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La Filosofía




Enviado por latiniando



    Los Padres, los amigos, los maestros, la gente de la
    calle, nos van mostrando el mundo desde que nacemos. La madre
    pone el pecho en la boca del recién nacido, y éste
    chupa, se alimenta, y recibe al mismo tiempo una
    caricia. Lo viste, lo arropa, y el niño vive esas prendas
    como abrigo. Agitan ante él el juguete. Le impiden acercar
    la mano a una llama, o se quema con ella, y entran en el
    horizonte de su vida la prohibición, el dolor, el peligro.
    Intenta el niño levantar una mesa, y descubre el peso
    –y la impotencia-. Se da un golpe contra la pared y cuenta
    con la resistencia de
    las cosas. Lo amenazan jovialmente y aprende a distinguir entre
    lo serio y la broma. Le cuentan cosas, y descubre que antes que
    él había otros, y sucesos que no eran suyos. Le
    prometen algo, y se pone a esperar en el futuro. Lo elogian o le
    regañan, y el niño empieza a darse cuenta de que
    hay lo bueno y lo malo, la aprobación y la
    desaprobación. Le reprochan haber hecho algo que no ha
    hecho, y tropieza con la injusticia. Lo engañan, y ve que
    junto a la verdad, en la cual vivía sin saberlo, hay la
    falsedad o la mentira. Empieza a explorar la casa, el
    jardín, las calles del pueblo o de la ciudad, el campo, y
    ve que hay "más allá", que el mundo es abierto,
    dilatado, desconocido, atractivo, peligroso, hermoso o feo.
    Distingue muy pronto dos formas de los "otros": hombres, mujeres;
    y muy poco después una tercera forma: los "semejantes",
    los niños, a diferencia de los "mayores".

    Le hablan y oye hablar. Distingue voces, y los tonos, y
    sabe cuándo se dirigen a él o no. Le gustan
    más o menos: se siente atendido, acariciado, mimado,
    reprendido, olvidado. Va entendiendo "de qué se trata";
    luego, lo que se dice. Conoce algunas palabras, y otras que no;
    adivina su significado unas veces, otras quedan oscuras. Empiezan
    a "enseñarle" cosas: a andar, a comer, a vestirse, a
    pronunciar, a mover las manos, a jugar, a hacer las cosas "bien",
    a saludar, a contar, luego a leer, a escribir, a rezar, a
    callarse, a esperar, a obedecer, a resignarse. Y luego, noticias,
    informaciones, ritos, ciencias.

    Casi toda la vida va regida por esas formas que nos han
    sido "inyectadas" por los demás, conocidos o desconocidos,
    sobre todo al verlos vivir ante nosotros. Estamos en la creencia
    de que las cosas son "así", de que hay que hacer tales o
    cuales cosas, de que podemos contar con ellas de cierta manera.
    Nuestros deseos, nuestros proyectos, nos
    llevan a hacer algo de acuerdo con esas líneas de conducta.
    Solamente cuando tropezamos con algo imprevisto, cuando las cosas
    no se comportan como esperábamos, cuando alguien se
    enfrenta con nosotros, no podemos seguir viviendo
    espontáneamente. Nos paramos. ¿A qué? A
    pensar.

    Lo primero que hacemos es ver si alguien sabe qué
    hay que hacer. Si no lo encontramos, recordamos lo que
    sabemos, lo que hemos aprendido, los conocimientos
    adquiridos, para ver si nos sirven, si nos permiten salir del
    apuro. Un tercer paso es tratar de conseguir más
    conocimientos, preguntar a otros maestros, otros libros, otras
    ciencias.

    Pero puede ocurrir que, entre tantos saberes, nos
    encontremos perdidos, en la duda. No sabemos qué hacer, no
    sabemos qué pensar. Ha aparecido ante nosotros algo
    nuevo, con lo cual no contábamos. O lo que
    creíamos o pensábamos choca con lo que vemos;
    ¿cómo decidir? O, finalmente, sabemos muchas cosas,
    estamos rodeados de objetos, recursos,
    aparatos, pero nos preguntamos ¿qué es todo esto?
    ¿Qué sentido tiene? ¿Qué es esto que
    llamamos vivir, y para qué, y hasta cuándo?
    ¿Y después, que podemos esperar?

