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Análisis general de "El Amor en tiempos de cólera"




Enviado por daiana_ma



    1. El amor en
      los tiempos del cólera
      es una novela de
      amor de
      Gabriel García
      Márquez, Premio Nobel en 1982, publicada en 1985.
      Es, principalmente, un compendio acerca del amor y sus
      múltiples variantes, un estudio sobre el paso del
      tiempo que
      destruye y reconstruye almas y ciudades, sobre la memoria
      y sus infinitos laberintos.

      La trama se desarrolla en Centroamérica a
      principios de
      siglo, época en la cual, según el narrador, los
      signos del enamoramiento podían ser confundidos con
      los síntomas del cólera. Al igual que el
      caudaloso Magdalena, a cuyas orillas se desarrolla, la
      historia
      serpentea y fluye, rítmica y pausada, y prosa abajo va
      narrando a través de más de sesenta años
      la vida de los personajes principales, Fermina Daza,
      Florentino Ariza y el doctor Juvenal Urbino de la Calle. Y
      poco a poco, este escenario y estos personajes, como una
      mezcla tropical de plantas y
      arcillas que la mano del autor modela y fantasea, van
      desembocando en los terrenos del mito y la
      leyenda, acercándose a un oscilante y tenue final
      feliz.

      Sin duda, la temática es profunda, rica,
      realista y conmovedora. García
      Márquez hace hincapié en cuestiones
      trascendentales en la vida del hombre,
      tales como la
      familia, la amistad,
      el amor en
      las diferentes etapas de la vida, la fidelidad, la
      convivencia conyugal, y la muerte,
      apelando para ello a un recurso ampliamente
      descriptivo.

      Mediante un lenguaje
      lleno de riqueza y versatilidad, el escritor colombiano narra
      el esquema complejo, verosímil y esperanzado de un
      mundo que se asemeja, más de lo que nosotros pensamos,
      al mundo en que vivimos. De esta manera nos demuestra una vez
      más que la vida no es otra cosa que el trabajo
      interminable para el que los seres humanos fuimos
      creados.

    2. Introducción:

      No es sencillo analizar un amor que,
      a pesar de ser contrariado, se basa desde una de las partes
      en un juramento de amor y fidelidad lo suficientemente fuerte
      como para conservarse intacto durante toda una vida. Tal es
      el caso de Florentino Ariza.

      En cambio,
      para Fermina Daza, el amor
      nació de la simple curiosidad. Florentino no era el
      tipo de hombre que
      hubiera escogido, y a pesar de ello, suscitó en ella
      una curiosidad difícil de resistir; ella nunca
      imaginó que fuera otra de las tantas celadas del amor.
      Así terminó pensando en Florentino como nunca
      se hubiera imaginado que se podía pensar en alguien,
      presintiéndolo donde no estaba, deseándolo
      donde no podía estar, despertando de pronto con la
      sensación física de que
      él la contemplaba en la oscuridad mientras ella
      dormía. Ni el uno ni el otro tenían vida para
      nada distinto de pensar en el otro, para soñar con el
      otro, para esperar cartas con
      tanta ansiedad como las contestaban.

      No obstante, desde que se vieron por primera vez
      hasta que él le reiteró su determinación
      medio siglo más tarde, no tuvieron nunca una
      oportunidad de verse a solas ni de hablar de su amor. Es por
      ello que no se puede afirmar que el de Fermina y Florentino
      halla sido un noviazgo en el sentido que comúnmente se
      le otorga a la palabra, ya que la relación no se
      basaba en el trato personal.
      Cuando aparece este factor en la relación, más
      precisamente en el día del reencuentro luego del viaje
      del olvido, Fermina cae en el abismo del desencanto, y se da
      cuenta de que su amor platónico se transforma
      repentinamente en una ilusión, una quimera, un
      espejismo que se desvanece.

      Con el paso del tiempo,
      Florentino repasa sus amores de ocasión, los
      incontables escollos que tiene que sortear para alcanzar un
      puesto de mando, los incidentes sin cuento que
      le causa su determinación encarnizada de que Fermina
      Daza sea suya, y él de ella por encima de todo y
      contra todo, y cae en la cuenta de que la vida comienza a
      escurrírsele entre los dedos.

