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Judaismo




Enviado por argaix




    ( Breve revisión de temas judaicos)

    1.- Significado del Judaísmo.

    Podríamos preguntarnos cuál es el objeto
    del judaísmo, después de varios miles de
    años de existencia y frente al mundo moderno. las dos
    religiones
    más poderosas del mundo, el cristianismo y
    el mahometismo, hace mucho que afirman que han reemplazado el
    judaísmo y que vienen a ofrecer ideales nuevos a la
    humanidad. Que los argumentos no son muy convincentes lo prueba
    lo poco que han influido en los judíos. Muy al contrario,
    Maimónides y Judá Halevi, eminentes pensadores
    medievales judíos, afirmaron ya que el Islam y el
    cristianismo
    no son más que transiciones en el camino hacia el
    mesianismo, que no hacen sino preparar el terreno en un mundo
    esencialmente pagano, para ciertos ideales básicos
    judíos.

    El mundo, que ha alcanzado progresos tan asombrosos en
    los campos de la técnica y de la ciencia, ha
    avanzado poco por el camino de la humanidad, o sea por el camino
    de Dios. Hay un dualismo profundo entre lo que se predica y lo
    que se hace. la presencia divina, la shejiná, no
    puede morar en un mundo de opresión, de odios, de guerra, de
    asesinato y de hipocresía. La moral
    religiosa judía no admite semejante dualismo, alejado del
    ideal mesiánico.

    Como podrá verse a través de las
    líneas de este trabajo de introspección hacia la
    religiosidad del pueblo hebreo, muchas aseveraciones que
    aquí se presentan son resultado del gran impacto que ha
    causado en mí no sólo la tradición
    judío cristiana que he aceptado y vivo, sino
    también y de manera prominente, los estudios de un pueblo
    tan maravilloso como es el hebreo.

    Es fácil hablar despreciativamente de unos
    ideales que hoy nos parecen más lejanos que nunca, y es
    fácil desesperar. Los mártires del judaísmo
    no hicieron investigaciones
    históricas para averiguar si sus creencias estaban de
    acuerdo con la historiografía de su tiempo. Murieron
    por una verdad que sentían, por una verdad viva que
    anhelaban. Fueron antihistóricos y anticientíficos
    en el sentido de que sólo se puede morir por una verdad
    que es diferente de la historia y del camino ya
    recorrido y examinado. Si el error tiene su historia, la verdad
    religiosa, en cuanto ideal, no la tiene, pues es una meta
    constante.

    Íntimamente relacionada con la idea de la
    elección del pueblo judío para su misión
    divina es la de la humanidad. El universalismo religioso se
    desprende forzosamente del deber de anunciar a Dios único
    a todo el género humano. La misión judía,
    muy diferente de la competencia
    religiosa en cuanto a atraerse adeptos, consiste en el intento de
    hacer llegar a todos los humanos la verdad que los pondrá,
    junto con los judíos, en el camino hacia Dios.

    Pese a las apariencias, el judaísmo es una
    religión mundial. No se esfuerza por imponer sus ritos o
    costumbres a todas las naciones, ni exige uniformidad en ese
    sentido. El judío religioso rechaza sin embargo, la
    indiferencia materialista, la ética irreligiosa y la
    cultura
    espiritual postrada ante el poderío político o
    económico. Más bien cree que el futuro de la
    humanidad y el progreso ético se fundarán en la fe
    en Dios único, tal como lo proclamaron los profetas
    hebreos. El ideal religioso y ético en que todos los
    hombres podrán encontrarse está expresado
    brevemente en esta frase de Miqueas ( VI,8): " El te ha
    declarado, oh hombre, lo que
    es bueno y lo que el Eterno exige de ti: solamente que obres con
    justicia, que
    ames y que andes en humildad con tu Dios".

    El sentido del judaísmo: Entre todas las
    naciones civilizadas, la santa Escritura es
    venerada como la palabra de la verdad. Los hombres más
    avanzados, o si se quiere, los más desviados por el camino
    de la negación, profesan gran respeto a los
    sagrados libros de los
    hebreos, haciendo excepción de las leyes locales y
    ceremoniales, que les parecen no tener ya ningún valor ni
    contener ninguna obligación. Pero ningún
    espíritu recto se atreve a negar los principios
    generales de moral, de
    justicia y de
    sociabilidad que enseña el Antiguo Testamento, ni las
    grandes y luminosas perspectivas del porvenir, que abre como
    espléndida aurora de renacimiento y de
    renovación social, a todo el género humano.
    Puede abolirse un mandamiento, pero no se puede suprimir una
    esperanza.

    Las escrituras contienen innumerables pasajes en que se
    anuncia el día en que Dios hará cesar los males de
    Israel, y su
    dispersión por la superficie del globo. Es una promesa
    formal, positiva, que aún espera su realización. Es
    esta una fe y una verdad en el corazón de los hombres que
    aún creen en Dios y en su palabra. Tenemos pues un
    mañana y un porvenir. Estamos destinados a algo
    útil y necesario en medio de la sociedad futura.
    Esas son nuestra legitimidad y nuestra razón de ser en
    todas las épocas; somos porque seremos.

    Israel no espera ese porvenir para él
    sólo, como bien personal y como
    privilegio egoísta; lo espera para toda la humanidad, como
    una salvación universal, de la cual él aparece,
    gracias a la Providencia, como garantía y como
    señal viviente.

    Israel es necesario para el futuro destino de la
    humanidad. Sin él, el orden social se apoya en las
    frágiles instituciones
    nacidas de la necesidad o de los vicios sociales, ídolos
    de madera que hoy
    se adoran y mañana se echan a la hoguera de las
    revoluciones. Sin él la Biblia misma, esa carta magna de la
    humanidad, no es más que un monumento mitológico de
    épocas pasadas, una leyenda, una fábula desprovista
    de toda prueba de verdad y de testimonio de autenticidad. Sin
    él, Dios jamás se ha manifestado a los hombres,
    jamás les ha hecho conocer lo que hay en ellos de grande,
    de perfecto, de santo y de divino; jamás les ha revelado
    los principios de
    justicia y de
    igualdad, las
    leyes de
    la familia y
    de la propiedad, los
    sentimientos de caridad y de fraternidad, ni las virtudes del
    corazón y la santidad descendidas a la tierra
    desde el Sinaí, que son como los materiales del
    templo del que la Divinidad dice a los hombres: "¡
    Construídme un santuario, para que yo more entre
    vosotros!". Sin Israel, Dios
    jamás ha existido; sin él las dos formidables
    religiones del
    levante y del poniente caen en el polvo y no son más que
    cadáveres, de los que el calor, la
    luz y la vida
    se ha retirado para siempre. No basta con que la Biblia
    israelita, la doctrina israelita, la fe israelita, existan en el
    mundo y lleguen a ser más y más propiedad de
    todos los pueblos; es preciso que Israel mismo
    exista, para imprimir a esa Biblia y a esa doctrina el sello
    histórico de su origen puro y divino, la marca indeleble
    del testimonio vivo y eterno . . .

    Elegido como testigo, Israel debe
    seguir siendo él mismo, conservar su carácter
    peculiar, llevar a través de los tiempos y de las
    generaciones las señales auténticas de su
    misión, los atributos distintivos de su
    dignidad.

    Sus usos religiosos, su idioma sagrado, sus tradiciones,
    sus costumbres y formas de culto son títulos que deben
    acreditarlo en la sociedad
    mesiánica como mensajero de salud.

    El pensamiento de
    Dios, ¡ con que brillo y con qué fuerza no se
    manifiesta en nuestra larga y milagrosa existencia !. Si la
    posteridad de Judá no está destinada al
    cumplimiento de un gran destino, si debiéramos quedar en
    el rebajamiento de antaño o en la mediocridad de hoy
    ¿ por qué motivo mostraría la Providencia un
    empecinamiento tan extraño en prolongar y en guardar la
    existencia de Israel, de esa
    gota de agua en el
    océano de las razas humanas ? La sociedad no nos
    necesita. Algunas veces, nuestros antepasados prestaron
    señalados servicios a
    contemporáneos suyos. Les enseñaron la medicina, la
    astronomía, las lenguas y literaturas orientales, el
    comercio, la
    letra de
    cambio, el manejo de la hacienda pública, el arte de tallar el
    diamante y de trabajar los metales preciosos, y gran
    número de conocimientos y oficios que constituyen progreso
    y civilización. Hoy, todos esos conocimientos han llegado
    a ser patrimonio
    hasta de los países más atrasados, y los
    judíos más bien pueden aprender que enseñar.
    Hay más; incluso el dogma de la unidad de Dios puede
    prescindir del apoyo judío; es la creencia íntima
    de millones de personas nacidas en el seno de otras religiones y que sin embargo
    rechazan todo sistema que
    pretenda dar a la Divinidad asociados y colaboradores. ¡ No
    seríamos el miembro más inútil del
    género humano, si perdiésemos de vista la gran obra
    de la que fueron encargados nuestros padres, y la gran responsabilidad en relación con la sociedad futura,
    que pesa sobre nosotros ?.

