de entreguerras, la corriente dominante del movimiento
socialista europeo, contando con el apoyo del electorado en
general bajo una serie de nombres: Partido Laborista en Gran
Bretaña, Países Bajos y Noruega, Partido
Socialdemócrata en Suecia y Alemania, Partido Socialista
en Francia e Italia, Partido Socialista Obrero en España,
y Partido Obrero en Bélgica. En estos años, en el
seno de estos partidos socialistas se produjo la escisión
de grupos proclives al comunismo leninista, apareciendo
así los partidos comunistas en diferentes países
como Francia, Italia o España (el Partido Comunista de
España fue fundado en 1921). En la Unión
Soviética y, más tarde, en los países
comunistas surgidos después de 1945, el término
socialista hacía referencia a una fase de
transición entre el capitalismo y el comunismo, la etapa
correspondiente a la dictadura del proletariado marxista. En los
demás países, los socialistas aceptaron todas las
normas básicas de la democracia liberal: elecciones
libres, derechos fundamentales y libertades públicas,
pluralismo político y soberanía del Parlamento. La
rivalidad existente entre socialistas y comunistas sólo se
interrumpió de forma transitoria como
ocurrió a mediados de la década de 1930, para unir
sus fuerzas contra el fascismo en la política denominada
de "Frente Popular".

Los socialistas pudieron formar gobiernos durante el
periodo de entreguerras, por lo general en coalición o
apoyados por otros partidos. De este modo pudieron permanecer en
el poder, aunque de forma intermitente, en Gran
Bretaña y Alemania durante la década de 1920 y en
Bélgica, Francia y España durante la década
de 1930 (en estos dos últimos países bajo la
fórmula de Frente Popular). En Suecia, donde los
socialdemócratas han tenido más éxito que en
ninguna otra parte, gobernaron sin interrupción desde 1932
hasta 1976.

Después de 1945, los partidos socialistas se
convirtieron, en la mayor parte de Europa occidental, en la
principal alternativa frente a los partidos conservadores y
democristianos, siendo Suiza y la República
de Irlanda las principales excepciones. Aun manteniendo su
antiguo compromiso con el socialismo como "estado final", es
decir, una sociedad en la que se anularan las diferencias
sociales, desarrollaron un concepto de socialismo
"como proceso"—propuesta que había sido anticipada
por el revisionista alemán Eduard Bernstein a finales del
siglo XIX. En la práctica, esto significaba que, mientras
sus seguidores más comprometidos se aferraban a la idea de
un objetivo final, los partidos socialistas, por esta
época a menudo en el poder, se concentraban en reformas
socioeconómicas factibles dentro del sistema capitalista.
Aunque variaban según los países, las reformas
socialistas incluían, en primer lugar, la
introducción de un sistema de protección social
(conocido como Estado de bienestar) que, en la formulación
tomada del reformista liberal británico William Beveridge,
protegiera a todos los ciudadanos "desde la cuna hasta la tumba",
y en segundo lugar, la consecución del pleno empleo
mediante técnicas de gestión macroeconómica
desarrolladas por otro liberal, John Maynard Keynes.

En Gran Bretaña estas reformas fueron llevadas a
cabo por los primeros gobiernos laboristas de la posguerra. En el
resto de Europa los socialistas alcanzaron algunos de sus
objetivos, ya fuera en el seno de una coalición
gubernamental con otros partidos (como fue el caso de
Bélgica y Países Bajos, y, en la
década de 1970 en Alemania) o ejerciendo una
presión efectiva sobre los gobiernos no socialistas.
Socialismo y servicios públicos: Fue sobre todo
después de 1945 cuando se relacionó el socialismo
con la gestión de la economía por parte del Estado
y con la expansión del sector público a
través de las nacionalizaciones. Aunque los activistas
socialistas concebían la propiedad estatal como un primer
paso hacia la abolición del capitalismo, las
nacionalizaciones tenían por lo general objetivos
más prácticos, como rescatar empresas capitalistas
débiles o ineficaces, proteger el empleo, mejorar las
condiciones de trabajo o controlar las empresas de servicio
público. A pesar de que las nacionalizaciones han sido
relacionadas a menudo con los partidos socialistas fueron con
frecuencia los gobiernos de partidos no socialistas los que
recurrían a ellas, como ocurrió en Francia
(1945-1947), Austria (1945-1947) e Italia (1945-1947 y en la
década de 1960). Por el contrario, un partido socialista
triunfante como el Partido Socialdemócrata Sueco, en el
poder desde 1932 hasta 1976, entre 1982 y 1991 y de nuevo desde
1994, no recurrió a la propiedad estatal y optó en
cambio por controlar el mercado del trabajo y mantener el pleno
empleo, a la vez que creaba un sistema de "salarios justos"
conocido con el nombre de "política solidaria de
salarios". Los socialdemócratas alemanes, que formaron
varios gobiernos de coalición entre 1966 y
1982, se centraron en el desarrollo económico y
experimentaron con formas de democracia industrial.

