Interacción de la unidad mente – cuerpo en los procesos de salud. Enfermedad: esclerosis múltiple
INTRODUCCIÓN
Desde que el hombre comenzó a
preguntarse por las relaciones entre la función cerebral y
la conducta, el pensamiento científico ha fluctuado entre
concepciones dualistas y monistas. Hasta hace unos años
primaba la posición dualista en las diferentes
áreas del conocimiento que estudiaban el cuerpo y la mente
(psique) como entidades autónomas, dando origen a
disciplinas que dividieron al hombre en una parte psíquica
y una parte corporal, cuyo análisis se hacía por
separado, sin tener en cuenta la realidad total (Canelones, 2001;
Mías, 2003; Santiago, 2001b).
Sin embargo, esta concepción ha
cambiado en las últimas décadas, gracias a los
esfuerzos por entender al hombre y a los avances
científicos y tecnológicos logrados. Es así,
como diferentes disciplinas han aportando abundante
información relacionada con la influencia de los procesos
mentales sobre las reacciones corporales; y nuevos elementos de
consideración en el estudio de la conducta humana (Kern
& Ziemssen, 2008; Mías, 2003), hacen
pensar que la mente y el cuerpo, que habían sido
consideradas independientes, realmente "forman una
unidad funcional indisociable que responde al medio de forma
holística o molar, tanto en las respuestas externas,
comportamiento, como en las respuestas internas" (Monserrat,
2008) producidas en la mente-cerebro.
Cada vez se conocen más datos que
respaldan esta hipótesis. Así por ejemplo, se ha
demostrado que diferentes estados psicológicos y factores
biopsicosociales como el estrés, las emociones positivas o
negativas y la conducta, afectan la función inmune,
que a su vez, parece inducir cambios profundos en el
afecto y el comportamiento (Fors, Quesada & Peña,
1999; Kern & Ziemssen, 2008). Igualmente, se
admite que los estados cambiantes del organismo influyen sobre la
conducta, siendo la actividad nerviosa la privilegiada en dicha
influencia, […] que no solo atañe a las funciones
primarias del SN (reflejos, sensaciones y movimientos) sino
también a expresiones psicológicas complejas
(motivaciones, emociones, lenguaje, pensamiento, etc.)
(Mías, 2003).
También hay evidencias indirectas
que demuestran que, los trastornos psicológicos, son
capaces de alterar el sistema inmune, lo que puede influir en la
vulnerabilidad a las enfermedades, y al curso de las mismas. Por
ejemplo se ha observado en personas afectadas por desastres
naturales, que genera altos niveles de estrés con el
consiguiente aumento de la activación fisiológica
(arousal) y, en consecuencia, la vulnerabilidad necesaria para la
presentación de múltiples dificultades en la esfera
psíquica, tales como: los desordenes de ansiedad y, entre
ellos, el trastorno por estrés postraumático;
así como enfermedades físicas asociadas a este que
van, desde las consecuencias directas del desastre, hasta
cualquier enfermedad sistémica como consecuencia de la
alteración del sistema inmunológico (Canelones,
2001).
Las neurociencias particularmente, y entre
ellas la biopsicología, han buscado respuestas a estos
cuestionamientos, centrando su atención en "la actividad
del sistema nervioso y la individualidad de la acción
humana" (Sánchez, 2008), en los posibles efectos que
tienen las funciones cerebrales sobre la conducta normal y
patológica; encontrando que existe una gran variedad de
alteraciones fisiológicas que pueden ocasionar trastornos
psicológicos y psiquiátricos, que a su vez pueden
exacerbar la enfermedad física, confirmando la influencia
de lo psíquico en la relación salud-enfermedad de
los diferentes sistemas del organismo aparentemente por medio del
sistema inmune (Fride, 2008; Nieto, Abad, Esteban
& Tejerina, 2004; Santiago, 2001b).
Es así como las investigaciones han
demostrado que la mente y el cuerpo se comunican entre sí,
y a su vez con el entorno, siendo incluso una unidad indivisible,
inseparable e interdependiente que modula los procesos de salud y
enfermedad y puede impactar sobre la calidad de vida de los
individuos (Moriello, 2005; Santiago, 2001b; Ucha, 2008). "Una
extensa red de comunicaciones interrelacionadas a través
de moléculas como los neurotransmisores, las hormonas y
las citoquinas" (Eiguchi & Soneira, 2002) que actúan
como mensajeras, llevando información entre los sistemas
nervioso, endócrino e inmune. Un intercambio permanente de
información bidireccional, dinámico y complejo
entre sistemas, que permite establecer contacto entre los
procesos mentales y corporales (Fors, Quesada & Peña,
1999; Klinger, Díaz, Arturo, Ávila &
Tobar, 2002; Klinger, Herrera, Díaz, Jhann,
Ávila & Tobar, 2005; Miralles, Otin & Rojo, 2003;
Tremearne, 2003; Ucha, 2008)
De esta manera, la comprensión de la
unidad mente-cuerpo se extiende a la relación de lo
psíquico con todo el organismo, como ocurre en diversidad
de enfermedades cardiovasculares, digestivas,
dermatológicas, y enfermedades autoinmunes;
señalando que la mente (o la actividad del cerebro) es la
primera línea que el cuerpo posee para defenderse de la
enfermedad, desarrollarla o exacerbarla (Santiago, 2001b; Ucha,
2008).