    " Las naciones marcharán a tu luz, y los
    príncipes a la claridad de tu radiación
    ". Es
    esta una de las mil promesas hechas por el oráculo divino
    a Israel. La luz y la
    radiación que deben arrastrar al mundo y deslumbrarlo,
    ¿ dónde están ? ¿ Estarán en
    nuestras pobres reformas al culto, en nuestras transgresiones
    crecientes, en nuestros templos desiertos durante tres cuartas
    partes del año, en el aniquilamiento de la vida religiosa
    en beneficio de la material, en la conquista de algunos
    títulos y dignidades y en la demolición progresiva
    del santuario secular ?

    Israel es el pueblo de la elección, el pueblo de
    la enseñanza. ¡ qué de luces y qué de
    instrucción no encontrarían aún en él
    las sociedades
    más desviadas! La fuerza bruta,
    los ejercicios, la multitud de instrumentos de destrucción
    jamás le han servido para defender su existencia, sus
    leyes, su
    moral y su
    Dios, ni para rechazar los violentos ataques de todas las
    barbaries. Las conquistas, las batallas ganadas, los
    países invadidos, las ciudades incendiadas y destruidas,
    la rodilla puesta en el pecho del vecino –orgullo y gloria de
    las naciones– no debían conquistarle triste celebridad; y
    si los hebreos vencieron a veces a sus enemigos, atribuyeron el
    éxito no a su valor personal, a la
    habilidad para verter la sangre de sus
    semejantes, sino a la protección del Señor " que
    marchó ante ellos en los días de combate
    "
    .

    Los trabajos plásticos que se llaman Bellas Artes
    y que reciben aún hoy tantos homenajes, sacrificios e
    inciensos, han preocupado poco a Israel, porque en la
    antigüedad, esos trabajos creaban ídolos abominables
    y sus templos; en los tiempos modernos, también sirven
    más bien para enaltecer los lugares de perdición y
    para reproducir objetos destinados a corromper las costumbres,
    que no para construir altares a la religión, asilos a la
    miseria y colocar ante los ojos del pueblo la imagen de una
    vida santa, casta, modesta y ejemplar. Esa idolatría
    industrial, esas orgullosas exposiciones de la obra del hombre, hacen
    olvidar, si no menospreciar, la obra de Dios, las maravillas de
    su sabiduría y de su poderío divino. Nuestras
    máquinas y nuestros aparatos más asombrosos
    están aún infinitamente por debajo de la gota de
    rocío que brilla en el cáliz de la flor del campo.
    Esa idolatría, esa apoteosis humana, jamás hubiera
    podido entristecer a la sociedad
    judía que recuerda esta advertencia de su ley: " Tu
    dirás: Mi fuerza y mi
    brazo han producido estas riquezas. recuerda que es el Eterno el
    que te ha dado el poder de
    hacerlo "
    , porque "la inteligencia
    del hombre es una
    luz de
    Dios"
    .

    La civilización y el progreso no están
    pues allí donde los hombres creen; están en las
    instituciones,
    en la conducta, en las
    virtudes, en el pensamiento y
    en el genio de Israel. Por amor a
    nuestros semejantes, por patriotismo, por afecto a nuestros
    conciudadanos es por lo que debemos permanecer apegados
    inquebrantablemente a todo lo que nos ha venido del cielo y de
    nuestros padres.

    El hombre siente
    en sí una fuerza
    invencible, un alma todopoderosa que no conoce límite ni
    fin a su acción. Pero surgen obstáculos materiales
    miserables, grano de arena en la rueda de su fortuna, la falta de
    la palanca que necesita para alzar el mundo, que detiene su
    omnipotencia y anulan su liberta. Todo en la creación
    aspira a la libertad. Se
    ha dicho que la religión judía se inauguraba de
    cierta manera con una proclamación de libertad, con
    la liberación de un mueblo reducido a la esclavitud.
    Ningún esclavo tenía derecho a participar en la
    primera de sus fiestas ( Ex. XII,45), por ser esa fiesta la
    proclamación de la libertad. Sin
    embargo, los numerosos mandamientos de esa religión, las
    abstinencias, las renuncias y los múltiples sacrificios
    que impone al hombre, a sus
    deseos, al goce de la vida, ¿ no son acaso
    obstáculos serios a la libertad,
    fosas cavadas para impedir el acceso a ella? ¿ No
    habrá encontrado la libertad
    más bien una ayuda poderosa, un aliado sincero y precioso,
    en la religión que abolió esos mandamientos, esos
    sacrificios, que ha quitado esos obstáculos y llenado las
    fosas ? La verdad es otra.

    En la antigua historia judía, vemos
    que nuestros padres se echaron en brazos de la religión,
    después de cada liberación de una opresión
    cualquiera; esa fue para ellos las suprema realización de
    la libertad. Jacob, habiéndose salvado de las
    persecuciones de su hermano mediante la huida, levantó ya
    en tierra de
    exilio una piedra, la consagró a la adoración de
    Dios y la llamó Bet-El ( casa de Dios ). Salidos de
    la esclavitud
    egipcia, los hebreos recibieron la ley, organizan su
    culto, recogen piadosamente las creencias y tradiciones de los
    patriarcas, y hallan en las prácticas sagradas el
    cumplimiento y la garantía de su
    emancipación.

    De regreso de su cautiverio de Babilonia, su primer
    cuidado fue reconstruir el templo y restablecer las instituciones
    de culto mosaico. Hechos análogos se produjeron
    después del triunfo de los Macabeos y de la reconquista de
    Jerusalén. No quiero seguir pasando revista a la
    larga y horrible noche del martirio Israelita, en que se ve la
    luz de la fe
    judía prendida nuevamente, cada vez que las naciones,
    cansadas de perseguirlos, les dejan un momento de tregua y de
    reposo. Aún hoy, cuando unos pocos judíos huyen
    ante el fanatismo y se refugian en alguna comarca de
    América, se reúnen ante todo en comunidad
    religiosa, construyendo una casa al Señor y llevan con
    felicidad y orgullo esa divina obligación del
    judaísmo, que es el símbolo de libertad. Lejos de
    ver en sus tradiciones y en su religión restricciones a su
    libertad civil y política, los judíos no han
    encontrado en ella sino los beneficios que los estatutos y
    constituciones humanas más liberales han podido asegurar a
    la sociedad.

    La situación es diametralmente opuesta en otras
    partes. Cuando una nación recobra sus derechos y su fuerza,
    ¿ qué hace ? Derriba altares y destituye a los
    sacerdotes, o por lo menos, les quita la mayor parte de su
    poder. Pese a
    todas las predicciones contrarias, el instinto de los pueblos
    israelitas les muestra la
    alianza íntima entre su religión y el absolutismo, y
    los peligros que entraña esa religión para las
    libertades públicas.

    La religión judía jamás ha
    concluido pacto alguno con la potencia
    temporal, a la cual ella nada ha dado, y de la cual nada ha
    aceptado. No reconoce ninguna clase de infalibilidad en la tierra, ni
    la del príncipe ni la del sacerdote, y condena todas esas
    idolatrías humanas del mundo civilizado. Concentrando el
    poder supremo
    y la majestad suprema en un Dios único e indivisible,
    coloca a todos los hombres en igualdad
    absoluta; no es la igualdad de la
    miseria y de la decadencia, a la cual conducen derechamente
    ciertas doctrinas sociales y cuya realización
    cumpliría muy a la letra la profecía de que "el
    león comerá paja como el buey"
    ; sino una
    igualdad de
    bienestar, de elevación moral y
    material, de derechos y deberes y de
    recompensa.

