Desde hace un tiempo he pensado
que la crítica salía sobrando. La relación
entre el libro y el
lector debe ser directa e inmediata. Si el autor logró su
intento, entonces ya está dicho todo lo que quería
decir, con la claridad u oscuridad necesaria, y de la manera en
que era necesario decirlo, en el libro mismo.
Si el lector no entiende, y algún crítico
entrometido viene, se interpone entre la obra y el lector, y le
explica lo que quiere decir el autor, está
suplantando a la obra, y está eliminando definitivamente
la posibilidad de que esa obra funcione como tal, es decir, con
la intención precisa del autor, en una nueva lectura. Es
como si alguien nos dijera 2 y 2 son 4, y antes de que nos
llegara el sonido, otro
estuviera explicando en una voz amable pero ruidosa, "sí,
porque mira, uno y uno son dos, y uno y uno son dos, y si juntas
uno y uno y uno y uno…" con lo cual ya no entiendo nada, ni me
importa tampoco entenderlo.
Pero si es cierto que la crítica sale
sobrando, ¿por qué sobrevive y aumenta su caudal y
el concepto que se
tiene de su importancia, que pronto habrá más
crítica que obras originales? Creo que se debe a varios
motivos: el primero de ellos es que en cuanto alguien adopta un
tono solemne y autoritario, como de médico, y pretende
explicar o definir cualquier cosa, siempre habrá un
número bastante grande de crédulos que le hagan
caso. Otro motivo es que resulta mucho más fácil y
lucidor leer las críticas que las obras criticadas.
Además, requiere menos tiempo. Se tarda
uno menos en leer todas las críticas contenidas en un
suplemento cultural que en leer una sola de las obras comentadas.
Un tercer motivo es la pereza mental de la mayoría de la
gente, que prefiere que le digan lo que debe pensar, a pensar por
sí misma. En cuanto a los críticos, son dos los
motivos principales de que se dediquen a tan inútil
ocupación. Uno de ellos, es que, cuando menos en nuestro
medio, la crítica es una forma sofisticada del subempleo.
Otro, es que hacer crítica halaga la vanidad de una manera
particularmente cosquillosa y sutil. ¿Quién se
resiste a ser "el que realmente sabe"?
Se me ocurre una bella solución, con la cual se
liberaría a los escritores de la manía de escribir
críticas, y se evitaría que los lectores perdieran
el tiempo
leyéndolas. Así como hay estaciones
de radio o de
televisión
sin anuncios, a las cuales el estado les
paga una cuota mensual, ¿por qué no pagarles un
sobreprecio a las revistas literarias y suplementos culturales
por no publicar críticas? Sobreprecio que
deberían compartir, por supuesto, con los críticos
que se abstuvieran de escribirlas. ¿No sería un
gran alivio que no hubieran críticas qué leer?
¡Imagínense todo el tiempo extra que
se podría dedicar a la lectura o
relectura de nuestros autores favoritos, a oír discos, o a
discutir con los amigos, o a ir al cine! Incluso
es posible que algunos estudiantes de letras tuvieran por fin
tiempo y
paciencia de leer a Proust o a Joyce.
Pero como sé perfectamente bien que eso no
sucederá, porque pertenece a la esencia de las
utopías el de no realizarse jamás, propongo un
medio de contrarrestar el daño que hacen los
críticos, algo así como sacarle el veneno a una
víbora de cascabel, o quitarle el aguijón a un
alacrán: clasificar a los críticos como ellos
clasifican a los escritores, y una vez clasificados, ponerles a
cada uno su etiqueta y guardarlos en un cajón.
En espera de que otros cerebros más autorizados y
sistemáticos se dediquen a tan noble tarea, he elaborado
este primer intento, insuficiente y tímido, de
clasificación: La primera categoría de
crítico que nos salta a la vista, por ser la más
abundante, aunque no la más prestigiosa, es la del
"reseñador" de oficio, que publica uno, dos, tres, cinco
artículos semanales en uno o mas periódicos o
revistas. Por supuesto, jamás lee, no le alcanza el
tiempo. Para hacer una "nota" toma uno de los muchos libros que le
envían las casas editoriales y los escritores novatos, lo
hojea, y después de recoger opiniones de los amigos que se
encuentra en cines, cafés y cocteles, llena sus cuartillas
con una tercera parte de datos
bibliográficos y biográficos, una tercera en
términos tales como sorpresa, promesa,
confirmación, y el resto de buenos deseos,
reputación internacional, gloria de las letras
colombianas, etcétera. Si algún día llega a
encontrar un libro que le
interesa auténticamente, y lo lee de cabo a rabo, hace con
todo cuidado un artículo en el que usa términos
como sorpresa, promesa, confirmación buenos deseos,
reputación internacional, gloria de las letras
colombianas, etcétera.
Hay un segundo tipo de crítico que habla del
libro como si
fuera un especimen botánico; lo define por género,
especie, familia y
variedad, y habiéndolo ubicado satisfactoriamente mediante
ordenadas y abscisas tales como realismo,
naturalismo, surrealismo,
influencia de… generación de… y otras por el estilo,
considera que ha cumplido una labor indispensable, y da por
terminado su ensayo. Estos
ensayos se
convierten en la materia prima
de las historias de la literatura y de las
conversaciones entre especialistas. Este segundo tipo de
crítico es el más feliz, duerme con la conciencia
tranquila todas las noches, vive muchísimos años, y
generalmente llega a escribir una historia de la literatura que se impone
como libro de
texto.
El tercer tipo de crítico es el iluminado. Se
viste como en en el siglo XVIII y generalmente es escritor. Tiene
una imaginación maravillosa, y una inclinación por
la profundidad filosófica y el lenguaje
poético que visualiza una profundidad susceptible para
contratar buzos profesionales con el fin de llegar siquiera a
entenderlo un poco. Las obras que critica lo entusiasman, y le
inspiran ensayos
lírico-metafísicos cuyo único punto de
contacto con la obra criticada es el nombre del autor, y el
título del libro.
Hay un cuarto tipo de crítico a quién
podríamos llamar "dogmático", pero sus dogmas no
son estéticos, sino religiosos o políticos. En el
fondo todos juzgamos la obra de arte según
criterios extraestéticos, pero jamás lo confesamos;
en cambio este
tipo de crítico confiesa descaradamente que no le gusta
Borges porque
es conservador… perdón, esto sería aceptable; lo
que dice es que Borges es mal
escritor porque es conservador. Generalmente utiliza frases como
"reflejo fiel de la sociedad de su
tiempo" "obra de minorías", y otras que el lector
seguramente recordará.
Desde luego que hay muchas otras clases de
críticos, y descubrir nuevas variedades podría
llegar a convertirse en un juego de
salón. Sólo queda una amenaza… que surja un nuevo
género literario: la crítica de la crítica,
y luego otro, la crítica de la crítica de la
crítica… y su respectiva clasificación:
post-post-postmodernista… momento en el cual comenzaré a
dar gracias por la invención salvadora de la
televisión, que al evitar que los niños
adquieran la costumbre de leer, los rescatará para siempre
y definitivamente, de los críticos.
Autor:
David Fernando López