- Introducción
- Economía y Politica
(1810-1830) - Ideologías, Intereses y Rivalidades
Añejas - Los Intentos Porteños de Unificación
Económica-Financiera - Las Supuestas Medidas Progresistas
- La Posición Federal
- Conclusión
- Bibliografía
Introducción:
El primer decenio posrevolucionario (1810-1820) estuvo
signado por la lucha entre dos ciudades-puerto –Buenos Aires y
Montevideo- que diputaban el mismo hinterland, es decir la
misma región continental en dependencia
geográfico-económico de la cuenca del Plata.
Durante esa década las provincias procuraron implantar su
propio sistema
económico, tendiente a salvaguardar sus artesanías
y manufacturas locales cuyo exterminio era previsible ante el
indiscriminado fluir de productos
industriales europeos o, mejor dicho, británicos. Las
barreras aduaneras interiores, la instauración de caudillismo y el
régimen de pactos interpro- vinciales -todo ello característico de la segunda década-
son índice de unalucha constante entre el liberalismo
porteño y el proteccionismo provinciano.
ECONOMIA Y POLITICA
(1810-1830)
Mientras Montevideo estuvo en poder de las
fuerzas del rey, Buenos Aires fue
el único y obligado puerto de ultramar para los
independentistas, que nada podían esperar del puerto
rival. Pero a partir de 1815 la lucha se perfiló para
Buenos Aires
en tres frentes. Uno de ellos correspondía al interior
(Centro, Cuyo y Norte); otro era el del litoral que, rompiendo
lanzas con la capital
portuaria, se alineó en las doctrinas del federalismo
artiguista; y el tercer frente estaba representado por la zona
rural aledaña de Buenos Aires, que
se escapaba del dominio de la
ciudad sabiendo que sin ella la capital no
podía subsistir. Esa campaña bonaerense
-económicamente más poderosa que cualquier otra
región del país- sabía, a su vez, que sin
las provincias no podía subsistir la Nación, e hizo
de puente entre Buenos Aires y
las provincias con el propósito de imponerse
económica y políticamente sobre ambas, y en 1820
obtuvo su primera victoria. Tras la tregua de Cepeda, los
unitarios, herederos de los directoriales y personeros de la
burguesía mercantil porteña, pretendieron anular la
influencia poderosa de los estancieros bonaerenses, capitalizando
la ciudad puerto y dividiendo a la provincia pero el ensayo
fracasó rotundamente. Y la campaña comenzó a
preparar su intento decisivo de hegemonía, que
habría de consolidarse gracias al Pacto Federal de
1831.
La victoria del litoral sobre Buenos Aires en 1820
produjo una efectiva disgregación de los grupos
sociales y engendró la inmediata reacción
sucesiva de las provincias interiores, mientras la campaña
bonaerense veía fortificada su privilegiada
situación. Esa crisis
política
desarticuló en apariencia el Estado
nacional, pero creó las condiciones favorables para la
iniciación del régimen de pactos, base del sistema federal
(foedus significa pacto).
Desde otro punto de vista, Inglaterra
tenía, a la sazón, la necesidad de colocar sus
productos y de
importar y comercializar ceros y carnes saladas, y
monopolizó el intercambio en el Plata. Muy pronto se
perfilaron buenas perspectivas en el campo financiero, e Inglaterra
estableció su banca, obtuvo
beneficiosas operaciones en el
orden crediticio y ensayó grandes especulaciones en
fracasados negocios
mineros. Los acontecimientos europeos obligan a la Gran
Bretaña a atender muy especialmente los mercados
sudamericanos, e impuso el liberalismo.
