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Concilio de Nicea I. Cristo contra Constantino (página 2)




Enviado por Apóstol Omar



Partes: 1, 2

«Pues si de Cristo se predica que ha resucitado de
los muertos, ¿cómo entre vosotros dicen algunos que
no hay resurrección de los muertos? Si la
resurrección de los muertos no se da, tampoco Cristo
resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es nuestra
predicación. Vana nuestra fe. Seremos falsos testigos de
Dios, porque contra Dios testificamos que ha resucitado a Cristo,
a quien no resucitó, si en verdad los muertos no
resucitan. Porque si los muertos no resucitan, ni Cristo
resucitó; y si Cristo no resucitó,
vana es vuestra fe, aún estáis en vuestros
pecados.» (1 Corintios 15, 12-17)

En cambio, los apóstoles predicaban lo que
Jesucristo respondía cuando le interrogaban acerca de la
resurrección:

"Los que experimentan la
resurrección son más parecidos a los
ángeles del cielo, sin las necesidades de la carne, nunca
mueren y son eternamente los hijos de Dios; son los hijos de la
luz, resucitados al progreso de la vida eterna. Así pues,
yo declaro que nuestro Padre no es el Dios de los muertos sino el
de los vivos. En Él todos nosotros vivimos y nos
reproducimos y poseemos nuestra existencia mortal. Recordad
siempre que los resucitados son como ángeles que ni se
casan ni son dados en matrimonio, porque son inmateriales,
criaturas puramente espirituales. La resurrección de los
muertos, con la misma carne que tenían mientras
vivían, no es posible en las esferas celestiales; y menos
en la existencia mortal.

Obviamente, esto lo afirma el evangelio del
apóstol Andrés, que no fue incluido dentro de los
4, seleccionados en el mencionado concilio. En otro documento
ignorado, se afirma que Pedro, en una reunión,
presentó a Jesús después de la
crucifixión, con los siguientes
términos:

«Afirmamos que Jesús de Nazaret no
murió en la cruz, declaramos que ha sobrevivido a la
crucifixión; y para felicidad de todos nosotros, hoy
estará aquí: Queridas hermanas y hermanos, mi
maestro, el Maestro de todos»

Pablo, al afirmar: "Si la resurrección de los
muertos no se da, tampoco Cristo resucitó" está
dejando bien claro que los apóstoles de Jesucristo no
creen en la resurrección de la carne después de la
muerte. Los apóstoles, testigos directos de los hechos
reales, sabían que Jesús no murió en la
cruz; de hecho, celebraron varias reuniones con él, y le
vieron comer y beber como a cualquier humano. Si se lee el Nuevo
Testamento, sin el adoctrinamiento, literalmente afirma que
Jesucristo únicamente se le presentó a los suyos
mientras huía camino a Damasco, para partir hacia el
exterior. Si Él realmente hubiese resucitado en cuerpo
astral, no hubiese necesitado comer y beber durante los 40
días que transcurrieron después de la
crucifixión, antes de partir al exterior, lejos de sus
enemigos. En el Título Última semana de Pascua,
podrá leerse lo que verdaderamente sucedió,
teniendo en cuenta los documentos rechazados en el Concilio de
Nicea I.

Saulo Pablo discutía a menudo con Simón
Pedro: «Pero cuando Cefas (Pedro) fue a Antioquía,
en su misma cara le resistí, porque se había hecho
reprendible.» (Galatas 2,11)

«Pero, cuando yo vi que no caminaban rectamente
según la verdad del Evangelio, dije a Cefas (Pedro)
delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como
gentil y no como judío, ¿por qué obligas a
los gentiles a judaizar? (Galatas 2,14)

"…Según la verdad del evangelio…",
¿de cuál evangelio? Del evangelio según
Saulo-Pablo. ¿Cuál verdad? Si Pablo no
conoció ni escuchó directamente a
Jesús.

A p a r t i r d e l p r i m e r C o n c i l i o Nacional
Cristiano, realizado cuando aún vivían los
apóstoles y demás leales discípulos de
Jesucristo, Saulo Pablo fue el responsable del primer cisma o
división en el seno de la comunidad religiosa
cristiana. Y lo sigue siendo hasta nuestros días; como se
demostrará en este primer capítulo y en el
cuarto.

