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Futuro del Sol




Enviado por Jesús Castro



  1. Introducción
  2. El Sol
    y las Santas Escrituras
  3. Participación humana
    original
  4. Participación humana
    actual
  5. Participación humana
    futura
  6. Conclusión

Este artículo pretende contestar lo más
eficaz y sencillamente posible la siguiente pregunta, basada en
los estudios del Génesis: ¿Qué futuro le
espera al Sol?

Introducción.

Después de muchos años y muchísimas
observaciones, la astronomía actual parece estar en
condiciones de ofrecer algunos modelos teóricos fiables
con respecto a la evolución de las estrellas, entre las
que figura nuestro Sol. Las estrellas como el Sol suelen
permanecer en una fase llamada "protoestelar" por algunos
millones de años, durante la cual su temperatura es
insuficiente para encender las reacciones nucleares en el centro,
hasta que, por fin, comienzan dichas reacciones nucleares. Luego
alcanzan la denominada "secuencia principal", donde comienzan a
quemar hidrógeno. Los cálculos
más recientes indican que en el Sol se encuentra en
esta última fase (secuencia principal) desde hace
aproximadamente 4 500 millones de años, y en ella
permanecerá durante los próximos 5 000 millones de
años. Una vez que agote el suplemento de hidrógeno,
el núcleo solar contendrá sólo helio y el
astro rey iniciará una lenta agonía, con fatales
consecuencias para la Tierra desde prácticamente el primer
síntoma de tal desenlace.

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A partir del momento en que el hidrógeno empiece
a escasear en el interior del Sol, se sucederán una serie
de acontecimientos que precederán a la muerte de la
estrella. Cuando sólo se disponga de helio, conservado en
el centro como núcleo del astro, éste
quedará rodeado por las capas más externas, que
aún contendrán hidrógeno. Pero pese a que la
estrella tenderá a enfriarse, al no acontecer ya las
reacciones nucleares que mantenían el centro a una
temperatura de 20 millones de grados, el enfriamiento
generará contracción y consecuentemente la estrella
volverá a calentarse, con lo que algunas de las capas de
hidrógeno situadas en torno a él alcanzarán
el punto de las reacciones nucleares. Ahora sobrevendrá lo
siguiente, en palabras de Carl Sagan: "una estrella es un
fénix destinado a levantarse durante un tiempo de sus
cenizas". ¿Qué quiere decir esto? Pues que, en ese
momento, el Sol sufrirá un cambio espectacular en su
fisonomía: se hinchará.

Esto será debido a que la enorme
liberación de energía en las zonas que rodean al
núcleo obligará a las capas más externas a
expandirse. Esta etapa del final de la vida del Sol se denomina
"gigante roja", y llegará cuando el astro cumpla alrededor
de 10 000 millones de años (es decir, dentro de unos 5 mil
millones de años). En su expansión, el Sol
alcanzará la órbita de Mercurio, Venus y
posiblemente también de la Tierra. Si esto llega a
suceder, la vida en la Tierra desaparecerá, dado que no
habrá aire ni agua para sustentarla (de hecho, todos los
océanos habrán hervido hasta evaporarse). Las
temperaturas terrestres serán elevadísimas y ni
siquiera se mantendrá a salvo la vida subterránea,
por muy elemental que sea.

A continuación, al no disponer ya de
suficiente hidrógeno, utilizará el helio (que
comprende el 20 % de los átomos que lo
forman, el segundo elemento más abundante) para mantener
las reacciones nucleares. El helio se convertirá entonces
en carbono, pero este proceso, aunque válido para mantener
las reacciones nucleares y además generar una nueva
expansión, apenas aportará calor a la estrella.
Entonces, ya casi sin helio, el astro padecerá repentinas
expansiones y contracciones, como si luchara por mantenerse vivo
aun a costa de no poseer ya la suficiente energía.
Oscilando sin parar, mutará grotescamente,
inflándose y encogiéndose continuamente y sin
control, en lo que constituirán los últimos
estertores del Sol, dentro de unos 6 000 millones de
años.

Sin embargo, la estrella no dejará de existir tan
fácilmente. Tras el agotamiento total del helio, cuando ya
no quede en su núcleo prácticamente nada que quemar
para obtener energía, el astro se verá
obligado a dejar ir, de una vez por todas, el material
gaseoso que lo constituye. En los momentos precedentes, la
"hinchazón" de la estrella no era nada más que su
atmósfera externa expandiéndose, pero ahora no
habrá nada que impida que ésta aumente
gigantescamente su tamaño. El resultado será uno de
los objetos astronómicos más bellos y majestuosos
que el Universo puede ofrecernos: una nebulosa
planetaria.

Como la atmósfera protectora queda al
descubierto, el núcleo desnudo de la estrella emite unas
poderosas radiaciones ultravioletas que excitan el gas
circundante, coloreando fantasmagóricamente el anillo de
material y volviéndolo visible. El gas desatado, en su
trayecto hacia las afueras del Sistema Solar, iluminará
por última vez el cielo de la desolada Tierra, llenando el
espacio interplanetario con una fluorescencia azulada o
rojiza.

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El Sol y las
Santas Escrituras.

