Introducción
Actualmente, uno de los hechos de mayor trascendencia
para las ciencias
sociales es el desencantamiento de la política. Es algo
obvio mencionar que esta ya no mueve pasiones. Inclusive la
controversia Boca/River parece más fuerte que la de
peronistas/antiperonistas, y el término "gorila" es ya
anecdótico. Se habla de la caída de los grandes
relatos (como si la historia fuera un cuento), y en
el supermercado se puede encontrar todo lo que se
busca.
El considerar estos problemas nos
introduce en un tema – lo posmoderno – que ha provocado
innumerables debates y hartazgo hasta el cansancio, dado lo cual
no es de mi interés
entrar en ese debate, sino
hacer uso de algunas herramientas
(con los recaudos necesarios) que sirven para acercar una
explicación a algunos fenómenos, a veces con una
intención distinta a la que el autor le dio de un
principio.
El tema de los posmoderno es difícil de
plantearse en países donde la pobreza, la
exclusión y el analfabetismo
son endémicos. Lo posmoderno puede aparecer como un lujo
exótico; más cuando la dependencia estructural de
nuestros países está fuertemente agudizada por el
problema de la deuda externa. Es
algo obvio de aclarar que la emergencia de los cuestionamientos
sobre lo posmoderno en América
Latina indica el abandono de la "teoría
de la dependencia", (y más que la "teoría"
misma, la crítica a esa dependencia) justo en el momento
en que la relación de dependencia estructural resulta
más contrastable.
Un fenómeno que caracteriza la situación
política
de varios países latinoamericanos es el desencanto.
Ello puede afectar gravemente a los procesos de
democratización al restarles arraigo a las instituciones
políticas. Por esta razón el
desencanto suele ser valorado negativamente. El peligro de un
desencanto con la democracia
existe (el masivo apoyo a Bussi en Tucumán, la
reaparición en el poder de los
señores feudales en Santiago del Estero).
El objetivo de
este trabajo es echar luz sobre algunos
de los aspectos y lugares por donde lo político
está mutando.
Al respecto se pueden encontrar dos posiciones
más o menos generales:
a)La política ha
desaparecido, ha fugado hacia su vanishing point (Baudrillard),
ya no se la necesita más, al ser el mercado el
asignador de recursos y
articulador de demandas y ofertas sociales.
b)Los espacios de la política han
cambiado, cambiando a la vez su universo
simbólico. La fuerte irrupción de la lógica
de mercado (que nace
con el capitalismo)
ha hecho estragos en el sistema de
organizaciones
e instituciones
políticas, en este caso, de la sociedad argentina;
haciendo incompatibles las posibilidades de este sistema centrado
en el Estado con
las necesidades de representación que necesita el
ciudadano. Dicho de modo más sencillo, el ciudadano no ve
al político como su referente. Lo vota, pero no lo
representa.
Pareciera que la realidad está en otro lado, y
que estamos viendo una película de la realidad: su
representación. Esto de ninguna manera es una teoría
conspirativa, sino que la causa de este efecto es producto de
los condicionamientos materiales de
este fin de siglo están provocando la emergencia de este
"desfasaje" entre lo acostumbrado y los que se nos viene
encima.
¿Es esto tan así, o se está
atravesando una etapa de mutación de lo político a
una forma que intuimos más o menos de una forma, pero no
logramos vislumbrar del todo.
Resignificación de la
política
Es evidente que en las décadas 80-90’s el
eje de discusión ha cambiado, las significaciones
culturales sostenidas por los distintos sectores de nuestras
sociedades no
son idénticas a las de décadas pasadas. Primero
vino la oleada revolucionaria y luego las dictaduras militares;
ahora asistimos a un momento donde esas experiencias han dejado
sus consecuencias. La crítica de la cultura de
militancia en las organizaciones
populares y la revalorización de la democracia
política y
los derechos civiles,
han establecido nuevos ejes políticos , los cuales,
suponen una "secularización" de la política y un
desencantamiento sobre los grandes modelos
políticos.
El objetivo de
los golpes militares no fue sólo el derrocamiento de un
determinado gobierno, sino
más que eso: establecer la fundación de un nuevo
orden a través de la implantación de un modelo
económico totalmente distinto que en ese momento si
siquiera se soñaba con que pudiera llegarse a implantar
durante un gobierno
democrático. Se buscaba imponer una nueva normatividad
mediante procedimientos
propios a la "lógica
de la guerra": la
aniquilación del adversario y a abolición de las
diferencias. de ahí que un primer rasgo de la
discusión intelectual durante el proceso (y
posteriormente) fue la denuncia del autoritarismo en nombre de
los derechos humanos.
Los intelectuales no luchaban en defensa de un proyecto, sino
por el derecho a la vida de todos.
