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Juan Manuel de Rosas (III)




Enviado por albertocanal



    • Introducción
    • Economía y Politica
      (1810-1830)
    • Ideologías, Intereses y Rivalidades
      Añejas
    • Los Intentos Porteños de Unificación
      Económica-Financiera
    • Las Supuestas Medidas Progresistas
    • La Posición Federal
    • Conclusión
    • Bibliografía

    Introducción:

    El primer decenio posrevolucionario (1810-1820) estuvo
    signado por la lucha entre dos ciudades-puerto –Buenos Aires y
    Montevideo- que diputaban el mismo hinterland, es decir la
    misma región continental en dependencia
    geográfico-económico de la cuenca del Plata.
    Durante esa década las provincias procuraron implantar su
    propio sistema
    económico, tendiente a salvaguardar sus artesanías
    y manufacturas locales cuyo exterminio era previsible ante el
    indiscriminado fluir de productos
    industriales europeos o, mejor dicho, británicos. Las
    barreras aduaneras interiores, la instauración de caudillismo y el
    régimen de pactos interpro- vinciales -todo ello característico de la segunda década-
    son índice de unalucha constante entre el liberalismo
    porteño y el proteccionismo provinciano.

    ECONOMIA Y POLITICA
    (1810-1830)

    Mientras Montevideo estuvo en poder de las
    fuerzas del rey, Buenos Aires fue
    el único y obligado puerto de ultramar para los
    independentistas, que nada podían esperar del puerto
    rival. Pero a partir de 1815 la lucha se perfiló para
    Buenos Aires
    en tres frentes. Uno de ellos correspondía al interior
    (Centro, Cuyo y Norte); otro era el del litoral que, rompiendo
    lanzas con la capital
    portuaria, se alineó en las doctrinas del federalismo
    artiguista; y el tercer frente estaba representado por la zona
    rural aledaña de Buenos Aires, que
    se escapaba del dominio de la
    ciudad sabiendo que sin ella la capital no
    podía subsistir. Esa campaña bonaerense
    -económicamente más poderosa que cualquier otra
    región del país- sabía, a su vez, que sin
    las provincias no podía subsistir la Nación, e hizo
    de puente entre Buenos Aires y
    las provincias con el propósito de imponerse
    económica y políticamente sobre ambas, y en 1820
    obtuvo su primera victoria. Tras la tregua de Cepeda, los
    unitarios, herederos de los directoriales y personeros de la
    burguesía mercantil porteña, pretendieron anular la
    influencia poderosa de los estancieros bonaerenses, capitalizando
    la ciudad puerto y dividiendo a la provincia pero el ensayo
    fracasó rotundamente. Y la campaña comenzó a
    preparar su intento decisivo de hegemonía, que
    habría de consolidarse gracias al Pacto Federal de
    1831.

    La victoria del litoral sobre Buenos Aires en 1820
    produjo una efectiva disgregación de los grupos
    sociales y engendró la inmediata reacción
    sucesiva de las provincias interiores, mientras la campaña
    bonaerense veía fortificada su privilegiada
    situación. Esa crisis
    política
    desarticuló en apariencia el Estado
    nacional, pero creó las condiciones favorables para la
    iniciación del régimen de pactos, base del sistema federal
    (foedus significa pacto).

    Desde otro punto de vista, Inglaterra
    tenía, a la sazón, la necesidad de colocar sus
    productos y de
    importar y comercializar ceros y carnes saladas, y
    monopolizó el intercambio en el Plata. Muy pronto se
    perfilaron buenas perspectivas en el campo financiero, e Inglaterra
    estableció su banca, obtuvo
    beneficiosas operaciones en el
    orden crediticio y ensayó grandes especulaciones en
    fracasados negocios
    mineros. Los acontecimientos europeos obligan a la Gran
    Bretaña a atender muy especialmente los mercados
    sudamericanos, e impuso el liberalismo.
    Eso abrió promisorias posibilidades a la
    explotación ganadera, y los hacendados de la
    campaña coparon a la burguesía urbana. Entretanto,
    el interior, con su economía debilitada y
    sin fuerzas ni medios para
    llevar a cabo una reorganización social y
    económica, trató de aislarse. Resultado de ese
    propósito de aislamiento fue la afirmación de
    regímenes locales encabezados por sendos conductores
    patriarcales (caudillos) que, con indudable apoyo popular,
    defendían los fueros provinciales de la veracidad
    porteña y procuraban mantener sus respectivos distritos
    separados de Buenos Aires, hasta que ésta accediera a
    repartir los beneficios de su privilegiada posición
    geográfica relativa con el resto del Río de la
    Plata. A pesar de estos esfuerzos, y sin perjuicios de los
    avatares de 1815, la crisis de
    1820, los intentos centralizadores y reformistas de Rivadavia,
    los abundantes tratados
    interprovinciales y el pacto federal de 1831, al que terminaron
    adhiriendo todas las provincias, el esquema básico de la
    estructura
    económica rioplatense, como Buenos Aires como centro
    hegemónico, no cambió mayormente entre 1810 y 1831,
    y así habría de mantenerse durante muchos
    años más.

