( Breve revisión de temas judaicos)
1.- Significado del Judaísmo.
Podríamos preguntarnos cuál es el objeto
del judaísmo, después de varios miles de
años de existencia y frente al mundo moderno. las dos
religiones
más poderosas del mundo, el cristianismo y
el mahometismo, hace mucho que afirman que han reemplazado el
judaísmo y que vienen a ofrecer ideales nuevos a la
humanidad. Que los argumentos no son muy convincentes lo prueba
lo poco que han influido en los judíos. Muy al contrario,
Maimónides y Judá Halevi, eminentes pensadores
medievales judíos, afirmaron ya que el Islam y el
cristianismo
no son más que transiciones en el camino hacia el
mesianismo, que no hacen sino preparar el terreno en un mundo
esencialmente pagano, para ciertos ideales básicos
judíos.
El mundo, que ha alcanzado progresos tan asombrosos en
los campos de la técnica y de la ciencia, ha
avanzado poco por el camino de la humanidad, o sea por el camino
de Dios. Hay un dualismo profundo entre lo que se predica y lo
que se hace. la presencia divina, la shejiná, no
puede morar en un mundo de opresión, de odios, de guerra, de
asesinato y de hipocresía. La moral
religiosa judía no admite semejante dualismo, alejado del
ideal mesiánico.
Como podrá verse a través de las
líneas de este trabajo de introspección hacia la
religiosidad del pueblo hebreo, muchas aseveraciones que
aquí se presentan son resultado del gran impacto que ha
causado en mí no sólo la tradición
judío cristiana que he aceptado y vivo, sino
también y de manera prominente, los estudios de un pueblo
tan maravilloso como es el hebreo.
Es fácil hablar despreciativamente de unos
ideales que hoy nos parecen más lejanos que nunca, y es
fácil desesperar. Los mártires del judaísmo
no hicieron investigaciones
históricas para averiguar si sus creencias estaban de
acuerdo con la historiografía de su tiempo. Murieron
por una verdad que sentían, por una verdad viva que
anhelaban. Fueron antihistóricos y anticientíficos
en el sentido de que sólo se puede morir por una verdad
que es diferente de la historia y del camino ya
recorrido y examinado. Si el error tiene su historia, la verdad
religiosa, en cuanto ideal, no la tiene, pues es una meta
constante.
Íntimamente relacionada con la idea de la
elección del pueblo judío para su misión
divina es la de la humanidad. El universalismo religioso se
desprende forzosamente del deber de anunciar a Dios único
a todo el género humano. La misión judía,
muy diferente de la competencia
religiosa en cuanto a atraerse adeptos, consiste en el intento de
hacer llegar a todos los humanos la verdad que los pondrá,
junto con los judíos, en el camino hacia Dios.
Pese a las apariencias, el judaísmo es una
religión mundial. No se esfuerza por imponer sus ritos o
costumbres a todas las naciones, ni exige uniformidad en ese
sentido. El judío religioso rechaza sin embargo, la
indiferencia materialista, la ética irreligiosa y la
cultura
espiritual postrada ante el poderío político o
económico. Más bien cree que el futuro de la
humanidad y el progreso ético se fundarán en la fe
en Dios único, tal como lo proclamaron los profetas
hebreos. El ideal religioso y ético en que todos los
hombres podrán encontrarse está expresado
brevemente en esta frase de Miqueas ( VI,8): " El te ha
declarado, oh hombre, lo que
es bueno y lo que el Eterno exige de ti: solamente que obres con
justicia, que
ames y que andes en humildad con tu Dios".
El sentido del judaísmo: Entre todas las
naciones civilizadas, la santa Escritura es
venerada como la palabra de la verdad. Los hombres más
avanzados, o si se quiere, los más desviados por el camino
de la negación, profesan gran respeto a los
sagrados libros de los
hebreos, haciendo excepción de las leyes locales y
ceremoniales, que les parecen no tener ya ningún valor ni
contener ninguna obligación. Pero ningún
espíritu recto se atreve a negar los principios
generales de moral, de
justicia y de
sociabilidad que enseña el Antiguo Testamento, ni las
grandes y luminosas perspectivas del porvenir, que abre como
espléndida aurora de renacimiento y de
renovación social, a todo el género humano.
Puede abolirse un mandamiento, pero no se puede suprimir una
esperanza.
Las escrituras contienen innumerables pasajes en que se
anuncia el día en que Dios hará cesar los males de
Israel, y su
dispersión por la superficie del globo. Es una promesa
formal, positiva, que aún espera su realización. Es
esta una fe y una verdad en el corazón de los hombres que
aún creen en Dios y en su palabra. Tenemos pues un
mañana y un porvenir. Estamos destinados a algo
útil y necesario en medio de la sociedad futura.
Esas son nuestra legitimidad y nuestra razón de ser en
todas las épocas; somos porque seremos.
Israel no espera ese porvenir para él
sólo, como bien personal y como
privilegio egoísta; lo espera para toda la humanidad, como
una salvación universal, de la cual él aparece,
gracias a la Providencia, como garantía y como
señal viviente.
Israel es necesario para el futuro destino de la
humanidad. Sin él, el orden social se apoya en las
frágiles instituciones
nacidas de la necesidad o de los vicios sociales, ídolos
de madera que hoy
se adoran y mañana se echan a la hoguera de las
revoluciones. Sin él la Biblia misma, esa carta magna de la
humanidad, no es más que un monumento mitológico de
épocas pasadas, una leyenda, una fábula desprovista
de toda prueba de verdad y de testimonio de autenticidad. Sin
él, Dios jamás se ha manifestado a los hombres,
jamás les ha hecho conocer lo que hay en ellos de grande,
de perfecto, de santo y de divino; jamás les ha revelado
los principios de
justicia y de
igualdad, las
leyes de
la familia y
de la propiedad, los
sentimientos de caridad y de fraternidad, ni las virtudes del
corazón y la santidad descendidas a la tierra
desde el Sinaí, que son como los materiales del
templo del que la Divinidad dice a los hombres: "¡
Construídme un santuario, para que yo more entre
vosotros!". Sin Israel, Dios
jamás ha existido; sin él las dos formidables
religiones del
levante y del poniente caen en el polvo y no son más que
cadáveres, de los que el calor, la
luz y la vida
se ha retirado para siempre. No basta con que la Biblia
israelita, la doctrina israelita, la fe israelita, existan en el
mundo y lleguen a ser más y más propiedad de
todos los pueblos; es preciso que Israel mismo
exista, para imprimir a esa Biblia y a esa doctrina el sello
histórico de su origen puro y divino, la marca indeleble
del testimonio vivo y eterno . . .
Elegido como testigo, Israel debe
seguir siendo él mismo, conservar su carácter
peculiar, llevar a través de los tiempos y de las
generaciones las señales auténticas de su
misión, los atributos distintivos de su
dignidad.
Sus usos religiosos, su idioma sagrado, sus tradiciones,
sus costumbres y formas de culto son títulos que deben
acreditarlo en la sociedad
mesiánica como mensajero de salud.
El pensamiento de
Dios, ¡ con que brillo y con qué fuerza no se
manifiesta en nuestra larga y milagrosa existencia !. Si la
posteridad de Judá no está destinada al
cumplimiento de un gran destino, si debiéramos quedar en
el rebajamiento de antaño o en la mediocridad de hoy
¿ por qué motivo mostraría la Providencia un
empecinamiento tan extraño en prolongar y en guardar la
existencia de Israel, de esa
gota de agua en el
océano de las razas humanas ? La sociedad no nos
necesita. Algunas veces, nuestros antepasados prestaron
señalados servicios a
contemporáneos suyos. Les enseñaron la medicina, la
astronomía, las lenguas y literaturas orientales, el
comercio, la
letra de
cambio, el manejo de la hacienda pública, el arte de tallar el
diamante y de trabajar los metales preciosos, y gran
número de conocimientos y oficios que constituyen progreso
y civilización. Hoy, todos esos conocimientos han llegado
a ser patrimonio
hasta de los países más atrasados, y los
judíos más bien pueden aprender que enseñar.