    3. El concepto de
      amor entre
      Fermina Daza y Florentino Ariza:

      El doctor Juvenal Urbino de la Calle era el soltero
      más apetecido, intacto y tentador, hasta que
      sucumbió sin resistencia a los encantos plebeyos de Fermina
      Daza.

      Le gustaba decir que aquel amor había sido el
      fruto de una equivocación clínica. En ese
      momento todavía era demasiado joven para saber que
      la memoria
      del corazón elimina los malos recuerdos y
      magnifica los buenos, y que gracias a ese artificio logramos
      sobrellevar el pasado. Solía contar que no
      experimentó ninguna emoción cuando
      conoció a la mujer
      con quien habría de vivir hasta el día de su
      muerte.
      Ella fue más explícita: el joven médico
      de quien tanto había oído hablar a
      propósito del cólera le pareció un
      pedante incapaz de querer a nadie distinto de sí
      mismo. Sin embargo, con él se casó, tuvo hijos,
      y se creyó la elegida del destino: la más
      feliz. Y a pesar de las diferentes crisis
      matrimoniales sufridas a lo largo del tiempo,
      hubiera vuelto a preferir a su marido entre todos los hombres
      del mundo si hubiera tenido que escoger otra vez.

      Fermina decidió casarse con él en la
      época en que tomó conciencia
      de que estaba sola en el mundo, y aunque no lo admitiera, la
      acongojaba la idea de que, para bien o para mal, Florentino
      Ariza era lo único que le había ocurrido en la
      vida. Cuando Fermina tuvo que enfrentar la decisión de
      casarse con Juvenal Urbino sucumbió en una crisis
      mayor, al darse cuenta de que no tenía razones
      válidas para preferirlo después de haber
      rechazado sin más a Florentino Ariza. En realidad, lo
      quería tan poco como al otro, pero además lo
      conocía mucho menos, y sus cartas no
      tenían la fiebre de las cartas del
      otro, ni le había dado tantas pruebas
      conmovedoras de su determinación.

      La verdad es que las pretensiones de Juvenal Urbino
      no habían sido nunca planteadas en términos de
      amor, y era por lo menos curioso que un militante
      católico como él sólo le ofreciera
      bienes
      terrenales: la seguridad,
      el orden, la felicidad, cifras inmediatas que una vez sumadas
      podrían tal vez parecerse al amor. Pero no lo eran, y
      estas dudas aumentaban su confusión, porque tampoco
      estaba convencida de que el amor
      fuera en realidad lo que más falta le hacía
      para vivir.

      Tomó la decisión crucial de casarse
      con el doctor Urbino en un minuto que se convirtió en
      crucial en su vida, sin tomar en cuenta para nada la belleza
      viril del pretendiente, ni su riqueza legendaria, ni su
      gloria temprana, ni ninguno de sus tantos méritos
      reales, sino aturdida por el miedo de la oportunidad que se
      le iba y la inminencia de los veintiún años,
      que era su límite confidencial para rendirse al
      destino. Le bastó ese minuto único para asumir
      la decisión como estaba previsto en las leyes de Dios
      y de los hombres: hasta la muerte.
      Entonces se disiparon todas las dudas, y pudo hacer sin
      remordimientos lo que la razón le indicó como
      lo más decente: pasó una esponja sin
      lágrimas por encima del recuerdo de Florentino Ariza,
      lo borró por completo.

      Por su parte, Juvenal era consciente de que no amaba
      a Fermina. Se había casado porque le gustaba su
      altivez, su seriedad, su fuerza, y
      también por una pizca de vanidad suya, pero mientras
      ella lo besaba por primera vez, estaba seguro de que
      no habría ningún obstáculo para inventar
      un buen amor. No lo hablaron nunca, pero a la larga, ninguno
      de los dos se equivocó.

      Fermina Daza y Juvenal Urbino formaban una pareja
      admirable, y ambos manejaban el mundo con tanta fluidez que
      parecían flotar por encima de los escollos de la
      realidad. Sin embargo, a lo largo de su matrimonio,
      Fermina y Juvenal atravesaron varias crisis. Lo
      más absurdo de algunas de ellas era que ambos nunca
      parecieron tan felices en público como en aquellos
      años de infortunio. Nadie podía imaginarse, en
      sus años de desgracias, que pudiera haber alguien
      más feliz que ellos, ni un matrimonio
      tan armónico como el suyo.

