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El desencantamiento en la política




Enviado por mfischer



    Introducción

    Actualmente, uno de los hechos de mayor trascendencia
    para las ciencias
    sociales es el desencantamiento de la política. Es algo
    obvio mencionar que esta ya no mueve pasiones. Inclusive la
    controversia Boca/River parece más fuerte que la de
    peronistas/antiperonistas, y el término "gorila" es ya
    anecdótico. Se habla de la caída de los grandes
    relatos (como si la historia fuera un cuento), y en
    el supermercado se puede encontrar todo lo que se
    busca.

    El considerar estos problemas nos
    introduce en un tema – lo posmoderno – que ha provocado
    innumerables debates y hartazgo hasta el cansancio, dado lo cual
    no es de mi interés
    entrar en ese debate, sino
    hacer uso de algunas herramientas
    (con los recaudos necesarios) que sirven para acercar una
    explicación a algunos fenómenos, a veces con una
    intención distinta a la que el autor le dio de un
    principio.

    El tema de los posmoderno es difícil de
    plantearse en países donde la pobreza, la
    exclusión y el analfabetismo
    son endémicos. Lo posmoderno puede aparecer como un lujo
    exótico; más cuando la dependencia estructural de
    nuestros países está fuertemente agudizada por el
    problema de la deuda externa. Es
    algo obvio de aclarar que la emergencia de los cuestionamientos
    sobre lo posmoderno en América
    Latina indica el abandono de la "teoría
    de la dependencia", (y más que la "teoría"
    misma, la crítica a esa dependencia) justo en el momento
    en que la relación de dependencia estructural resulta
    más contrastable.

    Un fenómeno que caracteriza la situación
    política
    de varios países latinoamericanos es el desencanto.
    Ello puede afectar gravemente a los procesos de
    democratización al restarles arraigo a las instituciones
    políticas. Por esta razón el
    desencanto suele ser valorado negativamente. El peligro de un
    desencanto con la democracia
    existe (el masivo apoyo a Bussi en Tucumán, la
    reaparición en el poder de los
    señores feudales en Santiago del Estero).

    El objetivo de
    este trabajo es echar luz sobre algunos
    de los aspectos y lugares por donde lo político
    está mutando.

    Al respecto se pueden encontrar dos posiciones
    más o menos generales:

    a)La política ha
    desaparecido, ha fugado hacia su vanishing point (Baudrillard),
    ya no se la necesita más, al ser el mercado el
    asignador de recursos y
    articulador de demandas y ofertas sociales.

    b)Los espacios de la política han
    cambiado, cambiando a la vez su universo
    simbólico. La fuerte irrupción de la lógica
    de mercado (que nace
    con el capitalismo)
    ha hecho estragos en el sistema de
    organizaciones
    e instituciones
    políticas, en este caso, de la sociedad argentina;
    haciendo incompatibles las posibilidades de este sistema centrado
    en el Estado con
    las necesidades de representación que necesita el
    ciudadano. Dicho de modo más sencillo, el ciudadano no ve
    al político como su referente. Lo vota, pero no lo
    representa.

    Pareciera que la realidad está en otro lado, y
    que estamos viendo una película de la realidad: su
    representación. Esto de ninguna manera es una teoría
    conspirativa, sino que la causa de este efecto es producto de
    los condicionamientos materiales de
    este fin de siglo están provocando la emergencia de este
    "desfasaje" entre lo acostumbrado y los que se nos viene
    encima.

    ¿Es esto tan así, o se está
    atravesando una etapa de mutación de lo político a
    una forma que intuimos más o menos de una forma, pero no
    logramos vislumbrar del todo.

    Resignificación de la
    política

    Es evidente que en las décadas 80-90’s el
    eje de discusión ha cambiado, las significaciones
    culturales sostenidas por los distintos sectores de nuestras
    sociedades no
    son idénticas a las de décadas pasadas. Primero
    vino la oleada revolucionaria y luego las dictaduras militares;
    ahora asistimos a un momento donde esas experiencias han dejado
    sus consecuencias. La crítica de la cultura de
    militancia en las organizaciones
    populares y la revalorización de la democracia
    política y
    los derechos civiles,
    han establecido nuevos ejes políticos , los cuales,
    suponen una "secularización" de la política y un
    desencantamiento sobre los grandes modelos
    políticos.

    El objetivo de
    los golpes militares no fue sólo el derrocamiento de un
    determinado gobierno, sino
    más que eso: establecer la fundación de un nuevo
    orden a través de la implantación de un modelo
    económico totalmente distinto que en ese momento si
    siquiera se soñaba con que pudiera llegarse a implantar
    durante un gobierno
    democrático. Se buscaba imponer una nueva normatividad
    mediante procedimientos
    propios a la "lógica
    de la guerra": la
    aniquilación del adversario y a abolición de las
    diferencias. de ahí que un primer rasgo de la
    discusión intelectual durante el proceso (y
    posteriormente) fue la denuncia del autoritarismo en nombre de
    los derechos humanos.
    Los intelectuales no luchaban en defensa de un proyecto, sino
    por el derecho a la vida de todos.

