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Génesis y actualidad




Enviado por Jesús Castro



Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. Heródoto de
    Halicarnaso
  3. Tales
    de Mileto
  4. La
    helenización occidental
  5. La
    helenización oriental
  6. El
    Renacimiento
  7. Hacia
    el siglo XX
  8. La
    situación actual
  9. Conclusión

Este artículo pretende contestar lo más
satisfactoriamente posible la siguiente pregunta, basada en los
estudios del Génesis: ¿En qué
situación se encuentra hoy día la creencia de que
el origen de la vida sobre la Tierra se produjo durante el
llamado "Tercer día creativo"?

Introducción.

Supongamos que un hombre se encuentra en el parque,
recostado sobre el césped, tomando el sol y leyendo una
revista. Supongamos ahora que el mismo hombre se encuentra
leyendo la misma revista, bajo el plácido sol
otoñal, recostado entre las vías del tren y a una
hora en que más de una locomotora con sus vagones suele
atravesar esos raíles. Evidentemente una situación
difiere de la otra, aunque la actitud del hombre sea similar en
ambos casos. Por lo tanto, deducimos que no es el aspecto del
hombre lo que atrae el peligro sino más bien el marco de
circunstancias que le rodea.

Pues bien, algo parecido ha sucedido con la
teoría de la generación espontánea de la
vida. En sí misma, vista como una
explicación provisional de los fenómenos
biológicos de eclosión saprofítica y sin
desestimar el relato creativo del Génesis, tal como parece
que hicieron los patriarcas e incluso el propio Newton, no
produjo un alejamiento de la guía del Creador. Simplemente
se trató de una hipótesis transitoria, sujeta a
revisión y de hecho superada y clausurada por Pasteur tras
sus famosos experimentos.

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Sin embargo, cuando los filósofos
griegos de la antigüedad elevaron dicha teoría a la
categoría de hecho consumado y afirmaron que la vida sobre
la Tierra no era el producto de ninguna divinidad creadora,
entonces, sin saberlo, colisionaron contra el relato creativo del
Génesis y propagaron a mayor grado el germen del
desacierto para la humanidad. Se hicieron colaboradores
involuntarios, aunque eficaces, de las fuerzas sobrehumanas e
inteligentes que pugnan contra el Creador y contra Sus
revelaciones guiadoras que benefician al hombre.

Por lo tanto, aunque la teoría de la
generación espontánea de la vida comenzó
como una explicación no atea del fenómeno de
eclosión de escarabajos en el Nilo (ver Nota,
página 3) y del surgimiento de la vida
saprofita en los pantanos y en los cadáveres, pronto
degeneró hacia una explicación atea por parte de
muchos filósofos griegos en cuanto al origen de la vida en
nuestro planeta. La perspicacia que proviene de la Sagrada
Escritura nos permite ver que en todo este proceso no puede
eludirse la intervención inteligente de una mano
controladora y orquestadora sobrehumana, cuyo objetivo principal
es el alejamiento de la criatura humana de la guía
reconciliadora procedente de su Creador.

Heródoto
de Halicarnaso.

El eco de la milenaria civilización egipcia se
hizo presente en la literatura griega ya desde sus
orígenes, como vemos, por ejemplo, en Homero. Sin embargo,
será más tarde, con el historiador Heródoto,
cuando tenga lugar la primera difusión sistemática
entre los griegos de los logros culturales del Antiguo Egipto.
Movido por la curiosidad etnográfica, Heródoto
viajó a Egipto, conoció a sus gentes, entre ellas
algunos sacerdotes, visitó sus ciudades y reunió un
variado material que luego aprovecharía.

Heródoto viajó por buena
parte del mundo entonces conocido (Egipto, Asia Menor, Babilonia,
Escitia y Magna Grecia). Este contacto directo con otras
sociedades, así como su propia evolución
intelectual, le hicieron distanciarse de las concepciones y
tópicos de sus conciudadanos.

Según Heródoto, el pueblo egipcio
habría alcanzado pronto grandes conocimientos de
astronomía, e igualmente un alto desarrollo
técnico, puesto de manifiesto en la construcción de
sus magníficas pirámides. En cuanto a los avances
técnicos empleados por los egipcios en la
edificación de sus monumentos, Heródoto ofrece un
ejemplo representativo: la construcción de la
pirámide de Kéops mediante el uso de
máquinas elevadoras de los sillares. En otra
ocasión, Heródoto habla en términos
elogiosos de la sorprendente especialización que ya
existía en la medicina del Antiguo Egipto.

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NOTA:

Heródoto (490 a 425 aEC) pertenecía a una
familia distinguida de Halicarnaso, en Caria, a la sazón
una ciudad jonia de cultura griega. En momentos de disturbios
políticos en su ciudad se retiró, o fue exiliado, a
Samos, y luego viajó mucho por Egipto y el mundo griego.
Visitó Atenas a mediados del 440 aEC, donde se dice que
entró en contacto con Pericles (495 a 429 aEC,
político y orador de Atenas extraordinariamente influyente
en los momentos de la edad de oro de la ciudad).