El desencanto en el ambiente
intelectual
Aunque el marxismo
influyera en el pensamiento
económico y sociológico nunca alcanzó a
tener arraigo duradero en la región. Aunque se lo siga
citando cotidianamente, el uso de Marx ha perdido
su connotación cuasireligiosa de antaño. Ahora se
critican aspectos centrales del marxismo y de
una tradición política: una filosofía de la
historia, a la
idea de sujeto, al concepto de
totalidad. Es una crítica que toma distancia, sin
pretender elaborar un paradigma
alternativo.
El momento actual es de cierto desencanto con la
modernidad;
que ha sido definida por Weber como
"desencantamento del mundo". Se trataría de una especie de
desencanto con el desencanto". Fórmula paradógica
que hace recordar que el desencanto es más que una perdida
de ilusiones, es la reinterpretación de los anhelos. De
ser así, ese desencanto llamado posmodernidad
no sería el triste final de un proyecto
demasiado hermoso para hacerse realidad, sino, por el contrario,
un punto de partida.
El desencanto con la
modernización
En el clima
político actual se evidencia un proceso de
desencanto. Es notorio el desencanto de las izquierdas.
Éstas ya no creen en el socialismo como
meta predeterminada ni en la clase obrera como sujeto
revolucionario – si alguna vez lo creyeron -.
Afirmar que la política ya no provoca pasiones,
es una obviedad. Aunque la política sigua estando en los
medios, pero
como noticia ocupa el lugar que antes tenía asignado la
farádula. Es decir, la importancia del discurso
político – texto – ha
desaparecido, primando la importancia de lo visual.
En relación al proceso de
modernización, su cumplimiento se refiere a la
realización de la "última etapa" de la modernidad y la
secularización y tecnologización que le
serían inherentes, según la idea implícita
de que hay "una" modernidad.
Imponer ciertas normas
"universales" de la racionalización hasta sus
últimas consecuencias en lo económico,
tecnológico, político y cultural. Por tanto, la
modernización no pretende la "entrada a la modernidad", sino
el cumplimiento de sus posibilidades máximas, el impulso
para la realización de tales posibilidades en sociedades en
que no se han dado, y donde hay evidentes obstáculos para
ello.
Una primera dimensión del desencanto actual es la
pérdida de fe en que exista una teoría
que posea la clave para entender el proceso social
en su totalidad. Nuestra época se caracteriza por un
recelo frente a todo tipo de metadiscurso omnicompresivo. El
rechazo a la Razón totalizante se apoya en la existencia
de diversas racionalidades. Los distintos campos sociales se
diferencian aceleradamente, cada cual desarrollándose de
acuerdo a su lógica
específica.
Para los iluministas la modernidad era
concebida como una tensión entre diferenciación y
unificación dentro de un proceso
histórico que tiende a una armonía final. Hoy en
día ha desaparecido el optimismo iluminista acerca de la
convergencia de ciencia,
moral y
arte para
lograr el control de las
fuerzas naturales, el progreso social. La reconciliación
de lo bueno, lo verdadero y lo bello aparece como una
ilusión de la modernidad.
El desencantamiento con esa ilusión sería
la posmodernidad
– como corriente de pensamiento –
: la diferenciación de las distintas racionalidades es
vista como una escisión. La ruptura con la modernidad
consistiría en rechazar la referencia a la totalidad. Sin
embargo, tomar en cuenta ese desencanto siempre tiene dos caras:
la perdida de una ilusión y por lo mismo, una
resignificación de la realidad. Lo que trae esta
dimensión constructiva del desencanto actual es el elogio
a la heterogeneidad (cultural, política,
etc..).
La "heterogeneidad estructural" de América
Latina, más allá de haberla considerado por
décadas un obstáculo al desarrollo,
podría considerarse para fomentar una interacción
mucho más densa que la que sostiene al Estado como
homogeneizador de la sociedad, ya que
en nuestros países ha desaparecido el halo
metafísico que irradiaba el Estado, ya
no es encarnación de la unidad nacional. El Estado
actual se reduce al Poder
Ejecutivo ("El Estado soy
yo": Luis XIV). De imagen de
colectividad, el estado pasa
a ser una cierta unidad administrativa. En la medida que el
estado deviene
un "mercado
político" de intereses particulares, a los ciudadanos les
resulta difícil reconocer en el estado una
"cosa publica". Aparece ahora guiado exclusivamente por una
racionalidad instrumental de oferta/demanda. Es
así que en ciertos sectores se da una "ausencia del
Estado" que es
imperativo solucionar con extrema urgencia
El Estado, o
mejor dicho quienes lo controlan, y la clase política no
dan cuenta de los cambios producidos. Para saber lo que sus
representados piensan, utilizan instrumentos de
ascultación prefabricados y se aferran con todo a los
resultados de las encuestas que
encargan. Boudrillard habla del "encanto de los sondeos" que al
ser indecidibles resulta suspicaz darle valor a los
sondeos, ya que son una especie de veredicto de simulación. "Veredicto de simulación, de incredulidad, de
descreimiento que se extiende actualmente a todo lo que nos llega
por el canal de los media y de la información, en cierto modo por el canal de
la ciencia. Ni
la pantalla de Tv si los sondeos representan nada. Es un error
pensar que los sondeos puedan ser representativos de algo. El
sistema electoral
puede seguir pretenduiéndose representativo porque pone en
escena una dialéctica relativa de los representantes y de
los representados. El sondeo no es del orden de la
representación sino de la simulación, y es un total contrasentido
aplicar la lógica
de un sistema de
representación.