    El desencanto en el ambiente
    intelectual

    Aunque el marxismo
    influyera en el pensamiento
    económico y sociológico nunca alcanzó a
    tener arraigo duradero en la región. Aunque se lo siga
    citando cotidianamente, el uso de Marx ha perdido
    su connotación cuasireligiosa de antaño. Ahora se
    critican aspectos centrales del marxismo y de
    una tradición política: una filosofía de la
    historia, a la
    idea de sujeto, al concepto de
    totalidad. Es una crítica que toma distancia, sin
    pretender elaborar un paradigma
    alternativo.

    El momento actual es de cierto desencanto con la
    modernidad;
    que ha sido definida por Weber como
    "desencantamento del mundo". Se trataría de una especie de
    desencanto con el desencanto". Fórmula paradógica
    que hace recordar que el desencanto es más que una perdida
    de ilusiones, es la reinterpretación de los anhelos. De
    ser así, ese desencanto llamado posmodernidad
    no sería el triste final de un proyecto
    demasiado hermoso para hacerse realidad, sino, por el contrario,
    un punto de partida.

    El desencanto con la
    modernización

    En el clima
    político actual se evidencia un proceso de
    desencanto. Es notorio el desencanto de las izquierdas.
    Éstas ya no creen en el socialismo como
    meta predeterminada ni en la clase obrera como sujeto
    revolucionario – si alguna vez lo creyeron -.

    Afirmar que la política ya no provoca pasiones,
    es una obviedad. Aunque la política sigua estando en los
    medios, pero
    como noticia ocupa el lugar que antes tenía asignado la
    farádula. Es decir, la importancia del discurso
    político – texto – ha
    desaparecido, primando la importancia de lo visual.

    En relación al proceso de
    modernización, su cumplimiento se refiere a la
    realización de la "última etapa" de la modernidad y la
    secularización y tecnologización que le
    serían inherentes, según la idea implícita
    de que hay "una" modernidad.
    Imponer ciertas normas
    "universales" de la racionalización hasta sus
    últimas consecuencias en lo económico,
    tecnológico, político y cultural. Por tanto, la
    modernización no pretende la "entrada a la modernidad", sino
    el cumplimiento de sus posibilidades máximas, el impulso
    para la realización de tales posibilidades en sociedades en
    que no se han dado, y donde hay evidentes obstáculos para
    ello.

    Una primera dimensión del desencanto actual es la
    pérdida de fe en que exista una teoría
    que posea la clave para entender el proceso social
    en su totalidad. Nuestra época se caracteriza por un
    recelo frente a todo tipo de metadiscurso omnicompresivo. El
    rechazo a la Razón totalizante se apoya en la existencia
    de diversas racionalidades. Los distintos campos sociales se
    diferencian aceleradamente, cada cual desarrollándose de
    acuerdo a su lógica
    específica.

    Para los iluministas la modernidad era
    concebida como una tensión entre diferenciación y
    unificación dentro de un proceso
    histórico que tiende a una armonía final. Hoy en
    día ha desaparecido el optimismo iluminista acerca de la
    convergencia de ciencia,
    moral y
    arte para
    lograr el control de las
    fuerzas naturales, el progreso social. La reconciliación
    de lo bueno, lo verdadero y lo bello aparece como una
    ilusión de la modernidad.

    El desencantamiento con esa ilusión sería
    la posmodernidad
    – como corriente de pensamiento –
    : la diferenciación de las distintas racionalidades es
    vista como una escisión. La ruptura con la modernidad
    consistiría en rechazar la referencia a la totalidad. Sin
    embargo, tomar en cuenta ese desencanto siempre tiene dos caras:
    la perdida de una ilusión y por lo mismo, una
    resignificación de la realidad. Lo que trae esta
    dimensión constructiva del desencanto actual es el elogio
    a la heterogeneidad (cultural, política,
    etc..).

    La "heterogeneidad estructural" de América
    Latina, más allá de haberla considerado por
    décadas un obstáculo al desarrollo,
    podría considerarse para fomentar una interacción
    mucho más densa que la que sostiene al Estado como
    homogeneizador de la sociedad, ya que
    en nuestros países ha desaparecido el halo
    metafísico que irradiaba el Estado, ya
    no es encarnación de la unidad nacional. El Estado
    actual se reduce al Poder
    Ejecutivo ("El Estado soy
    yo": Luis XIV). De imagen de
    colectividad, el estado pasa
    a ser una cierta unidad administrativa. En la medida que el
    estado deviene
    un "mercado
    político" de intereses particulares, a los ciudadanos les
    resulta difícil reconocer en el estado una
    "cosa publica". Aparece ahora guiado exclusivamente por una
    racionalidad instrumental de oferta/demanda. Es
    así que en ciertos sectores se da una "ausencia del
    Estado" que es
    imperativo solucionar con extrema urgencia