Según G035 (Cuarto Día Creativo),
páginas 7 y 8: «En las Santas Escrituras se puede
leer: "[Dios] ha fundado la tierra sobre sus lugares
establecidos; no se le hará tambalear hasta tiempo
indefinido, ni para siempre" (Salmo 104: 5). Aparentemente, esto
significa que nuestro planeta fue hecho por el Creador para que
durara eternamente. También se lee, en el relato que habla
de los días inmediatamente posteriores al
Diluvio:

Con eso salió Noé, y con
él también sus hijos y su esposa y las esposas de
sus hijos. Toda criatura viviente, todo animal moviente y toda
criatura voladora, todo lo que se mueve sobre la tierra,
según sus familias salieron del arca. Y Noé
empezó a edificar un altar a Jehová y a tomar
algunas de todas las bestias limpias y de todas las criaturas
voladoras limpias y a ofrecer ofrendas quemadas sobre el
altar.

Y Jehová empezó a oler un olor conducente
a descanso, de modo que dijo Jehová en su
corazón: "Nunca más invocaré el mal sobre el
suelo a causa del hombre, porque la inclinación del
corazón del hombre es mala desde su juventud; y nunca
más asestaré un golpe a toda cosa viviente tal como
he hecho. Durante todos los días que continúe la
tierra, nunca cesarán siembra y cosecha, y frío y
calor, y verano e invierno, y día y noche" (Génesis
8: 1822).

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Si resaltamos el último
versículo citado, donde dice: "Durante todos los
días que continúe la tierra, nunca cesarán
siembra y cosecha, y frío y calor, y verano e invierno, y
día y noche" (Génesis 8: 22), da la
impresión de que el pensamiento que se
destaca es que el día solar y la noche solar se
perpetuarán por los siglos de los siglos, esto es,
eternamente. En efecto, pues el Salmo 104: 5 afirma que la Tierra
nunca perecerá ("perecer" es un resultado más grave
que "tambalear"). En consecuencia, se infiere que el Sol
permanecerá para siempre igualmente, dando lugar a los
días y las noches de nuestro planeta».

Sin embargo, las Santas Escrituras recogen las
siguientes palabras del salmista: "Hace mucho tú [(es
decir, el Creador)] colocaste los fundamentos de la tierra misma,
y los cielos son la obra de tus manos. Ellos mismos
perecerán, pero tú mismo quedarás en pie; e
igual que una prenda de vestir todos ellos se gastarán.
Igual que ropa los reemplazarás, y ellos terminarán
su turno. Pero tú eres el mismo, y tus propios años
no se completarán" (Salmos 102: 25-27). Esto significa que
la Sagrada Escritura reconoce el carácter perecedero de
los cielos y la tierra, a saber: los astros del universo y
quizás el universo material mismo. ¿No parece
existir aquí una contradicción? ¿No es
ésta una incongruencia, una incoherencia encontrada en el
mismo libro sagrado de los Salmos? ¿Cómo se puede
aceptar, al mismo tiempo, lo que dice el Salmo 102: 25-27 y lo
que afirma el Salmo 104: 5?

La revista LA ATALAYA del 1-4-2008, páginas 10 a
12, editada por la Watchtower Bible And Tract Society, dice, en
parte: «Algunos científicos […] sostienen que la
Tierra y la vida que hay en ella pueden estar amenazadas por el
impacto de un gran meteorito, por la explosión de una
estrella o porque se agote el hidrógeno —el
combustible— del Sol… Hay científicos que creen
que la Tierra perderá gradualmente —quizás a
lo largo de miles de millones de años— su capacidad
para sostener la vida. La Encyclopædia Britannica describe
este proceso como "la irreversible tendencia al
desorden".

Jehová Dios jamás quiso que la Tierra se
maltratara y se contaminara, como ocurre en la actualidad.
Más bien, cuando creó a Adán y Eva, la
primera pareja humana, les dio un bonito jardín donde
vivir. Por supuesto, el Paraíso, su hogar, no se
habría mantenido hermoso por sí solo. Dios les
encargó que "lo cultivaran y lo cuidaran" (Génesis
2: 8, 9, 15). Ese fue el agradable y satisfactorio trabajo que
recibieron nuestros primeros padres cuando aún eran
perfectos…

Mucho antes de que los científicos
reconocieran la "tendencia al desorden" en el mundo
físico, un salmista escribió
refiriéndose a Dios: "Tú colocaste los fundamentos
de la tierra misma, y los cielos son la obra de tus manos. Ellos
mismos perecerán, pero tú mismo quedarás en
pie; e igual que una prenda de vestir todos ellos se
gastarán. Igual que ropa los reemplazarás, y ellos
terminarán su turno. Pero tú eres el mismo, y tus
propios años no se completarán" (Salmo 102:
25-27).

Con estas palabras, el salmista no desmintió el
propósito eterno de Dios para la Tierra [(a saber: que
ésta dure para siempre jamás)]. Más bien,
estaba contrastando la existencia eterna de Dios con el
carácter perecedero de toda la materia creada por
él. Si no fuera por el poder eterno y renovador de Dios,
el universo —lo que incluye el sistema solar del que
depende nuestro planeta para tener luz, energía y
estabilidad orbital— se sumiría en un caos absoluto
que lo conduciría a su destrucción. Así que,
por sí sola, la Tierra se "gastaría", es decir,
llegaría a su fin».