      Por otra parte, Fermina siempre se sintió
      viviendo una vida prestada por el esposo: soberana absoluta
      en un vasto imperio de felicidad edificado por él y
      sólo para él. Sabía que él la
      amaba más allá de todo, más que a nadie
      en el mundo, pero sólo para él: a su santo
      servicio.

      En el curso de los años, ambos llegaron por
      distintos caminos a la conclusión sabia de que no era
      posible vivir juntos de otro modo, ni amarse de otro modo:
      nada en este mundo es más difícil que el
      amor.

    4. El concepto de
      amor entre Fermina Daza y Juvenal Urbino:

      El concepto de
      fidelidad en la novela es
      interpretado como sinónimo de lealtad. No hay nada
      comparado a la lealtad en una pareja a condición de
      que se establezcan las reglas del juego
      desde el principio, y que ambas partes las cumplan sin
      engaños de ninguna clase: lo único que esa
      lealtad no puede soportar es la mínima
      violación de las reglas establecidas.

      Florentino Ariza sustituía el vacío
      que el amor ilusorio de Fermina Daza creaba en su vida con
      pasiones terrenales, amores de cama. En la plenitud de sus
      relaciones, Florentino se había preguntado cuál
      de los dos sería el amor, el de la cama turbulenta o
      el de las tardes apacibles de los domingos. De esta manera
      llega a la definición del amor dividido: "amor del
      alma de la cintura para arriba y amor del cuerpo de la
      cintura para abajo".

      Con el tiempo
      Florentino aprende lo que había padecido muchas veces
      sin saberlo: se puede estar enamorado de varias personas a la
      vez, y de todas con el mismo dolor, sin traicionar a
      ninguna.

      La concepción de la fidelidad de Florentino
      Ariza para con Fermina Daza es entonces contradictoria, pero
      basada en la lealtad a un ideal de amor que, aunque
      transcurren cincuenta y un años, nueve meses y cuatro
      días, es lo suficientemente fuerte como para que
      él espere a Fermina a pesar de que entre ellos no
      exista ningún compromiso.

      Si se analiza la fidelidad como una voluntad de
      creer en algo, y de expresar tal creencia en la vida
      práctica, se puede diferenciar claramente entre
      fidelidad e infidelidad. Pero el concepto de
      fidelidad en la novela, y
      en la vida misma, es más profundo y
      complejo.

      Es fidelidad aquel sentimiento que lleva a la amante
      de Jeremiah de Saint-Amour a ayudarlo a sobrellevar la
      agonía de la muerte
      con el mismo amor con que lo había ayudado a descubrir
      la dicha.

      También puede interpretarse como fidelidad el
      amor y la gratitud de Leona Cassiani para con Florentino
      Ariza. Después de tantas perrerías soterradas
      que había hecho por él, después de tanta
      sordidez soportada para él, ella se le había
      adelantado en la vida y estaba mucho más allá
      de los veinte años de edad que él le llevaba de
      ventaja: había envejecido para él. Lo
      quería tanto, que en vez de engañarlo
      prefirió seguir amándolo.

      Por otra parte, la infidelidad de Juvenal Urbino
      abrió una brecha entre él y Fermina que
      sólo el tiempo y el
      amor construido a lo largo de toda una vida pudieron reparar.
      Esa deslealtad a un compromiso asumido de por vida
      generó desconfianza, orgullo, celos, mentiras,
      reproches, culpa. Juvenal ignoraba cuál podía
      ser la reacción de una mujer con
      tanto orgullo como la suya, con tanta dignidad y con un
      carácter tan fuerte, frente a una fidelidad
      comprobada. Por su parte, ella interpuso como siempre una
      barrera de rabia para que no se le notara el miedo. Y en este
      caso, el más terrible de todos era el de quedarse sin
      su esposo. Algo definitivo le ocurrió: los sedimentos
      acumulados en el fondo de su edad a través de tantos
      años habían sido rebullidos por el suplicio de
      los celos, y habían salido a flote, y la habían
      envejecido en un instante. Tal vez por esto ella hubiera
      preferido que él le negara su deslealtad.