Una de las claves de la popularidad de Heródoto y
de su prolongada influencia literaria radica en el relato de las
cosas admirables o maravillosas que había presenciado o
que le habían contado. Este interés hacia lo
exótico le llevó a prestar atención a las
costumbres populares de los egipcios, subrayando sus diferencias
respecto a las de otros pueblos. También centró su
curiosidad en la fauna del país, dando una detallada
descripción del cocodrilo, e igualmente referencias,
algunas veces basadas en relatos tradicionales o en fuentes
indirectas, a tan llamativos animales como el hipopótamo,
el ave fénix y el ibis. Esta mezcla de exotismo y leyenda
caló hondo en la imaginación popular griega. Es
posible que la creencia en de la generación
espontánea de los escarabajos del Nilo (ver Nota, a
continuación) se transmitiera por Heródoto a sus
compatriotas a través de sus narraciones acerca de
Egipto.

NOTA:

Los egipcios antiguos veían que los
escarabajos salían súbitamente del terreno, y
creían que éstos se producían por sí
mismos. The Encyclopedia Americana dice: "Sobre la superficie de
los bancos de lodo a los lados del Nilo solían encontrarse
tremendas cantidades de escarabajos, y esto apoyaba la creencia
en la generación espontánea" (Tomo
24, página 336,
edición de 1977). Pero
¿qué sucedía, realmente?

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Las hembras de los escarabajos
hacían una bola de estiércol, ponían huevos
en ella, y la enterraban. Las larvas salían a su tiempo de
los huevos y se alimentaban del estiércol, y
posteriormente salían como escarabajos. No había
ninguna generación espontánea, después de
todo.

La Filosofía nació en una Grecia antigua y
viajera, que ocupaba una extensión relativamente
pequeña en la extremidad sur oriental de Europa. Los dos
rasgos geográficamente más destacables eran: la
gran cantidad de costa que bordea el territorio y la
índole montañosa del mismo. Estas circunstancias
geográficas condicionaron la vocación marinera del
pueblo griego. También, los griegos, mucho más que
los egipcios o los persas, estaban predispuestos a la
innovación intelectual por no ser terratenientes apegados
a la tierra, sino marinos. Pero la Grecia que
desempeñó un papel en la evolución de la
civilización y de la filosofía no fue la Grecia
continental de Esparta o de Tebas, sino la que, desde Jonia a
Sicilia, se diseminó en una multitud de islas y de
llanuras costeras, en las que las acrópolis dominaban
puertos establecidos a ras del agua. La nación griega no
tuvo un continente como ámbito de vida, sino un mar,
elemento inestable y deslumbrador, surcado no sólo por
comerciantes, sino por otros extraños y audaces viajeros,
que, sin más equipaje que su saber y su talento, eran los
representantes de la ciencia y de la filosofía. Los
intercambios comerciales posibilitaron el conocimiento de
multitud de costumbres, mitos, hábitos, formas de vida…
de otros pueblos, lo cual fue decisivo para la
configuración de una sociedad y cultura abiertas (y, en
cierto sentido, cosmopolita) en la que el conocimiento de la
diversidad de opiniones sobre las mismas cuestiones
actuaría como fermento de la duda y de la
pregunta.

La conexión de la filosofía con los viajes
aparece tan tempranamente que el primer texto histórico en
el que se menciona esta actividad intelectual se encuentra ligado
a la actitud viajera. Heródoto atribuye a Creso estas
palabras con las que saluda a Solón: "Han llegado hasta
nosotros muchas noticias tuyas, tanto de tu sabiduría
(sofía) como de tus viajes, y de que, movido por el gusto
del saber (filosoféon), has recorrido muchos países
por examinarlos (theories)". Existen numerosas referencias de que
una buena parte de los filósofos griegos hicieron viajes
en torno a la Hélade y a Oriente. Pero sobre todo los
primeros grandes filósofos viajeros, Tales, Anaximandro,
Anaximenes, Pitágoras…, se debieron encontrar, un poco
sorprendentemente, con que los mitos asumidos por las distintas
civilizaciones del medio oriente eran claramente incompatibles
entre sí, se contradecían escandalosamente y no
todos ellos podían admitirse como verdaderos por ese mismo
motivo. Pero si los mitos griegos, egipcios, babilónicos,
etc. se contradecían como explicaciones del mundo
¿por qué motivo los griegos debían ser los
verdaderos, mientras que los demás eran falsos? Puestos a
cuestionar todos ellos, no se puede encontrar absolutamente
ningún motivo para concluir que los mitos griegos son los
verdaderos mientras los demás son todos falsos. ¿No
serán más bien todos ellos falsos, incluidos los
griegos?

Estos razonamientos debieron conducir a un punto de
vista escéptico o ateo respecto a las religiones. Sin
embargo, el alcance de semejante punto de vista permaneció
espacialmente circunscrito a las pequeñas islas del Egeo y
poco más, y temporalmente fue de corta duración.
Las condiciones para que tal enfoque se diese a nivel
internacional o mundial habrían de esperar hasta las
proximidades del siglo XX de la EC, esto es, más de dos
milenios en el futuro.