Hay más; incluso el dogma de la unidad de Dios puede
prescindir del apoyo judío; es la creencia íntima
de millones de personas nacidas en el seno de otras religiones y que sin embargo
rechazan todo sistema que
pretenda dar a la Divinidad asociados y colaboradores. ¡ No
seríamos el miembro más inútil del
género humano, si perdiésemos de vista la gran obra
de la que fueron encargados nuestros padres, y la gran responsabilidad en relación con la sociedad futura,
que pesa sobre nosotros ?.
" Las naciones marcharán a tu luz, y los
príncipes a la claridad de tu radiación". Es
esta una de las mil promesas hechas por el oráculo divino
a Israel. La luz y la
radiación que deben arrastrar al mundo y deslumbrarlo,
¿ dónde están ? ¿ Estarán en
nuestras pobres reformas al culto, en nuestras transgresiones
crecientes, en nuestros templos desiertos durante tres cuartas
partes del año, en el aniquilamiento de la vida religiosa
en beneficio de la material, en la conquista de algunos
títulos y dignidades y en la demolición progresiva
del santuario secular ?
Israel es el pueblo de la elección, el pueblo de
la enseñanza. ¡ qué de luces y qué de
instrucción no encontrarían aún en él
las sociedades
más desviadas! La fuerza bruta,
los ejercicios, la multitud de instrumentos de destrucción
jamás le han servido para defender su existencia, sus
leyes, su
moral y su
Dios, ni para rechazar los violentos ataques de todas las
barbaries. Las conquistas, las batallas ganadas, los
países invadidos, las ciudades incendiadas y destruidas,
la rodilla puesta en el pecho del vecino –orgullo y gloria de
las naciones– no debían conquistarle triste celebridad; y
si los hebreos vencieron a veces a sus enemigos, atribuyeron el
éxito no a su valor personal, a la
habilidad para verter la sangre de sus
semejantes, sino a la protección del Señor " que
marchó ante ellos en los días de combate
".
Los trabajos plásticos que se llaman Bellas Artes
y que reciben aún hoy tantos homenajes, sacrificios e
inciensos, han preocupado poco a Israel, porque en la
antigüedad, esos trabajos creaban ídolos abominables
y sus templos; en los tiempos modernos, también sirven
más bien para enaltecer los lugares de perdición y
para reproducir objetos destinados a corromper las costumbres,
que no para construir altares a la religión, asilos a la
miseria y colocar ante los ojos del pueblo la imagen de una
vida santa, casta, modesta y ejemplar. Esa idolatría
industrial, esas orgullosas exposiciones de la obra del hombre, hacen
olvidar, si no menospreciar, la obra de Dios, las maravillas de
su sabiduría y de su poderío divino. Nuestras
máquinas y nuestros aparatos más asombrosos
están aún infinitamente por debajo de la gota de
rocío que brilla en el cáliz de la flor del campo.
Esa idolatría, esa apoteosis humana, jamás hubiera
podido entristecer a la sociedad
judía que recuerda esta advertencia de su ley: " Tu
dirás: Mi fuerza y mi
brazo han producido estas riquezas. recuerda que es el Eterno el
que te ha dado el poder de
hacerlo ", porque "la inteligencia
del hombre es una
luz de
Dios".
La civilización y el progreso no están
pues allí donde los hombres creen; están en las
instituciones,
en la conducta, en las
virtudes, en el pensamiento y
en el genio de Israel. Por amor a
nuestros semejantes, por patriotismo, por afecto a nuestros
conciudadanos es por lo que debemos permanecer apegados
inquebrantablemente a todo lo que nos ha venido del cielo y de
nuestros padres.
El hombre siente
en sí una fuerza
invencible, un alma todopoderosa que no conoce límite ni
fin a su acción. Pero surgen obstáculos materiales
miserables, grano de arena en la rueda de su fortuna, la falta de
la palanca que necesita para alzar el mundo, que detiene su
omnipotencia y anulan su liberta. Todo en la creación
aspira a la libertad. Se
ha dicho que la religión judía se inauguraba de
cierta manera con una proclamación de libertad, con
la liberación de un mueblo reducido a la esclavitud.
Ningún esclavo tenía derecho a participar en la
primera de sus fiestas ( Ex. XII,45), por ser esa fiesta la
proclamación de la libertad. Sin
embargo, los numerosos mandamientos de esa religión, las
abstinencias, las renuncias y los múltiples sacrificios
que impone al hombre, a sus
deseos, al goce de la vida, ¿ no son acaso
obstáculos serios a la libertad,
fosas cavadas para impedir el acceso a ella? ¿ No
habrá encontrado la libertad
más bien una ayuda poderosa, un aliado sincero y precioso,
en la religión que abolió esos mandamientos, esos
sacrificios, que ha quitado esos obstáculos y llenado las
fosas ? La verdad es otra.
En la antigua historia judía, vemos
que nuestros padres se echaron en brazos de la religión,
después de cada liberación de una opresión
cualquiera; esa fue para ellos las suprema realización de
la libertad. Jacob, habiéndose salvado de las
persecuciones de su hermano mediante la huida, levantó ya
en tierra de
exilio una piedra, la consagró a la adoración de
Dios y la llamó Bet-El ( casa de Dios ). Salidos de
la esclavitud
egipcia, los hebreos recibieron la ley, organizan su
culto, recogen piadosamente las creencias y tradiciones de los
patriarcas, y hallan en las prácticas sagradas el
cumplimiento y la garantía de su
emancipación.
De regreso de su cautiverio de Babilonia, su primer
cuidado fue reconstruir el templo y restablecer las instituciones
de culto mosaico. Hechos análogos se produjeron
después del triunfo de los Macabeos y de la reconquista de
Jerusalén. No quiero seguir pasando revista a la
larga y horrible noche del martirio Israelita, en que se ve la
luz de la fe
judía prendida nuevamente, cada vez que las naciones,
cansadas de perseguirlos, les dejan un momento de tregua y de
reposo. Aún hoy, cuando unos pocos judíos huyen
ante el fanatismo y se refugian en alguna comarca de
América, se reúnen ante todo en comunidad
religiosa, construyendo una casa al Señor y llevan con
felicidad y orgullo esa divina obligación del
judaísmo, que es el símbolo de libertad. Lejos de
ver en sus tradiciones y en su religión restricciones a su
libertad civil y política, los judíos no han
encontrado en ella sino los beneficios que los estatutos y
constituciones humanas más liberales han podido asegurar a
la sociedad.
La situación es diametralmente opuesta en otras
partes. Cuando una nación recobra sus derechos y su fuerza,
¿ qué hace ? Derriba altares y destituye a los
sacerdotes, o por lo menos, les quita la mayor parte de su
poder. Pese a
todas las predicciones contrarias, el instinto de los pueblos
israelitas les muestra la
alianza íntima entre su religión y el absolutismo, y
los peligros que entraña esa religión para las
libertades públicas.
La religión judía jamás ha
concluido pacto alguno con la potencia
temporal, a la cual ella nada ha dado, y de la cual nada ha
aceptado. No reconoce ninguna clase de infalibilidad en la tierra, ni
la del príncipe ni la del sacerdote, y condena todas esas
idolatrías humanas del mundo civilizado. Concentrando el
poder supremo
y la majestad suprema en un Dios único e indivisible,
coloca a todos los hombres en igualdad
absoluta; no es la igualdad de la
miseria y de la decadencia, a la cual conducen derechamente
ciertas doctrinas sociales y cuya realización
cumpliría muy a la letra la profecía de que "el
león comerá paja como el buey" ; sino una
igualdad de
bienestar, de elevación moral y
material, de derechos y deberes y de
recompensa.