Eso abrió promisorias posibilidades a la
explotación ganadera, y los hacendados de la
campaña coparon a la burguesía urbana. Entretanto,
el interior, con su economía debilitada y
sin fuerzas ni medios para
llevar a cabo una reorganización social y
económica, trató de aislarse. Resultado de ese
propósito de aislamiento fue la afirmación de
regímenes locales encabezados por sendos conductores
patriarcales (caudillos) que, con indudable apoyo popular,
defendían los fueros provinciales de la veracidad
porteña y procuraban mantener sus respectivos distritos
separados de Buenos Aires, hasta que ésta accediera a
repartir los beneficios de su privilegiada posición
geográfica relativa con el resto del Río de la
Plata. A pesar de estos esfuerzos, y sin perjuicios de los
avatares de 1815, la crisis de
1820, los intentos centralizadores y reformistas de Rivadavia,
los abundantes tratados
interprovinciales y el pacto federal de 1831, al que terminaron
adhiriendo todas las provincias, el esquema básico de la
estructura
económica rioplatense, como Buenos Aires como centro
hegemónico, no cambió mayormente entre 1810 y 1831,
y así habría de mantenerse durante muchos
años más.
IDEOLOGIAS, INTERESES Y
RIVALIDADES AÑEJAS
En la segunda mitad del siglo XXXIV fue alterado
sensiblemente el equilibrio
social en el Río de la Plata debido, en buena medida, a la
expulsión de jesuitas y a la reestructuración
administrativa llevada a cabo por los Borbones; éstos, a
fin de cuentas,
interesados en favorecer a la metrópoli, sólo
lograron transplantar a América
la crisis del
antiguo régimen. En todo momento España
aplicó a sus colonias la misma política
económica que regía para la península, y
ese criterio no fue alterado con el cambio de la
dinastía.
Desde la época de Felipe V la casa de
Bordón promovió diversas innovaciones tendientes al
desarrollo de
la industria y el
comercio. Uno
de los lugartenientes del rey, Rafael Melchor de Macanáz,
en sus Auxilios para bien gobernar una monarquía,
decía que hasta el mismo monarca debía desarrollar
actividades de comerciante con el objeto de desvirtuar los
prejuicios existentes acerca de lo innoble de esa
profesión. La misma intencionalidad sustentó el
proyecto que
culminó en la creación de sociedades
económicas de inspiración fisiocrática, en
las cuales figuraban representantes de distintas clases
sociales. La aristocracia seguía luchando por mantener
su preeminencia, pero ya las ambiciones, los intereses y las
realizaciones de la burguesía representaban una fuerza
demasiado poderosa.
También en el Río de la Plata las reformas
de fines de siglo XVIII engendran fenómenos
económicos que abrieron el camino a la burguesía.
Los criollos, a fin de cuentas,
aspiraban a la emancipación como manera de ejercitar el
poder
político con el objeto de establecer una mayor
liberalización en materia
económica, y con matices que iban desde un prudente
proteccionismo hasta un liberalismo a
ultranza. Y esas premisas fueron planteadas por representantes
conspicuos de la burguesía, como lo eran, entre otros,
Hipólito Vieytes, que desde el Telégrafo Mercantil
postulaba una moderada fisiocracia, Manuel Belgrano, con su
defensa del comercio libre
y sus esfuerzos tendientes a fomentar la industria
local y el laboreo agrícola, y Mariano Moreno,
discípulo de Belgrano, cuya posición en materia
económica resulta más clara en el violento Plan
Revolucionario de Operaciones que
en la tímida Representación de los
Hacendados.
Por su parte, los estancieros también buscaban
liberarse del yugo de una administración que negaba el
carácter de "fruto del país" a los cueros y
aspiraban también a una mayor liberalización de
intercambio. Y ambos grupos, pues,
representativos del elemento revolucionario, tenían
inquietudes coincidentes en materia
económica y sumaron su posición a la minoría
europea de engolados funcionarios con pretensiones
aristocráticas y grandes comerciantes vinculados de
diversas maneras con los banqueros de Hamburgo que resultaban
beneficiados con el sistema
monopolista impuesto por la
metrópoli.
Ya desde el siglo XVII comenzaron a manifestarse
antagonismos entre las regiones interiores y costeras, como
también entre criollos y maturrangos. Después de la
revolución
de Mayo esas tensiones recrudecieron, para prolongarse como tema
central de la historia
argentina hasta bien antrada la segunda mitad del siglo XIX.
La costa obtuvo mercado
predominio sobre el interior, y a la postre la ciudad costera por
excelencia, Buenos Aires, monopolizó todo el
tráfico. Los cueros, las carnes y sus derivados
(después de 1830 también ocurrió con la
lana) fueron algo más que meros artículos de
comercio, pues
su producción y comercialización influyó por mucho
tiempo en la
distribución demográfica,
afectó seriamente el desenvolvimiento político y
ejerció una marcada influencia hasta sobre las costumbres
y los modos de vida.
