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Relacion entre lógica formal y dialéctica




Enviado por JOSE ALDANA



Partes: 1, 2

    La capacidad de los seres humanos para pensar
    lógicamente es fruto de una prolongada evolución
    social. Precede a la invención de la lógica formal
    en millones de años. Locke ya expresó esta idea en
    el siglo XVII: "Dios no ha sido tan ahorrador con los hombres
    como para hacerlos meras criaturas con dos patas y dejarle a
    Aristóteles la tarea de hacerlos racionales".
    Detrás de la lógica, según Locke, hay "una
    capacidad ingenua de percibir la coherencia o incoherencia de sus
    ideas".1

    Las categorías de la lógica formal no caen
    del cielo. Han tomado forma en el curso del desarrollo
    socio-histórico del género humano. Son
    generalizaciones elementales de la realidad reflejadas en las
    mentes de las personas. Se deducen del hecho de que cualquier
    objeto tiene ciertas cualidades que lo distinguen de los
    demás objetos; que cualquier cosa mantiene cierta
    relación con otras cosas; que los objetos forman
    categorías más amplias, en las que comparten
    propiedades específicas; que ciertos fenómenos
    provocan otros fenómenos, etc.

    Hasta cierto punto, como resaltó Trotsky, incluso
    los animales poseen la capacidad de razonar y sacar ciertas
    conclusiones de una situación dada. En los
    mamíferos superiores, especialmente los simios, esta
    capacidad está bastante desarrollada, como demuestran
    sorprendentemente recientes investigaciones con chimpancés
    bonobos. Sin embargo, aunque la capacidad de pensar racionalmente
    no es exclusiva de nuestra especie, no hay duda de que al menos
    en esta pequeña esquina del universo el desarrollo del
    intelecto humano ha alcanzado su punto más alto hasta el
    momento.

    La abstracción es absolutamente necesaria. Sin
    ella el pensamiento sería imposible. La cuestión
    es: ¿qué tipo de abstracción? Cuando hago
    abstracción de la realidad, me concentro en determinados
    aspectos de un fenómeno da do y dejo de lado otros. Un
    buen cartógrafo, por ejemplo, no es aquel que re produce
    cada detalle de cada casa, cada adoquín de la calle y cada
    coche aparcado. Tal cantidad de detalles destruiría el
    objetivo del mapa, que es el de proporcionar un esquema
    útil de una ciudad u otra área geográfica.
    De manera parecida, el cerebro aprende desde muy temprano a
    ignorar ciertos sonidos y a concentrarse en otros. Si no
    fuésemos capaces de hacerlo, la cantidad de
    información que llega a nuestros oídos de todas
    partes colapsaría totalmente la mente. El propio lenguaje
    presupone un alto nivel de abstracción.

    La capacidad de hacer abstracciones que reflejen
    correctamente la realidad que queremos entender y describir es el
    prerrequisito esencial del pensamiento científico. Las
    abstracciones de la lógica formal son adecuadas para
    expresar el mundo real sólo dentro de unos límites
    bastante estrechos. Pero, al ser unilaterales y estáticas,
    son totalmente inservibles a la hora de expresar procesos
    complejos, especialmente los que conllevan movimiento, cambio y
    contradicciones. La concreción de un objeto consiste en la
    suma total de sus aspectos e interrelaciones, determinados por
    sus leyes subyacentes. El propósito del conocimiento
    científico es acercarse lo más posible a la
    realidad concreta, reflejar el mundo objetivo con sus leyes
    subyacentes y sus interrelaciones tan fiel mente como sea
    posible. Como dijo Hegel, "la verdad es siempre
    concreta".

    Pero aquí tenemos una contradicción. No es
    posible llegar a una comprensión del mundo concreto de la
    naturaleza sin recurrir primero a la abstracción. La
    palabra "abstracto" viene del latín abstrahere, "traer
    de". Por un proceso de abstracción, tomamos en
    consideración ciertos aspectos del objeto que pensamos que
    son importantes, dejando de lado otros. El conocimiento abstracto
    es necesariamente unilateral porque expresa solamente una cara
    particular del fenómeno en estudio, aislado de lo que
    determina la naturaleza específica del todo. Así,
    las matemáticas tratan exclusivamente de relaciones
    cuantitativas. Ya que la cantidad es un aspecto muy importante de
    la naturaleza, las abstracciones matemáticas han
    demostrado ser una poderosa herramienta para indagar en sus
    secretos. Por esta razón, es tentador olvidarse de su
    auténtico carácter y de sus limitaciones. Como
    todas las abstracciones, siguen siendo unilaterales; si lo
    olvidamos es bajo nuestra entera responsabilidad.

    La naturaleza conoce tanto la cantidad como la calidad.
    Si queremos entender uno de sus procesos fundamentales, es
    absolutamente necesario determinar la relación precisa
    entre ambas y demostrar cómo, en un punto crítico,
    la una se convierte en la otra. Este es uno de los
    conceptos más básicos del pensamiento
    dialéctico, en contraposición al pensamiento
    meramente formal, y una de sus aportaciones más
    importantes a la ciencia. Sólo ahora se empieza a
    comprender y valorar la visión profunda que proporciona
    este método, que fue criticado durante mucho tiempo por
    "místico". El pensamiento abstracto unilateral, tal y como
    se manifiesta en la lógica formal, le hizo un flaco favor
    a la ciencia "excomulgando" la dialéctica. Pero los
    avances científicos demuestran que, en última
    instancia, el pensamiento dialéctico está mucho
    más cerca de los procesos reales de la naturaleza que las
    abstracciones lineales de la lógica formal.