    El nacimiento de la
    filosofía

    Cuando el hombre
    primitivo estaba agobiado por las dificultades, cuando le era
    difícil seguir viviendo, comer, beber, abrigarse,
    calentarse, defenderse de las intemperies, de las fieras, del
    miedo a lo desconocido, no tenía respiro para hacerse
    preguntas. No solo cada día, cada hora tenía su
    afán. Y no sabía casi nada. Pero cuando, al cabo de
    los siglos, el hombre
    consiguió alguna riqueza, cierta seguridad,
    instrumentos que le permitieron desarrollar una técnica,
    noticias y conocimientos, cuando su memoria no fue
    sólo suya y la de sus padres, sino la de la tribu o la
    ciudad o el país –una memoria
    histórica-, cuando hubo autoridades y mando y alguna forma
    de derecho y estabilidad, consiguió el hombre
    holgura, tiempo libre, se
    pudo divertir, cantar, tocar algún instrumento, bailar,
    componer versos, dibujar o esculpir, levantar edificios que no
    eran sólo cobijo, sino que debían ser hermosos,
    inventar historias, y a veces representarlas. Y entonces, en esa
    vida más compleja, mas atareada y a la vez con más
    calma, sintió sorpresa, la admiración, el asombro,
    la extrañeza: ante lo bello, lo magnífico, lo
    misterioso, lo horrible. Y empezó a lanzar sobre el mundo
    una mirada abarcadora, que en lugar de fijarse en tal cosa
    particular contemplaba el conjunto: y al entrar en sí
    mismo, al ensimismarse como decimos con una maravillosa
    palabra en español, empezó a atender al conjunto de
    su vida y a preguntarse por ella. Así nació, seis o
    siete siglos antes de Cristo, en Grecia, una
    nueva ocupación humana, una manera de preguntar, que vino
    a llamarse filosofía.

    Hay un paralelismo entre lo que ocurrió a la
    humanidad entonces y lo que ocurre al hombre y a
    la mujer cuando
    llega a cierta altura de su vida. Todavía es mayor el
    paralelismo si se piensa que no todos los pueblos han cultivado
    la filosofía, y que sólo algunos hombres se hacen
    esas preguntas. Los demás siguen viviendo sin claridad, o
    se contentan con la certidumbre que da la acción, o
    aquella otra en que se está por una creencia, o con otra
    distinta que dan los conocimientos, las ciencias
    particulares, que nos enseñan tantas cosas. Hoy, tantas
    que nadie las sabe, que, por tanto, funcionan para cada hombre como
    otra forma de creencia: creemos que se saben todas esas cosas,
    que las sabe la ciencia.
    Pero ¿quién es la
    ciencia?

    Para que alguien se haga las preguntas de la
    filosofía hace falta que se den varias condiciones. 1) Que
    se sienta perdido, que no sepa qué hacer o qué
    pensar, que no sepa a qué atenerse. 2) Que los conocimiento
    particulares no lo saquen de su duda, no le den una certeza
    suficiente, porque lo que necesita saber es qué es todo
    esto, quién soy yo, qué será de mí 3)
    Que tenga la esperanza de poder
    encontrar respuesta a esas preguntas, de poder salir
    él mismo de la duda. Lo cual quiere decir: 4) Que suponga
    que esas preguntas pueden tener respuesta, que tienen sentido. Y
    finalmente: 5) Que el hombre
    perdido y lleno de dudas tiene algún medio de interrogar a
    la realidad y obligarla a manifestarse y responder, a ponerse en
    claro, a manifestar la verdad. Ese medio es lo que se suele
    llamar pensamiento o razón.

    La vida
    humana

    " Ya se han escrito todas las buenas máximas,
    solo falta ponerlas en práctica.", lo decía
    Pascal.

    Siempre mi vida ha girado en un constante aprendizaje de
    aplicación de la filosofía en la vida. Pero resulta
    que eso es tan extraño, complejo y misterioso que llamamos
    filosofía se parece mucho a lo que todos los hombres hacen
    todos los días desde el principio del mundo. Por lo
    cuál, tal vez no sea tan extraño, y desde luego es
    algo muy propio del hombre.

    Yo me encuentro en el mundo, rodeado de cosas,
    haciendo algo con ellas, "viviendo". Cuándo caigo en la
    cuenta de eso, llevo ya mucho tiempo viviendo,
    es decir, que mi vida ha empezado ya, no he asistido a su
    comienzo. Entre las cosas que encuentro está mi propio
    cuerpo, que se presenta como una cosa más, que me gusta
    más o menos, que funciona bien o mal, que no he elegido.
    Es cierto que me acompaña siempre, que lo llevo siempre
    "puesto", que lo que le pasa me interesa y me afecta, que por
    medio de él veo, toco, me relaciono con todas las cosas;
    que por él esta aquí estoy yo aquí, y que
    gracias a él cambio de
    lugar.

    Y también encuentro eso que llaman las
    "Facultades psíquicas": la inteligencia,
    la memoria, la
    voluntad, el carácter. A lo mejor mi inteligencia
    es buena para algo, pero mala para otras cosas; o recuerdo bien
    los versos y mal los números de teléfono; o
    tengo voluntad débil, o mal genio. Nada de eso he elegido,
    nada de eso soy yo, sino que es mío, como el país o
    la época en que he nacido, la familia a
    la que pertenezco, mi condición social,
    etc.

