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El marxismo del siglo XXI. Redescubriendo y repensando el marxismo (página 2)




Enviado por José López



Partes: 1, 2

Los hombres hacen su historia, cualesquiera que sean
los rumbos de ésta, al perseguir cada cual sus fines
propios con la conciencia y la voluntad de lo que hacen; y la
resultante de estas numerosas voluntades, proyectadas en diversas
direcciones, y de su múltiple influencia sobre el mundo
exterior, es precisamente la historia. Importa, pues,
también lo que quieran los muchos individuos. La voluntad
está movida por la pasión o por la
reflexión. Pero los resortes que, a su vez, mueven
directamente a éstas, son muy diversos. Unas veces, son
objetos exteriores; otras veces, motivos ideales:
ambición, "pasión por la verdad y la justicia",
odio personal, y también manías individuales de
todo género. Pero, por una parte, ya veíamos que
las muchas voluntades individuales que actúan en la
historia producen casi siempre resultados muy distintos de los
perseguidos
—a veces, incluso contrarios—, y, por
tanto, sus móviles tienen una importancia puramente
secundaria en cuanto al resultado total
. Por otra parte, hay
que preguntarse qué fuerzas propulsoras actúan, a
su vez, detrás de esos móviles, qué causas
históricas son las que en las cabezas de los hombres se
transforman en estos móviles.

Esta pregunta no se la había hecho
jamás el antiguo materialismo. Por esto su
interpretación de la historia, cuando la tiene, es
esencialmente pragmática; lo enjuicia todo con arreglo a
los móviles de los actos; clasifica a los hombres que
actúan en la historia en buenos y en malos, y luego
comprueba, que, por regla general, los buenos son los
engañados, y los malos los vencedores. De donde se sigue,
para el viejo materialismo, que el estudio de la historia no
arroja enseñanzas muy edificantes, y, para nosotros, que
en el campo histórico este viejo materialismo se hace
traición a sí mismo, puesto que acepta como
últimas causas los móviles ideales que allí
actúan, en vez de indagar detrás de ellos,
cuáles son los móviles de esos móviles. La
inconsecuencia no estriba precisamente en admitir móviles
ideales, sino en no remontarse, partiendo de ellos, hasta sus
causas determinantes.

[…]

Por tanto, si se quiere investigar las fuerzas
motrices que —consciente o inconscientemente, y con harta
frecuencia inconscientemente— están detrás de
estos móviles por los que actúan los hombres en la
historia y que constituyen los verdaderos resortes supremos de la
historia, no habría que fijarse tanto en los
móviles de hombres aislados
, por muy relevantes que
ellos sean, como en aquellos que mueven a grandes masas, a
pueblos en bloque, y, dentro de cada pueblo, a clases enteras; y
no momentáneamente, en explosiones rápidas, como
fugaces hogueras, sino en acciones continuadas que se traducen en
grandes cambios históricos.
Indagar las causas
determinantes de sus jefes —los llamados grandes
hombres— como móviles conscientes, de un modo claro
o confuso, en forma directa o bajo un ropaje ideológico e
incluso divinizado: he aquí el único camino que
puede llevarnos a descubrir las leyes por las que se rige la
historia en conjunto, al igual que la de los distintos
períodos y países. Todo lo que mueve a los hombres
tiene que pasar necesariamente por sus cabezas; pero la forma que
adopte dentro de ellas depende en mucho de las
circunstancias.

[…]

Pero mientras que en todos los períodos
anteriores la investigación de estas causas propulsoras de
la historia era punto menos que imposible —por lo compleja
y velada que era la trabazón de aquellas causas con sus
efectos—, en la actualidad, esta trabazón
está ya lo suficientemente simplificada para que el enigma
pueda descifrarse.