Hugh J. Schonfield, reconocido y respetado estudioso
bíblico en el ámbito mundial, afirma textualmente
en la i n t r o d u c c i ó n d e s u l i b r o N u e v o
Testamento ORIGINAL, lo siguiente: "Hemos de ver en el Nuevo
Testamento no un libro planeado en frío, como si unos
cuantos individuos hubieran sido invitados a contribuir a su
redacción, sino un compendio de las tradiciones
representativas tenidas por más fiables (creíbles)
acerca de Jesús y sus primeros seguidores, las cuales
podían ejercer un influjo unificador. Con vistas a esto
último se incluyeron los Hechos de los Apóstoles y
la Segunda Epístola de Pedro, tendientes a reconciliar las
posiciones conflictivas de Pedro y Pablo…" "Mas
había también un segundo aspecto en la
controversia. Pedro guerrero Mitra también
era considerado un ungido (Cristo en griego). Ya lo veremos con
mayor precisión en el capítulo cuarto: CRISTIANISMO
O PAULISMO. Si deseamos rescatar el verdadero cristianismo, es
necesario convocar el CONCILIO ECUMÉNICO No. 22. Esto no
es un capricho, es una necesidad en honor a la verdad.
Será muy diferente lo acordado, porque ya no se
haría con una espada romana en el pecho de los cristianos;
y se podrá tener en cuenta los más de 80 documentos
cristianos, desechados en dicho concilio. Y como dice Schonfiel
en su mencionado libro: "Según se pensaba en el siglo II,
la selección de los cuatro Evangelios contenidos en el
Nuevo Testamento fue debida en parte a una respetable
tradición, y en parte a que así quedaba bien
representados los cuatro extremos del propio Imperio Romano:
Marcos representaba el Oeste, Mateo el Sur, Lucas el Norte y
Juan representaba la tesis de un Jesús
humano el Este.

"…La opinión ponderada
del que había colmado las esperanzas
mesiánicas de Israel, mientras a Pablo le interesaba sobre
todo un Mesías místico cuya aparición en la
tierra como «Segundo Adán» era esencial."
"Pablo había terminado ya con el Jesús
humano…"

Por ser Saulo Pablo de nacionalidad romana, y usar un
lenguaje más familiar para los gentiles paganos romanos y
egipcios, terminó imponiendo sus prédicas; acogidas
por el emperador romano Constantino I, y los conciliares nicenos
(asistentes al Concilio de Nicea I), la mayoría
provenientes de países muy lejanos, que estaban
familiarizados con la teología pagana en todo lo que
tenía que ver con el dios Mitra hijo del gran dios Sol.
Importantes teólogos aseguran que Saulo Paulo, para
propagar su doctrina pagana, simplemente cambió la palabra
Mitra por la de Cristo; al fin y al cabo, el joven
autor de las presentes líneas es que el Evangelio de
Marcos se compuso en Italia, el de Mateo en Egipto, el de Lucas
en Grecia y el de Juan en Asia Menor"

Muchos de los sacerdotes y obispos, presentes en el
Concilio de Nicea I, se conocían de oídas o por
correspondencia esporádica, con intervalos de meses entre
correo y correo. Pero ahora, por primera vez en la historia de la
iglesia, podían tener una visión de la
universalidad de su fe; que de universal tenía muy poco,
porque no todos los obispos disponían de los documentos
provenientes del Consejo Cristiano de Jerusalén, que
hablaban de un Jesús humano.

Primer borrador del Testamento
Paulino.

La propuesta de la divinización de Jesús
empezó a consolidarse en el siglo II de nuestra era, a
través de Ireneo, Obispo de Lyon. Alrededor
del año 180 de nuestra era, un decidido propagador de la
doctrina de Saulo-Pablo. Ireneo se dedicó, tal vez
más que otros Padres de la Iglesia, a darle a la
Teología Paulina una forma estable y coherente.
Consiguió esto con su voluminosa obra "Libros Quinque
Adversus Hereses" ("Cinco libros contra herejías"). En su
exhaustivo estudio, Ireneo catalogó todas las desviaciones
de la ortodoxia, aún gestándose en ese entonces, y
las condenó con vehemencia, deplorando la diversidad.
Declaró que debía haber una sola Iglesia
válida, y que fuera de ella, no habría
salvación. Cualquiera que desafiara esta
afirmación, era declarado herético por Ireneo,
debía ser expulsado y, de ser posible, eliminado. El
primer destacado pro paulista, 145 años antes del concilio
de Nicea I, fue definitivamente el obispo Ireneo.

