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Jesuitas en el Rio de La Plata




Enviado por rossi_lopardo



    Introducción

    Lista Cronológica

    Línea de Tiempo

    Capítulo I

    Bulas de Alejandro VI sobre las
    Indias

    La cristianización del
    Indio

    Evangelización

    La iglesia en América

    El Regio Patronato Indiano

    El Ejercicio del Patronato

    Organización
    Eclesiástica

    La diócesis del Río de la
    Plata

    La Inquisición

    Capítulo II

    Contrarreforma

    Peticiones para la Reforma

    Iniciativas para la Reforma

    Instrumentos de la Contrarreforma

    Evolución de la Contrarreforma

    Concilio de Trento

    Primera Fase

    Segunda Fase

    Tercera Fase

    Significación

    Capítulo III

    Mención Histórica sobre las
    misiones

    Historia de la Compañía de
    Jesús

    Capítulo IV

    El Territorio de Misiones

    Mapa del Territorio de Misiones

    Los Habitantes

    El Régimen de las
    Misiones

    Organización de los
    Pueblos

    Capítulo V

    Los últimos años de las
    misiones

    La Expulsión de los Jesuitas
    (impresiones de un testigo)

    Resultados de la Obra Misionera.

    Biografías Funcionales

    San Ignacio de Loyola

    Francisco de Javier

    Bibliografía

    Introducción:

    El siguiente trabajo se va a dedicar a analizar
    los aspectos previos a la llegada de los jesuitas al continente
    americano y analizará como fueron los pueblos (reducciones
    o misiones) que crearon y, qué legado cultural le
    ofrecieron a los indígenas junto con la
    evangelización que le venían a
    traer.

    Es importante recalcar que el trabajo
    está hecho en base a una visión objetiva de la
    historia y de los
    hechos. Éste comienza explicando cuáles eran los
    derechos de
    España
    sobre las nuevas tierras recién descubiertas y
    cuáles eran sus obligaciones,
    según las bulas del Papa Alejandro VI, las cuales le
    otorgaron a España
    todo el territorio que descubriese con la condición de que
    iban a evangelizar a los aborígenes de dicho
    descubrimiento.

    Así comienza el movimiento de
    la Iglesia y
    el Estado para
    evangelizar. Juntos llevarán la palabra de Dios a los
    indios, pero entre todos estos evangelizadores, hay un grupo, que
    merece una mención especial, los jesuitas y la labor que
    hicieron en todo el territorio del Guyrá (a ser, la
    provincia de Misiones –Argentina–
    y sus alrededores). Sin ellos, como se verá en las
    páginas del trabajo, la región no hubiese
    prosperado tanto, y, se hubiera terminado esclavizando y matando
    muchísimos indios.

    Lo que busca el trabajo es
    obtener una respuesta a la hipótesis formulada, la cual recordemos era
    la siguiente: "Las misiones
    jesuíticas ayudaron al indígena a progresar en su
    vida, siendo de esta forma de mucha importancia de nivel
    cultural".

    Lista
    Cronológica:

    1. Nacimiento
      de San Ignacio de Loyola

    12 octubre 1492
    Colón descubre América

    3 mayo 1493
    Bula Inter caetera I

    3 de mayo de
    1493 Bula Eximiae Devotionis

    4 mayo 1493
    Bula Inter caetera II

    25 junio 1493
    Bula Piis Fidelium

    25 septiembre
    de 1493 Dudum Siquidem

    1. Llega "Vasco
      de Gama" a América
    1. Nacimiento
      de Francisco de Javier

    1512 Nacimiento
    de Diego Laínez


    1. Concilio de Letrán.
    1. Revolución de Lutero negando al
      Papa.

    1534
    Fundación de la Compañía de
    Jesús.

    1536 1º
    Fundación de Buenos
    Aires.

    1. Concilio
      de Trento
    1. Muerte de
      Francisco de Javier

    31 de julio de
    1556 Muerte de San
    Ignacio de Loyola

    1565 Muerte de
    Diego Laínez

    1. Asentamiento
      de la Diócesis de Tucumán.

    1580 2º
    Fundación de Buenos Aires

    27 de julio de
    1609 beatificación de San Ignacio de Loyola por Paulo
    V.

    1. Asentamiento
      de la Diócesis de Buenos Aires

    12 de marzo de
    1622 canonización de San Ignacio de Loyola por Gregorio
    XV

    1. Culmina la
      Compañía de Jesús

    Capítulo I

    Las Bulas de Alejandro VI sobre las
    Indias.

    esde la llegada
    de Colón de regreso de su primer viaje el 15 de marzo de
    1493 hasta su nueva salida para el segundo en 25 de noviembre del
    mismo año fueron dadas por la Santa Sede cinco Letras
    Apostólicas, generalmente denominadas bulas, que son:
    Inter caetera, breve secretarial de 3 de mayo; Piis Fidelium,
    bula del 25 de junio; Inter caetera, bula extraordinaria, segundo
    documento de este título, de 4 de mayo; Eximie devotionis,
    breve extraordinario de 3 de mayo y por último, Dudum
    siquidem, bula de 25 de setiembre. El catedrático doctor
    Giménez Fernández, en reciente y luminoso trabajo
    ha estudiado minuciosamente estas letras pontificias, sin dejar
    de subrayar la inexactutid de las fechas en que algunas aparecen
    expedidas conforme las costumbres de la época y debido a
    varias causas. Según el mencionado trabajo, la Inter
    caetera de 3 de mayo es un breve secreto de Curia concedido por
    la Cámara Apostólica en el que constan encargo,
    indulto e investidura de tipo gracioso a los reyes solicitantes
    de España,
    respetando los derechos adquiridos de
    Portugal y una cláusula de motu propio destinada a "eludir
    los vicios posibles de obrepción o subrepción, en
    el fuero de la conciencia a los
    efectos de absolución de censuras por infracción de
    juramentos solemnes". El título del breve es una
    fórmula muy repetida en otras varias letras Pontificias.
    Constan asimismo: el propósito de descubrir tierras e
    islas remotas para extender la fe; el envío de
    Colón por los mismos reyes a descubrir regiones
    occidentales del mar océano, ‘hacía los
    indios según se dice’; la existencia de gentes
    salvajes y pacíficas ‘bastantes aptos para recibir
    la Fe católica y serles enseñadas buenas
    costumbres; toma de posesión de aquellas tierras en donde
    Colón hizo ‘construir y edificar una torre bien
    fortificada en la que situó varios cristianos de los que
    había llevado consigo’, y por última la
    riqueza de los parajes descubiertos, en los que se han encontrado
    oro, especias y otras muchísimas cosas preciosas de
    distinto género y diversa calidad’.
    De modo explícito hace constar el breve a
    continuación cómo los monarcas de España
    ‘como corresponde a Reyes y Príncipes
    Católicos, decidisteis según costumbre de nuestros
    progenitores, Reyes de ilustre memoria, someter
    a Nos las tierras e islas predichas y sus habitantes moradores y
    convertirlos con el auxilio de la divina misericordia a la Fe
    Católica. El papa, habiendo recibido dichas tierras e
    islas y habitantes, alabando mucho en el Señor ese vuestro
    santo y loable propósito, y deseando que sea llevado a su
    debida finalidad, de que el nombre de nuestro Salvador sea
    introducido en aquellas regiones…" en nombre del bautismo
    requiere a los reyes a proseguir la empresa
    evangelizadora, para auxilio de la cual les concede diversidad de
    gracias; motu proprio. Estas gracias son: la devolución de
    los territorios descubiertos; "con la plenitud de nuestra
    potestad apostólica, por la autoridad de
    Dios Omnipotente concedida a Nos en San Pedro, y del Vicario de
    Jesucristo que representamos en la tierra, a
    vosotros y a vuestros herederos y sucesores los reyes de Castilla
    y león, para siempre por autoridad
    apostólica según el tener de los presentes, donamos
    concedemos y asignamos todas y cada una de las tierras e islas
    supradichas así las desconocidas como las hasta
    aquí descubiertas…’’, siempre que no se
    hallaren sometidas al dominio de
    algún príncipe cristiano; otra de las gracias de
    que se hace concesión por parte del Pontífice es la
    soberanía política de los
    territorios así descubiertos, tierras e islas,
    ‘’con todos los demonios de las mismas, son ciudades,
    fortalezas y lugares y villas, derechos, jurisdicciones y
    todas sus pertenencias. Y a vosotros y a vuestros dichos
    herederos y sucesores investimos de ellas y os hacemos,
    constituirnos diputamos señores de ellas con plena, libre
    y omnímoda potestad,
    autoridad y
    jurisdicción con la condición de enviar a la
    doctrina y conversión de los naturales de las mencionadas
    tierras…" "…varones probos y temerosos de Dios,
    doctos, instruidos y experimentados para adoctrinar a los
    indígenas y habitantes dichos en la fe católica e
    imponerles en las buenas costumbres, poniendo toda la debida
    diligencia en todo lo antedicha…"; la tercera gracia es la
    prohibición que hace el Papa bajo pena de
    excomunión "a cualesquiera personas, sean de cualquier
    dignidad, estado, grado,
    orden o condición" de ir a las islas y tierras
    mencionadas, "para granjear mercaderías o por cualquier
    causa…"sin especial licencia de los reyes y de sus
    sucesores y herederos. Caracterizan por último este breve
    la concesión a los monarcas de España""
    de todas las gracias, privilegios, libertades e inmunidades y
    extensiones concedidas a su tiempo por otros
    Sumos Pontífices a los reyes de Portugal sobre sus
    respectivos territorios descubiertos en Africa, como
    asimismo los indultos de que les fue hecha merecedor la Santa
    Sede, todo lo cual debe ser considerado incluido en las presentes
    Letras "…como si estuviese aquí transcrito y
    palabra por palabra, para que sea como si a vosotros y a vuestros
    citados herederos y sucesores hubiesen sido especialmente
    concedidos. Así pues, con igual motu, autoridad,
    ciencia y
    plenitud de Potestad Apostólica y como especial
    donación graciosa, concedemos todo ello en todo y por
    todo, a vosotros y vuestros indicados herederos y
    sucesores…"derogando cuanto en contrario estuviere
    anteriormente decretado o dispuesto, conminando con
    sanción penal a todo cristiano que contra lo contenido en
    el presente documento osare ir o procede y dando validez a
    cualquier instrumento notarial en el que legalmente constase la
    copia o transcripción del susodicho breve, siempre que
    fuere "legalizada con el sello de alguna persona
    constituían en dignidad eclesiástica…". La
    fecha del documento es de 3 de mayo de 1493,aunque para el
    señor Giménez la data en que fue extendida es del
    28 al 30 de abril.

    La bula Piis
    Fidelium fue solicitud por los reyes el 7 de junio
    de 1493 y expedida en la fecha que en ella aparece, de 25 de
    junio. El documento es una bula menor a título gracioso
    concedida por la vía ordinaria de la Cancillería
    Apostólica. Está dirigida a Bernardo Boyl, vicario
    de la orden de los Mínimos en España y en ella
    constan las preces de los reyes de Castilla y Aragón, su
    propósito de cooperar a la expansión de la fe en
    las tierras e islas hasta ahora desconocidas por todos y que por
    otros sean posteriormente descubiertas hacia las regiones
    orientales y el mar Océano…" el envío de
    fray Boíl por los reyes para que "…la palabra de
    Dios predicada y sembrada entre los naturales y habitantes de
    dichas tierras e islas que ahora no tienen conocimiento
    de la fe, para convertirles a nuestra fe y religión cristiana, y
    enseñarlos e instruirlos en la práctica de los
    mandamientos del Señor…"
    ; constan,
    además, los privilegios concedidos al mencionado fray
    Boíl: "…te traslades y residas allí
    cuanto tiempo quisieres
    tú y con aquellos compañeros de tu orden o de otra
    cualquiera designados por ti o por los mismos rey y
    reina…"
    y predicar. Administrar los Sacramentos.,
    incluso absolver de pecados reservados a la Santa Sede, edificar
    y erigir iglesias o casas religiosas y bendecirlas y dispensar de
    los ayunos y vigilias, derogando por su parte el Papa cuantas
    disposiciones pontificias se opongan a la presente y autorizando
    las copias debidamente legalizadas de la citada bula.

    La bula Inter
    caetera, segunda de este título, fue
    solicitada de la Santa Sede pocos días después del
    28 de mayo para substituir a la primera Inter caetera y es una
    bula menor de carácter gracioso concedida por la
    Cámara Apostólica, vía extraordinaria.
    Contiene, al igual de su homónima, los mismos encabezados,
    preámbulo y relación de los hechos que la motivan
    con las siguientes adiciones: que los reyes habían
    decidido someter "…las tierras firmes e
    islas…"
    ; llama a Colón "…hombre apto y
    muy conveniente a tan gran negocio y digno de ser tenido en
    mucho…"
    , refiriéndose a que los descubridores
    de las tierras firmes e islas con el divino auxilio habían
    navegado por el mar desconocido, suprime la afirmación que
    consta en la primera Inter caetera de haberlo hecho por las
    "…regiones occidentales hacia los Indios, según
    se dice, que desde ella buscasen otras tierras firmes remotas y
    desconocidas…"
    Llegado el punto en que en la presente
    bula se hace la concesión de los privilegios, se suprime
    el concepto
    "…por autoridad
    Apostólica…"
    y se limita la localización
    de las tierras atribuidas a los reyes en la primera Inter caetera
    "…según el tenor de las presentes, donamos,
    concedemos y asignamos todas las islas y tierras firmes
    descubiertas y por descubrir, halladas y por hallar hacia el
    occidente y Mediodía fabricando y construyendo una
    línea del Polo Artico que es el Septentrión hasta
    el Polo Antártico que es el Mediodía, otra que
    hayan hallado islas y tierras firmes, ora se hayan de encontrar
    hacia la India o hacia
    otra cualquiera parte, la cual línea diste de las islas
    que vulgarmente llaman Azores y Cabo verde, cien leguas hacia el
    Occidente y Mediodía, así que todas sus islas y
    tierra firme
    halladas y que hallaren, descubrieren y que se descubrieren desde
    la dicha línea hacia el Occidente y Mediodía que
    por otro rey cristiano no fuesen actualmente poseídas
    hasta el día del nacimiento de Nuestro Señor
    Jesucristo próximo pasado del cual comienza el año
    presente de mil cuatrocientos y noventa y tres, cuando fueron por
    vuestros mensajeros y capitanes halladas algunas de las dichas
    islas con todos los dominios de las mismas…"
    ; en la
    concesión se suprime el concepto y
    vocablo investidura limitándola según la zona ya
    expuesta, dentro de la cual se prohibe navegar y descubrir sin
    permiso de los reyes, los cuales reciben las dichas tierras con
    las circunstancias misionera y civilizadoras que constan en la
    primera Inter caetera. Los demás extremos de la bula
    homónima , tales como derogación de otros
    privilegios anteriores, penas espirituales a los infractores y
    validez de las copias debidamente legalizadas, se mantienen en
    esta segunda. La fecha de la presente Inter caetera es, para el
    doctor Giménez Fernández de 28 de junio en vez de
    la de 4 de mayo que aparece en el documento.

    La cuarta bula alejandrina sobre el Descubrimiento y la
    concesión de las tierras occidentales, es la
    Eximie devotionis cuyo
    contenido literal ya consta parcialmente en la primera Inter
    caetera y su carácter es el de bula menor a título
    gracioso por la vía extraordinaria secreta, mediante la
    que se conceden a los Reyes Católicos los indultos y
    privilegios otorgados a los reyes de Portugal en sus respectivos
    territorios ultramarinos. "Y como hoy dice –hemos
    donado, concedido y asignado, como más claramente se
    contiene en nuestras letras a tal fin redactadas, a vosotros, y a
    vuestros herederos y sucesores los Reyes de Castilla y
    León perpetuamente, motu proprio et ex certa scientia y
    con la plenitud de nuestro poder
    apostólico todas y cada una de las tierras firmes e islas
    remotas y desconocidas existentes hacia las regiones occidentales
    y en el mar Océano, descubiertas o que se descubrieren por
    vosotros o por vuestros enviados empleando grandes trabajos,
    peligros y gastos, siempre
    que no estén bajo el actual dominio temporal
    ni sometidas a alguno de los soberanos cristianos, con todos sus
    dominios, ciudades, campamentos, lugares, poblados y todos sus
    derechos y
    jurisdicciones; y porque también algunos Reyes de Portugal
    descubrieron y adquirieron en las regiones de Africa, Guinea y
    Mina de Oro otras islas , igualmente por apostólica
    concesión y donación hecha a ellos, y les fueron
    concedidos por la Sede Apostólica diversos privilegios,
    gracias, libertades, inmunidades, excensiones, facultades,
    descriptos, Nos, por existir conveniencia y honestidad en
    ellos y por desear que Vos y vuestros referidos herederos y
    sucesores no tengáis menores gracias, prerrogativas y
    favores… os concedemos… que en las islas y tierras
    descubiertas por vosotros o en vuestro nombre o que se descubran,
    podáis y debáis poseer y gozar libre y
    lícitamente de todas y cada una de las gracias […]
    concedidos hasta hoy a los reyes de Portugal…"
    las
    cuales gracias y privilegios son concedidos sin condición
    o limitación de ninguna especie. Termina el documento con
    las usuales cláusulas y a anteriormente repetidas de
    imposición de penas por incumplimiento y la validez de las
    copias debidamente legalizadas. La fecha la sitúa
    Giménez Fernández en 3 de julio, frente a la de 3
    de mayor que aparece en la bula.

    El quinto y
    último documento de Alejandro VI sobre el tema, es la bula
    Dudum siquidem de fecha facial auténtica, 25 de
    septiembre; es una bula menor y mandamiento de justicia por
    vía ordinaria en la que a petición de los reyes se
    amplían las concesiones territoriales otorgadas en la
    primera Inter Caetera porque "…pudiera ocurrir que los
    embajadores, capitanes y vasallos vuestros -dice- que navegasen
    hacia Occidente o Mediodía arribasen a las regiones
    orientales y encontrasen islas y tierras firmes que hubiesen sido
    o sean de la India…"
    ; en vista de lo cual el Papa
    extiende las concesiones anteriormente hechas a los reyes de
    Castilla "…a todas y cada una de las islas y tierras
    firmes halladas o por hallar, descubiertas o por descubrir que
    estén o fuesen apareciesen a los que navegan o marchan
    hacia occidente y aun el Mediodía, bien se hallen tanto en
    las regiones occidentales como en las orientales y existan en la
    India…"
    bajo pena de excomunión
    en la forma acostumbrada a quienes lo contrario hicieren o
    enviase "…alguna de sus gentes a navegar, a pescar o a
    buscar islas o tierras firmes a las dichas regiones sin expreso y
    especial permiso vuestro o de vuestros ya citados herederos o
    sucesores…"
    , derogando cuantas ordenaciones
    apostólicas o donaciones se opusieren a la
    presente.

    De todas estas
    letras Apostólicas, no eran conocidas en los años
    de la polémica sobre los títulos de dominio, la
    primera Inter caetera fechada en viernes 3 de mayo, ni la Piis
    Fidelium de 25 de junio; refiriéndose por lo tanto todas
    las argumentaciones a las otras tres restantes, de las cuales la
    segunda Inter caetera de fecha sábado 4 de mayo se
    hallaban contenida en su homónima a la sazón
    desconocida; y en cuanto a la Piis Fidelium no se concreta de
    modo fundamenta a la concesión pontificia de las Indias a
    los Reyes Católicos y a sus sucesores, sino que se refiere
    a fray Bernardo Boíl, su misión y
    sus atribuciones en las tierras descubiertas.

    Dado a conocer
    siquiera substancialmente el carácter y contenido de las
    aludidas bulas, base de la discusión, corresponde ahora
    enfocar las posiciones más notoriamente adoptadas desde el
    descubrimiento y concesión de las Indias por los
    más famosos y representativos juristas y
    teólogos.

    La Cristianización del
    indio:

    El hecho social y cultural más importante
    del siglo XVII

    La
    cristianización de los indios es, sin duda, el hecho
    social y cultural más importante del siglo XVII,
    así como el máximo factor en la
    transformación de las culturas indígenas durante la
    época de dominio hispano.
    Hasta entonces los esfuerzos evangelizadores habían tenido
    resultados más bien pobres: limitado número de
    conversiones duraderas, resistencia
    frecuente de religiones y costumbres
    paganas y abundantes casos de sincretismo religioso, es decir,
    amalgamas incongruentes de conceptos religiosos
    prehispánicos a los que se mezclan y superponen otros de
    origen cristiano. La verdadera cristianización de los
    indios no pudo ser rápida ni anterior a la fecha general
    que hemos dado, por exigir la concurrencia de dos factores que
    requieren bastante tiempo: primero,
    la desaparición del poder de
    supervivencia implícito en las religiones nativas, que
    sólo se logra tras las porfiadas campañas de
    extirpación de idolatrías que tienen lugar entre
    1580 y 1630 más o menos, y que incluyen la
    destrucción sistemática de ídolos, lugares y
    objetos de culto, arresto y aislamiento de sacerdotes o
    hechiceros paganos, tenaz castigo de prácticas y usos
    considerados nefandos, predicaciones continuas contra la
    idolatría, etc.; y segundo, un largo programa de
    educación
    llevado a cabo por suficiente número de clérigos en
    una gran cantidad de misiones, parroquias y escuelas, educación cuya
    eficacia
    cristaliza al cabo de una o dos generaciones, al llegar a edad
    madura los indios catequizados desde su
    niñez.

    El catolicismo
    llega entonces a ser una parte funcional de la vida
    indígena, pese a numerosas y tenaces supervivencias de
    ritos o prácticas prehispánicas y aun de errores y
    confusiones doctrinales. […]

    Es muy
    importante reiterar qué a las filas del clero tuvieron
    acceso casi exclusivamente los blancos, criollos o chapetones.
    Vimos que los esfuerzos iniciales para preparar un clero
    indígena se consideraron prematuramente fracasados y se
    juzgaron peligrosos para la ortodoxia religiosa; el Vaticano
    mostró por este asunto un interés
    más bien tardío e insuficiente, o por lo menos,
    ineficaz; el Regio Patronato dificulta o veta de modo
    sistemático toda iniciativa sobre el particular, por
    razones políticas.
    No tuvieron así los indios otro papel en la
    Iglesia que el
    de modestos y dóciles fieles, el clero blanco no
    podía concebir hacia ellos más alto sentimiento que
    un amor compasivo
    y una actitud
    protectora, paternal; en las misiones y en las parroquias el
    clero tendió en consecuencia a mantener los indios en una
    situación de tutela perpetua, terminando por hacerles
    incapaces de valerse por sí mismos: fomentan su docilidad,
    desarrollan su disciplina y
    adormecen su personalidad y
    espíritu de iniciativa, en general ya bastante escaso.
    Así se explican los graves casos de regresión
    cultural y espiritual acaecidos en misiones abandonadas por uno u
    otro motivo, así se comprende que los indios sintieran
    (aunque sea difusamente) la religión como algo
    exterior y en cierto modo impuesto, no como
    cosa íntima y personal, y la
    Iglesia como
    una estructura
    ajena, propia más que de ellos del pueblo dominador: el
    escaso carácter nacional de la Iglesia en
    todos estos países guarda estrecha relación con
    tales hechos.

    Hasta cierto
    punto, algo de ello le ocurre a toda la sociedad
    colonial, incluidos los blancos. El clero monopoliza casi la
    cultura, la
    vida y el prestigio religiosos; la Inquisición, velando
    celosamente por la ortodoxia, llega a hacer peligrosas las
    inquietudes espirituales del individuo. La Iglesia, en
    consecuencia, es cada vez más clerical, y los seglares
    acaban por no tener en ella otro lugar que el muy pasivo de
    dóciles fieles; de la pasividad al desinterés el
    camino es corto.

    Céspedes del Castillo. G. La sociedad
    colonial americana, en Historia social y
    económica de España y América.

