PRESENTACIÓN
El mes de julio de 2014 será recordado por los
guatemaltecos como el mes en que nuevamente hubo un terremoto, en
fecha 7, el que no obstante ser focalizado en el departamento de
San Marcos afectó también a seis departamentos
más del suroccidente y altiplano de Guatemala.
Según informe oficial fechado al 9, el número de
heridos era de 137 y 3 fallecidos, así como
4985 personas damnificadas y 3271 evacuadas. En la parte material
se contabilizan 4658 viviendas deterioradas, de las cuales 1160
con daños severos, 1861 moderados y 1551
leves, que se suman a 31 edificios públicos y 16 iglesias
católicas afectadas. Empero, el tremendo susto que se
vivió a las 5:21 horas de ese día por el temblor de
6.9 grados en la escala Richter (que se sintió
también en Chiapas –México– lugar de su
epicentro, y en El Salvador), dio lugar a que muchos chapines
recordaran otros terremotos en el país, el más
grave ocurrido en la madrugada del 4 de febrero de 1976 y el del
7 de noviembre de 2012 que también se concentró en
San Marcos.
Y qué coincidencia en cuanto al mes de julio,
toda vez que cada año se conmemora en la ciudad de Antigua
Guatemala la fundación de la capital colonial que fuera
llamada por Real Cédula ciudad de Santiago de los
Caballeros de Guatemala el lunes 25 de julio del
año 1524, día del apóstol
Santiago, patrón de España. Fundada originalmente
en el valle de Panchoy, Iximché, trasladada después
al valle de Almolonga, que hoy se conoce como Ciudad Vieja,
destruida en 1541 por un fuerte temporal que ocasionó la
muerte de la viuda del conquistador Pedro de Alvarado,
doña Beatriz de la Cueva, la Sin Ventura, y
asentada en las faldas de tres volcanes en 1543,
permaneció incólume durante más de
doscientos años hasta que un terremoto ocurrido el 29 de
julio de 1773 obligó a buscar nuevos parajes para
construirla, seleccionándose el valle de la Virgen, donde
a partir del 2 de enero de 1776 se reconoce
oficialmente como la fecha de la última fundación,
sede actual de la capital guatemalteca.
El escenario que presenta Miguel Vargas Corzantes en la
novela El sátiro, la maldición y la cruz
(2010) se sitúa precisamente entre abril y julio de 1773,
donde a la par de efectuar una investigación cuasi
policial respecto al significado de la cruz de
Alcántara, que en sí contiene una
maldición para quien la porte o atesore, expone
cómo la ambición y los deseos carnales de un fraile
nombrado como juez inquisidor por el Santo Oficio, el
sátiro, pervierte su función
castigando y violando a 28 mujeres –de una lista de
cien– antes que según él corrompieran a los
hombres, toda vez que había tenido una epifanía
donde una voz desde lo alto le ordenó
realizar semejante acción, para que luego el sicario a su
servicio se encargara de silenciarlas con la muerte.
El autor guatemalteco realizó un serio esfuerzo
de investigación para darle a su ficción un lugar y
tiempo ambientado en la época colonial de Guatemala, y
qué mejor que hacerlo teniendo como marco de fondo los
fuertes temblores ocurridos durante los meses de mayo y junio de
1773, para rematarlos con el terremoto del 29 de julio de dicho
año, fecha que marcó el inicio del proceso para
tomar la decisión respecto a si convenía su
traslación a otro punto del ámbito
geográfico que en ese entonces se llamaba el Reino de
Guatemala, que abarcaba desde Chiapas en México hasta
Costa Rica. No incursiona en comentar los motivos e
intereses ocultos para el cambio territorial; sencillamente
–al final– coloca a los personajes
principales trabajando duramente en la construcción de la
nueva capital.
Empero, su principal fortaleza como narrador consiste en
haber podido trasladar al lector cómo era el ambiente
socioeconómico en 1773, donde pertenecer a una u otra
casta social determinaba el futuro de una persona, los trabajos
que podía realizar, hasta la forma de vestirse y el
?derecho? a portar un arma, poseer y montar un caballo, y
especialmente el acceso a la educación, soberanamente
limitado para las mujeres, independiente de su condición
social.
La parte histórica se ve envuelta en la
investigación policial –la ficción
propiamente dicha– que el autor propone por medio de un
Visitador que llega a Guatemala para poner en claro algunas
situaciones donde el capitán general y presidente de la
Audiencia pudiera estar involucrado, en el sentido de actuar con
indolencia frente a algunos hechos que alteran el
orden público, amén que a la corona
española ya no están llegando todos los caudales
que se esperaban del quinto real y de otras alcabalas. Sin
embargo, el Visitador –persona hábil y con
experiencia en cargos judiciales anteriores– con ayuda de
un cuerpo de detectives se diría ahora, debe enfrentar una
realidad que no esperaba encontrar: la ciudad se encuentra
aterrada porque desde abril de 1773 han venido apareciendo
cadáveres de mujeres jóvenes, principalmente
mestizas sin alcurnia, y eso no puede permitirse; hay que dar con
el asesino en serie pues las pruebas que hasta el momento se
tienen inducen a pensar que se trata de solo una persona como
responsable, dado el modo de operar y la forma tan horrible como
aparecen los cadáveres, generalmente decapitados y con
señales evidentes de violación previa a su
muerte.