En las próximas páginas se
abordarán las implicaciones que esta comunicación
bidireccional entre los sistemas nervioso, inmune y endocrino
tienen particularmente sobre la esclerosis múltiple, la
enfermedad autoinmune más frecuente del sistema nervioso
central, que se desarrolla en individuos genéticamente
susceptibles y cuya expresión clínica
puede ser modificada por ambientes permisivos y protectores.
Afectando principalmente a adultos jóvenes,
siendo una enfermedad de carácter crónico y
discapacitante (Anaya, Shoenfeld, Correa, García-Carrasco
& Cervera, 2005).
Reconocida por presentar múltiples
lesiones a nivel del sistema nervioso central, caracterizadas por
inflamación, desmielinización y gliosis; y en la
cual participan coordinadamente diversas moléculas como
citoquinas, oligodendrocitos, linfocitos, hormonas,
comprometiendo tanto al sistema nervioso como al sistema inmune y
el endocrino, confirmando así, una interrelación
sistémica en su patogénesis (Anaya, Shoenfeld,
Correa, García-Carrasco & Cervera, 2005;
Aréchiga-Urtuzuástegui, 1999).
Esta comunicación
intersistémica en la esclerosis múltiple, se
abordará paso a paso en páginas subsecuentes.
Inicialmente se comentarán por separado los conceptos
generales de cada sistema, a manera de introducción, sin
buscar la profundidad que tendrían los textos
de inmunología, endocrinología, o
psicobiología, confiando en que queden establecidas las
bases que facilitarán el abordaje de esta
interacción y sus elementos característicos.
Seguidamente, se pasará al planteamiento del estrés
y sus implicaciones en el organismo, sus componentes
básicos, definiciones y factores asociados, y su papel en
la interacción entre los sistemas nervioso, inmune y
endocrino. Procediendo finalmente a la unión de todos
estos fundamentos en relación con la esclerosis
múltiple, competencia última de este
trabajo.
En las páginas finales se ofrece un glosario, el
cual contiene una serie de términos, que ayudarán
al lector en la comprensión del texto, que ha sido pensado
principalmente, para quienes buscan iniciarse en el
tema.
Esta monografía ofrece pues, una
presentación de la interacción de la unidad mente-
cuerpo en los procesos de salud-enfermedad, más
específicamente en una de las enfermedades autoinmunes
neurológicas más significativas: la esclerosis
múltiple.
1. MARCO
CONCEPTUAL
1.1. Sistema
neuro-inmuno-endocrino
1.1.1. Sistema inmune
El Sistema Inmune (SI) es el encargado de
identificar y eliminar cualquier agente o sustancia
extraña que ingrese al organismo (antígeno) y que
comprometa su equilibrio, entre los cuales podrían estar
los virus, las bacterias, los hongos y los parásitos; y
las células alteradas, las células que no
pertenecen al cuerpo (trasplantes), o las células que si
pertenecen al organismo, pero nunca han entrado en contacto con
el resto del mismo, como se da en las enfermedades autoinmunes
(Kalat, 2004; Oblitas, s.f.; Trujillo, Oviedo- Joekes &
Vargas, 2001; Vera-Villarroel & Buela-Casal,
1999).
De acuerdo con esto, entre las funciones
básicas del sistema inmune se pueden señalar las
siguientes: la vigilancia permanente del organismo ante la
aparición de peligros inmunológicos; la
detección y eliminación de antígenos (Ag);
la detección y eliminación de material
extraño no infeccioso (células muertas en los
propios tejidos); la curación de heridas y
eliminación de residuos; y la detección y
eliminación de tumores y tejido neoplásico
(Oblitas, s.f.).
Los órganos de este sistema
comparten innervación con el sistema nervioso
autónomo (SNA), especialmente terminales de la
inervación del sistema nervioso simpático (SNS),
porque sus fibras terminan en los órganos
linfáticos (médula ósea, timo, bazo y
ganglios linfáticos), o en la proximidad de una gran
variedad de células blanco del sistema inmunológico
(macrófagos, linfocitos T CD4+ y CD8+ y NK) (Gómez
& Escobar, 2008). "La denervación
simpática de los órganos inmunes trae como
consecuencia un incremento en la susceptibilidad a las
enfermedades infecciosas e inflamatorias" (Gómez
& Escobar, 2008), que pueden tener
sintomatología psiquiátrica semejante a la
clínica depresiva o a los trastornos de ansiedad, debido a
las diversas interconexiones entre ambos sistemas (nervioso e
inmune) (Pérez, 2008).