Así, pues, todo parece indicar que el Salmo 102:
25-27 reconoce que las estructuras materiales de los cuerpos que
pueblan nuestro universo visible son, en sí mismas,
caducas o finitas. Pero, a pesar de ello, el Salmo
104: 5 asegura que el Creador impedirá de algún
modo que desaparezcan en el futuro nuestro hermoso
hogar terrestre y las lumbreras mayor (Sol) y menor (Luna) que
adornan su cielo.

Participación humana
original.

El Génesis informa que después que Dios
hizo el jardín de Edén, creó a la primera
pareja humana y le encomendó el cuidado y la
expansión de aquel deleitable paraíso hasta los
confines de la Tierra. Pero, lamentablemente, la pareja humana se
rebeló contra Dios y no pudo cumplir con la tarea asignada
por Él. Como consecuencia, el hermoso paraíso se
deterioró progresivamente y finalmente desapareció
bajo las aguas del Diluvio en los días del patriarca
Noé.

Del relato del Génesis se infiere
que el paraíso edénico requería el cuidado
humano adecuado, el cual por sí mismo, sin la
guía y la bendición divinas, era insuficiente para
alcanzar el éxito. Las Sagradas Escrituras contienen
muchos ejemplos de personas fieles a Dios que tenían muy
claro en el pensamiento que sin la bendición del
Todopoderoso quedaban expuestas al fracaso, sin importar lo buena
y correcta que fuera la tarea que estuvieran haciendo: en el
mejor de los casos conseguirían un éxito aparente o
transitorio por sus propias fuerzas o destrezas, pero el
resultado final o de conjunto sería indeseable o
contraproducente. Nada más pensemos, por ejemplo, en el
espectacular avance de la ciencia y la tecnología humanas
en las últimas décadas, y su impotencia para librar
a la humanidad de la calamitosa tela de araña en la que
encuentra atrapada; antes bien, los adelantos tecnológicos
se están usando desatinadamente de una manera
irresponsable, y, caídos en manos de muchos individuos sin
escrúpulos, son más bien un arma autodestructiva de
gran eficacia.

Es por esto que Adán y Eva en el paraíso,
además de su estado de perfección antes del pecado,
necesitaban la guía divina para poder llevar a cabo la
misión de mantener el jardín con su belleza
original y extenderlo más allá del Edén. Era
una completa insensatez prescindir de Dios en este sentido, ya
que la realidad visible del mundo natural circundante evidenciaba
una extrema complejidad creativa y ellos tenían facultades
mentales suficientemente potentes para ir percibiendo esto poco a
poco. Sin embargo, como sabemos, se interpusieron reclamos
emotivos de independencia y egoísmo que nublaron la
razón de la primera pareja humana; y el resultado fue
devastador.

Ya fuera del paraíso edénico, no
había forma humana de recrear ese hermosísimo
lugar. Había que esperar al tiempo apropiado
de Dios para restaurar lo perdido, y ese tiempo no ha llegado
todavía.

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NOTA:

La revista LA ATALAYA del 15-11-2003,
páginas 2 a 7, dice en parte, bajo el tema "¿Es
razonable creer en una Tierra
paradisíaca?":

«Pocas personas creen que la Tierra
se convertirá alguna vez en un paraíso. Un buen
número incluso piensa que
desaparecerá. En su libro "The Sacred Earth" (La sagrada
Tierra), Brian Leigh Molyneaux afirma que este planeta se
formó a partir de una inmensa explosión
cósmica hace millones de años. Aun si el propio ser
humano no destruye la Tierra, muchos creen que nuestro planeta y
todo el universo tal vez acaben convirtiéndose en "una
bola de fuego que implosione".

El poeta inglés del siglo XVII John
Milton no era tan pesimista. Como se refleja en su poema
épico "El Paraíso perdido", él
pensaba que Dios había creado la Tierra para ser el hogar
paradisíaco de la familia humana. Si bien este
Paraíso original se perdió, Milton creía que
sería restaurado y que algún día
Jesucristo en calidad de redentor
recompensaría "a los fieles recibiéndolos en su
bienaventuranza […] así en el cielo como en
la tierra". Y expresó esta convicción: "Porque toda
la tierra será entonces Paraíso".

Muchas personas religiosas comparten el
punto de vista de Milton de que algún día se les
compensará por los horrores y el dolor que
han tenido que soportar en la Tierra. Pero ¿dónde
disfrutarán de esa recompensa? ¿Será en el
cielo o en la Tierra? Algunos ni siquiera consideran que esta
última sea una opción. Aseguran que los humanos
sólo alcanzarán tal "bienaventuranza", o dicha,
cuando dejen la Tierra y vivan en el cielo como
espíritus.