    Según las creencias judías, el hombre nace
    inocente, puro y sin tacha, llevando en sí la divina luz
    que no debe dejar que se apague por la tormenta de pasiones, y
    que debe esforzarse en devolver a Dios algún día
    engrandecida y con el brillo de virtudes y de triunfos. Al darle
    la luz, el Creador no remachó en sus pies la cadena de
    ninguna ignominia antediluviana, de ningún crimen hundido
    en misterios inconcebibles. El hombre
    viene al mundo con libertad completa; puede fijar la medida de
    sus goces en la tierra y de
    su felicidad en el cielo. Dios le dice: "Pongo delante de ti
    la vida y la muerte, el
    bien y el mal, la bendición y la maldición:
    ¡Elige!"
    . No permite pues a un déspota amasado
    de sangre y de barro
    que le diga: "Pongo delante de ti la opresión y la
    esclavitud, el
    mal y la destrucción, y te niego el bien y la vida, el
    aire y el sol"

    ¡NO! el judío no se resignará, ni
    aceptará jamás la situación del que se cree
    acusado, perseguido y quizá justamente castigado por un
    pecado original. El judío es el hombre que
    puede y debe luchar contra fuerzas superiores y
    vencerlas.

    Cuando el profeta se hubo presentado ante el
    Faraón, para cumplir la misión que había
    recibido en el Horeb, no le recitó un gran discurso sobre
    la libertad y la tiranía, sobre los derechos del hombre y la
    igualdad de
    los ciudadanos, sino que le dijo: " Estas son la palabras del
    Dios de Israel: Devuélveme mi pueblo para que me sirva en
    el desierto"
    . Es decir, que para poner fin a todos los males
    de sus hermanos, Moisés reclamó la libertad
    religiosa, resumen, complemento y perfección de las
    demás libertades. No pidió el concurso y el brazo
    del Estado para el
    ejercicio del culto ni el establecimiento de una Iglesia
    oficial y dominadora, sino que dijo: Queremos adorar al
    Señor alejados de toda influencia temporal
    –¡separación completa entre la religión y la
    fuerza bruta! ¡ Ninguna intervención del rey en las
    cosas de Dios! ¡ Ningún pacto entre sacerdote y
    gobernante, de los que uno se apodera del alma y el otro del
    cuerpo de la humanidad! Queremos libertad de conciencia, de
    sentimiento, en el desierto, entre las bestias salvajes y en
    medio de las tempestades de la soledad, antes que ver la
    religión profanada por el manto de púrpura, tan a
    menudo manchado de sangre, y de la
    protección de la fuerza.

    El judaísmo revela a cada paso de su historia su repugnancia por
    la fuerza. Sus pontífices, lejos de ostentar su derecho
    divino o su infalibilidad, dicen con el profeta Elías:
    "Yo no soy mejor que mis padres". No invoca leyes de
    opresión y de violencia,
    porque " Dios sólo quiere guiar e inspirar el pensamiento
    religioso, sin el apoyo de ninguna ayuda extraña
    ".
    Dios quiere descender hacia el hombre por
    la puerta de la fe y de la convicción, y no por medio de
    la violación del domicilio moral, o por
    la brecha abierta a la conciencia con
    ayuda de recompensas o de castigos materiales.

    2.- El Culto.

    En el judaísmo, la palabra culto significa no
    solamente el homenaje público que se rinde a Dios en los
    templos, en asambleas piadosas y en la oración, sino todas
    las manifestaciones del sentimiento religioso: observancias,
    actos y señales exteriores y peculiares, prescritos por la
    ley escrita o
    tradicional, constituyen la vida religiosa judía. Tales
    actos y señales son, además, la defensa y la
    garantía del dogma y de la verdad sinaíticos, en
    medio de las tinieblas de toda clase de idolatrías. No es
    preciso demostrar su eficacia. Ellos
    han salvado al israelita, como persona, de la
    corrupción del mundo, han conservado en la familia
    judía virtudes santas y austeras y han mantenido en el
    judío, en cuanto ser inteligente y espiritual, la
    verdadera fe en el verdadero Dios. Esas observancias y esas
    señales han hecho más por el judaísmo,
    desprovisto de toda fuerza material, disperso y perseguido en
    todas las comarcas del mundo, que todos los ejércitos y
    todas las potencias políticas y nacionales han podido
    hacer por otras religiones.

    Se ha pretendido a veces que muchas de las
    prácticas del judaísmo tenían una
    motivación puramente humana: una razón local o
    geográfica, o sobre todo, utilidad
    higiénica de necesidad transitoria; que en otros tiempos,
    en otras circunstancias, en otras regiones y en otras condiciones
    sanitarias y sociales, tales leyes ya no
    tenían objeto ni razón de ser. Tal
    argumentación no es sólida y revela cierta ligereza
    en la búsqueda de la verdad.

    Si las leyes que fueron dadas a Israel no tuviesen como
    objeto más que el bienestar personal, la
    salubridad individual y pública, ¿ Por qué
    fueron promulgadas con tanta solemnidad y con tanto resplandor,
    en nombre del Eterno ? ¿ Por qué su
    transgresión acarrearía castigos tan severos y
    maldiciones tan terribles como las que se pronunciaron en el
    monte Ebal ?. Simples ordenanzas y recomendaciones de
    médico, acompañadas de amenazas de enfermedad y
    muerte, se
    habrían escuchado mil veces mejor que las leyes cuya
    motivación el vulgo no comprende y que los pensadores
    más profundos de todos los siglos han tratado de
    dilucidar.

    Precisamente los hombres menos civilizados, que soportan
    más difícilmente la idea del sufrimiento
    físico y de la muerte, se
    someten con mayor fervor y abandono a las prescripciones
    médicas. Se entregan a tal punto a cualquiera que les
    habla de su salud que aceptan ciegamente
    el veneno de un charlatán o los inmundos elíxires
    de una vieja bruja, y no retroceden ante ninguna
    superstición ni ante ninguna tontería. ¿
    Acaso necesitaba Moisés, que gozaba de la confianza
    absoluta de su pueblo, decretar la pena del karet (
    expulsión, segregación), la muerte
    civil o la muerte
    eterna, contra el que comiere sangre, ciertas
    grasas de algunos animales, etc.?
    ¿ No hubiera sido suficiente decir a los hebreos que el
    consumo de
    tales alimentos era
    malsano en aquel clima y que
    amenazaba la vida? ¿ Y no habría estado eso
    más de acuerdo con su honor y con su deber ? ¿ Para
    qué hacer intervenir a la divinidad en un simple asunto de
    higiene y
    decretar penas infamantes, tanto temporales como espirituales,
    por un acto que nada tiene de criminal y por la desobediencia a
    una simple orden del médico ?.

    Y luego, los hebreos no poseían siquiera la
    mayoría de los alimentos que
    Moisés les prohibió; no tenían más
    que los animales
    necesarios para el servicio del
    santuario. Carecían de todo: no tenían ni pan para
    comer ni agua para
    beber. los hambrientos desdichados se abalanzaban sobre las
    codornices que el viento acarreaba y morían de comerlas.
    Querían volver a las cadenas de la esclavitud
    egipcia, sólo para saciar su hambre. ¿ Acaso
    habría tenido Moisés la crueldad de hablarles en
    medio de tal miseria del gran número de alimentos que no
    poseían y que no debían poseer jamás, puesto
    que iban a morir en el desierto?. ¡ Ironía
    malévola la de prohibir el néctar y la
    ambrosía, los festines y los goces de la felicidad al
    pobre que ni pan tiene! ¿ No debía haber dejado
    Moisés a sus sucesores, a los hombres de ciencia de
    Canaán, el cuidado de enseñar a los hebreos
    qué alimentos y
    qué costumbres debían adoptar en su país,
    para no comprometer su salud? Y finalmente,
    ¿ era Moisés médico, especialista en
    higiene?

    Moisés dedicó largos capítulos del
    Levítico a la lepra y a varias enfermedades que causaban
    impureza. Pudo indicar los signos exteriores, por los cuales el
    sacerdote debía pronunciar lo puro y lo impuro, pero no
    indicó ni un sólo remedio para todas esas enfermedades. Tenía
    tan pocos conocimientos de medicina y de
    química que Dios mismo tuvo que señalarle cierta
    madera que
    poseía la virtud de endulzar las aguas de Mará (
    Ex. XV, 24)

    Moisés no estaba más versado en el
    arte de la
    medicina que en
    materia de
    jurisprudencia
    práctica, puesto que Jetro, su suegro, tuvo que
    enseñarle las primeras reglas de esa ciencia y la
    manera de administrar justicia al
    pueblo ( Ex. XVIII, 13-26). Dios sólo, dice la escritura, es
    el médico de su pueblo ( Ex. XV, 26). Las leyes
    prácticas del judaísmo deben tener pues una causa
    más elevada, un objetivo
    divino.