El materialismo histórico tiene por objeto,
precisamente, el descubrimiento de dichas leyes, de las causas
determinantes de los acontecimientos, de las causas propulsoras
de la historia. Con el método marxista, la historia
humana, que hasta entonces se nos aparecía como una
concatenación de casualidades, como algo caótico,
enigmático, se nos vuelve verdaderamente cognoscible. El
aparente azar da lugar a cierto orden. El enigma empieza a
resolverse. El materialismo histórico no sólo dice
que es posible encontrar cierto orden en la historia de la
sociedad humana, nos dice además cuáles son las
causas determinantes, primigenias, nos dice dónde buscar:
en las circunstancias, en las relaciones
sociales entre los individuos que conforman la sociedad,
además de en las ideas o en las voluntades de los
individuos. El materialismo histórico dice, en esencia,
que las causas de los acontecimientos históricos son, en
última instancia, materiales, están en la Tierra, y
no en el Cielo, en la propia historia humana y no en algo externo
a ella. Nos dice que es posible comprender la
dinámica de la sociedad humana si comprendemos
las leyes generales que la gobiernan. Pero esto no quiere decir
que dichas leyes sean exactas. El ser humano no es una
máquina. La sociedad humana no se comporta de manera
totalmente determinista, pero tampoco de manera
completamente azarosa, aleatoria. Las leyes de la sociedad humana
son, por fuerza, probabilísticas. No podemos hablar de
certeza, sino de posibilidad. La sociedad tiene sus
tendencias, sus contradicciones, las cuales pueden ser
conocidas, pero dichas tendencias no se resuelven siempre de la
misma manera. El libro de la historia no está escrito de
antemano, pero es posible conocer su gramática. Es posible
escribirlo conscientemente, pero hasta cierto punto, dentro de
unos límites. No hay un solo futuro posible, pero tampoco
hay infinitud de posibilidades. La historia humana no se hace
sola, la hacen los seres humanos, pero éstos no la pueden
hacer controlándola por completo. Sin embargo, conociendo
las leyes de la sociedad humana, dicho control aumenta
considerablemente. Con el marxismo, no sólo es posible
conocer mejor la historia, sino que se nos abre las
puertas para poder hacerla de manera más
consciente. Gracias al materialismo histórico, la sociedad
humana puede empezar a tomar las riendas de su propio destino,
aunque siempre dentro de unos límites. En verdad que estos
límites se atenúan notablemente con el
método marxista, pero no desaparecen.

En su obra inconclusa Dialéctica de la
naturaleza
, Engels nos resume en qué consiste el
materialismo histórico, además de recordarnos la
mutua dependencia entre lo material y lo inmaterial, la
interdependencia entre el ser humano y su entorno:

Mediante la combinación de la mano, los
órganos lingüísticos y el cerebro, y no
sólo en el individuo aislado, sino en la sociedad, se
hallaron los hombres capacitados para realizar operaciones cada
vez más complicadas, para plantearse y alcanzar metas cada
vez más altas. De generación en generación,
el trabajo mismo fue cambiando, haciéndose más
perfecto y más multiforme. A la caza y la ganadería
se unió la agricultura y tras ésta vinieron las
artes del hilado y el tejido, la elaboración de los
metales, la alfarería, la navegación. Junto al
comercio y los oficios aparecieron, por último, el arte y
la ciencia, y las tribus se convirtieron en naciones y Estados.
Se desarrollaron el derecho y la política y, con ellos, el
reflejo fantástico de las cosas humanas en la cabeza del
hombre: la religión. Ante estas creaciones, que empezaron
presentándose como productos de la cabeza y que
parecían dominar las sociedades humanas, fueron pasando a
segundo plano los productos más modestos de la mano
trabajadora, tanto más cuanto que la cabeza encargada de
planear el trabajo pudo, ya en una fase muy temprana de
desarrollo de la sociedad (por ejemplo, ya en el seno de la
simple familia), hacer que el trabajo planeado fuese ejecutado
por otras manos que las suyas. Todos los méritos del
rápido progreso de la civilización se atribuyeron a
la cabeza, al desarrollo y a la actividad del cerebro; los
hombres se acostumbraron a explicar sus actos por sus
pensamientos en vez de explicárselos partiendo de
sus
necesidades (las cuales,
ciertamente, se reflejan en la cabeza, se revelan a la
conciencia), y así fue como surgió, con el
tiempo, aquella concepción idealista del mundo
que se
ha adueñado de las mentes, sobre todo desde la
caída del mundo antiguo. Y hasta tal punto sigue
dominándolas todavía, hoy, que incluso los
investigadores materialistas de la naturaleza de la escuela de
Darwin no aciertan a formarse una idea clara acerca del origen
del hombre
porque, ofuscados por aquella influencia
ideológica, no alcanzan a ver el papel que en su
nacimiento desempeñó el trabajo
.