    Es necesario adquirir una comprensión concreta
    del objeto como un sistema integral, y no como fragmentos
    aislados; con todas sus interconexiones necesarias, y no fuera de
    su contexto, como una mariposa clavada en el panel de un
    coleccionista; en su vida y movimiento, y no como algo
    estático y muerto. Este enfoque está en
    contradicción abierta con las llamadas "leyes" de la
    lógica formal, la expresión más absoluta de
    pensamiento dogmático que nunca se haya concebido, una
    especie de rigor mortis mental. Pero la naturaleza vive y
    respira, y resiste tozudamente el acoso del pensamiento formal. A
    no es igual a A. Las partículas subatómicas son y
    no son. Los procesos lineales terminan en caos. El todo es mayor
    que la suma de sus partes. La cantidad se transforma en calidad.
    La propia evolución no es un proceso gradual, sino que
    está interrumpida por saltos y catástrofes
    repentinos. ¡Qué le vamos a hacer! Los hechos son
    los hechos.

    Sin abstracción es imposible penetrar el objeto
    en profundidad, comprender su esencia y las leyes de su
    movimiento. A través de la abstracción mental somos
    capaces de ir más allá de la percepción
    sensorial, la información inmediata que nos proporcionan
    nuestros sentidos, e indagar más profundamente. Podemos
    dividir el objeto en sus partes constituyentes, aislarlas y
    estudiarlas en detalle. Podemos llegar a una concepción
    idealizada y general del objeto como una forma "pura", despojada
    de todas sus características secundarias. Esta es la tarea
    de la abstracción, una etapa totalmente necesaria del
    proceso de conocimiento.

    "El pensamiento", escribe Lenin, "pasando de lo concreto
    a lo abstracto —teniendo en cuenta que sea correcto (y
    Kant, como todos los filósofos, habla de pensamiento
    correcto)— no se aleja de la realidad sino que se acerca.
    La abstracción de la materia, de una ley de la naturaleza,
    del valor, etc., en resumen, todas las abstracciones (correctas,
    serias, no absurdas) científicas reflejan la naturaleza
    más profunda, verdadera y completamente. De la
    percepción viva al pensamiento abstracto, y de éste
    a la práctica; este es el camino dialéctico del
    conocimiento de la verdad, del conocimiento de la realidad
    objetiva".2

    Una de las principales características del
    pensamiento humano es que no se limita a lo que es, sino que
    también trata de lo que debe ser. Estamos haciendo
    constantemente todo tipo de asunciones lógicas sobre el
    mundo en que vivimos. Esta lógica no se aprende de los
    libros, sino que es el producto de un largo proceso de
    evolución. Experimentos detallados han demostrado que el
    bebé adquiere los rudimentos de la lógica a una
    edad muy temprana, a través de la experiencia. Razonamos
    que si algo es cierto, entonces, otra cosa de la que no tenemos
    evidencia inmediata también tiene que ser cierta. Procesos
    de pensamiento lógico de este tipo tienen lugar millones
    de veces en nuestras horas de vigilia sin que ni siquiera seamos
    conscientes de ello. Adquieren la fuerza de la costumbre, e
    incluso las acciones más simples de la vida no
    serían posibles sin ellos.

    La mayoría de la gente da por supuestas las
    reglas elementales del pensamiento. Son una parte familiar de la
    vida y se reflejan en muchos refranes, como No se puede hacer una
    tortilla sin romper los huevos, ¡una lección
    bastante importante! Llegados a cierto punto, estas reglas se
    escribieron y sistematizaron. Ése es el origen de la
    lógica formal, que como tantas otras cosas hay que
    atribuir a Aristóteles. Esto tuvo un enorme valor, ya que
    sin el conocimiento de las normas elementales de la lógica
    el pensamiento corre el riesgo de hacerse incoherente. Es
    necesario distinguir el blanco del negro y conocer la diferencia
    entre una afirmación que es cierta y otra que es falsa.
    Por lo tanto el valor de la lógica formal no está
    en discusión. El problema es que las categorías de
    la lógica formal, deducidas de una cantidad de
    observaciones y experiencias bastante limitadas, realmente
    sólo son válidas dentro de esos límites. De
    hecho, cubren una gran cantidad de fenómenos de la vida
    cotidiana, pero son bastante inadecuadas para tratar con
    fenómenos más complejos que impliquen movimiento,
    turbulencia, contradicción y cambio de cantidad en
    calidad.

    En The Origins of Inference (Los orígenes de la
    inferencia), un interesante artículo sobre la
    construcción infantil del mundo publicado en la
    antología Making Sense, Margaret Donaldson llama la
    atención sobre uno de los problemas de la lógica
    ordinaria, su carácter estático:

    "La mayoría de las veces el razonamiento verbal
    trata aparentemente de "las cosas tal y como son" —el mundo
    visto de manera estática, en un segmento del
    tiempo—. Y, considerado de esta manera, el universo parece
    no contener ninguna incompatibilidad: las cosas son tal como son.
    Ese objeto de allí es un árbol; esa taza es azul;
    ese hombre es más alto que aquel. Por supuesto que estos
    estados de las cosas excluyen otras posibilidades infinitas,
    pero, ¿cómo nos hacemos conscientes de ello?
    ¿Cómo surge en nuestra mente esta idea de
    incompatibilidad? Desde luego, no directamente de nuestras
    impresiones de "las cosas tal y como son".