Encontramos así una jugada maestra:
usar las religiones para mantener a la gente en ignorancia en
cuanto a la auténtica revelación, de la que forma
parte el Génesis, y usar a las mismas religiones para
sembrar la desconfianza religiosa en la cabeza de los pensadores
que buscaban una explicación racional a la realidad
material que nos envuelve. Y este desenvolvimiento antiguo ocurre
en un tiempo histórico en el que las creencias
patriarcales transmisoras del Génesis parecen estar en
franca decadencia, pues la nación depositaria de la
Sagrada Escritura se encuentra disminuida, dispersa y sometida a
los imperios de turno, entre los siglos VII y I aEC (ver Nota, a
continuación).

NOTA:

La revista DESPERTAD del 8-7-1990,
páginas 12 y 13, publicada por la Sociedad Watchtower
Bible And Tract, expone lo siguiente:

«En el siglo VIII aEC, durante los
días del profeta Oseas, a pesar de haber recibido el favor
especial de ser el pueblo escogido de Dios, la mayoría de
los israelitas abandonaron la adoración verdadera…
¿Cuál fue la reacción de Jehová
[Dios]? "Ya no mostraré misericordia de nuevo a la casa de
Israel, porque positivamente los quitaré[…] Vosotros no
sois mi pueblo y yo mismo no resultaré ser [Dios] de
vosotros" (Oseas 1: 6, 9). Por consiguiente, aquellos israelitas
apóstatas no iban a permanecer en el favor de Dios. Tan
sólo un resto fiel tendría algún día
el privilegio de ser restaurado a Su favor y experimentar de
nuevo las bendiciones divinas.

Fiel a su profecía, Dios permitió que los
enemigos de los israelitas los llevaran cautivos y que
destruyesen su templo, con lo que quedaría demostrado de
manera contundente que habían dejado de tener una
relación aprobada con Dios. Sólo un resto fiel de
israelitas (conocidos para entonces como "judíos")
regresaron del cautiverio en el año

537 aEC, reedificaron el templo de Jehová y
disfrutaron de nuevo del favor de Jehová como su pueblo
escogido.

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No obstante, en los próximos siglos
los judíos fueron asediados por la influencia de la
filosofía griega —como la doctrina platónica
del alma inmortal—, lo que tuvo efectos
catastróficos en su adoración. Aquella
adoración ya nunca más se basaría tan
sólo en las enseñanzas de Moisés y de los
profetas hebreos.

¿Continuaría Jehová
considerando a los judíos como su pueblo escogido? Al ver
que muchos habían vuelto a apostatar de la
adoración pura… [Jesucristo les] dijo: "El reino de Dios
os será quitado a vosotros y será dado a una
nación que produzca sus frutos" (Mateo 21: 43). La
mayoría de los judíos no prestaron atención
a esa advertencia y continuaron en su proceder apóstata…
Por consiguiente, no pasó mucho tiempo antes de que Dios
permitiese que en el año 70 EC el templo reconstruido
fuese reducido [de nuevo] a ruinas».

La revista LA ATALAYA del 1-8-1996, páginas 5 y
6, publicada por la Sociedad Watchtower, comenta lo
siguiente:

«Los judíos no tomaron [la idea de un alma
inmortal de la Sagrada Escritura], sino de los griegos. Parece
ser que entre los siglos VII y V aEC, el concepto pasó de
los misteriosos cultos religiosos de Grecia a la filosofía
griega. La noción de un más allá donde las
almas malas recibirían castigo doloroso por sus faltas
había ejercido gran fascinación por mucho tiempo,
hasta que cobró forma y se difundió. Los
filósofos debatían sin cesar acerca de la
naturaleza precisa del alma. Para Homero, ésta se
escabullía en la muerte haciendo una especie de susurro,
chirriando y zumbando. Para Epicuro, el alma tenía
masa y era, por lo tanto, un cuerpo
infinitesimal.

Sin embargo, el máximo exponente de la
inmortalidad del alma tal vez fue el filósofo griego
Platón, del siglo IV aEC. En su descripción de la
muerte de su maestro, Sócrates, se revelan convicciones
muy parecidas a las que albergaban los celotes [judíos] de
Masada siglos después. Como apunta el erudito Oscar
Cullmann, "Platón nos muestra cómo Sócrates,
con una calma y una serenidad absolutas, va al encuentro de la
muerte. La muerte de Sócrates es una muerte hermosa. El
horror está completamente ausente de ella. Sócrates
no podría temer la muerte, puesto que ella nos libera del
cuerpo. […] La muerte es la gran amiga del alma. Así lo
enseña y así es como muere, en admirable
armonía con sus enseñanzas".

Fue, al parecer, en el siglo II antes de Cristo, durante
el período de los Macabeos, cuando los judíos
empezaron a asimilar esta enseñanza de origen
helénico. Josefo dice en el siglo I EC que los fariseos y
los esenios, dos influyentes grupos religiosos judíos,
abrazaron dicha doctrina. Algunas poesías que se cree
fueron compuestas por aquella época reflejan la misma
creencia».