El sistema inmune cuenta con diversos
mecanismos de acción contra los antígenos, que
dividen la respuesta inmune en dos clases. La inmunidad innata o
inespecífica, es primera línea de defensa del
organismo, y actúa rápidamente aislando el tejido
dañado y la infección en el punto de entrada del
agente patógeno. Implica distintas clases de
células y moléculas, principalmente
macrófagos, neutrófilos, células asesinas
naturales (NK por su nombre en inglés: natural killers),
enzimas, sistema de complemento y citoquinas (TNF,
IL-1,IL-10, IFN-a, IFN-?) (Anaya, Shoenfeld, Correa,
García-Carrasco & Cervera, 2005;
Trujillo, Oviedo-Joekes & Vargas, 2001; Vera-Villarroel &
Buela-Casal, 1999). Este tipo de respuesta "tiene la
capacidad de reconocer productos microbianos básicos para
la sobrevida del microorganismo, lo cual pretende asegurar la
eliminación rápida y eficaz del patógeno,
antes de que se instaure la infección" (Anaya, Shoenfeld,
Correa, García-Carrasco & Cervera, 2005). La respuesta
innata es inespecífica porque solo identifica clases de
microorganismos y este reconocimiento no se hace a nivel
molecular (Anaya, Shoenfeld, Correa, García-Carrasco &
Cervera, 2005).
La inmunidad adaptativa o
específica, es la segunda respuesta del sistema inmune,
capaz de reconocer y eliminar específicamente
microorganismos o moléculas extrañas, gracias a la
participación de células presentadoras de
antígeno (CPA), linfocitos T (supresores,
citotóxicos y ayudadores) y linfocitos B, entre otras.
Esta respuesta se inicia cuando un elemento extraño entra
en el organismo generando una cadena de sucesos que llevan a la
producción de anticuerpos (Ac), respondiendo
selectivamente a través de características como
especificidad del antígeno, diversidad y capacidad de
generar memoria inmunológica (Anaya, Shoenfeld, Correa,
García-Carrasco & Cervera, 2005; Trujillo,
Oviedo-Joekes & Vargas, 2001; Vera-Villarroel &
Buela-Casal, 1999; Zapata, 2003).
Los anticuerpos, denominados también
inmunoglobulinas (Ig) por su papel inmunológico, "cumplen
un papel importante en la defensa contra microorganismos, pero en
ocasiones se producen como respuesta a otros inmunógenos,
causando daño en su reacción" (Mejía, 2007),
ocasionando enfermedades autoinmunes (artritis reumatoidea,
esclerosis múltiple). Se conocen cinco clases de
Inmunoglobulinas (IgG, IgM, IgA, IgD, IgE) según sus
diferencias antigénicas individuales (Mejía,
2007).
La IgG es la más abundante,
representando así la mayoría de los anticuerpos
contra virus, bacterias, parásitos y hongos; tiene
propiedades opsonizantes, efectos citolíticos, capacidad
de fijar complemento y de neutralizar toxinas, y es la
única inmunoglobulina que atraviesa la
barrera placentaria, por lo cual es responsable de la
protección del recién nacido durante
las primeras semanas (Mejía, 2007).
Las IgM son los primeros anticuerpos en
responder a la infección, después de la entrada del
antígeno. La IgA protege al recién nacido al
presentarse en las secreciones externas como la leche materna. La
IgD se ha encontrado unida a las membranas de los linfocitos B de
la sangre. Finalmente, la IgE se ha visto involucrada en los
procesos alérgicos al propiciar la liberación de
gránulos de histamina y otros mediadores
(Mejía, 2007).
La inmunidad específica a su vez, se
divide en dos tipos: inmunidad humoral e inmunidad celular. La
inmunidad humoral conduce a la secreción de
moléculas específicas (anticuerpos) por parte de
los linfocitos B (Anaya, Shoenfeld, Correa, García-
Carrasco & Cervera, 2005; Garfield, 1986; Trujillo,
Oviedo-Joekes & Vargas, 2001; Vera- Villarroel &
Buela-Casal, 1999), constituyéndose como el "principal
mecanismo de defensa contra microorganismos extracelulares y las
toxinas que estos puedan producir; involucra la
interacción de las células B con el antígeno
y su subsiguiente proliferación y diferenciación a
células plasmáticas encargadas de secretar los
anticuerpos específicos" (Anaya, Shoenfeld, Correa,
García-Carrasco & Cervera, 2005).
Por otro lado, la respuesta inmune celular
inicia cuando una sustancia extraña es fagocitada por las
células presentadoras de antígenos
(macrófagos, células dendríticas),
permitiendo que los linfocitos T se activen al reconocer el
antígeno y comiencen a diferenciarse y multiplicarse por
división celular, incrementando el números de
celulas T con receptores específicos para el
antígeno invasor (Anaya, Shoenfeld, Correa, García-
Carrasco & Cervera, 2005; Mustaca, 2001; Trujillo,
Oviedo-Joekes & Vargas, 2001; Vera- Villarroel &
Buela-Casal, 1999). "Esta respuesta ejerce su función
sobre los antígenos que puedan quedar inaccesibles a la
acción de anticuerpos circulantes al quedar en el interior
de las células, especialmente dentro de macrófagos
y fagocitos en general, promoviendo la destrucción de
estas células infectadas con microorganismos y eliminar
los reservorios de la infección" (Anaya, Shoenfeld,
Correa, García-Carrasco & Cervera, 2005).
Mientras que la respuesta innata es simple,
invariable, rápida, sin memoria y evolutivamente
más antigua, la respuesta adaptativa es compleja, de
reacción lenta y evolutivamente más actual, de alta
especificidad con respecto a patógenos determinados y con
memoria inmunológica, puesto que su intensidad incrementa
al aumentar el número de exposiciones al mismo
antígeno. La respuesta adaptativa puede distinguir entre
diferentes antígeno de un microorganismo (Anaya,
Shoenfeld, Correa, García-Carrasco & Cervera, 2005;
Mustaca, 2001; Trujillo, Oviedo-Joekes & Vargas, 2001;
Vera-Villarroel & Buela-Casal, 1999; Zapata,
2003).