    La misma obra plantea correctamente que el proceso de
    conocimiento no es pasivo, sino activo:

    "No nos quedamos sentados pasivamente esperando que el
    mundo estampe su "realidad" en nosotros. En lugar de eso, tal y
    como ahora se reconoce amplia mente, conseguimos mucho de nuestro
    conocimiento más básico a través de nuestras
    acciones".3

    El pensamiento humano es esencialmente concreto. La
    mente no asimila con facilidad conceptos abstractos. Nos sentimos
    más cómodos con lo que tenemos delante de nuestros
    ojos o, por lo menos, con cosas que se pueden representar de
    manera concreta. Es como si la mente necesitase una muleta en
    forma de imágenes. Sobre esto, Margaret Donaldson resalta
    que "incluso los niños de preescolar a menudo pueden
    razonar correctamente sobre acontecimientos que ocurren en
    cuentos. No obstante, cuando pasamos más allá de
    los límites del sentido huma no se produce una notable
    diferencia. El pensamiento que va más allá de estos
    límites, de tal manera que ya no opera dentro de un
    contexto de apoyo de acontecimientos comprensibles, a menudo se
    denomina formal o abstracto".4

    Por lo tanto, el proceso inicial va de lo concreto a lo
    abstracto. Se desmiembra y analiza el objeto para obtener un
    conocimiento detallado de sus partes. Pero esto encierra
    peligros. Las partes aisladas no se pueden entender correctamente
    al margen de su relación con el todo. Es necesario volver
    al objeto como un sistema integral y entender la dinámica
    subyacente que lo condiciona como un todo. De esta manera, el
    proceso de conocimiento vuelve de lo abstracto a lo concreto.
    Esta es la esencia del método dialéctico, que
    combina análisis y síntesis, inducción y
    deducción.

    La estafa del idealismo se deriva de una
    comprensión incorrecta del carácter de la
    abstracción. Lenin señala que la posibilidad del
    idealismo es inherente a toda abstracción. El concepto
    abstracto de una cosa se contrapone artificialmente a la cosa en
    sí. No sólo se supone que tiene una existencia
    propia, sino que se afirma que es superior a la realidad
    material. Se presenta lo concreto como si de alguna manera fuera
    defectuoso, imperfecto e impuro, a diferencia de la Idea, que es
    perfecta, absoluta y pura. De esta manera se pone la realidad
    patas arriba.

    La capacidad de pensar abstractamente es una conquista
    colosal del intelecto humano. No sólo la ciencia "pura",
    también la ingeniería sería imposible sin el
    pensamiento abstracto, que nos eleva por encima de la realidad
    inmediata y finita del ejemplo concreto y da al pensamiento un
    carácter universal. El repudio del pensamiento abstracto y
    de la teoría indica un tipo de mentalidad estrecha y
    filistea que imagina ser "práctica", pero que en realidad
    es impotente. En última instancia, los grandes avances en
    la teoría llevan a grandes avances en la práctica.
    Sin embargo, todas las ideas se derivan de una u otra manera del
    mundo físico y, en última instancia, se aplican de
    nuevo a éste. La validez de cualquier teoría, antes
    o después, se tiene que demostrar en la
    práctica.

    En los últimos años ha habido una sana
    reacción contra el reduccionismo mecánico,
    contraponiéndole la necesidad de un punto de vista
    holístico de la ciencia. El término
    holístico es desafortunado debido a sus connotaciones
    místicas. Sin embargo, al intentar ver las cosas en sus
    movimientos e interconexiones, la teoría del caos sin
    duda se acerca a la dialéctica. La
    relación real entre la lógica formal y la
    dialéctica es la que hay entre un tipo de pensamiento que
    toma las cosas por separado y las observa por separado, y el que
    es capaz de volver a unir las y hacerlas funcionar de nuevo. Si
    el pensamiento tiene que tener una correspondencia con la
    realidad, debe ser capaz de comprenderla como un todo viviente,
    con todas sus contradicciones.

    ¿Qué es un silogismo? "El pensamiento
    lógico, el pensamiento lógico formal en general",
    dice Trotsky, "está construido sobre la base de un
    método deductivo, que procede de un silogismo más
    general a través de un número de premisas para
    llegar a la conclusión necesaria. Tal cadena de silogismos
    se llama sorites".5

    Aristóteles fue el primero en escribir una
    explicación completa tanto de la dialéctica como de
    la lógica formal como métodos de razonamiento. El
    objetivo de la lógica formal era proporcionar un punto de
    referencia para distinguir argumentos válidos de los que
    no lo eran. Esto lo hizo en forma de silogismos. Existen
    diferentes tipos de silogismos, que en realidad son variaciones
    sobre el mismo tema.

    Aristóteles, en su Organon, establece diez
    categorías (sustancia, cantidad, calidad, relación,
    lugar, tiempo, posición, estado, acción,
    pasión) que forman la base de la lógica
    dialéctica, a la que más tarde Hegel dio
    expresión completa. Frecuentemente se ignora este aspecto
    del trabajo de Aristóteles sobre la lógica.
    Bertrand Russell, por ejemplo, considera que estas
    categorías no tienen sentido. Pero en la medida en que los
    positivistas lógicos, como el propio Russell, han
    descartado prácticamente toda la historia de la
    filosofía (con la excepción de algunos retales que
    coinciden con sus dogmas) considerándola "sin sentido",
    esto no tendría que sorprendernos ni preocuparnos
    mucho.