    Con todo eso que encuentro a mi
    disposición, bueno o malo, tengo que hacer mi vida, tengo
    que elegir en cada momento lo que voy a hacer, quién voy a
    ser. Lo más grave es que la parte más
    interesante del mundo no está presente, no dispongo
    de ella, porque lo que elijo es quién voy a ser
    mañana, y el mañana no existe; existirá…
    mañana; es el futuro. Y el futuro es inseguro, incierto,
    está oculto.

    ¿Qué hacer?, ¿Que
    elegir?, ¿Que camino tomar?, no tengo más
    remedio que tratar de ver juntas todas mis posibilidades, para
    poder elegir
    entre ellas. Y, ¿Cómo elegiré? depende
    de quién quiero ser, de mi proyecto. Es
    decir, que tengo que imaginarme primero como tal persona, como tal
    hombre o
    mujer, y ese
    proyecto
    imaginario es el que, ante las posibilidades que tengo ante
    mí, decide. Dicho con otras palabras, para vivir tengo que
    ponerme ante todo a pensar, a imaginarme a mi mismo y ver en su
    conjunto el mundo. Por eso, el gran filósofo
    español José Ortega y Gasset hablaba de la
    razón vital, sin la cuál no puedo vivir porque solo
    puedo vivir pensando, razonando.

    Vemos ahora que la filosofía no es más
    que hacer a fondo, con rigor, con un método
    adecuado eso que todos hacemos a diario para poder vivir
    humanamente. Los individuos y los pueblos y las épocas que
    filosofan viven con mayor claridad, no se dejan arrastrar,
    saben lo que hacen, tienen una iluminación superior a
    los demás. Y tienen también la audacia de creer que
    ellos mismos pueden intentar buscar la verdad, orientarse por si
    mismos cumpliendo las reglas de método,
    del camino que puede conducir a ese descubrimiento. La
    consecuencia es que el que filosofa pretende ser más el
    mismo, más de verdad, ser lo que se llama más
    auténtico.

    La historia de la
    filosofía

    Es larga y compleja la historia de la
    filosofía. Iniciada en Grecia a fines
    del siglo 7 o a comienzos del 6ª. De C. (Tales de Mileto,
    Anaximandro, Anaxímenes, Parménides,
    Heráclito, Empédocles, Anaxágoras,
    Demócrito, Sócrates),
    llevada a su perfección por Platón y
    Aristóteles, desarrollada luego, en
    Grecia y en
    Roma
    (Séneca, Marco Aurelio, Plotino), cristianizada luego,
    sobre todo en San
    Agustín, y en la Edad Media
    (San Anselmo, San Buenaventura, Santo Tomás de
    Aquino, Escoto, Ockam), sin olvidar a los judíos
    (Maimónides) o musulmanes (Avicena, Averroes,
    Ebenjaldún), continuada en el Renacimiento
    por Nicolás de Cusa, Luis Vives, Erasmo, Giordano Bruno,
    llevada a nuevo esplendor por Descartes,
    Spinoza, Leibniz, Bacon, Locke, Hume; Zubiri, Wittgenstein y
    tantos otros, esa historia ha sido vista a
    veces como una historia de errores de la
    mente humana; pero no es así.

    Hay una continuidad y coherencia en la historia de la
    filosofía, que hace que los verdaderos filósofos se entiendan, aunque cada uno
    tenga que formular el problema a su manera propia, desde su punto
    de vista personal, que no
    excluye forzosamente los otros, porque las perspectivas reales
    son muchas y complementarias. Un gran filósofo dijo: "Todo
    lo que un hombre ha
    visto es verdad". Quería decir que la falsedad viene
    sólo de lo que cada uno añade a lo que
    verdaderamente ha visto; y ahí es donde puede producirse
    la contradicción y la discordia. La historia entera de la
    filosofía es el camino de la mente humana para conocer la
    realidad, para aproximarse a ella y descubrirla, rectificar los
    errores e integrar la visión personal con las
    de los demás.

    La visión
    responsable

    Ante una cosa, el filósofo no se pregunta,
    como el científico, por sus propiedades particulares
    –mineral, vegetal, animal, cuerpo celeste, echo
    psíquico o histórico, forma social o política, ley, enfermedad,
    obra literaria o artística, etcétera-; se pregunta
    por lo que tiene de realidad, es decir, por el tipo de realidad
    que le corresponde. No es lo mismo una piedra o un pino o un
    caballo, o bien el número 7, o el triángulo
    isósceles, o la raíz cuadrada de 2; o una sirena o
    un centauro; o un soneto; o Don Quijote; o
    Cervantes; o Dios.