      Pasados dos años, cuando Juvenal la va a
      buscar, ella se siente aliviada de volver a su casa, aunque
      no tan fácil como é creía, porque se iba
      feliz con él, pero también resuelta a cobrarle
      en silencio los sufrimientos amargos que le habían
      acabado la vida.

    5. El concepto de
      fidelidad en la
      novela:

      Fermina Daza y Juvenal Urbino no sabían vivir
      ni un instante el uno sin el otro, o sin pensar el uno en el
      otro, y lo sabían cada vez menos a medida que se
      recrudecía la vejez. Ni
      él ni ella podían decir si su servidumbre
      recíproca se fundaba en el amor o en la comodidad,
      pero nunca se lo habían preguntado con la mano en el
      corazón, porque ambos preferían
      desde siempre ignorar la respuesta.

      Otra cosa bien distinta habría sido la vida
      para ambos, de haber sabido a tiempo que era más
      fácil sortear las grandes catástrofes
      matrimoniales que las miserias minúsculas de cada
      día. Pero si algo aprendieron juntos es que la
      sabiduría llega cuando ya no sirve para nada. Esas
      miserias en el fondo eran un juego de
      ambos, mítico y perverso, pero por lo mismo
      reconfortante: uno de los tantos placeres peligrosos del amor
      domesticado.

      Pero fue por uno de esos juegos
      triviales que los primeros treinta años de vida en
      común estuvieron a punto de acabarse porque un
      día cualquiera no hubo jabón en el baño.
      El incidente, por supuesto, les dio la oportunidad de evocar
      otros pleitos minúsculos. Unos resentimientos
      revolvieron los otros, reabrieron cicatrices antiguas, las
      volvieron heridas nuevas, y ambos se asustaron con la
      comprobación desoladora de que en tantos años
      de lidia conyugal no habían hecho mucho más que
      pastorear rencores.

      Cuando recordaban este episodio, ya en el recodo de
      la vejez, ni
      él ni ella podían creer la verdad asombrosa de
      que aquel altercado fue el más grave de medio siglo de
      vida en común, y el único que les
      inspiró a ambos el deseo de claudicar, y empezar la
      vida de otro modo.

      Al llegar a al vejez,
      Fermina y Juvenal se aferraron el uno al otro. Terminaron por
      conocerse tanto, que antes de los treinta años de
      casados eran como un mismo ser dividido, y se sentían
      incómodos por la frecuencia con que se adivinaban el
      pensamiento sin proponérselo.
      Habían sorteado juntos las incomprensiones cotidianas,
      los odios instantáneos, las porquerías
      recíprocas y los fabulosos relámpagos de gloria
      de la complicidad conyugal. Fue la época en que se
      amaron mejor, sin prisa y sin excesos, y ambos fueron
      más conscientes y agradecidos de sus victorias
      inverosímiles contra la adversidad.

      Cuando Florentino vuelve a la vida de Fermina, a
      ella le resultó imprevista la reiteración
      dramática de un amor que para ella no había
      existido nunca y a una edad en que a él y a ella no
      les quedaba más que esperar de la vida.

      Florentino se propone utilizar un método distinto de seducción,
      sin ninguna referencia a los amores del pasado, ni el pasado
      simple: borrón y cuenta nueva. Así que
      planeó hasta el último detalle como una
      guerra
      final: todo tenía que ser diferente para suscitar
      nuevas curiosidades, intrigas, esperanzas, en una mujer que
      ya había vivido a plenitud una vida completa.
      Tenía que ser una ilusión desatinada, capaz de
      darle el coraje que hacía falta para tirar a la
      basura los
      prejuicios de una clase que no había sido la suya
      original, pero que había terminado por serlo
      más que de otra cualquiera. Tenía que
      enseñarle a pensar en el amor no como un estado de
      gracia que no era un medio para nada, sino un origen y un fin
      en sí mismo.

      A Fermina le bastó el primer año para
      asumir la viudez. El recuerdo purificado del marido
      dejó de ser un tropiezo en sus actos cotidianos, en
      sus pensamientos íntimos, en sus intenciones
      más simples, y se convirtió en una presencia
      vigilante que la guiaba sin estorbarla.

      No era muy consciente todavía, ni lo fue en
      varios años, de cuánto la ayudaron a recobrar
      la paz del espíritu las meditaciones escritas de
      Florentino Ariza. Fueron ellas, aplicadas en sus
      experiencias, lo que permitió entender su propia vida,
      y esperar con serenidad los designios de la vejez.