Colleen McDannell y Bernhard Lang explican en su libro
"Historia del Cielo" que Ireneo, teólogo del siglo II,
pensaba que la vida en un paraíso restaurado
"tendría lugar no en un lejano plano de existencia
celestial, sino en la tierra". Este mismo libro señala
que, aunque líderes religiosos como Calvino y Lutero
esperaban ir al cielo, también sostenían que "Dios
renovaría la tierra". Miembros de otras confesiones han
profesado creencias similares. Algunos judíos,
según los mismos autores, creían que al debido
tiempo de Dios se desvanecerían "todas las penalidades
sufridas" por los seres humanos, a quienes se les
permitiría entonces "disfrutar de una existencia plena en
la tierra". "The Encyclopaedia of Middle Eastern Mythology and
Religion" (Enciclopedia de la mitología y la
religión de Oriente Medio) comenta que, de acuerdo con una
antigua creencia persa, "el estado original de la Tierra
sería restaurado y la gente viviría de nuevo en
paz".

¿Qué ocurrió,
entonces, con la esperanza de un paraíso en la Tierra?
¿Será nuestra vida en este planeta tan sólo
una fase pasajera, únicamente "un episodio breve y, a
menudo, desafortunado" en el viaje hacia una existencia
espiritual, como se cree que pensaba Filón,
filósofo judío del siglo primero? ¿O
tenía Dios otro propósito cuando creó la
Tierra y puso a los seres humanos en ella en condiciones
paradisíacas? ¿Puede el hombre hallar verdadera
dicha y satisfacción espiritual aquí en la
Tierra?…

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A lo largo de la historia, millones de
personas han creído que después de
morir irían al cielo. Algunas han afirmado que el Creador
nunca quiso hacer de la Tierra nuestra morada
permanente. Los ascetas han ido incluso más lejos. Para
muchos de ellos, la Tierra y todo lo material son
intrínsecamente malos y un obstáculo para alcanzar
auténtica satisfacción espiritual e intimidad con
Dios.

Quienes elaboraron tales ideas, o bien no
sabían lo que Dios dijo acerca de una Tierra
paradisíaca, o bien decidieron pasarlo por
alto. De hecho, en la actualidad, muchos no muestran
ningún interés en analizar lo que hombres
inspirados por Dios dejaron registrado sobre este asunto en Su
Palabra, la Biblia. Ahora bien, ¿no es juicioso confiar en
la Palabra de Dios en lugar de adoptar teorías humanas? Es
más, es imperioso que lo hagamos, pues la Biblia advierte
que una poderosa, aunque invisible, criatura maligna ha cegado a
las personas en sentido espiritual y ahora "está
extraviando a toda la tierra habitada" (Apocalipsis
12: 9; 2 Corintios 4: 4).

La confusión que predomina en cuanto al
propósito de Dios para la Tierra se debe a las ideas
contradictorias que existen acerca del alma. Mucha gente cree que
poseemos un alma inmortal: algo separado del cuerpo humano que
sobrevive a la muerte. Otros piensan que el alma existía
antes de crearse el cuerpo humano. Según cierta obra de
consulta, el filósofo griego Platón opinaba que el
alma "está encerrada en el cuerpo como castigo por los
pecados que cometió mientras estuvo en el cielo". Del
mismo modo, Orígenes, teólogo del siglo tercero,
sostenía que "las almas pecaron [en el cielo] antes de que
se las uniera a un cuerpo" y "se las encerró [en ese
cuerpo en la Tierra] para castigarlas por sus pecados".
Además, millones de personas creen que nuestro planeta es
sencillamente una especie de terreno de pruebas en el viaje del
hombre hacia el cielo.

Asimismo, se dan diversas explicaciones
sobre lo que le ocurre al alma cuando morimos. Según la
obra "Historia de la filosofía occidental",
el punto de vista de los egipcios era que "las almas de los
muertos descendían a un infierno". Filósofos
posteriores argumentaron que éstas no descendían a
un infierno tenebroso, sino que, en realidad, ascendían a
un mundo espiritual. Dicen que el filósofo griego
Sócrates creía que al morir, el alma
"se va hacia […] lo invisible […] para pasar de verdad el
resto del tiempo en compañía de los
dioses". ¿Qué dice la Biblia?

En ningún lugar de la Palabra inspirada de Dios,
la Biblia, se dice que los seres humanos tengan un alma inmortal.
Lea por sí mismo el relato de Génesis 2:7, donde
dice: "Jehová Dios procedió a formar al hombre del
polvo del suelo y a soplar en sus narices el aliento de vida, y
el hombre vino a ser alma viviente". Estas palabras no dejan
lugar a dudas: cuando Dios creó al primer hombre,
Adán, no puso ningún tipo de principio inmaterial
en su interior, pues la Biblia dice que "el hombre vino a ser
alma viviente". El hombre no albergaba un alma, sino que era un
alma.

Al crear la Tierra y a la humanidad, Jehová nunca
se propuso que los seres humanos murieran; más bien, su
deseo era que vivieran para siempre en una Tierra en condiciones
paradisíacas. Adán murió porque
desobedeció la ley de Dios. ¿Pasó el primer
hombre a un mundo espiritual al morir? De ningún modo.
Él —su persona, su alma— regresó al
polvo inanimado del que fue creado (Génesis 3:
17-19).

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Todos hemos heredado el pecado y la muerte
de nuestro antepasado Adán (Romanos 5: 12).
Nuestra muerte, al igual que la de Adán, supone dejar de
existir (Salmo 146: 3, 4). De hecho, en ninguno de
los 66 libros de la Biblia, los términos inmortal o eterna
califican a la palabra "alma". Todo lo contrario,
las Escrituras indican con claridad que el alma —la
persona— es mortal. Por tanto, el alma perece
(Eclesiastés 9: 5, 10; Ezequiel 18: 4).