En el aspecto internacional, la mayoría de los
partidos socialistas se alinearon junto a Occidente durante la
Guerra fría, aunque importantes minorías dentro de
cada partido intentaran hallar una vía intermedia entre la
democracia capitalista y el comunismo soviético,
denunciaron la política exterior estadounidense y
expresaron su solidaridad con los países en vías de
desarrollo.

En lo sustancial, el socialismo ha seguido estando
limitado a Europa occidental o a países cuya
población es o ha sido de origen europeo, como Australia,
Nueva Zelanda, Israel o varios países latinoamericanos. La
principal excepción la constituyen los Estados Unidos,
donde nunca ha existido un partido socialista importante, algo
que ha dejado a menudo perplejos a los teóricos
socialistas, que se equivocaron al creer que la
industrialización conlleva siempre el advenimiento del
socialismo. En el resto del mundo se consideró al
socialismo como una variante del comunismo, de ahí las
frecuentes referencias que se hacen al socialismo
africano y al socialismo árabe. En Latinoamérica
existen partidos socialistas importantes en Chile, Ecuador,
Venezuela y Uruguay; en otros países forman frentes
políticos con otras organizaciones. El
partido socialista más antiguo de Latinoamérica es
el argentino, fundado en 1896 por socialistas alemanes e
italianos. En Brasil el Partido Socialista se fundó en
1916. En Chile los movimientos socialistas se transformaron en
partido político en 1915. El primer diputado socialista
del Uruguay fue elegido en 1911. En Puerto Rico, Santiago
Iglesias, hermano de Pablo Iglesias, dirigente socialista
español, fue elegido diputado en 1917. En Cuba, el Partido
Socialista fue fundado en 1910. En México muchos
socialistas están incluidos en el oficialista Partido
Revolucionario Institucional (PRI), así como en partidos
de la oposición de izquierdas. En general, y bajo la
denominación socialista, obrerista, trabalhista (Brasil),
los movimientos socialistas tienen gran importancia en toda la
América de habla hispana. En Asia, más que una
doctrina de claro cuño anticapitalista, el socialismo era
sólo una ideología que defendía la
modernización por parte del Estado, liberado de cualquier
presión colonial o imperialista. Aunque sólo en
contadas ocasiones desembocaron en la formación de
partidos independientes basados en el modelo occidental europeo,
las ideas socialistas tuvieron una gran influencia en los
movimientos independentistas anticoloniales, en especial sobre el
Congreso Nacional Indio de la India, el Congreso Nacional
Africano de Suráfrica y sobre algunos regímenes
poscoloniales, como fue el caso de Zambia, Tanzania y
Zimbabue.

Las tesis revisionistas: Hacia el final de la
década de 1950, los partidos socialistas de Europa
occidental empezaron a descartar el marxismo, aceptaron la
economía mixta, relajaron sus vínculos con los
sindicatos y abandonaron la idea de un sector nacionalizado en
continua expansión. El notable desarrollo económico
desde postulados capitalistas durante las décadas de 1950
y 1960 puso fin a la creencia que mantenía que la clase
trabajadora sería cada vez más pobre o que la
economía sufriría un colapso que favorecería
la revolución social. Ya que un sector considerable de la
clase trabajadora seguía votando a partidos de centro y de
derecha, los partidos socialistas intentaron de forma paulatina
captar votantes entre la clase media y abandonaron los
símbolos y la retórica del pasado. Este
revisionismo de finales de la década de 1950 proclamaba
que los nuevos objetivos del socialismo eran ante todo la
redistribución de la riqueza de acuerdo con los principios
de igualdad y justicia social. Los socialdemócratas
alemanes dejaron constancia de estos principios en el Congreso de
Bad Godesberg de 1959, principios que habían sido
popularizados en Gran Bretaña por Anthony Crosland (El
futuro del socialismo, 1956). Los socialdemócratas
creían que un crecimiento económico continuado
serviría de apoyo a un floreciente sector público,
aseguraría el pleno empleo y financiaría un
incipiente Estado de bienestar. Estos supuestos eran a menudo
compartidos por los partidos conservadores o democristianos y se
ajustaban de una forma tan estrecha al desarrollo real de las
sociedades europeas que el periodo comprendido entre 1945 y 1973
ha recibido a veces el nombre de "era del consenso
socialdemócrata". Coincidía, de modo ostensible,
con la edad de oro del fordismo, supuesta modalidad pura del
capitalismo.