Sin embargo, la respuesta
inmune innata y la inmunidad adquirida no operan por separado, al
contrario, son vías complementarias a través de las
que se genera una respuesta inmunológica más
efectiva. En la mayoría de los casos las reacciones
producidas por la inmunidad innata conllevan a una
activación de la inmunidad específica o adquirida,
para asegurar la eliminación del agente agresor, de tal
forma que la respuesta inmune adquirida, busca activar y producir
factores que estimulen e incrementen la respuesta inmune innata y
aseguren una mejor respuesta inmunológica frente a futuros
encuentros con el mismo microorganismo o antígeno (Anaya,
Shoenfeld, Correa, García-Carrasco & Cervera,
2005).
Ambos tipos de inmunidad tienen la
capacidad, bajo condiciones normales de discriminar entre lo
propio y lo no propio y responder sólo ante
moléculas extrañas, lo cual es esencial para la
homeostasis inmunológica y el bienestar del organismo en
general, ya que una alteración en esta capacidad puede
generar procesos patológicos como la autoinmunidad e
incluso, pueden llegar a ser fatales. A esta capacidad se le
conoce como tolerancia inmunológica, que se da a nivel
central y periférico y es preparada y mantenida por
algunos mecanismos, incluyendo selección de linfocitos T
por respuesta a presentación antigénica,
eliminación de linfocitos autorreactivos,
inactivación funcional y bloqueo de la
estimulación (Anaya, Shoenfeld, Correa,
García-Carrasco & Cervera, 2005).
El sistema inmune tiene una serie de
componentes que median las diferentes respuestas
inmunológicas, así la respuesta inmune innata se
compone de barreras anatómicas (piel, mucosas,
queratinocitos, glándulas sebáceas),
proteínas circulantes y células implicadas en la
quimiotaxis, diapédesis y opsonización
(células dendríticas, células
asesinas naturales, monocitos/macrófagos); mientras que la
respuesta inmune adaptativa está compuesta por linfocitos
T y B, células presentadoras de antígenos
profesionales y células efectoras (linfocitos T y B
activados, fagocitos mononucleares, linfocitos
polimorfo-nucleares y células asesinas naturales) (Anaya,
Shoenfeld, Correa, García-Carrasco & Cervera,
2005).
Para el adecuado funcionamiento del sistema
inmune, ambos tipos de respuestas producen citoquinas y
quimioquinas "compuestas por factores solubles con la habilidad
de transmitir mensajes entre las células del sistema
inmune y entre éste y otros sistemas, como por ejemplo el
sistema endocrino o nervioso" (Anaya, Shoenfeld, Correa,
García- Carrasco & Cervera, 2005).
Las citoquinas son glicoproteínas de
bajo peso molecular y función hormonal, que actúan
en cascada regulando muchos procesos inmunobiológicos y
homeostáticos (hemopoiesis, proliferación,
diferenciación celular, apoptosis). Son producidas tanto
en la inmunidad innata como adquirida, interviniendo en la
regulación de la respuesta inmune y en los procesos
inflamatorios que se dan como respuesta de los tejidos vivos ante
una agresión(Greca, 2008; Klinger, Díaz, Arturo,
Ávila & Tobar, 2002; Klinger, Herrera, Díaz,
Jhann, Ávila & Tobar, 2005; Mejía,
2007).
Los procesos inflamatorios comprenden "una
serie de mecanismos que determinan cambios homeostáticos
en la sangre, el tejido conectivo y las estructuras vasculares,
encaminados a controlar el agente agresor y a reparar los
daños ocasionados por el mismo" (Mejía, 2007). En
sí, la inflamación es un proceso normal que hace
parte de los mecanismos de defensa del sistema
inmunológico, sin embargo, puede darse inútilmente
o prolongarse más allá de lo necesario, dando lugar
a manifestaciones clínicas importantes (síntomas
depresivos y cambios cognitivos) y daños tisulares
(Mejía, 2007; Uribe, 2006). "Las principales citoquinas
que participan en los acontecimientos celulares y
moleculares asociados con los fenómenos
inflamatorios son la IL-1, IL-6, TNF-a y algunos
miembros de la familia de las quimioquinas" (Peña,
2007), al igual que IFN-y, el cual es "producido por
linfocitos Th1 en las respuestas inmunes específicas y por
células NK activadas" (Peña,
2007).
Las quimioquinas, son citoquinas
quimiotácticas de bajo peso molecular, que dirigen la
migración y función leucocitaria e intervienen en
diversos procesos fisiológicos y patológicos de la
respuesta inmune (Anaya, Shoenfeld, Correa,
García-Carrasco & Cervera, 2005; Cano & Montoya,
2001; Wainstok, 2003).