Se confía generalmente en los resultados de las
encuestas.
Marcan tendencia. Sin embargo, "si se diera por supuesto que es
posible acreditar la información de cualquier verdad, ahí
comenzaría el drama. Pues el cliché ideal que
obtendríamos de lo social equivaldría a absolvernos
de su eventualidad dramática. Esta verdad
significaría que lo social ha sido vencido por la
técnica de lo social. Este es el objetivo
diabólico de cualquier simulación. Allí comienza la
tecnología
blanda del exterminio". Los sondeos funcionaría al
revés de su pretendido objetivo.
Funcionan como espectáculo de la información, como burla de lo
político y de la clase política.
Frecuentemente las demandas pueden ser absorbidas
administrativamente por la burocracia
estatal aún antes de entrar a la arena política. Un
indicador de esto es la importancia que han cobrado los
ministros.
Con lo cual el debate
político/parlamentario, basado en lo lógica
de la democracia
aparece como un "teatro" frente al
predominio absoluto de la racionalidad impuesta por la
lógica de mercado:
ganadores y perdedores. En una lógica basada en principios
democráticos lo que se busca es el bien común, a
través de una articulación colectiva de actores
sociales. Lo contrario son los principios
rectores de la lógica de mercado:
sólo hay intercambio entre quienes tienen el poder y los
recursos
necesarios, el beneficio de uno implica la pérdida de
otro, por lo cual es muy difícil que funcionen más
que como unidades individuales.
Siendo esta forma de política racional/formal la
amanera actual emergente, hay que referir a ella el desencanto.
No es un desencanto con la política como tal, sino como
con determinadas formas tradicionales de hacer política y
en concreto con
una política incapaz de crear una identidad
colectiva. (La política de estos tiempos tiene como
referencia identidades acotadas -estudiantes, gremios,
ecologistas, gays).
Sobre la condición posmoderna
Al hablar de la condición posmoderna o de la
posmodernidad
en general, hay que analizar atentamente el traslado de esos
conceptos a la situación de América
Latina. Aquí lo posmoderno nunca podría darse
aquí en "estado puro", no puede incorporarse sin
modificaciones, porque las situaciones que lo han generado no son
las mismas que experimentamos en nuestras sociedades.
Aunque en estos últimos años los índices del
consumo han
aumentado, no estamos en el paraíso del consumo, no
hemos llegado a hartarnos de los excesos de la productividad y
el industrialismo, no se nos ha perdido la naturaleza ni la
automatización ha encerrado todas nuestras
rutinas. Estamos muy lejos de lo que Baudrillard llama
"después de la orgía". Sin embargo, habitamos
grandes ciudades donde la contaminación y la impersonalidad son
omnipresentes, cosa que nos emparienta con las sociedades del
norte. Se podría decir que desde el punto de vista
tecnológico estamos afectados de hecho por algunos de los
fenómenos que han dado lugar a la irrupción de lo
posmoderno en los países "centrales". Lo que no implica
decir que se esté afectado "igualmente", ya que la
situación socioeconómica estructural en que el
fenómeno se sitúa es diferente, lo que ofrece es
una lectura
diferencial del mismo fenómeno. Por supuesto que los
sectores sociales concernidos más directamente son sobre
todo urbanos; en el caso de las poblaciones rurales, la
situación no se da del mismo modo.
Sin embargo, algo común con aquellos
países es la desesperanza frente al modelo
moderno, tanto en su vertiente funcional como en la
revolucionaria, resulta evidente. Lo que produce, por causas
diferentes y aún opuestas un "efecto" similar al del mundo
"cool" del capitalismo
avanzado. Un "no future" distinto, no una sensación de
haberlo vivido todo, sino la de no poder llegar a
vivirlo (al futuro). La proyectualidad ha
desaparecido.
