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Trascendencia




Enviado por Jesús Castro



  1. Muerte
  2. Deseo
    de vivir
  3. Trascendencia

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Este artículo pretende contestar lo
más eficaz y sencillamente posible la siguiente pregunta,
basada en los estudios profundos del Génesis:
¿De qué manera la humanidad alejada de Dios
acusó la pérdida de la trascendencia existencial,
cuando la futilidad se adueñó de la vida
cotidiana?

Al parecer, tanto Adán como Eva
tenían un concepto bastante claro de lo que es la muerte.
Es posible que el hebreo arcaico básico, es decir, el
idioma original con el que fue dotado Adán al tiempo de
ser creado, con el objeto de facilitarle la comunicación
con el Creador, contuviera ya el vocablo "muerte" o similar. No
obstante, como quiera que los animales y las plantas
morían o dejaban de existir, y este hecho era bien
evidente para la primera pareja humana, no sólo de manera
teórica sino también de forma experimental u
observable, ellos, pues, quizás comprendían muy
bien el significado de este concepto.

NOTA:

El relato sagrado dice que el Jardín
de Edén era un paraíso de placer, por lo tanto
surge inevitablemente la siguiente pregunta pertinente:
¿Si en el paraíso edénico existía la
muerte, en el caso de los animales y las plantas, cómo es
posible que tal hecho no enturbiara o mancillara el disfrute de
la primera pareja humana antes de su caída en el error?
¿No es la muerte un desenlace siempre amargo,
desagradable, penoso y trágico?

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Antes de la aparición del hombre, el relato
sagrado informa que fueron creados los vegetales, los peces, las
aves y los animales terrestres. Por lo tanto, dado que
éstos son perecederos, se desprende que el objetivo de su
existencia es transitorio o que cumplen una función finita
en el tiempo. Algunos estudios biológicos llevados a cabo
recientemente parecen indicar que los animales están
programados para morir, después de haber cumplido
éstos con su ciclo vital.

El hecho de que Dios haya creado animales perecederos no
convierte al Todopoderoso en un ser despiadado ni inmisericorde,
puesto que ello no tiene por qué estar vinculado
necesariamente al sufrimiento. Un animal pudiera morir sin
experimentar ninguna clase de dolor o malestar, bastando
simplemente con que acuse una especie de decaimiento de la
vitalidad conducente a un sueño profundo y eterno.
Quizás ése fuera el patrón original, antes
de que el error humano repercutiera negativamente contra toda la
biosfera.

Las Santas Escrituras contienen pasajes que
muestran que el Creador siente compasión por los animales
y que no desea que éstos sufran gratuitamente. A la
antigua nación de Israel, por medio del profeta
Moisés, la piedad divina hacia los animales
domésticos quedó legislada de la siguiente manera:
"Si encontraras el toro de tu enemigo, o su asno, descarriado,
sin falta has de devolvérselo. Si vieras echado debajo de
su carga el asno de alguien que te odia, entonces debes guardarte
de dejarlo. Junto con él, sin falta has de librarlo"
(Éxodo 23: 4-5). "Seis días has de
hacer tu trabajo; pero el séptimo día has de
desistir, para que descansen tu toro y tu asno y para que se
refresquen el hijo de tu esclava y el residente forastero"
(Éxodo 23:12).

A fin de no sobrecargar al animal más
débil a causa del empuje de otro más fuerte, tal
como ocurre con el asno (relativamente más débil) y
el toro (relativamente más fuerte), la ley divina
estipulaba: "No debes arar con un toro y un asno juntos"
(Deuteronomio 22:10). También, al objeto de evitar el
sufrimiento del animal que realiza trabajo forzado sobre aquello
que le es apetecible, la ley mosaica decía: "No debes
poner bozal al toro mientras está trillando" (Deuteronomio
25:4).

