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Kuri, Calia y los cuatro monstruos (cuento) (página 2)




Enviado por Gloria Aguilar



Partes: 1, 2

La niña no respondió; el gnomo sintió temor; la seguridad de la entrañable amiga estaba en riesgo. Continuaron llamándola muy angustiados; no contestaba. ¿Por qué no aparecía? ¿Qué le había ocurrido? Algo terrible: quería regresar, pero alguien llegó por detrás; le tapó la boca y los ojos; arrastrándola sin piedad, la llevó hasta una caverna cercana. El tenebroso ser amarró y amordazó a la chica en medio de la tremenda oscuridad reinante; sin pronunciar ni una palabra… aquel infame desapareció en las profundidades del lugar.

Natur, muy asustado, no pudo activar el poder localizador de perdidos; pidió auxilio mentalmente; aparecieron de inmediato cientos de gnomos; tratando de hallar a su amiguita, en grupos se dispersaron. Uno de ellos llegó gritando:

–¡Corran!; vengan; veo unas huellas extrañas; son círculos y dos líneas paralelas; van directo a esa cueva.

Natur quiso pasar primero al llegar a la entrada de la cueva.

–Tres de ustedes, acompáñenme; los demás con Kuri, esperen aquí; si en diez minutos no hemos salido, cinco más entren a buscarnos.

Una vez adentro, comenzaron a llamar a la chiquilla en voz alta; les fue difícil poder ver; no tuvieron otra opción que salir y pedir ayuda.

Llorando, el muchacho preguntó consternado:

–¿Qué pasó, Natur? ¿No pudieron encontrarla?

–No, mi niño. Todavía no; la encontraremos. Ten fe. Pudimos sentir su presencia; la oscuridad nos impidió llegar al sitio donde podría estar.

Natur se dirigió a los compañeros:

–Tenemos que solucionar el problema de inmediato. Llamen a las luciérnagas; ¡es urgente!; allí está oculta la pequeña.

No pasó un minuto antes de que un batallón de luminosos animalitos alados estuviera con ellos, presto para inundarlo todo de luz.

–¡Rápido! Entremos.

En esta ocasión ingresaron once gnomos y un centenar de luciérnagas que disiparon toda sombra e hicieron fácil la esperanzada búsqueda.

El geniecillo divisó un bulto a lo lejos; corrió hacia él. Era Calia que al sentirse

liberada lloró de alegría, y abrazó al amigo.

–¡Dios santo! ¿Mi amor, cómo viniste a parar aquí?

–No lo sé. Alguien me tapó los ojos y la boca; me arrastró hasta esta cueva. No pude ver ni pedirte ayuda.

–¡Tremendo susto nos pegaste! Gracias a Dios estás a salvo. Lo mejor es regresar.

–Sí. Me asusté demasiado; pero aprendí, Natur.

–¿Qué?

–No debemos alejarnos de nuestros acompañantes ni siquiera si queremos hacer pipí.

–Buena lección; no solamente para ti. Tampoco debí dejarte sola.

Llenos de felicidad, festejaron el éxito de la búsqueda. Agradecidos, se despidieron de las luciérnagas y de los gnomos.

El regreso fue tranquilo. Al llegar al hogar relataron a la familia lo sucedido; comieron una nutritiva cena preparada por la mamita. Ellos se alimentaban sanamente; en cantidades suficientes que los mantuviesen fuertes, saludables. Les encantaban las frutas, las ensaladas, las sopas.

Al oír el relato Laya y Sabi dudaron en cuanto a permitirles ir con Natur a un próximo paseo; sin embargo, pudieron convencerlos; sería en siete días.

Capítulo V

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El genio era puntual; madrugó, y llegó a tiempo.

–Buen día, Sabi.

–Hola, Natur. ¿Cómo amaneciste?

–Muy bien, gracias. Te veo un tanto preocupado; confía en mí, amigo mío. Tus hijos no estarán solos ni un segundo. Llámalos, por favor. Prometieron dejarlos ir; ¿lo recuerdas?

–Nunca olvidamos nuestras promesas. Confiamos en ti; un error lo comete cualquiera; importante, no recaer en él. ¡Niños!, vengan; llegó Natur.

Besaron al papito y a la madre; les pidieron la bendición; partieron en busca del cuarto y último esperpento.

–No quiero que tomemos ese camino. Me trae malos recuerdos.

–Enfréntalos, chica. El camino no tiene culpa de nada; sigue siendo bello; nos dará la oportunidad de investigar quién fue culpable de la mala experiencia que tuvimos.

–Tienes razón; como siempre; bueno… como casi siempre.

Caminaron hasta sentirse cansados; después bajo un frondoso árbol cada uno comió dos mangos; maduros, deliciosos; uno hubiese sido insuficiente.