Entonces Latinoamérica no sería lo "otro"
absoluto de los países centrales, el lugar donde se da
aún el pintoresquismo de las culturas "puras", donde
"está todo por hacer". (no está entonces fuera de
la historia como
dice Hegel). Esto
supone la idea de que estos países se encuentran "fuera"
de la influencia dominante del capitalismo
occidental, y el atraso tecnológico visto como romanticismo de
la no contaminación. Lo correcto sería
más bien interpretar modos diferentes de la modernidad, y
en el caso de Latinoamérica no como diferente del europeo,
en el sentido de incluir aspectos evidentes que salen fuera del
esquema weberiano de la racionalización.
Podemos hacer nuestra la afirmación de que en
América
Latina la modernidad ha tenido (no implica que se haya
terminado) consecuencias menos emancipatorias y mucho más
trunca, y que se están produciendo situaciones de posmodernidad
que gestan valores sobre
bases diferentes de las del Centro.- pero con efectos similares-.
Desde que llegaron a estas tierras , las promesas de la Ilustración nunca dejaron de chocar con la
realidad de nuestros países, es así que podemos ver
en el realismo
mágico esa transgresión que fue el "boom" y que
presenta un universo colorido
y pintoresco irreductible a las categorías del pensamiento
dominante en Occidente.
En el concepto de
"modernización", la modernidad ha quedado reducida al
despliegue de la racionalidad formal. El proceso social es
pensado exclusivamente desde el punto de vista de la
funcionalidad de los elementos para el equilibrio del
sistema.
El desencanto actual se refiere a la
modernización y en particular a un estilo
gerencial-tecnocrático de hacer política. Se
podría decir que el desencanto emergente es más
efecto del proceso de modernización, que de la modernidad
misma. Los objetivos que
se plantearon los iluministas han sido los más caros a
toda la humanidad. El problema no estaría en aquellos
objetivos sino
en los medios con los
que se quería llegar a ellos. La liberación del
hombre a
través de la razón, la técnica, ha terminado
conviertiéndose en su opuesto.
"El sueño de la razón produce monstruos",
y el "monstruo de Frankenstein" es una buena imagen de esto.
Es el símbolo más definido de lo que es la
combinación de Ciencia,
Tecnología
y la pretensión de que no existen límites a las
posibilidades del hombre. El
monstruo es el producto de
ese sueño, y en este siglo se ha soltado de sus cadenas
(guerras
mundiales/Holocausto/Limpieza étnica en
Yugoslavia…..).
Lo que se pone en cuestión es la
pretensión de hacer de la racionalidad formal el principio
de totalidad. Esto sería una ilusión, ya que el
"rompimiento de los lazos sociales" es un hecho, la
atomización impide la formación de criterios que
puedan sustentar la conformación de un nuevo todo social
homogéneo. Cuando se habla de "rompimiento de los lazos
sociales", es la afirmación de la visión liberal de
la sociedad, que
considera a una sociedad como un
conjunto de individuos en la que todos interactúan en base
a sus intereses personales mediante la asociación con
otros individuos con metas hacia el bien individual de cada
uno.
El desencanto de las izquierdas
Volviendo la mirada hacia épocas en las que uno
no ha vivido (pero le han contado), parecía que el mundo
estaba marcando hacia el socialismo.
Entendiendo por esto una sociedad
más justa, no la pesadilla burocrática del socialismo real
soviético. Ahora , el panorama social es muy distinto de
épocas pasadas. La izquierda ya no puede creer en una
utopía cercana, de modo que existe un consiguiente
"ablandamiento" de posiciones y una pérdida de la
adherencia al "gran relato" revolucionario. Paradoja de un
momento donde a juzgar por la sola variable económica las
reacciones sociales y la radicalización, podrían
parecer altamente esperables. (Si nos guiáramos desde un
marco de interpretación moderno). Tal vez sea que
jamás deseamos el evento real, sino su espectáculo,
lo que significa que no se tienen tantas ganas de que las cosas
cambien. Para que la Revolución
se produzca debe seducirnos. "Pero es posible pagar el precio
más elevado para ser seducido: puesto que la Revolución
puede ser históricamente determinante, su mero
espectáculo ya es sublime – y nos quedamos extasiados con
él -.
Lejos de estos planteos, las izquierdas se replantean
sus concepciones tradicionales, la lucha de clases no puede ser
concebida ni como una guerra a
muerte ni como
una lucha entre sujetos preconstituidos. Uno de los rasgos
específicos de la construcción de un orden democrático
es justamente la producción de una pluralidad de sujetos.
Sólo abandonando la idea de una predeterminación
económica de las posiciones
político-ideológicas se hace posible pensar lo
político. Hay que pensar también lo político
también como productor de relaciones sociales. No
considerarlo como fenómeno de dominación masiva
sino como algo que vincula, funcionando a través de una
organización reticular, atravesando
trasversalmente los individuos.