¿Qué se puede decir de la idea de que todo
lo material, incluida la Tierra, es malo? Esta opinión la
sostenían los adeptos del maniqueísmo, movimiento
religioso fundado en Persia durante el siglo tercero de nuestra
era por un individuo llamado Mani. "The New Encyclopædia
Britannica" explica: "El maniqueísmo surgió a
partir de la angustia inherente a la naturaleza humana". Mani
creía que ser humano era "antinatural, insoportable y
completamente malo". También afirmaba que el único
medio de liberarse de tal "angustia" era separando el alma del
cuerpo, dejando de vivir en la Tierra y alcanzando la existencia
en un mundo espiritual.

Por el contrario, la Biblia nos
enseña que, a la vista de Dios, "todo lo que había
hecho" al crear la Tierra y al hombre era "muy
bueno" (Génesis 1: 31). En aquel entonces no
existía ningún obstáculo entre los seres
humanos y Dios. Adán y Eva gozaban de una estrecha
relación con Jehová, tal como el hombre perfecto,
Jesucristo, disfrutó de un trato íntimo con su
Padre celestial (Mateo 3: 17).

Si nuestros primeros padres, Adán y
Eva, no hubieran pecado, habrían disfrutado de una
estrecha y eterna amistad con Jehová Dios en un
paraíso terrestre. Las Escrituras muestran que sus vidas
comenzaron en el Paraíso: "Jehová Dios
plantó un jardín en Edén, hacia el este, y
allí puso al hombre que había formado"
(Génesis 2: 8). Eva fue creada en ese jardín
paradisíaco. Si la primera pareja no hubiera pecado, ellos
y su descendencia perfecta habrían trabajado juntos en
felicidad hasta convertir toda la Tierra en un paraíso
(Génesis 2: 21; 3: 23, 24). El Paraíso terrestre
habría sido eternamente el hogar de la
humanidad.

"Pero —tal vez diga usted— ¿no es
cierto que la Biblia habla de personas que van al cielo?"
Así es. Tras pecar Adán, Jehová se propuso
establecer un Reino celestial en el cual algunos de los
descendientes de Adán habrían de "reinar sobre la
tierra" junto con Jesucristo (Revelación 5: 10; Romanos 8:
17). Éstos, cuyo número asciende a 144.000,
serían resucitados y recibirían vida inmortal en el
cielo. Los primeros integrantes de este grupo fueron los fieles
discípulos de Jesús del siglo primero (Lucas 12:
32; 1 Corintios 15: 42-44; Revelación 14:
1-5).

Sin embargo, el propósito original
de Dios para los seres humanos rectos no era que dejaran de vivir
en la Tierra y fueran al cielo. De hecho, cuando
Jesús estuvo en la Tierra, declaró: "Ningún
hombre ha ascendido al cielo sino el que descendió del
cielo, el Hijo del hombre" (Juan 3: 13). Mediante Jesucristo, "el
Hijo del hombre", Dios proveyó un rescate que pone la vida
eterna al alcance de las personas que ejerzan fe en el sacrificio
de Jesús (Romanos 5: 8). Ahora bien, ¿dónde
vivirán para siempre esos millones de seres
humanos?

Aunque Dios se propuso escoger algunos
miembros de la familia humana para que gobiernen con Jesucristo
en el Reino celestial, este hecho no implica que todas las
personas buenas vayan al cielo. Jehová
creó la Tierra para que fuera la morada
paradisíaca de la humanidad. Dentro de muy poco, Dios
llevará a término dicho propósito original
(Mateo 6: 9, 10).

Bajo el gobierno de Jesucristo y sus corregentes
celestiales, la paz y la felicidad reinarán en todo el
planeta (Salmo 37: 9-11). Los que estén en la memoria de
Dios serán resucitados y gozarán de una salud
perfecta (Hechos 24: 15). La humanidad obediente recibirá
por su fidelidad a Dios lo que nuestros primeros padres
perdieron: vida eterna en perfección en un paraíso
en la Tierra (Revelación 21: 3, 4).

Jehová Dios siempre lleva a cabo lo que se
propone. Mediante su profeta Isaías, declaró: "Tal
como la lluvia fuerte desciende, y la nieve, desde los cielos, y
no vuelve a ese lugar, a menos que realmente sature la tierra y
la haga producir y brotar, y realmente se dé semilla al
sembrador y pan al que come, así resultará ser mi
palabra que sale de mi boca. No volverá a mí sin
resultados, sino que ciertamente hará aquello en que me he
deleitado, y tendrá éxito seguro en aquello para lo
cual la he enviado" (Isaías 55: 10, 11).

En el libro bíblico de Isaías
encontramos un anticipo de cómo será la vida cuando
la Tierra sea un paraíso. Ninguno de sus habitantes
dirá: "Estoy enfermo" (Isaías 33: 24). Los animales
no supondrán peligro alguno para el hombre (Isaías
11: 6-9). Las personas edificarán preciosas casas y las
habitarán, cultivarán su alimento y comerán
hasta quedar satisfechas (Isaías 65: 21-25). Es
más, Dios "realmente se tragará a la muerte para
siempre, y el Señor Soberano Jehová ciertamente
limpiará las lágrimas de todo rostro"
(Isaías 25: 8).