Las citoquinas reciben sus nombres por las
células que las producen, así: los linfocitos
segregan linfoquinas, los monocitos monoquinas y los leucocitos
interleuquinas (Greca, 2008). Las linfoquinas son sustancias
proteicas producidas por linfocitos de células
blásticas, que por distintos mecanismos atacan al
antígeno (Mejía, 2007). Las monoquinas
son citoquinas pro-inflamatorias (IL-8, IL-15, IL-18, IFN-a y ? y
TNF-a) cuya expresión es inducida
según el tipo de germen (los virus inducen IFN-a, IFN-? e
IL-15 y las bacterias IL-1 y TNF-a) (Klinger,
Díaz, Arturo, Ávila & Tobar, 2002; Klinger,
Herrera, Díaz, Jhann, Ávila &
Tobar, 2005). Finalmente las interleuquinas (IL) son
glicopéptidos que estimulan la
proliferación y maduración de los linfocitos T
(Mejía, 2007).
En la inmunidad innata, las citoquinas se
producen inmediatamente luego del contacto de las células
implicadas en esta respuesta con el antígeno, siendo
los monocitos/macrófagos activados y los
linfocitos activados u otras células (endoteliales y
fibroblastos) su principal fuente (Peña, 2007). Entre las
citoquinas producidas en la respuesta inmune innata están:
IL-1, IL-6, IL-10, IL-12 e IL-18, el factor de necrosis
tumoral (TNF) y los interferones (IFN) tipo I (IFN-a,
IFN-?) y II (IFN-y) (Anaya, Shoenfeld, Correa,
García-Carrasco & Cervera, 2005; Peña,
2007).
La IL-1 tiene efectos pro-inflamatorios al
inducir la liberación de histamina en los mastocitos,
generando vasodilatación y aumento de la permeabilidad
vascular en el lugar de la inflamación; promueve la
síntesis de proteínas de fase aguda y actúa
sobre el sistema nervioso central induciendo el sueño y la
anorexia característicos de los procesos infecciosos
(Peña, 2007). La reacción de fase aguda se asocia
con la producción adicional de péptidos durante los
episodios febriles, pues los órganos y glándulas
asociadas al sistema inmune son particularmente lábiles al
aumento de la temperatura corporal (Mejía,
2007).
Junto con la IL-1, la IL-6 es la principal
inductora de la síntesis de proteínas de fase aguda
(principalmente fibrinógeno). Tiene efectos en la
inflamación, promueve la diferenciación de
linfocitos B hacia células plasmáticas induciendo
la producción de inmunoglubulinas, aumenta la
producción de IL-2 y el desarrollo de los precursores
hematopoyéticos dependientes de la IL-3 (Peña,
2007).
La IL-10 inhibe la síntesis de otras
citoquinas (IFN-y, TNF-a, IL-2, IL-12) y la expresión de
complejo mayor de histocompatibilidad clase II; tiene efectos
antiproliferativos e inmunomoduladores; regula la
angiogénesis y las funciones mediadas por linfocitos T y
B; e induce la síntesis de IgG (Peña,
2007).
La IL-12 tiene la capacidad de dirigir la
diferenciación de linfocitos Th hacia células
efectoras tipo Th1, incrementa la actividad citotóxica de
las células NK e induce células LAK (linfocitos
asesinos activados por linfocinas) por linfocitos T y
células NK; y activa e incrementa la producción de
interferón y linfocitos T citotóxicos; se relaciona
estrechamente con la IL-18, la cual posee la misma capacidad de
inducción de IFN-y en linfocitos T y células NK
(Peña, 2007).
El interferón (IFN) tiene capacidad
antiviral y ejerce efectos reguladores sobre la
proliferación y la diferenciación de varios tipos
celulares, potenciando y regulando la capacidad de respuesta
inmune en general (Mejía, 2007; Peña, 2007);
"aumenta la acción lítica de las células NK
y modula la expresión de moléculas del complejo
mayor de histocompatibilidad (CMH) aumentando las de clase I e
inhibiendo las de clase II" (Greca, 2008). Los
interferones "son producidos por los leucocitos, los linfocitos
circulantes y los fibroblastos del tracto gastrointestinal"
(Mejía, 2007).
El complejo mayor de histocompatibilidad es
un conjunto de genes localizados en el brazo corto del cromosoma
6, que desempeñan un papel muy importante en el
reconocimiento de células propias del organismo,
permitiéndole diferenciarlas de agentes patógenos
(Zuil, 2008). Sus componentes principales son los
antígenos de leucocitos humanos (HLA por su nombre en
inglés: human leukocytes antigens) de clase I y clase II,
formados por una agrupación de genes que participan en la
presentación de péptidos intra y extracelulares,
determinando la especificidad del reconocimiento
antigénico por parte de los linfocitos T (Anaya,
Shoenfeld, Correa, García-Carrasco & Cervera, 2005;
Sánchez, 2006). Básicamente son
"proteínas genéticamente determinadas que influyen
en el sistema inmunológico" (NINDS, 2002),
las cuales se encuentran en las membranas de todas las
células corporales, donde actúan como
señales hacia el sistema inmune, para confirmar que las
células hacen parte del cuerpo, y por ende no deben ser
atacadas (MSIF, 2006; Sánchez, 2006). Los antígenos
para leucocitos humanos clase I presentan péptidos a los
linfocitos T CD8+ y los de clase II presentan péptidos a
los linfocitos T CD4+ (Anaya, Shoenfeld, Correa,
García-Carrasco & Cervera, 2005).