    IDEOLOGIAS, INTERESES Y
    RIVALIDADES AÑEJAS

    En la segunda mitad del siglo XXXIV fue alterado
    sensiblemente el equilibrio
    social en el Río de la Plata debido, en buena medida, a la
    expulsión de jesuitas y a la reestructuración
    administrativa llevada a cabo por los Borbones; éstos, a
    fin de cuentas,
    interesados en favorecer a la metrópoli, sólo
    lograron transplantar a América
    la crisis del
    antiguo régimen. En todo momento España
    aplicó a sus colonias la misma política
    económica que regía para la península, y
    ese criterio no fue alterado con el cambio de la
    dinastía.

    Desde la época de Felipe V la casa de
    Bordón promovió diversas innovaciones tendientes al
    desarrollo de
    la industria y el
    comercio. Uno
    de los lugartenientes del rey, Rafael Melchor de Macanáz,
    en sus Auxilios para bien gobernar una monarquía,
    decía que hasta el mismo monarca debía desarrollar
    actividades de comerciante con el objeto de desvirtuar los
    prejuicios existentes acerca de lo innoble de esa
    profesión. La misma intencionalidad sustentó el
    proyecto que
    culminó en la creación de sociedades
    económicas de inspiración fisiocrática, en
    las cuales figuraban representantes de distintas clases
    sociales. La aristocracia seguía luchando por mantener
    su preeminencia, pero ya las ambiciones, los intereses y las
    realizaciones de la burguesía representaban una fuerza
    demasiado poderosa.

    También en el Río de la Plata las reformas
    de fines de siglo XVIII engendran fenómenos
    económicos que abrieron el camino a la burguesía.
    Los criollos, a fin de cuentas,
    aspiraban a la emancipación como manera de ejercitar el
    poder
    político con el objeto de establecer una mayor
    liberalización en materia
    económica, y con matices que iban desde un prudente
    proteccionismo hasta un liberalismo a
    ultranza. Y esas premisas fueron planteadas por representantes
    conspicuos de la burguesía, como lo eran, entre otros,
    Hipólito Vieytes, que desde el Telégrafo Mercantil
    postulaba una moderada fisiocracia, Manuel Belgrano, con su
    defensa del comercio libre
    y sus esfuerzos tendientes a fomentar la industria
    local y el laboreo agrícola, y Mariano Moreno,
    discípulo de Belgrano, cuya posición en materia
    económica resulta más clara en el violento Plan
    Revolucionario de Operaciones que
    en la tímida Representación de los
    Hacendados.

    Por su parte, los estancieros también buscaban
    liberarse del yugo de una administración que negaba el
    carácter de "fruto del país" a los cueros y
    aspiraban también a una mayor liberalización de
    intercambio. Y ambos grupos, pues,
    representativos del elemento revolucionario, tenían
    inquietudes coincidentes en materia
    económica y sumaron su posición a la minoría
    europea de engolados funcionarios con pretensiones
    aristocráticas y grandes comerciantes vinculados de
    diversas maneras con los banqueros de Hamburgo que resultaban
    beneficiados con el sistema
    monopolista impuesto por la
    metrópoli.

    Ya desde el siglo XVII comenzaron a manifestarse
    antagonismos entre las regiones interiores y costeras, como
    también entre criollos y maturrangos. Después de la
    revolución
    de Mayo esas tensiones recrudecieron, para prolongarse como tema
    central de la historia
    argentina hasta bien antrada la segunda mitad del siglo XIX.
    La costa obtuvo mercado
    predominio sobre el interior, y a la postre la ciudad costera por
    excelencia, Buenos Aires, monopolizó todo el
    tráfico. Los cueros, las carnes y sus derivados
    (después de 1830 también ocurrió con la
    lana) fueron algo más que meros artículos de
    comercio, pues
    su producción y comercialización influyó por mucho
    tiempo en la
    distribución demográfica,
    afectó seriamente el desenvolvimiento político y
    ejerció una marcada influencia hasta sobre las costumbres
    y los modos de vida.