    El silogismo es un método de razonamiento
    lógico que se puede describir de muchas maneras.
    Aristóteles lo describe de la siguiente: "Un discurso en
    el que, habiendo afirmado ciertas cosas, se deduce necesariamente
    de su ser otra cosa diferente de lo afirmado". La
    definición más simple nos la da A. A. Luce: "Un
    silogismo es una tríada de proposiciones conectadas,
    relacionadas de tal forma que una de ellas, llamada
    conclusión, se deduce necesariamente de las otras dos,
    llamadas premisas".6

    Los escolásticos medievales centraron su
    atención en este tipo de lógica formal,
    desarrollada por Aristóteles en sus Analíticos
    primeros y segundos, y en esa forma la Edad Media nos legó
    la lógica aristotélica. En la práctica, el
    silogismo se compone de dos premisas y una conclusión. El
    sujeto se encuentra en una de las premisas y el predicado de la
    conclusión en la otra, junto a un tercer término
    (medio) que se encuentra en ambas premisas pero no en la
    conclusión. El predicado de la conclusión es el
    término mayor; la premisa que lo contiene es la premisa
    mayor; el sujeto de la conclusión es el término
    menor; y la premisa que lo contiene es la premisa menor. Por
    ejemplo:

    a) Todos los hombres son mortales. (Premisa mayor) b)
    César es un hombre. (Premisa menor) c) Por lo tanto,
    César es mortal. (Conclusión) Esto se denomina
    declaración afirmativa categórica. Da la
    impresión de ser una secuencia lógica de
    argumentación en la que cada estadio se deduce
    inexorablemente del anterior. Pero en realidad no es así
    porque "César" ya está incluido en "todos los
    hombres". Kant, como Hegel, consideraba el silogismo (esa
    "doctrina tediosa" como él la llamó) con desprecio.
    Para él no era "más que un
    artificio"7 en el que las
    conclusiones ya se habían introducido subrepticiamente en
    las premisas para dar una falsa apariencia de
    razonamiento.

    Otro tipo de silogismo tiene forma condicional (si…
    entonces), por ejemplo: "Si un animal es un tigre, entonces es
    carnívoro". Es otra forma de decir lo mismo que la
    declaración afirmativa categórica, es decir, "todos
    los tigres son carnívoros". Lo mismo con respecto a su
    forma negativa: "Si es un pez, no es un mamífero" es
    sólo otra manera de decir "ningún pez es
    mamífero". La diferencia formal esconde el hecho de que
    realmente no hemos avanzado un solo paso.

    Lo que esto revela realmente son las conexiones internas
    entre las cosas no sólo en el pensamiento, sino
    también en el mundo real. A y B están relacionadas
    de cierta manera con C (el medio) y la premisa, por lo tanto
    están relacionadas entre sí en la
    conclusión. Con gran perspicacia y profundidad, Hegel
    demostró que lo que el silogismo mostraba era la
    relación de lo particular con lo universal. En otras
    palabras, que el silogismo en sí mismo es un ejemplo de la
    unidad de contrarios, la contradicción por excelencia, y
    que en realidad todas las cosas son un "silogismo".

    La época de mayor esplendor del silogismo fue la
    Edad Media, cuando los escolásticos dedicaban toda su vida
    a discusiones interminables sobre todo tipo de oscuras cuestiones
    teológicas, como el sexo de los ángeles. Las
    construcciones laberínticas de la lógica formal
    hacían parecer que estaban realmente inmersos en una
    discusión muy profunda, cuando en realidad no estaban
    discutiendo nada. La razón de esto reside en la propia
    naturaleza de la lógica formal. Como su nombre sugiere, se
    trata de la forma; el contenido no cuenta para nada. Éste
    es precisa mente su principal defecto, su talón de
    Aquiles.

    Al llegar el Renacimiento, un nuevo despertar del
    espíritu humano, la insatisfacción con la
    lógica aristotélica era generalizada. Hubo una
    creciente reacción contra Aristóteles, que
    realmente no era justa con este gran pensador, pero se
    debió a que la Iglesia Católica había
    suprimido todo lo que valía la pena de su
    filosofía, conservando solamente una caricatura inanimada.
    Para Aristóteles, el silogismo era sólo una parte
    del proceso de razonamiento, y no necesariamente la más
    importante. Aristóteles también escribió
    sobre la dialéctica, pero este aspecto fue olvidado. Se
    privó a la lógica de toda vida y se la
    convirtió, en palabras de Hegel, en "los huesos sin vida
    de un esqueleto".

    La repulsa contra este formalismo inerte tuvo su reflejo
    en el movimiento hacia el empirismo, que dio un enorme impulso a
    la investigación científica y el experimento. Sin
    embargo, no es posible dejar al margen todas las formas de
    pensamiento, y el empirismo llevaba desde el principio la semilla
    de su propia destrucción. La única alternativa
    viable a métodos inadecuados e incorrectos de razonamiento
    es desarrollar métodos adecuados y correctos.