Según las creencias judías, el hombre nace
inocente, puro y sin tacha, llevando en sí la divina luz
que no debe dejar que se apague por la tormenta de pasiones, y
que debe esforzarse en devolver a Dios algún día
engrandecida y con el brillo de virtudes y de triunfos. Al darle
la luz, el Creador no remachó en sus pies la cadena de
ninguna ignominia antediluviana, de ningún crimen hundido
en misterios inconcebibles. El hombre
viene al mundo con libertad completa; puede fijar la medida de
sus goces en la tierra y de
su felicidad en el cielo. Dios le dice: "Pongo delante de ti
la vida y la muerte, el
bien y el mal, la bendición y la maldición:
¡Elige!" . No permite pues a un déspota amasado
de sangre y de barro
que le diga: "Pongo delante de ti la opresión y la
esclavitud, el
mal y la destrucción, y te niego el bien y la vida, el
aire y el sol"
¡NO! el judío no se resignará, ni
aceptará jamás la situación del que se cree
acusado, perseguido y quizá justamente castigado por un
pecado original. El judío es el hombre que
puede y debe luchar contra fuerzas superiores y
vencerlas.
Cuando el profeta se hubo presentado ante el
Faraón, para cumplir la misión que había
recibido en el Horeb, no le recitó un gran discurso sobre
la libertad y la tiranía, sobre los derechos del hombre y la
igualdad de
los ciudadanos, sino que le dijo: " Estas son la palabras del
Dios de Israel: Devuélveme mi pueblo para que me sirva en
el desierto". Es decir, que para poner fin a todos los males
de sus hermanos, Moisés reclamó la libertad
religiosa, resumen, complemento y perfección de las
demás libertades. No pidió el concurso y el brazo
del Estado para el
ejercicio del culto ni el establecimiento de una Iglesia
oficial y dominadora, sino que dijo: Queremos adorar al
Señor alejados de toda influencia temporal
–¡separación completa entre la religión y la
fuerza bruta! ¡ Ninguna intervención del rey en las
cosas de Dios! ¡ Ningún pacto entre sacerdote y
gobernante, de los que uno se apodera del alma y el otro del
cuerpo de la humanidad! Queremos libertad de conciencia, de
sentimiento, en el desierto, entre las bestias salvajes y en
medio de las tempestades de la soledad, antes que ver la
religión profanada por el manto de púrpura, tan a
menudo manchado de sangre, y de la
protección de la fuerza.
El judaísmo revela a cada paso de su historia su repugnancia por
la fuerza. Sus pontífices, lejos de ostentar su derecho
divino o su infalibilidad, dicen con el profeta Elías:
"Yo no soy mejor que mis padres". No invoca leyes de
opresión y de violencia,
porque " Dios sólo quiere guiar e inspirar el pensamiento
religioso, sin el apoyo de ninguna ayuda extraña".
Dios quiere descender hacia el hombre por
la puerta de la fe y de la convicción, y no por medio de
la violación del domicilio moral, o por
la brecha abierta a la conciencia con
ayuda de recompensas o de castigos materiales.
2.- El Culto.
En el judaísmo, la palabra culto significa no
solamente el homenaje público que se rinde a Dios en los
templos, en asambleas piadosas y en la oración, sino todas
las manifestaciones del sentimiento religioso: observancias,
actos y señales exteriores y peculiares, prescritos por la
ley escrita o
tradicional, constituyen la vida religiosa judía. Tales
actos y señales son, además, la defensa y la
garantía del dogma y de la verdad sinaíticos, en
medio de las tinieblas de toda clase de idolatrías. No es
preciso demostrar su eficacia. Ellos
han salvado al israelita, como persona, de la
corrupción del mundo, han conservado en la familia
judía virtudes santas y austeras y han mantenido en el
judío, en cuanto ser inteligente y espiritual, la
verdadera fe en el verdadero Dios. Esas observancias y esas
señales han hecho más por el judaísmo,
desprovisto de toda fuerza material, disperso y perseguido en
todas las comarcas del mundo, que todos los ejércitos y
todas las potencias políticas y nacionales han podido
hacer por otras religiones.
Se ha pretendido a veces que muchas de las
prácticas del judaísmo tenían una
motivación puramente humana: una razón local o
geográfica, o sobre todo, utilidad
higiénica de necesidad transitoria; que en otros tiempos,
en otras circunstancias, en otras regiones y en otras condiciones
sanitarias y sociales, tales leyes ya no
tenían objeto ni razón de ser. Tal
argumentación no es sólida y revela cierta ligereza
en la búsqueda de la verdad.
Si las leyes que fueron dadas a Israel no tuviesen como
objeto más que el bienestar personal, la
salubridad individual y pública, ¿ Por qué
fueron promulgadas con tanta solemnidad y con tanto resplandor,
en nombre del Eterno ? ¿ Por qué su
transgresión acarrearía castigos tan severos y
maldiciones tan terribles como las que se pronunciaron en el
monte Ebal ?. Simples ordenanzas y recomendaciones de
médico, acompañadas de amenazas de enfermedad y
muerte, se
habrían escuchado mil veces mejor que las leyes cuya
motivación el vulgo no comprende y que los pensadores
más profundos de todos los siglos han tratado de
dilucidar.
Precisamente los hombres menos civilizados, que soportan
más difícilmente la idea del sufrimiento
físico y de la muerte, se
someten con mayor fervor y abandono a las prescripciones
médicas. Se entregan a tal punto a cualquiera que les
habla de su salud que aceptan ciegamente
el veneno de un charlatán o los inmundos elíxires
de una vieja bruja, y no retroceden ante ninguna
superstición ni ante ninguna tontería. ¿
Acaso necesitaba Moisés, que gozaba de la confianza
absoluta de su pueblo, decretar la pena del karet (
expulsión, segregación), la muerte
civil o la muerte
eterna, contra el que comiere sangre, ciertas
grasas de algunos animales, etc.?
¿ No hubiera sido suficiente decir a los hebreos que el
consumo de
tales alimentos era
malsano en aquel clima y que
amenazaba la vida? ¿ Y no habría estado eso
más de acuerdo con su honor y con su deber ? ¿ Para
qué hacer intervenir a la divinidad en un simple asunto de
higiene y
decretar penas infamantes, tanto temporales como espirituales,
por un acto que nada tiene de criminal y por la desobediencia a
una simple orden del médico ?.
Y luego, los hebreos no poseían siquiera la
mayoría de los alimentos que
Moisés les prohibió; no tenían más
que los animales
necesarios para el servicio del
santuario. Carecían de todo: no tenían ni pan para
comer ni agua para
beber. los hambrientos desdichados se abalanzaban sobre las
codornices que el viento acarreaba y morían de comerlas.
Querían volver a las cadenas de la esclavitud
egipcia, sólo para saciar su hambre. ¿ Acaso
habría tenido Moisés la crueldad de hablarles en
medio de tal miseria del gran número de alimentos que no
poseían y que no debían poseer jamás, puesto
que iban a morir en el desierto?. ¡ Ironía
malévola la de prohibir el néctar y la
ambrosía, los festines y los goces de la felicidad al
pobre que ni pan tiene! ¿ No debía haber dejado
Moisés a sus sucesores, a los hombres de ciencia de
Canaán, el cuidado de enseñar a los hebreos
qué alimentos y
qué costumbres debían adoptar en su país,
para no comprometer su salud? Y finalmente,
¿ era Moisés médico, especialista en
higiene?
Moisés dedicó largos capítulos del
Levítico a la lepra y a varias enfermedades que causaban
impureza. Pudo indicar los signos exteriores, por los cuales el
sacerdote debía pronunciar lo puro y lo impuro, pero no
indicó ni un sólo remedio para todas esas enfermedades. Tenía
tan pocos conocimientos de medicina y de
química que Dios mismo tuvo que señalarle cierta
madera que
poseía la virtud de endulzar las aguas de Mará (
Ex. XV, 24)
Moisés no estaba más versado en el
arte de la
medicina que en
materia de
jurisprudencia
práctica, puesto que Jetro, su suegro, tuvo que
enseñarle las primeras reglas de esa ciencia y la
manera de administrar justicia al
pueblo ( Ex. XVIII, 13-26). Dios sólo, dice la escritura, es
el médico de su pueblo ( Ex. XV, 26). Las leyes
prácticas del judaísmo deben tener pues una causa
más elevada, un objetivo
divino.