    La puja posrevolucionaria entre el gobierno central
    y las provincias es una expresión del choque de interesen
    entre la ciudad-puerto y el resto del país. Resultado de
    esa puja fue el autonomismo provinciano y la disgregación
    del antiguo Virreinato por la pérdida del alto
    Perú, el Paraguay y la
    Banda Oriental. Además, esa rivalidad repercutió
    sobre las defensas de las fronteras, y fue notorio el avance de
    los malones que crearon serios problemas para
    las comunicaciones
    entre Santa Fe y Santiago del Estero, si bien esa misma
    dificultad produjo la apertura de la ruta por el
    Carcaraña, con beneficio para Santa Fe y Córdoba.
    El quid de la secesión rioplatense, en resumen, debe
    buscarse en la política
    económico-financiera seguida por Buenos Aires, con la
    secuela de resentimientos, desconfianzas y luchas intestinas que
    demoraron por muchos años la
    organización nacional.

    LOS INTENTOS
    PORTEÑOS DE UNIFICACION
    ECONOMICA-FINANCIERA

    Después del tratado de Pilar quedó la
    provincia dueña de su puerto y en inmejorables condiciones
    para fiscalizar, la dirección política del
    país. Los conflictos
    ocurridos en Buenos Aires a lo largo de 1820, que culminaron con
    la gobernación de Martín Rodríguez,
    representan los esfuerzos por retener el poder
    realizados por la oligarquía dominante y ponen de
    manifiesto el ascenso del sector ganadero dominador de la
    campaña que, desde 1815, con la instalación de los
    saladeros, comenzó a querer gravitar en la política.

    Privado el gobierno de
    Buenos Aires de la representatividad nacional que hasta entonces
    había detentado, aprovechó la situación para
    estabilizar las condiciones financieras de la provincia, mientras
    se preparaba a planear la
    organización del país. El resto de las
    provincias inició el proceso de
    organización autónoma entre 1820 y
    1821. Los obstáculos puestos por Buenos Aires a la
    convocación del Congreso, el retiro de los diputados
    porteños enviados a Córdoba para su
    realización y la firma del Tratado del Cuadrilátero
    (1822) son expresiones de la política proyectada
    por Buenos Aires. Era prematura aún la pretensión
    de determinar nuevas normas de las
    relaciones económicas y sociales en una estructura
    política adecuada, en tanto habían aparecido capas
    más bajas que empezaban a exigir que se tuviera en cuenta
    sus derechos.
    Entretanto, ciertos grupos
    discutían la manera de poder
    organizar en primer lugar las entidades provinciales y luego el
    cuerpo nacional. Las doctrinas de "unitarios" y "federales" no
    eran coincidentes en todas las provincias, y esta diferencia
    resaltaba sensiblemente en cuanto se refería a la
    ciudad-puerto. Sobre el particular, ha señalado Burgin que
    "ni el unitarismo ni el federalismo
    contenían un cuerpo de doctrina económica
    claramente definido y sólido".

    Los dirigentes del gobierno de
    Buenos Aires confiaban en reorganizar la provincia en el orden
    económico-financiero, y esperaban que tal organización sirviera de ejemplo y, al
    mismo tiempo, de
    anzuelo para que las demás provincias le entregaran la
    dirección del manejo de una política
    nacional. La libertad en
    materia
    económica implantada por el gobierno de
    Martín Rodríguez señala la
    eliminación radical de cualquier proteccionismo
    sincero.