La puja posrevolucionaria entre el gobierno central
y las provincias es una expresión del choque de interesen
entre la ciudad-puerto y el resto del país. Resultado de
esa puja fue el autonomismo provinciano y la disgregación
del antiguo Virreinato por la pérdida del alto
Perú, el Paraguay y la
Banda Oriental. Además, esa rivalidad repercutió
sobre las defensas de las fronteras, y fue notorio el avance de
los malones que crearon serios problemas para
las comunicaciones
entre Santa Fe y Santiago del Estero, si bien esa misma
dificultad produjo la apertura de la ruta por el
Carcaraña, con beneficio para Santa Fe y Córdoba.
El quid de la secesión rioplatense, en resumen, debe
buscarse en la política
económico-financiera seguida por Buenos Aires, con la
secuela de resentimientos, desconfianzas y luchas intestinas que
demoraron por muchos años la
organización nacional.
LOS INTENTOS
PORTEÑOS DE UNIFICACION
ECONOMICA-FINANCIERA
Después del tratado de Pilar quedó la
provincia dueña de su puerto y en inmejorables condiciones
para fiscalizar, la dirección política del
país. Los conflictos
ocurridos en Buenos Aires a lo largo de 1820, que culminaron con
la gobernación de Martín Rodríguez,
representan los esfuerzos por retener el poder
realizados por la oligarquía dominante y ponen de
manifiesto el ascenso del sector ganadero dominador de la
campaña que, desde 1815, con la instalación de los
saladeros, comenzó a querer gravitar en la política.
Privado el gobierno de
Buenos Aires de la representatividad nacional que hasta entonces
había detentado, aprovechó la situación para
estabilizar las condiciones financieras de la provincia, mientras
se preparaba a planear la
organización del país. El resto de las
provincias inició el proceso de
organización autónoma entre 1820 y
1821. Los obstáculos puestos por Buenos Aires a la
convocación del Congreso, el retiro de los diputados
porteños enviados a Córdoba para su
realización y la firma del Tratado del Cuadrilátero
(1822) son expresiones de la política proyectada
por Buenos Aires. Era prematura aún la pretensión
de determinar nuevas normas de las
relaciones económicas y sociales en una estructura
política adecuada, en tanto habían aparecido capas
más bajas que empezaban a exigir que se tuviera en cuenta
sus derechos.
Entretanto, ciertos grupos
discutían la manera de poder
organizar en primer lugar las entidades provinciales y luego el
cuerpo nacional. Las doctrinas de "unitarios" y "federales" no
eran coincidentes en todas las provincias, y esta diferencia
resaltaba sensiblemente en cuanto se refería a la
ciudad-puerto. Sobre el particular, ha señalado Burgin que
"ni el unitarismo ni el federalismo
contenían un cuerpo de doctrina económica
claramente definido y sólido".
Los dirigentes del gobierno de
Buenos Aires confiaban en reorganizar la provincia en el orden
económico-financiero, y esperaban que tal organización sirviera de ejemplo y, al
mismo tiempo, de
anzuelo para que las demás provincias le entregaran la
dirección del manejo de una política
nacional. La libertad en
materia
económica implantada por el gobierno de
Martín Rodríguez señala la
eliminación radical de cualquier proteccionismo
sincero.
El programa del
partido unitario encontró graves resistencias
en diversos sectores; la actitud
"paternalista" del gobierno no fue
bien recibido por los artesanos ni por los chacareros. Objetivo
inmediato del gobierno de Rodríguez era estimular el
rápido crecimiento de la población, con el fin de acelerar las
ganancias de una política de intercambio. Para ello era
imprescindible fomentar la inmigración y la colonización,
estimulando al mismo tiempo las
inversiones
extranjeras y el acrecentamiento del comercio
exterior. Las primeras dificultades del gobierno se vieron
cuando fue necesario imponer impuestos a la
exportación y a la importación como
medio para obtener ingresos mejores;
por razones de estrategias
políticas con el resto de las provincias,
fue preciso teñir de proteccionismo las listas de aranceles, y
así , la imposibilidad de llevar a cabo el programa en toda
su plenitud hizo fracasar la implantación del comercio libre
junto con los reiterados intentos de poner en marcha el programa de
colonización. Los recelos de las provincias respecto de
las pretensiones hegemónicas se manifestaron de diversas
maneras y muy especialmente a raíz de los cateos
realizados en la Rioja; también los capitalistas
porteños vieron esos ensayos con
malos ojos, pues temían que el capital
británico se transformara en serio competidor.