    Evangelización

     

    La Iglesia
    en América

    La obra
    espiritual de la colonización. Desde los momentos
    iniciales de la conquista, la difusión de la doctrina
    católica y el afán evangelizador constituyeron uno
    de los fines esenciales de la colonización.
    Recuérdese que la Bula Intercaetera dada por el Papa
    Alejandro VI en el año 1493, concedió a los
    monarcas de Castilla "todas las islas y tierra firme
    que descubriesen al occidente" con la obligación de "que
    al conquistarlas enviasen allí predicadores a convertir a
    los indios idólatras". Este compromiso fue asumido por la
    Corona con gran responsabilidad. A tal fin orientó su
    acción de gobierno
    ultramarino procurando, dentro de lo posible, dar cumplimiento a
    los ideales católicos asumidos por el pueblo
    español.

    Tanto los
    reyes como los conquistadores estuvieron sinceramente imbuidos de
    la fe cristiana, y aunque no siempre los jefes de la hueste
    indiana estuvieron a la altura del mensaje de paz y concordia
    propuesto por Cristo, debe reconocerse el notable esfuerzo por
    dotar a las empresas
    colonizadoras de un sentido espiritual y
    evangelizador.

    La Iglesia,
    como natural guardiana y ejecutora del dogma cristiano,
    constituyó un elemento de extraordinaria influencia en el
    medio americano. La religión obró
    no sólo como reguladora de las costumbres y de las
    normas morales
    sino también como fuente de la vida social y
    cultural.

    Los reyes
    actuaron en consecuencia, ligando a la Iglesia a todos los
    acontecimientos relacionados con la conquista y la
    colonización, de ahí la importancia alcanzada por
    esta institución, cuya influencia se hizo sentir sobre los
    fieles, a veces por encima de los propios funcionarios
    gubernamentales. La Iglesia, pues, se hizo presente tanto en los
    grandes actos oficiales como en los pequeños de la vida
    cotidiana.

    A partir del
    segundo viaje de Colón la influencia de sacerdotes y
    misioneros fue en constante aumento. La oportunidad
    histórica que representaba para la Iglesia Católica
    el hecho de propagar el catolicismo en las extensas regiones
    indianas, fue asumida con responsabilidad y hasta con heroísmo por un
    gran número de animosos frailes contagiados por el inicial
    espíritu de cruzada que dieron a la empresa
    evangelizadora.

    El Regio
    Patronato Indiano.

    Se
    denomina patronato al derecho exclusivo del rey para proponer y
    presentar a las personas para los oficios eclesiásticos y
    otras dignidades y prebendas destinadas a la administración del culto
    católico.

    Mediante el
    pleno ejercicio del derecho de patronato, los Reyes
    Católicos se aseguraron, la administración sobre la Iglesia
    Católica. Tal derecho les fue reconocido expresamente por
    la bula del 3 de mayo de 1493 –Eximiae Devotionis –
    expedida por Alejandro VI y confirmada por otra resolución
    papal dictada por Julio II el 8 de junio de
    1508.

    Por la
    primera, el pontífice cedió a los Reyes el derecho
    de percibir el diezmo para el mantenimiento
    de la Iglesia y la evangelización de los indios; y por la
    segunda, los monarcas eran reconocidos como patronos de todas las
    iglesias del Nuevo Mundo. De ella surgió también la
    facultad de nombrar a todos los eclesiásticos. La Corona
    se reservaba, además, los siguientes derechos:

    • El erigir
      nuevas diócesis y cambiar los límites de las ya
      existentes.
    • El percibir
      las rentas de los beneficios vacantes.
    • El autorizar
      la erección de nuevas iglesias o monasterios y la
      deposición de eclesiásticos por sus
      superiores.
    • Además, todas las bulas papales y cualesquiera
      otras comunicaciones emanadas de la Santa Sede,
      destinadas a las iglesias de España y América debían, para poder ser
      publicadas y entrar en vigor, contar con el pase o
      autorización del Consejo de Indias, organismo que se
      reservaba asimismo el derecho de revisarlas, y en caso de no
      estar de acuerdo parcial o totalmente, de devolverlas a su
      lugar de origen, lo cual incluía su
      rechazo.

    Ningún
    clérigo podía pasar a Indias sin la correspondiente
    autorización real y las altas dignidades de la Iglesia
    –obispos, arzobispos– resultaban de una terna elevada
    al pontífice por el Consejo de Indias.

    Bajo la
    dinastía de los Borbones, y como consecuencia de las
    nuevas ideas liberales, surgió entre los juristas
    españoles una doctrina nueva: el patronato y la
    sumisión de la Iglesia al Estado no
    derivaban de una concesión de la Santa Sede, sino que era
    la resultante de un derecho inherente a la soberanía de los reyes. Esta doctrina,
    mantenida en España, fue invocada por algunos de los
    jóvenes Estados emancipados entre ellos la Argentina que se
    reservaron el derecho de patronato sobre la Iglesia
    Católica dentro de sus territorios.

    El
    Ejercicio del Derecho de Patronato

    "El
    Patronazgo de todas las indias pertenece al
    Rey"

    Por cuanto el
    derecho de patronazgo eclesiástico nos pertenece en todo
    el estado de
    las Indias, así por haberse descubierto y adquirido aquel
    Nuevo Mundo, edificado y dotado en él las iglesias y
    monasterios, a nuestra costa, como por habérsenos
    concedido por bulas de los Sumos Pontífices de su propio
    motu, para su conservación y de la justicia que a
    él tenemos. Ordenamos y mandamos que este derecho de
    patronazgo de las Indias, único e Insolidum, siempre sea
    reservado a Nos y a nuestra Real Corona, y no pueda salir de ella
    en todo ni en parte, y por gracia, merced, privilegio o
    cualquiera otra disposición que diéramos en el
    dicho nuestro derecho de patronazgo […] y que ninguna
    persona
    secular ni eclesiástica, orden ni convento, religión o comunidad de
    cualquier estado,
    condición, calidad y
    preeminencia, judicial o extrajudicial; por cualquier
    ocasión o causa, sea osado a entrometerse en cosa tocante
    al dicho patronazgo real, ni a Nos perjudicar en él, ni a
    proveer Iglesia, ni beneficio, ni oficio eclesiástico, ni
    a recibirlo, siendo proveído en todo el estado de
    las Indias, sin nuestra presentación, o de la persona a quien
    lo contrario hiciere, siendo persona secular,
    incurra en perdimiento de las mercedes que de Nos tuviere en todo
    el estado de
    las indias […]

    Ley dictada por Felipe II el 1º de junio de
    1574

    Organización
    Eclesiástica

    La organización eclesiástica
    hispanoamericana estaba dirigida por arzobispos, obispos y
    deanes. Subordinados a estas jerarquías se encontraban los
    párrocos, que realizaban su acción
    evangélica en las parroquias, y los doctrineros, que
    actuaban en las reducciones indígenas.

    Cada
    diócesis, es decir, cada distrito donde ejercía su
    jurisdicción un prelado, contaba con un cabildo
    eclesiástico encargado de asesorar al obispo y de formar
    el tribunal que entendía en los asuntos relacionados con
    el fuero eclesiástico encargado de asesorar al obispo y de
    formar el tribunal que entendía en los asuntos
    relacionados con el fuero eclesiástico.

    Los arzobispos
    y obispos se encargaban, además, de promover y proponer al
    monarca, de acuerdo con el derecho de patronato ejercido por
    éste, los candidatos a ocupar las altas dignidades
    eclesiásticas.

    Los integrantes
    del clero regular, o sea los miembros de distintas órdenes
    religiosas, realizaban su labor misionera con cierta independencia
    de acción pues no dependían directamente de las
    jerarquías episcopales; peor su establecimiento en
    suelo
    americano estaba sujeto al correspondiente permiso emanado de la
    Corona. Con el avance de la colonización los miembros del
    clero regular, en general con mayor preparación. Fueron
    llamados a ocupar los más altos cargos de las
    jerarquías eclesiásticas.

    Los primeros
    arzobispados americanos se crearon en Santo Domingo, México,
    Bogotá y Lima. Con la fundación de nuevos
    núcleos poblacionales se fueron creando otras
    jurisdicciones eclesiásticas para atender las necesidades
    religiosas de los pobladores y de los indígenas
    convertidos.

    La diócesis del Río de la Plata.

    En esta
    región, el asentamiento de la primera diócesis data
    de 1556 y tuvo su asiento en la ciudad de Asunción. En
    1570 se instaló la diócesis del Tucumán con
    sede en Santiago del Estero (posteriormente trasladada a
    Córdoba), en tanto que la de Buenos Aires
    comienza a actuar en 1620. Cuando ya llegaba a su término
    el dominio
    hispánico en la región –hacia 1806– se
    creó la diócesis de Salta. Estos cuatro obispados
    dependían del arzobispado de Charcas.

    La
    Inquisición era un tribunal eclesiástico para
    castigar los delitos contra la
    fe, cuya fundación se remonta a 1218, a raíz de una
    resolución del papa Inocencio IV.

    El tribunal de
    la Inquisición o Santo Oficio, como se lo llamaba
    vulgarmente, actuaba en secreto. Sus sentencias, ejecutadas por
    autoridades civiles, eran proclamadas en un acto de
    fe.

    El inculpado
    era sancionado con penas de distinta índole y, en casos de
    reincidencia (relapsos), podía llegar a ser quemado vivo
    en la hoguera, aunque por lo general se le quitaba la vida
    primero y luego se incineraba el cadáver sujeto a un
    poste.

    La
    Inquisición fue establecida en España por los Reyes
    Católicos y mediante una real cédula expedida por
    Felipe II (enero de 1569) se dispuso instituirla en las
    Indias.

    La primera
    sede inquisitorial americana fue la ciudad de Lima,
    extendiéndose enseguida a México y
    Caracas. En su afán de bregar por la pureza de la fe, el
    Santo Oficio indiano se preocupó especialmente de evitar
    la infiltración de doctrinas consideradas heréticas
    así como la entrada de judíos y protestantes a
    quienes se persiguió. Igual rigurosidad se aplicó a
    los sacerdotes acusados de inconducta y a los blasfemos. Un
    delito bastante
    generalizado en América, que también mereció
    la persecución inquisitorial, fue la bigamia, pues muchos
    españoles alejados de sus hogares volvían a
    contraer nupcias en tierras indianas, con lo cual se
    hacían pasibles de las sanciones eclesiásticas y
    civiles.

    Una de las más importantes preocupaciones del
    Santo Oficio americano fue la relacionada con la
    introducción de libros o
    publicaciones registradas en el IndexI , cuya entrada y lectura estaba
    estrictamente prohibida. No obstante, fueron abundantes los
    permisos especiales otorgados a particulares de notoria solvencia
    intelectual y moral para
    poder
    introducir lecturas vedadas.

    En Indias, el
    Santo Oficio no aplicó con frecuencia la pena de la
    hoguera. Su actuación se hizo sentir obrando como elemento
    de presión ante determinadas circunstancias. Sus penas
    más frecuentes eran los confinamientos, destierros y
    azotes, realizados en medio de aparatosas ceremonias presididas
    por autoridades civiles y eclesiásticas.

    La
    región del Río de la Plata dependió, en
    materia
    inquisitorial, del tribunal instalado en Lima. En 1754 se
    proyectó establecer un Tribunal del Santo Oficio en esta
    región, pero el Consejo de Indias no otorgó la
    correspondiente autorización. Por tal razón, los
    pocos casos sustanciados (no superaron el centenar) estuvieron a
    cargo de jueces inquisidores, llegados expresamente de
    Lima.

    Capítulo
    II

    Contrarreforma

    a
    Contrarreforma fue un movimiento que
    tuvo lugar dentro de la Iglesia católica apostólica
    romana en los siglos XVI y XVII. Intentó revitalizar la
    Iglesia y oponerse al protestantismo. Algunos historiadores
    rechazan el término porque implica sólo los
    elementos negativos del movimiento y
    prefieren las denominaciones de Reforma o Restauración
    católica. Han resaltado la alta espiritualidad que
    animó a muchos de los que encabezaron el movimiento,
    que a veces no tenía relación directa con la
    Reforma protestante.

    Peticiones para la Reforma

    El siglo XV se
    caracterizó por las exigencias de una reforma de la
    Iglesia, como reacción al escándalo del Gran Cisma
    de Occidente y para corregir los abusos religiosos. El reformista
    religioso italiano Girolamo Savonarola (1452-1498) criticó
    con mordacidad la actitud
    mundana de su contemporáneo, el papa Alejandro VI. El
    llamado movimiento
    observantista desarrollado por las órdenes mendicantes
    intentó que sus miembros volvieran a una vida más
    austera, y humanistas como Desiderio Erasmo de Rotterdarm
    trataron de crear alternativas a las estériles
    especulaciones de la teología académica. Aun siendo
    sinceros estos esfuerzos, durante mucho tiempo no
    estuvieron coordinados y no lograron tener un impacto perceptible
    en la institución.

    Iniciativas para la Reforma

    Sólo
    cuando Pablo III se convirtió en Papa en 1534 tuvo la
    Iglesia el liderazgo que
    necesitaba para orquestar esos impulsos en favor de la reforma y
    enfrentarse al reto que supuso la aparición de los
    protestantes. Una de las iniciativas más importantes de
    Pablo III fue nombrar reformadores sinceros como Gasparo
    Contarini y Reginald Pole e incorporarlos al colegio
    cardenalicio. También impulsó nuevas órdenes
    religiosas como los teatinos, capuchinos, ursulinas y en especial
    los jesuitas.

    Este
    último grupo, bajo la
    dirección de san Ignacio de Loyola
    (1491-1556), estaba constituido por hombres muy instruidos,
    dedicados a renovar la piedad a través de la
    predicación, la instrucción catecumenal y el uso de
    los ejercicios espirituales establecidos por san Ignacio, donde
    debía profundizarse en la meditación personal.

    Tal vez la
    más destacada actuación de Pablo III fue la
    convocatoria del Concilio de Trento en 1545 para tratar las
    cuestiones doctrinales y disciplinarias suscitadas por los
    protestantes. Actuando a menudo en una difícil alianza con
    el emperador Carlos V, Pablo III, como muchos de sus sucesores,
    no dudó en utilizar tanto medidas diplomáticas como
    militares contra los protestantes.

    Instrumentos de la
    Contrarreforma

    Una poderosa
    corriente represiva, que empezó hacia 1542, penetró
    en el propio catolicismo romano cuando se instituyeron el
    Índice de Libros
    Prohibidos y una nueva Inquisición. El pontificado de
    Pablo IV aportó el más vigoroso apoyo a estas
    medidas. En España la Inquisición se
    convirtió en un instrumento dependiente de la corona,
    usado con eficacia por los
    monarcas españoles, en especial por el rey Felipe II para
    asegurarse la ortodoxia de sus súbditos y suprimir tanto
    la disidencia política como la
    religiosa.

    Hacia finales
    del siglo, en parte bajo la influencia del Concilio de Trento,
    apareció en Italia un
    grupo de
    obispos, celosos por reformar su clero e instruir a su pueblo.
    San Carlos Borromeo (1538-1584), de Milán, fue un modelo para
    muchos de ellos. El establecimiento de seminarios en muchas
    diócesis garantizó un clero honrado en la orden
    teológico y moral. En
    Roma, san Felipe
    Neri (1515-1595) puso música a textos
    religiosos y llevó a cabo reuniones informales que pronto
    desembocaron en la figura (y el espacio físico) del
    oratorio.

    Evolución de la
    Contrarreforma

    En Alemania los
    católicos siguieron intranquilos después de la Paz
    de Augsburgo de 1555, considerada por muchos como una victoria de
    los luteranos. Los sacerdotes formados en Roma regresaron a
    su tierra natal
    mejor instruidos y con más deseos de llevar a efecto su
    labor eclesiástica que sus antecesores. San Pedro Canisio
    elaboró un catecismo que intentó servir de
    contrapeso al de Lutero, aunque no lo consiguió. Las
    tensiones internas, en las que se produjo una destacada
    intervención militar en ambos bandos, culminaron en los
    horrores de la guerra de los
    Treinta Años, que hizo estragos desde 1618 hasta 1648 y
    dejó a Alemania
    devastada.

    Debido a las
    guerras de
    Religión
    en Francia, la
    Contrarreforma no tuvo apenas implantación allí
    hasta el siglo XVII. La devoción hacia los pobres, como
    ejemplificó san Vicente de Paúl y santa Luisa de
    Marillac, caracterizó la experiencia francesa. En este
    país se prestó mucha atención, al igual que
    en Italia, a las
    misiones populares que surgieron entre los campesinos. Mientras
    tanto, san Francisco de Sales, obispo de Ginebra, publicó
    su Introducción a la vida devota (1608) que se
    cuenta entre las más populares de todas las obras de la
    espiritualidad cristiana.

    La
    espiritualidad de la Contrarreforma fue militante, encaminada a
    la evangelización de los nuevos territorios recién
    explorados en el Lejano Oriente y en el norte y sur de América. Semejante entusiasmo se
    desplegó en el establecimiento de escuelas confesionales,
    donde los jesuitas desempeñaron un destacado papel de
    vanguardia. A
    pesar del énfasis puesto en el activismo, la
    Contrarreforma dio en España dos de los mayores
    místicos del cristianismo:
    santa Teresa de Jesús y san Juan de la
    Cruz.

    Concilio de Trento
    (1545-1563)

    Es el
    decimonoveno concilio ecuménico de la Iglesia
    católica apostólica romana que, en respuesta a la
    Reforma protestante, inició una reorientación
    general de la Iglesia y definió con precisión sus
    dogmas esenciales. Los decretos del concilio fueron confirmados
    por el papa Pío IV el 26 de enero de 1564, y fijaron los
    modelos de fe
    y las prácticas de la Iglesia hasta mediados del siglo
    XX.

    Todo el mundo
    consideraba necesario, a finales del siglo XV y principios del
    XVI, un concilio para reformar la Iglesia. El quinto concilio de
    Letrán (1512-1517) fracasó a este respecto y
    concluyó sus deliberaciones antes de que se plantearan las
    nuevas cuestiones suscitadas por Martín Lutero. Ya en 1520
    Lutero subrayó la necesidad de celebrar un concilio para
    reformar la Iglesia y resolver las polémicas que
    habían surgido. Aunque numerosos dirigentes de ambos lados
    se hicieron eco de esta petición, el papa Clemente VII
    temía que una reunión de este tipo pudiera
    favorecer la idea de que los concilios, en lugar del
    pontífice, tenían la autoridad suprema de la
    Iglesia. Además, las dificultades políticas
    que el luteranismo planteó al emperador Carlos V hizo que
    otros gobernantes, y de forma significativa el rey Francisco I de
    Francia, se
    mostraran reacios a apoyar cualquier acción que pudiera
    fortalecer el poder del
    emperador, liberándole de estos conflictos.

    Pablo III fue
    elegido papa en 1543 debido en parte a su promesa de convocar un
    concilio. Tras los fallidos intentos de convocarlo en Mantua en
    1537 y en Vicenza en 1538, el concilio se inauguró a la
    postre en Trento, en el norte de Italia, el 13 de
    diciembre de 1545. Con escasa participación al principio y
    nunca libre de obstáculos políticos, el concilio
    aumentó en número de asistentes y prestigio a lo
    largo de las tres fases en que se
    reunió.

    Primera fase
    (1545-1547)

    En muchos
    aspectos esta primera fase del concilio fue la que tuvo mayor
    alcance. Una vez fijadas las numerosas cuestiones de procedimiento, el
    concilio abordó los temas doctrinales centrales planteados
    por los protestantes. Uno de los primeros decretos afirmaba que
    las Escrituras tenían que ser entendidas dentro de la
    tradición de la Iglesia, lo que representaba un rechazo
    implícito del principio protestante de 'sólo
    Escrituras'. El largo y refinado decreto sobre la
    justificación, condenaba el pelagianismo, detestado por
    Lutero, aunque intentaba al mismo tiempo definir un
    papel para la
    libertad
    humana en el proceso de la
    salvación. Esta sesión también se
    ocupó con menos tino de ciertas cuestiones disciplinarias,
    como la obligación de los obispos de residir en las
    diócesis de las que fueran titulares.

    Segunda fase
    (1551-1552)

    Después
    de una interrupción, provocada por una profunda
    desavenencia política entre Pablo
    III y Carlos V, la segunda fase del Concilio centró su
    atención en los sacramentos. Esta sesión,
    boicoteada por los representantes franceses, fue seguida por
    algunos representantes protestantes.

    Tercera fase
    (1561-1563)

    Suspendido por
    una declaración de guerra, el
    concilio se volvió a reunir para su fase final. En sus
    deliberaciones se impusieron cuestiones disciplinarias, para
    hacer hincapié en el problema pendiente de la residencia
    episcopal, considerado por todas las partes clave para la
    ejecución de la reforma. El hábil legado pontificio
    Giovanni Morone armonizó posturas opuestas y logró
    clausurar el concilio. En 1564 Pío IV publicó la
    Profesión de la fe tridentina (por Tridentum, el
    antiguo nombre romano de Trento), resumiendo los decretos
    doctrinales del concilio. Sin embargo, a pesar de su
    duración, el concilio nunca se ocupó del papel del
    pontificado en la Iglesia, un tema planteado repetidas veces por
    los protestantes. Entre los muchos teólogos que
    participaron en el concilio, Girolamo Seripando, Reginald Pole,
    Diego Laínez, Melchor Cano y Domingo de Soto fueron los
    que desarrollaron una actividad más intensa en las
    polémicas.

    Significación

    Además
    de resolver algunas cuestiones doctrinales y disciplinarias
    fundamentales para los católicos romanos, el concilio
    también impartió entre sus dirigentes un sentido de
    cohesión y dirección que se convirtió en un
    elemento esencial para la revitalización de la Iglesia
    durante la contrarreforma. Los historiadores actuales opinan que
    el concilio se interpretó y aplicó en un sentido
    más estricto del que pretendieron sus participantes, y
    algunos creen que tuvo menos importancia en el resurgimiento del
    catolicismo romano que otros factores de naturaleza
    más espontánea. No obstante, la designación
    de era tridentina para los siglos comprendidos entre Trento y el
    concilio Vaticano II, refleja la decisiva trascendencia que tuvo
    este concilio en la Iglesia católica
    moderna.

    Capítulo III

    Mención
    Histórica sobre las Misiones.

    esde el
    año 1607 hasta 1767, florecieron en América
    del Sur, especialmente en las provincias del Río de la
    Plata, reducciones de indios gobernadas espiritualmente y
    administradas peor padres de la Compañía de
    Jesús.

    Estas misiones
    cuyo principal asiento en la América del Sur fue el actual
    territorio de Misiones, se constituyeron fundamentalmente con
    indios Guaraníes y en menor proporción con Lules,
    Tobas, Abipones, Mocobíes, Serranos y Pampas,
    Guaycurúes y Chiquitos.

    Anteriormente,
    dichos padres habían ya intentado establecer otras
    misiones, sin alcanzar éxito. Sus primeros ensayos se
    remontan al año 1585. En esta fecha los padres Francisco
    Angulo y Alfonso Barzana, constituyeron algunas reducciones con
    indios Savironas, Matarás y Tonocotes, que tuvieron una
    vida inestable.

    Algunos
    años después los padres Tomás Fiel y
    José Ortega emprendieron idéntica tarea en las
    regiones del Guayrá.

    Fue en 1605
    cuando, procedente del Perú, llegó al Paraguay el Padre
    Diego Torres, acompañado por numerosos misioneros,
    quedando constituída dos años más tarde la
    Provincia Jesuítica del Paraguay, cuyo
    primer provincial fue el P. Torres. Las misiones se iniciaron con
    indios Guaycurúes al Noroeste de Asunción, con
    Guaraníes al Sur y con Tapes al Nordeste, en la zona del
    Guayrá.

    El gobernador
    Hernandarias, resolvió entregar para el sustento de los
    misioneros, a cada dos de ellos la mensualidad que
    correspondía a cura párroco en las Indias. Dispuso
    además se proporcionase a los Jesuitas los implementos
    necesarios para su obra.

    Estas
    providencias fueron aprobadas por Real Cédula en octubre
    de 1611, eximiendo por otra anterior de pagar todo tributo por el
    término de diez años a los indios
    conversos.