Los animales, como ya hemos apuntado, hacen cambiar
con su acción la naturaleza exterior, lo mismo que el
hombre, aunque no en igual medida que él, y estos cambios
del medio así provocados repercuten, a su vez, como hemos
visto, sobre sus autores. Nada, en la naturaleza, ocurre de un
modo aislado. Cada cosa repercute en la otra, y a la inversa
,
y lo que muchas veces impide a nuestros naturalistas ver claro en
los procesos más simples es precisamente el no tomar en
consideración este movimiento y esta interdependencia
universales
.

Más adelante en ese mismo libro
Engels comenta:

El animal utiliza la naturaleza exterior e
introduce cambios en ella pura y simplemente con su presencia,
mientras que el hombre, mediante sus cambios, la hace servir a
sus fines, la domina. Es esta la suprema y esencial diferencia
entre el hombre y los demás animales; diferencia debida
también al trabajo.

No debemos, sin embargo, lisonjearnos demasiado de
nuestras victorias humanas sobre la naturaleza. Ésta se
venga de nosotros por cada una de las derrotas que le
inferimos.
Es cierto que todas ellas se traducen
principalmente en los resultados previstos y calculados, pero
acarrean, además, otros imprevistos, con los que no
contábamos y que, no pocas veces, contrarrestan los
primeros.

[…]

Todo nos recuerda a cada paso que el hombre no
domina, ni mucho menos, la naturaleza a la manera como un
conquistador domina un pueblo extranjero, es decir, como alguien
que es ajeno a la naturaleza, sino que formamos parte de
ella con nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, que nos
hallamos en medio de ella y que todo nuestro dominio sobre la
naturaleza y la ventaja que en esto llevamos a las demás
criaturas consiste en la posibilidad de llegar a conocer sus
leyes y de saber aplicarlas acertadamente.

No cabe duda de que cada día que pasa
conocemos mejor las leyes de la naturaleza y estamos en
condiciones de prever las repercusiones próximas y remotas
de nuestras ingerencias en su marcha normal. Sobre todo desde los
formidables progresos conseguidos por las ciencias naturales
durante el siglo actual, vamos aprendiendo a conocer de antemano,
en medida cada vez mayor, y por tanto a dominarlas, hasta las
lejanas repercusiones naturales, por
lo
menos, de nuestros actos más habituales de
producción. Y cuanto más ocurra esto, más
volverán los hombres, no solamente a sentirse, sino a
saberse parte integrante de la naturaleza y más imposible
se nos revelará esa absurda y antinatural
representación de un antagonismo entre el espíritu
y la materia, el hombre y la naturaleza, el alma y el cuerpo
,
como la que se apoderó de Europa a la caída de la
antigüedad clásica, llegando a su apogeo bajo el
cristianismo.

¡Y esto lo dice Engels en el año 1875! Su
pensamiento dialéctico le permite comprender
fácilmente el ecologismo. ¡El marxismo
también es ecologista! El propio Marx dice en El
Capital
:

En la agricultura, lo mismo que en la manufactura,
la transformación capitalista de la producción
parece no ser otra cosa que el martirologio del productor; el
medio de trabajo, apenas la forma de domar, explotar y empobrecer
al trabajador; la combinación social del trabajo, la
opresión organizada de su vitalidad, su libertad y su
independencia individuales. La dispersión de los
trabajadores agrícolas en superficies más extensas
quiebra su fuerza de resistencia, en tanto que la
concentración aumenta la de los obreros urbanos. En la
agricultura moderna, al igual que en la industria de las
ciudades, el crecimiento de la productividad y el rendimiento
superior del trabajo se adquieren al precio de la
destrucción y la aniquilación de la fuerza de
trabajo. Además, cada progreso de la agricultura
capitalista es un progreso, no solo en el arte de explotar al
trabajador, sino también en el de despojar el suelo. Cada
progreso en el arte de acentuar su fertilidad durante un tiempo,
un progreso en la ruina de sus recursos duraderos de fertilidad.
Cuanto más se desarrolla un país, por ejemplo
Estados Unidos, sobre la base de la gran industria, más
rapidez presenta el desarrollo de ese proceso de
destrucción. Por consiguiente, la producción
capitalista sólo desarrolla la técnica y la
combinación del proceso social al mismo tiempo que agota
las dos fuentes de las cuales brota toda riqueza: la tierra y el
trabajador.