    El Estado, o
    mejor dicho quienes lo controlan, y la clase política no
    dan cuenta de los cambios producidos. Para saber lo que sus
    representados piensan, utilizan instrumentos de
    ascultación prefabricados y se aferran con todo a los
    resultados de las encuestas que
    encargan. Boudrillard habla del "encanto de los sondeos" que al
    ser indecidibles resulta suspicaz darle valor a los
    sondeos, ya que son una especie de veredicto de simulación. "Veredicto de simulación, de incredulidad, de
    descreimiento que se extiende actualmente a todo lo que nos llega
    por el canal de los media y de la información, en cierto modo por el canal de
    la ciencia. Ni
    la pantalla de Tv si los sondeos representan nada. Es un error
    pensar que los sondeos puedan ser representativos de algo. El
    sistema electoral
    puede seguir pretenduiéndose representativo porque pone en
    escena una dialéctica relativa de los representantes y de
    los representados. El sondeo no es del orden de la
    representación sino de la simulación, y es un total contrasentido
    aplicar la lógica
    de un sistema de
    representación.

    Se confía generalmente en los resultados de las
    encuestas.
    Marcan tendencia. Sin embargo, "si se diera por supuesto que es
    posible acreditar la información de cualquier verdad, ahí
    comenzaría el drama. Pues el cliché ideal que
    obtendríamos de lo social equivaldría a absolvernos
    de su eventualidad dramática. Esta verdad
    significaría que lo social ha sido vencido por la
    técnica de lo social. Este es el objetivo
    diabólico de cualquier simulación. Allí comienza la
    tecnología
    blanda del exterminio". Los sondeos funcionaría al
    revés de su pretendido objetivo.
    Funcionan como espectáculo de la información, como burla de lo
    político y de la clase política.

    Frecuentemente las demandas pueden ser absorbidas
    administrativamente por la burocracia
    estatal aún antes de entrar a la arena política. Un
    indicador de esto es la importancia que han cobrado los
    ministros.

    Con lo cual el debate
    político/parlamentario, basado en lo lógica
    de la democracia
    aparece como un "teatro" frente al
    predominio absoluto de la racionalidad impuesta por la
    lógica de mercado:
    ganadores y perdedores. En una lógica basada en principios
    democráticos lo que se busca es el bien común, a
    través de una articulación colectiva de actores
    sociales. Lo contrario son los principios
    rectores de la lógica de mercado:
    sólo hay intercambio entre quienes tienen el poder y los
    recursos
    necesarios, el beneficio de uno implica la pérdida de
    otro, por lo cual es muy difícil que funcionen más
    que como unidades individuales.

    Siendo esta forma de política racional/formal la
    amanera actual emergente, hay que referir a ella el desencanto.
    No es un desencanto con la política como tal, sino como
    con determinadas formas tradicionales de hacer política y
    en concreto con
    una política incapaz de crear una identidad
    colectiva. (La política de estos tiempos tiene como
    referencia identidades acotadas -estudiantes, gremios,
    ecologistas, gays).

    Sobre la condición posmoderna

    Al hablar de la condición posmoderna o de la
    posmodernidad
    en general, hay que analizar atentamente el traslado de esos
    conceptos a la situación de América
    Latina. Aquí lo posmoderno nunca podría darse
    aquí en "estado puro", no puede incorporarse sin
    modificaciones, porque las situaciones que lo han generado no son
    las mismas que experimentamos en nuestras sociedades.
    Aunque en estos últimos años los índices del
    consumo han
    aumentado, no estamos en el paraíso del consumo, no
    hemos llegado a hartarnos de los excesos de la productividad y
    el industrialismo, no se nos ha perdido la naturaleza ni la
    automatización ha encerrado todas nuestras
    rutinas. Estamos muy lejos de lo que Baudrillard llama
    "después de la orgía". Sin embargo, habitamos
    grandes ciudades donde la contaminación y la impersonalidad son
    omnipresentes, cosa que nos emparienta con las sociedades del
    norte. Se podría decir que desde el punto de vista
    tecnológico estamos afectados de hecho por algunos de los
    fenómenos que han dado lugar a la irrupción de lo
    posmoderno en los países "centrales". Lo que no implica
    decir que se esté afectado "igualmente", ya que la
    situación socioeconómica estructural en que el
    fenómeno se sitúa es diferente, lo que ofrece es
    una lectura
    diferencial del mismo fenómeno. Por supuesto que los
    sectores sociales concernidos más directamente son sobre
    todo urbanos; en el caso de las poblaciones rurales, la
    situación no se da del mismo modo.

    Sin embargo, algo común con aquellos
    países es la desesperanza frente al modelo
    moderno, tanto en su vertiente funcional como en la
    revolucionaria, resulta evidente. Lo que produce, por causas
    diferentes y aún opuestas un "efecto" similar al del mundo
    "cool" del capitalismo
    avanzado. Un "no future" distinto, no una sensación de
    haberlo vivido todo, sino la de no poder llegar a
    vivirlo (al futuro). La proyectualidad ha
    desaparecido.