    Los primeros en
    fundar pueblos estables fueron los misioneros destinados al
    Guayrá, José Cataldino y Simón Massetta, a
    quienes se unió el beato González después de
    dos años entre los Guaycurúes.

    Para los
    guaraníes fueron destinados los padres Marcial Lorenzana y
    Francisco de San Martín, quienes después de
    conquistar al cacique Arapizandu, fundaron la primera
    reducción en 1609 ó 1610, denominándola San
    Ignacio Guazú, a doce leguas del Río Paraná,
    sobre su ribera Norte y a unas veinte leguas al Este de las
    reducciones Franciscanas que ya estaban instaladas en esos
    lugares.

    Posteriormente,
    el beato González acompañado por el P. Diego de
    Beroa, recorrió una extensa zona comprendida entre los
    ríos Paraná y Uruguay,
    fundando en 1615 la reducción de Itapua o Villa
    Encarnación, cuya ubicación definitiva algunos
    años más tarde, fue el lugar ocupado hoy por el
    pueblo del mismo nombre.

    Al mismo beato
    González, de notable actividad, se debió más
    tarde, en 1620, la fundación de Concepción, San
    Nicolás, San Javier y Yapeyú, posterior asiento de
    las autoridades misioneras.

    Una actividad
    no menor se desplegaba en el Guayrá. En el
    cuadrilátero formado por los ríos Iguazú,
    Paraná y Paranapanema, ya estaban constituídos en
    1610 los pueblos de San Ignacio y Loreto, sobre este
    último río. Al Padre Ruiz de Montoya se
    debió algunos años después la
    fundación de las reducciones de San Javier de
    Tayatí, Encarnación de Nantiqui, San José de
    Tucutí, Concepción y San Pedro de Gualacos, Siete
    Ángeles de Tayaoba, San Tomás y Jesús
    María.

    Félix
    de Azara, naturalista, geógrafo y comisario de
    límites para las fronteras surgidas del tratado de San
    Ildefonso (1777), sostuvo que estos pueblos estaban ya fundados
    mucho antes de la llegada de los jesuitas.

    El Padre
    Francisco Díaz Taño, declaró que en 1652, es
    decir cuarenta y dos años después de su
    instalación, habían fundado 48 pueblos, de los
    cuales 26 destruyeron los "mamelucos", provenientes de San
    Pablo.

    En cuanto a la
    población de estas reducciones, en 1690 se
    calculó en 77.646 indígenas, que en 1702 llegaron a
    114.599. Decreció esta cifra en 1739, pese al aumento de
    pueblos, a causa de una terrible peste. Volvió de
    inmediato a subir, alcanzando en 1762 a 102.988
    habitantes.

    Hay otros
    historiadores que sostienen que esta población superó la cifra de 150.000
    en los años más florecientes.

    Tal es a
    grandes rasgos, la mención histórica de las
    Misiones Jesuíticas en América del Sur, cuyos
    antecedentes históricos, desarrollo,
    organización, métodos de
    trabajo y luchas, nos proponemos analizar.

    Historia de la Compañía de
    Jesús.

    En 1521 uno de
    los vástagos de los señores de Loyola, defensor del
    Castillo de Pamplona contra los ataques de las tropas francesas,
    cayó herido de una bala de
    cañón.

    Este hecho tuvo
    una importancia extraordinaria al determinar la conversión
    del herido y posteriormente la formación de una nueva
    milicia: la Compañía de
    Jesús.

    Ignacio de
    Loyola, el herido, fue su fundador y su historia está
    íntimamente ligada a la vida de la
    Compañía.

    Nació en
    1491. Convertido a Dios mientras convalecía de sus
    heridas, su primer ideal fue de austera penitencia y humildad;
    ideal que comenzó a practicar con disciplinado fervor en
    la ciudad de Manresa, donde se encuentra el primer germen de la
    Compañía.

    "Pedía
    limosna cada día; no comía carne, ni bebía
    vino aunque se lo diesen."

    Celoso por
    lograr la salvación de las almas y por obtener su
    conquista espiritual, comienza a buscar
    adeptos.

    Su primer
    compañero fue Pedro Fabro, nacido en 1506. Alma
    cándida y piadosa, poseía una alta filosofía
    espiritual, siendo inmediatamente reconocido por sus
    méritos.

    El segundo de
    sus compañeros fue Francisco Javier. En un principio se
    manifestó reacio a las insinuaciones del santo, pero
    posteriormente ganado por éste, se transformó en
    uno de los más grandes santos de la iglesia, llegando a
    ser el príncipe de los misioneros.

    Se unieron
    también a San Ignacio, Diego Laínez y Alfonso
    Salmerón, dos jóvenes españoles de gran
    talento, Simón Rodríguez, que era portugués
    y Nicolás Alfonso apodado Bobadilla, nombre del lugar
    donde naciera.

    Todos estaban
    resueltos a ir a Jerusalén, donde iniciarían una
    santa cruzada por la conquista espiritual de las almas y si
    allí no era posible, donde lo indicara el Romano
    Pontífice.

    A este grupo se
    unieron en 1536, Claudio Jayo, saboyano; Juan Coduri, provenzal;
    y el francés Pascasio Broet.

    Estos diez
    fueron el primer núcleo de la futura
    Compañía.

    Nació
    ésta en un momento decisivo para la humanidad. Grandes
    acontecimientos se destacan en este período que conmueven
    la vida de los pueblos.

    Termina una
    época se inicia una nueva era. En 1492, Cristóbal
    Colón, navegante atrevido y audaz se lanza a la conquista
    de tierras ignoradas y descubre un nuevo mundo que está
    destinado al gran imperio español.

    Seis
    años después, en 1498, llegaba también a las
    Indias un navegante portugués, Vasco de Gama y ambos
    países rivalizan en la conquista de las nuevas
    tierras.

    Unidos en 1496
    los reinos de Castilla y Aragón con el enlace de Isabel,
    la reina prudente, y Fernando, hábil político, se
    agigantó el brillante porvenir del reino ibérico,
    aumentando su autoridad y su fuerza.

    Pero en medio
    de estos descubrimientos que acrecentaban el poderío de
    las monarquías ibéricas y de la iglesia, un monje
    sajón, Lutero, levantó en 1517 la bandera de la
    rebelión, incitando a la reforma religiosa, negando la
    autoridad del Papa, sembrando por doquier la llama de la
    discordia. Esta rebelión dio origen a una lucha denodada
    en contra de los reformistas y en defensa de la Iglesia, que fue
    encabezada por Carlos V.

    La
    Compañía de Jesús, se inicia por lo tanto
    como una poderosa auxiliar de la Iglesia Católica en la
    lucha contra los males de la época: Barbarie en el Nuevo
    Mundo. Herejía en el Viejo Mundo.

    La
    Compañía se extiende por doquier, en las inmensas
    tierras descubiertas por Colón, y en las regiones abiertas
    al Viejo Mundo por Vasco de Gama. Se instala también en
    las naciones católicas donde se arraiga
    firmemente.

    Penetra en
    forma cautelosa en los países rebeldes a ambos lados de la
    Mancha, de los Alpes y del Mosa.

    La Bula de
    1540, dio vía jurídica a la Compañía
    de Jesús. Ésta debía tener como objetivo la
    ayuda de las almas en la vida, la enseñanza cristiana y
    demás ministerios espirituales, en los lugares y en las
    misiones que determinara el Pontífice.

    En 1544, es
    cuando por primera vez se dio el nombre de Jesuitas a los
    miembros de la Compañía.

    En una carta de San
    Pedro Canicio al beato Pedro Fabro, en 1545, le daba a entender
    que este nombre era un remoquete. "Continuamos en nuestro
    instituto a pesar de la envidia y detracciones de algunos que nos
    han dado el nombre de jesuitas."

    Fue
    después que el Concilio de Trento sancionó y
    autorizó el nombre de jesuita, cuando éste
    comenzó a generalizarse entre los católicos para
    referirse a la Compañía de
    Jesús.

    También
    se llamó Teatinos a los miembros de la
    Compañía, confundiéndoles con la Orden
    fundada por San Cayetano conjuntamente con Juan Pedro Carafa,
    obispo Teatino.

    Ambas
    Órdenes nacidas casi simultáneamente, eran
    confundidas por la semejanza en el vestido, en los ministerios,
    etc.

    En Italia se
    dejó muy pronto de llamarlos en esta forma, pero en
    España se los siguió denominando Teatinos durante
    los siglos XVI Y XVII, degenerando posteriormente en un
    apodo.

    La
    Compañía de Jesús, tuvo desde su origen una
    actuación triunfal en los países cristianos. Se
    estableció en España, en Portugal, Bélgica,
    Francia,
    Alemania,
    Inglaterra.

    Constituida en
    sociedad
    religiosa por la Bula Pontificia, debía elegirse un
    superior que le diera fuerza y
    unidad.

    Todos los votos
    fueron en favor de Ignacio, "nuestro antiguo superior y verdadero
    padre" como decía Javier. Ignacio coronaba su obra, con la
    emisión de la profesión solemne de votos religiosos
    que se verificó en la Basílica de San
    Pablo.

    La
    "mínima" compañía, como él
    solía llamarla, desarrolló desde su constitución una actividad
    extraordinaria.

    Su
    número de adeptos crecía constantemente. Muchos de
    éstos eran jóvenes que no habían terminado
    sus estudios eclesiásticos, siendo reunidos dentro de la
    Orden de colegios.

    Éstos
    eran en un principio casas de estudio para la formación de
    los jóvenes religiosos. Poco a poco se amplió este
    campo primitivo, hasta llegar a la apertura de escuelas
    eclesiásticas y auxiliares primero y luego para las letras
    profanas, teniendo como norte la educación cristiana
    de la juventud.

    En Roma tenía
    la Orden dos sedes. Una llamada "de Jesús", era la casa
    profesa. La otra de formación literaria, el Colegio
    Romano.

    En
    España la Compañía fue establecida por
    Francisco de Villanueva con la ayuda de Pedro Fabro.
    Posteriormente, éste, que conjuntamente con Antonio
    Aráoz conquistaron el aprecio de la Corte instalaron un
    Colegio en Valladolid. Ya se habían comenzado los de
    Valencia y Gandía, creándose también los de
    Barcelona, Zaragoza, Madrid y Salamanca.

    En
    España la Compañía se inició con gran
    éxito. En cambio en
    Francia y
    Portugal su instalación sufrió grandes
    obstáculos.

    El
    pequeño grupo que
    constituía la Compañía en estos dos
    países debía actuar en condiciones muy
    difíciles. El Obispo les prohibió predicar y la
    facultad de Teología por medio de un decreto
    condenó sus actividades, originando un plebiscito en favor
    de la Compañía.

    En Alemania se
    instaló el beato Pedro Fabro que trabajó
    incansablemente confortando a los católicos y sosteniendo
    la autoridad del Papa.

    A Inglaterra fueron
    dos compañeros de San Ignacio, Broet y Salmerón con
    la misión de
    Nuncios Apostólicos. De allí se trasladaron a
    Irlanda y se proponían pasar a Escocia, pero fueron
    condenados y perseguidos, siendo llamados por el
    Papa.

    Es así
    como la Compañía apenas iniciada su
    actuación, penetraba en los países del
    protestantismo.

    Muerto el
    fundador de la Orden, fue elegido para gobernarla, el padre Diego
    Laínez. Sencillo y activo, dio gran impulso a la
    Compañía, que se desarrolló especialmente en
    España.

    Contribuyó muy eficazmente a su feliz
    desenvolvimiento el Papa Pío IV que se declaró
    protector de la misma. Entre otros favores concedidos por
    éste, uno de los más importantes fue el de conferir
    grados académicos en filosofía y teología al
    Colegio Romano, confiando además tareas de gran
    importancia a los miembros de la Compañía, entre
    otras la de intervenir en el Concilio de Trento, honor que
    dispensó al Padre Laínez.

    La actitud del
    Papa Pío IV aumentó el prestigio de la
    Compañía, acreditando la labor de su director y
    dando lugar a que el Concilio aprobara y continuara la
    Orden.

    Fallecido el
    Padre Laínez, fue elegido Francisco de Borja para
    gobernarla.

    De corazón
    noble y generoso, durante su dirección se amplió enormemente el
    campo del apostolado. América abría grandes
    perspectivas a los nuevos misioneros. Primero se dirigieron al
    Brasil,
    después a México y
    Perú.

    Muerto
    Francisco de Borja, fue elegido vicario de la Orden Juan Alonso
    de Polanco. Durante su dirección su suscitó una fuerte
    campaña entre los portugueses e italianos contraria a los
    españoles que predominaban en número y se los
    consideraba como demasiado severos. Consiguieron mediante esta
    campaña que Gregorio XIII prohibiese la designación
    de un nuevo español para gobernar la
    Compañía.

    Electo el
    flamenco Everado Mercuriano, engrandeció la Orden.
    Mercuriano concluyó el libro
    comenzado por Borja sobre las "Reglas de la
    Compañía". Constituyó misiones entre los
    infieles y herejes como las de Inglaterra,
    India,
    Japón y China, y entre
    los maronitas del Líbano.

    Siguió a
    Mercuriano en la dirección de la Compañía, el
    padre Claudio Acquaviva que la gobernó durante treinta y
    cuatro años.

    Acquaviva,
    espíritu juvenil y activo dio un formidable impulso a la
    Orden, superando infinidad de dificultades de orden interno y
    externo.

    Impulsó
    notablemente los estudios eclesiásticos y particularmente
    la teología positiva. Asimismo fomentó el uso de la
    oración y práctica de los ejercicios
    espirituales.

    Debió
    combatir los ataques contra la Compañía que se
    habían iniciado durante la dirección de Mercuriano
    y que ahora aumentaban.

    La
    agitación comenzó en España, especialmente
    en las provincias de Castilla y Toledo. Se atacaba duramente la
    autoridad del gobernador de la Orden, que pretendían
    disminuir, y como no lograban que fuera español quien la
    dirigiera, pedían que se designara un comisario de la
    misma en España, con tan amplios poderes que he hecho
    independizaban su acción.

    Apoyados por le
    rey y la Inquisición, presionaron al Papa Sixto V para que
    reformara la Compañía en
    España.

    Muerto Sixto V,
    fue designado Sumo Pontífice Gregorio XIV, quien
    apoyó calurosamente la actuación de la Orden,
    revocando algunas resoluciones de su antecesor, contrarias a la
    misma.

    El rey de
    España que alentaba la campaña de los descontentos,
    logró que se juzgara la labor del padre Acquaviva por
    orden del nuevo pontífice Clemente VIII que cedió a
    su pedido.

    La conducta del
    gobernador de la Orden fue ampliamente aprobada. Se dictó
    un decreto condenando severamente a los descontentos y
    perturbadores. La autoridad del padre Acquaviva, que fue objeto
    de posteriores ataques, y la de la Compañía,
    salieron robustecidas de este juicio.

    Para sucederlo
    fue a su muerte Mucio
    Vitelleschi, cuya actuación fue secundada con todo
    cariño por los cuatro Papas que se sucedieron durante ese
    período, Paulo V, Gregorio XV, Urbano VIII e Inocencio
    X.

    Fue durante la
    dirección de Vitelleschi cuando se celebró
    jubilosamente, el 15 de noviembre de 1639, el primer centenario
    de la fundación de la
    Compañía.

    La Orden
    continuará ampliando su obra. En España se abrieron
    dieciocho nuevos colegios, creándose otros en el
    Perú, México,
    las islas Filipinas, Nueva Granada y Paraguay.

    Durante este
    período, tomó gran incremento el movimiento
    científico y literario.

    El padre
    Vicente Carafa ocupó la dirección de la Orden
    después de la muerte de
    Vitelleschi. En 1648 durante la carestía que sufrió
    Roma, se
    dedicó a facilitar alimentos a
    millares de pobres, muriendo a consecuencia de la peste que
    sucedió a la carestía.

    Su continuador
    en la jefatura de la Compañía fue Francisco
    Piccolomini que se dedicó especialmente a la
    formación de novicios y jóvenes
    alumnos.

    Después
    de Piccolomini, fue elegido Alejandro Gottifredi, quien
    falleció antes de poder ocupar su cargo, siendo
    inmediatamente designado el padre Gosvino Nickel cuya
    elección contribuyó a la conversión de la
    reina Cristina de Suecia.

    Debido a la
    avanzada edad del padre Nickel, fue designado vicario general de
    la Compañía el padre Pablo Oliva, pasando a ocupar
    la dirección de la Orden al morir
    aquél.

    Se
    dedicó especialmente a fomentar las ciencias
    físicas y matemáticas y las lenguas orientales.
    Durante su vida aumentaron notablemente los colegios, casa
    profesas y misiones de la
    Compañía.

    La influencia
    de ésta crecía y la autoridad de los jesuitas se
    afianzaba como resultado de la estima que se tenía por sus
    maestros, en las escuelas por ellos dirigidas, por sus literatos
    y sabios, y especialmente por sus misioneros y
    mártires.

    A pesar de
    esto, en España la Orden sufrió las consecuencias
    del decaimiento general de la nación, hasta llegar a su
    total decadencia durante el reinado de los últimos reyes
    de la casa de Austria.

    En la primera
    mitad del siglo XVIII, volvió a renacer la
    Compañía en ese país.

    El padre Carlos
    de Noyelle, asumió el mando de la Orden al fallecer Pablo
    Oliva y debió luchar como lo había hecho
    éste contra el espíritu de la
    época.

    Tirso
    González de Santalla, elegido director por
    indicación del papa Inocencio XI, fomentó
    considerablemente las misiones de Ultramar, afrontando asimismo
    las luchas de los enemigos y rivales de la Compañía
    que arreciaban su campaña contra la
    misma.

    Sucedió
    al padre Tirso, Miguel Ángel Tamburini que tuvo que sufrir
    los violentos ataques de los jansenistas, orden religiosa que
    sostenía teorías
    contrarias a las de los jesuitas, sobre todo después de
    haber sido condenado su jefe Quesnel.

    Francisco Retz,
    elegido posteriormente por unanimidad gobernador de los jesuitas,
    recomendaba a éstos para defenderse de sus enemigos, gran
    reserva en el hablar y serenidad al escribir.

    Esta conducta no fue
    tenida en cuenta por los enemigos de la Orden, jansenistas,
    masones e incrédulos, que intensificaban especialmente en
    Francia, los
    ataques contra los jesuitas.

    Bajo su
    dirección, fueron ampliados, de acuerdo al gusto de la
    época, los estudios históricos, las matemáticas y las ciencias
    modernas.

    Muerto el padre
    Retz, ocupó su puesto Ignacio Visconti que tuvo que
    afrontar las más serias calumnias contra la
    Orden.

    El Portugal
    primero, en Francia, España e Italia
    posteriormente, se desencadenó una intensa campaña
    contra ellos. Se les acusó en Portugal de promover
    revoluciones y de haber fundado un reino jesuítico en el
    Paraguay. En
    Francia los jansenistas y volterianos los atacaron violentamente.
    En España e Italia se llevaba una seria campaña
    para lograr su disolución.

    Este clima de violencia, de
    luchas y amenazas, obligó al Papa en 1773 a disolver la
    Compañía para lograr el restablecimiento de la paz
    católica.

    A pesar de
    todo, ésta no fue totalmente aniquilada. En Rusia la reina
    Catalina y en Prusia Federico II, impidieron su supresión,
    viviendo en esos países con el consentimiento de Clemente
    XIV y Pío VI.

    Al fallecer
    Visconti, lo sucedió el Padre Luis Centurione y a
    éste Lorenzo Ricci.

    El primero
    severo, y tímido el segundo, se esforzaron ambos por
    defender a la Orden de los ataques que amenazaban
    aniquilarla.

    Animaron a la
    Compañía para que no decayera su espíritu
    religioso y para mantenerse firmes ante el clima de rencor y
    de calumnias que la rodeaban.

    El
    período en que gobernó el padre Ricci fue muy
    doloroso para la Orden. Las misiones de Portugal, del Brasil y de las
    Indias Orientales comenzaron a declinar, después de la
    decadencia de las que actuaban en Francia, España, Parma y
    Sicilia. A esto siguió la orden de destrucción
    total de las misiones, deteniéndose al padre Ricci que
    murió en la cárcel del castillo de Sant Angelo en
    noviembre de 1775.

    El cardenal
    Hergenroether, al narrar la supresión de la
    Compañía, dice: "Por la notoria laboriosidad de sus
    hijos, había obtenido gran difusión en todos los
    países católicos y una singular eficacia."

    "Pero no le
    faltaban enemigos poderosos: los protestantes de todas las
    confesiones, los jansenistas, los miembros de los Parlamentos
    gobernados por ellos y los doctores de la Sorbona en Francia, los
    hombres de Estado
    adversos a los derechos del Papa, además personas doctas
    celosas de la fama de la Compañía, religiosos de
    otras órdenes, literatos, gente de mundo, librepensadores
    conjurados contra el presente orden del Estado y de la
    Iglesia."

    "Se acusaba a
    los jesuitas de moral
    relajada, de abuso en las confesiones, de acaparar dominio y
    poderío temporal, de intervenir en la política, de no
    obedecer a los mandatos de los Papas, de despreciar a los
    obispos, de orgullo, de codicia y muchas otra
    acusaciones."

    "Pero todas
    éstas fundadas en casos particulares en parte exagerados,
    en parte inventados y muy pocas veces
    verdaderos."

    Pasada la ola
    revolucionaria que convulsionó a las naciones del Viejo
    Mundo, el papa Pío VII, resolvió "restituir en el
    mismo estado antiguo y en todo el orbe católico a la
    Compañía, fue electo el padre Luis
    Fortis.

    La Orden
    resurge con nueva vida y toma gran impulso,
    desarrollándose vigorosamente bajo la dirección del
    P. Juan Rootham, que sucedió al Padre Luis
    Fortis.

    Las antiguas
    Misiones de ultramar se abrieron nuevamente en una nueva
    época de prosperidad.

    Después
    de las direcciones del Padre Beckx, durante treinta años y
    del P. Andrledy, surge la figura del padre Luis Martin, quien
    impulsó los estudios históricos a base de una seria
    investigación y de una severa
    crítica.

    A su muerte, el
    Padre Francisco Javier Wernz que lo siguió en el cargo,
    fomentó la formación intelectual de los jesuitas,
    aumentando notablemente la labor de la Compañía,
    especialmente en España, Estados Unidos y
    Alemania. Pero
    en cambio en
    Portugal, eran objeto de una seria persecución, se
    abolía su residencia en Lisboa, sus casas eran asaltadas,
    y sus miembros perseguidos.

    En 1715
    correspondió dirigir los destinos de la orden al P.
    Wladimiro Ledochowski.

    A través
    de toda esta vida azarosa, de triunfos y persecuciones, la
    Compañía tuvo la capacidad de ponerse de acuerdo
    con su época, explicándose en esta forma su
    éxito sorprendente. Constituyó desde sus comienzos
    una tendencia moderna de la iglesia, que conjugó una
    intransigencia absoluta con un sagaz espíritu de
    adaptación al mundo exterios.

    Mientras que
    otras órdenes fundadas casi al mismo tiempo, como la de
    los Teatinos, y la de los padres del Oratorio permanecieron
    estacionadas, la de los Jesuitas alcanzó
    rápidamente un éxito
    extraordinario.

    Predominaba en
    ellos la razón y el examen, sobre el sentimiento, y
    abundaban los hombres de ciencia.

    Significaron en
    el seno de la Iglesia un factor de progreso, representando una
    corriente moderna, inflexible en el dogma, pero adaptable a la
    realidad, hábiles y observadores.

    Capítulo IV

    El territorio de misiones

    Sus características

    l territorio
    donde habría de constituirse el centro del imperio
    jesuítico en América del Sur, parecía dar
    realidad a las leyendas
    fabulosas que en España y Portugal habían circulado
    sobre el Nuevo Mundo, al cual se suponía tierra
    cubierta de fantásticas riquezas fácilmente
    arrebatables.

    El actual
    territorio de Misiones se abría dócil y generoso a
    los conquistadores. El clima era
    agradable y el acceso nada difícil. Las proporciones de
    bosques, llanura y ríos eran ideales. Tampoco
    ofrecían mucha resistencia sus
    naturales.