Sin embargo, los asesinatos de mujeres no constituyen la
trama principal de la novela, solo su telón de fondo, toda
vez que el motivo fundamental del autor es narrar cómo un
joven arquitecto portugués encuentra una cruz en
un convento de España, lee el manuscrito en un pergamino
que aparece adjunto, que en sí es una
maldición: ?Quien de la madre del cielo el tesoro
sacase, por su alma y mi sangre ruego. Sus piedras ardientes son
y su cruz de fuego. No toméis este castigo. Huid
prontamente de la maldición. Adela de Alcántara
1699.?
Si la maldición fue suscrita en 1699 en
España, ¿por qué la novela se sitúa
en la Guatemala de 1773?; precisamente ahí está lo
que se reconoce como maestría narrativa de Vargas
Corzantes, puesto que logra interesar al lector para que
determine qué motivos tenía el portugués
para aventurarse en tierras chapinas, arrostrar toda clase de
vicisitudes que le hacen creer que precisamente es portador de la
maldición. En su camino aparecerá
indirectamente el sátiro, pero no será
él quien se encargue de darle castigo por tanta mujer que
ha ultrajado y ordenado su muerte, sino el terremoto de julio de
1773.
Como a lo largo de más de dos siglos han sido
publicadas varias novelas de carácter histórico,
algunas de las cuales mencionan de paso o se sitúan
precisamente en el tiempo del movimiento telúrico que casi
destruyó la ciudad en 1773, es de saludar y felicitar al
autor por esta nueva ambientación de la época en el
marco de sucesos que pudieron haber sucedido, aunque quien sabe.
Como decía el historiador y novelista José Milla y
Vidaurre al hablar de las ?Cosas de otro tiempo? en
su Libro sin nombre: ?Considero la parte
puramente anecdótica de nuestras viejas
Crónicas, una verdadera mina, que aún no ha
sido explotada. […] sin atender a que esto
tiene también su importancia, si se quiere formar una idea
aproximada de la estructura de aquella primitiva
sociedad.?
Es precisamente acudir a la búsqueda y
descripción de algunas anécdotas útiles que
acude el autor de El sátiro, la maldición y la
cruz (2010), y de ahí el valor que tiene esta novela
en la producción literaria sobre la situación en
tiempos de la colonia.
Vargas Corzantes, Miguel. El sátiro, la
maldición y la cruz. (Novela). Guatemala : D'buk
Editors, 2010, 1ra. edición. 340 págs. 15.6 X 23.9
cms. ISBN: 978-9929-8015-1-6. Rústica.
Los datos anteriores describen lo que aparece como
registro del libro impreso que contiene la ficción creada
por el guatemalteco Miguel Vargas Corzantes, inspirado por hechos
que ocurrieron en 1773, cuando la capital del Reino de Guatemala
se encontraba en la conocida desde 1543 como ciudad de Santiago
de los Caballeros de Guatemala, hoy Antigua Guatemala, destruida
por un fuerte terremoto en la tarde del 29 de julio de dicho
año.
I. Acerca del
autor
Miguel Vargas Corzantes (1974), guatemalteco, es
licenciado en Publicidad, grado obtenido en la Universidad
Francisco Marroquín.
Se ha desempeñado como periodista y escritor para
la revista centroamericana ?Café Cultura?. Ha trabajado en
los medios de comunicación nacionales a partir de 1998 e
internacionales desde 2003. Se ha desempeñado
también en la presentación de revistas televisadas
y documentales turísticos y en el ambiente de la
locución profesional. Parte de su versatilidad lo ha
llevado a actuar como fotógrafo profesional, de lo cual
dan cuenta nueve exposiciones colectivas en donde ha
participado.
Es autor de contenidos para libros educativos de
primaria y básicos, así como corrector de textos
escolares de todos los niveles, destinados a ministerios de
educación y otras entidades formativas en
Centroamérica, en especial para Guatemala, Honduras y El
Salvador.
Coautor, junto con Oscar Méndez, de
Nostalgia Guatemalteca (Guatemala, D'buk
Editors; primera edición 2009 y segunda 2010).
?Un canto a nuestra identidad, a ese
día a día donde nuestra forma de
expresarnos, nuestras frases, dichos, comidas y juegos nos
hacen únicos ante el mundo.? ?Nostalgia
Guatemalteca es un libro de frases, dichos,
juguetes, objetos golosinas, comida y sonidos como lo
nombramos los chapines. Cada palabra viene con su
fotografía?.
Habla el idioma italiano (Instituto Italiano de
Cultura), alemán (Asociación Alejandro Von
Humboldt/Radio Deutsche Welle) y francés (Alianza Francesa
de Guatemala). Es traductor jurado (The Optimum Proffes). Traduce
textos a solicitud de varias empresas.
El sátiro, la maldición y la
cruz. Novela histórica. D"buk Editors 2010 (2
ediciones), es su primera publicación y tiene
inéditas dos obras más, así como algunos
cuentos cortos.