Entre las numerosas manifestaciones de la Cristiandad
antigua, el Gnosticismo (Del griego 'Gnosis', traducido
como 'Conocimiento') sería el blanco de los
más f u r i o s o s a t a q u e s d e I r e n e o . E l
Gnosticismo se basaba en la experiencia personal, en la
comunión del individuo con lo divino. Para Ireneo, esto
disminuía la autoridad de los sacerdotes y obispos,
obstaculizando el intento de imponer la uniformidad religiosa.
Por ello, Ireneo dedicó todos sus esfuerzos para suprimir
el gnosticismo. Para esto, se hizo necesario apartar a la gente
de la especulación individual; debía
enseñárseles a no cuestionar la fe en dogmas
fijos.

Se hizo necesario tener un sistema teológico, una
estructura de principios ordenados que no den al individuo la
oportunidad de desarrollar su interpretación personal. En
oposición a la experiencia personal y la Gnosis, Ireneo
insistió en una Iglesia Única y 'Católica'
(Universal) basada en los fundamentos de Saulo
Pablo, que sí escribía en un griego
más gramatical, y promulgaba un dogma de fe. Para
implementar la creación de tal Iglesia, Ireneo
reconoció que se debía disponer de un canon
definitivo, una lista fija de escrituras aceptadas oficialmente.
Con este fin, compiló su Canon, eligiendo entre las obras
a su disposición, incluyendo algunas y excluyendo otras.
Ireneo es el primer autor cuyo NUEVO EVANGELIO canónico
concuerda, en esencia, con el nacido, compilado formalmente en el
Concilio de Nicea I.

Sin embargo, tales medidas no evitaron la
aparición de tempranas
«Herejías»; por el contrario,
éstas continuaron floreciendo en Palestina, donde
predicaban los apóstoles de Jesús. Pero la
Ortodoxia, que Ireneo promovió, asumió una forma
estable, que le aseguró la supervivencia y la victoria.No
sería irracional, afirmar que Ireneo abrió las
puertas para lo que luego sucedería en el Concilio de
Nicea I; elaboró un borrador para lo que sería el
Nuevo Testamento Niceno.

Herejías según los seguidores
de la doctrina de Saulo-Pablo

Pero veamos cuales eran las herejías que
persistieron durante los siglos II y III, a la que se
refería Irineo. En el año 190 de nuestra Era, ya,
Teódoto, el Curtidor, predicaba la siguiente doctrina en
Roma: "Jesús es un ser humano, elevado a categoría
divina por designio de Dios por su adopción, o bien al ser
concebido, o en algún momento a lo largo de su vida, o
tras su muerte"

Pablo de Samosata, nacido en el
año 200 y muerto en 272, elegido Obispo hacia
el año 260 como sucesor de Demetriano para la sede de
Antioquía, parte de la base de un Modalismo de tipo
monarquiano, según el cual, «en Dios no hay
más que una persona que constituye la única
esencia divina; y Jesucristo es un hombre, nacido de
María; pero en él habitó el Logos o
Sabiduría de Dios que lo mueve y lo inspira y lo eleva por
encima de los profetas y de todos los hombres»

Para Pablo de Samosata, Cristo es un hombre, elevado o
adoptado por la fuerza o dínamis divina, y como resultado
de esta adopción o elevación, realiza su
misión divina. Samosata afirma, además, que Cristo
no es Dios por naturaleza, pero llega, por su virtud, a una
especie de divinidad, y que el Espíritu Santo ejerce sobre
él su mayor influjo desde el bautismo en el Jordán,
por lo cual, alcanza la mayor perfección moral y una
verdadera impecabilidad, y con esto se realiza unión
indisoluble con Dios. Agrega que por los sufrimientos de su
pasión en la cruz se le concede «un nombre sobre
todo nombre»; se le nombra «juez de vivos y
muertos», y llega a una especie de divinidad, por lo cual,
podemos designarlo como Dios por ampliación. Este obispo
acepta que es posible hablar, de algún modo, de su
preexistencia, porque, aunque no preexistía en sustancia,
había sido predestinado por Dios y anunciado por los
profetas. Tanto Teódoto, el Curtidor, como Pablo de
Samosata, son tildados de adopcionistas y hacen parte de los
llamados herejes, según los seguidores del Obispo Ireneo,
abiertamente defensor de la doctrina de SauloPablo.