    Hernán
    Cortés, en México,
    quemó sus naves y se lanzó a la conquistado un
    imperio guerrero y dispuesto a defender su suelo.
    Decidió morir triunfar. Los conquistadores del Perú
    también debieron enfrentar un imperio poderoso que
    luchó por su suelo y sus
    riquezas.

    El centro del
    futuro imperio jesuítico, limitado por la actual laguna de
    Iberá, en la provincia de Corrientes y los ríos
    Uruguay,
    Paraná y Miriñay, es decir, casi exactamente el
    actual territorio de la gobernación de Misiones, se
    presentaba acogedor, libre casi de enemigos, como tierra de
    ensueño. No era necesario ni quemar las naves ni tampoco
    afilar las armas en
    exceso.

    Su suelo está
    constituido por un vasto derrame de basalto y otros dos productos que
    le dan sus características particulares: un ocre
    ferruginoso, oxidable al contacto con el aire, que toma el
    tono colorado de la arcilla y que ha dado a Misiones el renombre
    de su suelo rojo, y un
    conglomerado que se puede extraer en bloques regulares, conocido
    popularmente con el nombre de "piedra tacurú", por ser
    semejante con la estructura de
    los grandes hormigueros que tienen este nombre.

    En los
    ríos se hallan cantos rodados en los que predomina el
    cuarzo cristalino. Se suelen hallar también cantos de
    cornalinas y calcedonias, provenientes del Brasil, que
    debieron efectuar un largo recorrido para llegar a esas regiones.
    Las aguas son dulces, faltando casi por completo la
    sal.

    Ese mismo ocre
    ferruginoso que da al territorio de Misiones su color rojo, es el
    que forma el suelo de la gran selva americana. De gran
    permeabilidad, absorbe las aguas y facilita la rica
    vegetación de la zona. Las lluvias alcanzan a dos metros
    anuales y a tres algo más al norte.

    El aspecto no
    podía ser más hermoso y tentador para la
    instalación de colonias, como las que habrían de
    fundar los jesuitas.

    Contrastando
    con la lista uniformidad de buena parte de nuestro territorio, el
    suelo es generalmente ondulado, alcanzando en la Sierra
    Imán, que la atraviesa corriendo paralela al curso de sus
    dos ríos, alturas de 750 metros.

    El bosque no es
    continuo, pero tan profundamente espeso que su centro está
    despoblado. La vegetación es tan impenetrable que ni los
    animales se
    aventuran. La luz está
    sólo en lo alto y en su busca van los árboles
    elevándose a grandes alturas.

    Leopoldo
    Lugones, en su libro sobre
    las Misiones Jesuíticas que escribiera por encargo del
    Gobierno
    nacional, dice de esta región: "Los escasos claros,
    redondeados por la expansión helicoidal de los ciclones o
    las sendas que cruzan el bosque, permiten distinguir sus
    detalles. Admirables parásitas exhiben en la
    bifurcación de los troncos, cual si buscaran el contraste
    con su rugosa leña, elegancias de jardín y frescura
    de legumbres.

    Las
    orquídeas sorprenden aquí y allá con el
    capricho enteramente artificial de sus colores; la
    preciosa "aljaba" es abundantísima, por ejemplo.
    Líquenes profusos envuelven los troncos en su lana
    verdácea. Las enredaderas cuelgan en desorden como los
    cables de un navío desarbolado, formando hamacas y
    trapecios a la azogada versatilidad de los monos; pues todo es
    entrar libremente el sol en la
    maraña y poblarse ésta de salvajes
    habitantes.

    Abundan
    también los frutos y en su busca vienen a rondar al pie de
    los árboles el pecarí porcino, la avizora paca, el
    gutí, de carne negra y sabrosa, el tatú bajo su
    coraza invulnerable, y como ellos son cebo s su vez, acuden sobre
    su rastro el puma, el gato montés elegante y pintoresco,
    el aguará con piel de lobo;
    cuando no, el jaguar, que a todos ahuenta con su sanguinaria
    tiranía.

    "Bandadas de
    loros policromos y estridentes se abaten sobre algún
    naranjo entre la inculta arboleda; soberbios colibríes
    zumban sobre las azahares que a porfía compiten con los
    frutos maduras; jilgueros y cardenales cantan por allá
    cerca; algún tucán precipita su oblicuo vuelo, alto
    el pico enorme en que resplandece el anaranjado más bello;
    el negro ‘"yucutoro" muge, inflando su garganta que adorna
    roja gundola; y en la espesura, amada de las tórtolas,
    lanza el pájaro campana su sonoro
    tañido.

    "Haya en las
    cercanías un arroyo y no faltarán los capivaras,
    las nutrias, el tapir que el menor amago se dispara como una bala
    por entre los matorrales, hasta azotarse en la onda salvadora; el
    venado, nadador esbelto; cloqueará con carcajada
    metálica la chuña anunciadora de tormentas;
    silbarán en los descampados las perdices y más de
    un yacaré somnoliento yglotón, sentará sus
    reales en el próximo estero.

    "En el suelo
    fangoso brotarán los helechos, cuyas elegantes palmas
    alcanzarán metro y medio de desarrollo,
    ora alzándose de la tierra, ora
    encorvándose al extremo de un tronco arborescente, con un
    simetría de quitasol. Tréboles enormes
    multiplicarán sus florecillas de lila delicada; y la
    ortiga gigante, cuyas fibras dan seda, alzará hasta cinco
    metros su espinoso tallo que arroja a la punción un chorro
    de agua
    fresca.

    "Por el faldeo
    y las cimas, la vegetación arbórea alcanza su
    plenitud en los cedros, urundayes y timbúes gigantescos.
    El follaje es de una frescura deliciosa, sobre todo en las
    riberas, donde un verdadero muro de altura uniforme y verdor
    sombrío, que acentúa su aspecto de seto hortense
    sobre el cual destacan las tacuaras su panoja, en penachos de
    felpa amarillenta que alcanzan ocho metros de elevación;
    descollando por su elegancia entre todos esos árboles ya
    tan bellos, el más clásico de la región, la
    planta de la yerba, semejante a un altivo
    jazminero.

    "Reina un
    verdor eterno en esas arboledas y sólo se conoce en ellas
    el cambio de
    estación cuando al entrar la primavera se ve surgir sobre
    sus copas las más eminentes de algún lapacho,
    rugoso gigante que no desdeña florecer en risa, como un
    duraznero, arrojando aquella nota tierna sobre la tenebrosa
    esmeralda de la fronda".

    Y más
    adelante, prosiguiendo con la descripción de esa naturaleza
    esplendorosa, dice Lugones: "Serrezuelas entre las cuales corren
    abocinados arroyos clarísimos, que acaudalan con violencia a
    casa paso las lluvias, figuran en el paisaje como un verdadero
    adorna formando por enormes ramilletes. Los pantanos nada tienen
    de inmundos, antes parecen floreros en su excesivo verdor
    palustre. Los naranjos, que se han ensilvecido en las ruinas,
    prodigan su balsámico tributo de frutos y flores, todo en
    uno. El más insignificante manantial posee su marco de
    bambúes; y la fauna, aun con
    sus fieras, verdaderas miniaturas de las temibles bestias del
    viejo mundo, contribuye a la impresión de inocencia
    paradisíaca que inspira ese privilegiado
    país.

    ‘’Reptiles numerosos, pero mansos, causan
    daño apenas; los insectos no incomodan sino en el corazón
    del bosque; hasta las abejas carecen de aguijón y no
    oponen obstáculo alguno al hombre que las
    despoja o al hirsuto -"tamandua" que las devora con su
    miel."

    En cuanto a la
    temperatura,
    es la de un eterna primavera algo
    cálida.

    El suelo, pese
    a su riqueza, carece de humus, tierra vegetal, excepto en agostas
    franjas paralelas a los arroyos y en algunos lugares, en forma
    muy limitada, en los bosques.

    Esta falta de
    humus determina escasez en los pastos y dificulta la cría
    de ganado, no solamente en invierno sino también en
    verano. A este factor adverso se agrega la falta casi absoluta de
    sal que facilita entre los animales la
    propagación de la sarna, de la tuberculosis y de
    afecciones intestinales.

    En maderas,
    Misiones es de riqueza extraordinaria. En cuando a los cereales,
    los jesuítas cultivan trigo en cantidad suficiente para su
    consumo y el
    maíz arrojaba dos cosechas anuales. También
    iniciaron con éxito el cultivo del arroz, no faltando
    algodón, caña de azúcar, que crecía
    pródigamente, tabaco que
    abundaba y naranjos que eran la fruta peculiar.

    En cuanto a
    minerales,
    además de la piedra "tucurú" utilizada en la
    construcción, los jesuitas hallaron
    cobre y en las
    sierras de Imán hay hierro. Lo que
    ha permanecido aún en el mundo del secreto es de
    dónde extraían dichos misioneros la cal con
    qué blanqueaban sus edificios, ya que este mineral no
    existe en esa región.

    Entre las
    muchas suposiciones está la de que empleaban la
    "batatunga", un ocre blanquezco que abunda en el Brasil o que la
    extraían de caracoles blancos que molían, o bien
    que la importaban de Buenos Aires. Es
    también probable que los jesuitas hubiesen descubierto
    alguna cantera, cuyo paradero permanece oculto.

    Pero una de las características de la región en
    cuanto a su riqueza vegetal es la existencia de la yerba mate,
    desconocida para los europeos. Oigamos al Padre Jesuita Lozano, uno de
    los cronistas de la época, la descripción de este
    vegetal, así como del trato inhumano que recibían
    los indios:

    "Si se mira
    a la fertilidad que reina, sobresale entre todos los
    árboles el que produce la yerba que se llama
    comúnmente del Paraguay, el cual
    es tan propio de estas provincias que no se hallan en otra
    alguna; bien que no falta quien diga que se da en otras
    provincias de América, pero que no goza sus virtudes,
    porque el milagro por donde se le comunicaron a este
    árbol, de que hablaré después, no se
    extiende fuera de las del Río de la
    Plata.

    "Pero sin
    atender a milagros que en toda buena filosofía no se
    admiten sin forzosa y urgente necesidad, más fácil
    fuera decir que aunque se halle en otros países no tienen
    sus virtudes, porque no concurren allí algunas causas
    naturales, con o la constitución del cielo o la calidad del
    terreno, porque a veces las adquieren en las plantas,
    más por el lugar donde nace que por la especie de que son,
    variando tanto por estas razones, que lo que en Persia fue mortal
    veneno, trasplantado a España e Indias es gustoso y
    saludable alimento.

    "Son
    árboles bien altos, frondosos y gruesos; la hoja es algo
    gruesa, muy verde y en figura aparece una lengua. El
    modo de hacer la yerba es cortar los ramos y poniéndolos
    sobre zarzos lo tuestan a fuego lento; muelen las hojas tostadas
    a fuerza de
    brazos, en unos hoyos que abren en la tierra y
    aforran con cueros, en todo lo cual, es tal el trabajo de
    los indios, que se resuelven en sudor, porque perseveran todo el
    día entero en continua acción, muy faltos de
    alimento, pues no prueban en todo el día el que les ofrece
    su ventura en algunas frutas silvestres y cuando a la noche cenan
    tienen tan corto reposo, que dentro de cuatro horas les obligan a
    levantarse para trasegar a hombros la hoja molida a otros sitios,
    donde se forman los zurrones de cuero en que se conducen a otras
    provincias.

    "Llamamos a
    esta penosa labor beneficio y cierto que no sé por
    qué, pues en el dueño no lo es no lo es porque
    generalmente es su suerte cual la de los mineros de Potosí
    y otras partes, que enriqueciendo el mundo con sus afanes y
    sudores, son por lo común la gente más pobre,
    cargada de deudas que no les deja convertir en propia sustancia
    su trabajo. De los indios mucho menos, porque es el medio
    más idóneo que pudieran haber discurrido los
    tiranos para destruir el género humano a la nación
    miserabilísima de los indios. Era la provincia del
    Paraguay la más poblada de naturales que se había
    descubierto en la Indias, y hoy está casi desierta, que
    apenas se hallan sino los de las Misiones que están a
    cargo de Jesuitas.

    "Es ida y
    vuelta y trabajo de los yerbales suelen emplear los indios
    dieciséis meses o cuando menos un año; el
    afán es allá continuo, sin interrupción aun
    en los tiempos que el sol más
    abrasa que calienta; el alimento tenue y de poca sustancia por lo
    que perecen tantos que afirma el venerable padre Antonio Ruiz de
    Montoya que vio por aquellos bosques osarios bien grandes de
    indios que dieron por allí, sin ningún alivio, fin
    a sus desdichas. Con tan larga ausencia no les queda tiempo para
    atender a sus casa, hacer sus sementeras y criar sus hijos; no
    pueden cobrar amor a sus
    consortes y muchísimos desamparan de una vez sus pueblos y
    se huyen a provincias distantes o entre infieles, para no
    experimentar tan pesado yugo; de donde los pueblos se fueron
    disminuyendo de tal forma que hoy desmerecen el
    renombre."

    En lo que
    respecta al resto de la vegetación, este mismo misionero
    menciona la riqueza en árboles, entre los cuales cita el
    cedro, los palmares, el palo blanco, el ceibo, el guayacán
    o palo santo, los pinos llamados por los indígenas
    "curiy", el árbol del copal denominado "anguai" y por sus
    virtudes curativas ïbirá-paye", es decir árbol
    de los hechiceros, el molle o mulli, cuya fruta madurada los
    indios echaban en su bebida, el árbol de la goma, el
    laurel, el paraparay, el mamón, cuya fruta sabrosa alcanza
    el tamaño de un melón.

    La
    imaginación que estas tierras despertaba en los europeos
    se pone de manifiesto cuando este cronista sostiene la teoría,
    sólo posible en aquella época, por el
    desconocimiento exacto del origen de las especies animal y
    vegetal, que de la flor del palo santo nacían unas
    mariposas que eran sus frutos, las cuales al sentir cercano su
    fin, "se aferran a la tierra
    introduciendo por ella sus piececillos que con facilidad se
    convierten en raíces y por las espaldas, entre las
    junturas de las alas, empieza a brotar el retoño, como
    otro cualquiera de su propia semilla. Va creciendo y de
    raíz tan débil va formándose un árbol
    robusto y muy alto, cosa verdaderamente digna de
    admiración para alabar al autor de la naturaleza, que
    de una mariposa inútil que lleva el aire, sabe
    levantar un árbol tan duro, fuerte y
    provechoso".

    No menos
    fértil es su imaginación cuando habla de las
    serpientes. Se refiere en primer término a una que llama
    "curiju", a la que atribuye la posibilidad de tragarse un venado
    entero, sin masticarlo. Da también crédito
    a las fábulas de los naturales de que renacen de sí
    mismas, seguramente engañado por el cambio de la
    piel que
    sufren estos animales.

    Ruiz
    Díaz de Guzmán, otro cronista de la época,
    sostiene haber visto una serpiente de veinticinco pies de largo,
    gruesa en su parte media como un novillo. El mismo Padre Lozano
    decía que existían culebras que se comían a
    los hombres, y pone como testigo al padre Ruiz de Montoya, quien
    afirma haber visto a una de ellas comerse un indígena cuya
    estatura era de dos varas (cada vara mide 83,5
    centímetros) y vomitarlo al otro día entero, pero
    con los huesos tan
    quebrantados como si lo hubiese molido. Cuando se refiere a los
    yacarés, afirma que tienen cuatro ojos.

    Los
    Habitantes

    Costumbres y Características

    Esta zona rica
    en vegetales y animales, de
    clima benigno,
    de aguas dulces y abundantes, estaba habitada por indios
    guaraníes, agrupados en diversas tribus de costumbres
    comunes.

    Usaban barbote
    embutiéndose en el labio inferior cuñitas de
    madera o
    cristal de cuarzo, se cortaban una falange de los dedos por cada
    pariente muerto, enterraban a sus deudos con la cabeza
    sobresaliente del suelo y cubierta por un tazón de barro.
    En materia
    religiosa adoraban al sol y a la luna, a los que creían
    unidos en ‘vinculo nupcial.

    Es probable
    que estas tribus que tenían costumbres y lenguaje
    semejante, eran restos de una raza guerrera, en disolución
    en la época de la conquista. De estas tribus las que
    habían emigrado al norte y mando contacto con la
    civilización incásica, sufrieron su influencia
    moderadora y adquirieron algunas de sus
    costumbres.

    La benignidad
    del clima, la
    calurosa primavera casi permanente, les permitía ir
    desnudos. A veces llevaban un casquete adornado con plumas,
    así como pulseras. Las mujeres usaban un delantalillo y
    pendientes.

    Los guerreros,
    como símbolo de su categoría, se pintaban el cuerpo
    con tinturas de tabatinga y almagre y usaban collares de
    uñas o dientes de animales
    salvajes.

    Sus armas eran el
    arco y la flecha. También usaban la "macana", pesado
    garrote que se solía incrustar con trozos agudos de
    piedras, convirtiéndola en arma aún más
    temible. Eran valerosos y sufridos, pero carecían de una
    verdadera organización guerrera.

    Vivían
    de la caza y de la pesca,
    buscando también ávidamente los panales. Raramente
    y por corto tiempo acampaban a orillas de los ríos. En
    estos casos sembraban, haciendo agujeros en el suelo,
    maíz, papas, mandioca y zapallo.

    Construían canoas labradas a fuego en los
    troncos de los árboles denominados "guabiroba", siendo
    nadadores y remeros de gran habilidad.

    En general
    eran monógamos. No cultivaban el comercio y
    eran fácilmente conquistables con decoraciones vistosas.
    La música
    los atraía.

    Música para la
    fiesta de San Ignacio.

    (Obras de la tradición Jesuítica
    sudamericana)

    En
    América, durante los siglos XVII y XVIII, la actividad
    musical se centró en las Misiones Jesuíticas.
    Cuentan los documentos que
    los indígenas tenían una sensibilidad especial para
    la música,
    de la que se valían tanto para sus acciones
    guerreras como para sus ceremonias religiosas.

    Tenían
    amplios dotes naturales, así para la música vocal como
    para el rápido aprendizaje de la
    construcción y ejecución de
    instrumentos, enseñados y guiados por los padres jesuitas;
    eran muy buenos imitadores de cuanto veían y
    oían.

    Los sacerdotes
    y misioneros de la Compañía de Jesús,
    conocedores del misterioso poder ejercido por la música en el alma de
    los hombres, entonaban cánticos espirituales llamando la
    atención de tropas de indios que acudían a
    oírlos y aprovechando este especial gusto y sensibilidad,
    recurrieron a este arte como
    irresistible argumento de
    evangelización.

    El Papa
    Benedicto XIV, habiendo tomado conocimiento
    del grado de adelanto que habían alcanzado las Misiones
    Jesuíticas en el arte musical, en
    la Encíclica del 19 de febrero de 1749, expresaba:
    "…Tomaron ocasión de esto los misioneros,
    valiéndose de piadosos y devotos cánticos para
    reducirlos a la fe de Cristo, de suerte que actualmente casi no
    hay diferencia alguna entre las misas y las vísperas de
    nuestros países y las que allí
    cantan."

    En cada
    reducción se estableció una capilla de
    músicos indios muy bien instruidos.

    El material
    aquí presentado corresponde a la Colección de
    Manuscritos Musicales del Archivo de la
    Catedral de Concepción de Chiquitos, Bolivia, y
    representa parte del testimonio más importante de la
    utilización de las artes, en especial de la música,
    en la evangelización de América.

    El clima
    había moderado su carácter. De los arranques
    violentos pasaban a la depresión.
    La naturales, de extraordinaria riqueza, habían puesto a
    su fácil alcance los medios
    necesarios para vivir. Sobraban alimentos y no
    les era necesario construir casas para resguardarse de las
    inclemencias del tiempo.

    No se ha
    podido comprobar que fueran caníbales, tal como lo
    sostuvieron los primeros conquistadores. Por el contrario, hay
    documentos
    fehacientes de su mansedumbre, de su temor por los blancos, de su
    buena disposición para servirlos, tanto de guías
    como llevándoles alimento.

    Las versiones
    de su antropofagia y de su ferocidad fueron exageradas, como lo
    demostró la facilidad con que se los sometió a la
    vida de las misiones.

    Hubo autores
    que insistieron en el canibalismo de los indígenas del
    Río de la Plata y del Paraguay. Lo afirmaron los
    compañeros de Solís, el gran navegante que
    descubriera nuestro estuario. También lo dijo el Padre
    Lozano. El marinero Puerto, sobreviviente de la expedición
    de Solís, sostuvo que los charrúas, a quienes debe
    considerarse como pertenecientes a la raza guaraní, se
    habían comido a su jefe.

    Idéntica aserción sobre la antropofagia
    de los indios de esas regiones se encuentra en otros documentos, como
    en la carta de Pedro
    Ramírez
    sobre el viaje de Gaboto al Alto Paraná, y en los trabajos
    de Schmidel, uno de los cronistas de la época que mejores
    documentos ha
    dejado sobre estos temas.

    La verdad es
    que el espíritu guerrero de los indígenas lo
    provocaba la codicia ilimitada y los malos tratos de los
    conquistadores. Es por esto por lo que tan mal fin tuvieron los
    primeros fundadores de Buenos aires y la
    tripulación del bergantín bermejo, acuchillada por
    los naturales de la región.

    En cambio,
    Álvar Nuñez, en su largo viaje por tierra, desde
    Cananea hasta Asunción, atravesando tierras
    vírgenes para los europeos, recibió buena ayuda de
    ellos.

    Tampoco
    tuvieron dificultades las múltiples expediciones
    despachadas desde Asunción para la fundación de
    nuevas ciudades, ni los audaces conquistadores que desde esta
    ciudad partieron en busca del Perú.

    La verdad es
    que desde que los conquistadores ponen su planta en el Nuevo
    Mundo, los acucia el deseo de descubrir oro, arrebatándolo
    a quienes lo tenían. La explotación inhumana del
    indígena se convirtió en una norma impuesta por los
    expedicionarios, contra las mismas disposiciones reales. Este
    trato despertó el espíritu de rebelión de
    los indígenas, que defendieron armados su tierra, sus
    mujeres y su libertad.

    La
    crónica de la conquista es pródiga en luchas contra
    los indígenas. A veces los españoles se
    imponían desde el primer momento por el terror. Otras los
    indios tomaban la iniciativa.

    Entre estas
    rebeliones la más famosa fue la encabezada por
    Oberá. Este cacique, cuyo nombre significaba "resplandor
    del cielo", prometió a los indios que los
    libertaría de la dominación española,
    presentándose ante ellos como el hijo de Dios, que
    compadecido de las miserias que azotaban a la nación
    guaraní, se había hecho hombre para
    libertar a su pueblo. La principal arma que emplearía en
    la lucha contra los españoles era un cometa que
    había aparecido por occidente y que él
    sostenía haber escondido para abrasar con él a los
    invasores.

    Rápidamente Oberá conquistó
    adeptos. Pueblos guaraníes enteros, cansados del
    régimen de esclavitud al
    cual habían sido sometidos, se ponían a sus
    órdenes. Pronto, encabezando una gran masa de
    indígenas, con sus mujeres y sus hijos, buscó poner
    distancia entre él y los españoles,
    dirigiéndose al Paraná mientras enviaba a uno de
    sus jefes, Quirará, en busca de nuevas
    adhesiones.

    No en vano los
    españoles habían sometido a los indígenas a
    tal explotación. El verbo de Oberá cundió
    rápidamente y en corto tiempo no quedaron indios
    dispuestos a servir a los conquistadores.

    Ante la
    amenaza de una rebelión que día a día tomaba
    mayores proporciones, Juan de Garay, dejando a Asunción
    preparada para la defensa, resolvió marchar hacia el norte
    con ciento treinta de sus mejores soldados, subiendo por el
    Paraguay y luego por tierra hasta el nacimiento del Iparé,
    con el fin de cortar el paso a los indios que bajaban para unirse
    a Oberá.