    Entonces Latinoamérica no sería lo "otro"
    absoluto de los países centrales, el lugar donde se da
    aún el pintoresquismo de las culturas "puras", donde
    "está todo por hacer". (no está entonces fuera de
    la historia como
    dice Hegel). Esto
    supone la idea de que estos países se encuentran "fuera"
    de la influencia dominante del capitalismo
    occidental, y el atraso tecnológico visto como romanticismo de
    la no contaminación. Lo correcto sería
    más bien interpretar modos diferentes de la modernidad, y
    en el caso de Latinoamérica no como diferente del europeo,
    en el sentido de incluir aspectos evidentes que salen fuera del
    esquema weberiano de la racionalización.

    Podemos hacer nuestra la afirmación de que en
    América
    Latina la modernidad ha tenido (no implica que se haya
    terminado) consecuencias menos emancipatorias y mucho más
    trunca, y que se están produciendo situaciones de posmodernidad
    que gestan valores sobre
    bases diferentes de las del Centro.- pero con efectos similares-.
    Desde que llegaron a estas tierras , las promesas de la Ilustración nunca dejaron de chocar con la
    realidad de nuestros países, es así que podemos ver
    en el realismo
    mágico esa transgresión que fue el "boom" y que
    presenta un universo colorido
    y pintoresco irreductible a las categorías del pensamiento
    dominante en Occidente.

    En el concepto de
    "modernización", la modernidad ha quedado reducida al
    despliegue de la racionalidad formal. El proceso social es
    pensado exclusivamente desde el punto de vista de la
    funcionalidad de los elementos para el equilibrio del
    sistema.

    El desencanto actual se refiere a la
    modernización y en particular a un estilo
    gerencial-tecnocrático de hacer política. Se
    podría decir que el desencanto emergente es más
    efecto del proceso de modernización, que de la modernidad
    misma. Los objetivos que
    se plantearon los iluministas han sido los más caros a
    toda la humanidad. El problema no estaría en aquellos
    objetivos sino
    en los medios con los
    que se quería llegar a ellos. La liberación del
    hombre a
    través de la razón, la técnica, ha terminado
    conviertiéndose en su opuesto.

    "El sueño de la razón produce monstruos",
    y el "monstruo de Frankenstein" es una buena imagen de esto.
    Es el símbolo más definido de lo que es la
    combinación de Ciencia,
    Tecnología
    y la pretensión de que no existen límites a las
    posibilidades del hombre. El
    monstruo es el producto de
    ese sueño, y en este siglo se ha soltado de sus cadenas
    (guerras
    mundiales/Holocausto/Limpieza étnica en
    Yugoslavia…..).

    Lo que se pone en cuestión es la
    pretensión de hacer de la racionalidad formal el principio
    de totalidad. Esto sería una ilusión, ya que el
    "rompimiento de los lazos sociales" es un hecho, la
    atomización impide la formación de criterios que
    puedan sustentar la conformación de un nuevo todo social
    homogéneo. Cuando se habla de "rompimiento de los lazos
    sociales", es la afirmación de la visión liberal de
    la sociedad, que
    considera a una sociedad como un
    conjunto de individuos en la que todos interactúan en base
    a sus intereses personales mediante la asociación con
    otros individuos con metas hacia el bien individual de cada
    uno.

    El desencanto de las izquierdas

    Volviendo la mirada hacia épocas en las que uno
    no ha vivido (pero le han contado), parecía que el mundo
    estaba marcando hacia el socialismo.
    Entendiendo por esto una sociedad
    más justa, no la pesadilla burocrática del socialismo real
    soviético. Ahora , el panorama social es muy distinto de
    épocas pasadas. La izquierda ya no puede creer en una
    utopía cercana, de modo que existe un consiguiente
    "ablandamiento" de posiciones y una pérdida de la
    adherencia al "gran relato" revolucionario. Paradoja de un
    momento donde a juzgar por la sola variable económica las
    reacciones sociales y la radicalización, podrían
    parecer altamente esperables. (Si nos guiáramos desde un
    marco de interpretación moderno). Tal vez sea que
    jamás deseamos el evento real, sino su espectáculo,
    lo que significa que no se tienen tantas ganas de que las cosas
    cambien. Para que la Revolución
    se produzca debe seducirnos. "Pero es posible pagar el precio
    más elevado para ser seducido: puesto que la Revolución
    puede ser históricamente determinante, su mero
    espectáculo ya es sublime – y nos quedamos extasiados con
    él -.

    Lejos de estos planteos, las izquierdas se replantean
    sus concepciones tradicionales, la lucha de clases no puede ser
    concebida ni como una guerra a
    muerte ni como
    una lucha entre sujetos preconstituidos. Uno de los rasgos
    específicos de la construcción de un orden democrático
    es justamente la producción de una pluralidad de sujetos.
    Sólo abandonando la idea de una predeterminación
    económica de las posiciones
    político-ideológicas se hace posible pensar lo
    político. Hay que pensar también lo político
    también como productor de relaciones sociales. No
    considerarlo como fenómeno de dominación masiva
    sino como algo que vincula, funcionando a través de una
    organización reticular, atravesando
    trasversalmente los individuos.