Actualmente, las izquierdas atraviesan una crisis de
proyecto: la
idea de una sociedad socialista parece haber perdido actualidad.
La construcción del orden social es concebida
como la transformación democrática de la sociedad.
El vuelco de la discusión intelectual hacia la
cuestión democrática significa una importante
innovación en unas izquierdas
tradicionalmente mas interesadas en cambios
socioeconómicos y un significativo intento por comprender
la realidad de a quienes deben su "representación".
Aquí reside uno de los grandes integrrogantes de este
momento: si el profesional de la política devenido
funcionario público representa al ciudadano mediante el
voto.
Como dice Fernando Calderón "No se me ocurre
mejor recurso que el de la astronomía para graficar el actual universo societal
latinoamericano. Vistos desde el modernismo los
movimientos sociales habrían perdido su impulso vital y su
orden constelar estaría siendo reemplazado por una especie
de big-bang; aquellos sujetos y actores que. construían la
historicidad hoy estarían fragmentados y dispersos y las
nuevas practicas y actores sociales serían mas expresivos
y simbólicos que políticos. El universo
societal semejaría como una gran galaxia en
formación, incandescente y embrionaria pero
espasmódica, con identidades restringidas pero con gran
cohesión ética,
sería un conjunto de energías dispersas en torno de un hueco
negro, pero que mañana quizás serán
estrellas."(2)
Fragmentación de la sociedad
Podemos ver en la modernización un proceso de
reducción de la validez de algunas formas tradicionales de
integración social y que, al empujar hacia
una creciente secularización en la cultura,
debilita las viejas formas de legitimación basadas en
creencias religiosas. Lo anterior no significa, sin embargo, que
la modernización no genere sus propias formas de integración .
La cuestión en América
latina es si acaso la heterogeneidad cultural constitutiva de
su propia y especifica modernidad hace posible todavía el
funcionamiento de los sistemas sociales
en un mundo crecientemente secularizado.
El llamado a una secularización de la
política puede apoyarse en la cultura
posmoderna en tanto esta implica cierto desvanecimiento de los
afectos, propiciando una conducta "cool" e
irónica. La "moda"
internacional contribuye a enfriar la carga emocional de la
política, disminuyendo las presiones y por tanto permite
al ámbito político mayor autonomía. Tales
tendencias probablemente favorezcan una consolidación
democrática en nuestros países. Pero no por eso
entramos en la posmodernidad
-a lo europeo- . Es decir, en América
Latina no pasa lo mismo que en 1°Mundo, lo que pasa
alí lo trasciende, y por estos lugares se sienten los
efectos.
La cultura
posmoderna no orienta un proceso de secularización; es su
producto.
Acepta la visión liberal de la política como
"mercado": un intercambio de bienes. Esta
aceptación es amplia, sobre todo en la sociedad argentina. Los
políticos se han habituado a esto afinando su tradicional
"clientelismo". Si la política es un mercado su centro ya
no está en el Congreso de La Nación, sino que se
encuentra en la Bolsa de Comercio y en
las redes de
telefonía portátil que inunda el mar de las
comunicaciones. Amargamente se puede afirmar que
el voto expresado por cada uno de los ciudadanos, no decide y
sí lo hacen los representantes de grupos
económicos, con la diferencia que éstos deciden
todos los días y los ciudadanos hacen el simulacro de
decidir cada dos años.
Sobre el proceso de
secularización
La democracia
moderna nace junto al desencanto del mundo. En el origen del
orden recibido se encuentra la religión, la
anterioridad de la religión como
principio constitutivo del orden hace de la sociedad un reino del
pasado puro, inmutable. La posterior racionalización,
socava el carácter trascendente del fundamento. Con el
debilitamiento de la garantía exterior e indiscutible
surge el problema moderno de la libertad y de
la certidumbre.
El fin de la religión como
principio constituyente del cuerpo social marca una ruptura
total. La sociedad se sigue reconociendo y afirmando a "sí
misma" por medio de un referente exteriorizado, pero se trata de
un dios sujeto presente en el mundo. El Estado.
"En una región tan impregnada por la Iglesia y la
religiosidad popular no es fácil renunciar a la
pretensión de querer salvar el alma mediante la
política. Ello explica muchos rasgos de la práctica
política en América
Latina, lo que pareciera exigir una concepción
secularizada es renunciar la utopía como objetivo
factible; sin por ello abandonar la utopía como el
referente por medio de lo cual concebimos lo real y determinamos
lo posible."(3)
La democracia
supone la secularización. Sólo una actitud laica
que no reconoce ninguna autoridad o
norma como portadora exclusiva y excluyente de la verdad permite
a una sociedad organizarse según el principio de la
soberanía popular y el principio de
mayoría. La secularización significa desvincular la
legitimidad de la autoridad y de
las leyes de las
pretensiones de verdad absoluta. Al hacer de la fe religiosa y de
los valores
morales un asunto de la conciencia
individual, la secularización traslada a la
política la tarea de establecer normas de validez
sobreindividual (a través de criterios de racionalidad
formal).