    Fue en este
    último lugar donde, según cuenta el Padre Lozano,
    dos jefes guaraníes, Pitum y Coraci, enviados por el
    cacique Tapuy-Guazú, desnudos y sólo con dardos en
    la mano, se acercaron a las tropas españolas
    lanzándoles este desafío:

    "Venimos
    enviados de nuestro cacique a castigar el atrevimiento de haber
    venido hasta aqueste paraje con tal débil poder. Salga
    cualquiera de vosotros armado de lanza y escudo, o de espada y
    rodela, que aunque pudiéramos traer arcos y flacas,
    cedemos gustosos a esas ventajas, porque es voluntad de nuestro
    cacique escarmentemos vuestra osadía venciéndolos
    con esta arma desigual. Y si no queréis medir las armas, midamos
    siquiera los brazos peleando desarmados hasta decidir el pleito
    con la muerte de
    los más cobardes, que sois vosotros. Y si aun esto os
    desagrada, salgan dos españoles para cada uno de nosotros
    y sean los más preciados valientes, porque en venceros
    quede acreditado el valor heroico
    de los guaraníes."

    Fueron dos
    soldados, Espeluca y Juan Fernández de Enciso, los que,
    armados de espada, recogieron el reto trabándose en
    singular combate con los indígenas en presencia de sus
    compa164eros, venciéndolos y poniéndolos en fuga,
    según la crónica de dicho padre jesuita. Los dos
    combatientes guaraníes fueron luego condenados por su jefe
    a morir quemados por haber huido.

    El resultado
    de este combate fue tan decisivo que, reunidos los jefes que
    acompañaban a Tapuy Guazú, resolvieron ofrecer la
    paz a Juan de Garay, abandonando la idea de reunirse con
    Oberá. De allí, guiado por sus nuevos aliados,
    marchó el jefe español contra los
    "taquimirís", a quienes sorprendió y
    acuchilló. Poco después pudo comprobar que nada
    tenían que ver los tapuimiríes con la
    rebelión de Oberá. Tres pueblos más
    corrieron igual suerte.

    Mientras tanto
    Oberá estaba preparándose para la guerra de
    Ipanemé, lugar en el cual Guayracá, capitán
    de sus tropas, había construido un fuerte con torreones.
    Tenía a sus órdenes dos mil indios traídos
    por el cacique Yaguatatí. Mil por Tanimbaño.
    Novecientos por Curapy, famoso por su valor.
    Doscientos cincuenta por Ibiriyú. Por su parte, Tapucane y
    Yacaré comandaban trescientos cincuenta cada
    uno.

    El encuentro
    fue en extremo sangriento, imponiéndose la
    organización y las armas de fuego de
    los españoles. Casi todos los jefes indios murieron en la
    lucha. Oberá pudo desaparecer. Su nombre perduró
    entre los indígenas como el de una divinidad
    salvadora.

     

    LA CARTA DE GONZALO
    DOBAS A FELIS DE
    AZARA
    (documento)

    Para recoger una impresión directa de cómo
    veían el territorio de Misiones los españoles, es
    interesante reproducir algunos párrafos de la carta que
    el Capitán Gonzalo
    Doblas envió a Félix de Azara sobre
    las características de la
    región.

    "La temperatura es
    benigna y saludable, y aunque se distinguen las estaciones de
    invierno y estío, ni uno ni otro son rigurosos, sucediendo
    en esta provincia lo que es común a la de Buenos Aires y
    Paraguay, de experimentarse muchos días de calor en el
    rigor del invierno y otros fríos en el verano. Es el
    aire más
    húmedo que seco a causa de los muchos bosques y
    ríos y en los pueblos inmediatos a ellos experimentan en
    invierno frecuentes neblinas que duran hasta los diez
    días.

    Donde has
    árboles es tanta la espesura desde su orilla y tan
    cubiertos de maleza, que es muy difícil el entrar en ellos
    y en los terrenos descubiertos apenas se ve un
    árbol.

    "En estos
    bosques, así como en los que se hallan en las alturas,
    como en los valles o quebradas, se encuentran muchas maderas de
    varias especies a propósito para construcción de embarcaciones,
    fábricas de casa y muebles; algunas bastante preciosas,
    que para especificarlas todas se necesita una prolija
    relación que omito.

    "La calidad de
    la tierra es
    gredosa, mezclada con cieno o tierra hortense, con mucho esmeril
    y alguna arena; su color es rojo
    como la almagra y sólo en algunos bajíos se halla
    tierra negra.

    "El trigo
    aunque no rinde tanto como en Buenos Aires, con todo se recogen
    buenas cosechas, siendo por lo regular dar diez por una. El arroz
    se cría bien y viene con abundancia, el maíz lo
    mismo y todo cuanto se siembra produce bien.

    "Lo mismo
    sostiene en lo que respecto a la yerba mate y al algodón,
    así como de la caña de azúcar, el cacao, el
    añil, las batatas y la mandioca.

    "En cuanto a
    los frutales, destaca la corpulencia de los naranjos y limones,
    así como la bondad de las vides".

    Menciona
    Gonzalo de Doblas las minas de cobre y de
    cristal de roca, y la existencia de canteras de piedra para
    edificar, "muy dóciles de labrar y de mucha consistencia
    para permanecer".

    Señala
    la falta de sal y de cal y afirma que ésta se puede suplir
    con caracoles grandes calcinados, método al
    cual hemos hecho referencia al describir el territorio de
    Misiones.

    Insiste mucho
    en la bondad del clima, en la inexistencia de insectos
    parasitarios, en la falta de enfermedades y en la
    mansedumbre y espíritu de obediencia de los
    indígenas.

    En este
    territorio de clima acogedor y naturaleza
    pródiga, libre casi de enemigos, se instalarán los
    Jesuitas.

    El Régimen de las
    Misiones.

    Puesta en sus manos la reducciónI de los indios,
    los jesuitas apelaron en la mayoría de los casos a un
    régimen pacífico, designando en cada misión
    además de un representante del gobierno
    español, un cacique indígena que daba a los
    naturales cierta sensación de seguir manteniendo sus
    propias autoridades.

    Conferían a estos caciques el título de
    capitanes, con mando para la guerra sobre
    un número determinado de hombres, y ciertos hombres, como
    por ejemplo: un bastón con puño de plata que
    podían usar dondequiera que estuviesen y un lugar de
    preferencia en la iglesia. Estos honores, hereditarios, se
    transmitían de generación en
    generación.

    Las obligaciones
    fiscales con la Corona fueron reducidas notablemente;
    consistieron en un impuesto anual de
    un peso sobre cada hombre de
    dieciocho a cincuenta años y un diezmo establecido en cien
    pesos anuales.

    Este
    régimen era mucho más favorable que el impuesto a los
    encomenderos quienes debían pagar un jornal de cuarenta
    reales mensuales (un real es un cuarto de peseta) a cada
    indígena y cinco pesos anuales por cada uno de ellos a la
    Corona.

    El privilegio
    concedido a los Padres Jesuitas provocó fuerte resistencia entre
    los encomenderos, y disputas de las cuales fueron víctimas
    los indígenas.

    Pero pese al
    trato indudablemente superior que imperaba en las misiones y a
    las ventajas que importaba sobre el sistema de las
    encomiendas, no todos los indígenas aceptaron esta
    tutela.

    Los más
    rebeldes quisieron mantener su libertad.
    Así fracasaron las misiones de Baradero y Quilmes, las
    más próximas a Buenos Aires y las que se intentaron
    fundar en la Patagonia,
    hasta donde trataron de extender su influencia los miembros de la
    Compañía de Jesús, destruídas en una
    rebelión de los indígenas de esa
    región.

    Tampoco
    pudieron ser dominados los malineyas, los guatas y los
    ninaguiguilas, tribus de gran belicosidad.

    Nunca aceptaron
    el régimen de las misiones los guayanas, que
    comprendían a todas las tribus no guaraníes, aun
    cuando eran mansos y vivieron en buenas relaciones con los
    religiosos, con los que intercambiaban productos.
    Igual cosa ocurrió con los charrúas, los bugres,
    los payaguas, los tobas y los mocovíes.

    Otras tribus
    como la de los guanás, reclamaron volver a su antiguo
    estado después de algún tiempo en las misiones,
    alegando no querer sentir siempre sobre sí la vigilancia
    de Dios que, tal como ellos habían entendido las
    enseñanzas de los padres, estaba en todas partes espiando
    sus actos.

    Fracasó
    asimismo después de 17 años de esfuerzos, el
    intento de someter a los guaycurúes.

    Pero los
    jesuitas no solamente apelaron a los métodos
    pacíficos, a la prédica del evangelio, a las
    promesas. También lo hicieron a las armas. Bajo su
    dirección, el cacique guaraní Maracana
    venció a los caciques rebeldes Taubiú y Atiguaje.
    También fueron derrotados por las fuerzas de la
    Compañía de Jesús Yagua-Pitá,
    Guirá-Vera y Chimboí. Estas victorias dieron fama
    militar a los misioneros, introduciendo entre los
    indígenas el temor como nuevo elemento de
    persuasión.

    Algunos
    jesuitas perdieron la vida, muriendo asesinados los padres
    González, Mendoza, Castañares, Castillo y
    Rodríguez, cantidad de muertes insignificante en un medio
    indómito al que
    había que dominar.

    Instalados ya
    en su nuevo centro de actividad, la Compañía
    dedicó buena parte de sus energías a buscar el
    camino del Atlántico, a través del Brasil, siguiendo
    la ruta que años antes tomara el conquistador Nufrio
    Chaves: por el Mamoré y el
    Marañón.

    Este intento
    provocó un fuerte choque con las colonias de deportados
    lusitanos y piratas holandeses, que la provincia de San Pablo se
    dedicaban a la explotación de los
    indígenas.

    Los paulistas,
    llamados también mamelucos, frente a la amenaza que para
    ellos representaba la actividad de los misioneros en busca de un
    camino hasta la costa del Atlántico, decidieron poner
    límites a dichas actividades por medio de la fuerza.
    Asaltaron las reducciones de la provincia del Guayrá, las
    más antiguas, arrasaron las construcciones, mataron a
    cuantos pretendieron oponérseles y se apoderaron de todo
    el botín posible. Los jesuitas calcularon en 60.000 la
    cantidad de indios que se llevaron a sus colonias, dejando un
    tendal de moribundos por el camino.

    Una nueva
    amenaza de ataque decidió a los jesuitas a abandonar sus
    13 misiones en la provincia mencionada.

    Bajo la
    dirección del Padre Montoya, doce mil personas en
    setecientas embarcaciones emprendieron el camino hacia el actual
    territorio de Misiones bajando por las aguas del
    Paraná.

    Fue una
    emigración trágica en la cual sólo la
    firmeza y el temple del Padre Montoya, hombre de gran
    prestigio entre los misioneros, pudo evitar desastres
    mayores.

    Los rompientes
    del río destrozaban las embarcaciones y la peste diezmada
    a los indígenas, que pagaron un duro tributo a la
    evacuación de las misiones del Guayrá. No menos que
    el de los 60.000 naturales arrebatados por los
    paulistas.

    Después
    de haber tenido que suspender el viaje durante toda una
    estación acampando a orillas del río y sembrando
    para mantenerse, llegaron a las reducciones instaladas a orillas
    del río Yabebirí. Estas reducciones constituyeron
    el núcleo central del imperio jesuítico en el
    Paraguay, denominando a las 13 primeras con los nombres de las
    que habían abandonado en el Brasil.

    Sólo
    treinta años después, florecientes las nuevas
    reducciones, volverían a buscar la salida por el
    Atlántico, pero en esta oportunidad a la altura de Porto
    Alegre.

    El progreso de
    las misiones fue rápido. Todos los productos
    obtenidos por el trabajo, de
    los indígenas eran almacenados, encargándose los
    jesuitas de distribuir lo necesario para la alimentación. El
    resto era enviado a Buenos Aires, donde tenían
    establecidas oficinas que eran las que se encargaban de comerciar
    estos productos.

    Los tejidos
    utilizados eran los de algodón que se hacían en la
    región. El suelo daba alimentos
    abundantes. Sólo la sal se traía del Río de
    la Plata para las viviendas se utilizaban los materiales de
    la región a los cuales hemos hecho ya referencia.
    También fabricaban sus armas y la
    pólvora.

    Constituía además una fuente de abundante
    riqueza la yerba mate y los algodonales.

    Doblas,
    teniente de gobernador del departamento de Concepción, uno
    de los cinco en que fueron divididas las misiones, calculó
    que cada pueblo de 1.200 personas dejaba a la
    Compañía un saldo anual favorable de 30.000
    pesos.

    Además
    de la agricultura y
    de los tejidos, las
    misiones explotaban la ganadería. Habían conseguido
    formar grandes rebaños, dedicando algunas de las misiones
    a su cuidado, mientras otras se especializaban en el
    algodón y la yerba.

    Tenían
    monopolizado el comercio.
    Salvo en seis de las misiones que podían comerciar
    libremente, en las demás todo tráfico de cosas se
    hacía por intermedio de los padres.

    Los
    indígenas no conocían la moneda. Se reemplazaba
    ésta por una cantidad dada de productos, que
    constituía su equivalente. Era también de este modo
    como se efectuaba el intercambio entre una misión y
    otra.

    Vestían
    los indios calzón, camisa y gorro de algodón,
    llevando sobre los hombros el inseparable poncho, el cual en
    invierno le servía también de
    manta.

    Las indias
    vestían lo que se llamaba "tipoy", camisa de
    algodón también, con mangas, larga y suelta, que
    anudaban a la cintura. Sobre esto iba la
    pollera.

    El uso del
    calzado era desconocido en absoluto, yendo todos
    descalzos.

    En la comida
    predominaban los vegetales, especialmente el maíz y la
    mandioca, que eran servidos abundantemente, y en distintas
    formas. El primero pisado y mezclado con grasa y queso, cocido al
    horno en pequeños panecillos, era efectivamente el
    sustitutivo del pan. Aún ahora se consume en el Paraguay y
    en el norte argentino y se conoce como antes con el nombre de
    "chipa". El maíz, ligeramente aplastado en un mortero, y
    cocido con leche o
    agua y
    azúcar es la "mazamorra", y cocido con agua y sal,
    pero menos espeso que el anterior, se conoce con el nombre de
    "locro". Fermentado, da la chicha, bebida alcohólica muy
    apreciada por los naturales del lugar.

    En cuanto a la
    mandioca, era servida ya sea cocida o tostada al fuego. Otras
    veces se partía en trozos que secados al sol durante
    varios días eran convertidos luego en harina, mezclados
    con un poco de agua y
    calentados sobre el fuego. Formaba esta mezcla una especie de
    torta conocida con el nombre de "mbeyú", que
    también reemplazaba al pan.

    El otro gran
    alimento era la yerba, consumida en forma de infusión,
    bebida directamente de un recipiente formado por una
    pequeña calabaza vacía, el mate, o sorbida por
    medio de la bombilla.

    Carne se
    comía poca. Era repartida dos o tres veces por semana, de
    acuerdo a las reservas de que dispusiera la comunidad,
    pasando a veces quince días o más sin que la
    probasen. En algunas reducciones, donde había posibilidad
    de fabricarlo, se consumía también
    queso.

    Era para
    exportar todos los productos que obtenían de las
    reducciones sin dar intervención a Buenos Aires, por lo
    que durante tantos años, aún después de las
    sangrientas disidencias con los mamelucos, buscaron los jesuitas
    una salida directa al mar.

    Tuvieron, las
    Misiones, una independencia
    casi absoluta, pese a formar parte de la Monarquía
    Española, cuyas disposiciones y leyes respetaban.
    El superior de estas reducciones era directamente designado de
    Roma, residiendo
    en Yapeyú.

    Los obispos en
    cuya jurisdicción se hallaban ubicadas, no podían
    intervenir para nada en su vida, ni aún como autoridades
    supremas de la iglesia para investigar o inspeccionar el
    cumplimiento de las disposiciones religiosas. Dos obispos
    tuvieron con los padres Jesuitas incidencias famosas. El Obispo
    Cárdenas, que fracasó en su intento de visitarlas y
    el Obispo Antequera, quien finalmente pagó con su vida su
    lucha contra la Compañía de Jesús. En
    realidad, Antequera representaba los intereses de los
    franciscanos, rivales de los jesuitas.

    Fueron los
    padres jesuitas sobrios y disciplinados en un ambiente en el
    cual había imperado hasta entonces un discrecionalismo
    absoluto en las costumbres.

    No solamente se
    dedicaron a la
    organización de los indígenas y a la vigilancia
    de su trabajo o al cual comercio de
    los productos que obtenían. Prestaron atención a
    las investigaciones
    científicas y a los estudios. Construyeron cuadrantes
    solares, analizaron la naturaleza de la
    región, su geografía, su
    población animal y vegetal, describieron
    los ríos y las montañas dejando valiosos elementos
    para su estudio posterior.

    En San Miguel,
    Santa María, San Javier, Loreto y Corpus instalaron
    imprentas en las cuales se imprimía en lengua
    guaraní. El primer libro
    publicado fue Martirologio Romano, aparecido en 1700. Cinco
    años después, se imprimió, con cuarenta y
    tres láminas grandes y sesenta pequeñas, Diferencia
    entre lo temporal y lo eterno, de Nieremberg. Cada pueblo
    tenía su escuela, donde la
    enseñanza era impartida en guaraní. Y no fueron
    sólo los jesuitas los que se dedicaron a la literatura y a los estudios.
    Hubo entre los indios algunos que demostraron verdadero talento y
    pudieron ver publicadas sus obras. Así a Nicolás
    Yapuguay le fueron publicadas dos de carácter religioso, a
    otro indígena la historia del pueblo de
    Yapeyú, a un tercero un drama religioso. Hubo entre ellos
    uno que se dedicó a la cartografía y levantó
    un mapa de la región.

    Además a
    los que demostraban inclinación a ello, les
    enseñaban los misioneros mecánica, escultura, pintura, etc.
    Se fabricaban así en los talleres de las reducciones
    bargueños, estanterías, puertas y ventanas de
    hierro forjado
    o de madera
    tallada, estatuas, pinturas. Y era tal la habilidad demostrada en
    estos trabajos, que acudían a adquirir estos objetos los
    españoles de los pueblos vecinos, quienes muchas veces se
    los hacían hacer de encargo.

    Se trabajaba
    también el cuero. Se hacían con él arcas,
    cajas, correas, y era con estas correas con lo que se
    reemplazaban los clavos, atando fuertemente con ellas lo que se
    había de clavar.

    Organización de los
    pueblos.

    Cada uno de
    ellos estaba constituido por una plaza de 125 metros de lado, en
    uno de cuyos costados se levantaba la iglesia, el convento y el
    cementerio, y en cada uno de cuyos ángulos había
    enclavada una cruz.

    En la plaza
    desembocaban las calles formadas por dos filas de casas
    distribuidas en manzanas cuadrangulares. Estas casas eran de una
    sola habitación con puerta y ventana, y en cuyo frente se
    levantaba una galería de unos dos metros de ancho, de modo
    que se podía andar todo alrededor de una manzana sin que
    el sol o la
    lluvia molestaran.

    Algunas casa
    eran de sillería, otras tenían además adobe
    en su construcción; las había
    también de tapia y de palos y barro.

    Se empleaban
    las piedras de las canteras próximas y las maderas de los
    bosques que las rodeaban.

    Los techos a
    dos aguas tenían una inclinación pronunciada, para
    soportar lluvias continuas, y en su construcción se utilizó en primer
    término la paja, pero como esto dio lugar a que ardieran
    completamente durante las invasiones de los mamelucos, se
    hicieron luego de tejas.

    El piso era de
    tierra, salvo las celdas de los padres que estaban embaldosadas.
    En cada habitación, cuyo tamaño era de cinco metros
    por cinco, vivía una familia.

    Las calles
    estaban sombreadas por naranjos que daban a la fisonomía
    de los pueblos un matiz simpático.

    Para
    defenderlos de las incursiones de los mamelucos de San Pablo, se
    los rodeaba de poderosas tapias o fosos profundos,
    combinándose en muchos casos ambos medios de
    defensa.

    Estaban casi
    siempre ubicados en mesetas por razones de vigilancia y de
    higiene y eran
    uniformes en su planimetría, para ajustarse a las
    disposiciones de la Ley de
    Indias.

    Los conventos
    eran de gran amplitud divididos en dos partes correspondientes a
    los dos patios. Sobre el primero, de sesenta metros por cuarenta,
    daban las celdas, generalmente de seis metros por seis,
    blanqueadas, el depósito, la escuela y la
    armería. Se comunicaba con el pueblo por caminos
    subterráneos. También un camino subterráneo
    conducía a una cripta, en la que se depositaban solamente
    los restos de los padres jesuitas, la que caía bajo el
    altar mayor.

    Muchas novelas se han
    tejido con respecto a estos subterráneos en cuya
    construcción denotaban los jesuitas ser hábiles
    ingenieros. En realidad, lo más probable es que se
    utilizasen, tanto en momentos de peligro para poder comunicarse
    directamente con el pueblo o con la parte exterior, como para
    poder vigilar a los indígenas.

    En el segundo
    patio estaban los talleres de pinturas, dorado, escultura,
    fábricas de utensilios en cuerno y madera y en
    varios casos un taller de relojería. Cada convento
    poesía
    además una huerta para proveer de verduras a los
    padres.

    Las iglesias
    eran suntuosas y amplias, de tres y cinco naves. Buena prueba de
    esta suntuosidad la dan no solamente la observación de las ruinas sino el hecho de
    que todavía en 1817, cuando el general portugués
    Chagas saqueó los pueblos jesuitas de la margen izquierda
    del Uruguay,
    obtuvo un botín de 750 kilos de plata, siendo lo
    más probable que para esa fecha ya los mismos padres
    hubiesen extraído casi todas las
    riquezas.

    Los
    indígenas, antes de la venida de los jesuitas, curaban sus
    males con yerbajos y conjuros, ejerciendo la profesión de
    médico el brujo de la tribu. Fácil es de imaginar
    que en estas condiciones las enfermedades y las pestes
    hacían estragos entre ellos. Los jesuitas establecieron
    hospitales en cada pueblo, donde con mayor eficacia pudo
    lucharse contra esos enemigos que en ocasiones devastaban zonas
    enteras.

    Cada pueblo
    tenía además una casa donde se recluía a las
    mujeres de vida libre, a las esposas cuyos maridos
    emprendían largos viajes y a las
    viudas que así lo deseaban.

    Para comunicar
    sus reducciones, construyeron una buena red de caminos. Abrieron en
    los bosques "picadas", una de las cuales, de mucha
    extensión, iba desde Santa María a Mártires
    y de aquí a Candelaria. Este último tramo
    tenía más de 60 kilómetros, requiriendo su
    conservación gran cuidado por la tendencia de la selva a
    invadir el terreno que le era arrebatado.

    Además
    de esos caminos principales que comunicaban entre sí las
    reducciones, tenían una extensa red de caminos y sendas
    secundarias, que llegaban a todos los pueblos y a las
    estancias.

    Para tener
    agua en forma
    permanente, cada pueblo poseía piletas y depósitos.
    En las ruinas de los Apóstoles aun es posible observar una
    piscina de forma exagonal, cuya base tiene 21,2 metros, 12 en los
    lados noroeste y sudoeste, 9 en los restantes y 1,35 de
    profundidad, a la cual dos canales subterráneos
    conducían el agua de dos
    manantiales cercanos.

    El excedente de
    agua iba por otro canal a un depósito más
    pequeño de forma trapezoidal.

    No menos
    hábiles que en la construcción de caminos,
    subterráneos y depósitos de agua, lo fueron los
    jesuitas en la construcción de puentes. Sobre el arroyo
    Chirimay, cuyo cauce normal tiene 15 metros de ancho y 1,5 de
    profundidad, pero cuyas crecidas son muy peligrosas, quedan
    restos de uno de ellos.

    Tenía
    una anchura de 4 metros y una longitud de 19. Su altura sobre le
    nivel común del agua era de 3 metros.

    Pero
    más que puentes, el problema para facilitar las comunicaciones
    era le paso de los pantanos. Con este fin se construían
    calzadas de piedra que cumplían suficientemente sus
    fines.

    Hasta se
    supone, sin que existan datos serios, que
    iniciaron el drenaje de la laguna de Iberá, para convertir
    los bañados en tierras de pastoreo.