    El programa del
    partido unitario encontró graves resistencias
    en diversos sectores; la actitud
    "paternalista" del gobierno no fue
    bien recibido por los artesanos ni por los chacareros. Objetivo
    inmediato del gobierno de Rodríguez era estimular el
    rápido crecimiento de la población, con el fin de acelerar las
    ganancias de una política de intercambio. Para ello era
    imprescindible fomentar la inmigración y la colonización,
    estimulando al mismo tiempo las
    inversiones
    extranjeras y el acrecentamiento del comercio
    exterior. Las primeras dificultades del gobierno se vieron
    cuando fue necesario imponer impuestos a la
    exportación y a la importación como
    medio para obtener ingresos mejores;
    por razones de estrategias
    políticas con el resto de las provincias,
    fue preciso teñir de proteccionismo las listas de aranceles, y
    así , la imposibilidad de llevar a cabo el programa en toda
    su plenitud hizo fracasar la implantación del comercio libre
    junto con los reiterados intentos de poner en marcha el programa de
    colonización. Los recelos de las provincias respecto de
    las pretensiones hegemónicas se manifestaron de diversas
    maneras y muy especialmente a raíz de los cateos
    realizados en la Rioja; también los capitalistas
    porteños vieron esos ensayos con
    malos ojos, pues temían que el capital
    británico se transformara en serio competidor.
    Además, desde el punto de vista financiero, era muy
    riesgoso para el gobierno bonaerense empeñarse en la
    difícil y costosa tarea del traslado de los colonos; y si
    financieramente era riesgoso, políticamente era
    dificilísimo lograrlo, pues la oposición de los
    hacendados a estos proyectos fue
    sistemática y se puso de manifiesto especialmente en la
    presidencia de Rivadavia.

    Una economía por, de
    acuerdo con el programa
    planteado, estuviera dirigida a expandir el comercio,
    sólo tenía dos posibilidades financieras: el
    aumento impositivo o la expansión del crédito. Burgin ha observado que la
    creación del Banco Nacional
    tenía que servir no solo como instrumento de estabilidad
    económica, sino también como medio de
    fiscalización política para el resto de las
    provincias. Y aclara este autor que de ninguna manera puede
    atribuirse a "descuido" el hecho que a definir las funciones del
    Banco no se
    hubiesen reconocido las necesidades y los intereses
    agrícola-ganederos: según el programa unitario
    de dasarrollo económico, el papel
    principal sería desempeñado por el comercio y no
    por la agricultura.
    Así, el sistema de
    enfiteusis no tubo otra meta que instituir un régimen de
    impuestos
    único para las finanzas
    públicas, sobre la base de los arrendamientos y el
    incremento del valor de
    la tierra.
    Resulta muy elocuente que se haya instalado sucursales del
    Banco Nacional
    en las provincias y que los alcances de la ley de enfiteusis
    se extendieran a todo el país. Tal vez se haya pensado que
    esa era la forma de lograr la unificación económica
    y financiera del país bajo el régimen unitario
    cristalizado en la constitución de 1826.

    LAS SUPUESTAS MEDIDAS
    PROGRESISTAS

    Dispuesto el grupo unitario
    a cumplir sus plane, adoptó medidas administrativas
    diversas que suelen señalarse como obra de visionarios del
    progreso. Es oportuno, por tanto, insistir un poco en los
    alcances efectivos de éstas, particularmente el
    régimen enfitéutico y el Banco de
    Descuentos.

    El régimen impositivo, fundado en la
    contribución directa y proporcional al monto de los
    ingresos, no
    alcanzaba a satisfacer las necesidades fiscales y, por otra
    parte, creaba grave malestar pues afectaba incluso a los
    asalariados. La tierra era
    una enorme riqueza potencial, hasta entonces inutilizada, y se
    pensó en ordenar el régimen fiscal sobre
    la base del usufructo de la tierra. La
    ley de
    enfiteusis y crédito
    público fue promulgada en 1821 para la provincia de Buenos
    Aires, y más tarde, cuando Rivadavia accedió a su
    precaria presidencia, la extendió lisa y llanamente a toda
    la Nación. Conforme a esa ley, el dominio
    útil de la tierra
    pública sería cedido por un canon anual que
    serviría para amortizar la deuda pública. Pero,
    como ha señalado Alberdi en sistema
    económico y rentístico de la Confederación
    Argentina,
    "cambiar una contribución por otra es como renovar los
    cimientos de un edificio sin deshacerlo, operación en que
    hay siempre un peligro de ruina"…