    Actualmente, las izquierdas atraviesan una crisis de
    proyecto: la
    idea de una sociedad socialista parece haber perdido actualidad.
    La construcción del orden social es concebida
    como la transformación democrática de la sociedad.
    El vuelco de la discusión intelectual hacia la
    cuestión democrática significa una importante
    innovación en unas izquierdas
    tradicionalmente mas interesadas en cambios
    socioeconómicos y un significativo intento por comprender
    la realidad de a quienes deben su "representación".
    Aquí reside uno de los grandes integrrogantes de este
    momento: si el profesional de la política devenido
    funcionario público representa al ciudadano mediante el
    voto.

    Como dice Fernando Calderón "No se me ocurre
    mejor recurso que el de la astronomía para graficar el actual universo societal
    latinoamericano. Vistos desde el modernismo los
    movimientos sociales habrían perdido su impulso vital y su
    orden constelar estaría siendo reemplazado por una especie
    de big-bang; aquellos sujetos y actores que. construían la
    historicidad hoy estarían fragmentados y dispersos y las
    nuevas practicas y actores sociales serían mas expresivos
    y simbólicos que políticos. El universo
    societal semejaría como una gran galaxia en
    formación, incandescente y embrionaria pero
    espasmódica, con identidades restringidas pero con gran
    cohesión ética,
    sería un conjunto de energías dispersas en torno de un hueco
    negro, pero que mañana quizás serán
    estrellas."(2)

    Fragmentación de la sociedad

    Podemos ver en la modernización un proceso de
    reducción de la validez de algunas formas tradicionales de
    integración social y que, al empujar hacia
    una creciente secularización en la cultura,
    debilita las viejas formas de legitimación basadas en
    creencias religiosas. Lo anterior no significa, sin embargo, que
    la modernización no genere sus propias formas de integración .

    La cuestión en América
    latina es si acaso la heterogeneidad cultural constitutiva de
    su propia y especifica modernidad hace posible todavía el
    funcionamiento de los sistemas sociales
    en un mundo crecientemente secularizado.

    El llamado a una secularización de la
    política puede apoyarse en la cultura
    posmoderna en tanto esta implica cierto desvanecimiento de los
    afectos, propiciando una conducta "cool" e
    irónica. La "moda"
    internacional contribuye a enfriar la carga emocional de la
    política, disminuyendo las presiones y por tanto permite
    al ámbito político mayor autonomía. Tales
    tendencias probablemente favorezcan una consolidación
    democrática en nuestros países. Pero no por eso
    entramos en la posmodernidad
    -a lo europeo- . Es decir, en América
    Latina no pasa lo mismo que en 1°Mundo, lo que pasa
    alí lo trasciende, y por estos lugares se sienten los
    efectos.

    La cultura
    posmoderna no orienta un proceso de secularización; es su
    producto.
    Acepta la visión liberal de la política como
    "mercado": un intercambio de bienes. Esta
    aceptación es amplia, sobre todo en la sociedad argentina. Los
    políticos se han habituado a esto afinando su tradicional
    "clientelismo". Si la política es un mercado su centro ya
    no está en el Congreso de La Nación, sino que se
    encuentra en la Bolsa de Comercio y en
    las redes de
    telefonía portátil que inunda el mar de las
    comunicaciones. Amargamente se puede afirmar que
    el voto expresado por cada uno de los ciudadanos, no decide y
    sí lo hacen los representantes de grupos
    económicos, con la diferencia que éstos deciden
    todos los días y los ciudadanos hacen el simulacro de
    decidir cada dos años.

    Sobre el proceso de
    secularización

    La democracia
    moderna nace junto al desencanto del mundo. En el origen del
    orden recibido se encuentra la religión, la
    anterioridad de la religión como
    principio constitutivo del orden hace de la sociedad un reino del
    pasado puro, inmutable. La posterior racionalización,
    socava el carácter trascendente del fundamento. Con el
    debilitamiento de la garantía exterior e indiscutible
    surge el problema moderno de la libertad y de
    la certidumbre.

    El fin de la religión como
    principio constituyente del cuerpo social marca una ruptura
    total. La sociedad se sigue reconociendo y afirmando a "sí
    misma" por medio de un referente exteriorizado, pero se trata de
    un dios sujeto presente en el mundo. El Estado.