El fuerte incremento sufrido por los precios del
petróleo en 1973 fue el desencadenante de la crisis
económica que puso fin a esta hipotética edad
de oro. Durante el final de la década de 1970 se
pensó que, en general, para restaurar el crecimiento
económico, patronos y gobiernos tendrían que
alcanzar algún tipo de entendimiento con los sindicatos.
En estas circunstancias, los partidos socialistas obtuvieron el
poder en Portugal, España, Grecia y Francia, países
en los que nunca o rara vez habían gobernado, y que en los
tres primeros casos se produjeron después del fin de
sistemas dictatoriales.

El creciente desempleo, sin embargo, debilitó a
los sindicatos y, al hacer aumentar la pobreza y los problemas
con ella asociados, hizo que la protección social del
sistema del bienestar fuera mucho más costosa de lo que lo
había sido en los días del pleno empleo. Mantener
los niveles de bienestar con una tasa elevada de desempleo
exigía un alto nivel de impuestos, medida que no
gozó del favor de los ciudadanos. Los partidos
conservadores se distanciaron del consenso político,
aduciendo que era necesario "hacer retroceder al
Estado", reducir el gasto público y privatizar las
compañías estatales. Acusados de
estatistas, burocráticos y derrochadores, los
socialistas fueron poniéndose cada vez más a la
defensiva. Hacia 1980 el proletariado industrial se había
convertido en minoritario en toda Europa, y las nuevas
tecnologías agravaban la división existente
en sus filas. Los incrementos de la productividad ya no
suponían la creación de nuevos empleos. Por el
contrario, estas nuevas tecnologías hacían posible
un mayor volumen de producción en detrimento del empleo,
mientras que los sectores en proceso de expansión eran
incapaces de absorber a los trabajadores despedidos por culpa de
las reconversiones industriales. La prosperidad de la que gozaban
los trabajadores cualificados en las empresas de éxito
contrastaba con el número creciente de trabajadores
temporales y no cualificados, muchos de los cuales eran
inmigrantes o mujeres, empleados a tiempo parcial. Considerar,
pues, a la clase obrera como una clase universal que prefiguraba
un futuro poscapitalista parecía algo cada vez más
anacrónico. La creciente interdependencia económica
que se extendió con gran rapidez durante las
décadas de 1970 y 1980 suponía que las
políticas macroeconómicas tradicionales del
keynesianismo ya no eran efectivas y que la reflación
interna (en cuanto política que activa instrumentos
monetarios y fiscales destinados a frenar el desempleo) originaba
problemas con la balanza de pagos, así como medidas
inflacionarias, tal y como descubrieron, a sus expensas, los
gobiernos socialistas británico y francés en las
décadas de 1970 y 1980. Aunque supuso la
transformación de muchos de los antiguos partidos
comunistas en partidos socialistas, el derrumbamiento del
comunismo en la Unión Soviética y en la Europa
central y oriental no constituyó un consuelo para la
izquierda europea occidental. La crisis de las economías
planificadas comunistas fue interpretada en términos
generales como una prueba más de que las decisiones
espontáneas de millones de consumidores individuales,
gracias a los mecanismos del libre mercado, distribuían
mejor los recursos de lo que pudiera hacerlo cualquier forma de
mediación estatal. Las ideologías neoliberales
ganaban, en consecuencia, terreno en multitud de países,
aunque a costa de los sectores más débiles de las
sociedades.

Renovación programática: Según se
acercaba a su fin el siglo, el socialismo —tal y como se
hallaba representado por los partidos
socialistas— no sólo había perdido su
perspectiva anticapitalista original sino que también
empezaba a aceptar, que el capitalismo no podía ser
controlado de un modo suficiente, y mucho menos
abolido.

Debido a su inmovilidad actual, definir el concepto de
socialismo al principio del siglo XXI presenta
numerosos problemas. La mayoría de los partidos
socialistas ha llevado a cabo un proceso de renovación
programática cuyos contornos no son aún muy claros.
Es posible, sin embargo, catalogar algunas de las
características definitorias del socialismo europeo
según se prepara para hacer cara a los retos del presente
milenio: 1) reconocer que la regulación estatal de las
actividades capitalistas debe ir pareja al desarrollo
correspondiente de las formas de regulación
supranacionales (la Unión Europea, que contó en un
principio con la oposición mayoritaria de los socialistas,
es considerada como terreno controlador de las nuevas
economías interdependientes); 2) crear un "espacio social"
europeo que sirva de precursor a un Estado de bienestar europeo
armonizado; 3) reforzar el poder del consumidor y del ciudadano
para compensar el poder de las grandes empresas y del sector
público; 4) mejorar el puesto de la mujer en la sociedad
para superar la imagen y prácticas del socialismo
tradicional, en exceso centradas en el hombre, y enriquecer su
antiguo compromiso a favor de la igualdad entre los sexos; 5)
descubrir una estrategia destinada a asegurar el crecimiento
económico y a aumentar el empleo sin dañar el medio
ambiente; y 6) organizar un orden mundial orientado a reducir el
desequilibrio existente entre las naciones capitalistas
desarrolladas y los países en vías de
desarrollo.