    Rivadavia entendía que la tierra
    debía ser dada en enfiteusis al inmigrante agricultor.
    Pero ocurría que tales inmigrantes no necesitaban acumular
    grande extensiones, ni estaban en condiciones de hacerlo. Por que
    la ley
    permitía el acaparamiento desmedido de tierras, en tanto
    fijaba un mínimo, pero no un máximo (éste se
    fijó en 1827, cuando el régimen unitario estaba en
    vísperas de sucumir). Un año antes, en 1826, se
    establecieron disposiciones que favorecían a la agricultura,
    pero no se aplicaron jamás. En concreto, y
    bajo la administración unitaria, el régimen
    de enfiteusis había permitido la formación de
    enormes latifundios: entre1824 y 1827 se concedieron 1004 leguas
    (más de 25000 kilómetros cuadrados) a 171
    enfiteutas, lo que representa la friolera de unas 15000
    hectáreas por beneficiario, término medio. Por otra
    parte, muchos interesados urbanos solicitaron y obtuvieron la
    cesión de tierras que muy a menudo estaban ocupadas por
    antiguos pobladores, y éstos se hallaron de pronto
    obligados a pagar arriendos elevados a losenfteutas
    novísimos que, a su vez, cobraban religiosamente el
    importe, pero no pagaban jamás el canon… Por otra parte,
    la inmovilización de la tierra
    pública quitó a los estancieros de la
    campaña la libertad de
    entrar inpunemente en tierras de indios que hasta entonces
    incorporaban sin más a sus predios, extendiendo así
    insensiblemente la frontera.

    En íntima relación con el régimen
    de enfiteusis estaban los planes de Rivadavia encaminados al
    fomento de la inmigración y colonización agraria,
    para lo cual contaba con el aval económico de River Plate
    Agricultural Association y de la Sociedad
    Entrerriana. Los pueblos fronterizos de la provincia de Buenos
    Aires y Entre Ríos serían puntos obligados de
    arribo de inmigrantes. El plan se
    cumplió en escala
    ínfima: la inmigración fue escasa y la
    colonización casi nula. Entre los inmigrantes que llegaron
    por entonces estaban los agricultores escoceses de Monte Grande
    (1823) y unas cincuenta familias alemanas que se stablecieron en
    la chacarita de los colegiales (1826). Las buenas intensiones de
    la sociedad
    Entrerriana fracasoron rotundamente, a pesar del acuerdo que
    probablemente exstía entre el gobierno de Entre
    Ríos y esa entidad para la venta de tierras
    públicas a precios muy
    bajos que, de cualquier manera, resultaban inalcanzables para los
    nativos que las ocupaban de antaño. Algunos escoceses que
    llegaron a la campaña entrerriana debieron alejarse por la
    airada reacción de los viejos pobladores.

    Por último, cabe destacar que, si en los planes
    unitarios se hallaba de fomentar la agricultura y
    la industria, no
    se halla nada que permita aseverar el menor apoyo a la actividad
    industrial de ningén tipo, como eliminación de
    impuestos u
    otras medidas que, a pear de rusultar inútiles, se
    arbitraron respecto del fomento agrícola.

    En cuanto al banco de
    descuentos, que en 1826 fue reemplazado por el Nacional, se
    manejó desde el comienzo con el exiguo capital real y
    no recibió depósitos; los billetes emitidos eran,
    en gran medida, inconvertibles. Muy pronto fue preciso recurrir
    al exterior para reforzar la tenencia de metálico, y uno
    de los arbitrios consistió en contratar el usuarios
    préstamo de la Baring. Sobre el particular, ha dicho
    Horacio William Bliss en Del Virreinato a Rosas, que
    "además de cargar al país con una pesada deuda, el
    empréstito resultó perjudicial poque quitó
    libertad de
    acción para una política
    económica independiente posterior".

    La búsqueda de matálico era
    preocupación especialísima del gobierno unitario de
    Buenos Aires que, inspiración de Rivadavia, procuró
    auspiciar por una parte las inversiones
    extranjeras y, por otra, paralelamente, explotar los yacimientos
    mineros. Pero ocurría que esta última idea no era
    nada navedosa, pues ya fuertes capitales rioplatenses, con la
    anuencia del caudillo riojano Facundo Quiraga, habían
    considerado con antelación el aprovechamiento de la
    riqueza minera del Famatina. Los mineros ingleses debieron
    enfrentarse a graves problemas que
    han sido relatados en forma dramática por el
    capitán Francis Bond Head, y el proyecto
    fracasó. Los esfuerzas de Rivadavia no cejaron, y en 1826
    lo logró que se sancionara una ley que
    nacionalizaba las minas de todo el territorio, y otro por la que
    se concedía al Banco Nacional el monopolio en
    la acuñación de moneda. Sin embargo, los
    impedimientos que pusieron los gobiernos provinciales
    imposibilitaron la acción de la River Plate; los mineros
    ingleses abandonaron el país, y por todas partes
    proliferaron las quejas y acusaciones contra
    Rivadavia.