    "En una región tan impregnada por la Iglesia y la
    religiosidad popular no es fácil renunciar a la
    pretensión de querer salvar el alma mediante la
    política. Ello explica muchos rasgos de la práctica
    política en América
    Latina, lo que pareciera exigir una concepción
    secularizada es renunciar la utopía como objetivo
    factible; sin por ello abandonar la utopía como el
    referente por medio de lo cual concebimos lo real y determinamos
    lo posible."(3)

    La democracia
    supone la secularización. Sólo una actitud laica
    que no reconoce ninguna autoridad o
    norma como portadora exclusiva y excluyente de la verdad permite
    a una sociedad organizarse según el principio de la
    soberanía popular y el principio de
    mayoría. La secularización significa desvincular la
    legitimidad de la autoridad y de
    las leyes de las
    pretensiones de verdad absoluta. Al hacer de la fe religiosa y de
    los valores
    morales un asunto de la conciencia
    individual, la secularización traslada a la
    política la tarea de establecer normas de validez
    sobreindividual (a través de criterios de racionalidad
    formal).

    Perdido el encanto de un principio absoluto, desde
    siempre válido para todos, las divisiones de la sociedad,
    lo diferentes intereses y experiencias dan lugar a
    múltiples principios
    reguladores. Puesto que la religión ya no opera
    como un mecanismo de neutralización de los conflictos, se
    produce una reestructuración del conjunto de las
    relaciones sociales.

    La secularización no abarca solamente un proceso
    de descontrucción. La misma descomposición del
    orden recibido plantea la recomposición. Esta
    reconstrucción ya no puede apoyarse en una
    legitimación divina o orientarse por criterios de
    algún pasado ejemplar. En vez de restaurar un orden
    consagrado, se trata de instituir el orden a partir de la
    sociedad misma. Así, la secularización hace de
    autoidentificación el problema fundamental de la
    modernidad.

    "La carga religiosa de la política asume la
    función integradora que antaño cumplía la
    religión.
    La convivencia social es reinterpretada como comunidad a
    través de una "teología política". Esta
    ofrece a la sociedad una imagen de
    plenitud en la cual reconocerse venerarse en tanto orden
    colectivo y así estabilizarse en el tiempo. Pero no
    solo la noción de bien común, también el
    principio de la soberanía popular contiene una promesa de
    armonía final. Tanto en la interpretación liberal
    como en la marxista, la voluntad popular remite a la
    felicidad."(4)

    Esta utopía secularizada es denunciada hoy en
    día, en una alusión a una desproporción
    entre los objetivos
    prometidos y los recursos
    disponibles. Lo que habría permitido a la política
    asumir la dirección integradora de la sociedad, hoy
    provoca una desconfianza generalizada en la
    política.

    La secularización del principio religioso por
    parte de la política significa no sólo fundar la
    integración social en una "última
    instancia" (principio lógico y teleológico) sino
    además institucionalizar ese fundamento en un esquema
    centralizado. La sociedad constituye el sentido de orden a
    través de una instancia físicamente
    metafísica: el Estado. En adelante, el vértice
    colectivo reside en el Estado donde confluyen el ordenamiento
    constitutivo de la vida social y su ordenamiento
    material-concreto.

    La redención

    El desencanto expresaría no sólo un
    desmoronamiento de la idea de futuro, sino aún de la
    historia misma.
    El desencanto con el futuro es fundamentalmente una
    pérdida de fe en determinada concepción del
    progreso: el futuro como redención. La creencia en que
    podemos salvar nuestras almas por medio de la política es
    un sustituto al vacío religioso dejado por la
    secularización. Esta da lugar a un proceso de
    "destrascendentalización" que traslada las esperanzas
    escatológicas en la historia humana
    proyectándolas al futuro como la finalidad del desarrollo
    social. El futuro se condensa en utopías concebidas
    como metas factibles.

    La idea de redención opera fundamentalmente como
    un mecanismo de legitimación: nos afirmamos a nosotros
    mismos, en contra de todas las vicisitudes existentes,
    proyectándonos a un futuro salvaguardado. Según la
    Escuela de
    Frankfurt, en el marxismo
    ocurrió algo similar: al poner en el futuro todas las
    esperanzas, se olvidaron de las penas del presente. (Que son las
    que movilizan hacia el futuro).

    El encantamiento con las rupturas salvacionistas va a la
    par con una visión monista de la realidad social. Desde
    este punto de vista, la revolución
    sería un salto a un orden nuevo, igualmente
    monolítico. El objetivo no es cambiar las condiciones
    existentes sino romper con ellas. El espectáculo de la
    revolución
    es sublime, tanto que esta se agota en él, en su
    fetichización mágica y artificial.

    Si consideramos que el proceso social está
    cruzado por diferentes racionalidades, su transformación
    ya no puede consistir en "romper el sistema", sino reformarlo. Lo
    que no implica perder el horizonte de sentido. Si la
    política es una actividad humana práctica, y la
    opción revolucionaria ya no es válida (por ahora),
    entonces, reformar la sociedad es discernir las racionalidades en
    pugna y fortalecer las tendencias que estimamos mejores en cuanto
    a ese horizonte de sentido.

    Cuando la secularización recupera como producto de
    los hombres lo que estos habían proyectado al cielo, la
    política asume aspiraciones anteriormente entregadas a la
    fe religiosa. Esta carga religiosa de la política suele
    ser considerada hoy una sobrecarga de expectativas. Esto provoca
    una desilusión respecto de todo un conjunto de
    prácticas y un universo
    simbólico que son dejados de lado, adoptando una
    visión más estrecha de la política,
    más realista.