    Sin duda, esas leyes, como todo lo que proviene de Dios,
    tienen una utilidad material
    incontestable. El que las observa siente los efectos bienhechores
    en su persona y en su
    prosperidad. Son, según una expresión
    rabínica, como un capital
    inmortal de cuyos intereses goza el hombre ya
    en esta vida. Son una rama de la fe celestial de Israel, que es
    un árbol de la vida. Pero su utilidad material
    no es más que un accesorio insignificante, un
    pálido reflejo de su valor
    divino.

    Si la comparación nos fuera permitida o posible,
    podríamos decir que ocurre algo parecido con las leyes
    humanas. efectivamente, las leyes humanas ordenan a casa uno
    cumplir con sus obligaciones
    para con el prójimo, de no causarle daño alguno en
    sus bienes, en su
    comercio o en
    su honor. Dicta severas penalidades para castigar ciertos
    delitos,
    ciertas pasiones y vicios. El obedecedor a las leyes tiene
    consecuencias bienechoras en la vida del que las observa. El que
    cumple con sus obligaciones
    adquiere la consideración y la estimación de la
    sociedad; se hace acreedor a la confianza general y aumenta
    incluso su fortuna. Dice un proverbio: El que paga sus deudas
    se enriquece
    . Observar las leyes consignadas en el
    Código Penal mantiene en la vida de cada uno la calma, el
    orden y la dignidad que son la fuente y garantía de la
    felicidad doméstica, condición y salvaguardia del
    honor familiar. Esas leyes contribuyen también a la
    salud
    física y moral del que
    las observa.

    ¿ Acaso se han hecho por interés
    individual, para aumentar la riqueza y las ventajas de uno o para
    mantener la salud y el bienestar de
    otro? De ninguna manera. Tienen un objetivo
    más elevado: la sociedad y su organización, la
    solidez del Estado y su
    futuro, el respeto a la
    justicia,
    mantener a los hombres en el camino recto del bien y de la
    justicia y protegerlos contra el mal y contra el crimen. El
    legislador humano permite al hombre más bien el suicidarse
    que no robarle un óbolo a su prójimo. Así
    sucede con la ley divina
    israelita: produce en la vida de cada uno un efecto material
    admirable; asegura su tranquilidad y prosperidad en la tierra,
    pero su causa y su objetivo no
    son de este mundo, no están en el individuo y en su
    tiempo, sino
    en la sociedad espiritual entera y en la eternidad.

    Maimónides, que buscaba los motivos y la utilidad de las
    leyes prácticas del judaísmo –búsqueda que
    pareció llevar a la consecuencia de que se debían
    modificar o abolir ciertas leyes cuyas razones habían
    dejado de existir, dijo sin embargo ( Moré Nebujim III,
    34)
    : "Debes saber que la ley (Torá)
    no toma en consideración cosas que suceden raras veces o
    excepcionalmente, sino lo frecuente, de lo cual resulta conocimiento,
    virtud o una acción útil. No toma en
    consideración el perjuicio que puede sufrir por ello un
    hombre particular. La ley es obra de Dios; por medio de la
    contemplación de la naturaleza
    reconocerás que sus fuerzas son igualmente saludables y
    útiles para la generalidad, aunque resulten ser a veces
    nocivas para el individuo. Según este punto de vista,
    comprenderás que los fines de la ley no se realizan en
    cada uno y se encuentran necesariamente hombres que no gozan
    enteramente de los efectos bienechores que se proponen. Tampoco
    obtiene todo individuo lo que le pertenece por la naturaleza de su
    especie".

    Ambos, la ley y la naturaleza,
    provienen de un mismo Dios, son de la misma creación,
    realizada por la misma Providencia. . . Por ese pensamiento se
    reconoce también la imposibilidad de que los mandamientos
    estén arreglados de acuerdo con la situación
    cambiante de los hombres y con la diferencia de los tiempos, como
    si fuesen un remedio calculado para el temperamento físico
    de cada individuo en particular. La ley es general y debe
    encontrar su cumplimiento en el conjunto, sea útil a
    ciertas personas o no, puesto que al tomar en cuenta
    consideraciones individuales, perdería sus principios, y de
    ello resultaría un daño para el todo. He ahí
    por qué las prescripciones de la ley que tienen un
    objetivo
    directo, no podían ligarse ni al tiempo ni al
    lugar, sino que tenían que ser generales, obligatorias
    para todos y cada uno, como lo ha dicho el Altísimo:
    "La comunidad
    tendrá una sola ley"
    ( Num. XV,15).

    Una vez descartadas las consideraciones
    higiénicas, locales y climáticas, temporales y
    accidentales, de los fundamentos del judaísmo, se
    reconocen en él cuatro pensamientos básicos. Estos
    son: 1o. la adoración de Dios; 2o. la santificación
    del hombre 3o. la caridad y la humanidad; 4o. el apartamiento de
    la idolatría.

    La forma de la adoración de Dios, que fue tan
    espléndida en la bendita tierra de los
    antepasados, en el santuario inmortal de Jerusalén, ha
    conservado en Israel una dignidad y una simplicidad conmovedoras,
    como en ningún otro culto. Dentro de las sinagogas,
    ninguna imagen, ninguna
    estatua, ninguna obra humana desvía la atención y
    la oración de los fieles del Creador; ningún
    sacerdote, engalanándose con una aureola divina, viene a
    colocarse entre el corazón del creyente y el amor del
    Altísimo, como si fuera un portero del cielo que pudiese
    permitir o negar la entrada a los suspiros y a las
    lágrimas de la humanidad. En las sinagogas no hay
    más dios que Dios.

    Las invocaciones a la divinidad son de una
    elevación grande; contienen pocas plegarias propiamente
    dichas, es decir súplicas, o solicitaciones de bienes
    materiales. El
    judío pide a Dios que le aleje de las tentaciones, del
    atractivo y de la ocasión del pecado, que santifique su
    corazón e ilumine su espíritu, para comprender y
    practica la ley divina y la verdad y para hacerlas comprender y
    practicar a otros. Sus horas de recogimiento están
    consagradas principalmente a la glorificación y
    exaltación del Altísimo, a recordar sus favores, su
    amor, su
    ternura infinita por Israel y sobre todo a la recitación y
    a la meditación de la milagrosa liberación de la
    esclavitud
    egipcia. Ésta llena sus corazones de gratitud
    imperecedera, de adoración ardiente por el protector de
    Israel y también de profunda humildad, al recordar las
    desgracias de nuestros padres, nuestro origen y la bárbara
    y humillante servidumbre. Al elevar su alma hacia el cielo, el
    israelita deposita sacrificios dignos en el altar del
    Altísimo.

    Pero el culto no cesa con el divino oficio en el templo.
    Prácticas santas y conmovedoras las realiza el
    judío a todas horas del día, en todas las
    circunstancias de la vida, transformando su existencia en
    servicio y
    pensamiento
    consagrado al Eterno. Aún la satisfacción de sus
    necesidades y los goces sensuales llegan a ser, por medio de
    ceremonias y de las meditaciones que los acompañan, actos
    religiosos y adoración de Dios. Debido a tales ceremonias
    y actos, símbolos y pensamientos; la profanación no
    puede entrar en sus habitaciones ni la suciedad y la
    degradación en sus espíritus, ni el mal ni el
    pecado en sus obras.

    Un pensador profundo, que no pertenece al
    judaísmo, ha dicho esta gran verdad: " Cierto que el
    mejor medio para expresar el amor y el
    reconocimiento que nos inspira Dios es cumplir con el deber; pero
    se pueden tener varias razones para portarse bien y aún
    cuando, entre otras razones, se quiere honrar a Dios por medio de
    la conducta, es
    preciso advertir a otros hombres mediante signos exteriores que
    no admiten equivocación. Considerémonos en el mundo
    como un niño en la casa de su padre. Manifestemos primero
    nuestro respeto y nuestro
    reconocimiento con una conducta ejemplar
    y una sumisión sin reservas; pero no nos creamos libres de
    todos los deberes, si no aprovechamos y no buscamos todas las
    ocasiones para expresar nuestros sentimientos con nuestra
    actitud y
    nuestras palabras".