Continuando con los interferones, cuando
los linfocitos T CD8+ reconocen a los antígenos
extraños unidos a las moléculas de clase I del
complejo mayor de histocompatibilidad, el interferón
"activa la fase efectora de la inmunidad mediada por
células y puede inhibir la fase de reconocimiento del
antígeno y prevenir la activación de los linfocitos
T ayudadores unidos a las moléculas de clase II del CMH"
(Greca, 2008). El interferón también inhibe la
proliferación celular a través de las mismas
enzimas que inhiben la replicación viral (Greca, 2008). Se
clasifican en interferón tipo I y tipo II.
Los interferones de tipo I (IFN-a y IFN-?),
tienen capacidad antiviral y antiproliferativa principalmente; y
el IFN-y de tipo II con un mayor efecto inmunomodulador, activa
los linfocitos T citotóxicos y las NK. Ambos tipos
incrementan la expresión de moléculas de complejo
mayor de histocompatibilidad de clase I (Greca, 2008;
Peña, 2007). El IFN-y es producido por monocitos y
macrófagos principalmente, mientras que el IFN-a es
secretado por fibroblastos y algunas células
epiteliales (Peña, 2007).
El factor de necrosis tumoral (TNF) es un
mediador esencial en la infección por bacterias y otros
microorganismos, ejerciendo numerosas funciones sobre las
respuestas inmunes (Greca, 2008; Peña, 2007). El factor de
necrosis tumoral se clasifica en dos:
El TNF-a es producido fundamentalmente por
monocitos y macrófagos en respuesta a antígenos
bacterianos, tales como el LPS [lipopolisacarido], siendo esta
citoquina el principal responsable del shock séptico
asociado a bacteriemias. También puede ser producido por
linfocitos T y B, NK, fibroblastos y mastocitos. Junto con la
IL-1 está implicado en los procesos inflamatorios
derivados de los procesos infecciosos, elevando la temperatura
corporal y produciendo caquexia y sueño al actuar sobre el
SNC. Por otra parte, induce la expresión de
moléculas de adhesión y estimula la
producción de IL-8 por células del endotelio
vascular, lo que contribuye a la
extravasación de linfocitos, neutrófilos y
monocitos. El TNF-? o linfotoxina, es producido exclusivamente
por linfocitos T activados, aunque se une a los mismos receptores
que el TNF-a e induce funciones similares (Peña,
2007).
Por otra parte, las citoquinas en la
inmunidad adaptativa son producidas por células efectoras
específicas. De esta forma, la inmunidad celular implica
linfocitos Th1, mientras que los Th2 promueven la respuesta
inmune humoral (Peña, 2007). Esta clasificación
corresponde a los linfocitos T ayudadores (Th), principalmente
células CD4+, que "estimulan la producción de
citoquinas y favorecen la activación de otras
células que participan en la respuesta inmune" como los
linfocitos B; y a los linfocitos T CD8+, que por su parte son
citotóxicos, en respuesta a la estimulación
antigénica y a la presencia de citoquinas producidas por
otras células, que también permiten clasificarlos
en Th1 o Th2 (Anaya, Shoenfeld, Correa, García-Carrasco
& Cervera, 2005; Klinger, Díaz, Arturo,
Ávila & Tobar, 2002).
Tanto las CD4+ como las CD8+ son las
células efectoras de la respuesta inmune celular y pueden
inducir la síntesis de citoquinas. "Estas células
pueden subdividirse en dos grupos conocidos como células T
ayudadoras tipo 1 (Th1), cuya característica
primordial es la síntesis de IL-2 e IFN-y, pero no
de IL-4, 5 ó 6, y células T ayudadoras tipo
2 (Th2) las cuales secretan IL-4, 5 y 6, pero no IL-2 ni
IFN-y" (Anaya, Shoenfeld, Correa,
García-Carrasco & Cervera, 2005).
Los linfocitos Th1 producen IL-2 e IFN-y
que activan macrófagos, células NK, CD4 y CD8
efectores de la inmunidad celular, mientras que las clonas Th2
secretan IL-4, IL-5, IL-6, IL-10 e IL-13 que modulan
la producción de las distintas clases y subclases de
inmunoglobulinas por los linfocitos B, así: IL4 induce la
síntesis de IgG 1, 3 y 4; IL-5 induce IgA y
eosinófilos, IL-6 induce IgM, e IgE es inducida por altos
niveles de IL-4 e IL-13. Las CPA y macrófagos
además de fagocitar y presentar antígenos modulan
la inmunidad específica, secretando IL-12 que estimula la
producción de IFN-y y células Th1; por el
contrario, si secretan IL-10 e IL-6 estimulan clonas
Th2 (Klinger, Díaz, Arturo, Ávila & Tobar,
2002).
Los linfocitos Th1 eliminan diferentes
gérmenes de crecimiento intracelular (virus,
micobacterias, tumores), mientras que los Th2 neutralizan y
opsonizan gérmenes extracelulares. "La polarización
Th1/Th2 del sistema inmune ejerce regulación cruzada
teniendo en cuenta que las citoquinas que generan células
Th1 inhiben el desarrollo de Th2 mientras que las interleuquinas
que generan células Th2 en su mayoría son anti-
inflamatorias y anulan las acciones pro-inflamatorias de las Th1"
(Klinger, Díaz, Arturo, Ávila & Tobar, 2002;
Klinger, Herrera, Díaz, Jhann, Ávila & Tobar,
2005).