II. Generalidades
de esta novela
Novelas ambientadas en la época de la colonia hay
varias, como por ejemplo la de Jorge García Granados
(1900-1961), El deán turbulento (1962), que
constituye una crónica de acontecimientos ocurridos en el
siglo XVII. José Milla y Vidaurre (1822-1882)
publicó varias: La hija del Adelantado (1866),
Los nazarenos (1867) y El Visitador (1867).
Agustín Mencos Franco (1862-1902) dio a conocer a Don
Juan Núñez de García (1898), novela
histórica sobre la rebelión de los zendales. De
Máximo Soto-Hall (1871-1944) pueden citarse
La divina reclusa (1938) –la cual se refiere a Sor
Juana de Maldonado–; y El San
Francisco de Asís americano, Pedro de San
José Bethencourt (1949), aunque en rigor este
es un estudio biográfico. Elisa Hall de Asturias
(1900-1982) escribió sobre la vida de don Sancho
Álvarez de Asturias, el cual llegó a Guatemala en
la segunda mitad del siglo XVII, en su novela Semilla de
mostaza (1938), obra que en su tiempo generó fuerte
discusión porque algunos no aceptaban que una mujer que no
había recibido educación universitaria pudiera
escribir una obra literaria calificada por Rafael Arévalo
Martínez como excelente; para demostrar que sí era
la autora y que poseía las dotes intelectuales necesarias
en materia histórica, respondió publicando
Mostaza (1939), la cual es continuación de la
anterior pero –burla burlando– incluye
entre los personajes a varios de los que dudaron de la
autoría.
José Fernando Juárez Muñoz
(1877-1952) escribió dos obras: El hijo del bucanero.
Novela de la época de la colonia (1676 a 1700)
(1952); dejó inédita desde 1941 la novela Su
Señoría. Narración novelada de la
época de la colonia, 1768-1774 (1974), que su familia
logró que fuera editada en forma póstuma. Miguel
Ángel Asturias (1899-1974) también publicó
La Audiencia de los Confines (1957), obra que no es del
género de la novela sino del teatro, a la que en 1971
cambió el título por el de Las Casas: el obispo
de Dios y que se mantuvo inédita hasta
2003.
La norteamericana Maca Barrett publicó la primera
edición en español de su novela Caballo
rojo (1959), donde narra las andanzas del conquistador
español Pedro de Alvarado, su especial relación con
el obispo Francisco Marroquín y su casamiento con
doña Beatriz de la Cueva, la que al morir el ?Adelantado?
se adelantó a dar el primer golpe de Estado y hacerse
nombrar gobernadora, aunque poco le duró el gusto porque
falleció a los diez días durante la
destrucción de la ciudad por el Volcán de Agua en
septiembre de 1541; fue prologada por el abogado, escritor e
historiador Adrián Recinos (1886-1962).
Posteriormente, publicó la primera edición
en inglés, The Red Horse (1962). Cabe acotar que
Maca Barrett es el seudónimo de Margarita
Deschamps-Pittaluga (Barcelona, 1910- Port Charlotte, Florida,
EEUU, 1983), radicando en Guatemala. Maca Barrett es su apodo
y su apellido de casada. En 1943 optó por la
nacionalidad de su esposo, quien sirvió como
diplomático de los Estados Unidos.
2
La escritora y novelista hondureña Argentina
Díaz Lozano (1912-1999), quien vivió en Guatemala
de octubre de 1944 a febrero de 1999, falleciendo seis meses
después en su natal Tegucigalpa, también se
ocupó del tiempo de la colonia en Ciudad Errante
(1983). Impresa originalmente en México, D.F. por
editorial Costa-Amic con el título Ciudad Errante (el
hombre sin edad). Novela en escenario histórico,
describe los traslados que tuvo la ciudad de Guatemala durante
varios siglos, desde su fundación en 1524 hasta concluir
en 1776 en que se asentó temporalmente en el valle de la
Ermita y definitivamente en los llanos de la Virgen
después del terremoto de 1773. La ficción es
presentada por medio de un erudito personaje, que está
presente en todas las traslaciones y por ello un hombre sin
edad. 3
Por su parte, Francisco Pérez de Antón
(1940) publicó tres novelas históricas, dos de las
cuales ambientadas en la colonia: Los hijos del incienso y de
la pólvora (2005) cuya trama se desarrolla en 1700;
y, La guerra de los capinegros (2006) que corresponde al
año 1545. La tercera, El sueño de los
justos (2008), durante el período 1 al 15 de
noviembre de 1877 cuando Justo Rufino Barrios (1835-1885) con la
excusa de haber develado un complot que acabaría con
él y su familia (caso Kopesky), ordena el fusilamiento de
12 ciudadanos supuestamente comprometidos.