Dentro de poco, la humanidad obediente
vivirá en estas magníficas condiciones.
"Será libertada de la esclavitud a la
corrupción y tendrá la gloriosa libertad de los
hijos de Dios." (Romanos 8: 21.) ¡Qué maravilloso
será vivir para siempre en el prometido Paraíso
terrestre! (Lucas 23: 43.) Usted puede estar allí si
actúa de acuerdo con el conocimiento exacto de las
[Santas] Escrituras… Puede estar seguro de que no es absurdo
creer en una Tierra paradisíaca».

Participación humana
actual.

Hoy día no existe ninguna participación
humana en hacer de la Tierra un paraíso en armonía
con la voluntad del Creador, pues persiste el alejamiento de Dios
en la sociedad del hombre y relativamente pocas personas
están alcanzando la reconciliación con el Supremo
Hacedor, a pesar de los medios misericordiosos que el
Todopoderoso ha dispuesto para la salvación de ellas.
Según las Santas Escrituras, la prioridad actual consiste
en dejar constancia inequívoca de las excelencias del
Creador y entresacar de la humanidad la máxima cantidad
posible de individuos de buena voluntad que anhelarían
vivir pacíficamente bajo la guía divina, en un
paraíso futuro restaurado.

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El porvenir inmediato para esta Tierra consiste,
según las profecías sagradas, en una purga global y
selectiva de toda la población humana que la habita,
llevada a cabo por el Creador, pero con la intención de
dejar sobrevivientes aptos para la vida en un pacífico
nuevo mundo terrenal. El Evangelio y el Apocalipsis indican que
va a venir sobre este mundo una "grande tribulación, como
la cual nunca ha sucedido una de semejante tamaño en este
planeta, y nunca jamás volverá a suceder otra
similar". Será un tiempo terrible, el cual
desembocará en el llamado "Armagedón".

NOTA:

La revista LA ATALAYA del 1-12-2005,
páginas 4-7, bajo el título "Armagedón: un
feliz comienzo" dice, en parte:

«La palabra "Armagedón"
proviene de la expresión hebrea
"Har–Magedón", o "Montaña de Meguidó",
y se halla en Apocalipsis 16:16, que dice: "Los
reunieron en el lugar que en hebreo se llama Har-Magedón".
¿A quiénes se reúne en Armagedón, y
con qué objetivo? Dos versículos antes, en
Revelación 16:14, leemos que "los reyes de toda la tierra
habitada" son reunidos para "la guerra del gran día de
Dios el Todopoderoso". Lógicamente, tales declaraciones
hacen surgir otras preguntas intrigantes, como:
¿Dónde pelean estos "reyes"? ¿Por qué
combaten, y contra quién lo hacen?
¿Emplearán armas de destrucción masiva, como
creen muchos? ¿Habrá sobrevivientes?
Dejemos que la Biblia responda.

¿Significa la referencia a la "Montaña de
Meguidó" que la batalla de Armagedón se
desarrollará en una montaña determinada de Oriente
Medio? No. En primer lugar, no existe tal montaña. En el
emplazamiento de la antigua Meguidó solo hay un
montículo que se eleva unos 20 metros sobre el nivel de la
llanura adyacente; además, los alrededores no
podrían contener a todos "los reyes de la tierra y a sus
ejércitos" (Apocalipsis 19:19). Ahora bien, Meguidó
fue el escenario de algunas de las batallas más
encarnizadas y decisivas de la historia de Oriente Medio; por
eso, el nombre Armagedón se usa como símbolo de un
conflicto decisivo, en el que sólo hay un
vencedor.

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El Armagedón no puede ser
sencillamente un conflicto entre las naciones de la Tierra, pues
Apocalipsis 16:14 dice que "los reyes de toda la
tierra habitada" forman un frente unido en "la guerra del gran
día de Dios el Todopoderoso". En su
profecía inspirada, Jeremías anunció que
"los muertos por Jehová" estarían dispersos "desde
un extremo de la tierra hasta el mismísimo otro extremo de
la tierra" (Jeremías 25:33). Por lo tanto, el
Armagedón no es una guerra humana que se libre en un lugar
específico de Oriente Medio, sino que es la guerra de
Jehová, y abarca todo el planeta.

Observe, sin embargo, que en Revelación 16:16 se
llama al Armagedón un "lugar". En la Biblia, "lugar" puede
significar condición o situación; en este caso
designa la situación en la que el mundo se une para
oponerse a Jehová (Revelación
12:6,14)…

¿Y qué hay de la
afirmación de que el Armagedón será un
holocausto en el que se utilizarán armas de
destrucción masiva o un choque con un cuerpo
celeste? ¿Permitirá un Dios amoroso que la
humanidad y su hogar, la Tierra, tengan un final tan terrible?
No. Él dice con claridad que no creó la Tierra
"sencillamente para nada", sino que "la formó aun para ser
habitada" (Isaías 45:18; Salmo 96:10). En el
Armagedón, Jehová no acabará con nuestro
planeta mediante una explosión catastrófica; al
contrario: "causar[á] la ruina de los que están
arruinando la tierra" (Apocalipsis 11:18).