A través de Salomón (un rey
que recibió sabiduría divina para gobernar), el
Creador expresó su manera de pensar en cuanto
a los animales: "El [hombre] justo está cuidando del alma
de su animal doméstico, pero las
misericordias de los [hombres] inicuos son crueles"
(Proverbios 12: 10).

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Por consiguiente, debemos ser capaces de armonizar los
distintos pasajes que contienen las Sagradas Escrituras para
llegar a conclusiones certeras en cuanto a la forma de actuar del
Creador. Respecto a los animales, por un lado son programados
para morir y por otro lado Dios desea que vivan felices bajo el
cuidado amoroso de los seres humanos. La conclusión
más obvia es que la muerte de éstos no debía
ser cruenta, sino algo como un sueño profundo, del que no
hay retorno. Tal debió ser la manera en que el
Todopoderoso arregló las cosas originalmente para el caso
de su creación animal.

Del siguiente relato sagrado se desprende que Dios
tenía previsto para el ser humano una vida sin fin sobre
la Tierra, en un entorno paradisíaco: «Ahora bien,
la serpiente resultó ser la más cautelosa de todas
las bestias salvajes del campo que Jehová Dios
había hecho. De modo que empezó a decir a la mujer:
"¿Es realmente el caso que Dios ha dicho que vosotros no
debéis comer de todo árbol del jardín?".
Ante esto, la mujer dijo a la serpiente: "Del fruto de los
árboles del jardín podemos comer. Pero en cuanto a
[comer] del fruto del árbol que está en medio del
jardín, Dios ha dicho: "No debéis comer de
él, no, no debéis tocarlo para que no
muráis"". Ante esto, la serpiente dijo a la mujer:
"Positivamente no moriréis. Porque Dios sabe que en el
mismo día que comáis de él tendrán
que abrirse vuestros ojos y tendréis que ser como Dios,
conociendo lo bueno y lo malo"» (Génesis 3:
1-5).

Muerte.

La obra PERSPICACIA PARA COMPRENDER LAS
ESCRITURAS, editada en 1991 por la Sociedad
Watchtower Bible And Tract, tomo 2, páginas 427-431,
dice en parte:

«[La muerte es el cese] de todas las funciones
vitales; por lo tanto, lo contrario de la vida. En la Biblia, se
aplican las mismas palabras del lenguaje original que se traducen
"muerte" o "morir" tanto al hombre como a los animales y plantas.
Sin embargo, en el caso de los humanos y los animales, la Biblia
muestra la función esencial de la sangre en mantener la
vida al decir que el "alma de la carne está en la sangre"
(Le 17:11,14; Gé 4:8-11; 9:3,4). Tanto del
hombre como de los animales se dice que "expiran", esto es,
"exhalan" el aliento de vida (hebreo "nisch·máth
jai·yím") (Gé 7:21,22; compárese con
Gé 2:7). Y las [Santas] Escrituras muestran que tanto en
el hombre como en los animales la muerte sigue a la
pérdida del espíritu (fuerza activa) de vida
(hebreo "rú·aj jai·yím") (Gé
6:17, nota; 7:15,22; Ec 3:19).

Es interesante ver la consonancia existente
entre estas declaraciones bíblicas y lo que
científicamente se denomina "el proceso de la muerte". En
el hombre, por ejemplo, cuando el corazón deja de latir,
la sangre cesa de transportar los nutrientes y el oxígeno
(que se obtiene al respirar) a los miles de millones de
células del cuerpo. Sin embargo, según se
señala en "The World Book Encyclopedia" (1987,
volumen 5, página 52b), "cuando los pulmones
y el corazón dejan de funcionar, puede decirse que la
persona está clínicamente muerta, aunque no tiene
que significar necesariamente que se haya producido la muerte
somática. Las células del cuerpo viven aún
varios minutos, de modo que si el corazón y los pulmones
reanudan su funcionamiento y suministran a las células el
oxígeno necesario, aún es posible reanimar a la
persona. Al cabo de unos tres minutos, comienzan a morir las
células cerebrales, las más sensibles a la falta de
oxígeno. Al poco tiempo, la persona estará muerta
sin posibilidad de reanimación, y el resto de las
células irá muriendo gradualmente. Las
últimas en morir son las células óseas,
capilares y dérmicas, cuyo crecimiento puede continuar
durante varias horas". Así que aunque es evidente que la
respiración y la sangre son necesarias para mantener la
fuerza activa de vida (rú·aj jai·yím)
en las células, también se hace patente que la
muerte no sólo se debe a que cesa la respiración o
a que el corazón deja de latir, sino a que la fuerza de
vida o espíritu desaparece de las células del
cuerpo (Sl 104:29; 146:4; Ec 8:8).