    Esa actitud y esas
    palabras son el culto, la adoración de Dios por medio de
    la oración, las ceremonias y las santas prácticas
    instituídas como símbolos y manifestaciones de la
    fe. La primera palabra que el Creador dirigió a
    Adán no fue una enseñanza teórica y
    especulativa, sino un mandamiento práctico. Para hacer de
    Abraham un creyente perfecto, digno de la alianza divina, el
    Altísimo no pronunció discursos
    teológicos, ni le dió un curso de moral y de
    filosofía religiosa, sino que le ordenó una obra:
    la circuncisión. Y para transformar a Israel en el pueblo
    elegido, el apóstol de la verdad en la tierra,
    Dios comenzó ordenándole una ceremonia: la
    reunión alrededor del cordero pascual.

    El segundo pensamiento de las leyes prácticas del
    judaísmo es la santificación del hombre.

    " santos seréis, porque santo soy yo, el
    Eterno, vuestro Dios"
    ( Lev. XIX,2). Esa
    santificación, que es la dignidad, el honor y la
    superioridad del hombre, la condición de su
    elevación espiritual y de su semejanza con la imagen divina, es
    difícil, si no imposible en medio de las tentaciones, de
    las pasiones y de los deslumbramientos de la vida. Las
    naturalezas excepcionales, cuyo corazón queda
    herméticamente cerrado a la tentación, al deseo del
    mal, son muy raras. Por otra parte, el aislamiento
    anacorético que excluye las satisfacciones materiales de
    la vida; la huida del mundo y la violencia a
    los sentidos,
    que convierten el cuerpo humano
    en algo como aquellos ídolos de barro que tienen ojos y no
    ven, y oídos y no oyen, alteran la naturaleza humana
    y hacen al hombre inútil a sus semejantes y una carga para
    sí mismo. Pero, hartar todos los apetitos sensuales
    produce efectos aún más desastrosos: embrutece al
    hombre, lo degrada profundamente, detiene el vuelo de su alma y
    apaga en él la chispa divina.

    La religión judía ha querido dar a sus
    hijos, al lado de una absoluta libertad moral, los medios de
    hacer de ella el mejor uso: de poseer la vida y sus goces, sin
    perder el alma, ni comprometer su grandeza entre los seres de la
    Creación ni su destino futuro en las regiones del
    Altísimo. " El Altísimo, para asegurar la salud
    de Israel, le ha dado leyes y mandamientos en gran
    número"
    ( Makot 23b). Por medio de esos mandamientos,
    se recuerda al israelita continuamente, en todos sus actos, en
    todos sus goces, su deber, su dignidad, su posición en la
    escala de la
    creación, que le conduce de la tierra al
    cielo. Puesto que tiene que recitar alguna oración, dar
    las gracias a Dios o cumplir con una obligación religiosa
    a cada instante, ¿Cómo podría olvidarse,
    abandonarse al vicio, ensuciar sus labios, profanar su
    corazón , donde se nombra constantemente a Dios ? Tampoco
    se puede olvidar en la mesa, abandonarse a una orgía o a
    una borrachera degradante, pues sabe que después de la
    comida tiene la obligación de elevar su voz en un
    cántico al dispensador de todos los bienes. No
    puede vivir en disipaciones locas e impuras del cuerpo y del
    espíritu, pues tendrá que recitar, al levantarse
    el sol, el
    divino Shemá y fijar a su brazo y a su frente los
    augustos símbolos de los tefilín. No puede
    entregarse a la prodigalidad ruinosa, a la pasión del
    juego, al lujo
    inmoderado o a gustos aún más funestos, pues la
    religión le obliga a gastar lo que tiene en superfluo en
    ayudar a su desdichado hermano; no para cumplir un acto de
    caridad generoso y voluntario, sino para obedecer a una ley
    positiva que le ordena ir en ayuda de su
    prójimo.

    No puede hacer el mal, ni en el secreto de su hogar,
    puesto que su casa, donde ve al entrar la divina
    mezuzá fijada en la puerta, es un santuario
    inviolable donde todo le indica la presencia del Eterno. Tampoco
    puede entregarse a lecturas perniciosas, pues debe emplear su
    tiempo libre
    en el estudio de la ley; ese estudio no es una simple
    recomendación, sino una prescripción formal y
    positiva. En sábados y días festivos no puede
    pasear a caballo o en un coche o dedicarse a bailes y al
    libertinaje, pues debe pasarlos en la casa del Señor, en
    la meditación y en la oración, y en el seno de la
    familia
    reunida para celebrar conmovedoras ceremonias religiosas.
    Finalmente, toda su vida ha de estar bien regulada y ser honesta
    y virtuosa. " He lavado mis pies, ¿Cómo los
    ensuciaría?
    (Cantares V,3) Estando el corazón y
    el espíritu del judío purificado, santificado,
    ennoblecido por tantas prácticas santas y augustas,
    ¿cómo podría profanarlos y arrancar la
    blanca cortina de la inocencia, de la virtud y de la santidad?
    "¡Que vuestros vestidos sean blancos en todo tiempo, y que el
    ungüento no falte en vuestra cabeza!"
    (
    Eclesiastés IX,8)

    ¿ Pero no habrá acaso otros medios de
    santificación? ¿ No se podrían cambiar,
    modificar esas antiguas prácticas que parecen tan
    extrañas y son tan molestas en la sociedad moderna?. Para
    sostener esta tesis,
    sería preciso negar la inmutabilidad de la ley y aun la
    necesidad de conservar el judaísmo disperso por el mundo,
    la unidad de la fe por la unidad del símbolo. ¿
    Dónde está la autoridad que
    pueda decretar una forma nueva de vida religiosa, un nuevo
    símbolo reconocido y adoptado por todo Israel? Lo que
    nadie podría negar es la prueba de la experiencia, la
    eficacia de
    nuestras prácticas y su maravillosa influencia en la
    moralización de la familia
    judía, en que se hallan reunidas todas las grandes y
    santas virtudes humanas, pese a las persecuciones, al oprobio
    social del que han sido víctimas los judíos durante
    dieciocho siglos y lo son aún en parte, y que entre otras
    cosas, han engendrado la degradación física, moral
    e intelectual. ¡Véanse las costumbres de una
    verdadera familia
    judía, la conducta de los
    padres e hijos, su fidelidad inquebrantable, su amor filial,
    su sobriedad, su alejamiento de todo lo que avergüenza y de
    lo que hiere la mirada o el sentimiento, su delicadeza y calma en
    el infortunio, y que se atrevan a poner en duda la divinidad y la
    necesidad del mandamiento práctico israelita, para
    asegurar el progreso moral, el honor y la santificación de
    su vida!.

    La caridad y la humanidad son objeto de gran
    número de sus mandamientos. Se conocen numerosas leyes
    mosaicas concernientes a la entrega a los pobres de parte de los
    frutos y de las cosechas, a la restitución de los vestidos
    que dejaron en garantía, al pago inmediato del salario del
    obrero, a las consideraciones, a la protección y al
    sostenimiento que se deben al extranjero, a la viuda, al
    huérfano, etc. Se les ordena el hacer posible que los
    pobres celebren con felicidad los días del Señor.
    "Te alegrarás delante del Eterno tu Dios; tú, tu
    hijo y tu hija, tu siervo y tu sierva, el levita que estuviere en
    tus ciudades, el extranjero, el huérfano y la viuda que
    vivieren cerca de tí … Acuérdate que fuiste
    esclavo en Egipto; por
    tanto guardarás y cumplirás estos estatutos"
    (
    Deut. XVI, 11,12-14).

    Deben llamar a los pobres, no a su ante sala para
    hacerles entrega por los criados de una limosna, sino a la mesa,
    para que celebren con ellos la Pascua y las festividades del
    Altísimo. Son iguales al rico en el templo y en la
    asambleas del Señor. la décima parte de los
    bienes del
    judío les pertenece por derecho. "Los mandamientos
    relativos a las ofrendas al
    templo, a los sacerdotes, etc. , tienen por objeto fomentar la
    beneficencia y habituar al hombre a la virtud de la generosidad,
    al pensamiento de que su fortuna pertenece a Dios y a la
    humanidad, a combatir la avaricia y la codicia, que son la ruina
    de la sociedad humana"
    (Moré Nebujim III,39). Puede
    decirse que en todas partes donde el Dios de Israel exige un acto
    en su honor, hay también un intento de beneficencia y una
    obra humanitaria. No hay culto en Israel sin caridad.