EL ESTADO
INTERVENCIONISTA (El Estado sobre el mercado)

Distintos tipos de intervencionismo estatal
en el siglo XX

El Intervencionismo puede definirse como la actitud de
los poderes públicos tendente a actuar de manera positiva
sobre la economía y la sociedad para la consecución
de los fines que se hayan establecido. En política
económica, es una forma de corregir las limitaciones y
fallos del mercado.

Aunque la vida económica no es más que un
conjunto de decisiones e intervenciones de los agentes, se
reserva esta expresión a las que son realmente
significativas, como es el caso de las del sector público
en una economía nacional. El intervencionismo
de los poderes públicos se caracteriza por su constancia y
sus objetivos, definidos con anterioridad a la acción.
Estos objetivos son opciones políticas generalmente
admitidas, como es el caso del crecimiento económico, la
distribución de rentas, el reequilibrio social, el
desarrollo territorial, la regulación de fluctuaciones. La
consecución de estos objetivos en un modelo
social predeterminado exige alterar el comportamiento de los
mercados y orientar la evolución de la
economía.

El intervencionismo nace, en la época
contemporánea, a partir de la crisis de 1930 con las
doctrinas impulsadas por Keynes a través de un modelo que
el mismo autor consideraba transitorio, dando lugar
en el campo social al denominado "Estado de Bienestar" que
permitió que el Estado actúe como mediador en los
conflictos y se consigan, a partir del denominado
constitucionalismo social, la instrumentación y
aplicación de los derechos sociales, logros permanentes
para las sociedades, aunque todavía difusión
mundial no es completa, restando un largo camino por recorrer
para que todos se beneficien con sus postulados.

Estado de Bienestar

El denominado "Estado de bienestar" es un proyecto y
modelo de sociedad nacido principalmente a partir de
las ideas de Keynes y de las corrientes intervencionistas del
Estado y constituye el principal punto programático de
gran número de ideologías y partidos
políticos actuales. El concepto, surgido en la segunda
mitad del siglo XX, parte de la premisa de que el gobierno de un
Estado debe ejecutar determinadas políticas sociales que
garanticen y aseguren el "bienestar" de los ciudadanos en
determinados marcos como el de la sanidad, la educación y,
en general, todo el espectro posible de seguridad social. Estos
programas gubernamentales, financiados con los presupuestos
estatales, deben tener un carácter gratuito, en tanto que
son posibles gracias a fondos procedentes del erario
público, sufragado a partir de las imposiciones fiscales
con que el Estado grava a los propios ciudadanos. En este
sentido, el Estado de bienestar no hace sino generar un proceso
de redistribución de la riqueza, pues, en principio, las
clases inferiores de una sociedad son las más beneficiadas
por una cobertura social que no podrían alcanzar con sus
propios ingresos.

En general, casi todos los grupos políticos de
las sociedades desarrolladas ejercitan políticas tendentes
a conseguir un cierto Estado de bienestar. Pese a
ello, sí existen diferencias entre las políticas
que en este sentido aplican los partidos de tendencia liberal
más conservadora (que entienden el Estado de bienestar
como la garantía de que ningún individuo subsista
por debajo de un mínimo umbral de calidad de vida) y las
formaciones socialistas o socialdemócratas (para las
cuales el Estado de bienestar significa la posibilidad de
construir una sociedad más justa y solidaria).

Keynesianismo

El Keynesianismo son los postulados de política
económica basados en las teorías del economista
británico John Maynard Keynes. Su obra más
conocida, "La teoría general sobre el empleo, el
interés y el dinero" (1936), se publicó en medio de
una enorme crisis económica que parecía no tener
fin: el desempleo en el Reino Unido había alcanzado el 11%
durante la década de 1920 y casi el 20% durante la primera
mitad de la década de 1930. Según Keynes, la
economía ya no funcionaba según los principios
clásicos que habían dominado la teoría
económica durante más de un siglo, por lo que era
necesario diseñar nuevas políticas.

La economía clásica: Los economistas
clásicos suponían que la economía
tendía de forma natural hacia el pleno empleo. Los cambios
en los gustos de los consumidores o en la tecnología
disponible, así como en la aparición de nuevos
mercados podían provocar la desaparición de puestos
de trabajo en algunas industrias, lo que implicaría la
creación de nuevos puestos en otras áreas. El
desempleo era entonces una cuestión temporal que
terminaría desapareciendo gracias a las fuerzas del
mercado, sobre todo gracias a la flexibilidad de los salarios. Si
algunas personas continuaban sin empleo durante un tiempo era
porque querían un salario demasiado elevado. Si se
hubieran conformado con un salario menor
habrían encontrado un puesto de trabajo. Por ello, los
clásicos pensaban que el desempleo era
voluntario.