    A finales de la Edad Media, el silogismo estaba
    desacreditado en todas partes. Rabelais, Petrarca y Montaigne,
    todos lo ridiculizaban. Pero seguía arrastrándose,
    especialmente en los países católicos, que no
    habían sido afectados por la brisa fresca de la Reforma. A
    finales del siglo XVIII, la lógica estaba en tan mal
    estado que Kant se sintió obligado a lanzar una
    crítica general a las viejas formas de pensamiento en su
    Crítica de la razón pura.

    Hegel fue el primero en someter las leyes de la
    lógica formal a un análisis crítico
    completo. Al hacerlo estaba completando el trabajo que Kant
    había empezado. Pero mientras que Kant sólo
    mostró las deficiencias y contradicciones inherentes a la
    lógica tradicional, Hegel fue mucho más
    allá, desarrollando un método totalmente diferente
    a la lógica, un método dinámico que
    incluía el movimiento y la contradicción, que la
    lógica formal es incapaz de tratar.

    ¿Enseña la lógica a pensar? La
    dialéctica no pretende enseñar a la gente a pensar.
    Esta es la pretensión de la lógica formal, a lo que
    Hegel replicó irónicamente que la lógica no
    te enseña a pensar, ¡de la misma manera que la
    fisiología no te enseña a digerir! Los hombres y
    mujeres pensaban, e incluso pensaban dialécticamente,
    mucho antes de que hubiesen oído hablar de la
    lógica. Las categorías de la lógica, y
    también de la dialéctica, se deducen de la
    experiencia real. A pesar de todas sus pretensiones, las
    categorías de la lógica formal no están por
    encima del mundo de la realidad material, sino que sólo
    son abstracciones vacías tomadas de la realidad entendida
    de una manera unilateral y estática, y posteriormente
    aplicadas arbitrariamente de nuevo a la realidad.

    En contraste, la primera ley del método
    dialéctico es objetividad absoluta. Lo importante es
    descubrir las leyes del movimiento de un fenómeno dado,
    estudiándolo desde todos los puntos de vista. El
    método dialéctico es de gran valor a la hora de
    aproximarse correctamente a las cosas, evitando disparates
    filosóficos elementales y construyendo hipótesis
    científicas sólidas. A la vista de la
    increíble cantidad de misticismo que ha surgido a partir
    de hipótesis arbitrarias, sobre todo en la física
    teórica, ¡no es una ventaja secundaria! Pero el
    método dialéctico siempre busca derivar sus
    categorías de un estudio cuidadoso de los hechos y los
    procesos, no introducir los hechos en una camisa de fuerza
    preconcebida:

    "Todos admitimos", escribió Engels, "que en todos
    los campos de la ciencia, tanto en las naturales como en la
    histórica, hay que partir de los hechos dados, y por lo
    tanto, en las ciencias naturales, de las distintas formas
    materiales y las di versas formas de movimiento de la materia;
    que, por consiguiente, tampoco en las ciencias sociales hay que
    encajar las interrelaciones en los hechos, sino que es preciso
    descubrirlas en ellos, y cuando se las descubre, verificarlas,
    hasta donde sea posible, por medio de la
    experimentación".8

    La ciencia se basa en la búsqueda de leyes
    generales que puedan explicar el funcionamiento de la naturaleza.
    Tomando la experiencia como punto de parti da, no se limita a una
    mera recopilación de hechos, sino que intenta generalizar,
    yendo de lo particular a lo universal. La historia de la ciencia
    se caracteriza por un proceso cada vez más profundo de
    aproximación. Cada vez nos acercamos más a la
    verdad, sin llegar nunca a conocer toda la verdad. En
    última instancia, la prueba de la verdad científica
    es el experimento. "El experimento", dice Feynman, "es el
    único juez de la "verdad"
    científica".9

    La validez de las formas de pensamiento depende en
    última instancia de si se corresponden con la realidad del
    mundo físico. Esto no se puede establecer a priori, tiene
    que demostrarse a través de la experimentación y la
    observación. La lógica formal, en contraste con
    todas las ciencias naturales, no es empírica. La ciencia
    deriva sus datos de la observación del mundo real. La
    lógica se supone que es apriorística, a diferencia
    de todas las materias de que se ocupa. Existe una
    contradicción flagrante entre forma y contenido. La
    lógica no se deriva del mundo real, pero sin embargo se
    aplica constante mente a los fenómenos de éste.
    ¿Cuál es la relación entre ambos lados? Hace
    tiempo que Kant planteó que las formas de la lógica
    formal deben reflejar la realidad objetiva o, de lo contrario, no
    tendrán sentido en absoluto:

    "Cuando tenemos razones para considerar un juicio como
    necesariamente universal (…) también debemos
    considerarlo objetivo, es decir, que no exprese meramente una
    referencia de nuestra percepción de un sujeto, sino una
    cualidad del objeto. Porque no habría ninguna razón
    para que los juicios de otros hombres coincidiesen necesariamente
    con el mío, a no ser la unidad del objeto al que todos
    ellos se refieren y con el que están de acuerdo; de
    aquí que todos deban estar de acuerdo entre
    ellos".10

    Esta idea fue posteriormente desarrollada por Hegel,
    desbrozando las ambigüedades de la teoría del
    conocimiento y la lógica kantianas, y finalmente Marx y
    Engels la pusieron sobre cimientos sólidos:

    "Los esquemas lógicos no pueden referirse sino a
    formas de pensamiento; pero aquí no se trata sino de las
    formas del ser, del mundo externo, y el pensamiento no puede
    jamás obtener e inferir esas formas de sí mismo,
    sino sólo del mundo externo. Con lo que se invierte
    enteramente la situación: los principios no son el punto
    de partida de la investigación, sino su resultado final, y
    no se aplican a la naturaleza y a la historia humana, sino que se
    abstraen de ellas; no son la naturaleza ni el reino del hombre
    los que se rigen según los principios, sino que
    éstos son correctos en la medida en que concuerdan con la
    naturaleza y con la historia".11

    Los límites de la ley de la identidad Es
    sorprendente que las leyes básicas de la lógica
    formal, elaboradas por Aristóteles, se hayan mantenido
    esencialmente inmutables durante más de dos mil
    años. En ese período hemos presenciado un proceso
    continuo de cambio en todas las esferas de la ciencia, la
    tecnología y el pensamiento. Y, sin embargo, los
    científicos se han contentado con utilizar
    básicamente las mismas herramientas metodológicas
    que utilizaban los escolásticos medievales en los
    días en que la ciencia estaba todavía al nivel de
    la alquimia.

    Dado el papel central de la lógica formal en el
    pensamiento occidental, sorprende la poca atención
    prestada a su contenido real, significado e historia. Normalmente
    se toma como algo dado, evidente por sí mismo y
    eternamente inmutable; o se presenta como una útil
    convención sobre la que la gente razonable se pone de
    acuerdo para facilitar el pensamiento y el discurso, un poco como
    cuando la gente de círculos sociales educados se pone de
    acuerdo sobre las buenas maneras en la mesa. Se plantea la idea
    de que las leyes de la lógica formal son construcciones
    totalmente artificiales, construidas por los lógicos, en
    la creencia de que alguna aplicación tendrán, que
    revelarán alguna que otra verdad en algún campo del
    pensamiento. Pero, ¿por qué las leyes de la
    lógica han de guardar relación con algo si
    sólo son construcciones abstractas, arbitrariedades
    imaginarias de la mente? Sobre esto ironiza Trotsky: "Decir que
    las personas han llegado a un acuerdo sobre el silogismo es casi
    como decir, o más exactamente es lo mismo, que la gente
    llegó al acuerdo de tener fosas en las narices. El
    silogismo es un producto objetivo del desarrollo orgánico,
    es decir, del desarrollo biológico, antropológico y
    social de la humanidad, igual que lo son nuestros diversos
    órganos, entre ellos nuestro órgano del
    olfato".

    En realidad, la lógica formal se deriva en
    última instancia de la experiencia, de la misma manera que
    cualquier otra forma de pensamiento. A partir de la experiencia,
    los seres humanos sacan una serie de conclusiones que aplican a
    su vida cotidiana. Esto es aplicable incluso a los animales,
    aunque a otro nivel: "El pollo sabe que el grano es en general
    útil, necesario y sabroso. Reconoce un grano determinado
    —el de trigo— con el que está familiarizado, y
    de allí extrae una conclusión lógica por
    medio de su pico. El silogismo de Aristóteles es
    sólo una expresión articulada de estas conclusiones
    mentales elementales que observamos a cada paso entre los
    animales".12

    Trotsky dijo en una ocasión que la
    relación entre la lógica formal y la
    dialéctica era similar a la relación entre las
    matemáticas elementales y superiores. Las unas no niegan a
    las otras y siguen siendo válidas dentro de unos
    determinados límites. De manera parecida, las leyes de
    Newton, que dominaron la ciencia durante cien años,
    demostraron ser falsas en el mundo de las partículas
    subatómicas. Más correctamente, la mecánica
    clásica, criticada por Engels, demostró ser
    unilateral y de aplicación limitada.

    "La dialéctica", escribe Trotsky, "no es
    ficción ni misticismo, sino la ciencia de las formas de
    nuestro pensamiento, en la medida en que éste no se limita
    a los problemas cotidianos de la vida y trata de llegar a una
    comprensión de procesos más amplios y
    complicados".13

    El método más común de la
    lógica formal es la deducción, que intenta
    establecer la verdad de sus conclusiones a través de dos
    condiciones: la conclusión tiene que emanar de las
    premisas y las premisas tienen que ser ciertas. Si se cumplen las
    dos, se dice que el argumento es válido. Todo esto es muy
    reconfortante. Nos encontramos en el reino familiar y seguro del
    sentido común: verdadero o falso, sí o no. Tenemos
    los pies firmemente en el suelo. Parece que estamos en
    posesión de "la verdad, toda la verdad y nada más
    que la verdad". No hay nada más que decir. ¿O
    sí? Estrictamente hablando, desde el punto de vista de la
    lógica formal, es indiferente si las premisas son ciertas
    o no. En la medida en que la conclusión se extraiga
    correctamente de sus premisas, se dice que la inferencia es
    deductivamente válida. Lo importante es distinguir entre
    inferencias válidas y no válidas. Así, desde
    el punto de vista de la lógica formal, la siguiente
    afirmación es deductiva mente válida: "Todos los
    científicos tienen dos cabezas. Einstein era un
    científico. Por lo tanto, Einstein tenía dos
    cabezas". La validez de la inferencia no depende del sujeto en lo
    más mínimo. De esta manera la forma se eleva por
    encima del contenido.