"¿Cuándo vendrá el
Armagedón?" Esta ha sido una pregunta persistente que ha
causado mucha especulación a lo largo de los siglos. Un
examen del libro de Apocalipsis a la luz de otras partes de la
Biblia nos ayudará a determinar cuándo
ocurrirá esta crucial batalla. Apocalipsis 16:15 vincula
el Armagedón con la venida de Jesús como un
ladrón. Jesús utilizó esa misma imagen al
describir su venida para ejecutar la sentencia contra el presente
sistema de cosas (Mateo 24:43,44; 1 Tesalonicenses
5:2).

El cumplimiento de las profecías
bíblicas demuestra que hemos estado viviendo en los
últimos días de este sistema de cosas
desde 1914. La parte final de los últimos días
estará señalada por un período al que
Jesús llamó la "gran tribulación". La Biblia
no dice cuánto durará, pero las calamidades que
sobrevendrán durante dicho período serán las
peores que el mundo haya experimentado jamás. Esa gran
tribulación culminará en el Armagedón (Mateo
24:21,29).

Dado que el Armagedón es "la guerra del gran
día de Dios el Todopoderoso", los humanos no pueden hacer
nada para aplazarla. Jehová le ha fijado un "tiempo
señalado", y "no llegará tarde" (Habacuc
2:3).

¿Por qué entablaría Dios una guerra
mundial? El Armagedón está estrechamente
relacionado con una de las principales cualidades de Dios: la
justicia. La Biblia afirma: "Jehová es amador de la
justicia" (Salmo 37:28). Él ha visto todas
las injusticias que se han cometido a lo largo de la historia
humana, lo que naturalmente provoca su legítima
indignación; por eso, ha nombrado a su Hijo para que
entable una guerra justa a fin de aniquilar completamente a este
sistema malo.

Solo Jehová es capaz de librar una
guerra verdaderamente justa y selectiva en la que, prescindiendo
de dónde se hallen, se conserve con vida a
las personas de corazón recto (Mateo 24:40,41;
Revelación 7:9, 10, 13,14). Y solo él
tiene el derecho de imponer su soberanía en toda la
Tierra, pues esta es su creación (Apocalipsis
4:11).

¿Qué fuerzas empleará
Jehová contra sus enemigos? No lo sabemos,
pero lo que sí sabemos es que tiene a su
disposición los medios para destruir por completo a las
naciones malvadas (Job 38:22,23; Sofonías 1: 15-18). Sin
embargo, los adoradores terrestres de Dios no participarán
en esta guerra. La visión registrada en el capítulo
19 de Apocalipsis indica que únicamente los
ejércitos celestiales acompañarán a
Jesucristo en el guerrear. Ningún siervo cristiano de
Jehová en la Tierra tendrá parte en la batalla (2
Crónicas 20: 15,17).

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¿Habrá sobrevivientes? En
realidad, nadie tiene por qué morir en Armagedón.
El apóstol Pedro dijo: "Jehová […] no desea que
ninguno sea destruido; más bien, desea que todos alcancen
el arrepentimiento" (2 Pedro 3:9). Y el
apóstol Pablo declaró que la "voluntad [de Dios] es
que hombres de toda clase se salven y lleguen a un
conocimiento exacto de la verdad" (1 Timoteo 2:4).

Por eso, Jehová en su
sabiduría se ha asegurado de que las "buenas nuevas del
reino" se proclamen por todo el mundo y en cientos
de idiomas. Se está dando a la gente en todas partes la
oportunidad de salvarse (Mateo 24:14; Salmo 37:34; Filipenses
2:12). Quienes respondan favorablemente a las buenas nuevas
podrán sobrevivir al Armagedón y vivir para siempre
en perfección en la Tierra (Ezequiel 18:23,32;
Sofonías 2:3; Romanos 10:13). ¿No es
esto lo que se esperaría de un Dios que es amor? (1 Juan
4:8.)

No obstante, muchos se preguntan cómo es posible
que un Dios que es la personificación del amor mate y
destruya a gran parte de la humanidad. La situación
pudiera compararse a la de una casa invadida por una plaga.
¿No es cierto que el dueño de casa concienzudo
debería proteger la salud y el bienestar de su familia
exterminando la plaga?

De igual manera, es debido al profundo
cariño que Jehová siente por los seres humanos que
el Armagedón tiene que venir. El propósito de Dios
es convertir la Tierra en un paraíso y conceder
perfección y paz a sus habitantes, sin que "nadie […]
los haga temblar" (Miqueas 4:3,4; Revelación 21:4).
¿Qué debe hacerse, entonces, con los que ponen en
peligro la paz y seguridad del prójimo? Dios
eliminará tal "plaga" —los malvados
incorregibles— por el bien de los justos (2 Tesalonicenses
1:8,9; Revelación 21:8).

La intervención activa de Jehová en el
Armagedón será para el beneficio de la humanidad.
Al ver las condiciones cada vez peores del mundo, es obvio que
sólo la gobernación perfecta de Dios
satisfará por completo las necesidades
humanas. La verdadera paz y seguridad se dará
únicamente bajo el Reino de Dios.