Quinto Septimio Florente Tertuliano, más conocido
como Tertuliano, nacido en el año 160 y muerto en el 220
de nuestra Era, fue un líder de la Iglesia y un
prolífico escritor. Nació, vivió y
murió en Cartago, actual Túnez. Fue ordenado
presbítero en la Iglesia de Cartago, estando casado (el
celibato pasó a ser obligatorio varios siglos más
tarde); este hecho está bien confirmado por sus dos libros
dedicados a su esposa. Tertuliano interpreta, de
manera muy particular, lo dicho en Juan 10:30:
«Yo y el Padre somos uno» Tertuliano afirma que, en
este pasaje, Jesús habla de dos: «Yo y el
Padre», y al aplicarle el plural «somos»,
inaplicable a una sola persona, se está refiriendo a dos
seres distintos, y que Jesús no quiso afirmar que
él y Dios era una misma persona.

Podría citar cientos de testimonios, de decenas
de padres de la iglesia, antes del siglo III, que afirmaban la
naturaleza humana de Jesús, y que si hubiesen estado en el
Concilio de Nicea no hubiesen votado a favor del credo niceno:
"Creemos en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador de todas
las cosas visibles e invisibles; y en un solo Señor
Jesucristo, el unigénito del Padre, esto es, de la
sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de
Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del
Padre…" Con este credo se establecía oficialmente
la divinización de Jesús, la afirmación de
que Jesús era el mismísimo Dios, y que encarnado en
humano seguía siendo Dios.

8. El Arrianismo
se opone al paulismo

El sacerdote Arrio, nacido en el 256 y muerto en el 336,
fue un presbítero de Alejandría-Egipto;
sostenía que no hay tres personas en Dios, sino una sola
persona: El Padre.

Afirmaba que Jesucristo no es Dios, sino que fue creado
por Dios de la nada como punto de apoyo para su plan; por lo
tanto, debía entenderse que fue una criatura que tuvo un
principio, y en este sentido hubo un tiempo en que él no
existía.

En momentos de gran tolerancia dogmática, Arrio
aceptaba que se podía llamar Dios a Jesús pero
sólo como una extensión del lenguaje, por su
particular relación íntima con Dios,
por ser una criatura más excelsa que todas las otras;
elegido, ungido (Cristo) como un sincero profeta, con una
especial misión divina para su tiempo.

Arrio fue un hombre estudioso y culto, a la vez que
impetuoso y apasionado. Tenía la palabra elocuente y
gozaba de un notable poder persuasivo. Hacia el año
315 comenzó a desplegar una enorme actividad en
Egipto, y sus prédicas resumidas, más
dialécticas, unidas a su gran capacidad de
convicción, le atrajeron rápidamente numerosos
admiradores para dar nacimiento a la doctrina, ampliamente
divulgada antes, durante y después del Concilio de Nicea
I, conocida como arrianismo, y que algunos historiadores sobre la
religión sintetizan así: "Jesús no era
realmente Dios. Era sí, un ser extraordinario,
maravilloso, grandioso humano, una criatura muy cerca de la
perfección, pero no era Dios mismo. Dios lo había
creado para que lo ayudara a re direccionar a la humanidad. No
fue verdadero Dios desde su nacimiento, sino que llegó a
serlo por extensión del lenguaje gracias a su
misión divina cumplida en la tierra."

La teoría de Arrio, soportada y ampliamente
sustentada con documentos, apocalipsis (revelaciones),
epístolas y evangelios escritos por los apóstoles
hombres y mujeres que escucharon las enseñanzas de boca de
Jesús, fascinó la inteligencia de muchos,
especialmente de la gente sencilla, para quien era más
comprensible la idea de que Jesús fuera elevado por sus
méritos a la categoría de un especial Hijo de Dios,
pero que él no era el mismísimo Dios.

Eran tan lógicas y racionales las afirmaciones de
Arrio, que le abrieron fácilmente camino entre las grandes
masas y, pudo extenderse rápidamente a los territorios
aledaños; hasta donde lo permitía el
precario desarrollo de las comunicaciones, los medios de
transporte y la escritura.

La habilidad dialéctica de Arrio y su fogosa
oratoria logró convencer, no sólo al pueblo simple,
sino también a numerosos sacerdotes y al brillante obispo
Eusebio de Nicomedia; quien expuso la doctrina arriana en el
Concilio de Nicea I; ya que Arrio, como sacerdote, tenía
voz; aunque no voto para decidir.