Además, desde el punto de vista financiero, era muy
riesgoso para el gobierno bonaerense empeñarse en la
difícil y costosa tarea del traslado de los colonos; y si
financieramente era riesgoso, políticamente era
dificilísimo lograrlo, pues la oposición de los
hacendados a estos proyectos fue
sistemática y se puso de manifiesto especialmente en la
presidencia de Rivadavia.
Una economía por, de
acuerdo con el programa
planteado, estuviera dirigida a expandir el comercio,
sólo tenía dos posibilidades financieras: el
aumento impositivo o la expansión del crédito. Burgin ha observado que la
creación del Banco Nacional
tenía que servir no solo como instrumento de estabilidad
económica, sino también como medio de
fiscalización política para el resto de las
provincias. Y aclara este autor que de ninguna manera puede
atribuirse a "descuido" el hecho que a definir las funciones del
Banco no se
hubiesen reconocido las necesidades y los intereses
agrícola-ganederos: según el programa unitario
de dasarrollo económico, el papel
principal sería desempeñado por el comercio y no
por la agricultura.
Así, el sistema de
enfiteusis no tubo otra meta que instituir un régimen de
impuestos
único para las finanzas
públicas, sobre la base de los arrendamientos y el
incremento del valor de
la tierra.
Resulta muy elocuente que se haya instalado sucursales del
Banco Nacional
en las provincias y que los alcances de la ley de enfiteusis
se extendieran a todo el país. Tal vez se haya pensado que
esa era la forma de lograr la unificación económica
y financiera del país bajo el régimen unitario
cristalizado en la constitución de 1826.
LAS SUPUESTAS MEDIDAS
PROGRESISTAS
Dispuesto el grupo unitario
a cumplir sus plane, adoptó medidas administrativas
diversas que suelen señalarse como obra de visionarios del
progreso. Es oportuno, por tanto, insistir un poco en los
alcances efectivos de éstas, particularmente el
régimen enfitéutico y el Banco de
Descuentos.
El régimen impositivo, fundado en la
contribución directa y proporcional al monto de los
ingresos, no
alcanzaba a satisfacer las necesidades fiscales y, por otra
parte, creaba grave malestar pues afectaba incluso a los
asalariados. La tierra era
una enorme riqueza potencial, hasta entonces inutilizada, y se
pensó en ordenar el régimen fiscal sobre
la base del usufructo de la tierra. La
ley de
enfiteusis y crédito
público fue promulgada en 1821 para la provincia de Buenos
Aires, y más tarde, cuando Rivadavia accedió a su
precaria presidencia, la extendió lisa y llanamente a toda
la Nación. Conforme a esa ley, el dominio
útil de la tierra
pública sería cedido por un canon anual que
serviría para amortizar la deuda pública. Pero,
como ha señalado Alberdi en sistema
económico y rentístico de la Confederación
Argentina,
"cambiar una contribución por otra es como renovar los
cimientos de un edificio sin deshacerlo, operación en que
hay siempre un peligro de ruina"…
Rivadavia entendía que la tierra
debía ser dada en enfiteusis al inmigrante agricultor.