    El alejamiento de la idolatría es la cuarta causa
    de muchas de sus prácticas religiosas. Ilustres doctores
    de la Sinagoga han atribuido a los sacrificios el sentido de que
    desviaban a sus padres de los altares de cultos falsos y de que
    consagraban en honor del verdadero Dios una costumbre
    profundamente arraigada en la vida y creencias de los pueblos.
    También la prohibición de la magia, de la
    brujería, del uso de ciertos frutos y de ciertas
    vestiduras, la prohibición de matrimonios y de alianzas
    con ciertas naciones, y la admonición: "No
    andéis según las prácticas de las
    gentes"
    (Lev. XX,23), etc. Tenían por objeto alejar a
    los israelitas de las prácticas idólatras. El vino,
    las fiestas, las orgías de tantas naciones han quedado
    prohibidos severamente, no sólo por su inmoralidad, sino
    porque podían llevar al olvido de Dios y a la
    idolatría. Podemos dar por seguro que cierto
    número de prácticas han sido introducidas en sus
    casas con el fin de consagrar a la verdad y a la luz a los que en
    otras partes han servido al error , a las tinieblas y a las
    supersticiones burdas. Cada ceremonia del judaísmo, cada
    costumbre tradicional, cada cuadro consagrado y cada
    oración fijada en las paredes de la casa israelita
    están destinadas a preservar de las ceremonias y de los
    usos análogos del mundo idólatra.

    La idolatría, particularmente en su variedad
    grosera, ha desaparecido sin duda de gran parte de la tierra; pero
    aún existe en la otra parte, que es importante. Los
    mandamientos prácticos destinados a combatirla deben pues
    mantenerse. No se podría modificarlos o abolirlos sino a
    medida que la idolatría desaparezca de nuestra sociedad.
    ¿Acaso tiene cada uno de nosotros el derecho, y sobre todo
    el entendimiento necesario, para decidir cuánta
    idolatría hay a su alrededor y el grado de progreso
    logrado por nuestros vecinos hacia la verdad israelita? Y luego,
    como esa idolatría y esos progresos hacia el bien
    varían en cada país, en cada ciudad, y a menudo en
    cada familia y en cada
    persona,
    ¿ no habría que abolir u observar tantos
    mandamientos prácticos como fueren necesarios de una
    familia a
    otra, de una casa a otra, de un día a otro? ¿No
    sería necesario un código religioso particular para
    cada israelita que vive en tal o cual país y que tiene a
    tales o cuales por vecinos? Cuando el
    conocimiento del Dios verdadero cubra la tierra entera,
    como las aguas cubren el fondo del océano, solamente
    entonces las leyes contra la idolatría no tendrán
    razón de existir.

    Está demás seguir adelante don la presente
    investigación, con el fin de demostrar que la ley
    práctica del judaísmo se remonta a los tiempos
    más remotos y que los primeros hombres, desde que
    conocieron a Dios, encontraron ya en esa ley la forma más
    noble del culto y la más fuerte garantía de dicha
    es esta vida y de felicidad en la eterna.

    3.- El Sábado.

    Ninguna costumbre ha tenido efecto tan profundo en el
    pueblo judío como su celebración del sábado.
    El sábado, tal como se observó entre los
    judíos de muchas generaciones en los siglos y milenios
    pasados, era realmente un día santo. El día semanal
    de reposo implantado por la legislación bíblica de
    los hebreos, fue adoptado en el mundo entero. En cuanto a su
    importancia humanitaria, bien dice el escritor francés
    socialista Proudhon: " Aun nuestro moderno espíritu,
    con sus áridas teorías de derechos cívicos y
    políticos, y su lucha por la libertad y la igualdad, no ha
    ideado ni creado una sola institución que por sus efectos
    beneficiosos con las clases trabajadoras, pueda compararse si
    remotamente con el día de descanso semanal, promulgado en
    el desierto sinaítico".

    El sábado hebreo tiene más que ese
    significado social importantísimo. Ha creado un simbolismo
    de gran altura religiosa, al hacer del sábado un
    día de alegría y de reposo, en que vivía una
    vida distinta y separada del día laborable. La
    legislación rabínica ha levantado una valla tan
    alta alrededor del sábado que ninguna voz de la
    algarabía externa ha podido penetrarla. El sábado
    era tan sagrado que no debía realizar labor alguna en
    él, ningún familiar, ningún esclavo o
    servidor, ni
    siquiera las bestias. Su santidad era superior a la de las
    demás festividades. Tenía una poesía
    profunda, que nunca fue igualada en la celebración de
    otros días de reposo y que se ha perdido en su mayor
    parte, ante la presión de las exigencias de la vida
    moderna. El sábado santificaba y daba sentido al resto de
    la semana.

    Con el sábado, el judaísmo no solo
    confirió uno de los derechos más
    preciosos a la humanidad trabajadora, sino que
    enseñó al mundo, además, otra
    práctica característica del sábado: la de
    observar horas y días fijos de reverencia, en que se hace
    un llamamiento a la conciencia del
    pueblo y en que se proclama y explica la voluntad divina. Es una
    renovación espiritual y moral. A la palabra divina
    corresponde la exigencia del bien y la severidad de la ley; a
    nosotros nos corresponde un pensamiento mitigado por la
    imposición de la paz sabática. Como es distinto el
    concepto
    judío de la deidad, así es también distinto
    su concepto de la
    fiesta religiosa y especialmente el del sábado. Ninguna
    religión ni ninguna época han podido agregar cosa
    alguna a la esencia y al contenido espiritual del
    sábado.

    Esa roca de la vida religiosa judía, que
    constituyó el sábado, fue socavada a consecuencia
    de la revolución industrial y económica del siglo
    XIX. Mientras los judíos vivían en países en
    que se les permitía trabajar el domingo y en otros
    días de descanso de la población no judía,
    la celebración del sábado no acarreaba
    inconvenientes. pero al entrar en el engranaje económico
    del mundo circundante ya sea como empleados, obreros o patronos,
    los obstáculos fueron cada vez mayores. El grupo de los
    fieles que sacrificaban sus intereses con tal de no infringir la
    ley sabática, decrecía constantemente,
    particularmente en países de escasa población
    judía.

    En la actualidad, se han tratado de introducir algunas
    formas nuevas de la celebración sabática, como el
    Oneg Shabat, en que grupos de
    judíos ( hombres y mujeres) se reúnen para su mutua
    edificación espiritual, para escuchar conferencias,
    asistir a actos culturales y artísticos, etc. en los
    cuales se crea una nueva atmósfera
    judía.

    Contribuyen a mantener el espíritu
    sabático ciertas costumbres y ceremonias, como las de
    prender velas los viernes en la noche y la despedida por medio
    del bello rito de Havdalá, al terminar el
    día festivo.

    … dice la escritura que
    Dios había acabado el cielo y la tierra y todo lo que hay
    en ellos; descansó el séptimo día de toda la
    obra que había hecho y bendijo y santificó el
    séptimo día ( Gen. II, 1-3)

    Ese día hecho santo, inviolable, por el propio
    Creador, ¿cómo se atrevería el hombre a
    profanarlo ?

    En medio de un desierto que ardía y cuando
    sentían tremendas privaciones, se les dijo a los hebreos:
    "Mirad que el Señor os ha dado el sábado, y por
    eso os da en el sexto día alimento para dos días.
    Estése pues cada uno en su casa y nadie salga de su lugar
    el séptimo día"
    ( Ex. XVI,29). En presencia de
    la muerte
    diaria por el hambre y la sed, a la vista de los sufrimientos del
    niño recién nacido y del anciano que iba a morir,
    Dios no quería que el hombre se preocupara, el
    sábado, de las necesidades materiales más urgentes.
    ¿Cómo les sería permitido entonces a ellos,
    en medio de la abundancia efectiva y en el seno de una vida que
    abarca a todos los habitantes de la tierra, violar la santidad
    del día del Eterno, correr detrás de ese
    maná terrestre, que unos poseen de sobra y que otros
    generalmente pueden procurarse en cantidad doble o triple en la
    víspera del sábado?.