4
La lista anterior no está agotada. Hubo otros
novelistas que enfocaron su ficción en algún pasaje
específico de la época colonial. Esto implica que
no es válida la afirmación que efectúa el
escritor Juan Carlos Lemus, quien al valorar la obra de Vargas
Corzantes quizá en forma apresurada dijo (Revista D,
Prensa Libre):
?Sin duda, se trata de una narración que
además de entretener profundamente, captura una
atmósfera difícil de ser encontrada en la historia
literaria centroamericana? 5
Sin proponérselo, Miguel Vargas cumple aquel
deseo de Ricardo Casanova y Estrada (1844-1913); cuando solamente
era abogado en 1868 (fue ordenado en 1875 y nombrado arzobispo de
Guatemala en 1886) escribió el prólogo de la novela
Los nazarenos (1867), felicitando a José Milla y
Vidaurre y diciendo de este que enriqueció la literatura
nacional ?con un género de obras de que antes
se carecía, abriendo así nueva senda a los
ingenios.
¡Ojalá sean muchos los que le sigan en
ella!? 6
El autor pone su granito de arena al incursionar en el
género de la ficción histórica y hasta
policial, al traer a cuento una posible intriga que inicia en
Portugal, pasa por Madrid y otros lugares de España y
concluye en la Guatemala colonial, principiando meses antes de
que el terremoto destruyera la capital en la tarde del 29 de
julio de 1773, al que se le llamó terremoto de Santa Marta
por corresponder la fecha en el santoral católico a la
festividad de Santa Marta de Betania.
Cabe hacer notar un pequeño yerro del autor en
cuanto a la fecha, que la sitúa el 29 de junio
(página 15), anticipándose exactamente en un mes
con respecto a cuando en realidad ocurrió el sismo.
Podría tratarse de una errata no advertida y que en lugar
de escribir julio se anotó junio. Empero, cuesta decidirse
por calificarla de tal en vista que en página 198
el capítulo inicia ?a mediados de julio? pero
en página 199, cuando ocurre un fuerte temblor en la
ciudad, indica que ?fue menos violento que el del mes pasado, en
la segunda semana de mayo?, lo cual quiere decir que el autor
sigue pensando en junio.
Y tan piensa equivocadamente en dicho mes que en
páginas 292 a 294 inserta una carta que Santiago dirige a
su maestro en España, fechándola al ?29 de junio de
1773?. Vuelve a cometer igual equivocación en
página 322. Total, discúlpesele este breve
lapsus calami, que no obstante el mismo la novela en su
conjunto es excelente.
Quién sería el sátiro, por
qué la utilización de semejante ser
mitológico, el que de acuerdo con el Diccionario Manual de
la Lengua Española Vox, edición 2007, es un
?habitante de los bosques, donde persigue a las ninfas, que se
representa con pequeños cuernos, el cuerpo cubierto
de vello, rabo y las patas de macho
cabrío?.
Observe el lector la imagen de la portada del libro y
determinará que coincide con esta
definición.
De qué maldición pretende
advertir el autor. Como la obra se desarrolla en el ambiente de
la Guatemala de 1773, habrá que determinar no solo en
qué consiste tal maldición, sino si todavía
está vigente, para temor de mentes supersticiosas o como
simple conseja de personas ancianas, que tratan de advertir lo
que puede ocurrirle a alguien que es ambicioso, corrupto, lascivo
(que de eso hay también en un sátiro) o
simplemente no cumple ni atiende los preceptos de la iglesia. Y
aquí es donde interviene la cruz que Vargas
Corzantes pretende actualizar, a través de la
búsqueda, hallazgo y traslado desde España
hacia Guatemala, cargada nada menos que por el
personaje principal –Santiago de Oliveira– para
llevarla a quien después se convertirá en su amada
– Adela de Alcántara – la que a su vez
será su amado tormento, no porque lo trate mal sino por la
serie de sucesos que le sobrevendrán, y de
los cuales forma parte o son resultado de la
maldición que dicha cruz
trae de por sí.
Según la contraportada, cuyo resumen del libro en
el presente Ensayo se trata verificar en cuanto a si corresponde
al contenido de la obra:
?El viaje de un hombre da inicio cuando encuentra una
cruz de oro y un incomprensible pergamino. Este objeto de poder
lo impulsa a convertirse en el aventurero que cruzará el
océano, hasta el otro lado del mundo, perseguido por una
terrible maldición. Santiago de Oliveira deberá
sobrevivir la peligrosa ruta del
Atlántico para llegar a su destino, el Nuevo
Mundo en el último cuarto del siglo XVIII, inmerso entre
intrigas políticas, pugnas de poder y la obsesión
de un agente de la Inquisición oculto detrás de
horrendos crímenes que mantienen a la capital, Santiago de
Guatemala, sumida en la inestabilidad.
La vida de la mujer más bella de esa noble ciudad
se entrelaza con el viaje de Santiago cuando un inesperado suceso
une sus vidas y los sumerge en un remolino de pasiones, escapes
furtivos y luchas en nombre del amor, tratando de sobrevivir
en una carrera contra el tiempo y revelar el secreto
de la cruz misteriosa antes de que sea demasiado
tarde.? 7
Cabe agregar los motivos que llevaron al
autor a escribir la novela:
?Mi idea era presentar a Santiago de Guatemala con todo
el esplendor que contaba en el período histórico
que sucede la acción de la novela. […]
Investigué este periodo por un año mientras
desarrollaba la novela: documentos históricos,
libros que hablan de la sociedad colonial en esa
época, archivos históricos españoles y
centroamericanos, enriqueciendo poco a poco las bases reales de
la narrativa con opiniones de expertos que ayudaron a verificar
mis hallazgos, y exploraciones in situ en los lugares claves de
la novela en La Antigua Guatemala, como el convento de La
Concepción, el de Santo Domingo, la Catedral, el Palacio
de los Capitanes y otros sitios
interesantes?.