La prédica de Arrio desató una fuerte
discusión religiosa dentro de los obispos que sólo
disponían de las enseñanzas particulares de Saulo
Pablo e ignoraban que los apóstoles de Jerusalén lo
tildaban de loco y mentiroso. La cristiandad pronto se vio
dividida por una dolorosa guerra interna. Todo esto
sucedía antes del concilio niceno. Fue una lucha general:
emperadores, obispos, diáconos y sacerdotes, intervinieron
tempestuosamente en el conflicto. El mismo pueblo, en su
época, participaba ardorosamente en disputas y
riñas callejeras. Unos decían:

«Jesús no es Dios», y otros
contestaban con vehemencia: «Sí, Jesús
sí es Dios». Y todo porque Saulo-Pablo así lo
afirmaba.

La doctrina de Arrio se expandió de tal manera
que san Jerónimo llegó a exclamar: «el mundo
se ha despertado arriano»; por esto, 5 años antes
del Concilio de Nicea I, es decir, en el año 320 de
nuestra Era, Alejandro, obispo de Alejandría, convoca, en
acuerdo con obispos de Egipto y Libia, a una gran reunión,
a la que asisten un poco más de 100 obispos,
para discutir las posiciones teológicas del sacerdote
Arrio; pero Alejandro no logró derrotarle porque el
número de seguidores era mayor al de opositores. La
mayoría de los obispos asistentes a este concilio
también disponían de los mismos documentos que
tenía el sacerdote Arrio y el obispo Eusebio de
Nicomedia; es decir, los escritos procedentes del
cristianismo apostólico de Jerusalén, escritos en
arameo, hebreo y uno que otro en griego popular.

Sin embargo, Alejandro de Alejandría logra,
temporalmente, la revancha cinco años después, al
imponerse en el Concilio de Nicea I. Hay que decirlo que fue
temporal; porque, años después, los mismos que
votaron la tesis contraria se unieron a los arrianistas. La
verdad se impone de nuevo, gana la verdadera doctrina predicada
directamente por Jesús y transmitida por todos sus
asociados directos y presenciales; que más tarde
serían llamados arrianistas. Ahora si veamos el desarrollo
del concilio.

9. Desarrollo del
Concilio de Nicea I

Origen del N.T. –

Para este concilio, se reunió todo lo que
había escrito sobre la religión profesada por el
emperador, quien por derecho propio, presidió como sumo
sacerdote de su particular religión, y lo que existiese
del cristianismo, tanto apostólico como paulista.
Líderes religiosos de ambos sectores, asistieron bien
documentados.

Este concilio ecuménico fue copresidido por el
obispo Osio de Córdoba, y a él asistieron 318
obispos (de más de 1500). Las actas finales no la firmaron
más de 90 obispos asistentes, por no haber estado de
acuerdo con lo decidido.

Los concilios nacionales o plenarios son aquellos que, a
diferencia de los ecuménicos, no son convocados
directamente por el obispo de Roma (actualmente Papa), aunque
sí con su autorización; participando en ellos
sólo el episcopado de un continente, estado, nación
o región.

Los católicos reconocen veintiún (21)
concilios ecuménicos; empezando por el Concilio de Nicea
I, en el año 325 de nuestra era, que duró 65
días, y terminando con el Concilio Vaticano II.

Es importante resaltar que el último Concilio
Vaticano II fue iniciado el 11 de octubre de 1962 por el papa
Juan XXIII, quien murió en el año siguiente; y Juan
Pablo VI lo continúo hasta su última sesión
celebrada el 8 de diciembre de 1965, es decir, que
duró más de 3 años; en cambio, el Concilio
de Nicea I, durante el cual se compiló el Nuevo Testamento
tradicional, duró menos de 3 meses. Esto explica en parte
sus inexactitudes y por qué tuvo tantos obispos,
diáconos y sacerdotes opositores.

Cuarenta y siete (47) años después, es
hora de que comencemos a pensar en la r e a l i z a c i ó
n d e l C O N C I L I O ECUMÉNICO No. 22; pero, esta vez,
hagámoslo bien. Al final de este documento,
encontrará una propuesta para que evitemos los errores de
los anteriores concilios.