    La población de cada misión se
    puede calcular en 3.000 habitantes. En Yapeyú, asiento de
    las autoridades principales, se elevaba a 7.000, y en Santa Ana,
    a 5.000.

    En el
    año 1743, cuando las misiones alcanzaron su mayor
    prosperidad, su población total llegó a
    150.000.

    Para guardar el
    orden y hacer frente a cualquier ataque, tenían fuerzas
    propias autorizadas por la Corona. Estas fuerzas estaban
    especialmente destinadas a hacer frente a los
    mamelucos.

    Eran los
    mamelucos los principales enemigos, aunque no los únicos.
    Éstos atacaban las reducciones tanto por la amenaza que
    significaba para ellos su presencia, de lo que ya hemos hablado,
    como también con le fin de tomar prisioneros a los indios
    y venderlos como esclavos no sólo en San Pablo, sino en el
    vasto mercado que
    representaba todo el Brasil.

    Los otros
    enemigos a los que tenían que hacer frente eran algunas
    tribus de indios no reducidos, como los yarás mimanes,
    mohanes y charrúas, que cuando llegaba la mala
    época, época de sequías, de hambre,
    acometían las misiones guaraníes para robarlas.
    Pero no se contentaban con esto, sino que además asaltaban
    las capillas y estancias, donde sabían que había
    indios en pequeño número, los mataban y se llevaban
    las mujeres y niños.

    Generalmente se
    juntaban en gran número y atacaban por sorpresa. Otras
    veces se juntaban en bandas de salteadores, saliendo a los
    caminos a robar y matar, volviéndolos intransitables. En
    estas ocasiones las tropas guaraníes que les hacían
    frente eran comandadas por jefes españoles, enviados por
    el Gobernador de Buenos Aires. Tal lo ocurrido, por ejemplo, en
    1701 cuando fue enviado el Maestre de Campo don Alejandro
    Aguirre. También en 1708, 1714 y años siguientes,
    fue necesario recurrir a estos procedimientos.

    Constituían los guaraníes en cierto modo
    una avanzada de defensa sobre las fronteras, ya que al defender
    sus tierras defendían también las fronteras de la
    provincia, por estar situadas en el límite Oriental.
    Fueron llamadas las milicias guaraníes algunas veces para
    ayudar a los españoles de las dos gobernaciones en que
    estaban, y aún a veces en ayuda de Buenos Aires. Una de
    las veces que esto ocurrió fue en 1679, en la toma de
    Colonia.

    Se
    componía esta milicia de infantes y caballería,
    armados de arcos, flechas, "bolas", que los indios arrojaban con
    gran habilidad, macanas y hondas, mosquetes, sables, lanzas,
    rodelas y fusiles livianos para la caballería. Cada
    pueblo, como se mencionó, tenía su armería y
    su fábrica de pólvora.

    Para la
    instrucción militar de los indígenas trajeron de
    Chile padres
    jesuitas con conocimientos en esta materia. Hubo
    naturales que obtuvieron el grado de generales de las fuerzas
    indígenas, como José Tiarayú y
    Nicolás Languirú. Sobre este último los
    enemigos de los jesuitas hicieron correr la versión de que
    estaba destinado por los misioneros de dicha orden a convertirse
    en rey del Paraguay, separando a esta provincia de la
    monarquía española.

    Había en
    cada misión centinelas permanentes y un servicio de
    vigilancia sobre el río Uruguay. Para
    fines de guerra, cada
    pueblo poseía además 200 caballos
    seleccionados.

    En cuanto a las
    autoridades civiles, estaban constituidas por un corregidor, dos
    alcaldes mayores de primero y segundo voto, teniente de
    corregidor, alférez real, cuatro regidores, alguacil
    mayor, alcalde de la hermandad, procurador y escribano. La
    elección de estas autoridades se efectuaba en la misma
    forma que la de los cabildos de las ciudades.

    Cuando la
    reducción alcanzaba a estar compuesta ya de ochenta
    familias, se elegía un Alcalde, si había más
    de este número se elegían dos, pero aunque el
    número de familias fuese mucho mayor, más de dos no
    podían nombrarse.

    A medida que el
    pueblo crecía, aunque no se aumentase el número de
    Alcaldes, se aumentaba en cambio el de Corregidores, que tampoco
    debía pasar de cuatro.

    Cada tres
    años se nombraba por Indias un Corregidor español
    que vivía en el pueblo principal o cabecera, el que
    tenía atribuciones civiles, militares y judiciales. Cuando
    las misiones crecieron en importancia se nombró esta
    autoridad en cada pueblo crecía y al cabo de cinco
    años debían estar ya provistos.

    En general, la
    justicia era
    administrada por los padres jesuitas, y para los delitos menores,
    que eran comunes, el correctivo eran azotes.

    Delitos
    más graves se castigaban con prisión y a veces con
    expulsión de las reducciones.

    Existía
    también un tribunal integrado por tres misioneros de
    pueblos vecinos, para dirimir los pleitos sobre inmuebles que en
    cada uno de ellos podían producirse.

    En cuanto a la
    dependencia de los indígenas con respecto a los padres,
    era casi absoluta. Pertenecían a la comunidad desde
    los cinco años. Desde esa edad, su día comenzaba al
    alba, en que marchaban a la iglesia, de donde una vez oída
    misa se encaminaban a sus trabajos en el campo o en los
    talleres.

    Se
    dirigían al trabajo todos juntos, llevando cada día
    el santo correspondiente, que era el que abría la
    procesión en medio de los cánticos y coros
    religiosos, que por otra parte, seguían entonando durante
    todo el tiempo del trabajo.

    El regreso era
    a las tres de la tarde y, después de una nueva misa,
    volvían a su casa. Luego, después de unas horas, se
    daba la señal de la queda después de la cual estaba
    prohibido transitar por la calle. El que, violando esta
    disposición, fuera encontrado por los encargados de la
    vigilancia, era castigado.

    Los tres
    primeros días de cada semana, se había prescrito
    que los indios trabajasen para la comunidad, en
    aquellas tareas que los misioneros dispusieran. Los demás
    días laboraban en sus chacras, siempre bajo la rigurosa
    vigilancia de los padres jesuitas.

    Los
    niños en las reducciones pasaban poco tiempo en su casa,
    pues una parte del día la pasaban en la iglesia rezando,
    otra trabajaban en el campo común donde recogían
    algodón o maíz, yendo los muchachos y las muchachas
    en grupos separados.
    Luego iban a la escuela o los
    talleres y los que no acudían a uno u otro eran ocupados
    en trabajos fáciles de cultivo de los campos comunes,
    así: limpiar la tierra ya removida por el arado, sembrar,
    arrancar las hierbas, recoger los frutos maduros. Esto para los
    varones, que al igual que las mujeres no dejaban de estar
    vigilados en su trabajo por un mayor, que a veces era un padre y
    otras un indio de confianza.

    Las
    niñas se ocupaban de recoger los capullos de
    algodón, de espantar a gritos y con mucho ruido las
    bandadas de loros y otras aves
    dañinas, y cuando eran ya mayores,
    hilaban.

    Los
    niños que demostraban capacidad eran instruidos,
    enseñándoles a leer, escribir y contar.
    Además de ésta, que venía a ser la
    instrucción primaria, había una escuela superior
    donde aprendían canto, música y danza.

    Había
    también una escuela de artes
    y oficios, de donde salían pintores, escultores, herreros,
    tejedores, etc.

    Los
    niños se mantenían separados de las niñas
    hasta que éstas cumplían quince años y
    aquéllos diecisiete. Entonces era llegada la época
    en que se trataba de casarlos. La dote que llevaban ambos al
    matrimonio era
    más o menos la misma para los dos e igualmente
    pobre.

    Era
    común que se celebrasen varios matrimonios
    juntos.

    Los
    guaraníes no conocieron la monogamia hasta la llegada de
    los jesuitas, pues convivían con varias mujeres,
    especialmente los caciques y los indios ricos que podían
    mantenerlas, viviendo todos además e completa
    promiscuidad.

    Los misioneros
    instauraron la familia
    monogámica, consiguiendo al cabo de bastante tiempo y con
    mucha paciencia, que cada indio tuviera una mujer, y ocupase
    con ella y sus hijos una casa.

    Por otra parte,
    los indios eran admitidos en las reducciones, pero no bautizados
    hasta que ese requisito no fuese estrictamente cumplido. Las
    indias eran antes de las misiones, tomadas como mercancía
    de cambio por el padre o los hermanos que las vendían,
    entregándolas por un precio
    convenido al futuro esposo. Éste a su vez podía
    realizar la misma transacción, con lo que las indias no
    disfrutaban de ningún respeto ni de
    ninguna estabilidad, no sabiendo nunca cuál sería
    su porvenir matrimonial.

    Esta
    condición de la mujer
    cambió con la llegada de los jesuitas, los cuales al
    cimentar la familia
    monogámica, le permitieron tener un
    hogar.

    Historia Activa

    El testimonio de un jesuita–maestro:
    cómo se instruían y trabajaban los jóvenes
    en una misión.

    La distribución cotidiana de todos Los mutates
    y muchachas, es ésta al oír la campana de las
    Avemaría, un cuarto de hora después de tocar a
    levantar Los padres, suenan en la plaza Los tamboriles de Los
    mutates y sus alcaldes o mayorales, esparcidos por las calles,
    comienzan a gritar: "Hermanos, ya es hora de levantar ya han
    tocado a la oración: enviad luego vuestros hijos e hijas a
    rezar y encomendarse a Dios; no seáis flojos y dormilones;
    que vengan a la iglesia a oír la Misa para que dios eche
    la bendición a las labores del
    día.

    A estas voces y
    al ruido de Los
    tamboriles van saliendo de sus casas y encaminándose al
    patrio de la iglesia, a un lado Los mutates y a otros las
    muchachas. En juntándose, comienzan las oraciones
    (…)

    Acabada la Misa
    (…) salen Los mutates al patrio de Los padres; vuelven
    allí a rezar un poco y cantar algunas de sus canciones.
    (todas estas canciones son en su Lengua), se
    les del de almorzar. Después, cargan con la comida de
    medio día, Los peroles para cocerla, Los escardillos para
    escardillar Los sembrados, que es faena muy frecuente, u otros
    instrumentos para otros tabajos y una pequeña estatua de
    san Isidro labrador en sus andas, con su caja para resguardo
    cuando llueve. Tocan sus tamboriles y flautas y; al son de estos
    rudos instrumentos, van alegres a su labor que se les manda, con
    sus alcaldes. Las muchachas hacen lo mismo por otro lado,
    haciendo otra faena, nunca se junta con Los mutates. Los de leer,
    escribir, cantar y danzar, van a sus escuelas. Los de danza, tal
    cual vez, que no es menester tanto ejercicio, y comúnmente
    es un día a la semana Los que ya saben y en Los restantes
    van con la turba magna a sus labores. No van con sus padres,
    porque no saben cuidar de ellos, como lo han mostrado muchas
    experiencias, y andan vagos y ociosos, sin alimento ni vestido:
    por esto han tomado estos medios Los
    padres. Por la tarde tocan una de las campanas de la torre, que
    ellos llaman Tain Tain, a venir a la iglesia; para lo cual, si
    están distantes del pueblo, ponen un espía. Vienen
    con su santo tamboriles y flautas; van de presto a su casa a
    dejar su poncho de trabajo y se ponen otro mejor para la iglesia.
    Vienen en verano a las cinco y en invierno a las cuatro; que
    allí, en este tiempo, no son Los días tan cortos
    como en España.

    Colocados en su
    lugar, empiezan Los de las más claras voces el Padre
    Nuestro y demás oraciones, repitiendo todos.
    Después empieza el catecismo con preguntas y respuestas
    entre cuatro: y hacen dos coros. Acabado el catecismo, viene un
    alcalde de Los suyos, que siempre está con ellos, a avisar
    al padre que ya se ha acabado el catecismo para que vaya a
    enseñar la doctrina. Al ir a la iglesia comienza a tocar
    la campana al Rosario, para que mientras dura la doctrina pueda
    venir el pueblo. Acabada ésta, entra el Rosario y lo
    demás como se dijo. Van Los mutates al patio: rezen otro
    poco: dáselas ración de carne, y diciendo a voz en
    grito todos juntos: Tupá Tanderaaró Cheruba, Dios
    te guarde, padre mío, se van a sus
    casas.

    José S.
    Cardiel S. J. Este sacerdote se desempeñó como
    maestro en una misión. Citado por J. L. Busaniche,
    Estampas del pasado.

    Capítulo V

    los últimos años de las
    misiones.

    n 1750 se
    inició la decadencia de las misiones. Fue el punto de
    partida de esta decadencia, que finalizó con la
    expulsión de los padres jesuitas de América del
    Sur, el tratado de los límites firmado ese año
    entre la Corona española y la
    portuguesa.

    De acuerdo a
    sus términos, en compensación de la Colonia del
    Sacramento, que debía volver a manos españolas,
    pasaba al dominio portugués el territorio de Río
    Grande del Sud comprendido entre los ríos Uruguay e
    Ibicuy, en el cual había siete pueblos jesuitas con 29.191
    habitantes.

    Se
    autorizó el traslado de estos millares de indígenas
    a la orilla occidental del río Uruguay, territorio
    español, recibiendo en compensación del terreno,
    las casas y los edificios que deberían dejar a los
    portugueses, 4.000 pesos por cada pueblo.

    Además
    de los perjuicios que este traslado significaba, los jesuitas
    sufrieron con él un rudo golpe a sus deseos
    expansionistas. La salida al mar por Porto Alegre, que
    habían venido buscando desde su expulsión del
    Guayrá, quedaba cerrada para siempre.

    Desde el primer
    momento los jesuitas expresaron a las autoridades
    legítimas su disconformidad con la escasa
    compensación y el corto plazo que se les concedía
    para el traslado. Con sus quejas acudieron al virrey de Lima, al
    confesor del Rey, al monarca y su Consejo, sin obtener
    satisfacción a sus demandas.

    No fue
    extraño que posteriormente, cuando los indios se alzaron
    en armas contra el tratado, el marqués de Valdelirios,
    venido de España para su cumplimiento, y las autoridades
    portuguesas sostuvieran que los misioneros los habían
    incitado, aun cuando los jesuitas lo negaron.

    Hubo
    indígenas prisioneros que declararon haber sido incitados
    por los jesuitas, pero otros afirmaron que se habían
    alzado en defensa de sus tierras, que les había dado el
    apóstol Santo Tomé.

    Un año
    después de la firma del tratado se inició la
    rebelión de los indígenas de las siete misiones
    afectadas por el traslado.

    En 1750, cuando
    los demarcadores, protegidos por fuerzas militares, llegaron a
    San Miguel, alcanzó su punto culminante.

    Mandados por el
    general José Tiarayú, lucharon contra las fuerzas
    españolas y lusitanas durante casi un año. Vencido
    y prisionero, Tiarayú fue puesto en libertad,
    organizó nuevamente sus fuerzas y volvió a la lucha
    hasta que murió en 1576.

    Mandados por su
    sucesor, Languirú, volvieron los indígenas atacar,
    librándose una sangrienta batalla en Caybaté, en la
    cual perdió la vida el jefe guaraní. Con esta
    batalla terminó la guerra, y las tropas hispanolusitanas
    pudieron ocupar San Miguel y San Lorenzo.

    El tratado fue
    declarado nulo en 1759 por Carlos III, quien enseguida de
    proclamado rey obtuvo su suspensión. Pero el desbande y la
    ruina de los siete pueblos jesuitas ya se había
    producido.

    En 1767 los
    jesuitas fueron expulsados de toda América del
    Sur.

    De esta
    expulsión dijo un comentarista de la época,
    Jerónimo Becker: "La expulsión de los jesuitas en
    1767 fue el mayor golpe asestado a los indios desde el tiempo de
    la conquista. En los pueblos de españoles, sus colegios
    contenían los súbditos del Rey más capaces,
    industriosos y amigos del orden: historiadores, naturalistas,
    geógrafos,
    maestros y ministros espirituales de los pobres y enfermos; en
    las fronteras fueron los mejores pedagogos y protectores de los
    naturales y los pilares más firmes de la monarquía.
    Esta expulsión constituyó también un gran
    desastre para las misiones y para la influencia europea en las
    fronteras."

    El decreto por el cual se expulsaba a los
    jesuitas de los dominios de España, fue el
    siguiente:

    "Habiéndome conformado con el parecer de
    los de mi Consejo Real en el Extraordinario que se celebra con
    motivo de las ocurrencias pasadas, en consulta de 29 de enero
    próximo, y de lo que sobre ella me han expuesto personas
    del más elevado carácter; estimulado de
    gravísimas causas, relativas a la obligación en que
    me hallo constituido de mantener en subordinación,
    tranquilidad y justicia mis
    pueblos, y otras urgentes, justas y necesarias que reservo en mi
    Real ánimo; usando de la suprema autoridad
    económica que el Todopoderoso ha depositado en mis manos
    para la protección de mis vasallos y respeto de mi
    Corona: he venido en mandar que se extrañen de todos mis
    dominios de España e Indias, Islas Filipinas y
    demás adyacentes, a los Religiosos de la
    Compañía, así Sacerdotes, como Coadjutores o
    Legos que hayan hecho la primera profesión, y a los
    Novicios que quisieran seguirles; y que se ocupen todas las
    Temporalidades de la Compañía en mis Dominios; y
    para su ejecución uniforme en todos ellos, os doy plena y
    privativa autoridad; y para que forméis las instrucciones
    y órdenes necesarias, según lo tenéis
    entendido y estimaréis para el más efectivo, pronto
    y tranquilo cumplimiento. Y quiero que no sólo las
    Justicias y Tribunales Superiores de esos Reinos ejecuten
    puntualmente vuestros mandatos, sino que los mismos se entiendan
    con los que dirigiereis a los Virreyes, Presidentes, Audiencias,
    Gobernadores, Corregidores, Alcaldes Mayores y otras cualesquiera
    Justicia de
    aquellos Reinos y Provincias; y que en virtud de sus
    requerimientos cualesquiera tropa, milicia o paisanaje den el
    auxilio necesario sin retardo ni tergiversación alguna, so
    pena de caer el que fuere omiso en mi Real indignación; y
    en cargo a los Padres Provinciales, Propósitos, Rectores y
    demás Superiores de la "Compañía de
    Jesús", se conformen de su parte a lo que se les prevenga,
    puntualmente y se les tratará en la ejecución con
    la mayor decencia, atención, humanidad y asistencia de
    modo que en todo se proceda a mis soberanas intenciones.
    Tendréis lo entendido para su exacto cumplimento, como lo
    fío de vuestro celo, actividad y amor a mi Real
    servicio, y
    daréis para ello las órdenes e instrucciones
    necesarias, acompañando ejemplares de este mi Real
    Decreto, a los cuales estando firma de vos, se les dará la
    misma fe y crédito
    que al original. (Rubricado por la Real Mano. En el Pardo a
    veintisiete de Febrero de 1767. Al Conde de Aranda, Presidente
    del Consejo.)"

    Esta copia del
    real decreto por el cual se ordenaba la expulsión de los
    jesuitas del reino de España, está extraída
    del libro del
    padre Paolo Hernández, titulado El extrañamiento
    de los jesuitas del Río de la Plata y de las Misiones del
    Paraguay por decreto de Carlos III.

    Comenzó
    la expulsión, por la de los padres de los distintos
    colegios que tenían establecidos en las ciudades
    más importantes, y siguió luego la de los
    misioneros.

    En ambos casos
    hubo gran despliegue de fuerzas militares, con el fin,
    según dice el padre Pablo Hernández, de amedrentar
    a los numerosos partidarios que tenían en las ciudades y
    de impedir en las reducciones el levantamiento de los
    indios.

    Tratóse
    de mantener lo más en secreto posible la orden de
    expulsión a fin de que se enterasen los interesados
    sólo en el momento de su ejecución, por temor
    siempre de las reacciones que podían esperarse. No
    obstante esto la noticia se había esparcido y un
    año antes ya se esperaba ese desenlace.

    Siguiendo
    siempre el padre Hernández, vamos a relatar cuál
    era el procedimiento
    seguido por las autoridades militares, comisionadas por el
    gobernador Buccarelli, el mayor enemigo de los jesuitas a estar
    de lo que dice el autor arriba citado.

    Un buen
    día llegaba de improviso un oficial español al
    mando de una pequeña tropa y pedía hablar con el
    jesuita encargado de la misión al que entregaba la orden
    de abandonarla y entregar al oficial la reducción, las
    cuentas, y todos
    los habitantes que en ellas había. Debían asimismo
    seguirlos hasta Buenos Aires, donde se embarcarían rumbo a
    Europa. Esto se
    hizo con todos los padres, sin distinción de edad ni
    estado de salud.
    Había algunos tan viejos y otros tan enfermos que no
    alcanzaron a llegar a destino, muriendo a mitad de
    camino.

    Los
    indígenas, preparados o no por los jesuitas para la
    resistencia,
    trataron de llevarla a cabo por todo los medios, ya sea
    implorando a los oficiales que no se los llevaran, y sea dejando
    abandonada la misión. Del padre Hernández que en
    todos estos casos sólo la gran influencia de los padres
    podía contenerlos, y que en el caso de un cacique que
    abandonó con toda su gente la misión, tuvo el
    jesuita encargado de ella que caminar dos días hasta
    encontrarlo y a duras penas consiguió convencerlo de que
    volviera.

    En la mayor
    parte de los casos los jesuitas fueron tratados
    duramente por los comisionados de Buccarelli, los cuales, una vez
    que recibían las llaves y los libros, los
    dejaban encerrados en una pieza hasta el momento de partir. Otro
    hubo, en cambio, que los trataron más humanamente,
    lamentando verse obligados a cumplir con esa
    comisión.

    Una vez en
    Buenos Aires, fueron los misioneros encerrados en conventos y
    privados de todo contacto con el mundo exterior. No podía
    llegar a ellos nadie ni nada de afuera, bajo graves penas. Hasta
    estaban privados de celebrar misa al principio. Esto luego fue
    derogado.

    Esperaron
    así seis meses hasta que llegó el barco que los
    llevaría de nuevo a tierras de Europa. Salieron
    de Buenos Aires para ir a Italia o a Alemania.

    Expulsados los
    jesuitas, se trató de mantener el régimen de las
    reducciones, nombrando para administrarlas empleados civiles y
    para los asuntos religiosos a sacerdotes de las comunidades de
    San Francisco, Santo Domingo y La Merced.

    Ni los
    empleados ni los religiosos conocían a los indios, se
    lenguaje y sus
    costumbres, así como tampoco el régimen
    económico de las mismas.

    Una mala
    administración en la cual no se
    ponía interés
    alguno de conservación, fue minando la riqueza de las
    misiones.

    El
    establecimiento de españoles en los pueblos que
    componían las misiones trajo frente al ejemplo de
    sobriedad y trabajo que habían dado los jesuitas, el de
    los vicios y malos ejemplos de muchos de ellos, lo que
    desmoralizó a los indígenas y los empujó a
    volver a sus antiguos hábitos.

    El ganado
    comenzó a mermar y los yerbales a desaparecer por la falta
    de reposición. Los indios volvían a su vida
    nómada.

    Los algodonales
    fueron también destruidos, terminando así lo que
    constituía la riqueza de las misiones.

    A los diez
    años de la expulsión, los habitantes habían
    disminuido en una octava parte y treinta años
    después a la mitad.

    La pobreza
    obligó a los indios a descuidar la vestimenta a la que se
    habían ya acostumbrado y andaban sucios y
    rotosos.

    Las casas
    fueron destruyéndose sin que nadie se ocupara de
    repararlas.

    La
    disminución se operó de acuerdo al siguiente
    gráfico:

    Al ser
    expulsados los jesuitas se puede calcular la población en
    88.864 indígenas; en 1772, 80.352; en 1785, 70.000; en
    1797, 54.388, y en 1801 42.885. Un censo efectuado en 1814 arroja
    21.000 indios para un total de 23 pueblos, calculándose en
    otros 7.200 los que habitaban en los siete pueblos que tomaron
    los portugueses.