?El año de la destrucción de Santiago de
Guatemala captó mi atención de inmediato y supe que
se podrían presentar los hechos que enmarcaban la
época, que tienen eco en nuestra sociedad actual en
diversos sentidos, en especial porque ésta mantiene
todavía rasgos que eran propios de la gente de esa
época, y también porque, a pesar del
traslado de la ciudad y los cambios drásticos que se
sufrieron en los años siguientes, nada cambió el
hecho de que la nueva ciudad fuera asentada en un área
eminentemente sísmica?.
?Mi objetivo al crear esta novela era mezclar varios
géneros en uno sólo para que el resultado fuera un
recorrido aventurero entre intrigas, historia y suspenso,
tratando de hacer visualizar al lector cómo era cada
esquina, cada calle de lo que hoy conocemos como La Antigua. Es
una conjugación de varios elementos, con la
intención de transportar al lector a la Plaza
Central mientras escucha las campanadas de la grandiosa catedral
en toda su gloria, viendo los carruajes de los dones y de las
damas pasear por sus calles. Hacerlo vivir una aventura de la
mano de los personajes y transportarlos al pasado, a los
últimos días de Santiago de
Guatemala?.8
Si logró su objetivo y efectivamente la novela
permite imaginarse cómo era la ciudad colonial y sus
problemas socioeconómicos en 1773, es algo que compete al
lector determinar. En el presente Ensayo solo se le ofrece una
reseña de la obra y los comentarios que se consideran
pertinentes, sin el afán de inducir a qué debe
interpretar, siendo que esto es una tarea personal que por
fortuna todavía goza del libre albedrío.
III. Comentarios
acerca de la obra
Puede anticiparse sin temor a equívoco que lo
anotado en 1868 para la novela de José Milla y Vidaurre,
Los nazarenos (1867), vale para la de Vargas
Corzantes:
?[…] El plan está perfectamente
desarrollado; todos los sucesos se ligan al hecho principal,
todos concurren al desenlace y lo preparan. La trama que resulta
es ingeniosa y complicada, tal vez demasiado; los incidentes se
acumulan o se suceden rápidamente; pero si esta
circunstancia obliga a fijar más la atención, en
cambio mantiene vivo el interés.?
9
?La narración es sabrosa, llena de
gracia y de sencillez; […] los diálogos son
animados y bastante cortos para no fastidiar nunca; el
lenguaje castigado y elegante, sin dejar de ser
natural.? 10
Será el paciente lector del presente Ensayo quien
disponga si el atrevimiento de trasladar a Vargas
las florituras que en su momento se le dieron a Pepe Milla, son
válidas.
En la novela aparecen personajes reales, a los que el
autor se encargó de por lo menos referirlos en algunas
escenas, como por ejemplo Pedro Cortés y Larraz (1712-
1787), Arzobispo de Guatemala (1767-1779); Domingo Juarros y
Montúfar (1753-1821); el dominico Miguel Francesh; y,
Martín de Mayorga (1721-1783), caballero de la Orden de
Alcántara (Extremadura, España), mariscal de campo,
presidente de la Audiencia de Guatemala del 12 de junio de 1773
al 4 de abril de 1779 y que después ocupó el cargo
de virrey interino de Nueva España (México), del 23
de agosto de 1779 al 28 de abril de 1783.
Miguel Francesh fue confesor de su ilustrísima,
el arzobispo Pedro Cortés y Larraz.
11
Domingo Juarros, su antiguo alumno
escribió:
?XVI- El P. Fray Miguel Francesh,
también de la Orden de Predicadores. Nació en el
Principado de Cataluña y vino a esta Metrópoli el
año de 1752. Su buena conducta y literatura le granjearon
la estimación pública. En su convento obtuvo el
grado de Maestro y entre otros cargos le fió la obediencia
el de Prior de la Casa de Guatemala. La Universidad
lo condecoró con el grado de Doctor y le dio
también la Regencia de la Cátedra de Prima de
Teología, que sirvió hasta jubilarse.
Escribió un curso de artes, que se imprimió en
cuatro tomos en cuarto. Murió el año de 1783, con
muy cristianas disposiciones.? 12
Sobre el ?curso de artes, que se imprimió en
cuatro tomos en cuarto? en 1772, aparece en la lista
bibliográfica presentada por Medina, José Toribio
(1964), La imprenta en Guatemala (1660-1821),
Ámsterdam, N. Israel; así como en Lanning, John
Tate (1976), Reales cédulas de la Real y Pontificia
Universidad de San Carlos de Guatemala. Guatemala,
Editorial Universitaria. Durante el proceso de
reforma universitaria iniciado en 1783, para la facultad menor de
artes el rey recomendó por medio de real cédula
emitida en enero de 1787 y recibida en julio, utilizar la obra de
Francesh publicada en Barcelona en 1772.