La dialéctica nos permite ser conscientes de que
influimos en la naturaleza y de que ésta
influye también en nosotros. Esto ya lo
sabían, por supuesto, todas las tribus primitivas que
vivían en contacto directo con el mundo natural.
Pero no del modo tan consciente en que puede llegar a saberse
cuando el ser humano adopta el pensamiento dialéctico que,
además, le permite conocer las leyes naturales y
saber aplicarlas acertadamente. El marxismo ya
preveía las posibles consecuencias ecológicas de un
desarrollo incontrolado (como es el que provoca inevitablemente
el capitalismo, la anarquía económica). Sólo
cuando las nefastas consecuencias de nuestro desarrollo empezaron
a ser evidentes (esperemos que no irreversibles) en la
naturaleza, allá por los años 60 del pasado siglo
XX, la humanidad empezó a concienciarse seriamente sobre
el problema ecológico. Sin embargo, aún en nuestros
días los hay quienes lo niegan. Y, lo que es peor, aun
siendo conscientes del problema, no se toman las medidas
necesarias. El capitalismo salvaje está poniendo en
peligro de extinción al planeta y a todas las especies
vivas que habitan en él, incluido el ser humano. ¡El
capitalismo atenta contra la sociedad humana y su hábitat!
El capitalismo no sirve a los intereses generales, incluso atenta
contra ellos, contra los más elementales, como la
supervivencia. El materialismo histórico, es decir,
el materialismo dialéctico aplicado a la
sociedad humana, ya preveía a mediados del siglo XIX el
problema ecológico que ahora padecemos en el siglo XXI.
Cuando una teoría es capaz no sólo de explicar el
presente o el pasado, sino que, además, permite entrever
el futuro, es que entonces, muy probablemente, es válida.
Una teoría científica que explica
satisfactoriamente la realidad y que incluso la prevé
mejor que otras teorías o modos de pensar, ha de ser
forzosamente considerada como la mejor. Esto es la esencia del
método científico. En la ciencia la realidad manda,
ésta es la que lleva a cabo la selección natural de
las mejores ideas, aquellas que mejor concuerdan con la
práctica, con lo observado realmente.

Como ya mencioné, Marx en el prólogo de
Contribución a la crítica de la economía
política
, nos resume de una manera bastante clara la
concepción materialista de la historia. Vale la pena
reproducir íntegramente el famoso
párrafo:

Mi primer trabajo, emprendido para resolver las
dudas que me asaltaban, fue una revisión crítica de
la filosofía hegeliana del derecho, trabajo cuya
introducción vio la luz en 1844 en los Anales
franco-alemanes, que se publicaban en París. Mi
investigación desembocaba en el resultado de que, tanto
las relaciones jurídicas como las formas de Estado, no
pueden comprenderse por sí mismas ni por la llamada
evolución general del espíritu humano, sino que
radican, por el contrario, en las condiciones materiales de vida
cuyo conjunto resume Hegel, siguiendo el precedente de los
ingleses y franceses del siglo XVIII, bajo el nombre de "sociedad
civil", y que la anatomía de la sociedad civil hay que
buscarla en la economía política. En Bruselas, a
donde me trasladé en virtud de una orden de destierro
dictada por el señor Guizot, hube de proseguir mis
estudios de economía política, comenzados en
París. El resultado general a que llegué y que, una
vez obtenido, sirvió de hilo conductor a mis estudios,
puede resumirse así: en la producción social de su
vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e
independientes de su voluntad, relaciones de producción,
que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus
fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones
de producción forma la estructura económica de la
sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura
jurídica y política y a la que corresponden
determinadas formas de conciencia social. El modo de
producción de la vida material condiciona el proceso de la
vida social, política y espiritual en general. No es la
conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el
contrario, el ser social es lo que determina su conciencia.

Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas
productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones
de producción existentes, o, lo que no es más que
la expresión jurídica de esto, con las relaciones
de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta
allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas,
estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre
así una época de revolución social. Al
cambiar la base económica, se revoluciona, más o
menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida
sobre ella. Cuando se estudian esas revoluciones, hay que
distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las
condiciones económicas de producción y que pueden
apreciarse con la exactitud propia de las ciencias naturales, y
las formas jurídicas, políticas,

religiosas, artísticas o filosóficas, en
una palabra, las formas ideológicas en que los hombres
adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo. Y
del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que
él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas
épocas de revolución por su conciencia, sino que,
por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las
contradicciones de la vida material, por el conflicto
existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones
de producción
. Ninguna formación social
desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas
productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen
nuevas y más altas relaciones de producción antes
de que las condiciones materiales para su existencia hayan
madurado en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso, la
humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que
puede alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que
estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo
menos, se están gestando, las condiciones materiales para
su realización. A grandes rasgos, podemos designar como
otras tantas épocas de progreso, en la formación
económica de la sociedad, el modo de producción
asiático, el antiguo, el feudal y el moderno
burgués. Las relaciones burguesas de producción son
la última forma antagónica del proceso social de
producción; antagónica, no en el sentido de un
antagonismo individual, sino de un antagonismo que proviene de
las condiciones de vida de los individuos. Pero las fuerzas
productivas que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa
brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la
solución de este antagonismo. Con esta formación
social se cierra, por tanto, la prehistoria de la sociedad
humana.

Marx demostró la validez de su método,
sucintamente explicado en las líneas anteriores, explicado
más extensamente sobre todo en el capítulo primero
de La ideología alemana, analizando el sistema
económico burgués en la obra mencionada
Contribución a la crítica de la economía
política
y sobre todo en El Capital. Sus
análisis de ciertos episodios históricos como
El 18 brumario de Luís Bonaparte o La guerra
civil en Francia
, están impregnados de materialismo
histórico. Engels, en su libro Ludwig Feuerbach y el
fin de la filosofía clásica alemana
, al cual
añadió en el apéndice un documento de apenas
dos páginas titulado Las tesis sobre Feuerbach
escrito por Marx para su autoesclarecimiento, sistematizó
el método materialista dialéctico para explicar la
historia de la sociedad humana. Así como Marx no pudo
dedicar suficiente tiempo para explicar su método, el
materialismo histórico, sustentado en la dialéctica
materialista, probablemente desbordado por todo su trabajo
teórico y práctico (no olvidemos que no pudo acabar
su principal obra El Capital), Engels, afortunadamente,
sí pudo desempeñar una importante labor
pedagógica.

Henri Lefebvre en Introducción al
marxismo
nos explica de esta manera tan sencilla
(aquí es cuando alguien demuestra su verdadero talante
pedagógico: en la capacidad de expresarse de manera
sencilla, en la capacidad de ser entendido por cualquiera) en
qué consiste el materialismo histórico:

Aunque es verdad que en el curso de su desarrollo la
conciencia y el pensamiento se liberan de las relaciones
inmediatas y locales (relaciones simples con el medio),
jamás se separan de ellas. ¡Admitirlo sería
aceptar la ilusión ideológica e idealista! La
extensión y la profundización de la
conciencia,
la aparición y el
fortalecimiento del pensamiento racional se hallan también
condicionados por las relaciones sociales (por el desarrollo de
las comunicaciones y el cambio, por la vida social que se
organiza y se concentra en las grandes ciudades comerciales e
industriales etcétera). ¿Pero qué son
esencialmente esas relaciones sociales? Ciertamente son, y
así se nos presentan, sobre todo en nuestra época,
extremadamente complejas. ¿Es posible separar de su
entrelazamiento relaciones fundamentales? ¿Es posible
distinguir, para usar una metáfora, pisos o sedimentos
sucesivos sobre una base?

Marx y los marxistas afirman que sí. Hay
relaciones fundamentales; el edificio de toda sociedad reposa
sobre una base
. En una casa, ciertamente, lo que importa son
los pisos, las piezas habitables. ¿Pero es ésta una
razón para despreocuparse de la base y de los cimientos,
para olvidar que estos cimientos determinan la forma, la altura,
la estructura del edificio, es decir, las grandes líneas
esenciales (aunque dejando indeterminados los múltiples
detalles y más aún las ornamentaciones)? Pensar de
otro modo es creer que se puede comenzar una casa por el techo y
terminarla por la base. Pensar que en una sociedad las ideas son
fundamentales, es creer que porque las ventanas son necesarias y
dan luz a las piezas constituyen la causa de la casa. Las
relaciones fundamentales para toda sociedad son las relaciones
con la naturaleza. Para el hombre la relación con la
naturaleza es fundamental, no porque siga siendo un ser de la
naturaleza (interpretación falaz del materialismo
histórico) sino, por el contrario, porque lucha contra
ella.
En el curso de esta lucha, pero en las condiciones
naturales, arranca a la naturaleza lo que necesita para mantener
su vida y superar la vida simplemente natural.
¿Cómo? ¿Por qué medios? Por el
trabajo, mediante los instrumentos de trabajo y la
organización del trabajo.