    En cuanto al
    ganado, sufrió una disminución semejante. A los
    cuatro años de la expulsión de la
    Compañía de Jesús, había quedado
    reducido en una cuarta parte.

    La miseria
    progresiva que fue envolviendo a las misiones se pudo apreciar ya
    en 1776. Los pueblos tenían en esta fecha muy escasos
    recursos. El
    algodón y los yerbales estaban desapareciendo. El administrador
    general, Cassero, decía en un informe: "En poco
    tiempo, abandonada la industria y la
    agricultura,
    consumieron lo que con desvelo adelantaron sus antecesores,
    destruyeron las estancias de ganado, se aniquilaron los yerbales
    de cultivo."

    De este
    desastre daba también cuenta el virrey Vértiz en
    1784, lamentando que las misiones tuviesen en caja un
    déficit de 67.000 "sin embargo de toda aquella exactitud y
    diligencia de los ex jesuitas."

    El afán
    de encontrar los tesoros que, según se decía, esta
    Orden había acumulado, contribuyó con excavaciones,
    que se iniciaron febrilmente, a convertirlas en ruinas, sin que
    el ansia de los buscadores se
    viese recompensada.

    En 1803 el
    gobernador Velazco abolió el régimen de comunidad que
    imperaba en las reducciones.

    En el
    año de 1801, comenzó el desmembramiento de las
    misiones. Declarada en ese año la guerra entre
    España y Portugal, aprovechó el Gobernador de
    Río Grande la ocasión para arrojarse sobre las
    codiciadas posesiones españolas de la Banda Oriental del
    Uruguay. Peleaba en las filas portuguesas un bandido de nombre
    Canto, el cual al frente de solo cuarenta hombres se
    presentó en San Miguel, donde estaba guarnecido el
    Teniente de Gobernador Rodrigo, y promoviendo la deserción
    de los guaraníes que estaban descontentos de la mano
    excesivamente dura del Teniente lo rodeó e hizo que
    éste capitulara, y entregara la plaza. Al poco tiempo se
    entregaron otros seis pueblos. Y así una vez firmada la
    paz entre España y Portugal, quedaron en posesión
    de esta última siete misiones uruguayas. Los portugueses
    hicieron a los indígenas aún más duras las
    condiciones de vida, y éstos continuaron
    desbandándose.

    La segunda
    separación tuvo lugar entre los años 1810 y 1811
    cuando, separándose la Argentina y el
    Paraguay de la metrópoli, dejaron fijado qué
    pueblos pertenecían al uno y al otro.

    Al estallar la
    Revolución
    de Mayo, los indígenas vivían en montoneras, no
    quedando ningún resto de su antigua organización.

    Todavía
    el nombre de los guaraníes volvió a agitarse cuando
    Artigas, para luchar contra los portugueses, armó una
    montonera a cuyo frente puso al indio Andrés
    Tacuarí, más conocido por
    Andresillo.

    Era éste
    Andresillo, un indio de una vivacidad tal y demostraba tan
    grandes cualidades, que admirado Artigas de ellas y como fuera
    huérfano, lo adoptó y lo nombró
    Capitán General de Misiones.

    En 1815
    formó Andresillo por orden de Artigas un pequeño
    ejército de guaraníes y al frente de 250 de ellos
    tomó al Paraguay los pueblos de Candelaria, Santa Ana,
    Loreto, San Ignacio Miní y Corpus.

    Alentados por
    este éxito quiso repetirlo el año siguiente con las
    misiones que fueran arrebatadas por los portugueses. Esto siempre
    bajo las órdenes de Artigas.

    Se hizo
    preceder por una proclama a los indígenas de los pueblos
    sojuzgados, exhortándolos a sacudir el yugo
    portugués, y prometiéndoles que si combatían
    a su lado no dependían ni de españoles ni de
    portugueses, sino que serían libres y se
    gobernarían a sí mismos.

    Produjo esto un
    efecto enorme entre los indios, tanto que no sólo
    consiguió formar con los que acudieron, un gran
    ejército, sino que incluso el regimiento de Milicias
    Guaraníes que habían puesto los portugueses para
    custodiar la frontera se pasó casi totalmente a sus
    filas.

    Formó un
    ejército de 2.000 hombres, comenzó su
    expedición con muy buena fortuna: destrozó toda la
    guardia brasileña de Itaquí por donde cruzara y
    dispersó luego una avanzada de 300 hombres a caballo que
    enviaron los portugueses para hacerle frente. Puso sitio a San
    Borja, capital de las
    misiones brasileñas, donde se encontraba el general
    Chagas. El sitio duró diez días, e iba ganando poco
    a poco todas las disposiciones, hasta que el último
    día en que debía dar la batalla decisiva,
    recibieron los portugueses, sin que Andresillo pudiera impedirlo,
    un fuerte refuerzo que hizo posible su derrota.

    Derrotados, la
    represión fue terrible. El marqués de Alegrete y el
    general Chagas asaltaron los siete pueblos argentinos donde
    Artigas había organizado las montoneras y los incendiaron.
    Los restos de las construcciones jesuitas desaparecieron bajo el
    fuego.

    Antes de
    incendiar estos pueblos, Chagas efectuó un saqueo
    minucioso, llevándose todos los objetos de valor, las
    imágenes, las campanas de las iglesias y
    los objetos de plata. De este metal recogió 750
    kilos.

    Al tener
    noticias de la feroz destrucción llevada a cabo por los
    portugueses en las misiones, Francia, que el año anterior
    se había hecho reconocer como soberana perpetua, hizo
    pasar sus tropas a las cinco misiones que le fueran arrebatadas
    al Paraguay y llevó a cabo una acción semejante, ya
    sea a fin de quedar bien con los portugueses, ya por vengarse de
    Artigas.

    La lucha, sin
    embargo, no había terminado. Mientras Chagas se tomaba tan
    terrible venganza, Andresillo
    reorganizó.

    Por tercera vez
    el general portugués y el jefe indígena se
    encontraron en San Carlos. Esta vez Chagas era el sitiador y
    Andresillo el sitiado. Después de terribles combates, la
    plaza fue tomada por los lusitanos, pero el valeroso cacique
    guaraní se abrió paso sable en mano a través
    de sus enemigos rodeado de unos pocos adeptos.

    La carrera de
    Andresillo no había aún llegado a su fin.
    Consiguió reunirse con Artigas y entendiéndose con
    él y con el caudillo entrerriano Ramírez,
    este jefe indígena que se estaba convirtiendo en una
    pesadilla para los portugueses, inició una acción
    contra Porto Alegre, tomando de inmediato el pueblo de San
    Nicolás.

    Finalmente,
    vencido y hecho prisionero, fue llevado a Río de Janeiro,
    en cuya cárcel falleció.

    Fue Andresillo
    el último de los grandes jefes guaraníes, el
    continuador de la tradición de Oberá,
    Tiarayú y Languirú. Al colocarse junto a Artigas
    luchó por la libertad y la
    independencia
    de sus pueblos, interpretando las aspiraciones de los
    demás indios, que lo siguieron en la lucha y en la muerte,
    volviendo a la vida nómada los que le
    sobrevivieron.

    En Paraguay,
    dentro del mismo régimen de las misiones, los indios
    entraron a trabajar para el gobierno en el
    año 1823, hasta que el general López abolió
    definitivamente ese sistema en
    1848.

    Al ir huyendo
    de las misiones sus habitantes indígenas, fueron estos
    pueblos quedando abandonados, pero con el tiempo fueron
    poblándose algunos de nuevo, por los españoles esta
    vez y adquiriendo y conservando su aspecto del pasado. Otras
    quedaron definitivamente despobladas, dejando apenas como
    recuerdo de su existencia, las ruinas de sus casas e
    iglesias.

    La Expulsión de los
    Jesuitas: Impresiones de un Testigo (1767)

    Los
    jesuitas son detenidos en todas las ciudades
    españolas

    Las
    órdenes del Rey se ejecutaron con la misma facilidad en
    todas las ciudades. En todas partes lo jesuitas fueron
    sorprendidos, sin haber tenido el menor indicio, y se puso mano
    sobre sus papeles. Se les hizo bien pronto partir de sus
    diferentes casas, escoltados por destacamentos de tropas que
    tenían orden de tirar sobre los que intentaran escaparse.
    Pero no hubo necesidad de llegar a este extremo. Dieron muestras
    de la más perfecta resignación, humillándose
    bajo la mano que los castigaba y reconociendo, decían que
    sus pecados habían merecido la pena con que Dios les
    castigaba. Los jesuitas de Córdoba, en número de
    más de ciento, llegaron a fines de agosto a la Ensenada,
    donde se les reunieron, poco después, los de Corrientes,
    Buenos Aires y Montevideo. Fueron enseguida embarcados y este
    primer convoy aparejó, como hemos dicho ya, a fines de
    septiembre. Los demás, en tanto, estaban en camino para
    llegar a Buenos Aires a esperar un nuevo
    embarque.

    Llegada de los caciques y corregidores de las
    Misiones a Buenos Aires.

    Se vio llegar,
    el 13 de septiembre a todos los corregidores y un cacique de cada
    pueblo con algunos indios de su séquito. Habían
    salido de las Misiones antes de que se supiese por qué se
    les hacía llamar. La noticia, que supieron en el camino,
    les hizo impresión; pero no les impidió continuar
    su marcha. La única instrucción con que los curas
    hubiesen previsto al partir a sus queridos neófilos,
    había sido no creer nada de todo lo que les dijese el
    Gobernador General, "Preparaos, hijos míos, les
    habían dicho, a oír muchas mentiras". A su llegada,
    se les condujo en derechura al Gobierno, donde
    yo estuve presente a su recepción. Entraron a caballo en
    número de ciento veinte y se formaron en media luna, en
    dos filas: un español, sabedor de la lengua de los
    guaraníes, les servía de
    intérprete.

    Se
    presentan al Gobernador General.

    El Gobernador
    apareció de un balcón; les hizo decir eran
    bienvenidos, que fuesen a descansar y que les informaría
    del día en que resolviese significarles las intenciones
    del Rey. Añadió sumariamente que acababa de
    sacarlos de la esclavitud y de
    ponerles en posesión de sus bienes, de que
    hasta el presente no habían gozado. Respondieron con un
    grito general, alzando la mano derecha hacia el cielo y deseando
    mil prosperidades al Rey y al Gobernador. No parecían
    descontentos, pero era fácil distinguir en sus caras
    más sorpresa que alegría. Al salir del Gobierno, se
    les condujo a una casa de los jesuitas, donde fueron alojados,
    alimentados y mantenidos a expensas del Rey. El Gobernador, al
    hacerles venir había llamado en persona al famoso
    cacique Nicolás: pero escribieron que su mucha edad y sus
    achaques no le permitían moverse.

    A mi partida
    de Buenos Aires, los indios no habían sido llamados
    todavía a la audiencia del General. Quería dejarles
    tiempo para aprender un poco la lengua y
    conocer la manera de vivir de los españoles. He estado
    varias veces a verlos. Me han parecido de un natural indolente y
    les encontraba el aire
    estúpido de animales cogidos en una trampa. Me hicieron
    notar que se decían muy instruidos; pero, como no hablaban
    más que la lengua guaraní, no puede apreciar el
    grado de sus conocimientos; únicamente oí tocar el
    violín a un cacique que se nos aseguraba ser un gran
    músico: tocó una sonata y creí oír
    los sonidos rutinarios de aristón.

    Bougainville de, L.A. (1729-1814). Viaje alrededor
    del mundo

    Resultados de la obra misionera: la
    transculturación del
    indígena.

    El mantener a
    una comunidad indígena en permanente actividad productiva,
    no era una tarea fácil. Los guaraníes,
    acostumbrados al seminomadismo, a la práctica de una
    primitiva agricultura, a
    la caza y a la pesca, estaban
    habituados a procurarse nada más que lo necesario para el
    sustento diario; por lo tanto, les era extraño el concepto de
    producción y de ganancia. Los jesuitas
    debieron, pues, inculcarles el concepto de
    desarrollo
    económico, pero para ello no apelaron a medidas
    coercitivas, sino que se predicó con el ejemplo
    recurriéndose a una paciente
    explicación.

    La labor
    cumplida por las misiones se tradujo en meritorios resultados:
    los indígenas aprendieron a trabajar la tierra, muchos
    jóvenes fueron iniciados en la práctica de
    artesanías (carpintería, herrería,
    platería, albañilería). Las mujeres, por su
    parte, aprendieron a hilar el algodón, dedicándose
    en especial a la tejeduría, en tanto que el trato apacible
    y humanitario, se mantuvo alejado del desmedido afán de
    lucro que caracteriza a las encomiendas.

    La
    instrucción tampoco estuvo ausente: en cada misión
    jesuítica se instaló una escuela para iniciar a los
    indígenas en la lectura y
    escritura; y
    otra para orientarlos en la enseñanza de la música
    y el canto. Para ello, los padres misioneros debieron aprender la
    lengua guaraní —convertida prácticamente en
    idioma oficial— al tiempo que trataron también de
    difundir el idioma castellano entre
    los naturales.

    Hubo
    indígenas que demostraron una especial aptitud para los
    trabajos artísticos —pinturas, tallas,
    esculturas—, muchos de los cuales se conservan. En tales
    casos, los misioneros supieron alentar esas vocaciones que se
    tradujeron en obras consagradas por lo general al culto y al
    adorno de las iglesias.

    Las misiones
    también utilizaron la imprenta. Cuando en Buenos Aires y
    otras ciudades importantes aún no se practicaban las artes
    gráficas, algunas misiones imprimían sus propios
    libros
    —catecismos en idioma guaraní–castellano,
    diccionarios,
    gramáticas, obras de carácter religioso—
    destinados a adoctrinar a los naturales.

    La
    concentración indígena en las misiones atrajo la
    codiciosa atención de aventureros (como los bandeirantes
    portugueses provenientes de San Pablo) que caían sobre
    ellas con la intención de capturar indios para venderlos
    como esclavos. Frente a tal actitud las
    misiones debieron defenderse y en 1641 los guaraníes,
    dirigidos por los misioneros, obtuvieron la victoria de
    Mbororé tras una sangrienta batalla librada contra
    centenares de bandeirantes. Por su parte, la Corona dictó
    una Real Ordenanza (1649) autorizando a las misiones a
    organizarse en milicias y a adiestrar a los naturales en el
    manejo de las armas para hacer frente a las constantes
    amenazas.

    Conclusión:

    Hemos llegado al final de este trabajo. Como pudimos ver
    a lo largo de estas páginas los jesuitas fueron de mucha
    importancia para la colonización de nuestro territorio ya
    que con sus reducciones lograron hacer buenos
    asentamientos.

    En ellos
    enseñaron a los indios cómo trabajar para construir
    mejores casas, para tener buenas cosechas, para saber cuidar el
    ganado y para muchas otras cosas muy importantes. Les
    enseñaron cómo llevar una vida como la que Dios nos
    manda.

    Logramos
    conocer, en el trabajo,
    muchas de las cosas que los jesuitas les enseñaron hacer a
    los indígenas; pero más allá de darles
    "tecnicismos" le trajeron la palabra de Dios y les trataban de
    enseñar lo mejor que podían a que la entiendan, ya
    que como sabemos, ellos poseían grandes diferencias
    culturales y una de las más difíciles fue haber
    aprendido hablar el idioma guaraní para poder comunicarse
    de la mejor manera posible.

    Es una
    lástima que les hayan impuesto que
    debían dejar de

    Biografías Funcionales

    Biografía Funcional
    de:

    Nacimiento: Loyola
    nació en el año de 1491 en el castillo ancestral de
    la familia en
    Azpeitia (Guipúzcoa) y de joven fue paje en la corte de
    Fernando el Católico, rey de Castilla.

    Muerte: murió
    en Roma el 31 de julio de 1556. Ignacio fue beatificado por el
    papa Paulo V, el 27 de julio de 1609, y canonizado por Gregorio
    XV el 12 de Marzo de 1622. Su cuerpo fue sepultado debajo de un
    altar del templo del Gesú, en Roma. Aunque murió al
    cabo de solo dieciséis años de fundada la
    Compañía, esta Orden contaba ya unos 1000 miembros
    y cien casas de distribuidas en 10 provincias.

    Familiares: Fue el
    último de los hijos de Beltrán Yañez de
    Oñaz y Loyola y de doña Marina Sáenz de
    Licona y Balda. En la pila bautismal se le puso el nombre de
    Iñigo, que después había de cambiar por el
    de Ignacio, nombre que aparece por primera vez en 1537, y desde
    esta fecha figuran los dos nombres indistintamente hasta 1542, en
    que desaparece el de Iñigo para no figurar ya más
    que una vez en 1546.

    Estudios: Ignacio de
    Loyola se educó en Arévalo en casa del noble
    caballero Juan Velázquez de Cuéller, contador mayor
    de los Reyes Católicos. En su juventud y
    antes de 1515 recibido la tonsura eclesiástica sin que se
    sepa dónde y cuando la recibió ni cuando y
    porqué fue relevado de las obligaciones
    inherentes a esta orden sagrada. Lo que sí consta es que
    estuvo en la corte de España y que hizo la carrera militar
    a las órdenes del duque de Nájera, Antonio
    Manrique, virrey de Navarra, en cuyo servicio dio
    muestras de grandeza de ánimo y liberalidad en cierta
    ocasión que las fuerzas del duque tomaron a Nájera
    y la saquearon, y aunque él pudiera mucho tomar de la
    presa (son palabras de uno de su biógrafos), le
    pareció caso de menos valer, y nunca cosa alguna quiso de
    ella. También dio muestras en muchas cosas de ser
    ingenioso (prosigue el mismo autor) y prudente en las cosas del
    mundo y de saber tratar los ánimos de los hombres,
    especialmente en acordar diferencias o discordias; y una vez se
    señaló notablemente en este siendo enviado por el
    virrey de Navarra a procurar de apaciguar la provincia de
    Guipúzcoa, que estaba muy discorde, y tuvo tan buen modo
    de proceder que con mucha satisfacción de todas partes,
    los dejó concordes. Lo que no se sabe si Ignacio de Loyola
    fue en su niñez paje de los Reyes Católicos.
    Según el padre Antonio Astrain, ningún documento
    contemporáneo lo insinúa; el padre Maffeo fue el
    primero en afirmarlo en el capítulo primero de su vida del
    santo, impresa en 1585; pero en un ejemplar de dicha obra que se
    conserva anotado por el padre Ribadeneira, el primer
    biógrafo de san Ignacio de Loyola, escribió al
    margen este historiador: "Da a entender (el padre Maffeo) que fue
    paje del rey, y no lo fue sino de Juan Velázquez, su
    contador mayor, y hay hoy muchos que lo saben, y algunos que se
    acuerdan de ello.

    Determinó emprender los estudios, luego de su
    accidente, a fin de hacerse más apto para ayudar a sus
    prójimos, empezó estudiando el latín con los
    muchachos de la escuela, y en 1526 había ya hecho los
    progresos necesarios para comenzar a cursar filosofía,
    para lo cual partió a Alcalá de Henares, desde
    donde a fines de 1527 pasó a Salamanca de allí a
    París (junio de 1528), en cuya Universidad
    repitió el curso de antes, obteniendo el grado de Magister
    artium el 14 de marzo de 1535. Entre tanto había dado
    comienzo al estudio de la teología y licenciándose
    en esta facultad en 1534. Su estancia en París fue para
    Ignacio de Loyola una escuela de ejercicios de obras de caridad y
    de celo por la disciplina
    escolar, habiendo sufrido por este motivo duras
    persecuciones.

    Grupo social al que
    pertenecía
    : Militar español y
    más tarde sacerdote.

    Cargo
    Público
    : Ignacio recibió las
    órdenes menores el 10 de junio, el subdiaconado el 15; el
    diaconado el 17 y; por fin, el presbiterado el 24, de
    1537.

    Colaboradores: .
    Entabló amistad con
    algunos estudiantes, entre ellos padre Fabro, saboyano; Francisco
    Javier, navarro; Diego Laínez, Alonso Salmerón y
    Nicolás Bobadilla, castellanos, y Simón
    Rodríguez; portugués; luego se le juntaron otros
    tres, Claudio Le Jay, saboyano; Juan Codure y Pascasio Broet,
    franceses.

    Actividad
    pública
    : Entre las obras que llevó
    a cabo el santo en Roma, las que realizó con mayor
    cariño, según se ve por su correspondencia, fueron
    la fundación del Colegio Romano (1551) y del Colegio
    Germánico (1552), habiendo hecho para las mismas toda
    clase de sacrificios. El éxito de la primera de estas dos
    instituciones
    se aseguró con la generosa esplendidez del duque de
    Gandía, virrey de Cataluña, que luego abrazó
    el instituto de la Compañía, y en ella
    terminó sus días, mereciendo el honor de los
    altares, con nombre de san Francisco de Borja. La
    fundación del Colegio Germánico atravesaba
    aún un período de luchas y dificultades al morir
    Ignacio; pero el resultado posterior probó a las claras la
    viabilidad y utilidad del
    plan que el
    santo había concebido.

    Ideología: La
    vida de Ignacio durante su juventud hasta
    caer herido en Pamplona e iniciarse el proceso de su
    conversión, fue la común y ordinaria de todos los
    jóvenes militares de su época. Sobre esto, empero,
    se carece de pormenores, y, además, hay gran
    contradicción entre los que escribieron de san Ignacio de
    Loyola; sin embargo, consta que a su conducta ligera
    unía grandes virtudes naturales: como soldado, era
    valeroso y esforzado; como caballero, cumplidor fiel de todos los
    deberes de su clase, y como cristiano y católico, en
    varias ocasiones dio a entender que era hombre de convicciones
    religiosas muy arraigadas y que profesaba especial
    devoción a la Virgen Santísima y al Príncipe
    de los Apóstoles.

    El grande y complejo carácter de san Ignacio de
    Loyola, cuyas características fueron: una gran firmeza y
    decisión reguladas por la razón y el deber; un
    valor a toda
    prueba, una gran constancia, la sencillez informada por la
    prudencia, la humildad y al amor al
    prójimo. La concepción protestante y la jansenista
    de Ignacio de Loyola, que hacen de él un hombre
    insaciable, inquieto y pragmatista, no guarda relación
    alguna con la apacibilidad y activa, pero suave firmeza, que
    caracterizaron al hombre en la vida real. Que fue un hombre
    intensamente disciplinado, no hay lugar a dudarlo, y esta
    cualidad era innslable, tratándose de una
    institución joven y que crecía con gran pujanza;
    pero aunque tenía gran fe en la disciplina
    como factor educativo, subordinaba los motivos encaminados a la
    acción, al puro amor de Dios y
    del prójimo. Estudiando a Ignacio de Loyola como
    gobernante fue cuando Francisco Javier comprendió e hizo
    propio el principio de que la Compañía de
    Jesús se había de llamar "la Compañía
    del amor y de la conformidad de las almas".

    Valoración:
    Son indudables los numerosos talentos que Ignacio poseía
    desde su juventud. Dios
    quiso que él mismo los descubriera y que encontrara el
    camino donde ponerlos en práctica. Su accidente
    significó un cambio radical. Gracias a este, se puso al
    servicio de la
    Iglesia y de la humanidad entera y a través de su ejemplo
    propagó el Evangelio y la alegría de vivir como
    cristiano. Su fe, su coraje y su empeño por enaltecer a
    Cristo, lo llevó a fundar la Compañía de
    Jesús, institución que, a través de sus
    seguidores, hizo de pueblos indígenas, carentes de
    religión, verdaderas comunidades y demostraron ser, tras
    las advenientes persecuciones, incansables voces sedientas de
    proclamar la Verdad, sin importar dar la vida por
    defenderla.

    Fuentes:

    • Enciclopedia
      Encarta’97.
    • Astrain,
      Historia de la
      Compañía de Jesús, en la Asistencia de
      España, Tomo 1: San Ignacio de Loyola pág.
      1540-1558, Madrid 1902.
    • Bartoli,
      Della vita di San Ignazio (Roma,1650).
    • Estudio
      crítico y documentado de los hechos ignacianos
      relacionados con Montserrat, Manresa y Barcelona
      (Barcelona,1922).
    • Vida del
      padre Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía
      de Jesús (1º edición, en latín,
      Nápoles, 1572; edición castellana, Madrid,
      1583).
    • Diccionario
      Clarín.
    • Diccionario
      Enciclopédico Larousse.