¿Cómo serían las condiciones
mundiales si Dios optara por nunca intervenir en los asuntos del
género humano? ¿Verdad que el odio, la violencia y
las guerras seguirían plagando a la humanidad como lo han
hecho durante siglos bajo la gobernación del hombre? La
realidad es que el Armagedón es una de las mejores cosas
que pudiera suceder para nuestro beneficio (Lucas 18:7,8; 2 Pedro
3:13).

El Armagedón logrará lo que
ninguna otra guerra ha logrado: poner fin a las guerras.
¿Quién no anhela el día en que
la guerra sea algo del pasado? No obstante, el hombre no ha sido
capaz de erradicarla. Sus repetidos fracasos a este respecto
sencillamente comprueban la veracidad de las palabras de
Jeremías: "Bien sé yo, oh Jehová, que al
hombre terrestre no le pertenece su camino. No pertenece al
hombre que está andando siquiera dirigir su paso"
(Jeremías 10:23). En cuanto a lo que Jehová
logrará, la Biblia promete: "Hace cesar las guerras hasta
la extremidad de la tierra. Quiebra el arco y verdaderamente
corta en pedazos la lanza; quema los carruajes en el fuego"
(Salmo 46:8,9).

De modo que el Armagedón no es algo que deban
temer las personas amantes de la justicia; antes bien, suministra
una base para tener esperanza. Esta guerra limpiará la
Tierra de toda corrupción y maldad, y abrirá el
camino para un justo nuevo sistema de cosas bajo el Reino
mesiánico de Dios (Isaías 11:4,5). En vez de ser un
fin catastrófico y espantoso, el Armagedón
marcará un feliz comienzo para los justos que
vivirán para siempre en una Tierra paradisíaca
(Salmo 37:29).

Participación humana
futura.

Según los actuales cálculos
científicos, tenemos unos mil millones de años
hacia el futuro en los cuales el Sol permanecerá estable y
muy similar a su estado actual; pero después de esto
iniciará un periodo de calentamiento progresivo que
durará 3 o 4 mil millones de años, hasta que,
finalmente, sobrevengan los primeros síntomas violentos de
su muerte inminente. Hay teóricos que opinan que esos mil
millones de años de gracia solar a favor de los habitantes
de la Tierra constituyen un lapso de tiempo más que
suficiente para que los humanos alcancen cotas inimaginables de
avanzada tecnología, con un dominio sobre el entorno
natural galáctico de proporciones descomunales. La
pregunta pertinente es, entonces: ¿Hasta qué punto
dispondrán los seres humanos del futuro de herramientas
tecnológicas capaces de controlar eficazmente los
fenómenos que tienen lugar en nuestro sistema solar, y
más allá?

El Génesis indica que la primera
ocupación dada por el Creador a los seres humanos fue la
de cuidar el planeta Tierra, y poco a poco convertirlo en un
hermoso paraíso. De no haber sido por la rebelión
edénica, probablemente nuestro mundo planetario ya
estaría transformado globalmente en un inmenso
jardín de placer, tal como era (y sigue siendo) el
propósito divino respecto al mismo. No obstante, las
Santas Escrituras indican que hay un milenio en el futuro
inmediato, el cual comenzará a contar a partir del cese de
la tormenta de Armagedón, y durante éste nuestro
planeta será plenamente convertido en el anhelado
paraíso; todo ello bajo la guía amorosa y la
bendición de nuestro Creador. La pregunta ahora es:
¿Después de mil o dos mil años, o diez mil
años, qué nueva encomienda dará el Sumo
Hacedor a su criatura humana? ¿Cuidar del Sistema Solar?
¿Y luego? ¿Cuidar de la galaxia, la Vía
Láctea?

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No sabemos lo que Dios asignará a los seres
humanos del futuro, ya seleccionados éstos y ya, todos
ellos, en estado de perfección y cabalmente reconciliados
con su Hacedor. Pero quizás no sea muy descabellada la
idea de que al hombre del lejano mañana le aguardan
grandes aventuras científicas y similares desafíos
de carácter técnico, a saber, entre otros (pero en
todo caso contando con la ayuda del Creador): Coadyuvar en el
cumplimiento de las profecías relativas a la permanencia
eterna del Sol y evitar, pues, que el astro rey chamusque a
nuestro planeta y desaparezca como tal de la escena
cósmica, dejando de suministrar la energía que la
Tierra necesita para el sustento de la vida paradisíaca
sobre ella.

Conclusión.

¿Qué futuro le espera al Sol? Ésta
es una pregunta que puede considerarse contestada más o
menos exactamente por los cosmólogos teóricos
contemporáneos, quienes postulan un desenlace futuro
lejano en forma de nebulosa planetaria solar; y quizás no
anden muy errados, en vista de lo que dice el Salmo 102: 25-27,
pero siempre en el supuesto de que ninguna fuerza inteligente
suficientemente poderosa actúe eficazmente para
contrarrestar dicho destino fatal. Sin embargo, teniendo en
cuenta el Salmo 104: 5, cabe sospechar que de algún modo
llegará a haber una fuerza inteligente en ese lejano
futuro que evite la inflación solar, la cual, de manera
natural, vendría a estar vinculada con la muerte de
nuestra estrella.

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Autor:

Jesús Castro

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