    De la salvación al realismo

    El realismo tiene
    una afinidad con la cultura
    posmoderna. Ambos rechazan las grandes gestas, exploran lo
    político en la vida cotidiana. Así la cultura
    posmoderna alimenta un realismo
    político en tanto prepara una nueva sensibilidad sobre lo
    posible. El abandono de las grandes gestas puede hacer que la
    política mire lo cotidiano, lo micro. Soluciones
    efectivas de problemas
    cotidianos a los que no parece responder. Sin embargo la
    decisión no es tan sencilla. Tras esta posición no
    se evidencia una noción de la política como
    construcción de futuro.

    Se renuncia a una idea de emancipación.
    Aparentemente la cultura posmoderna se libera de ilusiones
    iluministas, o tal vez realmente pierde capacidad para elaborar
    un horizonte de sentido. La posmodernidad presume un agotamiento
    de la secularización; la capacidad innovadora de la
    sociedad se habría extendido y acelerado a tal punto que
    rutiniza el progreso y finalmente lo vacía de contenido.
    "Es la inercia de todo lo existente. Las cosas siguen funcionando
    cuando su idea lleva mucho tiempo
    desaparecida. Siguen funcionando con una indiferencia total hacia
    su contenido. La idea de progreso ha desaparecido, pero su
    inercia continúa."(5)

    Se abandona una perspectiva futura que enfoca los
    problemas
    exclusivamente a través de algún modelo de
    sociedad futura ( para muchos el mundo marchaba hacia el socialismo). Ni
    capitalismo ni
    socialismo, ni
    izquierda ni derecha ofrecen un "modelo" que
    resuma las aspiraciones mayoritarias. Los anhelos parecieran
    desvanecerse sin cristalizar en un imaginario colectivo.
    Entonces, "la unica verdad es la realidad": el modelo
    neoliberal se autolegitima en el horizonte de lo real como lo
    único posible. Tal vez esta sea la causa de que los
    discursos
    económicos alternativos sean vistos como
    "ingenuos".

    El momento actual es tal que los lugares
    políticos tradicionales han desaparecido. Han mutado. Se
    han hecho más individuales, privados. La
    reivindicación sigue estando presente, aunque se ha
    puntualizado en multitud de grupos diversos:
    jubilados, desocupados, estudiantes, mujeres, etc.. Esto muestra la
    permanencia de lo político, aunque en transición,
    mutación hacia algún nuevo tipo de
    significación. No es la desaparición de la escena
    política. Es su redefinición, se fija en
    términos más reducidos, más realista. Se
    siguen contemplando medios y
    fines, pero se los contempla de manera más acotada, en un
    sentido similar a lo ocurrido con la planificación social en América
    latina: de planificación centralizada a planificación
    estratégica. Se le da importancia a los problemas que
    se vislumbran con posibilidad de solución efectiva en un
    plazo próximo. Ciertamente esto no permite plantearse un
    escenario a futuro donde definir un proyecto, pero es
    comprensible la aparición de este tipo de estrategia en
    países con tantas deudas sociales.

    Conclusion

    Quedan lejos los días en que la humanidad se
    sentía llamada a "transformar el mundo". El sentimiento de
    omnipotencia que reinaba en los ‘60s ha cedido el lugar a
    la impotencia. La ofensiva del neoliberalismo
    contra la Intervención estatal, pero más contra la
    idea de soberanía popular, es un signo de la
    época. Al cuestionar la construcción deliberada de la sociedad por
    sí misma no se cuestiona sólo a la democracia; se
    cuestiona toda la política moderna. La fe que antes
    depositaron en la fuerza de la
    voluntad política se diluido. Pero no sólo
    desaparece el voluntarismo, se tiende a restar importancia a toda
    acción política. El político profesional es
    un personaje sobre el que se tiende una manto se sospecha. La
    actividad pública, el hacer público ha perdido
    importancia y prestigio, en beneficio de lo privado que es
    exhaltado como modelo. Desde este marco se entiende el escaso
    interés
    por la educación pública, gratuita y laica,
    en todos sus niveles. La educación, al ser
    algo de apropiación individual, se entiende como un
    servicio y no
    como un derecho, quedando en la órbita de lo privado y el
    Estado no tendría razones para inmiscuirse.

    Vivimos en América
    Latina (y no sólo aquí) una crisis de
    proyecto.
    Puede conllevar a una abdicación a nuestra responsabilidad por el futuro. Pero también
    puede expresar una nueva concepción del porvenir. Intuimos
    que el mañana son mil posibilidades no menos
    contradictorias que las opciones de hoy e irreductibles en una
    visión coherente y armoniosa. Vislumbramos un futuro
    abierto que resulta incompatible con la noción habitual de
    proyecto. Entonces, más que un proyecto alternativo, lo
    que necesitamos es una manera diferente de encarar el
    futuro.