    Después de haber creado la tierra y dado al mundo
    físico leyes naturales, que debían dirigirlo para
    siempre, el Creador también dió al mundo espiritual
    leyes morales, que debían fijar su conducta, y los
    deberes del hombre para con Dios y para con la sociedad. El
    Eterno desciende sobre el Sinaí; la naturaleza
    tiembla, el sol se vela,
    estallan los truenos, y del seno de la nube en llamas, el Supremo
    Legislador promulga el código inviolable e inmortal que es
    desde entonces la condición y la base de todo orden
    social. Ese código sagrado, grabado no sólo en las
    tablas del Horeb, sino también en el corazón y en
    la conciencia del
    hombre, encierra una sola ley de práctica religiosa
    propiamente dicha; un sólo homenaje público que el
    maestro soberano de la humanidad pide a los mortales: el reposo
    sabático y la santificación del séptimo
    día.

    ¿ Cómo podríamos violar esa ley,
    sin sacudir el fundamento del mundo, que es el Decálogo, y
    sin hacernos culpables ante dios en el mismo grado que si
    cometiésemos alguno de los crímenes enunciados en
    los Diez Mandamientos? La moneda del prójimo, que no
    debemos hurtar; su asno, que no debemos codiciar, ¿ son
    acaso más sagrados e inviolables que la palabra y la
    voluntad del Señor?.

    Al santificar el séptimo día, la
    séptima parte de su vida, el judío proclama al
    Creador y reconoce su obra. La Biblia fija la pena de muerte
    para la violación pública y premeditada del
    sábado, porque esa violación constituye la
    negación de Dios y de la creación del
    mundo.

    El mundo no es un lugar de reposo y de libertad para el
    hombre, debido a sus necesidades, a sus exigencias y a menudo, a
    su tiranía, impone la constricción, la servidumbre
    y una esclavitud de todos los días y de todos los
    instantes. Por ello celebramos también el sábado en
    memoria de la
    salida de Egipto, de esa
    merced inmortal, que nos prueba y nos recuerda siempre que
    solamente Dios nos da la libertad verdadera y la verdadera
    independencia.
    Se dice en una plegaria de sábado:" Tus hijos reconocen
    y saben que te deben a tí el reposo".

    Las naciones más devotas de la tierra han tratado
    de imitar el sábado judío; pero ninguna de ellas ha
    podido alcanzarlo, pese al apoyo de las leyes civiles y de la
    fuerza bruta; ninguna le ha podido dar consagración, la
    santidad, la elevación y la transfiguración, ni los
    efectos y bendiciones del celestial sábado de los
    judíos.

    "En lugar del sábado han fijado un día
    de reposo; ¿ acaso han podido igualarnos? Cuando mucho,
    como una estatua se parece a un hombre vivo"
    (Cuzarí
    III,9) Y el filósofo (Judá Haleví)
    continúa: " He meditado sobre vuestra situación,
    y he visto que Dios ha utilizado para vuestra conservación
    medios
    particulares. El sábado y las festividades son una de las
    causas principales de vuestra permanencia y de vuestra
    consideración. Los pueblos os hubiesen repartido entre
    ellos, tomándoos como esclavos, a causa de vuestra
    sagacidad y vuestra inteligencia.
    Hubieran hecho de vosotros incluso hombres de guerra, sin
    esas épocas que observáis rigurosamente, por estar
    instituidas por Dios y que se basan en motivos tan poderosos como
    lo son el recuerdo de la creación, la salida de Egipto y la
    Revelación -cosas divinas que estáis obligados a
    venerar. Sin esas épocas, nadie de vosotros
    vestiría un hábito puro, y no tendrías como
    punto de unión el recuerdo de vuestra ley, a causa de la
    presión sobre vuestro espíritu que sufríais
    en vuestro largo destierro. Sin esas épocas, no
    tendrías un solo día de agrado en toda vuestra
    existencia, mientras que ahora consagráis la sexta parte
    de vuestra vida al reposo material y espiritual. He aquí
    algo que ni siquiera los reyes pueden hacer, puesto que su
    espíritu no está en reposo durante las
    festividades, ya que en esos días tienen que moverse y
    cansarse; se mueven y se cansan y su alma no goza de un reposo
    completo. Sin esas épocas, todo lo que pudiérais
    adquirir pertenecería a otros, puesto que estaría
    constantemente expuesto al pillaje. Pero vuestros gastos para ese
    día son un beneficio para vosotros en este mundo y en el
    mundo venidero, puesto que se hacen en honor a
    Dios".

    La santidad y la inviolabilidad del sábado
    israelita fueron reconocidos por los pontífices de otras
    religiones.
    Así Lutero dice: " Aunque el sábado quede abolido
    entre los cristianos, es sin embargo necesario que se observe un
    día particular de la semana. La naturaleza exige que uno
    se pare durante un día de la semana y que se abstenga uno
    del trabajo, tanto hombre como bestia. Pero el que quiere hacer
    del sábado una ley positiva, una obra de Dios, debe
    observar el sábado y no el domingo
    , pues es el
    sábado el que fue prescrito a los judíos, y no el
    domingo" ( t.III, 643).

    " El Dios de Israel ha elevado el sábado a tal
    altura, que lo ha colocado por encima de su templo y de su santo
    tabernáculo, repitiendo dos veces: mis sábados
    guardaréis, y mi santuario tendréis en
    reverencia"
    (Lev. XIX, 30; XXVI,2). Al ordenar a los hebreos
    que le contruyeran una morada, el Señor comenzó por
    recordarles nuevamente la ley del reposo ( Ex. XXXV, 2-3), como
    si les dijera: No creáis que por levantar ese edificio
    sagrado, os será permitido violar el sábado. Nada
    podría justificar la profanación de ese día
    augusto, ni los intereses terrenales, ni los del cielo.
    ¡Respetad a vuestros padres imitándolos, ya que
    practicaron con tanta santidad ese mandamiento divino! Observad
    mis sábados, y no sacrifiquéis a los ídolos
    del oro y de la perdición! ( Lev.XIX, 3-4).

    Dice el Talmud: "El que observare exactamente el
    sábado es como si cumpliese toda la ley"
    .
    También dicen los sabios: " El que viola
    públicamente el sábado es como si se entregase a la
    idolatría"
    . Esta grande y misteriosa importancia del
    reposo sabático se revela en cada página de la
    sagrada Escritura. Al
    anunciarse los castigos más terribles a los violadores de
    los mandamientos del Señor, no se indica especialmente
    más que la transgresión de una sola ley, la del
    reposo, al decirse: "Entonces la tierra holgará durante
    los sábados… la tierra descansará en los
    días de la desolación, puesto que no tuvo reposo en
    vuestros sábados, mientras habitábais en ella".

    (Lev. XXVI, 34-35)

    Ese hecho notable se reproduce igualmente en las
    escrituras de los profetas. Esos órganos sublimes del
    pensamiento de Dios exhortaban al pueblo constantemente a la
    moral, a la pureza de las costumbres, a la rectitud del
    corazón, a la justicia, a la caridad, etc.; pero al hablar
    de los deberes religiosos, no indican concretamente sino la ley
    del séptimo día. Se puede leer en Isaías (
    LVI, 2-6): "Feliz el hombre que esto hiciere, el hijo de
    hombre que sugiere esta regla; que evite profanar el
    sábado, y guarde su mano de hacer el mal… Y los hijos
    del extranjero allegados al Eterno para adorarle, para amar el
    nombre del Señor, para dedicarse a su servicio,
    todos los que se guardan de violar el sábado y permanecen
    fieles a mi pacto, yo los llevaré a mi monte sagrado y los
    recrearé en mi casa de oración".

    Jeremías, queriendo atajar a su pueblo al borde
    del abismo, que se abría más y más bajo sus
    pies, se esforzaba en conducirlo al bien mediante la observancia
    del séptimo día, y dijo: Estas son las palabras
    del Eterno: Vigilad vuestras almas y no traigáis carga en
    el día del sábado, ni permitáis que entre
    por las puertas de Jerusalén; no saquéis carga de
    vuestras casas, ni hagáis obra alguna en día
    sábado; mas santificadlo, como yo lo he ordenado a
    vuestros padres… Y si me escucháis, santificando el
    sábado y absteniéndoos de toda obra, entonces esta
    ciudad será morada de reyes y príncipes, que se
    sentarán en el trono de David, poderosos por sus
    ejércitos y sus carros de guerra, ellos,
    sus ministros, todos los hombres de judá, todos los
    habitantes de Jerusalén y esta ciudad subsistirá
    eternamente… Pero si no me escucháis, para santificar el
    día sábado, entonces encenderá un fuego en
    las puertas de Jerusalén; consumirá los palacios, y
    no se apagará"
    ( XVII, 21-27).

