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Críticos Vs. Libros




Enviado por bmdlopez




    Desde hace un tiempo he pensado
    que la crítica salía sobrando. La relación
    entre el libro y el
    lector debe ser directa e inmediata. Si el autor logró su
    intento, entonces ya está dicho todo lo que quería
    decir, con la claridad u oscuridad necesaria, y de la manera en
    que era necesario decirlo, en el libro mismo.
    Si el lector no entiende, y algún crítico
    entrometido viene, se interpone entre la obra y el lector, y le
    explica lo que quiere decir el autor, está
    suplantando a la obra, y está eliminando definitivamente
    la posibilidad de que esa obra funcione como tal, es decir, con
    la intención precisa del autor, en una nueva lectura. Es
    como si alguien nos dijera 2 y 2 son 4, y antes de que nos
    llegara el sonido, otro
    estuviera explicando en una voz amable pero ruidosa, "sí,
    porque mira, uno y uno son dos, y uno y uno son dos, y si juntas
    uno y uno y uno y uno…" con lo cual ya no entiendo nada, ni me
    importa tampoco entenderlo.

    Pero si es cierto que la crítica sale
    sobrando, ¿por qué sobrevive y aumenta su caudal y
    el concepto que se
    tiene de su importancia, que pronto habrá más
    crítica que obras originales? Creo que se debe a varios
    motivos: el primero de ellos es que en cuanto alguien adopta un
    tono solemne y autoritario, como de médico, y pretende
    explicar o definir cualquier cosa, siempre habrá un
    número bastante grande de crédulos que le hagan
    caso. Otro motivo es que resulta mucho más fácil y
    lucidor leer las críticas que las obras criticadas.
    Además, requiere menos tiempo. Se tarda
    uno menos en leer todas las críticas contenidas en un
    suplemento cultural que en leer una sola de las obras comentadas.
    Un tercer motivo es la pereza mental de la mayoría de la
    gente, que prefiere que le digan lo que debe pensar, a pensar por
    sí misma. En cuanto a los críticos, son dos los
    motivos principales de que se dediquen a tan inútil
    ocupación. Uno de ellos, es que, cuando menos en nuestro
    medio, la crítica es una forma sofisticada del subempleo.
    Otro, es que hacer crítica halaga la vanidad de una manera
    particularmente cosquillosa y sutil. ¿Quién se
    resiste a ser "el que realmente sabe"?

    Se me ocurre una bella solución, con la cual se
    liberaría a los escritores de la manía de escribir
    críticas, y se evitaría que los lectores perdieran
    el tiempo
    leyéndolas. Así como hay estaciones
    de radio o de
    televisión
    sin anuncios, a las cuales el estado les
    paga una cuota mensual, ¿por qué no pagarles un
    sobreprecio a las revistas literarias y suplementos culturales
    por no publicar críticas? Sobreprecio que
    deberían compartir, por supuesto, con los críticos
    que se abstuvieran de escribirlas. ¿No sería un
    gran alivio que no hubieran críticas qué leer?
    ¡Imagínense todo el tiempo extra que
    se podría dedicar a la lectura o
    relectura de nuestros autores favoritos, a oír discos, o a
    discutir con los amigos, o a ir al cine! Incluso
    es posible que algunos estudiantes de letras tuvieran por fin
    tiempo y
    paciencia de leer a Proust o a Joyce.

    Pero como sé perfectamente bien que eso no
    sucederá, porque pertenece a la esencia de las
    utopías el de no realizarse jamás, propongo un
    medio de contrarrestar el daño que hacen los
    críticos, algo así como sacarle el veneno a una
    víbora de cascabel, o quitarle el aguijón a un
    alacrán: clasificar a los críticos como ellos
    clasifican a los escritores, y una vez clasificados, ponerles a
    cada uno su etiqueta y guardarlos en un cajón.

    En espera de que otros cerebros más autorizados y
    sistemáticos se dediquen a tan noble tarea, he elaborado
    este primer intento, insuficiente y tímido, de
    clasificación: La primera categoría de
    crítico que nos salta a la vista, por ser la más
    abundante, aunque no la más prestigiosa, es la del
    "reseñador" de oficio, que publica uno, dos, tres, cinco
    artículos semanales en uno o mas periódicos o
    revistas. Por supuesto, jamás lee, no le alcanza el
    tiempo. Para hacer una "nota" toma uno de los muchos libros que le
    envían las casas editoriales y los escritores novatos, lo
    hojea, y después de recoger opiniones de los amigos que se
    encuentra en cines, cafés y cocteles, llena sus cuartillas
    con una tercera parte de datos
    bibliográficos y biográficos, una tercera en
    términos tales como sorpresa, promesa,
    confirmación, y el resto de buenos deseos,
    reputación internacional, gloria de las letras
    colombianas, etcétera. Si algún día llega a
    encontrar un libro que le
    interesa auténticamente, y lo lee de cabo a rabo, hace con
    todo cuidado un artículo en el que usa términos
    como sorpresa, promesa, confirmación buenos deseos,
    reputación internacional, gloria de las letras
    colombianas, etcétera.

    Hay un segundo tipo de crítico que habla del
    libro como si
    fuera un especimen botánico; lo define por género,
    especie, familia y
    variedad, y habiéndolo ubicado satisfactoriamente mediante
    ordenadas y abscisas tales como realismo,
    naturalismo, surrealismo,
    influencia de… generación de… y otras por el estilo,
    considera que ha cumplido una labor indispensable, y da por
    terminado su ensayo. Estos
    ensayos se
    convierten en la materia prima
    de las historias de la literatura y de las
    conversaciones entre especialistas. Este segundo tipo de
    crítico es el más feliz, duerme con la conciencia
    tranquila todas las noches, vive muchísimos años, y
    generalmente llega a escribir una historia de la literatura que se impone
    como libro de
    texto.

    El tercer tipo de crítico es el iluminado. Se
    viste como en en el siglo XVIII y generalmente es escritor. Tiene
    una imaginación maravillosa, y una inclinación por
    la profundidad filosófica y el lenguaje
    poético que visualiza una profundidad susceptible para
    contratar buzos profesionales con el fin de llegar siquiera a
    entenderlo un poco. Las obras que critica lo entusiasman, y le
    inspiran ensayos
    lírico-metafísicos cuyo único punto de
    contacto con la obra criticada es el nombre del autor, y el
    título del libro.

    Hay un cuarto tipo de crítico a quién
    podríamos llamar "dogmático", pero sus dogmas no
    son estéticos, sino religiosos o políticos. En el
    fondo todos juzgamos la obra de arte según
    criterios extraestéticos, pero jamás lo confesamos;
    en cambio este
    tipo de crítico confiesa descaradamente que no le gusta
    Borges porque
    es conservador… perdón, esto sería aceptable; lo
    que dice es que Borges es mal
    escritor porque es conservador. Generalmente utiliza frases como
    "reflejo fiel de la sociedad de su
    tiempo" "obra de minorías", y otras que el lector
    seguramente recordará.

    Desde luego que hay muchas otras clases de
    críticos, y descubrir nuevas variedades podría
    llegar a convertirse en un juego de
    salón. Sólo queda una amenaza… que surja un nuevo
    género literario: la crítica de la crítica,
    y luego otro, la crítica de la crítica de la
    crítica… y su respectiva clasificación:
    post-post-postmodernista… momento en el cual comenzaré a
    dar gracias por la invención salvadora de la
    televisión, que al evitar que los niños
    adquieran la costumbre de leer, los rescatará para siempre
    y definitivamente, de los críticos.

     

     

    Autor:

    David Fernando López

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