Así y sólo así los hombres
producen su vida, es decir superan la vida animal (natural),
aunque no pueden evidentemente liberarse de la naturaleza por un
decreto soberano. Los hombres no superan la naturaleza más
que dentro de ciertos límites, y en las condiciones
determinadas por la naturaleza misma (clima, fertilidad del
suelo, flora y fauna naturales, etc.).

Las relaciones fundamentales de toda sociedad humana
son por lo tanto las relaciones de producción.
Para
llegar a la estructura esencial de una sociedad, el
análisis debe descartar las apariencias
ideológicas, los revestimientos abigarrados, las
fórmulas oficiales, todo lo que se agita en la superficie
de esa sociedad, todo el decorado: debe penetrar bajo esa
superficie y llegar a las relaciones de producción o sea
las relaciones fundamentales del hombre con la naturaleza y de
los hombres entre sí en el trabajo.

[…]

Las relaciones superiores y complejas que se
expresan en la cultura implican y presuponen las relativamente
simples relaciones de producción; esas relaciones
complejas no pueden introducirse desde afuera en la estructura
de
una sociedad; no pueden por lo tanto
separarse de ella y estudiarse aisladamente.

El desarrollo de las fuerzas productivas, sus grados,
niveles alcanzados, tienen por lo tanto una importancia
histórica fundamental
: constituyen el fundamento del
ser social del hombre en un momento dado, y, por consiguiente, de
las modalidades de su conciencia y de su cultura.

Engels en una carta a José Bloch escrita en 1890
(cuando Marx ya había muerto) tiene que aclarar la
concepción materialista (dialéctica) de la historia
por parte del marxismo:

Según la concepción materialista de la
historia, el factor determinante en la historia es, en
última instancia
, la producción y la
reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado
nunca nada más. Si alguien desnaturaliza esta
posición en el sentido de que el factor económico
es el único determinante, lo transforma en una frase
hueca, abstracta, absurda. La situación
económica es la base, pero los diversos elementos de la
superestructura
: las formas políticas de la lucha de
clases y sus resultados – las Constituciones establecidas
una vez la batalla ganada por la clase victoriosa, etc., – las
formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas
luchas reales en el cerebro de los participantes, teorías
políticas, jurídicas, filosóficas,
concepciones religiosas y su desarrollo ulterior en sistemas
dogmáticos, ejercen igualmente su acción sobre
el curso de las luchas históricas y, en muchos casos,
determinan de modo preponderante su forma. Hay interacción
de todos estos factores
, en el interior de la cual el
movimiento económico acaba por abrirse camino como una
necesidad, a través de una multitud infinita de
contingencias (es decir, de cosas y de acontecimientos cuya
ligazón interna entre sí es tan lejana o tan
difícil de demostrar que podemos considerarla como
inexistente y no tomarla en consideración). Si no, la
aplicación de la teoría a cualquier período
histórico sería, a fe mía, más
fácil que la resolución de una simple
ecuación de primer grado.

Somos nosotros mismos quienes hacemos nuestra
historia, pero la hacemos, en primer lugar con arreglo a premisas
y condiciones muy concretas. Entre ellas, son las
económicas las que deciden en última instancia.
Pero también desempeñan su papel, aunque no sea
decisivo, las condiciones políticas, y hasta la
tradición
, que merodea como un duende en las cabezas
de los hombres.

[…]

La historia se hace de tal modo, que el resultado
final siempre deriva de los conflictos entre muchas voluntades
individuales, cada una de las cuales, a su vez, es lo que es por
efecto de una multitud de condiciones especiales de vida; son,
pues, innumerables fuerzas que se entrecruzan las unas con las
otras
, un grupo infinito de paralelogramos de fuerzas, de las
que surge una resultante –el acontecimiento histórico–,
que a su vez, puede considerarse producto de una fuerza
única, que, como un todo, actúa sin conciencia y
sin voluntad.

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