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La primera mención de la muerte en la Biblia
aparece en Génesis 2:16,17, cuando Dios le dio al primer
hombre el mandato de no comer del árbol del conocimiento
de lo bueno y lo malo. La violación de aquel mandato
traería como consecuencia la muerte. Sin embargo, en el
caso de los animales, la muerte ya debía ser un proceso
natural, pues no se hace ninguna alusión a ellos cuando la
Biblia relata cómo se introdujo la muerte en la familia
humana (Compárese con 2Pe 2:12). Por lo tanto, Adán
entendía la gravedad de la desobediencia, que, como le
había advertido su padre celestial, se castigaría
con la pena de muerte, pena que sufrió por incurrir en ese
pecado (Gé 3:19; Snt 1:14,15). Con el tiempo, su pecado y
el fruto de éste, la muerte, se extendieron a toda la
humanidad (Ro 5:12; 6:23).

En ocasiones se recurre a ciertos textos para intentar
probar que, al igual que los animales, el hombre fue creado para
morir con el tiempo; entre esos textos están la referencia
a que la duración de la vida del hombre es de unos
"setenta u ochenta años" (Sl 90:10) y el comentario del
apóstol acerca de que les "está reservado a los
hombres morir una vez para siempre, pero después de esto
un juicio" (Heb 9:27). No obstante, estos textos se escribieron
después de que la muerte se introdujo en la humanidad, y
se aplican a los humanos imperfectos y pecadores. La
impresionante longevidad de los hombres antediluvianos ha de
considerarse como al menos un reflejo del enorme potencial que
posee el cuerpo humano, un potencial mucho mayor que el de los
animales, aunque se hallen en las circunstancias más
favorables (Gé 5:1-31). Como ya ha quedado demostrado, la
Biblia no deja lugar a dudas, y relaciona la aparición de
la muerte en la familia humana con el pecado de
Adán.

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Puesto que el pecado ha apartado de Dios a la humanidad,
se dice que toda se halla en "esclavitud a la corrupción"
(Ro 8:21). Tal esclavitud se debe al fruto corrupto que producen
las obras del pecado en el cuerpo, de modo que todos los que
desobedecen a Dios están bajo el dominio del pecado y son
esclavos suyos "con la muerte en mira" (Ro 6:12, 16, 19-21). Se
dice que Satanás tiene "el medio para causar la muerte"
(Heb 2:14,15) y se le llama "homicida" (Jn 8:44), no
necesariamente porque produzca la muerte de manera directa, sino
porque lo hace al servirse del engaño y la
seducción al pecado, al inducir o fomentar el tipo de
conducta que produce corrupción y muerte (2Co 11:3), y al
originar actitudes asesinas en la mente y corazón de los
hombres (Jn 8:40-44,59; 13:2; compárese con Snt 3:14-16;
4: 1,2.) Por lo tanto, no se presenta a la muerte
como un amigo del hombre, sino como su "enemigo" (1Co 15:
26). Por lo general, los que desean la muerte son las
personas que están sufriendo un dolor tan extremo que no
pueden resistirlo (Job 3:21,22; 7:15; Rev 9:6).