Perdido el encanto de un principio absoluto, desde
siempre válido para todos, las divisiones de la sociedad,
lo diferentes intereses y experiencias dan lugar a
múltiples principios
reguladores. Puesto que la religión ya no opera
como un mecanismo de neutralización de los conflictos, se
produce una reestructuración del conjunto de las
relaciones sociales.
La secularización no abarca solamente un proceso
de descontrucción. La misma descomposición del
orden recibido plantea la recomposición. Esta
reconstrucción ya no puede apoyarse en una
legitimación divina o orientarse por criterios de
algún pasado ejemplar. En vez de restaurar un orden
consagrado, se trata de instituir el orden a partir de la
sociedad misma. Así, la secularización hace de
autoidentificación el problema fundamental de la
modernidad.
"La carga religiosa de la política asume la
función integradora que antaño cumplía la
religión.
La convivencia social es reinterpretada como comunidad a
través de una "teología política". Esta
ofrece a la sociedad una imagen de
plenitud en la cual reconocerse venerarse en tanto orden
colectivo y así estabilizarse en el tiempo. Pero no
solo la noción de bien común, también el
principio de la soberanía popular contiene una promesa de
armonía final. Tanto en la interpretación liberal
como en la marxista, la voluntad popular remite a la
felicidad."(4)
Esta utopía secularizada es denunciada hoy en
día, en una alusión a una desproporción
entre los objetivos
prometidos y los recursos
disponibles. Lo que habría permitido a la política
asumir la dirección integradora de la sociedad, hoy
provoca una desconfianza generalizada en la
política.
La secularización del principio religioso por
parte de la política significa no sólo fundar la
integración social en una "última
instancia" (principio lógico y teleológico) sino
además institucionalizar ese fundamento en un esquema
centralizado. La sociedad constituye el sentido de orden a
través de una instancia físicamente
metafísica: el Estado. En adelante, el vértice
colectivo reside en el Estado donde confluyen el ordenamiento
constitutivo de la vida social y su ordenamiento
material-concreto.
La redención
El desencanto expresaría no sólo un
desmoronamiento de la idea de futuro, sino aún de la
historia misma.
El desencanto con el futuro es fundamentalmente una
pérdida de fe en determinada concepción del
progreso: el futuro como redención. La creencia en que
podemos salvar nuestras almas por medio de la política es
un sustituto al vacío religioso dejado por la
secularización. Esta da lugar a un proceso de
"destrascendentalización" que traslada las esperanzas
escatológicas en la historia humana
proyectándolas al futuro como la finalidad del desarrollo
social. El futuro se condensa en utopías concebidas
como metas factibles.
La idea de redención opera fundamentalmente como
un mecanismo de legitimación: nos afirmamos a nosotros
mismos, en contra de todas las vicisitudes existentes,
proyectándonos a un futuro salvaguardado. Según la
Escuela de
Frankfurt, en el marxismo
ocurrió algo similar: al poner en el futuro todas las
esperanzas, se olvidaron de las penas del presente. (Que son las
que movilizan hacia el futuro).
El encantamiento con las rupturas salvacionistas va a la
par con una visión monista de la realidad social. Desde
este punto de vista, la revolución
sería un salto a un orden nuevo, igualmente
monolítico. El objetivo no es cambiar las condiciones
existentes sino romper con ellas. El espectáculo de la
revolución
es sublime, tanto que esta se agota en él, en su
fetichización mágica y artificial.
Si consideramos que el proceso social está
cruzado por diferentes racionalidades, su transformación
ya no puede consistir en "romper el sistema", sino reformarlo. Lo
que no implica perder el horizonte de sentido. Si la
política es una actividad humana práctica, y la
opción revolucionaria ya no es válida (por ahora),
entonces, reformar la sociedad es discernir las racionalidades en
pugna y fortalecer las tendencias que estimamos mejores en cuanto
a ese horizonte de sentido.
Cuando la secularización recupera como producto de
los hombres lo que estos habían proyectado al cielo, la
política asume aspiraciones anteriormente entregadas a la
fe religiosa. Esta carga religiosa de la política suele
ser considerada hoy una sobrecarga de expectativas. Esto provoca
una desilusión respecto de todo un conjunto de
prácticas y un universo
simbólico que son dejados de lado, adoptando una
visión más estrecha de la política,
más realista.