Tales de
Mileto.

Según la Wikipedia: «Tales de Mileto (630
545 aEC) fue el iniciador de la indagación racional sobre
el universo. Se le considera el primer filósofo de la
historia de la filosofía occidental, y fue el fundador de
la escuela jónica de filosofía, según el
testimonio de Aristóteles. Fue el primero y más
famoso de los Siete Sabios de Grecia (el sabio astrónomo),
y habría tenido, según una tradición antigua
no muy segura, como discípulo y protegido a
Pitágoras. Fue además uno de los más grandes
matemáticos de su época, centrándose sus
principales aportaciones en los fundamentos de la
geometría.

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En tiempos de Tales, los griegos explicaban
el origen y naturaleza del cosmos con mitos de héroes y
dioses antropomórficos. Pero los primeros filósofos
griegos veían en la tierra, el agua, el aire y el fuego
los elementos fundamentales a partir de los cuales se generan
todos los demás elementos del universo, es decir, el
origen. También pensaban que de estos principios constan
todos los seres del universo, es decir, que son el sustrato. Por
último, esos elementos fundamentales también
debían poder explicar las transformaciones que acontecen
en el universo, es decir, dar a entender la verdadera causa de
los eventos.

Si la Naturaleza remite siempre a un
principio (arché), cabe preguntarse si es posible concebir
una única realidad o sustancia que pueda ejercer en ella
tanto de origen, sustrato y causa. Tales argumentaba que es el
agua lo que desempeña dicho papel, y quizás sea la
primera explicación significativa que se dio del mundo
físico sin hacer referencia explícita a lo
sobrenatural. Tales afirmaba que el agua es la sustancia
universal primaria y que el mundo está animado y lleno de
divinidades.

Aristóteles nos dice que para Tales el agua es el
principio o "arché" de todas las cosas, debido a que: La
tierra descansa sobre el agua como una isla; la humedad
está en la nutrición de todas las cosas, tal vez
debido a una observación de las orillas del Nilo y
cómo en éstas "crecía" la vida
después de que éste bajara su cauce; el calor mismo
es generado por la humedad y conservado por ella; las semillas de
todas las cosas son húmedas, y el agua es el origen de la
naturaleza de las cosas húmedas».

Debe haber habido una gran influencia de la cultura
egipcia en las ideas de Tales de Mileto. La filosofía
griega no nació en suelo continental sino en Jonia, en las
costas de Asia Menor. Tales de Mileto, que vivió entre las
últimas décadas del siglo VII y la primera mitad
del VI aEC, es considerado el primer filósofo, de acuerdo
con una vieja tradición doxográfica ratificada por
Aristóteles. Jonia se distinguía en aquellos siglos
por su rico comercio y un notable desarrollo urbano. Siguiendo la
expansión griega a través de la colonización
marítima a lo largo y ancho del mar Mediterráneo,
los jonios tuvieron frecuentes contactos con Egipto donde
fundaron Náucratis, colonia de Mileto e importante centro
mercantil. En este contexto histórico no tiene nada de
sorprendente que Tales viajara a Egipto y que allí se
empapara de una civilización que para aquel tiempo era
bastante superior a la helénica. Así lo testifican
determinadas fuentes: "Tales…tras dedicarse a la
filosofía en Egipto, vino a Mileto cuando era más
viejo" (Aecio, Placita philosophorum, I, 3, 1, editorial Diels,
página 276). Allí habría aprendido
también de los matemáticos egipcios: "Tales,
después de haber ido primeramente a Egipto,
transplantó a Grecia esta especulación [: la
geometría]" (Proclo, Sobre Euclides, 65, 3, editorial
Friedlein).

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Más importante desde el punto de vista de la
historia de la filosofía resulta la influencia del
pensamiento egipcio en la afirmación de Tales según
la cual el agua es el "arkhé" o principio de todo, en
rigor la primera proposición formal de la filosofía
griega. En efecto, sabemos ya que la visión del
Océano como origen de todo y la consideración de
éste como un río que circundaba la tierra, que
aparecen en la mitología griega, proceden de anteriores
concepciones cosmogónicas del Antiguo Egipto. Algunos
testimonios explicitan más todavía tal influjo en
el concepto de "arkhé" formulado por Tales de Mileto: "
Creen que también Homero, al igual que Tales, quien lo
aprendió de los egipcios, hace al agua principio y
génesis de todas las cosas" (Plutarco, Sobre Isis y
Osiris, 34, 364 D). Y varios competentes estudiosos actuales
confirman esa interpretación como muy verosímil:
"…Es probable que Tales derivara su idea de que la tierra flota
sobre el agua de narraciones mitológicas anteriores
existentes en el Oriente próximo, probablemente egipcias"
(G.E. Kirk y J.E. Raven, "Los filósofos
presocráticos", Madrid, 1974, página 116; el autor
del comentario es el profesor Kirk).