La Palabra de Dios muestra que los muertos "no tienen
conciencia de nada en absoluto" y que la muerte es una
condición de inactividad total (Ec 9:5,10; Sl 146:4). Se
dice que los que mueren van al "polvo de la muerte" (Sl 22:15), y
que "están impotentes en la muerte" (Pr 2:18; Isa 26:14).
En la muerte no hay mención de Dios ni se le alaba (Sl
6:5; Isa 38:18,19). Tanto en las Escrituras Hebreas como en las
Griegas la muerte se asemeja al sueño, comparación
que no sólo es apropiada debido a la inconsciencia de los
muertos, sino también porque tienen la esperanza de
despertar gracias a la resurrección (Sl 13:3; Jn
11:11-14).

Mientras que los antiguos egipcios y otros pueblos
paganos, especialmente los filósofos griegos,
creían en la inmortalidad del alma humana, tanto las
Escrituras Hebreas como las Griegas dicen que el alma (hebreo
né·fesch; griego psy·kjé) muere (Jue
16:30; Eze 18:4,20; Rev 16:3), que necesita que se la libre de la
muerte (Jos 2:13; Sl 33:19; 56:13; 116:8; Snt 5:20) o, como
sucede en el caso de la profecía mesiánica
concerniente a Jesucristo, que puede "derramarse hasta la
mismísima muerte" (Isa 53:12; compárese con Mt
26:38). El profeta Ezequiel condena a los que tramaban "dar
muerte a las almas que no deberían morir" y "conservar
vivas a las almas que no deberían vivir" (Eze
13:19).

Por ello, en el Vocabulario Bíblico de la
versión de Evaristo Martín Nieto (edición de
1974) se comenta lo siguiente bajo el apartado
"Antropología bíblica": "Hay que evitar, ante todo,
el concepto nuestro, procedente de la filosofía griega,
que considera al hombre como un ser compuesto de dos
sustancias —alma y cuerpo— distintas y
bien definidas". De igual manera, Edmond Jacob, profesor de
Antiguo Testamento de la universidad de Estrasburgo,
señala que, puesto que en las Escrituras Hebreas la vida
se halla relacionada directamente con el alma (hebreo
né·fesch), "es lógico que la muerte se
represente en ocasiones como la desaparición de esta
né·fesch (Gén. 35:18; I Reyes 17:21; Jer.
15:9; Jonás 4:3). El que la néfesch "salga" debe
entenderse como una figura retórica, pues no
continúa existiendo con independencia del cuerpo, sino que
muere junto con él (Núm. 31:19; Jue. 16:30; Ezeq.
13:19). Ningún texto bíblico apoya la
opinión de que el "alma" se separa del cuerpo en el
momento de morir" (The Interpreter"s Dictionary of the Bible,
edición de G.A. Buttrick, 1962, volumen 1, página
802).

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Isaías 25:8 registra la profecía de que
Dios "realmente se tragará a la muerte para siempre, y el
Señor Soberano Jehová ciertamente limpiará
las lágrimas de todo rostro". El aguijón que
produce la muerte es el pecado (1Co 15:56), de modo que la muerte
obra en el cuerpo de todos los que tienen el pecado y la
imperfección resultante (Ro 7:13, 23,24). Por lo tanto,
para suprimir la muerte, es necesario eliminar lo que la causa:
el pecado. Cuando se haya erradicado el último vestigio de
pecado de la humanidad obediente, la autoridad de la muerte se
habrá abolido, y la muerte misma será destruida, lo
que se conseguirá durante el reinado de Cristo (1Co
15:24-26). Por eso, la muerte, que sobrevino a la raza humana
como consecuencia de la transgresión de Adán, "no
será más" (Ro 5:12; Rev 21:3,4). Su
destrucción se asemeja de manera figurada a que se la
arroje en un "lago de fuego" (Rev 20:14).