De la salvación al realismo
El realismo tiene
una afinidad con la cultura
posmoderna. Ambos rechazan las grandes gestas, exploran lo
político en la vida cotidiana. Así la cultura
posmoderna alimenta un realismo
político en tanto prepara una nueva sensibilidad sobre lo
posible. El abandono de las grandes gestas puede hacer que la
política mire lo cotidiano, lo micro. Soluciones
efectivas de problemas
cotidianos a los que no parece responder. Sin embargo la
decisión no es tan sencilla. Tras esta posición no
se evidencia una noción de la política como
construcción de futuro.
Se renuncia a una idea de emancipación.
Aparentemente la cultura posmoderna se libera de ilusiones
iluministas, o tal vez realmente pierde capacidad para elaborar
un horizonte de sentido. La posmodernidad presume un agotamiento
de la secularización; la capacidad innovadora de la
sociedad se habría extendido y acelerado a tal punto que
rutiniza el progreso y finalmente lo vacía de contenido.
"Es la inercia de todo lo existente. Las cosas siguen funcionando
cuando su idea lleva mucho tiempo
desaparecida. Siguen funcionando con una indiferencia total hacia
su contenido. La idea de progreso ha desaparecido, pero su
inercia continúa."(5)
Se abandona una perspectiva futura que enfoca los
problemas
exclusivamente a través de algún modelo de
sociedad futura ( para muchos el mundo marchaba hacia el socialismo). Ni
capitalismo ni
socialismo, ni
izquierda ni derecha ofrecen un "modelo" que
resuma las aspiraciones mayoritarias. Los anhelos parecieran
desvanecerse sin cristalizar en un imaginario colectivo.
Entonces, "la unica verdad es la realidad": el modelo
neoliberal se autolegitima en el horizonte de lo real como lo
único posible. Tal vez esta sea la causa de que los
discursos
económicos alternativos sean vistos como
"ingenuos".
El momento actual es tal que los lugares
políticos tradicionales han desaparecido. Han mutado. Se
han hecho más individuales, privados. La
reivindicación sigue estando presente, aunque se ha
puntualizado en multitud de grupos diversos:
jubilados, desocupados, estudiantes, mujeres, etc.. Esto muestra la
permanencia de lo político, aunque en transición,
mutación hacia algún nuevo tipo de
significación. No es la desaparición de la escena
política. Es su redefinición, se fija en
términos más reducidos, más realista. Se
siguen contemplando medios y
fines, pero se los contempla de manera más acotada, en un
sentido similar a lo ocurrido con la planificación social en América
latina: de planificación centralizada a planificación
estratégica. Se le da importancia a los problemas que
se vislumbran con posibilidad de solución efectiva en un
plazo próximo. Ciertamente esto no permite plantearse un
escenario a futuro donde definir un proyecto, pero es
comprensible la aparición de este tipo de estrategia en
países con tantas deudas sociales.
Conclusion
Quedan lejos los días en que la humanidad se
sentía llamada a "transformar el mundo". El sentimiento de
omnipotencia que reinaba en los ‘60s ha cedido el lugar a
la impotencia. La ofensiva del neoliberalismo
contra la Intervención estatal, pero más contra la
idea de soberanía popular, es un signo de la
época. Al cuestionar la construcción deliberada de la sociedad por
sí misma no se cuestiona sólo a la democracia; se
cuestiona toda la política moderna. La fe que antes
depositaron en la fuerza de la
voluntad política se diluido. Pero no sólo
desaparece el voluntarismo, se tiende a restar importancia a toda
acción política. El político profesional es
un personaje sobre el que se tiende una manto se sospecha. La
actividad pública, el hacer público ha perdido
importancia y prestigio, en beneficio de lo privado que es
exhaltado como modelo. Desde este marco se entiende el escaso
interés
por la educación pública, gratuita y laica,
en todos sus niveles. La educación, al ser
algo de apropiación individual, se entiende como un
servicio y no
como un derecho, quedando en la órbita de lo privado y el
Estado no tendría razones para inmiscuirse.
Vivimos en América
Latina (y no sólo aquí) una crisis de
proyecto.
Puede conllevar a una abdicación a nuestra responsabilidad por el futuro. Pero también
puede expresar una nueva concepción del porvenir. Intuimos
que el mañana son mil posibilidades no menos
contradictorias que las opciones de hoy e irreductibles en una
visión coherente y armoniosa. Vislumbramos un futuro
abierto que resulta incompatible con la noción habitual de
proyecto. Entonces, más que un proyecto alternativo, lo
que necesitamos es una manera diferente de encarar el
futuro.