La curiosidad del primer filósofo griego por la
cultura de Egipto no constituyó, pues, algo
anecdótico o superficial sino la principal fuente de
inspiración filosófica y científica. Dos
siglos más tarde, uno de los grandes filósofos
presocráticos, Demócrito de Abdera, elogiado por
Aristóteles hasta el extremo de haber escrito que "parece
haber reflexionado sobre todos los problemas", viajó a
Egipto para aprender geometría de los sacerdotes,
según informan diversas fuentes
doxográficas.

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Si, como hemos visto, la filosofía y el
pensamiento intelectual griego eclosionó a la sombra de la
cultura egipcia, cabe preguntarse: ¿De qué manera
las ideas acerca de la generación espontánea de la
vida saprofita y de los escarabajos del Nilo (ver la Nota de la
página 3) pudieron haber afectado a los teóricos
griegos?

La respuesta tiene que ser "mucho", es
decir, los filósofos griegos quedaron muy afectados por
las creencias egipcias en la generación espontánea
de la vida. Ahora bien, mientras aparentemente los egipcios
albergaron un punto de vista no ateo en cuanto al origen de la
vida y concibieron la generación espontánea como
una especie de abiogénesis incidental y excepcional dentro
del marco general de la vida preexistente, los filósofos
griegos se desprendieron de toda conexión creativa
atribuida a las deidades y convirtieron la generación
espontánea en algo totalmente abiogénico y ateo:
una especie de principio causal cósmico desprovisto de
influencia inteligente creadora.

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La principal diferencia entre el punto de
vista de los egipcios tocante a la generación
espontánea de la vida y la posible idea patriarcal acerca
de la misma (basándonos en el dato de que el fervoroso
Newton aparentemente comulgó con esta creencia) estriba en
la identidad atribuida a la divinidad creadora y en el modo en
que se describe su acto creativo. Para los hebreos (y para
Newton) el Creador es el Dios del Génesis y no una serie
de dioses mitológicos de comportamiento absurdo,
caprichoso, incomprensible y saturado de misticismo
impenetrable.

La
helenización occidental.

La cultura griega alcanzó una gran relevancia en
el mundo antiguo y condujo a la " helenización"
(introducción de las costumbres, cultura, lengua y arte
griegos de la antigüedad en otras naciones o países)
del oriente cercano, el occidente europeo y el norte de
África. Esto fue especialmente cierto durante el imperio
de Alejandro Magno y después de él, o sea, desde
mediados del siglo IV antes de la EC hasta el fin de la Edad
Antigua (siglo V de la EC). El resultado de la
Helenización (del helenismo) no fue una
aculturación, sino la mezcla ecléctica (es decir,
intermedia y moderada) de elementos culturales de origen griego
con los de origen local, como los de la civilización
persa, la civilización judía, la
civilización egipcia o la civilización del
Indo.

La conquista romana de Grecia y de las
provincias del Mediterráneo oriental no trajo consigo una
romanización de éstas, sino más bien al
contrario, una helenización de la propia Roma, cuyos
intelectuales usaron el griego como lengua culta, y cuyos
escritores y artistas reprodujeron los modelos de la literatura y
el arte griegos en lo que puede denominarse propiamente una
civilización greco-romana, identificada incluso en la
religión. La helenización se extendió, con
la romanización, a otras partes más lejanas, tales
como el noroeste y centro de Europa.

Augusto (31 aEC hasta 14 EC) aseguró
el poder imperial romano con importantes reformas y una unidad
política y cultural (civilización grecorromana)
centrada en los países mediterráneos, que
mantendría su vigencia hasta la llegada de Diocleciano
(284 a 395 EC), quien trató de salvar un imperio que
caía hacia el abismo. Fue este último quien, por
primera vez, dividió el imperio en un bloque occidental y
otro oriental para facilitar su gestión. El imperio se
volvió a unir y a separar en diversas ocasiones siguiendo
el ritmo de guerras civiles, usurpadores y repartos entre
herederos al trono hasta que, a la muerte de Teodosio I el Grande
en el año 395, quedó definitivamente dividido y
repartido entre sus dos hijos: Honorio recibió el Imperio
romano de Occidente y Arcadio recibió el Imperio romano de
Oriente.

A principio del siglo V de la EC, las tribus
germánicas, empujadas hacia el Oeste por la presión
de los pueblos hunos, procedentes de las estepas
asiáticas, penetraron en el Imperio Romano de Occidente.
Las fronteras cedieron por falta de soldados que las defendiesen
y el ejército no pudo impedir que Roma fuese saqueada por
visigodos y vándalos. Cada uno de estos pueblos se
instaló en una región del imperio,
donde fundaron reinos independientes. Uno de los más
importantes fue el que derivaría a la postre en el Sacro
Imperio Romano Germánico.