Pero ocurría que tales inmigrantes no necesitaban acumular
grande extensiones, ni estaban en condiciones de hacerlo. Por que
la ley
permitía el acaparamiento desmedido de tierras, en tanto
fijaba un mínimo, pero no un máximo (éste se
fijó en 1827, cuando el régimen unitario estaba en
vísperas de sucumir). Un año antes, en 1826, se
establecieron disposiciones que favorecían a la agricultura,
pero no se aplicaron jamás. En concreto, y
bajo la administración unitaria, el régimen
de enfiteusis había permitido la formación de
enormes latifundios: entre1824 y 1827 se concedieron 1004 leguas
(más de 25000 kilómetros cuadrados) a 171
enfiteutas, lo que representa la friolera de unas 15000
hectáreas por beneficiario, término medio. Por otra
parte, muchos interesados urbanos solicitaron y obtuvieron la
cesión de tierras que muy a menudo estaban ocupadas por
antiguos pobladores, y éstos se hallaron de pronto
obligados a pagar arriendos elevados a losenfteutas
novísimos que, a su vez, cobraban religiosamente el
importe, pero no pagaban jamás el canon… Por otra parte,
la inmovilización de la tierra
pública quitó a los estancieros de la
campaña la libertad de
entrar inpunemente en tierras de indios que hasta entonces
incorporaban sin más a sus predios, extendiendo así
insensiblemente la frontera.
En íntima relación con el régimen
de enfiteusis estaban los planes de Rivadavia encaminados al
fomento de la inmigración y colonización agraria,
para lo cual contaba con el aval económico de River Plate
Agricultural Association y de la Sociedad
Entrerriana. Los pueblos fronterizos de la provincia de Buenos
Aires y Entre Ríos serían puntos obligados de
arribo de inmigrantes. El plan se
cumplió en escala
ínfima: la inmigración fue escasa y la
colonización casi nula. Entre los inmigrantes que llegaron
por entonces estaban los agricultores escoceses de Monte Grande
(1823) y unas cincuenta familias alemanas que se stablecieron en
la chacarita de los colegiales (1826). Las buenas intensiones de
la sociedad
Entrerriana fracasoron rotundamente, a pesar del acuerdo que
probablemente exstía entre el gobierno de Entre
Ríos y esa entidad para la venta de tierras
públicas a precios muy
bajos que, de cualquier manera, resultaban inalcanzables para los
nativos que las ocupaban de antaño. Algunos escoceses que
llegaron a la campaña entrerriana debieron alejarse por la
airada reacción de los viejos pobladores.
Por último, cabe destacar que, si en los planes
unitarios se hallaba de fomentar la agricultura y
la industria, no
se halla nada que permita aseverar el menor apoyo a la actividad
industrial de ningén tipo, como eliminación de
impuestos u
otras medidas que, a pear de rusultar inútiles, se
arbitraron respecto del fomento agrícola.
En cuanto al banco de
descuentos, que en 1826 fue reemplazado por el Nacional, se
manejó desde el comienzo con el exiguo capital real y
no recibió depósitos; los billetes emitidos eran,
en gran medida, inconvertibles. Muy pronto fue preciso recurrir
al exterior para reforzar la tenencia de metálico, y uno
de los arbitrios consistió en contratar el usuarios
préstamo de la Baring. Sobre el particular, ha dicho
Horacio William Bliss en Del Virreinato a Rosas, que
"además de cargar al país con una pesada deuda, el
empréstito resultó perjudicial poque quitó
libertad de
acción para una política
económica independiente posterior".
La búsqueda de matálico era
preocupación especialísima del gobierno unitario de
Buenos Aires que, inspiración de Rivadavia, procuró
auspiciar por una parte las inversiones
extranjeras y, por otra, paralelamente, explotar los yacimientos
mineros. Pero ocurría que esta última idea no era
nada navedosa, pues ya fuertes capitales rioplatenses, con la
anuencia del caudillo riojano Facundo Quiraga, habían
considerado con antelación el aprovechamiento de la
riqueza minera del Famatina. Los mineros ingleses debieron
enfrentarse a graves problemas que
han sido relatados en forma dramática por el
capitán Francis Bond Head, y el proyecto
fracasó. Los esfuerzas de Rivadavia no cejaron, y en 1826
lo logró que se sancionara una ley que
nacionalizaba las minas de todo el territorio, y otro por la que
se concedía al Banco Nacional el monopolio en
la acuñación de moneda. Sin embargo, los
impedimientos que pusieron los gobiernos provinciales
imposibilitaron la acción de la River Plate; los mineros
ingleses abandonaron el país, y por todas partes
proliferaron las quejas y acusaciones contra
Rivadavia.