La teoría de Keynes: El economista
británico sostenía que la economía no
tendía de manera automática hacia el pleno empleo y
que no se podía esperar que las fuerzas del mercado fueran
suficientes para salir de la recesión.
Supóngase, por ejemplo, que se parte de una
situación de pleno empleo pero que, por alguna
razón, las empresas deciden reducir su inversión en
nueva maquinaria. Los trabajadores que fabrican
máquinas perderían su puesto de trabajo, por lo que
tendrían menos dinero para comprar bienes de consumo, de
tal manera que algunos trabajadores que fabrican bienes de
consumo terminarían, a su vez, perdiendo su
puesto de trabajo. De esta forma existe un efecto "multiplicador"
que lleva a que la economía tienda hacia un equilibrio con
menor empleo, producción e ingresos que el anterior.
Según Keynes, no existe ninguna fuerza
automática que evite este proceso. La reducción del
salario no bastará porque, aunque disminuyan los costos de
las empresas, también disminuirá el poder
adquisitivo de los trabajadores, de forma que las empresas
venderán menos. Por lo tanto, la alta tasa de desempleo se
debe a que la demanda (y por tanto el gasto) es muy reducida.
Sólo la actuación del Gobierno, al reducir los
impuestos o aumentar el gasto público, podrá
conseguir que la economía vuelva a una posición de
pleno empleo. En definitiva, los gobernantes tienen que
garantizar una demanda suficiente en la economía para
crear y mantener el pleno empleo, pero no debe ser excesiva para
evitar que aumente la inflación.

Políticas keynesianas: Las políticas
keynesianas se aplicaron en la década de 1940 y se
mantuvieron en vigor hasta finales de la de 1970. Un ejemplo es
el caso de Inglaterra, donde el Gobierno realizaba previsiones
sobre la demanda para los dos años siguientes. Si la
demanda era insuficiente (como en 1952, 1958 y 1971)
el Gobierno aumentaba su propio gasto, o reducía los
impuestos o los tipos de interés. Si se consideraba
excesiva (como en 1941, 1955 y 1973) la acción
pública era la contraria. Los efectos de esta
política sobre el presupuesto se consideraban de segundo
orden. El objetivo era mantener el crecimiento de la
demanda acorde con el aumento de la capacidad productiva de la
economía, de forma que la demanda fuera suficiente para
mantener el pleno empleo pero sin ser excesiva, lo que
provocaría un aumento de la inflación. Otros
países industrializados también aplicaron
políticas keynesianas como, por ejemplo, en Estados Unidos
en especial en la década de 1960.

Inflación y monetarismo: En la década de
1970 el keynesianismo fue el centro de las críticas de una
nueva doctrina económica conocida como monetarismo (que
consiste en una reformulación de la economía
clásica decimonónica que Keynes había
criticado en su Teoría general). En casi todos los
países industrializados el pleno empleo y el creciente
nivel de vida disfrutados durante los 25 años posteriores
a la II Guerra Mundial estuvieron acompañados de
inflación. Los keynesianos siempre admitieron que cuando
se lograra el pleno empleo iba a ser difícil controlar la
inflación, sobre todo si los sindicatos podían
negociar sin trabas con los empresarios los aumentos salariales.
Por esta razón se crearon una serie de medidas de
política de rentas para evitar el crecimiento de los
salarios y los precios. Pero estas medidas no fueron suficientes.
A partir de la década de 1960 la tasa de inflación
se aceleró de forma alarmante.

Según los monetaristas o neoliberales, este
aumento de la inflación se produjo por la
aplicación de las políticas keynesianas que
mantenían el nivel de desempleo por debajo de su tasa
natural, tasa a la que la inflación permanecería
estable. Según los monetaristas, la única forma de
reducir el desempleo sería disminuyendo su tasa natural
mediante políticas en la franja de la oferta, como
promover una mayor formación profesional y reducir los
beneficios empresariales que favorecieran el funcionamiento de
las fuerzas del mercado.

Previsiones: Desde finales de la década de 1970
el keynesianismo ha dejado de aplicarse, desplazado por los
argumentos monetaristas que han contribuido y se han visto
beneficiados por los cambios políticos que otorgaban mayor
importancia a la inflación que al desempleo. Pero la
gravedad de las recesiones a escala mundial de principios de las
décadas de 1980 y 1990 reflejan la validez de las
políticas keynesianas. No obstante, si el keynesianismo
vuelve a estar en boga tendrá que ser a escala
internacional. La globalización de la economía
mundial y sobre todo la desaparición de los controles a
los movimientos internacionales de capital, limitan la
aplicación de políticas keynesianas en un solo
país. Éstas tendrían que aplicarse de forma
coordinada en las seis u ocho mayores economías mundiales,
pero los factores políticos limitan la existencia de esta
política coordinada.