No es que existan menos posibilidades o menos anhelos;
ellos crecen al igual que las necesidades, pero no encuentran un
marco donde interpretarse.
La significación instrumentalista de la
política: el presente como "transición" hacia la
realización de una utopía. Que el futuro sea
imaginado como mercado o como sociedad sin clases, se trata de un
orden pospolítico. Y al concebir la "abolición de
la política" como una meta factible, la acción
política presente tiene un carácter exclusivamente
instrumental. Para superar este enfoque se ha propuesto
reconceptualizar la utopía como una imagen de
plenitud imposible, pero indispensable para descubrir lo posible,
ya que la utopía al resumir los deseos imposibles de
realizar en el presente, empuja hacia el futuro, y la
política como herramienta indispensable para forjar ese
cambio.
El debate en el
primer mundo sobre posmodernidad contribuye a reflexionar
precisamente la articulación de un orden colectivo por
medio de una cultura política democrática. Las
dictaduras no han sido meros paréntesis, fueron intentos
de romper de raíz proyectos
progresistas, por esto no podemos repetir formas anteriores. Es
así que el ambiente
posmoderno ayuda a desmitificar el mesianismo y carácter
religioso de una "cultura de militancia", a relativizar la
centralidad del Estado, del partido y de la política
misma. Contribuye a replantear los límites de la
política, aunque no aporte criterios para acotar el
campo.
El actual clima intelectual
está marcado por las críticas neonietzcheanas al
racionalismo
iluminista. El debate sobre
la modernidad tiene el mérito de replantear la
dialéctica de la seculariza-ción. Se abre
aquí un camino fértil para repensar la democracia.
Podemos considerarla una hija de la secularización en un
doble sentido. Por un lado, la democracia proclama la
incertidumbre al instituir la voluntad popular como principio
constitutivo del orden. Por el otro, ha de hacerse cargo de las
demandas e certidumbre que provoca precisamente una sociedad
secularizada.
La crítica posmoderna de la noción de
sujeto tiende a socavar las bases para repensar la
política. Al identificar la lógica política
con el mercado y el intercambio no puede plantearse el problema
de identidad.
Esta es una de las tareas mayores que enfrenta la cultura
política democrática: cómo construir una
identidad
democrática colectiva teniendo en cuenta la heterogeneidad
social que la conforma.
El desencanto posmoderno contempla como desafío
valorar la articulación de las diferencias sociales.
Asumir la heterogeneidad social como un valor e
interrogarnos por su articulación como orden colectivo. No
se puede concebir una política democrática a partir
de la "unidad nacional" sino a partir de las diferencias. El
desencanto puede ser políticamente muy fructífero.
La sensibilidad posmoderna fomenta la dimensión
experimental e innovadora de la política:" el arte de lo
posible". Pero esta revalorización de la política
descansa sobre una premisa: una conciencia
renovada de futuro. El problema no es el futuro, sino la
concepción que nos hacemos de él. Entonces, el
"pensar la derrota" es redefinir el significado de la propia
política. En tal contexto considero favorable cierto
"ambiente
posmoderno" y su desencantamiento con las ilusiones de plenitud y
armonía.
Las fantasías de omnipotencia se evaporan y nos
descubrimos frágiles. El desencanto podría entonces
ser una situación fértil para la democracia o tal
vez no. Depende de la capacidad y la responsabilidad de los actores sociales
comprometidos para articular una propuesta superadora.
Mariano Fischer
Bibliografía
(1) Lechner, Norbert, "los patios interiores de la
democracia"
(2) Calderón, Fernando; "América
Latina: identidad y
tiempos mixtos. O como tratar de pensar la modernidad sin dejar
de ser indios"; pag5.
(3) Lechner, Norbert, "los patios interiores de la
democracia"
(4) Lechner, Norbert, "los patios interiores de la
democracia"
(5) Baudrillard, Jean "La trasparencia del mal";
Anagrama; 1991
Bibliografía consultada
– Baudrillard, Jean ;"América", Ed. Anagrama;
Barcelona; 1987.
-Lechner, Norbert; "los patios interiores de la
democracia: subjetividad y política"; F.C.E.; Chile;
1990
-Lipovetsky, Gilles, "el crepúsculo del
deber".
-Baudrillard, Jean; "Las estrategias
fatales", Ed. Anagrama; Barcelona; 1991.
–Foucault, Michel;
"Microfisica del Poder"; Ed.
Planeta-Agostini; 1995.
-Follari, Roberto;
– Lechner, Norbert, "los patios interiores de la
democracia"
– Weber, Max "La
ciudad"
– Friedman, Georges, "La filosofía
política de la Escuala de Frankfurt"
Mariano Fischer
Lic. en Sociología Universidad
Nacional de Cuyo
Argentina