Sin duda, esas leyes, como todo lo que proviene de Dios,
tienen una utilidad material
incontestable. El que las observa siente los efectos bienhechores
en su persona y en su
prosperidad. Son, según una expresión
rabínica, como un capital
inmortal de cuyos intereses goza el hombre ya
en esta vida. Son una rama de la fe celestial de Israel, que es
un árbol de la vida. Pero su utilidad material
no es más que un accesorio insignificante, un
pálido reflejo de su valor
divino.
Si la comparación nos fuera permitida o posible,
podríamos decir que ocurre algo parecido con las leyes
humanas. efectivamente, las leyes humanas ordenan a casa uno
cumplir con sus obligaciones
para con el prójimo, de no causarle daño alguno en
sus bienes, en su
comercio o en
su honor. Dicta severas penalidades para castigar ciertos
delitos,
ciertas pasiones y vicios. El obedecedor a las leyes tiene
consecuencias bienechoras en la vida del que las observa. El que
cumple con sus obligaciones
adquiere la consideración y la estimación de la
sociedad; se hace acreedor a la confianza general y aumenta
incluso su fortuna. Dice un proverbio: El que paga sus deudas
se enriquece. Observar las leyes consignadas en el
Código Penal mantiene en la vida de cada uno la calma, el
orden y la dignidad que son la fuente y garantía de la
felicidad doméstica, condición y salvaguardia del
honor familiar. Esas leyes contribuyen también a la
salud
física y moral del que
las observa.
¿ Acaso se han hecho por interés
individual, para aumentar la riqueza y las ventajas de uno o para
mantener la salud y el bienestar de
otro? De ninguna manera. Tienen un objetivo
más elevado: la sociedad y su organización, la
solidez del Estado y su
futuro, el respeto a la
justicia,
mantener a los hombres en el camino recto del bien y de la
justicia y protegerlos contra el mal y contra el crimen. El
legislador humano permite al hombre más bien el suicidarse
que no robarle un óbolo a su prójimo. Así
sucede con la ley divina
israelita: produce en la vida de cada uno un efecto material
admirable; asegura su tranquilidad y prosperidad en la tierra,
pero su causa y su objetivo no
son de este mundo, no están en el individuo y en su
tiempo, sino
en la sociedad espiritual entera y en la eternidad.
Maimónides, que buscaba los motivos y la utilidad de las
leyes prácticas del judaísmo –búsqueda que
pareció llevar a la consecuencia de que se debían
modificar o abolir ciertas leyes cuyas razones habían
dejado de existir, dijo sin embargo ( Moré Nebujim III,
34) : "Debes saber que la ley (Torá)
no toma en consideración cosas que suceden raras veces o
excepcionalmente, sino lo frecuente, de lo cual resulta conocimiento,
virtud o una acción útil. No toma en
consideración el perjuicio que puede sufrir por ello un
hombre particular. La ley es obra de Dios; por medio de la
contemplación de la naturaleza
reconocerás que sus fuerzas son igualmente saludables y
útiles para la generalidad, aunque resulten ser a veces
nocivas para el individuo. Según este punto de vista,
comprenderás que los fines de la ley no se realizan en
cada uno y se encuentran necesariamente hombres que no gozan
enteramente de los efectos bienechores que se proponen. Tampoco
obtiene todo individuo lo que le pertenece por la naturaleza de su
especie".
Ambos, la ley y la naturaleza,
provienen de un mismo Dios, son de la misma creación,
realizada por la misma Providencia. . . Por ese pensamiento se
reconoce también la imposibilidad de que los mandamientos
estén arreglados de acuerdo con la situación
cambiante de los hombres y con la diferencia de los tiempos, como
si fuesen un remedio calculado para el temperamento físico
de cada individuo en particular. La ley es general y debe
encontrar su cumplimiento en el conjunto, sea útil a
ciertas personas o no, puesto que al tomar en cuenta
consideraciones individuales, perdería sus principios, y de
ello resultaría un daño para el todo. He ahí
por qué las prescripciones de la ley que tienen un
objetivo
directo, no podían ligarse ni al tiempo ni al
lugar, sino que tenían que ser generales, obligatorias
para todos y cada uno, como lo ha dicho el Altísimo:
"La comunidad
tendrá una sola ley" ( Num. XV,15).
Una vez descartadas las consideraciones
higiénicas, locales y climáticas, temporales y
accidentales, de los fundamentos del judaísmo, se
reconocen en él cuatro pensamientos básicos. Estos
son: 1o. la adoración de Dios; 2o. la santificación
del hombre 3o. la caridad y la humanidad; 4o. el apartamiento de
la idolatría.
La forma de la adoración de Dios, que fue tan
espléndida en la bendita tierra de los
antepasados, en el santuario inmortal de Jerusalén, ha
conservado en Israel una dignidad y una simplicidad conmovedoras,
como en ningún otro culto. Dentro de las sinagogas,
ninguna imagen, ninguna
estatua, ninguna obra humana desvía la atención y
la oración de los fieles del Creador; ningún
sacerdote, engalanándose con una aureola divina, viene a
colocarse entre el corazón del creyente y el amor del
Altísimo, como si fuera un portero del cielo que pudiese
permitir o negar la entrada a los suspiros y a las
lágrimas de la humanidad. En las sinagogas no hay
más dios que Dios.
Las invocaciones a la divinidad son de una
elevación grande; contienen pocas plegarias propiamente
dichas, es decir súplicas, o solicitaciones de bienes
materiales. El
judío pide a Dios que le aleje de las tentaciones, del
atractivo y de la ocasión del pecado, que santifique su
corazón e ilumine su espíritu, para comprender y
practica la ley divina y la verdad y para hacerlas comprender y
practicar a otros. Sus horas de recogimiento están
consagradas principalmente a la glorificación y
exaltación del Altísimo, a recordar sus favores, su
amor, su
ternura infinita por Israel y sobre todo a la recitación y
a la meditación de la milagrosa liberación de la
esclavitud
egipcia. Ésta llena sus corazones de gratitud
imperecedera, de adoración ardiente por el protector de
Israel y también de profunda humildad, al recordar las
desgracias de nuestros padres, nuestro origen y la bárbara
y humillante servidumbre. Al elevar su alma hacia el cielo, el
israelita deposita sacrificios dignos en el altar del
Altísimo.
Pero el culto no cesa con el divino oficio en el templo.
Prácticas santas y conmovedoras las realiza el
judío a todas horas del día, en todas las
circunstancias de la vida, transformando su existencia en
servicio y
pensamiento
consagrado al Eterno. Aún la satisfacción de sus
necesidades y los goces sensuales llegan a ser, por medio de
ceremonias y de las meditaciones que los acompañan, actos
religiosos y adoración de Dios. Debido a tales ceremonias
y actos, símbolos y pensamientos; la profanación no
puede entrar en sus habitaciones ni la suciedad y la
degradación en sus espíritus, ni el mal ni el
pecado en sus obras.
Un pensador profundo, que no pertenece al
judaísmo, ha dicho esta gran verdad: " Cierto que el
mejor medio para expresar el amor y el
reconocimiento que nos inspira Dios es cumplir con el deber; pero
se pueden tener varias razones para portarse bien y aún
cuando, entre otras razones, se quiere honrar a Dios por medio de
la conducta, es
preciso advertir a otros hombres mediante signos exteriores que
no admiten equivocación. Considerémonos en el mundo
como un niño en la casa de su padre. Manifestemos primero
nuestro respeto y nuestro
reconocimiento con una conducta ejemplar
y una sumisión sin reservas; pero no nos creamos libres de
todos los deberes, si no aprovechamos y no buscamos todas las
ocasiones para expresar nuestros sentimientos con nuestra
actitud y
nuestras palabras".