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En 476 el hérulo (jefe bárbaro) Odoacro
depuso al último emperador de Occidente, Rómulo
Augústulo, un niño de 15 años, y
envió las insignias imperiales a Zenón, emperador
Romano de Oriente. El Senado envió las insignias a
Constantinopla, la capital del imperio de Oriente,
formalizándose así la capitulación del
imperio de Occidente. El Imperio oriental proseguiría
varios siglos más bajo el nombre de Imperio Bizantino,
hasta que en 1453 Constantinopla cayó bajo el poder
otomano.

Hacia el año 410, puede decirse que el imperio
romano occidental estaba deshecho. Algunos pueblos
germánicos que vivían más allá de las
fronteras, aprovechando la debilidad política de los
emperadores desde el siglo III, habían ido emigrando para
instalarse en diversas regiones del imperio. Estos asentamientos
se produjeron muchas veces con el consentimiento romano, mediante
pactos o tratados. Durante el siglo V, varios pueblos guerreros
del este irrumpieron en el imperio. Aunque eran una
minoría, vencieron a los ejércitos romanos y se
constituyeron en reinos: anglos y sajones ocuparon parte de Gran
Bretaña; burgundios y francos, la Galia; suevos,
vándalos y visigodos, Hispania; los ostrogodos, Italia.
Las invasiones siguieron, en forma de oleadas periódicas,
hasta el siglo XI. Los pueblos eslavos y búlgaros ocuparon
los espacios de Europa central que los primeros invasores
habían abandonado. Todo este movimiento histórico,
que tiene lugar entre los siglos V y XI, cubre el espacio de
tiempo denominado ALTA EDAD MEDIA.

En los pueblos germanos ejercía el
poder una aristocracia guerrera a través de una
monarquía electiva que, con el tiempo, se
transformó en hereditaria. Los nobles o jefes militares se
apoderaron de las mejores tierras de las provincias conquistadas
y se convirtieron en terratenientes. Como los germanos eran
minoría en las tierras ocupadas, frente a una
población mayoritaria de origen romano, en principio
mantuvieron sus diferencias como grupo dominante (conservaron sus
tradiciones, su religión, etc.). Pero progresivamente
fueron aceptando las costumbres, las normas jurídicas y
los sistemas administrativos de los pueblos romanos dominados e
incluso su religión, la católica. El Papa, los
obispos y los monjes de los monasterios contribuyeron a educar a
esta nueva sociedad y se convirtieron en guardianes de la cultura
antigua. Dicha cultura antigua albergaba la filosofía
griega clásica y sus teorías acerca del origen
espontáneo de la vida. Por lo tanto, en el mundo
occidental de la alta edad media la teoría atea de la
generación espontánea de la vida, elaborada por los
intelectuales griegos, dormitó en las abadías y
monasterios a la espera de un tiempo favorable, el cual sobrevino
tras el Renacimiento (se denomina Renacimiento al
movimiento cultural que surge en Europa el siglo XIV,
caracterizado por un renovado interés hacia el pasado
grecorromano clásico y especialmente por su
arte).

A finales del siglo V, el caudillo
bárbaro Clodoveo unificó a los francos que se
habían instalado en la Galia (aproximadamente, la actual
Francia) y se convirtió al cristianismo; así
consiguió acercarse al episcopado y a las grandes familias
galorromanas. Un sucesor suyo, Pipino el Breve, recibió el
apoyo del Papa, para quien conquistó algunos territorios
en torno a Roma que formarían después los estados
de la Iglesia. Finalmente, en el año 800, Carlomagno
(768-814), rey de francos y lombardos, el soberano más
poderoso del continente, fue coronado emperador en Roma por el
Papa.

Su imperio, con capital en
Aquisgrán, se extendió entre los ríos Ebro,
Po y Elba. Carlomagno protegió la religión
católica y las artes e intentó imponer su autoridad
sobre la de los condes o señores militares de las diversas
regiones. Para defender las fronteras estableció marcas o
territorios militares: la Marca Hispánica (al sur de los
Pirineos), la Marca Bretona, la de Panonia… La experiencia
imperial duró poco tiempo; el poder de los soberanos se
debilitó frente a la autoridad de los nobles.

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Además, los nietos de Carlomagno dividieron en el
año 843 el territorio imperial en tres partes, por el
tratado de Verdún. Mediante este tratado, el monarca
entregaba a cada uno de sus tres hijos los territorios que
posteriormente formarían Alemania, Francia e Italia. Los
nuevos estados se subdividieron aún más, y a
comienzos del siglo X se extinguió la dinastía
carolingia.

La
helenización oriental.

El imperio romano de Oriente resistió los ataques
de los bárbaros, que no lograron invadirlo. Hasta el siglo
VII, continuó fiel a su herencia latina. El emperador
más importante fue Justiniano, que en el siglo VI
intentó recuperar las regiones occidentales del antiguo
Imperio romano sin éxito; en sus expediciones militares
llegó hasta las costas de la península
Ibérica. Desde el siglo VII al XII, en el imperio de
Oriente, llamado Imperio Bizantino (por tener su capital
en Bizancio o Constantinopla), se desarrolló una cultura
peculiar, expresada en lengua griega, distinta a la de Occidente.
La Iglesia de Bizancio, u ortodoxa, se alejó
también de la Iglesia católica romana.