[Mediante ilustraciones, se] personifica a la muerte
como un "rey" que gobierna a la humanidad desde el tiempo de
Adán (Ro 5:14) junto con el "Rey Pecado" (Ro 6:12). Se
dice que estos reyes ejercen su "ley" sobre aquéllos que
están bajo su dominio (Ro 8:2). Con la venida de Cristo y
la provisión del rescate, la bondad inmerecida
empezó a ejercer un reino superior sobre aquéllos
que aceptan el don de Dios, "con vida eterna en mira" (Ro
5:15-17,21).

Aunque los hombres, desatendiendo los
propósitos de Dios, pueden intentar hacer su propio
convenio o pacto con el Rey Muerte, éste fracasará
(Isa 28:15,18). Se representa a la muerte como un jinete que
cabalga detrás de la guerra y el hambre, y causa una gran
mortandad a los habitantes de la Tierra. (Rev 6:8;
compárese con Jer 9:21,22)».

Deseo de
vivir.

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La revista DESPERTAD del 22-6-1998, publicada por la
Sociedad Watchtower Bible And Tract, bajo el tema "Busquemos las
respuestas arriba, no abajo" (páginas 8 a 11), incluye el
siguiente comentario: "La Biblia no explica en términos
científicos lo que les ocurrió a los cuerpos
perfectos de Adán y Eva cuando éstos pecaron. La
Biblia no es un libro de ciencia, así como el manual de
instrucciones de un automóvil no es un tratado sobre
ingeniería automotriz. Pero al igual que éste, la
Palabra de Dios es exacta; no es un mito… Cuando Adán y
Eva traspasaron la barrera de seguridad de la ley divina, su
organismo sufrió daño. A partir de ese momento
empezaron un lento descenso hacia la muerte. Por las leyes de la
herencia, sus descendientes —la familia humana—
adquirieron la imperfección; por eso ellos también
mueren (Job 14:4; Salmo 51:5; Romanos 5:12)".

El daño físico sufrido por
nuestros primeros padres tras su rebelión en el
jardín de Edén, al comer del fruto prohibido, pudo
haber sido de carácter epigenético, aunque no
podemos asegurar de manera categórica nada al respecto.
Pero la manera en que se desarrollaron las cosas sugiere que, al
menos en parte, los mecanismos epigenéticos acusaron
grandes y perjudiciales modificaciones.

La Epigenética es una ciencia nueva, que viene a
dar respuesta a aquellos fenómenos para los que la
Genética se queda muda. Estudia los rasgos que se heredan
pero que no están codificados en los genes; estos rasgos
afectan a la cromatina nuclear, tanto a la metilación del
ADN como a ciertas marcas en las histonas que indican cómo
se pliega el ADN en los cromosomas. Todas las células de
nuestro cuerpo comparten el mismo genoma, pero su epigenoma, que
especifica qué genes se expresan, es muy diferente. Muchos
rasgos epigenéticos se borran entre generaciones, debido a
su reprogramación en las células germinales, pero
no todos. Por lo visto, ciertas marcas epigenéticas
asociadas a la longevidad son heredadas hasta durante tres
generaciones en el nemátodo "Caenorhabditis elegans".
Además, se ha observado que la expresión de los
genes responsables del borrado y de la reprogramación de
estas marcas está controlada por un complejo
formado por ciertas enzimas (o sus correspondientes genes).
A partir de esto se concluye que la manipulación
controlada de ciertos modificadores de la cromatina en los padres
permite inducir una memoria epigenética de la longevidad
en sus descendientes hasta durante tres generaciones (hijos,
nietos y bisnietos). Tales observaciones practicadas en el citado
nemátodo son presumiblemente extrapolables a los
mamíferos y al hombre, dada la uniformidad y universalidad
del código genético.