Economía del saber: Es importante también
tener presente las expresiones de uno de los más
influyentes pensadores actuales, como es el caso de Peter
Drucker, quien se refiere a la economía actual como "del
saber", señalando que ni la economía de libre
mercado ni el proteccionismo funcionarán cada uno por su
lado como políticas económicas, sino que la
economía del saber exige un equilibrio entre
ambas posturas.

Recuerda que uno de los supuestos básicos de la
economía es que está determinada por el consumo
o por la inversión para incrementar la
oferta. Los keynesianos y los neo keynesianos (como Milton
Friedman) la hacen depender del consumo; los
clásicos de la inversión. En la economía del
saber o del conocimiento ni uno ni otro parecen
tener el control ya que no existe la más mínima
evidencia de que un aumento de consumo lleve a una mayor
producción de saber; pero tampoco hay ni la más
mínima prueba de que una mayor inversión tenga como
resultado una mayor producción de conocimiento. Recuerda
sin embargo que la formación del saber es la mayor
inversión de cualquier país desarrollado y el
retorno que se recibe por el conocimiento aplicado es cada vez
más un factor determinante de la competitividad. De forma
creciente, la productividad del conocimiento es decisivo en el
éxito económico y social.

LA
CONCEPCIÓN CRISTIANA DEL ESTADO

Subsidiariedad y solidaridad

En la Carta Pastoral del Papa Juan Pablo II "La Caridad
de Cristo nos une", en la cual hace referencia especialmente a
las Encíclicas "Centessimus annus", "Ecclesiam suma" (de
Pablo VI) y "Gaudium et spes", como también
al Catecismo de la Iglesia Católica, se refiere a la
concepción cristiana del Estado.

Subsidiariedad y solidaridad

No niega la Iglesia la justa autonomía de las
realidades terrenas solemnemente proclamada por el Concilio
Vaticano II, pero sostiene que la libre economía debe
desarrollarse dentro de reglas fundamentales que debe proteger el
Estado. "Existe ciertamente una legítima esfera de
autonomía de la actividad económica, donde no debe
intervenir el Estado. A éste, sin embargo, le corresponde
determinar el marco jurídico dentro del cual se
desarrollan las relaciones económicas y salvaguardar
así las condiciones fundamentales de una economía
libre, que presupone una cierta igualdad entre las partes, no sea
que una de ellas supere de tal modo en poder a la otra que la
pueda reducir prácticamente a esclavitud" (Centessimus
annus).

Por tanto, al Estado le corresponde una cierta
intervención. "El Estado debe participar directamente o
indirectamente. Indirectamente y según el principio de
subsidiariedad, creando las condiciones favorables al libre
ejercicio de la actividad económica, encausada hacia una
oferta abundante de oportunidades de trabajo y de fuentes de
riqueza. Directamente, y según el principio de
solidaridad, poniendo, en defensa de los más
débiles, algunos límites a la autonomía de
las partes que deciden las condiciones de trabajo" (Centessimus
annus).

Como se ve, el Estado debe intervenir unas veces,
indirectamente, según el principio de
subsidiariedad, es decir, cuidando que "una
estructura de orden superior no interfiera en la vida interna de
un grupo social de orden inferior, privándole de sus
competencias, sino que más bien debe sostenerle en cada
caso de necesidad y ayudarle a coordinar su acción con la
de los demás componentes sociales, con miras al bien
común" (Centessimus annus).

"El principio de subsidiariedad se opone a toda forma de
colectivismo. Traza los límites de la intervención
del Estado. Intenta armonizar las relaciones entre individuos y
sociedad" (Catecismo de la Iglesia Católica).

Se puede poner como ejemplo de buen gobierno de una
sociedad la Providencia divina, es decir, el modo cómo
gobierna Dios los seres de la creación. Pues Dios entrega
a cada criatura las funciones que es capaz de
ejercer, según las capacidades de su naturaleza. Este modo
de gobierno debe ser imitado en la vida social. El comportamiento
de Dios en el gobierno del mundo, que manifiesta tanto respeto a
la libertad humana, debe inspirar la sabiduría de los que
gobiernan las comunidades humanas.

Otras veces, el Estado deberá intervenir de un
modo indirecto, según el principio de solidaridad,
es decir, según "el principio expresado
también con el nombre de "amistad" o "caridad social", y
que es una exigencia directa de la fraternidad humana y
cristiana" (Catecismo).