Los musulmanes conquistaron muchas
provincias del imperio bizantino y el norte de África. A
comienzos del siglo VIII llegaron a la península
Ibérica, a Samarcanda, en el centro de Asia, y al
río Indo. Esa rápida expansión se
debió, entre otros motivos al convencimiento de los
musulmanes de que Dios guiaba sus pasos, a la debilidad del
imperio bizantino y el malestar de muchos de sus campesinos, que
estaban sometidos en régimen de servidumbre; al aumento de
riqueza de los conquistadores por el botín conseguido con
la guerra y a la tolerancia de los musulmanes hacia los pueblos
dominados, a quienes permitían mantener su religión
a cambio de pagar un tributo.

El islam surgió en Arabia en el siglo VII
de la era cristiana con la aparición del profeta Mahoma.
Un siglo después de su muerte, el Estado islámico o
musulmán se extendía desde el Océano
Atlántico en el oeste hasta Asia Central en el este. Este
imperio no se mantuvo unido por mucho tiempo; el nuevo sistema de
gobierno pronto derivó en una guerra civil conocida para
los historiadores del islam como la Fitna, y posteriormente
afectada por una Segunda Fitna. Después de esto,
dinastías rivales reclamarían el califato, o
liderazgo del mundo musulmán, y muchos estados e imperios
islámicos ofrecieron sólo una obediencia
simbólica al califa, incapaz de unificar el mundo
islámico.

A pesar de esta fragmentación del
islam como comunidad política, los imperios del califato
Abbasí, los mogoles y los otomanos Selyúcidas
estaban entre los más grandes y poderosos del mundo.
Los árabes hicieron muchos centros
islámicos de cultura y ciencia de los cuales surgieron
notables científicos, astrónomos,
matemáticos, doctores y filósofos islámicos
durante la llamada "era dorada del islam". La tecnología
floreció; hubo mucha inversión en infraestructura
económica, como sistemas de irrigación y canales.
El hincapié en la importancia de la lectura del
Corán produjo un alto nivel de alfabetización en la
población general.

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Mapa que muestra la extensión del imperio
islámico en todo su esplendor. En rojo oscuro se presentan
los territorios conquistados por Mahoma, en rojo claro los
territorios conquistados por los califas ortodoxos y en amarillo
los territorios conquistados por la dinastía
Omeya.

La Wikipedia, bajo el tema de "ciencia medieval", expone
en parte: «En Oriente Medio, la filosofía griega
pudo encontrar algo de apoyo pasajero de la mano del
recién creado Califato Islámico (Imperio
islámico). Con la extensión del Islam en los siglos
VII y VIII, se produjo un periodo de ilustración
islámica que duraría hasta el siglo XV. En el mundo
islámico, la Edad Media se conoce como la Edad de Oro
Islámica, cuando prosperaron la civilización y la
sabiduría islámica. A este período dorado de
la ciencia islámica contribuyeron varios factores. El uso
de una única lengua, el árabe, permitía la
comunicación sin necesidad de un traductor. Las
traducciones de los textos griegos de Egipto y el Imperio
bizantino, y textos en sánscrito de la India,
proporcionaban a los eruditos islámicos una base de
conocimiento sobre la que construir. Además, estaba el
Hajj. Este peregrinaje anual a La Meca facilitaba la
colaboración erudita uniendo a las personas y favoreciendo
la propagación de nuevas ideas por todo el mundo
islámico».

Al parecer, cuando el imperio bizantino
cayó en poder musulmán, la helenización se
extendió en parte al imperio islámico, pues los
árabes, al igual que hicieron los cristianos de occidente
desde el siglo II hasta el Renacimiento, asimilaron prontamente
las enseñanzas filosóficas de la Grecia
Clásica. Esto fue bastante fecundo en muchos aspectos,
pero al mismo tiempo abrió camino a las teorías de
la generación espontánea de la vida. La Wikipedia,
bajo el tema "Historia del pensamiento evolucionista", subtema
"Edad Media: Filosofía islámica y la lucha por la
existencia", informa:

«Mientras que las ideas
evolucionistas griegas y romanas desaparecieron de Europa con
posterioridad a la caída del imperio romano [occidental],
no fue así entre los científicos y filósofos
musulmanes. Durante la Edad de Oro del Islam, en las escuelas
islámicas se enseñaban teorías primitivas de
la evolución. El científico, filósofo e
historiador del siglo XIX John William Draper enmarcó los
escritos del siglo XII de Al-Khazini como parte de lo que
denominó la "teoría mahometana de la
evolución" (ver Nota, abajo). Comparó
estas ideas primitivas con teorías biológicas
posteriores, argumentando que las primeras estaban desarrolladas
"[…] mucho más allá de lo que nosotros lo
hacemos, extendiéndolas hasta los objetos
inorgánicos o minerales". El escritor afroárabe
Al-Jahiz, en el siglo IX, fue el primero en intentar describir la
evolución de las especies. Estudió los efectos del
entorno en las posibilidades de supervivencia, y describió
la lucha por la existencia y las cadenas tróficas. En un
fragmento de "El libro de los animales" puede leerse: "Los
animales se encuentran involucrados en una lucha por la
existencia: por los recursos, para evitar ser devorados, y para
reproducirse. Los factores ambientales influyen en los organismos
para desarrollar nuevas características que aseguren su
supervivencia, transformándose así en otras
especies. Los animales que sobreviven y se reproducen pueden
traspasar sus características a la descendencia"
(Al-Jahiz, El libro de los animales).