En el rápido concilio, realizado desde el 20 de
mayo hasta el 25 de julio del año 325 de
nuestra era, con la asistencia de menos del 30% de los obispos de
todo el mundo, en Nicea, ciudad de la antigua Bitinia, hoy Iznik,
Turquía, en el Asía Menor y cerca de
Constantinopla, decidieron incluir tan sólo 4 evangelios
(Mateo, Marcos, Lucas y Juan), un apocalipsis, algunos hechos de
los evangelistas, y muchas epístolas paulinas, para
conformar los 27 libros "canónicos" que constituyen el
Nuevo Testamento tradicional de la iglesia católica
romana.

Es importante resaltar que no todas las Biblias o libros
sagrados de las organizaciones religiosas cristianas, comparten
el mismo contenido.

El concilio celebró reuniones menos solemnes, en
ausencia del emperador, hasta el 14 de junio, fecha en la que,
tras la llegada de éste, comenzaron las sesiones
propiamente dichas y se formuló el credo o dogma de fe
Niceno el 19 de junio, después de lo cual, se
trataron diversas cuestiones.

La elección de la ciudad de Nicea fue positiva
para facilitar la asistencia de un importante número de
obispos de tierras lejanas. Era fácilmente accesible para
los obispos de casi todas las provincias, pero especialmente para
los de Asia, Siria, Palestina, Egipto, Grecia y Tracia. Las
sesiones se celebraron en el salón central del palacio
imperial. Verdaderamente, era necesario un gran espacio para
recibir a una asamblea tan numerosa integrada por obispos,
sacerdotes, diáconos y acólitos que, según
se sabe, también estaban presentes en gran número.
Pocos días después de aquellos días de
persecución y castigos, todos estos obispos eran invitados
a reunirse y el emperador cubría todos sus
gastos.

En su escrito "Vida de Constantino I" Eusebio de Cesarea
nos describe la escena:

"Allí se reunieron los más distinguidos
ministros de Dios, de Europa, Libia África y Asia. Una
sola casa de oración, como si hubiera sido ampliada por
obra de Dios, cobijaba a sirios y cilicios, fenicios y
árabes, delegados de la Palestina y del Egipto, tebanos y
libios, junto a los que venían de la región de
Mesopotamia. Había también un obispo persa, y
tampoco faltaba un escita en la asamblea. El Ponto, Galicia,
Panfilia, Capadocia, Asia y Frigia enviaron a sus obispos
más distinguidos, juntos a los que vivían en las
zonas más recónditas de Tracia, Macedonia, Acaya y
el Epiro. Hasta de la misma Espafía, uno de gran fama Osio
de Córdoba se sentó como miembro de la gran
asamblea. El obispo de la ciudad imperial Roma no pudo asistir
debido a su avanzada edad, pero s u s p re s b í t e ro s
l o re p re s e n t a ro n . Constantino I es el primer
príncipe de todas las edades en haber juntado
semejante guirnalda mediante el vínculo de la paz, y
habérsela presentado a su Salvador como ofrenda de
gratitud por las victorias que había logrado sobre todos
sus enemigos"

Durante todo el concilio existió el peligro de
que semejante guirnalda fuese un exquisito banquete para las
fieras del circo romano si Constantino I no hubiese logrado su
objetivo propuesto.

La mayoría de los obispos estaban más
familiarizados con la teología predicada en griego por
Saulo Paulo (Pablo). Entre los miembros figuraba un joven
sacerdote, Atanasio de Alejandría, para quien este
Concilio fue el preludio de una vida de conflictos y de gloria
futura. Atanasio, menciona explícitamente 318 obispos
asistentes con voz y voto, acompañados de sacerdotes y
diáconos. Esta cifra está aceptada casi
universalmente y la última palabra la tiene el Vaticano
cuando comparta la información contenida en sus archivos
secretos. Según muchas fuentes históricas, se habla
que para la época existían entre 1500 y 1800
obispos, lo que quiere decir que asistieron menos de un treinta
por ciento (30%) para compilar el NUEVO TESTA-MENTO tradicional y
de manera bastante incompleta.

La mayor parte de los obispos presentes provenían
de tierras lejanas, y por lo tanto pocos leían los
escritos originales en arameo, lengua natal de los
apóstoles de Jesucristo que integraban el Consejo
Cristiano de Jerusalén. Entre los asistentes, los
más destacados fueron: Osio de Córdoba, Eusebio de
Nicomedia, Eusebio de Cesarea, Alejandro de Alejandría,
Eustasio de Antioquía, Macario de Jerusalén,
Nicolás de Myra, Cecilio de Cartago, Marcos de Calabria,
Nicasio de Dijon, Dono de Estridón, y por

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