Habían recorrido un buen trecho cuando súbitamente salió del follaje un ente raro.

–¡Dios mío! ¿Qué es eso?

–Una jeringa gigantesca, Kuri.

–Tiene un resorte raro en lugar de piernas.

–Por tal motivo viene brincando. No quiero asustarlos; no obstante, presiento que ella metió a Calia en la caverna. Encontramos huellas de círculos en la tierra justo hasta el escondite.

La hermosa niña recordó lo sucedido.

–Estoy sintiendo miedo. ¿Tú no?

–Yo también; es natural; lo enfrentaremos ayudados por Dios.

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Esta terrible abominación se las traía: era totalmente horrenda. En la punta de la cabeza llevaba una horrible aguja muy afilada, la cual despedía un líquido extraño.

–¡Aquí estoy!, nuevos compañeros; disculpen la espera. Créanme: soy un personaje ocupadísimo; verdaderamente sociable: ochocientos millones de adictos en todo el planeta son amiguitos míos. ¿Imaginan cuánto ajetreo?

Todos retrocedieron; el nuevo espantajo no tenía cara de poder ser compañero de nadie. Con suficiente coraje lo enfrentaron:

–¿Cómo te llamas?

–Primero, dime tu nombre.

–Kuri.

–¡Qué curioso!

–Mi madre lo inventó.

–Si fuese amiga mía, mejoraría su inventiva.

–No lo creo… ¿sabes? Y tú… ¿cuál es el tuyo?

Drogas.

–Nombre raro como tu aspecto.

–Esta no es mi única apariencia. Poseo varios trajes que me ayudan a cambiarla. Estoy usando el preferido. Soy dueño de otro llamado cocaína o polvo blanco; mis viciosos lo huelen; por aquello de la eficiencia me gusta usar el de jeringa; puedo pincharles las venas, y entrar en la sangre; llego al cerebro prontamente; allí obro maravillas.

–¿En serio? ¿Cuáles?

–Los hago sentir eufóricos, o sea: felices; sueñan viajando, volando; creen poderlo todo.

–¿Estás seguro?

Natur debió intervenir y hablarles acerca de aquel macabro asunto.

–Este monstruo es uno de los peores. Especialista en engañar a los pobres humanos que se lo permiten.

–¿Se dejan convencer?

–Calia, siendo astuto, paciente, se vale de la amistad de los ingenuos; los seduce; los enamora; una vez enviciados, tarde o temprano querrán seguidores de su ejemplo.

–¿Por qué?

–Creen que sería justo compartir universos maravillosos de ensoñación, los cuales son meros espejismos; sus organismos comienzan a sentir una gran ansiedad; los obligan a suministrarles más cantidad de la droga; los órganos se dañan; las neuronas del cerebro se atrofian; se pierde la inteligencia, la voluntad; esas personas no son dueñas de sí mismas; pertenecen a este ser; terminan convertidas en guiñapos humanos capaces de cometer cualquier delito por conseguir dinero que mantenga esa horrenda adicción.

–¿Tanto así?

–Peor aún: antes del tiempo establecido, cavan sus tumbas.

Las explicaciones del genio satisficieron a los pequeñines, mas no al grotesco bicho; lo alertaron; lo molestaron en demasía; estaba perdiendo puntos.

–¡Por favor! ¿Qué estás diciendo? Mis prendas fueron elaboradas con lindas plantas. ¿Conocen la marihuana?

–La conozco. Ellos no han visto ni una; jamás.

–Enséñaselas, Natural.

–Natur, es mi nombre.

–Como sea. ¿No te parece bella?; es buena competidora de Cigarrillo; la ponen a secar, y con ella confeccionan mis atuendos de cigarros de marihuana; no tan gordos, desgraciadamente; aplastados, pero efectivos. ¿Y la hoja de coca? Se usa en la elaboración de mi vestido de cocaína. Es magnífica. ¿Y las dulcísimas amapolas? Esas tamañas preciosuras en la fabricación de la indumentaria de opio.

Los pequeños no podían creer lo escuchado. ¿Sería posible?

–Lo siento, niños; lo dicho por Drogas es cierto. La naturaleza es inocente. A pesar de ser más o menos inteligentes, muchos seres humanos a veces usan el cerebro de mala manera; enriquecen a costillas de otras personas torpes, sometiéndolas, enviciándolas, robándoles dinero, salud; hasta la propia vida.

–¿Descubrieron que aquellas plantas podrían servir para sus horribles planes?

–Lamentable sí, Calia; aunque tales plantas pueden ser usadas en beneficio de la humanidad.

–¿Cómo?