    No es que existan menos posibilidades o menos anhelos;
    ellos crecen al igual que las necesidades, pero no encuentran un
    marco donde interpretarse.

    La significación instrumentalista de la
    política: el presente como "transición" hacia la
    realización de una utopía. Que el futuro sea
    imaginado como mercado o como sociedad sin clases, se trata de un
    orden pospolítico. Y al concebir la "abolición de
    la política" como una meta factible, la acción
    política presente tiene un carácter exclusivamente
    instrumental. Para superar este enfoque se ha propuesto
    reconceptualizar la utopía como una imagen de
    plenitud imposible, pero indispensable para descubrir lo posible,
    ya que la utopía al resumir los deseos imposibles de
    realizar en el presente, empuja hacia el futuro, y la
    política como herramienta indispensable para forjar ese
    cambio.

    El debate en el
    primer mundo sobre posmodernidad contribuye a reflexionar
    precisamente la articulación de un orden colectivo por
    medio de una cultura política democrática. Las
    dictaduras no han sido meros paréntesis, fueron intentos
    de romper de raíz proyectos
    progresistas, por esto no podemos repetir formas anteriores. Es
    así que el ambiente
    posmoderno ayuda a desmitificar el mesianismo y carácter
    religioso de una "cultura de militancia", a relativizar la
    centralidad del Estado, del partido y de la política
    misma. Contribuye a replantear los límites de la
    política, aunque no aporte criterios para acotar el
    campo.

    El actual clima intelectual
    está marcado por las críticas neonietzcheanas al
    racionalismo
    iluminista. El debate sobre
    la modernidad tiene el mérito de replantear la
    dialéctica de la seculariza-ción. Se abre
    aquí un camino fértil para repensar la democracia.
    Podemos considerarla una hija de la secularización en un
    doble sentido. Por un lado, la democracia proclama la
    incertidumbre al instituir la voluntad popular como principio
    constitutivo del orden. Por el otro, ha de hacerse cargo de las
    demandas e certidumbre que provoca precisamente una sociedad
    secularizada.

    La crítica posmoderna de la noción de
    sujeto tiende a socavar las bases para repensar la
    política. Al identificar la lógica política
    con el mercado y el intercambio no puede plantearse el problema
    de identidad.
    Esta es una de las tareas mayores que enfrenta la cultura
    política democrática: cómo construir una
    identidad
    democrática colectiva teniendo en cuenta la heterogeneidad
    social que la conforma.

    El desencanto posmoderno contempla como desafío
    valorar la articulación de las diferencias sociales.
    Asumir la heterogeneidad social como un valor e
    interrogarnos por su articulación como orden colectivo. No
    se puede concebir una política democrática a partir
    de la "unidad nacional" sino a partir de las diferencias. El
    desencanto puede ser políticamente muy fructífero.
    La sensibilidad posmoderna fomenta la dimensión
    experimental e innovadora de la política:" el arte de lo
    posible". Pero esta revalorización de la política
    descansa sobre una premisa: una conciencia
    renovada de futuro. El problema no es el futuro, sino la
    concepción que nos hacemos de él. Entonces, el
    "pensar la derrota" es redefinir el significado de la propia
    política. En tal contexto considero favorable cierto
    "ambiente
    posmoderno" y su desencantamiento con las ilusiones de plenitud y
    armonía.

    Las fantasías de omnipotencia se evaporan y nos
    descubrimos frágiles. El desencanto podría entonces
    ser una situación fértil para la democracia o tal
    vez no. Depende de la capacidad y la responsabilidad de los actores sociales
    comprometidos para articular una propuesta superadora.

    Mariano Fischer

    Bibliografía

    (1) Lechner, Norbert, "los patios interiores de la
    democracia"

    (2) Calderón, Fernando; "América
    Latina: identidad y
    tiempos mixtos. O como tratar de pensar la modernidad sin dejar
    de ser indios"; pag5.

    (3) Lechner, Norbert, "los patios interiores de la
    democracia"

    (4) Lechner, Norbert, "los patios interiores de la
    democracia"

    (5) Baudrillard, Jean "La trasparencia del mal";
    Anagrama; 1991

    Bibliografía consultada

    – Baudrillard, Jean ;"América", Ed. Anagrama;
    Barcelona; 1987.

    -Lechner, Norbert; "los patios interiores de la
    democracia: subjetividad y política"; F.C.E.; Chile;
    1990

    -Lipovetsky, Gilles, "el crepúsculo del
    deber".

    -Baudrillard, Jean; "Las estrategias
    fatales", Ed. Anagrama; Barcelona; 1991.

    Foucault, Michel;
    "Microfisica del Poder"; Ed.
    Planeta-Agostini; 1995.

    -Follari, Roberto;

    – Lechner, Norbert, "los patios interiores de la
    democracia"

    – Weber, Max "La
    ciudad"

    – Friedman, Georges, "La filosofía
    política de la Escuala de Frankfurt"

    Mariano Fischer

    Lic. en Sociología Universidad
    Nacional de Cuyo

    Argentina

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