      Cuando comienzan a verse personalmente, ambos se
      vieron como eran: dos ancianos acechados por la muerte,
      sin nada en común, aparte del recuerdo de un pasado
      efímero que ya no era de ellos sino de dos
      jóvenes desaparecidos. Ella pensó que él
      iba a convencerse por fin de la irrealidad de su
      sueño, y eso iba a redimirlo de su impertinencia. Ella
      estuvo a punto de pedirle que no volviera más, pero la
      idea de una pelea de novios le pareció tan
      ridícula a la edad de ambos, que no pasó de
      causarle una crisis de
      risa.

      A Fermina los intentos de acercamiento de Florentino
      le parecían cosas de niños. Le reprochó
      su constante evocación del pasado y su terquedad
      estéril de no dejarse envejecer con naturalidad. No
      entendía cómo un hombre
      capaz de hacer de hacer las reflexiones que tanto apoyo le
      habían dado para sobrellevar la viudez, se enredaba de
      aquel modo infantil cuando trataba de aplicarlas a su propia
      vida. Los papeles se invirtieron: entonces fue ella la que
      trató de darle ánimos nuevos para ver el
      futuro.

      Florentino invita a Fermina para que fuera de viaje
      de descanso por el río y ella acepta. Entonces es
      cuando le llega a Fermina la hora de preguntarse con
      dignidad, con grandeza, con unos incontenibles deseos de
      vivir, qué hacer con el amor que se le había
      quedado sin dueño. Y reconoció a Florentino
      como el hombre
      que estuvo siempre al alcance de su mano aunque ella no lo
      hubiera notado antes.

      Ahora les bastaba con la dicha simple de estar
      juntos por el resto de sus vidas. Era como si se hubieran
      saltado el arduo calvario de la vida conyugal, y hubieran ido
      sin más vueltas al grano del amor. Transcurrían
      en silencio como dos viejos esposos escaldados por la vida,
      más allá de las trampas de la pasión,
      más allá de las burlas brutales de las
      ilusiones y los espejismos de los desengaños:
      más allá del amor. Pues habían vivido
      juntos lo bastante para darse cuenta que el amor era el amor
      en cualquier tiempo y en cualquier parte, pero tanto
      más denso cuanto más cerca de la
      muerte.

    6. El sentido de la asociación de los
      conceptos tiempo, amor y convivencia:
    7. Las diferentes contextualizaciones de la muerte:
    • Muerte de Jeremiah de Saint-Amour:

    Jeremiah tenía la determinación
    irrevocable de quitarse la vida a los sesenta años. Lo
    había decidido mucho tiempo atrás, en una playa
    solitaria de Haití donde yacía desnudo junto a su
    amante después del amor.

    Había fijado como plazo último para
    suicidarse la víspera de Pentecostés. No
    había ningún detalle de la noche de su muerte que su
    amante no hubiera conocido de antemano, y hablaban de eso con
    frecuencia, padeciendo juntos el torrente irreparable de los
    días que ya ni él ni ella podían
    detener.

    Jeremiah de Saint-Amour amaba la vida con una
    pasión sin sentido, y a medida que la fecha se acercaba
    había ido sucumbiendo a la desesperación, como si
    su muerte no
    fuera una resolución propia sino un destino
    inexorable.

    • Paradoja de la muerte del
      doctor Urbino:

    La muerte no tiene sentido del ridículo. Juvenal
    Urbino se automedicaba con paliativos para la vejez.
    Ostentaba un humanismo
    fatalista, puesto que opinaba que cada quién es
    dueño de su propia muerte, y lo único que se puede
    hacer, llegada la hora, es ayudarlo a morir sin miedo ni
    dolor.

    Con la muerte de su amigo Jeremiah tuvo la
    revelación de que algo que le había sido negado
    hasta entonces en sus navegaciones más lúcidas de
    médico y de creyente. Fue como si después de tantos
    años de familiaridad con la muerte, después de
    tanto combatirla y manosearla por el derecho y el revés,
    aquella hubiera sido la primera vez en que se atrevió a
    mirarla a la cara, y también ella lo estaba mirando. No
    era el miedo de la muerte, que estaba dentro de él desde
    hacía muchos años. Lo que había visto era la
    presencia física
    de algo que hasta entonces no había pasado de ser una
    certidumbre de la imaginación.