"La solidaridad se manifiesta en primer lugar en la
distribución de bienes y la remuneración del
trabajo. Supone también el esfuerzo a favor de un orden
social más justo en el que las tensiones puedan ser mejor
resueltas, y donde los conflictos encuentren
más fácilmente su salida negociada"
(Catecismo).

Por otra parte, no hay que olvidar que otros factores
influyen también en nuestra sociedad: la misma
globalización, la cultura de los medios de
comunicación, el uso y el abuso de "internet". Son
múltiples los factores que, cuando se descontrolan, no
permiten profundizar en conceptos como la verdad, el
misterio, la gracia, la bondad, la belleza. Por el ritmo
técnico de estos elementos se hace difícil la
meditación, la reflexión personal, la
profundización en las cosas verdaderamente
importantes.

El bien común

El bien común sólo puede ser definido con
referencia a la persona humana. "Por el bien común, es
preciso entender el conjunto de aquellas condiciones de la vida
social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros
conseguir más plena y fácilmente su propia
perfección. El bien común afecta a la vida de
todos" (Catecismo). Y comporta tres elementos esenciales: el
respeto a la persona humana, el bienestar social y la
paz.

El bien común "supone, en primer lugar, el
respeto a la persona en cuanto tal. En nombre del bien
común, las autoridades están obligadas a respetar
los derechos fundamentales e inalienables de la persona humana.
La sociedad debe permitir a cada uno de sus miembros realizar su
vocación. En particular, el bien común reside en
las condiciones de ejercicio de las libertades naturales que son
indispensables para el desarrollo de la vocación humana:
'derecho a (…) actuar de acuerdo con la recta norma de su
conciencia, a la protección de la vida privada y a la
justa libertad, también en materia religiosa' (Gs 26, 2)"
(Catecismo).

"En segundo lugar, el bien común exige el
bienestar social" (Catecismo). Esto quiere decir que "cada uno
pueda obtener lo que necesite para llevar una vida verdaderamente
humana: alimento, vestido, salud, trabajo, educación y
cultura; información adecuada, derecho de fundar una
familia, etc." (Catecismo).

En tercer lugar, "el bien común implica,
finalmente, la paz, es decir, la estabilidad y la seguridad de un
orden justo. Supone, por tanto, que la autoridad asegura, por
medios honestos, la seguridad de la sociedad y la de sus
miembros" (Catecismo). Ciertamente,
el bien común tiene como meta el bien de la persona y su
desarrollo, que es sobre todo el crecimiento de las virtudes
personales, de forma que pueda conocer la verdad y vivir la
justicia y el amor.

"El bien común está siempre orientado
hacia el progreso de las personas: el orden social y su progreso
deben subordinarse al bien de las personas y no al contrario.
Este orden tiene por base la verdad, se edifica en la justicia,
es vivificado por el amor" (Catecismo).

¿Cómo se alcanza el bien común en
una sociedad? Pues, no es misión exclusiva del Estado,
sino que es labor de todos los ciudadanos. "Los
ciudadanos deben cuanto sea posible tomar parte activa en la vida
pública. Las modalidades de esta participación
pueden variar de un país a otro o de una cultura a otra.
Es de alabar la conducta de las naciones en las que
la mayor parte posible de los ciudadanos participa con verdadera
libertad en la vida pública" (Catecismo).

Sin embargo, también las autoridades tienen un
papel de suma importancia que desempeñar. "Corresponde a
los que ejercen la autoridad reafirmar los valores que engendran
confianza en los miembros del grupo y los estimulan a ponerse al
servicio de sus semejantes (…) Podemos pensar, con
razón, que la suerte futura de la humanidad está en
manos de aquellos que sean capaces de transmitir a las
generaciones venideras razones para vivir y para esperar"
(Catecismo).

Es evidente que un concepto erróneo de la
persona, de la familia o de la sociedad genera inevitablemente un
estilo en el cual, por ejemplo, el Estado podría estar
invadiendo, tal vez sin pretenderlo, terrenos de la subjetividad
o de la sociedad. Podría intentar conformar la cultura
subordinándola a planteamientos ideológicos como el
diseñar e inducir a un modelo de familia ajeno a los
designios del Creador, o conformar una opinión
pública de tal o cual modo. En resumen, imponer un
relativismo ético moral muy fuerte, apelando a encuestas o
movilizaciones de opinión pública.

Estas situaciones, si ocurrieran, o por el simple
peligro de que puedan presentarse, aconsejan que se
conozca con claridad el verdadero sentido del "bien
común". Porque la razón de ser del Estado es
colaborar con la promoción de ese bien común. Y
dentro de este objetivo, desde diversos ángulos, se pueden
encontrar puntos de colaboración importantísimos de
la Doctrina Social de la Iglesia que, como "experta
en humanidad" (Paulo VI, Discurso en la ONU, Nueva York, 5 de
octubre de 1965) promueve, defiende y busca siempre el mismo
bien.