13
En la novela de Vargas Corzantes se menciona
–aunque solo de pasada– al ?marqués de
Aycinena?, Juan Fermín de Aycinena e Irigoyen (1729-
1796), el que de España y proveniente de México
llega a Guatemala en 1754 en calidad de comerciante. Se casa
al año siguiente con una dama cuya familia
pertenecía a la élite; recibe una excelente dote y
con el tiempo se convierte en exportador de índigo,
comerciante al por mayor y en prestamista
(proporcionándole créditos a la misma Audiencia);
compró el título nobiliario de
marqués.
Para facilitar la lectura en cuanto a descripción
y comentarios de la obra, conviene anotar los títulos que
figuran en su contenido:
Nota histórica / Prólogo // Primera
Parte / El portugués / El Camino Real de Santiago /
La Casa Alcántara / Revelaciones / El certero e inevitable
destino // Segunda Parte / El sátiro y el asesino
/ La tempestad / Las labores del investigador / La rosa y la
calavera // Tercera Parte / Dies Irae / El relicario /
La lacrimosa / Epílogo / Notas aclaratorias /
Bibliografía sugerida.
Ergo: a continuación se sigue el mismo plan de
exposición, copiando dichos títulos con su
respectivo comentario, excepto en lo que se refiere a ?Notas
aclaratorias / Bibliografía sugerida?, haciendo la
aclaración que en la novela los capítulos no
están numerados, únicamente identificados con un
título. Aquí se agrega un número
arábigo a cada uno, solo con fines de
ordenamiento.
1. Nota histórica
La ?Nota histórica? presenta una referencia de lo
que era la antigua capitanía general de Guatemala, la cual
contaba con apenas 37,000 habitantes (página 14), la mayor
parte mestizos; un minúsculo 2.2% de criollos
–detentadores del poder–, así como un escaso
15% de indígenas que proveían a la ciudad de
frutas, legumbres y mano de obra gratuita. Incluye
un mapa de la ciudad, el que aunque datado en 1773
(página 16) se basa en un plano de 1857 y que
se supone existe el original en la Librería del Congreso,
Washington, D.C. (página 11).
En cuanto a los 37,000 habitantes que menciona el autor
en página 14, no hay un acuerdo entre los especialistas,
de tal manera que dicha cifra debe tomarse con reservas. La
doctora en historia Cristina Zilbermann de Luján, en
Aspectos socioeconómicos del traslado de la ciudad de
Guatemala (1773-1783) (1987) indica que a lo sumo pudo haber
albergado entre 25,000 y 30,000, en tanto que en el
resto del valle otros 17,500, lo que daría un aproximado
de entre 40,000 y 50,000 habitantes en el conjunto del valle que
contenía también a la ciudad;
14 el doctor Stephen Webre, basado en
Christopher H. Lutz., la estima en ?unos 40,000
habitantes, poco más o menos?. 15
Pedro Pérez Valenzuela, anota sin citar
fuente que después de su traslado al valle de
la Ermita en septiembre de 1773 se contabilizó
en
?Total, cerca de seis mil personas y alrededor de mil
ranchos. Esa era la capital. Así en un mes
ese número de habitantes tenía la capital
provisional; en cambio, en la antigua ciudad
arruinada quedaban más de cincuenta
mil…? 16 lo que casi suma
60,000 creyendo quizá en igual dato que proporcionó
el cronista colonial Francisco Fuentes y Guzmán en 1686 y
que para 1773 todavía lo repetía el
propio presidente de la Audiencia don Martín de
Mayorga, error en el que también cae el
historiador Agustín Gómez Carrillo: ?Sesenta mil
habitantes y monumentos espléndidos contaba la ciudad
destruida por la catástrofe del día de Santa Marta
de 1773?, 17 sin darse cuenta que de
tal data se burló el novelista Pepe Milla cuando
habló de la cuenta alegre de los sesenta mil habitantes
(criticando a Fuentes y Guzmán) en su Libro sin
nombre. 18 Juárez
Muñoz también remacha la cifra de sesenta
mil. 19 Y como quien no quiere la
cosa, eso de incurrir en los procesos de ?copy-paste? no siempre
trae buenos resultados.
Independientemente del número exacto de
habitantes, de lo que no puede dudarse es que se trata de un
reino colonial divido en dos ?repúblicas?, aunque este
concepto no involucra el derecho del pueblo de elegir a sus
gobernantes:
?Santiago de Guatemala fue concebida para quedar
dividida en sectores. A ese sistema se le conoció como el
de las =dos repúblicas": una formada por los
españoles y la otra por las castas. Era una rígida
estratificación social basada principalmente
en el color de la piel y las condiciones socio
económicas de los individuos. Cada uno de los grupos
vivía en la parte de la ciudad que correspondía a
dicha separación. De acuerdo a los patrones residenciales,
la república de los españoles y criollos (y algunos
miembros de las castas, principalmente por esclavos y
servidumbre) estaba localizada en el centro de la ciudad. En esta
área se asentaban los peninsulares que representaban a la
corona y los criollos que eran ricos comerciantes, mercaderes, y
propietarios de haciendas. En ella también se asentaba la
mayoría de los miembros de la escasa clase media, tales
como los universitarios, burócratas, militares y
propietarios de pequeños negocios o fincas
agrícolas. Con estos convivía la
servidumbre formada por indios, esclavos y algunos
artesanos.