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La Epigenética es, pues, una
disciplina científica que tiene por objeto la
reprogramación del genoma sin modificar el material
genético. Está ganando cada vez más peso en
la senda de la investigación de un posible elixir para
prolongar la juventud, un ámbito en donde se están
poniendo expectativas materialistas demasiado triunfalistas. Esto
se debe a distintos experimentos científicos realizados
hasta el momento con levadura, gusanos, moscas y ratones, los
cuales han desvelado que es posible aumentar la longevidad de
estos organismos en porcentajes de al menos el 50 % respecto a
sus tiempos de vida convencionales, según ha explicado el
doctor Esteller. Este científico ha destacado la similitud
entre la epigenética de los recién nacidos y la
población centenaria, mencionando que uno de los grandes
retos de los investigadores es el de encontrar "un equilibrio"
genético que garantice una reproducción celular sin
riesgos. Es decir, ha declarado que conseguir incrementar la
longevidad sin el peligro de que en el proceso de aumentar la
vida celular se produzcan daños genéticos
irreparables causantes de tumores es prioritario y constituye un
gran reto técnico.

A modo ilustrativo, la Epigenética sería
como los programas de software del ordenador, con los que se
realizan las operaciones y se accede al sistema operativo en el
disco duro, mientras que este último representaría
la genética. Actualmente, los científicos tratan de
comprender por qué ciertas regiones exigen
contraseñas para acceder y otras no. Como parte de la
investigación epigenética, los científicos
tienen abiertos varios frentes de estudio; uno de ellos es el de
las modificaciones genéticas que causan las "sirtuinas",
unas moléculas encargadas de desacetilar o inactivar las
histonas, unas proteínas que regulan el ADN.
Además, se conoce que la sirtuina es la proteína
implicada en los procesos de restricción calórica,
lo que también influye en la longevidad, ya que se sabe,
de acuerdo a los resultados de investigaciones, que los
organismos que comen menos viven más. El equipo que dirige
Esteller está investigando el rol de las alteraciones
epigenéticas en el envejecimiento precoz y la
relación entre cáncer, envejecimiento y
epigenética, buscando moléculas que sean
activadoras de sirtuinas, y por tanto prolongadoras del tiempo de
vida. Otras líneas de investigación abiertas en el
ámbito de la epigenética están centradas en
el estudio de metilaciones (activaciones) aberrantes del ADN de
ciertos genes, como los asociados a enfermedades de
envejecimiento prematuro, entre otras, la "progeria".

Es notorio el hecho de que la ciencia
contemporánea invierte grandes esfuerzos y recursos en la
investigación de la longevidad, a pesar de que muchos
asumen que es natural que el ser humano muera. La teoría
de la evolución, aceptada o defendida por la
mayoría de la gente, no tiene una explicación
satisfactoria ante la resistencia del hombre a aceptar la muerte,
por natural e inevitable que ésta parezca. A este
respecto, La revista DESPERTAD del 22-6-1998, citada
anteriormente, expone:

«La muerte, según revela la Biblia, se
desencadenó por el pecado, por la desobediencia a Dios. Si
nuestros primeros padres hubieran sido obedientes, habrían
vivido para siempre junto con su prole. Dios, en efecto,
programó la mente humana con el deseo de vivir
eternamente. "Puso […] la eternidad en la mente del hombre",
dice Eclesiastés 3:11, según la Sagrada Biblia, de
Agustín Magaña. Por consiguiente, cuando se impuso
a los humanos la pena de muerte, se suscitó en su interior
un conflicto, una falta de armonía persistente.

A fin de conciliar dicho conflicto interno con el anhelo
natural de vivir, la humanidad ha forjado toda suerte de
creencias, desde el dogma de la inmortalidad del alma hasta la
creencia en la reencarnación. Los científicos
escudriñan el misterio del envejecimiento porque
también ellos desean librarse de la muerte, o al menos
aplazarla. Los evolucionistas ateos descartan el deseo de vida
eterna diciendo que se trata de un engaño evolutivo, pues
choca con su opinión de que los seres humanos son
simplemente animales superiores. Por otro lado, la
declaración bíblica de que la muerte es una enemiga
armoniza con nuestro anhelo natural de vivir (1 Corintios
15:26).