Misión de la Iglesia y función del
Estado

El Papa Pablo VI, en su encíclica "Ecclesiam
suam", nos enseña: "En este momento la Iglesia debe
reflexionar sobre sí misma para confirmarse en el
conocimiento de los planes divinos sobre ella, para encontrar
mayor luz, nueva energía y mayor gozo en el cumplimiento
de su misión y para determinar los modos más aptos
para hacer más cercanos, operantes y benéficos sus
contactos con la humanidad".

Debemos, pues, rechazar una concepción de la
Iglesia como una estructura meramente institucional, privada de
su misterio, como si fuera una especie de institución
"multinacional" gobernada por hombres más o menos
inteligentes. Recordemos -dijo Juan Pablo II a los Obispos de
Alemania, recientementeque la Iglesia como misterio no es
"nuestra", sino "suya"; es el Pueblo de Dios, el Cuerpo de
Cristo, el Templo del Espíritu Santo.

La misión de la jerarquía de la Iglesia es
de orden diverso a la función de la autoridad
política. El fin de la Iglesia es
sobrenatural y su misión es conducir a los hombres a la
salvación eterna. Por eso, cuando el
Magisterio se refiere a aspectos temporales del bien
común, lo hace en cuanto deben ordenarse al bien
supremo, nuestro último fin (Gaudium et
spes)

"La Iglesia hace oír su voz ante determinadas
situaciones humanas, individuales y comunitarias, nacionales e
internacionales, para las cuales formula una verdadera doctrina
que le permite analizar las realidades sociales, pronunciarse
sobre ellas y dar orientaciones para la justa solución de
los problemas derivados de las mismas" (Centessimus annus). El
conjunto de estas enseñanzas sobre principios que deben
regular la vida social se llama "Doctrina Social", y forma parte
de la doctrina moral católica.

También en este tema lo que orienta las
enseñanzas de la Iglesia es la defensa de la persona
humana y de sus derechos naturales. "Lo que constituye la trama y
en cierto modo la guía de toda la Doctrina Social de
la

Iglesia es la correcta concepción de la persona
humana y de su valor único, porque "el hombre(…) en
la tierra es la sola criatura que Dios ha querido por sí
misma" (Gaudium et Spes 24). En él ha impreso su imagen y
semejanza (cfr. Gn 1,26), confiriéndole una
dignidad incomparable(…) En efecto, aparte de los derechos
que el hombre adquiere con su propio trabajo, hay otros derechos
que no proceden de ninguna obra realizada por él, sino de
su dignidad esencial de persona"

(Centessimus annus)

Algunas enseñanzas fundamentales de la Doctrina
Social de la Iglesia son: 1) la dignidad trascendente que no se
acaba ni se perfecciona totalmente en su vida terrenade la
persona humana y la inviolabilidad de sus derechos; 2) el
reconocimiento de la familia como célula básica de
la sociedad fundada en el matrimonio, la educación y la
moral pública; 3) las enseñanzas acerca del bien
común y de la función del Estado (Gaudium et
spes)

Llamado de la Iglesia Católica

En la encíclica "Sollicitudo rei sociales",
publicada por el papa Juan Pablo II el 30 de diciembre de
1987, con ocasión del vigésimo aniversario de
la titulada Populorum progressio, se parte de la
constatación de un entorno social diferente al que vio
nacer la encíclica dirigida 20 años antes por Pablo
VI y que conduce a un juicio negativo sobre la realidad
contemporánea. En su contenido declara que "las esperanzas
de desarrollo, entonces tan vivas, parecen muy lejanas de su
realización"; así como que "Una multitud
innumerable de hombres, mujeres, niños, adultos y
ancianos, vale decir, de personas concretas e irrepetibles,
sufren bajo el peso intolerable de la miseria". Tal miseria
remite al denominado Sur, la zona del planeta donde el paro, el
subempleo, la deuda externa y la crisis de todos los
índices económicos se acentúan como
consecuencia de la brecha que lo separa del Norte, integrado por
los países desarrollados e industrializados. Esta
encíclica precisa que la Iglesia católica no posee
soluciones técnicas que ofrecer como respuesta a estas
cuestiones, pero hace un llamamiento para potenciar los elementos
que posibiliten un auténtico desarrollo humano, centrado
en los valores de la persona, de la espiritualidad, del destino
universal de los bienes de la Tierra, de la igualdad entre los
pueblos y de la solidaridad internacional.

 

 

Autor:

Dr. Guillermo Hassel

Partes: 1, 2
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