En los barrios periféricos vivían las
castas, que estaban formadas por españoles pobres,
esclavos negros, mulatos, pardos, mestizos, e indígenas
que estaban asentados en diez y seis barrios periféricos.
En estos barrios habitaban los maestros artesanos y aprendices,
carreteros, vendedores ambulantes, zacateros, y todos aquellos
asalariados necesarios para el buen funcionamiento de los
servicios y obrajes que suplían a la ciudad
de algunos productos manufacturados como telas,
tenerías, molinos, pólvora,
etcétera.? 20
Lo anotado supra puede complementarse con
la siguiente descripción proporcionada por el
académico Mario Roberto Morales, quien de paso establece
el origen del término ladino:
?En cuanto a la dinámica de las clases sociales
en la Colonia, debemos recordar que, al principio, en la
cúspide se encontraban los peninsulares o
españoles. Después, cuando los españoles
empezaron a traer esposas y tuvieron hijos, éstos,
llamados criollos, ocuparon el segundo lugar después de
los españoles en la pirámide social. A
medida que el mestizaje avanzaba, los mestizos, llamados en
Guatemala ladinos, ocuparon el tercer lugar en la
pirámide. Al principio, como dijimos, los mestizos o
ladinos se ubicaban abajo de los indios porque eran considerados
despreciables por los indios mismos y por los españoles,
al extremo de que había =pueblos de ladinos"
que eran mucho más miserables que los peores
pueblos indios.
Los ladinos eran indios que hablaban español y
por eso se les despreciaba en sus comunidades de origen, por
desarraigados y traidores a los valores culturales comunitarios.
Los peninsulares se dedicaban a la burocracia real, los criollos
eran profesionales o hacendados y los indios trabajaban la
tierra. Los ladinos, al ser malqueridos por unos y otros, se
empezaron a ubicar en profesiones intermedias como las de
mensajeros, sirvientes, artesanos, etc., y poco a poco, en la
medida que el mestizaje avanzaba, fueron copando los espacios
laborales que los peninsulares y los criollos les dejaban,
organizándose en gremios de herreros, carpinteros,
zapateros, plateros, sastres y demás. De modo que ya para
el siglo XVIII, los ladinos empezaban a ser una considerable
porción de la población, con una importancia
creciente en la economía.
[…]
Vale la pena apuntar que en la
España de la Reconquista (1492), a los musulmanes
convertidos al cristianismo se les llamó moriscos y
a los judíos conversos se les llamó judíos
ladinos. Esto, porque un judío converso era aquel que
hablaba un idioma latino (el castellano) y profesaba una
religión latina o romana (el cristianismo), y era por ello
un judío latino o latinizado. El paso del término
latino al término ladino seguramente estuvo mediado por el
hecho de que, siendo los judíos
españoles individuos dedicados al comercio y a la
usura, eran percibidos por los cristianos como personas ladinas,
es decir, taimadas, aprovechadas, astutas (como define el
término el Diccionario de la Real Academia
Española). Y para un soldado español que
sabía que a un judío converso se le llamaba en
España judío ladino, no fue difícil
adjudicarle a un indio converso, en América, el apelativo
de indio ladino. Así surgió la ladinidad. No vino
de otra parte, sino brotó de la indianidad misma por obra
de los invasores. Comprender esto es básico para
comprender a su vez nuestra conflictiva
interculturalidad actual.? 21
2. Prólogo
Inicia la novela mediante un ?Prólogo?, con la
parcial presentación de la dama que será objeto de
los amores del pintoresco personaje portugués Santiago de
Oliveira, la que lleva un nombre con apellido y abolengo
español: Adela de Alcántara, de 20 años, tan
bella como su antecesora –en rasgos físicos–
sor Juana de Maldonado, cien años atrás
(páginas 20 y 79). Aparece desnuda, aunque en
penumbra, siendo pintada por el artista Bartolo de
Rueda quien debe guardar el secreto de semejante
acción (página 19), pues la sociedad pacata de
aquel entonces no concebía ni permitía que una
mujer participara en actividades públicas, ni siquiera
tenía derecho a estudiar el bachillerato o en la
Universidad de San Carlos de Guatemala (página 23), mucho
menos que posara sin ropa; por eso su padre don Esteban de
Alcántara, apartándose de esa costumbre,
había permitido que fuera educada en privado y que
resultara tan culta como cualquier estudiante del colegio
Tridentino, en manos de los monjes (página 71),
amén que a su casa llegaban personajes versados en
distintas materias, como el dominico Miguel Francesh,
catedrático en la Universidad San Carlos, y
Domingo Juarros y Montúfar (1753-1821), siendo este autor
del ?Compendio de la Historia de la ciudad de Guatemala?, obra
publicada en varios volúmenes entre 1808 y
1852. (Págs. 23 y 71).