–Con algunas se pueden elaborar fármacos; se suministran en los hospitales a las personas enfermas cuando sienten grande dolor; sirven como calmantes del mismo.

El chico quiso saber más al respecto.

–Nómbrame uno de los fármacos.

–La morfina; es justo el ropaje que hoy tiene Drogas.

–¿Con qué planta se hace?

–Con cabezas de adormideras verdes, como las amapolas. Primero fabrican el opio; luego de él sacan la morfina. Si la persona usa dichos fármacos, se vuelve adicta; comienzan a ocasionarle gran embrutecimiento y falta de moral como lo hacen las demás drogas nocivas. Los médicos pueden administrar precisas dosis a los pacientes mientras dura el tratamiento; nunca jamás. ¿Te quedó claro?

–Entiendo lo peligroso que puede ser este horrendo engendro.

Semejante aclaratoria fue demasiado buena; El horrible ser no pudo permanecer callado.

–Vengan acá, preciosuras; les explicaré:

–No deseamos tus explicaciones. Dudamos de todas ellas; solamente una: ¿fuiste tú el que me llevó a la cueva?

–Sí. Fui yo. ¿No te gustó? Trataba de jugar contigo a las escondidas.

–¡Qué manera cruel de jugar a las escondidas!

–Supuse que sería como lo hice.

–Así no jugamos nosotros, ¿sabes? Supusiste mal. Nos ponemos de acuerdo primero; uno cuenta hasta veinte con los ojos cerrados mientras el otro se oculta; cuando termina de contar, lo busca.

–Lo siento; nunca jugué con muchachitas.

–¡Pareces ignorante y tontito!

–¡Sin ofensas! Si enseñas cómo es el jueguito, nos vamos a divertir en grande.

–Otro día, quizás.

El chiquillo aprovechó esta oportunidad:

–Tenemos otro juego excelente: se llama "Intercambio de trajes". ¿Has oído hablar de él?

–Ni un poco, aunque suena divertido. A ver…

–Yo me pongo un traje de… lo que sea, y tú te pones otro.

–¿También de… lo que sea? ¡Qué originales!

–Sí. Gana quien tenga el más bello; se queda con el del otro. ¿Qué te parece?

El espantoso ser, a pesar de poseer una increíble cantidad de compañeros, no había jugado con nadie; se sintió entusiasmado, complacido; sería conveniente para sus sucios propósitos.

Perfecto, nene. Me gusta demasiado el jueguito. Consigue tu atuendo; traeré el mío. Te sorprenderás al ver cuán extraordinario es. Te ganaré; perderás el tuyo. Ya lo verás. ¡Ja, ja, ja!

El muchacho agarró unas ramas; la chica lo ayudó a cubrirse con ellas quedando

así vestido de arbusto. El adefesio escogió el de cocaína.

–¡Guao!, Drogas; es lindo tu ropaje. Superior al de jeringa. Se ven suaves tus partículas.

–¡Reguao!, debo decir yo; es precioso tu vestido. El arbusto más bonito jamás visto. Creo que ganaste. Preguntemos al gnomo y a tu hermana. Deben opinar; decidiremos fácilmente quién es el vencedor.

La niña votó a favor del hermano.

Natur, dada su clara inteligencia, comenzó a entender de qué se trataba todo aquello; confiando en la gran astucia del amiguito, estuvo de acuerdo con el monstruo.

–Tienes el mejor de los gustos. Es cierto; gana mi amigo; es en verdad espectacular el atavío. Perdiste. Debes obsequiar el tuyo al chico.

Las oscuras intenciones del maligno engendro no podían ser peores. Lograría justo lo ansiado por él: Kuri sería el dueño de la puerca vestimenta; de su polvo blanco.

–Lo conseguiste, chiquitín; es tuya mi ropa; hay una condición:

–¿Qué te pasa? No seas tramposo. Así no es el juego. No puede haber cambios ahora; es mío tu traje; ¡dámelo!; me pertenece; fue lo acordado.

–Eres ingenuo. ¿No te dijo tu compinche que mi especialidad es el engaño?

–No en este caso, bobo.

–En todos los casos, más que bobo: ¡bobísimo! Deberás aceptarla.

El pequeño, viéndose acorralado, no tuvo alternativa; cedió; al mismo tiempo pensó en la condición; si fuese difícil, no acataría lo propuesto, y punto.

–Bien. ¿Cuál es?

–Sencilla: guárdame ya en un sitio seguro.

–¿Guardarte? No entiendo. ¿Cómo? ¿Dónde?

–En tus pulmones.

–¡¿Qué dices, adefesio?!

–Debes aspirarme por la nariz.

–Estás enloqueciendo.