    En la práctica, por supuesto, cualquier
    método de razonamiento que no de mostrase la validez de
    sus premisas sería peor que inútil. Se tiene que
    demostrar que las premisas son ciertas. Pero esto nos lleva a una
    contradicción. El proceso de validación de un juego
    de premisas nos plantea automáticamente un nuevo juego de
    preguntas que a su vez hay que validar. Como planteó
    Hegel, cada premisa da lugar a un nuevo silogismo, y así
    hasta el infinito. Lo que parecía ser muy simple resulta
    ser extremadamente complejo y contradictorio.

    La mayor contradicción reside en la propia
    premisa fundamental de la lógica formal. Al tiempo que
    exige que todas las demás cosas bajo el Sol se justifiquen
    ante la Corte Suprema del Silogismo, la lógica se ve
    totalmente confundida cuando se le pide que justifique sus
    propios presupuestos. De repente pierde todas sus facultades
    críticas y recurre a apelar a la creencia, al sentido
    común, a lo "obvio" o a la cláusula de escapatoria
    filosófica final: a priori. El hecho es que los llamados
    axiomas de la lógica son reglas no demostradas. Se toman
    como punto de partida para deducir más reglas (teoremas),
    exactamente igual que en la geometría clásica, en
    la que se parte de los principios de Euclides. Se asume que son
    correctos sin ningún tipo de demostración, es
    decir, simplemente tenemos que hacer un acto de fe.

    Pero, ¿y si resultase que los axiomas
    básicos de la lógica formal fueran falsos? Entonces
    estaríamos en la misma posición que cuando le
    dábamos al pobre Einstein una cabeza adicional. ¿Es
    posible que sean defectuosas las leyes eternas de la
    lógica? Examinémoslo más de cerca. Las leyes
    básicas de la lógica formal son:

    1) Ley de la identidad ("A" = "A") 2) Ley de la
    contradicción ("A" no es igual a "no A") 3) Ley del medio
    excluido ("A" no es igual a "B") A primera vista parecen
    eminentemente sensatas. ¿Cómo se pueden poner en
    duda? Pero si las vemos más de cerca podemos observar que
    están llenas de problemas y contradicciones de
    carácter filosófico. En Ciencia de la
    Lógica, Hegel plantea un análisis exhaustivo de la
    ley de la identidad, demostrando que es unilateral y, por tanto,
    incorrecta.

    En primer lugar, hay que tener en cuenta que esa
    apariencia de una cadena de razonamiento en la que necesariamente
    un paso sigue al otro es totalmente ilusoria. La ley de la
    contradicción simplemente plantea la ley de la identidad
    de manera negativa. Y lo mismo se puede decir de la ley del medio
    excluido. Todo lo que tenemos aquí es una
    repetición de la primera ley de diferentes maneras. Todo
    se sustenta sobre la ley de la identidad (A = A). A primera vista
    es incontrovertible y, por lo tanto, fuente de todo pensamiento
    racional. Es la vaca sagrada de la lógica y no se puede
    poner en duda. Y sin embargo se puso en duda, y por una de las
    mentes más grandes de todos los tiempos.

    El traje nuevo del emperador es un cuento de Hans
    Christian Andersen en el que un embaucador le vende a un
    emperador bastante tonto un traje nuevo que supuestamente es muy
    bonito pero invisible. El crédulo emperador se pasea con
    su traje nuevo, del que todos dicen que es magnífico,
    hasta que un niño dice que el emperador va totalmente
    desnudo. Hegel prestó un servicio similar a la
    filosofía con su crítica a la lógica formal.
    Los defensores de ésta jamás se lo
    perdonarán.

    La llamada ley de la identidad es en realidad una
    tautología. Paradójicamente, en la lógica
    tradicional esto siempre se consideraba como uno de los errores
    más evidentes que se podía cometer al definir un
    concepto. Es una definición que no se sostiene
    lógicamente, que simplemente repite en otras palabras lo
    que ya está en la parte que hay que definir. Vamos a poner
    un ejemplo. Un maestro le pregunta al alumno qué es un
    gato, y el alumno le responde orgullosamente que un gato es… un
    gato. Esta respuesta no se consideraría muy inteligente y
    el alumno sería enviado inmediatamente al fondo de la
    clase. Después de todo, se supone que una
    definición tiene que decir algo, y ésa no dice nada
    de nada. Sin embargo, esa poco brillante definición
    escolar de un cuadrúpedo felino expresa perfectamente en
    todo su esplendor la ley de la identidad, considerada durante
    más de veinte siglos por los profesores más
    sobresalientes como la verdad filosófica más
    profunda.

    Todo lo que la ley de la identidad nos dice sobre algo
    es que es. No avanzamos un solo paso más allá. Nos
    quedamos en el nivel de la abstracción general y
    vacía. No aprendemos nada de la realidad concreta del
    objeto a estudiar, sus propiedades, sus relaciones. Un gato es un
    gato, yo soy yo, tú eres tú, la naturaleza humana
    es la naturaleza humana, las cosas son como son. Es evidente que
    estas afirmaciones son totalmente vacuas. Son la expresión
    consumada del pensamiento formal, unilateral y
    dogmático.