    El profeta Ezequiel, ese maravilloso vidente, cuya
    mirada descubría los misterios del cielo y los horizontes
    ocultos del porvenir, al llevar la palabra de Dios a los ancianos
    de Israel, les dice: (XX, 12-14)" Les dí también
    mis sábados, como una alianza entre mí y ellos,
    para que supiesen que soy yo el Eterno que los santifico. Pero la
    casa de Israel me ha molestado en el desierto, no han obedecido a
    mis ordenanzas; han rechazado mis derechos, por los cuales el
    hombre vive; han profanado gravemente mis sábados. Por lo
    tanto, he derramado mi cólera sobre ellos, para
    aniquilarlos en el desierto. Hice esto por el honor de mi nombre,
    para que no quede infamado ante los pueblos, delante de los
    cuales los había liberado…"
    Dios mismo proclama,
    pues que la violación del sábado es la
    profanación pública de su nombre tres veces santo.
    ¿ Quién se atrevería a cargar su conciencia con un
    pecado tan grave ?.

    El profeta Amós expresando viva
    indignación contra las gentes que pisotean la
    religión para no perder ni un momento de sus negocios y
    especulaciones, pone en boca estas palabras, que tendrían
    triste eco aún en nuestros días: " Cuando
    pasará la neomenia ( el mes de las solemnidades
    religiosas), y venderemos el trigo? ¿ El sábado,
    para que podamos abrir nuestros graneros?"
    ( VIII,5). Y el
    cielo les contesta en su cólera: "En presencia de
    semejante conducta, ¡la tierra misma ha de estremecerse y
    sumir a sus habitantes en luto!".

    Al retornar de Babilonia, lo primero que hicieron los
    israelitas fue repudiar las alianzas impuras y restablecer el
    día de reposo, obligándose por medio de un
    juramento solemne, " a no comprar nada a las gentes que
    venían el sábado a vender toda clase de objetos
    alimenticios"
    (Nehemías X,34). Y el profeta
    ruega al Señor que tenga en cuenta el mérito de
    haber evitado la profanación del día consagrado, al
    dirigir a los príncipes de Judá esta severa
    recriminación: " ¡Qué maldad es esa de
    vosotros de profanar el sábado! Así hicieron
    vuestros padres, por lo cual Dios ha vertido sobre nosotros y
    sobre esta ciudad todas estas desgracias. ¡Y vosotros
    añadís ira sobre Israel profanando el
    sábado!".
    (Neh. XIII, 17-18).

    Muchas veces se ha admirado la conducta de los
    judíos que en la época de los macabeos prefirieron
    morir antes que violar el día del Señor. La
    rígida observancia de ese mandamiento está
    mencionada en numerosos pasajes de los Evangelios. Habría
    que llenar volúmenes enteros para citar lo que dicen de
    bello y de maravilloso acerca de la santificación del
    sábado El Talmud y los Midrashim.

    De la misma manera que la creación del mundo
    comenzó con el nacimiento de la luz, así el
    sábado, que es un homenaje público al Creador y
    remembranza de su obra, se inaugura con el candelabro de luces
    vivas, símbolo de la fe de Israel, que brilla como un
    astro del firmamento en la noche del error y de la barbarie. Y
    como el último acto del Creador fue la formación
    del hombre mortal y perecedero, así la última
    ceremonia del sábado consiste en apagar la luz y decirle
    al Creador: Somos arcilla en tus manos;
    ¡perdónanos nuestros pecados, que el día
    cuenta al día y la noche a la noche!".

    El sábado también es fuerte lazo de
    unión para la familia,
    medio poderoso de excitar y mantener las virtudes
    domésticas. Los niños se apretujan contra sus
    padres, para recibir su bendición y sus abrazos. Luego se
    sientan a esa mesa judía, verdadero altar del
    Señor, en que el jefe de la casa bendice el pan y el vino,
    y los distribuye a todos como un maná celestial, como una
    dádiva de la infinita ternura del Altísimo. El
    temor de quedar sin las bendiciones y sin esa parte del
    festín sagrado, es, para los niños, un estimulante
    para el cumplimiento con sus deberes… Esa adorable y solemne
    hora del sábado realiza en la familia
    judía la promesa mesiánica, de la cual dice el
    divino profeta: "Llevará el corazón de los
    padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia
    los padres".
    (Malq. III,24). El sábado es la
    unión de Israel, la paz y la santificación de toda
    la casa de Jacob; es un hogar de santidad y fuente de todas las
    bendiciones. La familia israelita piensa en ello durante la
    semana y se prepara.

    No me detendré a describir los preciosos frutos
    que el creyente, como individuo, obtiene de la observancia de ese
    mandato. Pero se tiene que insistir en la importancia capital del
    sábado como signo exterior de la fe judía y como
    ligazón manifiesta entre la gran familia israelita. Sus
    costumbres, sus relaciones sociales, nada destaca entre ellos
    mejor a los hijos de Jacob. La unidad de idioma dejó de
    existir para los judíos; la unidad de culto ha sufrido
    graves menoscabos; la vida en el mundo ha dejado de tener ese
    sello sagrado del judaísmo, la adoración
    pública del Dios de Israel, por medio de la cual El
    quería estar glorificado ante las naciones de la tierra.
    Sólo el sábado marca la unidad
    de su fe, la sagrada característica de sus creencias, la
    glorificación magnífica del Dios de sus padres. Sin
    el sábado, su religión judía no
    merecería un lugar bajo el sol, y el
    israelita no tendría Dios en medio de las naciones. Dice
    el Talmud: Jerusalén ha sido destruída solamente
    porque sus habitantes han profanado el
    sábado".

    La violación del Día del Señor
    dejará a Jerusalén, a Israel y su culto siempre en
    ruinas; porque destruye en nosotros la santa consagración
    que Dios ha querido dar a toda la vida del
    judío.("Guardaréis mis sábados, porque son
    señal entre mí y vuestras generaciones futuras,
    para que sepáis que yo soy el Eterno que os santifica"
    Éxodo XXXI,13); Les separa para siempre de las creencias y
    de los recuerdos que constituyen la fe judía; es la
    negación evidente de todo lo que encierran sus monumentos
    sagrados, la Biblia, los libros de sus
    sabios, sus ceremonias y sus oraciones.

    En el culto del sábado, se da gracias a Dios por
    haber otorgado un día de reposo físico y de
    elevación espiritual, durante el cual se puede olvidar uno
    de la tierra y de sus males, durante el cual hasta a los
    condenados en el infierno se les libra de sus sufrimientos; se da
    gracias al Ser Supremo por la emancipación de las fatigas
    y de la esclavitud de la pobre existencia que se lleva
    aquí abajo, para darse un gusto anticipado del destino
    final y feliz en un mundo mejor.

    No cabe duda: los intereses materiales están en
    conflicto con
    la observancia del sábado; se teme comprometer la fortuna
    al cerrar la casa el día séptimo a las agitaciones
    dl mundo y a las luchas por el interés económico.
    Pero el Señor prometió "doble alimento" el
    sexto día, y dijo: "ordenaré que mi
    bendición descienda sobre vosotros
    ". Los talmudistas
    han observado: " El que honra el sábado,
    recibirá una herencia sin
    límites"
    , y en otro lugar: "Si se observan
    rigurosamente los sábados, la liberación
    vendría inmediatamente".
    }

    Según las tradiciones judías, Adán
    fue desterrado del paraíso en la tarde del sexto
    día, la víspera del sábado
    (Sanedrín 38-b). Por medio del sábado es
    como la humanidad regenerada volverá a entrar en el
    Edén.

    BIBLIOGRAFÍA.

    BELTROY, Manuel.

    " LAS RELIGIONES VIVAS"

    Editorial Mundo Hispano, El Paso, Tx.
    1991.

    CID, Carlos y RUI, Manuel.

    " Historia de las
    Religiones"

    Editorial Ramón Sopena, S.A. Barcelona
    1972.

    | MINOIS, Georges

    "HISTORIA DE LOS INFIERNOS"

    Paidós, Barcelona. 1991

    BERGUA, Juan B.

    Mitología Universal

    ( Las fantasías mitológicas de los
    hombres a través del tiempo)

    Tomo segundo

    Clásicos Bergua, Madrid.
    1979.

    Trabajo realizado por:
    Dr. Angel Ricardo Guevara Hdz.



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