    LA POSICION
    FEDERAL

    El régimen constitucional de 1826 se asentaba
    sobre los planes aconómicos forjados por los unitarios,
    que contemplaban la creación del Banco Nacional, la
    nacionalización de las aduanas
    interiores, de las minas y de las tierras públicas; todo
    ello debía ser el instrumento para que cristalizaran las
    reformas proyectadas por Rivadavia. Pero toda esa
    planifacación debió enfrentar la oposición
    sistemática de las provincias y de la campaña
    bonaerense; ello, sumado a los conflictos
    exteriores y a la falta de habilidad política externa e
    interna, apuró la estrepitosa y definitíva caida de
    Rivadavia.

    La oposición de los federales a ese programa se
    puso de manifiesto cuando los proyectos dejaron
    de ser meramenteporteños para adquirir proporciones
    nacionales. La oposición federal tenía, sin duda,
    motivos, pero no presentaba una contraplanificación
    coherente en los órdenes provincial ni nacional. En cuanto
    a la campaña bonaerense, enfocaba la solución de
    problemas que
    le afectaban directamente, pero no daban soluciones a
    nivel nacional.

    La elección de Dorrego como gobernador de la
    provincia de Buenos Aires y disolución del Congreso
    Nacional, retablecieron en buena medida la vigencia del
    régimen político instaurado en 1820. El interior
    volvió a aislarse, con el fin de mantenerse con sus
    producciones locales, incapacitado para llevar a cabo una
    política nacional de aprovechamiento del libre cambio, en
    tanto solo podía aspirar a la pretección de sus
    artesanías y manufacturas ya que la política
    "liberal" sólo beneficiaba a Buenos Aires. El litoral, por
    su parte, no supo aprovechar sus ríos para comerciar con
    el exterior, y no pudo competir satisfactoriamente con el
    grupo ganadero
    bonaerense que ahora detentaba el poder y
    monopolizaba el puerto.

    La egemonía del sector ganadero en Buenos Aires
    quedó definitivamente establecida cuando en 1829 la
    Legislatura eligió gobernador y capitán general de
    la provincia a Juan Manuel de Rosas, con
    facultades extraordinarias. Y la puja entre el Litoral y el
    interior quedó también establecida, con
    inmejorables perspectivas para los litoraleños, cuando los
    avances del general José María paz apresuraron la
    celebración del pacto federal, cuyo beneficiario
    principal, desde el punto, de vista económico, fue la
    provincia de Buenos aires. Rosas
    logró allí todo lo que se había propuesto; y
    lo que se incluyó en contra de la opinión del
    gobernador de Buenos Aires -los artículos 15 y 16,
    referidos a la Comisión Representativa- terminó
    siendo la letra muerta. La famosa comisión, impueta por
    inspiración coinsidente de Estanislao lopez y Pedro
    Ferré, nunca logró concretar nada; y cuando quiso
    hacerlo, Rosas
    retiró los diputados, y a la Comisión, al no quedar
    constituida, no pudo funcionar.

    Conclusión:

    Rosas supo combinar, desde el primer momento, una
    hábil política
    económica sde la conveniencia de que no se organizara
    la Nación. Desde que asumió por primera vez el
    gobierno inició la práctica de dar a las provincias
    generosos subsidios para sacarlas de sus apuros, con lo cual
    calmaba las desconfianzas de los gobernadores y los
    sometía a su poder; y por lo mismo, no le interesaba la
    reunión de un Congreso Nacional, pues así
    seguía siendo la provincia de Buenos Aires, y no la
    Nación, la que subvencionara a los gobiernos provinciales,
    siempre y cuando éstos, claro está, siguieran los
    lineamientos que Buenos Aires fijara. Así, logró lo
    que se habían propuesto infructuosamente los grupos
    porteñistas -directoriales y unitarios- desde los
    comienzos mismos de la Revolución: halló la forma de
    dominar el país desde Bueno aires, amparado en un federalismo
    estrícto, según el cual Buenos Aires no era ni
    quería ser sino una provincia más, igual a sus
    hermanas, que disponía de su patrimonia en plena
    autonomía; y es claro que ese patrimonio
    incluía al puerto.

    Bibliografía

    Revista Cronica Argentina, Perez
    Anuthastegui, Buenos Aires, Codez, 1968

     

     

    Autor:

    Mariano Canal

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