    Entonces, ¿la ley de la identidad no es
    válida? No del todo. Tiene sus aplicaciones, pero de un
    alcance mucho más limitado de lo que se podría
    pensar. Las leyes de la lógica formal pueden ser
    útiles para clarificar, analizar, etiquetar, catalogar,
    definir ciertos conceptos. Son válidas para los
    fenómenos normales y simples de cada día. Pero
    cuando tratamos con fenómenos más complejos, que
    implican movimiento, saltos bruscos, cambios cualitativos, se
    vuelven totalmente inadecuadas. El siguiente extracto de Trotsky
    resume brillantemente la línea argumental de Hegel sobre
    la ley de la identidad:

    "Trataré aquí de esbozar lo esencial del
    problema en forma muy concisa. La lógica
    aristotélica del silogismo simple parte de la premisa de
    que "A es igual a A". Este postulado se acepta como axioma para
    una cantidad de acciones humanas prácticas y de
    generalizaciones elementales. Pero en realidad "A no es igual a
    A". Esto es fácil de demostrar si observamos estas dos
    letras bajo una lente: son completamente diferentes. Pero, se
    podrá objetar, no se trata del tamaño o de la forma
    de las letras, dado que ellas son solamente símbolos de
    cantidades iguales, por ejemplo de una libra de azúcar. La
    objeción no es valedera; en realidad, una libra de
    azúcar nunca es igual a una libra de azúcar: una
    balanza de precisión descubriría siempre la
    diferencia. Nuevamente se podría objetar: sin embargo una
    libra de azúcar es igual a sí misma. Tampoco esto
    es verdad: todos los cuerpos cambian constantemente de peso,
    color, etc. Nunca son iguales a sí mismos. Un sofista
    contestará que una libra de azúcar es igual a
    sí misma un momento dado". Fuera del valor práctico
    extremadamente dudoso de este "axioma", tampoco soporta una
    crítica teórica. ¿Cómo concebimos
    realmente la palabra "momento"? Si se trata de un intervalo
    infinitesimal de tiempo, entonces una libra de azúcar
    está sometida durante el transcurso de ese "momento" a
    cambios inevitables. ¿O ese "momento" es una
    abstracción puramente matemática, es decir, un
    tiempo cero? Pero todo existe en el tiempo y la existencia misma
    es un proceso ininterrumpido de transformación; el tiempo
    es, en consecuencia, un elemento fundamental de la existencia. De
    este modo, el axioma "A es igual a A" significa que una cosa es
    igual a sí misma si no cambia, es decir, si no
    existe.

    A primera vista, podría parecer que estas
    "sutilezas" son inútiles. En realidad, tienen decisiva
    importancia. El axioma "A es igual a A" es a un mismo tiempo
    punto de partida de todos nuestros conocimientos y punto de
    partida de todos los errores de nuestro conocimiento. Sólo
    dentro de ciertos límites se lo puede utilizar con
    uniformidad. Si los cambios cuantitativos que se producen en A
    carecen de importancia para la cuestión que tenemos entre
    manos, entonces podemos presumir que "A es igual a A". Este es,
    por ejemplo, el modo con que vendedor y comprador consideran una
    libra de azúcar. De la misma manera consideramos la
    temperatura del Sol. Hasta hace poco considerábamos de la
    misma manera el valor adquisitivo del dólar. Pero cuando
    los cambios cuantitativos sobrepasan ciertos límites se
    convierten en cambios cualitativos. Una libra de azúcar
    sometida a la acción del agua o del queroseno deja de ser
    una libra de azúcar. Un dólar en manos de un
    presidente deja de ser un dólar. Determinar en el momento
    preciso el punto crítico en el que la cantidad se
    trasforma en calidad, es una de las tareas más
    difíciles o importantes en todas las esferas del
    conocimiento, incluida la sociología (…) Con respecto al
    pensamiento vulgar, el pensamiento dialéctico está
    en la misma relación que una película
    cinematográfica con una fotografía inmóvil.
    La película no invalida la fotografía
    inmóvil, sino que combina una serie de ellas de acuerdo a
    las leyes del movimiento. La dialéctica no niega el
    silogismo, sino que nos enseña a combinar los silogismos
    en forma tal que nos lleve a una comprensión más
    certera de la realidad eternamente cambiante. Hegel, en su
    Lógica, estableció una serie de leyes: cambio de
    cantidad en calidad, desarrollo a través de las
    contradicciones, conflictos entre el contenido y la forma,
    interrupción de la continuidad, cambio de posibilidad en
    inevitabilidad, etc., que son tan importantes para el pensamiento
    teórico como el silogismo simple para las tareas
    más elementales".14

    Lo mismo sucede con la ley del medio excluido, que
    plantea que es necesario afirmar o negar, que una cosa tiene que
    ser blanca o negra, que tiene que estar viva o muerta, que tiene
    que ser A o B. No puede ser dos cosas al mismo tiempo. En la vida
    cotidiana podemos darla por buena. De hecho, sin esta
    afirmación, el pensamiento claro y consistente
    sería imposible. Sin embargo, lo que parecen errores
    insignificantes en la teoría, más pronto o
    más tarde se manifestarán en la práctica, a
    menudo con resultados desastrosos. De la misma manera, una grieta
    del tamaño de un pelo en el ala de un avión puede
    parecer insignificante y, de hecho, a pequeñas velocidades
    puede pasar inadvertida. Pero a gran des velocidades, ese
    pequeño defecto puede provocar una catástrofe. En
    el Anti -Dühring, Engels explica las deficiencias de la
    llamada ley del medio excluido:

    Partes: 1, 2

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