Existe también un subgrupo de
linfocitos T reguladores (Th3) que producen IL-4,
IL-10 y factor de crecimiento transformador-?
(TGF-?), con funciones supresoras en la tolerancia
periférica y la homeostasis inmune. Y linfocitos Th0 que
producen altos niveles de IL-2, IL-4 e IFN-y, pero aún no
tienen un patrón definido de producción de
citoquinas (Anaya, Shoenfeld, Correa,
García-Carrasco & Cervera, 2005).
El TGF-? es producido por linfocitos T,
plaquetas y otros tipos de células, tiene efectos
inmunomoduladores, "incrementa la proliferación de
fibroblastos, osteoblastos y células musculares lisas e
incrementa la síntesis de proteínas de la matriz
extracelular, lo que favorece la curación de las heridas"
(Peña, 2007).
La IL-2 tiene un papel esencial en el
desarrollo de las respuestas inflamatorias crónicas tanto
humorales como celulares, es el principal agente de control de la
proliferación de células T, y es factor estimulador
del crecimiento de linfocitos T, B y NK (Peña, 2007);
además: promueve la actividad
citotóxica mediada por linfocitos T y células NK,
así como el desarrollo de células LAK
(células asesinas activadas por citoquinas). Tras unirse a
su receptor en linfocitos T, activa la secreción de IFN-a,
linfotoxina, IL-4, IL-3, IL-5 y GM-CSF. Sobre los
linfocitos B estimula su crecimiento y diferenciación
e incrementa la expresión de moléculas
de CMH de clase II (Peña, 2007).
La IL-15 comparte la estimulación de
células NK, la proliferación y
diferenciación linfocitaria, y otras actividades
biológicas con la IL-2; e "incrementa la expresión
de antígenos de HLA de clase I y II en varios tipos
celulares, lo que facilita su función presentadora de Ag y
activa a los macrófagos, incrementando su capacidad
tumoricida y de defensa contra las infecciones" (Peña,
2007).
La IL-4 por otro lado, posee efectos
inmunosupresores y promueve la diferenciación de
linfocitos T hacia células Th2, inhibiendo la
generación de células Th1; se ha relacionado con el
desarrollo de los procesos alérgicos y con el incremento
de IgE en las infecciones parasitarias (Peña,
2007).
La IL-13 está genéticamente
relacionada con la IL-4 por lo que comparte muchas de sus
funciones; tiene actividad inmunosupresora pues inhibe la
producción de citoquinas inflamatorias por los monocitos
junto con la IL-4 y la IL-10, incrementa la proliferación
y diferenciación de monocitos y linfocitos B, y promueve
la producción de IgE (Peña, 2007).
Finalmente, la IL-16 se acumula y secreta
en los linfocitos T CD8+, en respuesta a la estimulación
con serotonina o histamina; y tiene un factor
quimiotáctico de linfocitos debido a su efecto atrayente
sobre los linfocitos T CD4+ (Peña, 2007).
El Sistema Nervioso (SN) también
está involucrado en la modulación de la respuesta
inmune, al ser capaz de detectar alteraciones en la reactividad
inmune mediante un sistema sensorial molecular y de iniciar un
cambio en la misma (Gómez & Escobar, 2008). El sistema
nervioso envía señales al sistema inmune a
través de diversas estructuras mediante la
producción de hormonas y neurotransmisores, y el sistema
inmune emite sus propias señales mediante las citoquinas
(Greca, 2008).
El SNC actúa sobre la inmunidad a
través de varios mecanismos: a) respuesta hormonal frente
al estrés con liberación de glucocorticoides, b)
liberación de noradrenalina por el sistema nervioso
autónomo, c) liberación de neuropéptidos
(sustancia P) por los nervios periféricos, d)
producción local de hormona liberadora de ACTH (Greca,
2008).
1.1.2. Sistema nervioso
El Sistema Nervioso se encarga de producir
y conducir impulsos o corrientes eléctricas, responsables
de distintos aspectos de la conducta, y está conformado
principalmente por neuronas y células gliales (Garfield,
1986; Kolb & Whishaw, 2006).
Funcionalmente se divide en sistema
nervioso somático y sistema nervioso visceral. El
somático se encarga de transmitir información
sensitiva (tacto, temperatura, dolor) y controlar el movimiento
de los músculos esqueléticos (brazos, manos,
piernas). Mientras el visceral, por otro lado, controla los
órganos internos ajenos a la influencia de los vasos
sanguíneos (miosis, midriasis) (OIT, 1998).
Anatómicamente se divide en sistema
nervioso central (SNC), sistema nervioso periférico,
sistema nervioso autónomo (SNA) y sistema neuroendocrino
(SNE). El sistema nervioso central, formado por
cerebro y médula espinal, controla diversos aspectos de la
conducta (frecuencia cardíaca, respiración,
coordinación de movimientos, funciones mentales
superiores, expresión emocional). El sistema nervioso
periférico recibe información proveniente de
estímulos externos (receptores sensoriales), la conduce al
sistema nervioso central donde es procesada, y trae de vuelta las
respuestas efectoras (reacciones motoras) (OIT, 1998).