    También él le tenía miedo a la
    vejez, y de no ser un cristiano a la antigua, tal vez hubiera
    estado de
    acuerdo con Jeremiah de Saint-Amour en que la vejez era un
    estado
    indecente que debía impedirse a tiempo. Lo que más
    le preocupaba de la muerte al doctor Urbino era la vida solitaria
    de Fermina Daza sin él.

    Cuando Urbino comete la imprudencia de atrapar al loro,
    en ese mismo instante asume su muerte. Y aunque ésta es
    memorable, no carece de significación. Nada se parece
    tanto a una persona como la
    forma de su muerte, y ninguna podía parecerse menos que
    ésta a Urbino, aunque pareciera absurdo.

    • Florentino Ariza espera que su amor se concrete a
      partir de la muerte de Urbino:

    El día que Florentino Ariza vio a Fermina Daza
    encinta y con pleno dominio de su
    condición de mujer de mundo,
    tomó la determinación feroz de ganar nombre y
    fortuna para merecerla. Ni siquiera se puso a pensar en el
    inconveniente de que fuera casada, porque al mismo tiempo
    decidió, como si dependiera de él, que el doctor
    Urbino tenía que morir. No sabía ni cuándo
    ni cómo, pero se lo planteó como un acontecimiento
    ineluctable, que estaba resuelto a esperar sin prisa ni
    arrebatos, así fuera hasta el fin de los
    siglos.

    Sin embargo, el tiempo le reveló que él y
    aquel hombre que
    había tenido siempre como el enemigo personal, eran
    víctimas de un mismo destino y compartían el azar
    de una pasión común. Por primera vez en los
    veintisiete años interminables que llevaba esperando,
    Florentino no pudo resistir la punzada de dolor de que aquel
    hombre
    admirable tuviera que morirse para que él fuera
    feliz.

    Años más tarde, la comprobación de
    que la muerte había intercedido por fin a favor suyo, le
    infundió el coraje que necesitaba para reiterarle a
    Fermina Daza, en su primera noche de viuda, el juramento de su
    fidelidad eterna y su amor para siempre.

    • El avance de la vejez entre Fermina Daza Y
      Florentino Ariza:

    Florentino Ariza se había visto tantas veces en
    el espejo de la vejez, que no le tuvo nunca tanto miedo a la
    muerte como a la edad infame en que tuviera que ser llevado del
    brazo por una mujer.
    Sabía que ese día, y sólo ese,
    tendría que renunciar a la esperanza de Fermina
    Daza.

    Era razonable pensar que la mujer
    más amada sobre la tierra, a
    la que había esperado desde un siglo hasta el otro sin un
    suspiro de desencanto, apenas tendría tiempo de tomarlo
    del brazo para ayudarlo a llegar sano y salvo a la otra acera de
    la muerte.

    No obstante, Florentino se enfrentó a las
    insidias de la vejez con una temeridad encarnizada, aún a
    sabiendas de que tenía la extraña suerte de parecer
    viejo desde muy niño.

    Por otra parte, a él no le era posible escapar a
    la noción de la vejez de su tiempo, así que fue
    natural que cuando vio tropezar a Fermina, lo hubiera estremecido
    el relámpago pánico de que la puta muerte iba a
    ganarle sin remedio su encarnizada guerra de
    amor.

    Cuando cae de las escaleras, Florentino no se mata de
    milagro. En el momento en que caía tuvo bastante lucidez
    para pensar que no iba a morir de aquel tropiezo, porque no era
    posible en la lógica
    de la vida que dos hombres que habían amado tanto durante
    tantos años a la misma mujer, pudieran
    morir del mismo modo con sólo un año de diferencia.
    Tuvo razón. La inmovilidad forzosa, la certidumbre cada
    día más lúcida de la fugacidad del tiempo,
    los deseos locos de ver a Fermina, todo le demostraba que sus
    temores de la caída habían sido más certeros
    y trágicos de lo que había previsto. Por primera
    vez empezó a pensar de un modo racional en la realidad de
    la muerte.

     

     

    Autor:

    Daiana P. Martín Antonio

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