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Ahora bien, ¿hay en nuestro cuerpo señales
de que fuimos hechos para vivir eternamente? La respuesta es
sí. El cerebro en sí mismo nos deslumbra con
pruebas de que fuimos hechos para gozar de una existencia mucho
más larga que la actual.

El cerebro pesa aproximadamente 1'4
kilogramos y contiene de 10 mil millones a 100 mil millones de
neuronas, de las cuales, según se dice, no hay una igual a
otra. Cada neurona puede comunicarse hasta con otras 200 mil,
dando lugar a una cantidad astronómica de circuitos o
sendas en el cerebro. Y como si esto fuera poco, "cada neurona es
una refinada computadora", dice la revista "Investigación
y Ciencia".

El cerebro está bañado en una
sopa química que influye en el comportamiento de las
neuronas, y posee un grado de complejidad mucho mayor que incluso
la computadora más potente. "En toda cabeza hay una
central eléctrica extraordinaria, un órgano
compacto y eficiente cuya capacidad parece expandirse hacia el
infinito cuanto más aprendemos de él", escriben
Tony Buzan y Terence Dixon. Y citando del profesor Pyotr Anokhin,
agregan: "Aún no existe un hombre que pueda utilizar todo
el potencial de su cerebro. Por eso no aceptamos ningún
cálculo pesimista de los límites del cerebro
humano. Es ilimitado".

Estos hechos asombrosos desafían el
modelo evolucionista. ¿Por qué habría de
"crear" la evolución para simples
cavernícolas, o incluso para el cultísimo hombre
moderno, un órgano capaz de servir para un millón o
hasta mil millones de vidas? En realidad, sólo la vida
eterna tiene sentido».

Trascendencia.

La palabra TRASCENDER proviene del vocablo latino
"transcendere", que significa "rebasar subiendo", y en sus
diversas acepciones conserva el significado de "ir más
allá". A su vez, "transcendere" es la fusión de los
términos latinos "trans" (más allá) y
"scendere" (subir) o "scando" (escalar).

El sentido más inmediato y elemental de la voz
"trascendencia" se refiere a una metáfora espacial.
"Trascender" significa pasar de un ámbito a otro,
atravesando el límite que los separa. Desde un punto de
vista filosófico, el concepto de trascendencia incluye
además la idea de superación o superioridad. En la
tradición filosófica occidental, la "trascendencia"
supone un "más allá" del punto de referencia.
"Trascender" significa la acción de "sobresalir", de pasar
de "dentro" a "fuera" de un determinado ámbito, superando
su limitación o clausura.

Pues bien, de alguna manera, el cerebro humano
está hecho para "trascender" la finitud en el tiempo y
adentrarse en un aprendizaje sin limitaciones de carácter
temporal. Esto constituye un mudo testimonio interior que, por
supuesto, no es vivenciado con la misma intensidad por todas las
personas. Así, hay individuos con una gran consciencia de
la trascendencia, mientras que otros tienen poca o ninguna. Sin
embargo, podemos decir que las excepciones no anulan la
característica, pues lo que se define es un rasgo humano a
nivel de especie: el sentido de la "trascendencia" (el anhelo de
ir más allá de la simple futilidad y transitoriedad
existencial, que no se manifiesta en los demás seres
vivientes del planeta).

NOTA:

El ser humano, en general, se caracteriza por poseer una
serie de rasgos de la conducta y personalidad, tales como la
capacidad de hacer matemáticas (aunque no todos los
hombres son matemáticos), poesía (no todos son
poetas), música, comercio, tecnología, etc. De la
misma manera, como especie, el hombre posee un deseo
aparentemente innato de "trascendencia".

 

 

Autor:

Jesús Castro

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