El sistema nervioso autónomo regula
los impulsos biológicos (temperatura, hambre, impulso
sexual) y las respuestas emocionales (motivación, estado
de ánimo, afectividad); controla la actividad de los
diferentes componentes viscerales y se subdivide en sistema
nervioso simpático (SNS) y sistema nervioso
parasimpático (SNP) que inervan los diferentes
órganos viscerales cumpliendo funciones contrarias para
lograr el efecto opuesto en pro de la homeostasis de las
funciones corporales. Entre las funciones del sistema nervioso
autónomo están "regular la actividad de los
músculos lisos, del corazón, de las
glándulas del aparato digestivo, de las glándulas
sudoríparas y de las suprarrenales y otras
glándulas endocrinas" (OIT, 1998).
Por último, el sistema
neuroendocrino es un modulador de la función corporal y de
la conducta humana. Se compone de glándulas que liberan
sus mensajes químicos a la circulación
sanguínea y controla el metabolismo corporal a
través de las hormonas. Es regulado por el sistema
nervioso central y por aferencias endocrinas (OIT,
1998).
Las neuronas son las células
funcionales del sistema nervioso, las cuales conducen
información en forma de impulso eléctrico, que pasa
a través de los axones y dendritas, donde se libera un
neurotransmisor (NT). Éste puede inhibir o excitar la
neurona próxima o los órganos efectores
(músculos y glándulas), posibilitando el paso de la
información mediante cambios momentáneos en el
potencial eléctrico de la neurona. Entre sus funciones
están la síntesis de proteínas, el
transporte axonal, la generación y conducción del
potencial de acción, la transmisión
sináptica y la formación y el mantenimiento de la
mielina (Garfield, 1986; OIT, 1998).
Los neurotransmisores son sustancias
químicas sintetizadas por las neuronas, que pueden
categorizarse por familias, así: aminoácidos
(glutamato, GABA, glicina, aspartato); péptidos, que
dependiendo de su tamaño pueden llamarse
polipéptidos o proteínas (endorfinas, sustancia P,
neuropéptido Y); aminoácido modificado
(acetilcolina), monoaminas (serotonina, dopamina, noradrenalina,
adrenalina); purinas (ATP, adenosina); y gases (óxido
nítrico) (Kalat, 2004).
En las neuronas, las dendritas están
revestidas de receptores sinápticos especializados, a
través de los cuales reciben la información
proveniente de otras neuronas; y los axones están
cubiertos por vainas de mielina con interrupciones entre estas,
llamadas nódulos de Ranvier. En los nervios
periféricos, estas vainas se originan en la membrana de
las células de Schwann, mientras que en el sistema
nervioso central proceden de las membranas de los
oligodendrocitos. La mielina es un material aislante que en ambos
casos facilita la propagación del potencial de
acción (Kalat, 2004; OIT, 1998).
El potencial de acción es una
respuesta rápida de despolarización y una ligera
vuelta a la polarización normal, que permite el paso del
impulso eléctrico y funciona de la siguiente
manera: cuando la membrana está en reposo, los canales de
sodio están cerrados, y los canales de potasio
están casi cerrados, por lo tanto, se impide el flujo de
sodio y el potasio circula lentamente. Entonces, la membrana de
la neurona, que es generalmente impermeable al sodio, incrementa
en alto grado su permeabilidad durante el potencial de
acción, abriendo los canales de sodio para que éste
circule libremente. Cuando el potencial de acción
está en marcha, los canales de potasio se abren
permitiendo que los iones de potasio circulen fuera del
axón transportando la carga positiva. Finalmente la bomba
de sodio-potasio restaura la distribución iónica
original.
Esta bomba de sodio-potasio, es una
compleja proteína que transporta
periódicamente tres iones de sodio fuera de
la célula e introduce dentro de esta dos iones de potasio.
Este proceso de reposo-activación neuronal, es el
mecanismo principal de transmisión de los impulsos
nerviosos (Kalat, 2004).
De otro lado, las células gliales,
otro tipo de células del sistema nervioso, no transportan
mensajes eléctricos por sí mismas, sin embargo,
intercambian sustancias químicas con neuronas vecinas. Las
células de la glía son de diferentes tipos:
ependimarias, astrocitos, microgliales, células de
Schwann, oligodendrocitos; y sirven de apoyo físico a las
neuronas y las proveen de nutrientes; ayudan a sincronizar la
actividad de los axones; eliminan fragmentos de neuronas
después de su muerte y otro material de desecho;
guían la migración neuronal y el crecimiento axonal
y dendrítico durante el desarrollo embrionario; y
contribuyen al proceso de comunicación química
(Garfield, 1986; Kalat, 2004; Kolb & Whishaw, 2006; OIT,
1998).
Otro importante componente del sistema
nervioso es la barrera hemato-encefálica (BHE), que
mantiene fuera del cerebro la mayoría de sustancias
químicas, y de este modo, expulsa los antígenos
exponiéndolos para que las células de sistema
inmune respondan ante él con sus diversos mecanismos
(Kalat, 2004).
Entre las estructuras del sistema nervioso
cabe destacar la corteza cerebral, la médula espinal, el
tronco cerebral, el cerebelo y estructuras subcorticales como el
tálamo, el hipotálamo, la hipófisis, los
ganglios basales y el hipocampo.
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