Esa actitud y esas
palabras son el culto, la adoración de Dios por medio de
la oración, las ceremonias y las santas prácticas
instituídas como símbolos y manifestaciones de la
fe. La primera palabra que el Creador dirigió a
Adán no fue una enseñanza teórica y
especulativa, sino un mandamiento práctico. Para hacer de
Abraham un creyente perfecto, digno de la alianza divina, el
Altísimo no pronunció discursos
teológicos, ni le dió un curso de moral y de
filosofía religiosa, sino que le ordenó una obra:
la circuncisión. Y para transformar a Israel en el pueblo
elegido, el apóstol de la verdad en la tierra,
Dios comenzó ordenándole una ceremonia: la
reunión alrededor del cordero pascual.
El segundo pensamiento de las leyes prácticas del
judaísmo es la santificación del hombre.
" santos seréis, porque santo soy yo, el
Eterno, vuestro Dios" ( Lev. XIX,2). Esa
santificación, que es la dignidad, el honor y la
superioridad del hombre, la condición de su
elevación espiritual y de su semejanza con la imagen divina, es
difícil, si no imposible en medio de las tentaciones, de
las pasiones y de los deslumbramientos de la vida. Las
naturalezas excepcionales, cuyo corazón queda
herméticamente cerrado a la tentación, al deseo del
mal, son muy raras. Por otra parte, el aislamiento
anacorético que excluye las satisfacciones materiales de
la vida; la huida del mundo y la violencia a
los sentidos,
que convierten el cuerpo humano
en algo como aquellos ídolos de barro que tienen ojos y no
ven, y oídos y no oyen, alteran la naturaleza humana
y hacen al hombre inútil a sus semejantes y una carga para
sí mismo. Pero, hartar todos los apetitos sensuales
produce efectos aún más desastrosos: embrutece al
hombre, lo degrada profundamente, detiene el vuelo de su alma y
apaga en él la chispa divina.
La religión judía ha querido dar a sus
hijos, al lado de una absoluta libertad moral, los medios de
hacer de ella el mejor uso: de poseer la vida y sus goces, sin
perder el alma, ni comprometer su grandeza entre los seres de la
Creación ni su destino futuro en las regiones del
Altísimo. " El Altísimo, para asegurar la salud
de Israel, le ha dado leyes y mandamientos en gran
número" ( Makot 23b). Por medio de esos mandamientos,
se recuerda al israelita continuamente, en todos sus actos, en
todos sus goces, su deber, su dignidad, su posición en la
escala de la
creación, que le conduce de la tierra al
cielo. Puesto que tiene que recitar alguna oración, dar
las gracias a Dios o cumplir con una obligación religiosa
a cada instante, ¿Cómo podría olvidarse,
abandonarse al vicio, ensuciar sus labios, profanar su
corazón , donde se nombra constantemente a Dios ? Tampoco
se puede olvidar en la mesa, abandonarse a una orgía o a
una borrachera degradante, pues sabe que después de la
comida tiene la obligación de elevar su voz en un
cántico al dispensador de todos los bienes. No
puede vivir en disipaciones locas e impuras del cuerpo y del
espíritu, pues tendrá que recitar, al levantarse
el sol, el
divino Shemá y fijar a su brazo y a su frente los
augustos símbolos de los tefilín. No puede
entregarse a la prodigalidad ruinosa, a la pasión del
juego, al lujo
inmoderado o a gustos aún más funestos, pues la
religión le obliga a gastar lo que tiene en superfluo en
ayudar a su desdichado hermano; no para cumplir un acto de
caridad generoso y voluntario, sino para obedecer a una ley
positiva que le ordena ir en ayuda de su
prójimo.
No puede hacer el mal, ni en el secreto de su hogar,
puesto que su casa, donde ve al entrar la divina
mezuzá fijada en la puerta, es un santuario
inviolable donde todo le indica la presencia del Eterno. Tampoco
puede entregarse a lecturas perniciosas, pues debe emplear su
tiempo libre
en el estudio de la ley; ese estudio no es una simple
recomendación, sino una prescripción formal y
positiva. En sábados y días festivos no puede
pasear a caballo o en un coche o dedicarse a bailes y al
libertinaje, pues debe pasarlos en la casa del Señor, en
la meditación y en la oración, y en el seno de la
familia
reunida para celebrar conmovedoras ceremonias religiosas.
Finalmente, toda su vida ha de estar bien regulada y ser honesta
y virtuosa. " He lavado mis pies, ¿Cómo los
ensuciaría? (Cantares V,3) Estando el corazón y
el espíritu del judío purificado, santificado,
ennoblecido por tantas prácticas santas y augustas,
¿cómo podría profanarlos y arrancar la
blanca cortina de la inocencia, de la virtud y de la santidad?
"¡Que vuestros vestidos sean blancos en todo tiempo, y que el
ungüento no falte en vuestra cabeza!" (
Eclesiastés IX,8)
¿ Pero no habrá acaso otros medios de
santificación? ¿ No se podrían cambiar,
modificar esas antiguas prácticas que parecen tan
extrañas y son tan molestas en la sociedad moderna?. Para
sostener esta tesis,
sería preciso negar la inmutabilidad de la ley y aun la
necesidad de conservar el judaísmo disperso por el mundo,
la unidad de la fe por la unidad del símbolo. ¿
Dónde está la autoridad que
pueda decretar una forma nueva de vida religiosa, un nuevo
símbolo reconocido y adoptado por todo Israel? Lo que
nadie podría negar es la prueba de la experiencia, la
eficacia de
nuestras prácticas y su maravillosa influencia en la
moralización de la familia
judía, en que se hallan reunidas todas las grandes y
santas virtudes humanas, pese a las persecuciones, al oprobio
social del que han sido víctimas los judíos durante
dieciocho siglos y lo son aún en parte, y que entre otras
cosas, han engendrado la degradación física, moral
e intelectual. ¡Véanse las costumbres de una
verdadera familia
judía, la conducta de los
padres e hijos, su fidelidad inquebrantable, su amor filial,
su sobriedad, su alejamiento de todo lo que avergüenza y de
lo que hiere la mirada o el sentimiento, su delicadeza y calma en
el infortunio, y que se atrevan a poner en duda la divinidad y la
necesidad del mandamiento práctico israelita, para
asegurar el progreso moral, el honor y la santificación de
su vida!.
La caridad y la humanidad son objeto de gran
número de sus mandamientos. Se conocen numerosas leyes
mosaicas concernientes a la entrega a los pobres de parte de los
frutos y de las cosechas, a la restitución de los vestidos
que dejaron en garantía, al pago inmediato del salario del
obrero, a las consideraciones, a la protección y al
sostenimiento que se deben al extranjero, a la viuda, al
huérfano, etc. Se les ordena el hacer posible que los
pobres celebren con felicidad los días del Señor.
"Te alegrarás delante del Eterno tu Dios; tú, tu
hijo y tu hija, tu siervo y tu sierva, el levita que estuviere en
tus ciudades, el extranjero, el huérfano y la viuda que
vivieren cerca de tí … Acuérdate que fuiste
esclavo en Egipto; por
tanto guardarás y cumplirás estos estatutos" (
Deut. XVI, 11,12-14).
Deben llamar a los pobres, no a su ante sala para
hacerles entrega por los criados de una limosna, sino a la mesa,
para que celebren con ellos la Pascua y las festividades del
Altísimo. Son iguales al rico en el templo y en la
asambleas del Señor. la décima parte de los
bienes del
judío les pertenece por derecho. "Los mandamientos
relativos a las ofrendas al
templo, a los sacerdotes, etc. , tienen por objeto fomentar la
beneficencia y habituar al hombre a la virtud de la generosidad,
al pensamiento de que su fortuna pertenece a Dios y a la
humanidad, a combatir la avaricia y la codicia, que son la ruina
de la sociedad humana" (Moré Nebujim III,39). Puede
decirse que en todas partes donde el Dios de Israel exige un acto
en su honor, hay también un intento de beneficencia y una
obra humanitaria. No hay culto en Israel sin caridad.