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El "Al-Fawz Al-Asghar" de Ibn Miskawayh y la
"Enciclopedia de los Hermanos de la Pureza" (las epístolas
de Ikhwan Al-Safa) expresaban ideas sobre cómo las
especies se desarrollaban; de la materia al vapor y de
allí al agua, después los minerales en plantas,
continuando con los simios y, finalmente, los humanos.
También el polímata Ibn Al-Haytham escribió
un libro en el que defendía el evolucionismo. Otros muchos
estudiosos y científicos musulmanes, como Abu Rayhan,
Al-Biruni, Nasir Al-Din Tusi e Ibn Khaldun, discutieron y
desarrollaron estas ideas. Con la posterior traducción de
sus obras al latín, sus trabajos comenzaron a estar
presentes en el mundo occidental a partir del Renacimiento, y es
posible que tuvieran cierta influencia en la ciencia de
occidente».

NOTA:

La denominación de "teoría
mahometana de la evolución" hecha por John William Draper
para enmarcar los escritos de Al-Khazini puede dar lugar a
objeciones por parte de algunos investigadores, quienes
quizás estarían más de acuerdo en
sustituirla por la designación de "teoría
islámica o musulmana de la evolución", pues la
expresión "teoría mahometana" podría
implicar al mismo profeta Mahoma, mientras que "teoría
islámica o musulmana" no afectaría necesariamente a
dicho profeta, aunque sí a sus seguidores posteriores.
Además, no se encuentran datos que induzcan a pensar que
Mahoma fuera cautivado por el pensamiento filosófico
griego (helenización) y consecuentemente por un punto de
vista ateo del origen de la vida sobre nuestro planeta, pues
durante su vida la expansión musulmana no pasó de
la península arábica, tal como se muestra en el
mapa de la página 11. En cambio, los califas ortodoxos que
le sucedieron se anexionaron el imperio romano de oriente y
crearon una cultura en donde la helenización procedente
del imperio bizantino conquistado se transmitió a los
intelectuales musulmanes. Así, pues, en la llamada Edad de
Oro del Islam, tras la muerte de Mahoma, es cuando debió
florecer la más propiamente denominada "teoría
mahometana de la evolución".

En este fenómeno histórico de
helenización de los filósofos y teólogos de
la cristiandad y del islamismo encontramos un denominador
común: la elaboración de unas creencias enrevesadas
a partir de una fe inicial relativamente sencilla, empleando como
instrumentos de edificación las ideas y los métodos
filosóficos procedentes de los griegos clásicos.
Por lo tanto, durante la Edad Media nos encontramos que Occidente
y Oriente se alejan considerablemente del punto de vista original
de los patriarcas a pesar de considerarlos profetas de Dios.
Empero, otro tanto ocurre con el judaísmo, cuya
helenización comenzó incluso antes que naciera el
cristianismo.

En sí misma, la helenización trajo
progreso para la ciencia y para la tecnología. Sin
embargo, junto con el caudal de conocimientos aprovechables se
infiltraron pensamientos perjudiciales para la credibilidad del
Génesis, entre ellos, las conocidas teorías ateas
de la generación espontánea de la vida. Al parecer,
éste fue el escollo que no lograron salvar las tres
religiones principales que se consideraban emparentadas con los
profetas del Génesis: cristiandad, islamismo y
judaísmo.

Por otra parte, hay constancia de que no
todos los individuos pertenecientes a dichas religiones se
dejaron seducir por las teorías ateas del origen de la
vida, aunque eventualmente se sintieran inclinados a pensar que
la generación espontánea era parcialmente cierta y
podía darse sobre la materia orgánica en
descomposición, pero siempre con posterioridad al Tercer
Día Creativo del Génesis. Entre éstos
encontramos tal vez a algunos cristianos valdenses, quienes
respetaban profundamente la Sagrada Escritura, la cual incluye al
Génesis. No sabemos si algún judío ortodoxo
o musulmán del Medievo tuvo el mismo pensamiento o
similar, pero sin duda la fuente histórica del
Génesis estaba a disposición de un cierto
número de ellos: para los judíos como parte de la
escritura revelada a Moisés y para los musulmanes porque
el mismo Corán alenta indirectamente su aceptación
y su conocimiento (Suras de Al-bacarah 2: 284, Al-bacarach 2: 3,
Ali'Imrán 3: 2 y 3, Iunus 10: 94).

El
Renacimiento.

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