    Biografía Funcional
    de:

    Nacimiento:
    Nació en el castillo de Javier en1506. Último
    vástago de loas castellanos de Javier, fue sexto hijo, que
    vino al mundo el martes Santo, 7 de abril de 1506, recibiendo en
    el sagrado bautismo el nombre de Francisco.

    Muerte:

    Glorificación del
    apóstol (muerte de
    Francisco Javier)

    Muerto el santo
    padre, Antonio de Santa Fe amortajó el cadáver, lo
    encerró en una caja de madera, y a
    fin de que consumiéndose más fácilmente las
    carnes se pudiesen después trasladar mejor los huesos,
    echó dentro buena cantidad de cal, y así fue
    sepultado el 4, después de mediodía, y allí
    estuvo hasta el 17 de febrero del siguiente año, en que el
    capitán de la nao Diego Pereira mandó desenterrarlo
    para llevarlo a Malaca, siendo hallado entero y sano. Sabido en
    Malaca que venía el cuerpo del santo padre Francisco de
    Javier entero e incorrupto, su devoto amigo Diego Pereira
    mandó apercibir gran cantidad de cera y disponer un
    solemne recibimiento, como se ejecutó a la mañana
    del día siguiente de la llegada, siendo conducido
    procesionalmente a la iglesia de la Compañía de
    Jesús, de donde por agosto fue nuevamente desenterrado
    para ser llevado a la iglesia del Colegio de San Pablo de Goa. El
    solemnísimo y piadoso recibimiento que se hizo entonces al
    santo cuerpo fue el comienzo del maravilloso culto con que
    así en las Indias como en las demás partes de la
    cristiandad fue venerado el apóstol de las Indias y del
    Japón. Su culto se propagó mayormente
    después de beatificado por Paulo V (25 de octubre de 1619)
    y canonizado por Gregorio XV (12 de Marzo de 1622), a lo cual
    contribuyó poderosamente el celo del venerable padre
    Marcelo Mastrilli, quien curado milagrosamente en Nápoles
    el 3 de enero de 1634, por intercesión de san Francisco de
    Javier, acostumbraba a recurrir a su valedor en sus necesidades y
    recomendaba a los demás hiciesen lo mismo; y como el santo
    respondiese con abundantes favores a la confianza de sus devotos,
    empezó a llamarse Novela de la
    Gracia la que viene celebrándose desde el 4 al 12 de marzo
    (aniversario de su canonización) en gran
    número de iglesias de todas las partes de la cristiandad
    con gran concurso y provecho espiritual de fieles, para cuya
    mayor difusión los Soberanos Pontífices la han
    ennoblecido con el tesoro de indulgencias. Su última forma
    fue aprobada y enriquecida con nuevas indulgencias por Pío
    X el 23 de marzo de 1904.

    Ha fascinado al
    pueblo cristiano aquel prodigo de santidad, aquel
    heroísmo, aquel maravilloso celo acompañado de los
    más extraordinarios carisma de su apostolado; por esto las
    multitudes se agolpan en grandes peregrinaciones alrededor de su
    cuerpo incorrupto, conservado en el Jesús de Goa en la
    magnífica urna de plata debida la primera al
    reconocimiento e iniciativa del padre M. Mastrilli y la actual
    mas rica que aquella a la piedad del Gran Duque de Toscana, que
    le costeó a fines del siglo XVII, y con ocasión del
    tercer centenario de la canonización, su brazo trasladado
    del Gesú de Roma a Javier, fue paseado en prodigioso
    triunfo por España e Italia, obrando no solo numerosos
    milagros de orden sensible, sino lo que es mas maravilloso, la
    inaudita conmoción espiritual de entusiasmo de piedad y de
    señaladas conversiones, según relata la prensa,
    especialmente local, de los lugares por donde pasó la
    sagrada reliquia. A san Francisco se ha atribuido por algunos el
    conocido soneto: "No me mueve, mi Dios, para
    quererte…"(que otros atribuyeron a santa Teresa de
    Jesús y otros a fray Pedro de los Reyes). Realmente
    existen razones a favor de tal paternidad, que expone
    eruditamente el jesuita D. Restrepo, en Raza Española.
    Tribuna hispanoamericana (Madrid, 1919), examinando los
    fundamentos en pareceres de otros autores, como
    ‘Foulché-Delbosch, el jesuita húngaro
    Drébitka y el literato mejicano Alberto María
    Carreño. De todo ello deduce Restrepo que si san Francisco
    no es el autor, por lo menos le corresponde
    probabilísimamente el honor de haberlo inspirados por
    medio de un cántico o himno portugués compuesto por
    él, que después tradujo al latín el jesuita
    Possino en el ritmo.

    Familiares: don Juan
    de Jassu y doña María de Aspilcueta

    Estudios: De la
    educación
    e instrucción que el niño Francisco
    recibiría en el castillo de Javier, sólo nos es
    dado conjeturar por el piadoso ambiente que
    en él se respiraba y por la noble tradición de tan
    ilustre casa. Por lo que creemos que en el mismo, junto con las
    primeras ideas religiosas infundidas en la infancia por
    su piadosos madre, también aprendería las primeras
    letras, y por ventura en Sangrase, latín y humanidades.
    Huérfano de padre desde los nueve años, subyugaba
    su patria a la ambición de Fernando, un año
    después de la capitulación de Fuenterrabía,
    en Setiembre de 1525, consintió su madre que se dirigiera
    a París para buscar en la carrera de las letras la gloria
    y honroso porvenir que a sus hermanos había negada la de
    las armas.

    Los estudios en
    París (1525-1535). Con altas pretensiones llegó
    Francisco de Javier a París el 1º de Octubre,
    instalándose en calidad de
    interno en el colegio de Santa Bárbara. Comenzó por
    el repaso de las humanidades (1525-26) en el colegio de Mantaigu,
    y después sucesivamente oyó en el mismo colegio de
    Santa Bárbara los cursos de
    filosofía, graduándose de bachiller (1526),
    licenciado (1530) y más tarde de maestro, para lo cual
    antes había pretendido una cátedra de
    filosofía y la había obtenido en el colegio de
    Dormans-Beauvais, en el que hacía sus clases al mismo
    tiempo que estudiaba Teología. Este fue, en suma, el marco
    exterior en que se desenvolvió la vida de Francisco de
    Javier en París. En los once años que allí
    vivió fueron por demás trascendentales las
    transformaciones que en él se obraron. En el orden
    científico cursó los estudios de filosofía y
    teología, alcanzando los grados académicos con gran
    loa, lo cual era para las altas pretensiones del joven navarro el
    abrírsele las puertas para las honras y dignidades
    acompañadas de pingües beneficios
    eclesiásticos en la catedral de Pamplona, a cuya
    consecución había ya enviado sus despachos para la
    verificación de su nobleza. Pero en el orden espiritual
    fue grande el riesgo que
    corrió así en la ortodoxia de las ideas por la
    solapada propaganda
    luterana que se hacía en algunos colegios de la Universidad, como
    principalmente en las costumbres por los perversos ejemplos que
    daban algunos profesores, pero principalmente los
    compañeros estudiantes. Dos años estuvo fluctuando,
    si bien confesó más tarde que, por merced de Dios,
    nunca había naufragado.

    Grupo social al que
    pertenecía
    : Apóstol de las Indias
    y del Japón, declarado por el santo padre Pío X
    "patrono de la Obra de la Propagación de la FE", cuya
    significación en la historia de la iglesia moderna
    ponderó el papa Pío XI en sus Letras
    Apostólicas Meditanlibus Nobis, al reverendo padre V.
    Ledochoswki, propósito general de la
    Compañía de Jesús. Fue el más
    glorioso e ilustre de los Javieres.

    Colaboradores: La
    Providencia, que velaba por él, le deparó para
    guías al español doctor Peña y al angelical
    saboyano, hoy beato Pedro Le Fèvre, cuyo compañero
    de aposento fue en el colegio de Santa Bárbara, y desde el
    otoño de 1528 al guipuzcoano san Ignacio de Loyola. Desde
    su llegada, el alma de éste y de Le Fèvre pronto se
    fundieron en una íntima, y ya para siempre amistad.
    Francisco de Javier, en cambio, sentía desvío a las
    pláticas serias y demasiado elevadas para él de
    Ignacio, las cuales no se avenían bien con sus
    aspiraciones terrenas. Pero el de Loyola, que penetró las
    grandes prendas que encerraba el alma de Francisco de Javier, se
    propuso conquistarla para el servicio de
    Dios. Como Francisco de Javier daba entonces sus clases de
    Aristóteles y por otra parte, a causa de
    los gastos que
    había hecho, andaba escaso de recursos, Ignacio
    estudió de ganarle la voluntad procurándole
    discípulos y ayudándole delicadamente con dinero. Con
    esto pudo Ignacio hacer penetrar en el corazón
    del altivo maestro aquella sentencia del Divino Maestro:
    «¿Qué le aprovecha al hombre ganar todo el
    mundo, si pierde su alma?». La cual repetida por el
    penitente de Manresa con aquel espíritu y constancia que
    eran el resorte de su eficacia,
    obró con la gracia divina la maravillosa
    transformación de que el 15 de Agosto de 1534 el maestro
    Francisco de Javier se hallará en Nuestra Señora de
    Montmartre con Ignacio, Le Févre, Alfonso (de Bobadilla),
    Laínez, Salmerón y Rodríguez, para hacer
    cada uno el voto de ir a Jerusalén… y volviendo de
    ponerse en la obediencia del Pontífice Romano. Item de
    comenzar de dejar cada uno parientes el retia, como dice Le
    Févre en su Memorial. Del fervor con que Francisco de
    Javier durante aquellas vacaciones y después del voto hizo
    los ejercicios, dio eximio testimonio del mismo San Ignacio
    años adelante: «Maestro Francisco ultra de su
    abstinencia grande (había estado cuatro o cinco
    días sin comer), porque era en la isla de París uno
    de los mayores saltadores, se ató todo el cuerpo y las
    piernas con una cuerda reciamente; y muy atado, sin poder mover,
    hacia las meditaciones». Aquel espíritu brioso
    encaminado hasta entonces a las pretensiones temporales,
    había tan entera y fervorosamente dirigido su rumbo a
    Dios, que al llegarle de Pamplona el propio en el que aquel
    ilustrísimo Cabildo ofrecía al hidalgo maestro don
    Francisco de Jassu y Xavier una prebenda, había él
    ya renunciado a todas las pretensiones temporales por abrazar
    la pobreza de
    Cristo. Ignacio, por razón de su salud, hubo de volver a los
    aires natales por la primavera de 1535. Francisco de Javier le
    entregó una carta para el
    capitán don Juan, su hermano, en la cual escribe
    cariñosos párrafos de reconocimiento. «Y por
    que V. md. a la clara conozca quánta merced nuestro
    Señor me ha hecho en jauer conocido al S.or
    Maestro Iñigo por esta le prometo mi fe que en mi vida
    podría satisfacer lo mucho que le deudo, así por
    hauerme fauorescido muchas vezes con dineros y amigos en mis
    necessidades, como en hauer él seido causa que yo me
    apartasse de malas compañías, las quales yo por mi
    poca experiencia no conoscía» (Monumenta
    histórica Societatis Jesu: Xav. I204). De esta
    ternura que entonces brotó en el noble pecho de Francisco
    de Javier para con el padre de su alma, se entienden aquellas
    cariñosas expresiones que escribía después
    desde la India.

    Cargo Público:

    Ministerio por Italia y ordenación Sacerdotal
    (1536-1537)

    Los
    compañeros de Ignacio habían permanecido en
    París a fin de terminar los estudios. A principios de
    Enero de 1536 se reunieron de nuevo en Venecia. Mientras
    esperaban embarcación para cumplir su voto de peregrinar a
    Tierra Santa se entregaron al servicio de los enfermos del
    hospital, y en este tiempo el hidalgo descendiente de los Jassu y
    Azpilcueta hizo aquel heroico acto de abnegación de chupar
    el pus de la llaga de un enfermo para vencer las repugnancias de
    la naturaleza. En estos oficios de misericordia se ocuparon hasta
    entrada primavera, que entonces se encaminaron en binas a Roma
    para besar el pie de Su Santidad y pedirle licencia de recibir
    las sagradas órdenes antes de partir a Jerusalén.
    El compañero de maestro Francisco de Javier era maestro D.
    Laínez, el cual contó años más tarde
    a Pedro de Ribadeneyra, según éste refiere, que en
    las posadas le asaltaban de noche extraños sueños,
    y así al despertar le dijo alguna vez: "Jesús,
    ¡qué cansado estoy! Soñaba que traía a
    cuestas un indio, y que pesaba tanto que su peso casi me
    aplastaba. En roma, estando recogidos en el hospital,
    despertó a veces a Rodríguez gritando más,
    más, más y era, como se lo dijo antes de separarse
    en Lisboa que soñaba hallarse en grandes peligros y
    trabajos por servicio de Dios, cuya gracia le sustentaba y
    fortalecía para pedir otros mayores. Vueltos a Venecia
    renovaron sus votos delante del legado Jerónimo Veralloo,
    e Iñigo, Francisco de Javier, Laínez,
    Salmerón, Bobadilla, Coduri y Rodríguez aun no eran
    aún sacerdotes, recibieron las órdenes de manos del
    obispo de Arba,, Vicente Nigusanti, las menores el 10 de junio
    (1537, el subdiaconado el 15, el diaconado el 17 y el
    presbiterado el 24, y después de algunos días de
    retiro celebraron su primera misa. Estorbada providencialmente la
    peregrinación a Jesurasalén se repartieron por
    diversas ciudades, dedicándose parte a la
    contemplación, parte al ministerio apostólico.
    Francisco de Javier se ejercitó en Montselice, Vicensa (en
    donde celebró su primera misa), y después en
    Bolonia. Por la primavera de 1538 se trasladaron a Roma.
    Francisco de Javier y N. Alfonde (de Bobadilla), allí
    Iñigo y sus compañeros deliberaron sobre su manera
    de vivir estable; fruto de aquellas deliberaciones fue la
    fórmula del nuevo Instituto que presentada a Paulo III por
    el cardenal G. Contarini fue aprobada verbalmente por Su Beatitud
    el 3 de setiembre de 1539. Pero pronto el vicario de Cristo
    comenzó a echar mano de aquellos fervorosos operarios.
    Francisco de Javier quedó al lado de su santo
    padre.

    Actividad
    Pública
    :

    Vaso de elección
    (1540)

    El momento de
    la Providencia se acercaba para Francisco de Javier. Precisamente
    el 4 de Agosto el rey de Portugal don Juan III, por medio de su
    embajador Pedro Mascarenhas había pedido a S.S., Paulo
    III, misioneros de la naciente Orden para sus colonias de la
    India. Los señalados por Ignacio para aquella
    expedición fueron Rodríguez y Alfonso (de
    Bobadilla), el cual apenas llegado a Roma, cayó enfermo de
    suerte que no pudiendo seguir a Mascarenhass, san Ignacio
    llamó a maestro Francisco de Javier para substituirle; era
    el 14 de marzo de 1540. Al día siguiente redactó
    tres documentos
    importantísimos: uno en que declara recibir las
    constituciones de la Compañía de Jesús, que
    en adelante se aprobaren, otro en que da su voto para la
    elección de propósito general y el último en
    que da fe de sus votos simples (consúltese Monumenta
    historica Societatis Jesu, Xav., I811-14). Reparó su pobre
    ropa, tomó su brevario, y despidiéndose tiernamente
    de sus queridos hermanos en religión y de los amigos y
    especialmente de su santo padre Igancio, y recibida la
    bendición del Vicario de Cristo, partió de Roma el
    16 de marzo, llegando a Lisboa por junio o julio de 1540.
    Recibidos por los serenísimos reyes de Portugal don Juan
    III y doña Catalina con mucho amor y cortesía, se
    entregaron a los sagrados ministerios con increíble fruto
    y edificación, así de la corte como de la ciudad de
    Lisboa. En este tiempo fueron expedidos por el papa Paulo III los
    breves en que le nombraba su legado o nuncio apostólico
    para las partes de la India, y le otorgaba amplísimas
    facultades para ejercitar su ministerio, al mismo tiempo que se
    resolvía entre el Papa, y el rey y san Ignacio que
    Rodríguez quedara en Portugal para establecer en aquel
    reino la Compañía de Jesús aprobada el 27 de
    septiembre de 1540, y que maestro Francisco de Javier partiese a
    la India con otros dos compañeros recientemente admitidos,
    Francisco Mansilhas y Pablo Cmerte.

    Hacia la
    India (1541-1542)

    Vino,
    finalmente, el 7 de Abril de 1541, día en que partiendo de
    Lisboa, el corazón
    del apóstol de las Indias palpitó fuertemente de
    gozo y ansia por llevar el
    conocimiento de Jesucristo a millares de infieles y dilatar
    los confines de la Iglesia católica. Francisco de Javier
    cumplía aquel mismo día los treinta y cinco
    años edad. Las antiguas narraciones de los viajes
    marítimos de entonces y la misma correspondencia de
    Francisco de Javier nos dan lugar a conjeturar las grandes
    penalidades propias de aquellas difíciles y largas
    travesías, especialmente hachas por un varón
    apostólico cuya provisión sea la santa pobreza. Las
    enfermedades que
    se apoderaron de los navegantes y los escándalos a que
    éstos se entregaban con frecuencia le dieron
    ocasión abundantísima de ejercitar con ellos su
    caridad heroica acompañada de la fervorosa asistencia
    espiritual que demandaban los diversos casos. Por esta
    razón era ya llamado el "santo padre". Por haberles
    sorprendido las calmas en la costa de Guinea no doblaron el Cabo
    de Buena Esperanza hasta Septiembre, y en el mismo mes llegaron a
    Mozambique, de donde escribía el 1Oºde enero de 1542
    hallarse enfermo, de suerte que, según testimonio del
    padre Gaspar Barzeo (1548), llegó a peligro de muerte.
    Salieron de allí a fines de febrero, y haciendo escala en Melinde
    y Sokotora, llegó a Foa el 6 de mayo de1542m ella por
    cierto bienaventurado y dichoso para aquella ciudad y para todas
    aquellas partes de la India, pues en él aportó a
    ella el bienaventurado siervo de Dios por quien Nuestro
    Señor optó en ella tantas maravillas, según
    exclama M. Teixera (Monmenta historia Societatis Jesus:Xav.
    II841)

    Vuelta a
    la India (1547-48)

    La vuelta de
    Francisco a Malaca y de Malaca a la India había de ser
    providencial. Acababan de llegar nuevos misioneros. Visitó
    con la celeridad que le infundía su ardiente celo e
    incansable caridad las cristiandades ya fundadas. Cochín,
    Manapar, Bazain y Goa le recibieron dos veces en menos de dos
    años. Distribuyó el personal
    según las necesidades, avivó con su presencia los
    ministerios y consoló a todos con indecible caridad. En
    esta primera mitad de su apostolado o sea a principios de
    1549 dejaba establecidos domicilios de la Compañía
    de Jesús en Goa, Pesquería, Travancor, Molucas,
    Malaca, Santo Tomé de Meliapur, Coulam, Bazain, Ormuz. En
    este tiempo no dejó de escribier nuevas cartas al rey de
    Portugal y a san Ignacio solicitando con fervorosas instancias el
    envío de más operarios. Como hubo arreglado los
    negocios a que
    debía atender como superior, se puso en camino para el
    Japón.

    Regreso a
    la India (1551)

    Por
    otoño de 1551, el padre Francisco de Javier se hizo a la
    vela en dirección a la India a fin de dar orden en los
    negocios de
    aquellas casas y misiones, y para después acometer la
    conquista del vastísimo Imperio de la China, que
    desde muchos años atraía los ardores de su celo.
    Expuso Francisco de Javier los motivos de tan magnánima
    empresa en
    la carta
    escrita a san Ignacio desde Cochín el 19 de enero de 1552.
    Declaradas las condiciones de los chinos, prosigue el santo
    misionero: "Si acá en la India no hubiere algunos
    impedimentos que me estorben la partida, este año de 1552
    espero ir a la China por el
    grande servicio de Dios que se puede seguir así en la
    China como en
    el Japón, porque sabiendo los japones que la ley de Dios
    resciben los chinas han de perder más presto la fe que
    tienen a sus sectas. Grande esperanza tengo que así los
    chinas como los japones por la Compañía del nombre
    de Jesús, han de salir de sus idolatrias y adorar a Dios a
    Jesucristo, salavador de todas las gentes" (Monumenta historica
    Sovietatis Jesu: Xav., I672). Por ferero de 1552
    estaba en Goa, en donde dio las ordenaciones convenientes para el
    buen proceder de los de la Compañía; nombró
    superior de todos al padre Gaspar Barzeo y habiéndose
    despedido de unos y otros con aquella exquisita caridad,
    despachó cartas a san
    Ignacio y al rey de Portugal y se hizo a la vela llevando consigo
    al mercader Diego Pereira, que iba con presentes como embajador
    de Juan III, al hermano Antonio Ferreira y al intérprete
    Antonio de Santa Fe.

    Ideología:
    san Francisco de Javier era sumamente creyente y todo lo que
    hacía lo hacía por Cristo y en su nombre, era su
    inspiración. Aquel prodigo de santidad, aquel
    heroísmo, aquel maravilloso celo acompañado de los
    más extraordinarios carisma de su apostolado; por esto las
    multitudes se agolpan en grandes peregrinaciones alrededor de su
    cuerpo incorrupto, conservado en el Jesús de Goa en la
    magnífica urna de plata debida la primera al
    reconocimiento e iniciativa del padre M. Mastrilli y la actual
    mas rica que aquella a la piedad del Gran Duque de Toscana, que
    le costeó a fines del siglo XVII.

    Valoración:
    San Francisco Javier tuvo una misión específica en
    el Nuevo Mundo: hacer efectivos los objetivos que
    San Ignacio de Loyola había establecido al crear la
    Compañía. Este último lo había
    elegido a aquel como su sucesor y Javier, con esfuerzo y
    sacrificio, engrandeció poco a poco aquello que en
    algún momento sólo era una ilusión. Se
    adentró en la vida de los hombres de América,
    convirtiéndose en uno más de ellos, compartiendo
    sus costumbres, inquietudes e intercambiando –en nombre de
    Cristo– culturas diferentes que lograron aunarse. La labor
    insesante y esperanzada, sin dudas, dio resultado.

    Fuentes:

    • Enciclopedia
      Microsoft
      Encarta ’97.
    • Diccionario
      Enciclopédico Larousse.
    • Diccionario
      Clarín.
    • C. M. Abad,
      S. J., San Francisco Javier (Madrid, 1922).
    • J. de
      Acosta, S. J., De procuranda Salute indorum libri sex
      (Salamanca, 1588).
    • San
      Francisco Javier (Madrid, 1912).

    Bibliografía:

    1. Enciclopedia
      Microsoft
      Encarta’97
    2. Enrique
      Planas, Historia de las Misiones en la Época Colonial
      Los Jesuitas en el Río de la Plata; Colección
      Antorcha, Editorial Atlántida, Buenos Aires,
      1941.
    3. Suplemento
      Especial de Clarín: "Iberoamérica, una
      comunidad".
    4. Octavio Gil
      Munilla, El Río de la Plata en la política
      internacional.
    5. Atlas de
      Historia
      Universal de Clarín.
    6. Furlong,
      Guillermo; "Misiones y sus pueblos de guaraníes", Buenos
      Aires, 1962.
    7. Sierra,
      Vicente; Historia de la Argentina,
      Buenos Aires, 1959.
    8. Solá,
      Miguel; Las misiones guaraníes, en "Documentos de
      Arte
      Argentino", cuaderno XIX, Academia Nacional de Bellas Artes,
      Buenos Aires, 1946.
    9. Gran
      Enciclopedia Rialp.

     

     

    Autor:

    rossi_lopardo[arroba]ciudad.com.ar

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