El alejamiento de la idolatría es la cuarta causa
de muchas de sus prácticas religiosas. Ilustres doctores
de la Sinagoga han atribuido a los sacrificios el sentido de que
desviaban a sus padres de los altares de cultos falsos y de que
consagraban en honor del verdadero Dios una costumbre
profundamente arraigada en la vida y creencias de los pueblos.
También la prohibición de la magia, de la
brujería, del uso de ciertos frutos y de ciertas
vestiduras, la prohibición de matrimonios y de alianzas
con ciertas naciones, y la admonición: "No
andéis según las prácticas de las
gentes" (Lev. XX,23), etc. Tenían por objeto alejar a
los israelitas de las prácticas idólatras. El vino,
las fiestas, las orgías de tantas naciones han quedado
prohibidos severamente, no sólo por su inmoralidad, sino
porque podían llevar al olvido de Dios y a la
idolatría. Podemos dar por seguro que cierto
número de prácticas han sido introducidas en sus
casas con el fin de consagrar a la verdad y a la luz a los que en
otras partes han servido al error , a las tinieblas y a las
supersticiones burdas. Cada ceremonia del judaísmo, cada
costumbre tradicional, cada cuadro consagrado y cada
oración fijada en las paredes de la casa israelita
están destinadas a preservar de las ceremonias y de los
usos análogos del mundo idólatra.
La idolatría, particularmente en su variedad
grosera, ha desaparecido sin duda de gran parte de la tierra; pero
aún existe en la otra parte, que es importante. Los
mandamientos prácticos destinados a combatirla deben pues
mantenerse. No se podría modificarlos o abolirlos sino a
medida que la idolatría desaparezca de nuestra sociedad.
¿Acaso tiene cada uno de nosotros el derecho, y sobre todo
el entendimiento necesario, para decidir cuánta
idolatría hay a su alrededor y el grado de progreso
logrado por nuestros vecinos hacia la verdad israelita? Y luego,
como esa idolatría y esos progresos hacia el bien
varían en cada país, en cada ciudad, y a menudo en
cada familia y en cada
persona,
¿ no habría que abolir u observar tantos
mandamientos prácticos como fueren necesarios de una
familia a
otra, de una casa a otra, de un día a otro? ¿No
sería necesario un código religioso particular para
cada israelita que vive en tal o cual país y que tiene a
tales o cuales por vecinos? Cuando el
conocimiento del Dios verdadero cubra la tierra entera,
como las aguas cubren el fondo del océano, solamente
entonces las leyes contra la idolatría no tendrán
razón de existir.
Está demás seguir adelante don la presente
investigación, con el fin de demostrar que la ley
práctica del judaísmo se remonta a los tiempos
más remotos y que los primeros hombres, desde que
conocieron a Dios, encontraron ya en esa ley la forma más
noble del culto y la más fuerte garantía de dicha
es esta vida y de felicidad en la eterna.
3.- El Sábado.
Ninguna costumbre ha tenido efecto tan profundo en el
pueblo judío como su celebración del sábado.
El sábado, tal como se observó entre los
judíos de muchas generaciones en los siglos y milenios
pasados, era realmente un día santo. El día semanal
de reposo implantado por la legislación bíblica de
los hebreos, fue adoptado en el mundo entero. En cuanto a su
importancia humanitaria, bien dice el escritor francés
socialista Proudhon: " Aun nuestro moderno espíritu,
con sus áridas teorías de derechos cívicos y
políticos, y su lucha por la libertad y la igualdad, no ha
ideado ni creado una sola institución que por sus efectos
beneficiosos con las clases trabajadoras, pueda compararse si
remotamente con el día de descanso semanal, promulgado en
el desierto sinaítico".
El sábado hebreo tiene más que ese
significado social importantísimo. Ha creado un simbolismo
de gran altura religiosa, al hacer del sábado un
día de alegría y de reposo, en que vivía una
vida distinta y separada del día laborable. La
legislación rabínica ha levantado una valla tan
alta alrededor del sábado que ninguna voz de la
algarabía externa ha podido penetrarla. El sábado
era tan sagrado que no debía realizar labor alguna en
él, ningún familiar, ningún esclavo o
servidor, ni
siquiera las bestias. Su santidad era superior a la de las
demás festividades. Tenía una poesía
profunda, que nunca fue igualada en la celebración de
otros días de reposo y que se ha perdido en su mayor
parte, ante la presión de las exigencias de la vida
moderna. El sábado santificaba y daba sentido al resto de
la semana.
Con el sábado, el judaísmo no solo
confirió uno de los derechos más
preciosos a la humanidad trabajadora, sino que
enseñó al mundo, además, otra
práctica característica del sábado: la de
observar horas y días fijos de reverencia, en que se hace
un llamamiento a la conciencia del
pueblo y en que se proclama y explica la voluntad divina. Es una
renovación espiritual y moral. A la palabra divina
corresponde la exigencia del bien y la severidad de la ley; a
nosotros nos corresponde un pensamiento mitigado por la
imposición de la paz sabática. Como es distinto el
concepto
judío de la deidad, así es también distinto
su concepto de la
fiesta religiosa y especialmente el del sábado. Ninguna
religión ni ninguna época han podido agregar cosa
alguna a la esencia y al contenido espiritual del
sábado.
Esa roca de la vida religiosa judía, que
constituyó el sábado, fue socavada a consecuencia
de la revolución industrial y económica del siglo
XIX. Mientras los judíos vivían en países en
que se les permitía trabajar el domingo y en otros
días de descanso de la población no judía,
la celebración del sábado no acarreaba
inconvenientes. pero al entrar en el engranaje económico
del mundo circundante ya sea como empleados, obreros o patronos,
los obstáculos fueron cada vez mayores. El grupo de los
fieles que sacrificaban sus intereses con tal de no infringir la
ley sabática, decrecía constantemente,
particularmente en países de escasa población
judía.
En la actualidad, se han tratado de introducir algunas
formas nuevas de la celebración sabática, como el
Oneg Shabat, en que grupos de
judíos ( hombres y mujeres) se reúnen para su mutua
edificación espiritual, para escuchar conferencias,
asistir a actos culturales y artísticos, etc. en los
cuales se crea una nueva atmósfera
judía.
Contribuyen a mantener el espíritu
sabático ciertas costumbres y ceremonias, como las de
prender velas los viernes en la noche y la despedida por medio
del bello rito de Havdalá, al terminar el
día festivo.
… dice la escritura que
Dios había acabado el cielo y la tierra y todo lo que hay
en ellos; descansó el séptimo día de toda la
obra que había hecho y bendijo y santificó el
séptimo día ( Gen. II, 1-3)
Ese día hecho santo, inviolable, por el propio
Creador, ¿cómo se atrevería el hombre a
profanarlo ?
En medio de un desierto que ardía y cuando
sentían tremendas privaciones, se les dijo a los hebreos:
"Mirad que el Señor os ha dado el sábado, y por
eso os da en el sexto día alimento para dos días.
Estése pues cada uno en su casa y nadie salga de su lugar
el séptimo día" ( Ex. XVI,29). En presencia de
la muerte
diaria por el hambre y la sed, a la vista de los sufrimientos del
niño recién nacido y del anciano que iba a morir,
Dios no quería que el hombre se preocupara, el
sábado, de las necesidades materiales más urgentes.
¿Cómo les sería permitido entonces a ellos,
en medio de la abundancia efectiva y en el seno de una vida que
abarca a todos los habitantes de la tierra, violar la santidad
del día del Eterno, correr detrás de ese
maná terrestre, que unos poseen de sobra y que otros
generalmente pueden procurarse en cantidad doble o triple en la
víspera del sábado?.