Si para los hombres adquirir educación y cultura
resultaba chocante, en el sentido que los conocimientos obtenidos
eran prácticamente en materia religiosa, de ciencias
naturales que no incluían la anatomía y de otras
materias de escaso valor, piense el lector qué
ocurría con las mujeres, totalmente privadas de acceso a
la escuela, ya no se diga a la universidad. El
historiador Agustín Gómez Carrillo
(1838-1908), padre del ?Cronista errante? Enrique
Gómez Carrillo, describe cómo era la
educación en la época colonial:
?Cabe declarar, en cuanto á la vida intelectual
de la colonia, que no abundaban los hombres ilustrados; el saber
era el privilegio de unos cuantos; refugiábase
principalmente en los claustros, donde, con más ardor que
la lengua castellana, cultivábase la del Lacio. El
aprendizaje en las escuelas circunscribíase á tres
ó cuatro ramos rutinariamente estudiados.
Eran reducidas en número las bibliotecas, y ninguna obra
encerraban contraria al catolicismo y al sistema de gobierno
adoptado. El escolasticismo con sus estériles sutilezas,
la teología y sagrada escritura, las humanidades, las
ciencias naturales y las exactas, el derecho civil y
canónico asignaban ancho terreno á la
actividad mental.
De asuntos religiosos y aun de otras materias, como
matemáticas y ciencias naturales, trataban los escritos
que producían y á veces publicaban clérigos
seculares y regulares. El gongorismo y la falta de buen gusto
dábanles feo sabor á la mayor parte de esos partos
del ingenio, nutridos por lo común de empalagosas citas
latinas. Mecidas en modesta cuna las ciencias y las letras,
algún desarrollo, sin embargo, adquirieron, merced
á la perseverancia de sujetos estudiosos, del estado
eclesiástico con particularidad; y el divulgar
útiles conocimientos era el galardón más
preciado que para sus vigilias pudieran apetecer los que
conservaban el fuego santo de la erudición en el
país.
El espíritu de devoción, distintivo rasgo
de la sociedad colonial, resalta por lo común en las
composiciones en prosa y verso de nuestros antepasados, aun
cuando fueran éstos del estado seglar.?
22
Fernando Juárez Muñoz, por medio de novela
histórica, expone respecto a la educación durante
la colonia específicamente entre 1768 y 1774, y
prácticamente justifica que los pobres no tuviesen acceso
a la de carácter superior, y sin mencionar a las mujeres,
que:
?Fueron frailes también, los que establecieron
las escuelas públicas en los conventos […]
recibieron en sus casas conventuales a los hijos del pueblo, para
enseñarles a leer y escribir y algunas dosis de
matemáticas elementales, suficientes,
siquiera, para no ser totalmente un ignorante; que otros
conocimientos más avanzados y más serios, se daban,
únicamente, a los hijos de las gentes
principales.?23
El académico Mario Roberto Morales describe que
antes de que existiera la universidad, los colegios Santo
Tomás y San Borja se encargaban de la tarea educativa
superior. Dichos colegios, regidos por sacerdotes,
enseñaban derecho, teología y medicina; el problema
en cuanto a qué se enseñaba reside en que solamente
?la religión católica era legalmente permitida, de
modo que no era raro que en manos del clero estuviera la
educación de los intelectuales llamados a dirigir la
sociedad, los cuales eran todos españoles y
criollos.? 24
En su tesis doctoral Cristina Zilbermann de Luján
(Cádiz, España, 1939), con base en referencias que
cita de la obra escrita por el arzobispo Pedro Cortés y
Larraz, Descripción geográfico-moral de la
Diócesis de Guatemala, señala, después
de mencionar los nombres de la universidad y otros colegios de
religiosos dedicados a la educación:
?La impresionante lista de establecimientos religiosos,
y la mención de la universidad y los colegios, no debe
hacer pensar que la educación de la ciudad estaba bien
atendida. Al contrario, el panorama era desolador; como bien dice
el último arzobispo que tuvo la ciudad, =La poca
instrucción de la niñez que hay en
toda… se deja ver en que ni aún escuelas se
advierten de niños, para que aprendan a leer
y escribir". Según él, en la parroquia de San
Sebastián no había escuela alguna; en
la de La Candelaria sólo había una en la casa
parroquial, =habiendo quitado [el párroco]
las que había en las barberías y otras tiendas, en
que más que las letras podían
aprenderse escándalos", y en la de Los Remedios estaba
solamente la de los belemitas, donde religiosos
enseñaban a leer y escribir. De gramática no
había escuela alguna, aunque en los colegios
Tridentino y de Borja había maestros de gramática
para los colegiales y concurrían algunos estudiantes, y
los religiosos dominicos enseñaban a varios con un
religioso que tenían destinado para ello. Y termina
diciendo el arzobispo:
=No ignoro que muchos vecinos toman también sus
providencias particulares para que sus hijos
aprendan a leer, escribir y latinidad; pero faltando
escuelas públicas, serán pocos los que
aprendan con la debida formalidad, y menos los que consigan
adelantamiento competente, como se deja entender, sin que sea
necesario esponer los fundamentos".
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