–Lo estarías tú si pierdes una oportunidad como esta. ¿La tomas o la dejas?

El niño tardó unos segundos en responder; segundos suficientes en los cuales se llenó de luz, de sabiduría.

–Pues… tienes razón; te guardaré como dices. Aquí está mi mano.

–¡Bien! Te felicito. Aspírame cuando me acomode sobre tu manecita rosadita.

Natur, utilizando el poder de telepatía, llamó a cientos de los elementales del aire: bellísimos silfos y sílfides; siempre colaboraban en los asuntos difíciles. Necesitaba el auxilio de todos; proteger al muchacho del peligroso Drogas era lo primordial.

–¡Aquí estoy! Aspírame por esa bonita nariz.

–¡Listo! Prepárate. Serás guardado, monstrete. Están esperando por ti mis limpios pulmones.

Ante lo sucedido allí en ese crucial momento, la niña estaba casi paralizada; muda; mas se llenó de valor.

–¡Por lo que más quieras hermanito, no prestes atención a semejante loco!

¡Vámonos de aquí! Discúlpame; no debí darte mi voto.

Las advertencias no eran necesarias; el chico sabía perfectamente qué hacer: en lugar de aspirar por la nariz, abrió la boca tanto como pudo; se instalaron en sus sanos pulmones cientos de silfos que los llenaron al máximo; fuertemente sopló encima de Drogas que se esparció en el aire.

Antes de caer en la tierra las pequeñas partículas de cocaína, fueron aprisionadas entre las delicadas manos de las sílfides y de los miles de silfos que estaban listos para salvar al pequeño del terrible asesino.

Mágicamente, se presentaron miles de gnomos. Colaborarían en la destrucción de dichas partículas. En ese apoteósico instante gritaban: "¡Bravo!", "¡Bravísimo!", "Dios te bendiga, Kuri", "¡Muy bien!", y cualquier otra cantidad de frases llenas de amor; de alegría.

Nuestros héroes, las criaturas más valientes jamás conocidas, tenían unas resplandecientes sonrisas; lágrimas como perlas de cristal rodaban por sus mejillas. Era llanto sincero de regocijo; agradecimiento a Dios que les había dado sabiduría plena en la lucha contra el mal.

Los elementales del aire y de la tierra, llenos de satisfacción por la colaboración prestada, se despidieron cariñosamente.

–¡Los amamos, chiquillos!; hasta luego. Cuenten con nosotros. Nos vamos al centro de la Tierra; llevaremos estas partículas de porquería; se quemarán en la lava del núcleo.

–¡Gracias!, queridos gnomos. Mándenle un saludo a las salamandras; ustedes saben quiénes son.

–Nuestras queridas elementales del fuego. Lo haremos. Será un placer. Reciban un grande beso; muchos para sus familiares.

–Otros grandotes para ustedes. Los queremos muchísimo. ¡Hasta pronto!

Emocionada, la chica los despidió con un beso.

Por una señal especial de la mano de Natur, los geniecillos desaparecieron como relámpagos dentro de la Tierra; emprendieron el largo viaje de miles de kilómetros al

centro de nuestro amado planeta.

Brincando de alegría, se abrazaron; se dirigieron a casa observando el paisaje, así como las hermosas nubes; formaban diferentes, divertidas figuras en el cielo.

Estas excursiones dejaron en las almas de los niños magníficas enseñanzas: la manera de enfrentar a los temibles enemigos llamados vicios, cómo tener la fuerza, la inteligencia, el valor para vencerlos y evitar su compañía; sus engaños. Siendo engañado termina quien engañar quiere; fueron derrotados por Calia y Kuri.

La maldad se les devolvió como un búmeran golpeando a los abominables monstruos.

No pudieron olvidar tantas lecciones maravillosas; daban gracias a Dios, a sus padres, a Natur y a los elementales; los ayudaron a convertirse en un hombre y en una mujer íntegros, buenos, sanos.

Crecieron siendo cada vez más sabios y más evolucionados espiritualmente; cuando tuvieron hijos, los pueblos y ciudades habían cambiado; todo mejoró, porque pudieron aniquilar a los peores seres del universo.

Nuestros jóvenes comenzaron a construir un mundo ideal: el mundo en el que los humanos podemos ser libres de adicciones, conviviendo en paz, salud, prosperidad y amor.

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DEDICATORIA

Dedico este cuento a la humanidad; especialmente a los seres más importantes de nuestro mundo: a nuestros niños.

 

Copyright © 2014

Todos los Derechos de Autor reservados Está prohibida su comercialización sin autorización de la escritora

Portada y dibujos: Gloria M. Aguilar C.

 

 

Autora:

Gloria M. Aguilar C.:

 

Partes: 1, 2
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