Después de haber creado la tierra y dado al mundo
físico leyes naturales, que debían dirigirlo para
siempre, el Creador también dió al mundo espiritual
leyes morales, que debían fijar su conducta, y los
deberes del hombre para con Dios y para con la sociedad. El
Eterno desciende sobre el Sinaí; la naturaleza
tiembla, el sol se vela,
estallan los truenos, y del seno de la nube en llamas, el Supremo
Legislador promulga el código inviolable e inmortal que es
desde entonces la condición y la base de todo orden
social. Ese código sagrado, grabado no sólo en las
tablas del Horeb, sino también en el corazón y en
la conciencia del
hombre, encierra una sola ley de práctica religiosa
propiamente dicha; un sólo homenaje público que el
maestro soberano de la humanidad pide a los mortales: el reposo
sabático y la santificación del séptimo
día.
¿ Cómo podríamos violar esa ley,
sin sacudir el fundamento del mundo, que es el Decálogo, y
sin hacernos culpables ante dios en el mismo grado que si
cometiésemos alguno de los crímenes enunciados en
los Diez Mandamientos? La moneda del prójimo, que no
debemos hurtar; su asno, que no debemos codiciar, ¿ son
acaso más sagrados e inviolables que la palabra y la
voluntad del Señor?.
Al santificar el séptimo día, la
séptima parte de su vida, el judío proclama al
Creador y reconoce su obra. La Biblia fija la pena de muerte
para la violación pública y premeditada del
sábado, porque esa violación constituye la
negación de Dios y de la creación del
mundo.
El mundo no es un lugar de reposo y de libertad para el
hombre, debido a sus necesidades, a sus exigencias y a menudo, a
su tiranía, impone la constricción, la servidumbre
y una esclavitud de todos los días y de todos los
instantes. Por ello celebramos también el sábado en
memoria de la
salida de Egipto, de esa
merced inmortal, que nos prueba y nos recuerda siempre que
solamente Dios nos da la libertad verdadera y la verdadera
independencia.
Se dice en una plegaria de sábado:" Tus hijos reconocen
y saben que te deben a tí el reposo".
Las naciones más devotas de la tierra han tratado
de imitar el sábado judío; pero ninguna de ellas ha
podido alcanzarlo, pese al apoyo de las leyes civiles y de la
fuerza bruta; ninguna le ha podido dar consagración, la
santidad, la elevación y la transfiguración, ni los
efectos y bendiciones del celestial sábado de los
judíos.
"En lugar del sábado han fijado un día
de reposo; ¿ acaso han podido igualarnos? Cuando mucho,
como una estatua se parece a un hombre vivo" (Cuzarí
III,9) Y el filósofo (Judá Haleví)
continúa: " He meditado sobre vuestra situación,
y he visto que Dios ha utilizado para vuestra conservación
medios
particulares. El sábado y las festividades son una de las
causas principales de vuestra permanencia y de vuestra
consideración. Los pueblos os hubiesen repartido entre
ellos, tomándoos como esclavos, a causa de vuestra
sagacidad y vuestra inteligencia.
Hubieran hecho de vosotros incluso hombres de guerra, sin
esas épocas que observáis rigurosamente, por estar
instituidas por Dios y que se basan en motivos tan poderosos como
lo son el recuerdo de la creación, la salida de Egipto y la
Revelación -cosas divinas que estáis obligados a
venerar. Sin esas épocas, nadie de vosotros
vestiría un hábito puro, y no tendrías como
punto de unión el recuerdo de vuestra ley, a causa de la
presión sobre vuestro espíritu que sufríais
en vuestro largo destierro. Sin esas épocas, no
tendrías un solo día de agrado en toda vuestra
existencia, mientras que ahora consagráis la sexta parte
de vuestra vida al reposo material y espiritual. He aquí
algo que ni siquiera los reyes pueden hacer, puesto que su
espíritu no está en reposo durante las
festividades, ya que en esos días tienen que moverse y
cansarse; se mueven y se cansan y su alma no goza de un reposo
completo. Sin esas épocas, todo lo que pudiérais
adquirir pertenecería a otros, puesto que estaría
constantemente expuesto al pillaje. Pero vuestros gastos para ese
día son un beneficio para vosotros en este mundo y en el
mundo venidero, puesto que se hacen en honor a
Dios".
La santidad y la inviolabilidad del sábado
israelita fueron reconocidos por los pontífices de otras
religiones.
Así Lutero dice: " Aunque el sábado quede abolido
entre los cristianos, es sin embargo necesario que se observe un
día particular de la semana. La naturaleza exige que uno
se pare durante un día de la semana y que se abstenga uno
del trabajo, tanto hombre como bestia. Pero el que quiere hacer
del sábado una ley positiva, una obra de Dios, debe
observar el sábado y no el domingo, pues es el
sábado el que fue prescrito a los judíos, y no el
domingo" ( t.III, 643).
" El Dios de Israel ha elevado el sábado a tal
altura, que lo ha colocado por encima de su templo y de su santo
tabernáculo, repitiendo dos veces: mis sábados
guardaréis, y mi santuario tendréis en
reverencia" (Lev. XIX, 30; XXVI,2). Al ordenar a los hebreos
que le contruyeran una morada, el Señor comenzó por
recordarles nuevamente la ley del reposo ( Ex. XXXV, 2-3), como
si les dijera: No creáis que por levantar ese edificio
sagrado, os será permitido violar el sábado. Nada
podría justificar la profanación de ese día
augusto, ni los intereses terrenales, ni los del cielo.
¡Respetad a vuestros padres imitándolos, ya que
practicaron con tanta santidad ese mandamiento divino! Observad
mis sábados, y no sacrifiquéis a los ídolos
del oro y de la perdición! ( Lev.XIX, 3-4).
Dice el Talmud: "El que observare exactamente el
sábado es como si cumpliese toda la ley".
También dicen los sabios: " El que viola
públicamente el sábado es como si se entregase a la
idolatría". Esta grande y misteriosa importancia del
reposo sabático se revela en cada página de la
sagrada Escritura. Al
anunciarse los castigos más terribles a los violadores de
los mandamientos del Señor, no se indica especialmente
más que la transgresión de una sola ley, la del
reposo, al decirse: "Entonces la tierra holgará durante
los sábados… la tierra descansará en los
días de la desolación, puesto que no tuvo reposo en
vuestros sábados, mientras habitábais en ella".
(Lev. XXVI, 34-35)
Ese hecho notable se reproduce igualmente en las
escrituras de los profetas. Esos órganos sublimes del
pensamiento de Dios exhortaban al pueblo constantemente a la
moral, a la pureza de las costumbres, a la rectitud del
corazón, a la justicia, a la caridad, etc.; pero al hablar
de los deberes religiosos, no indican concretamente sino la ley
del séptimo día. Se puede leer en Isaías (
LVI, 2-6): "Feliz el hombre que esto hiciere, el hijo de
hombre que sugiere esta regla; que evite profanar el
sábado, y guarde su mano de hacer el mal… Y los hijos
del extranjero allegados al Eterno para adorarle, para amar el
nombre del Señor, para dedicarse a su servicio,
todos los que se guardan de violar el sábado y permanecen
fieles a mi pacto, yo los llevaré a mi monte sagrado y los
recrearé en mi casa de oración".
Jeremías, queriendo atajar a su pueblo al borde
del abismo, que se abría más y más bajo sus
pies, se esforzaba en conducirlo al bien mediante la observancia
del séptimo día, y dijo: Estas son las palabras
del Eterno: Vigilad vuestras almas y no traigáis carga en
el día del sábado, ni permitáis que entre
por las puertas de Jerusalén; no saquéis carga de
vuestras casas, ni hagáis obra alguna en día
sábado; mas santificadlo, como yo lo he ordenado a
vuestros padres… Y si me escucháis, santificando el
sábado y absteniéndoos de toda obra, entonces esta
ciudad será morada de reyes y príncipes, que se
sentarán en el trono de David, poderosos por sus
ejércitos y sus carros de guerra, ellos,
sus ministros, todos los hombres de judá, todos los
habitantes de Jerusalén y esta ciudad subsistirá
eternamente… Pero si no me escucháis, para santificar el
día sábado, entonces encenderá un fuego en
las puertas de Jerusalén; consumirá los palacios, y
no se apagará" ( XVII, 21-27).