LA POSICION
FEDERAL
El régimen constitucional de 1826 se asentaba
sobre los planes aconómicos forjados por los unitarios,
que contemplaban la creación del Banco Nacional, la
nacionalización de las aduanas
interiores, de las minas y de las tierras públicas; todo
ello debía ser el instrumento para que cristalizaran las
reformas proyectadas por Rivadavia. Pero toda esa
planifacación debió enfrentar la oposición
sistemática de las provincias y de la campaña
bonaerense; ello, sumado a los conflictos
exteriores y a la falta de habilidad política externa e
interna, apuró la estrepitosa y definitíva caida de
Rivadavia.
La oposición de los federales a ese programa se
puso de manifiesto cuando los proyectos dejaron
de ser meramenteporteños para adquirir proporciones
nacionales. La oposición federal tenía, sin duda,
motivos, pero no presentaba una contraplanificación
coherente en los órdenes provincial ni nacional. En cuanto
a la campaña bonaerense, enfocaba la solución de
problemas que
le afectaban directamente, pero no daban soluciones a
nivel nacional.
La elección de Dorrego como gobernador de la
provincia de Buenos Aires y disolución del Congreso
Nacional, retablecieron en buena medida la vigencia del
régimen político instaurado en 1820. El interior
volvió a aislarse, con el fin de mantenerse con sus
producciones locales, incapacitado para llevar a cabo una
política nacional de aprovechamiento del libre cambio, en
tanto solo podía aspirar a la pretección de sus
artesanías y manufacturas ya que la política
"liberal" sólo beneficiaba a Buenos Aires. El litoral, por
su parte, no supo aprovechar sus ríos para comerciar con
el exterior, y no pudo competir satisfactoriamente con el
grupo ganadero
bonaerense que ahora detentaba el poder y
monopolizaba el puerto.
La egemonía del sector ganadero en Buenos Aires
quedó definitivamente establecida cuando en 1829 la
Legislatura eligió gobernador y capitán general de
la provincia a Juan Manuel de Rosas, con
facultades extraordinarias. Y la puja entre el Litoral y el
interior quedó también establecida, con
inmejorables perspectivas para los litoraleños, cuando los
avances del general José María paz apresuraron la
celebración del pacto federal, cuyo beneficiario
principal, desde el punto, de vista económico, fue la
provincia de Buenos aires. Rosas
logró allí todo lo que se había propuesto; y
lo que se incluyó en contra de la opinión del
gobernador de Buenos Aires -los artículos 15 y 16,
referidos a la Comisión Representativa- terminó
siendo la letra muerta. La famosa comisión, impueta por
inspiración coinsidente de Estanislao lopez y Pedro
Ferré, nunca logró concretar nada; y cuando quiso
hacerlo, Rosas
retiró los diputados, y a la Comisión, al no quedar
constituida, no pudo funcionar.
Conclusión:
Rosas supo combinar, desde el primer momento, una
hábil política
económica sde la conveniencia de que no se organizara
la Nación. Desde que asumió por primera vez el
gobierno inició la práctica de dar a las provincias
generosos subsidios para sacarlas de sus apuros, con lo cual
calmaba las desconfianzas de los gobernadores y los
sometía a su poder; y por lo mismo, no le interesaba la
reunión de un Congreso Nacional, pues así
seguía siendo la provincia de Buenos Aires, y no la
Nación, la que subvencionara a los gobiernos provinciales,
siempre y cuando éstos, claro está, siguieran los
lineamientos que Buenos Aires fijara. Así, logró lo
que se habían propuesto infructuosamente los grupos
porteñistas -directoriales y unitarios- desde los
comienzos mismos de la Revolución: halló la forma de
dominar el país desde Bueno aires, amparado en un federalismo
estrícto, según el cual Buenos Aires no era ni
quería ser sino una provincia más, igual a sus
hermanas, que disponía de su patrimonia en plena
autonomía; y es claro que ese patrimonio
incluía al puerto.
Bibliografía
Revista Cronica Argentina, Perez
Anuthastegui, Buenos Aires, Codez, 1968
Autor:
Mariano Canal