El profeta Ezequiel, ese maravilloso vidente, cuya
mirada descubría los misterios del cielo y los horizontes
ocultos del porvenir, al llevar la palabra de Dios a los ancianos
de Israel, les dice: (XX, 12-14)" Les dí también
mis sábados, como una alianza entre mí y ellos,
para que supiesen que soy yo el Eterno que los santifico. Pero la
casa de Israel me ha molestado en el desierto, no han obedecido a
mis ordenanzas; han rechazado mis derechos, por los cuales el
hombre vive; han profanado gravemente mis sábados. Por lo
tanto, he derramado mi cólera sobre ellos, para
aniquilarlos en el desierto. Hice esto por el honor de mi nombre,
para que no quede infamado ante los pueblos, delante de los
cuales los había liberado…" Dios mismo proclama,
pues que la violación del sábado es la
profanación pública de su nombre tres veces santo.
¿ Quién se atrevería a cargar su conciencia con un
pecado tan grave ?.
El profeta Amós expresando viva
indignación contra las gentes que pisotean la
religión para no perder ni un momento de sus negocios y
especulaciones, pone en boca estas palabras, que tendrían
triste eco aún en nuestros días: " Cuando
pasará la neomenia ( el mes de las solemnidades
religiosas), y venderemos el trigo? ¿ El sábado,
para que podamos abrir nuestros graneros?" ( VIII,5). Y el
cielo les contesta en su cólera: "En presencia de
semejante conducta, ¡la tierra misma ha de estremecerse y
sumir a sus habitantes en luto!".
Al retornar de Babilonia, lo primero que hicieron los
israelitas fue repudiar las alianzas impuras y restablecer el
día de reposo, obligándose por medio de un
juramento solemne, " a no comprar nada a las gentes que
venían el sábado a vender toda clase de objetos
alimenticios" (Nehemías X,34). Y el profeta
ruega al Señor que tenga en cuenta el mérito de
haber evitado la profanación del día consagrado, al
dirigir a los príncipes de Judá esta severa
recriminación: " ¡Qué maldad es esa de
vosotros de profanar el sábado! Así hicieron
vuestros padres, por lo cual Dios ha vertido sobre nosotros y
sobre esta ciudad todas estas desgracias. ¡Y vosotros
añadís ira sobre Israel profanando el
sábado!". (Neh. XIII, 17-18).
Muchas veces se ha admirado la conducta de los
judíos que en la época de los macabeos prefirieron
morir antes que violar el día del Señor. La
rígida observancia de ese mandamiento está
mencionada en numerosos pasajes de los Evangelios. Habría
que llenar volúmenes enteros para citar lo que dicen de
bello y de maravilloso acerca de la santificación del
sábado El Talmud y los Midrashim.
De la misma manera que la creación del mundo
comenzó con el nacimiento de la luz, así el
sábado, que es un homenaje público al Creador y
remembranza de su obra, se inaugura con el candelabro de luces
vivas, símbolo de la fe de Israel, que brilla como un
astro del firmamento en la noche del error y de la barbarie. Y
como el último acto del Creador fue la formación
del hombre mortal y perecedero, así la última
ceremonia del sábado consiste en apagar la luz y decirle
al Creador: Somos arcilla en tus manos;
¡perdónanos nuestros pecados, que el día
cuenta al día y la noche a la noche!".
El sábado también es fuerte lazo de
unión para la familia,
medio poderoso de excitar y mantener las virtudes
domésticas. Los niños se apretujan contra sus
padres, para recibir su bendición y sus abrazos. Luego se
sientan a esa mesa judía, verdadero altar del
Señor, en que el jefe de la casa bendice el pan y el vino,
y los distribuye a todos como un maná celestial, como una
dádiva de la infinita ternura del Altísimo. El
temor de quedar sin las bendiciones y sin esa parte del
festín sagrado, es, para los niños, un estimulante
para el cumplimiento con sus deberes… Esa adorable y solemne
hora del sábado realiza en la familia
judía la promesa mesiánica, de la cual dice el
divino profeta: "Llevará el corazón de los
padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia
los padres". (Malq. III,24). El sábado es la
unión de Israel, la paz y la santificación de toda
la casa de Jacob; es un hogar de santidad y fuente de todas las
bendiciones. La familia israelita piensa en ello durante la
semana y se prepara.
No me detendré a describir los preciosos frutos
que el creyente, como individuo, obtiene de la observancia de ese
mandato. Pero se tiene que insistir en la importancia capital del
sábado como signo exterior de la fe judía y como
ligazón manifiesta entre la gran familia israelita. Sus
costumbres, sus relaciones sociales, nada destaca entre ellos
mejor a los hijos de Jacob. La unidad de idioma dejó de
existir para los judíos; la unidad de culto ha sufrido
graves menoscabos; la vida en el mundo ha dejado de tener ese
sello sagrado del judaísmo, la adoración
pública del Dios de Israel, por medio de la cual El
quería estar glorificado ante las naciones de la tierra.
Sólo el sábado marca la unidad
de su fe, la sagrada característica de sus creencias, la
glorificación magnífica del Dios de sus padres. Sin
el sábado, su religión judía no
merecería un lugar bajo el sol, y el
israelita no tendría Dios en medio de las naciones. Dice
el Talmud: Jerusalén ha sido destruída solamente
porque sus habitantes han profanado el
sábado".
La violación del Día del Señor
dejará a Jerusalén, a Israel y su culto siempre en
ruinas; porque destruye en nosotros la santa consagración
que Dios ha querido dar a toda la vida del
judío.("Guardaréis mis sábados, porque son
señal entre mí y vuestras generaciones futuras,
para que sepáis que yo soy el Eterno que os santifica"
Éxodo XXXI,13); Les separa para siempre de las creencias y
de los recuerdos que constituyen la fe judía; es la
negación evidente de todo lo que encierran sus monumentos
sagrados, la Biblia, los libros de sus
sabios, sus ceremonias y sus oraciones.
En el culto del sábado, se da gracias a Dios por
haber otorgado un día de reposo físico y de
elevación espiritual, durante el cual se puede olvidar uno
de la tierra y de sus males, durante el cual hasta a los
condenados en el infierno se les libra de sus sufrimientos; se da
gracias al Ser Supremo por la emancipación de las fatigas
y de la esclavitud de la pobre existencia que se lleva
aquí abajo, para darse un gusto anticipado del destino
final y feliz en un mundo mejor.
No cabe duda: los intereses materiales están en
conflicto con
la observancia del sábado; se teme comprometer la fortuna
al cerrar la casa el día séptimo a las agitaciones
dl mundo y a las luchas por el interés económico.
Pero el Señor prometió "doble alimento" el
sexto día, y dijo: "ordenaré que mi
bendición descienda sobre vosotros". Los talmudistas
han observado: " El que honra el sábado,
recibirá una herencia sin
límites", y en otro lugar: "Si se observan
rigurosamente los sábados, la liberación
vendría inmediatamente".}
Según las tradiciones judías, Adán
fue desterrado del paraíso en la tarde del sexto
día, la víspera del sábado
(Sanedrín 38-b). Por medio del sábado es
como la humanidad regenerada volverá a entrar en el
Edén.
BIBLIOGRAFÍA.
BELTROY, Manuel.
" LAS RELIGIONES VIVAS"
Editorial Mundo Hispano, El Paso, Tx.
1991.
CID, Carlos y RUI, Manuel.
" Historia de las
Religiones"
Editorial Ramón Sopena, S.A. Barcelona
1972.
| MINOIS, Georges
"HISTORIA DE LOS INFIERNOS"
Paidós, Barcelona. 1991
BERGUA, Juan B.
Mitología Universal
( Las fantasías mitológicas de los
hombres a través del tiempo)
Tomo segundo
Clásicos Bergua, Madrid.
1979.
Trabajo realizado por:
Dr. Angel Ricardo Guevara Hdz.