    El filósofo se pregunta cuál es el
    puesto que en la realidad tiene cada uno de esos objetos,
    dónde hay que ponerlo, cuáles son sus atributos y
    su manera de comportarse y cómo se lo puede conocer. Y
    tiene que preguntarse igualmente por la realidad en su conjunto,
    por su estructura,
    las jerarquías o grados de realidad que hay dentro de
    ella, las relaciones o conexiones entre todas las cosas que son
    en un sentido o en otro, reales.

    Se puede pensar que la filosofía es muy
    difícil, que no se puede comprender, que sólo muy
    pocas personas la entienden. No es así; hemos visto que en
    el fondo es lo que todos los hombres hacemos todo el tiempo; si es
    así, ¿cómo no vamos a comprender eso que sin
    darnos cuenta hacemos?

    Cuando se es muy joven, no se comprende la
    filosofía, pero no porque sus razonamientos sean muy
    complicados –los de las matemáticas suelen ser más
    difíciles- sino porque el niño no ve el problema,
    no ve en que consiste la pregunta. Cuando se llega a la primera
    juventud se
    puede entender, y el joven que "ve" la filosofía suele
    entusiasmarse. Los discípulos de Sócrates y
    Platón
    eran muchachos muy jóvenes. Y es mejor acercarse a la
    filosofía con frescura, con inocencia, sin saber nada,
    dispuesto a abrir los ojos y mirar.

    La única dificultad que tiene la
    filosofía es que tiene una estructura, un
    orden, distinto del que tienen otras ciencias, por
    ejemplo la matemática. Ésta tiene una estructura
    lineal: si un libro de
    matemáticas tiene veinte teoremas, necesito
    entender los tres primeros para entender el cuarto, pero no
    necesito saber el quinto; cada uno se apoya en los anteriores,
    pero no en los posteriores, y se estudian y aprenden linealmente.
    En la filosofía, las verdades se apoyan unas en otras,
    mutuamente. Si se lee la primera página de un escrito
    filosófico, no se la comprende íntegramente; al
    leer la segunda la primera empieza a aclararse, y así
    sucesivamente; la comprensión total de la primera
    página no se logra hasta que se ha llegado a la
    última. Ésta estructura
    circular (o espiral) es lo que se llama sistema: un
    conjunto de verdades, cada una de las cuáles esta
    sostenida y probada por todos los demás.

    Por esto es un error, cuando se lee un libro
    filosófico, no pasar del principio hasta haberlo entendido
    perfectamente: no se entenderá nunca. Hay que seguir,
    recibiendo nuevas aclaraciones a medida que se avanza, hasta el
    final. Las iluminaciones se van sucediendo, se van viendo nuevas
    conexiones, se descubren relaciones inesperadas, y por eso
    la lectura de
    un libro
    filosófico es apasionante, como la de una buena novela.

    Esta comparación no es justificada: la
    filosofía es una teoría
    dramática, una aventura humana, del hombre que filosofa
    creadoramente o del lector que revive esa teoría.
    No se entiende nada humano más que contando una historia,
    y la filosofía tiene ese elemento dramático o
    novelesco, que la hace plenamente inteligible. La dificultad de
    la filosofía reside en esa estructura:
    una vez reconocida y aceptada, resulta ser lo verdaderamente
    inteligible; lo que de verdad se comprende; a su lado, todas las
    demás formas de intelección carecen de
    última claridad.

    A la filosofía le corresponde la evidencia.
    Nada es filosóficamente entendido sino se ve que es
    así, que tiene que ser así. Y ésta evidencia
    tiene que renovarse en cada momento, si se trata de una
    comprensión filosófica. Supongamos que un profesor
    demuestra perfectamente en la pizarra que los tres ángulos
    de un triangulo valen dos rectos, o el teorema de
    Pitágoras, o la regla de la división. Si se nos
    pregunta porque es así, porque aquello es válido,
    contestaremos que "está demostrado", que un profesor nos
    lo demostró de manera concluyente cuando
    estudiábamos en el colegio o el instituto. No nos
    acordamos de la demostración, pero recordamos
    perfectamente que el profesor la dio de manera convincente.
    ¿Vale esto en filosofía? No. Esta evidencia debe
    estar renovándose en cada instante, tiene que estar
    presentando sus títulos de justificación; no se
    puede aceptar nada por autoridad
    –ni siquiera por el recuerdo de la evidencia, por la
    evidencia pasada-, sino por la evidencia actual.

    Por eso la filosofía puede definirse como la
    visión responsable: es una visión, algo que en cada
    momento se esta viendo; pero no basta; es una visión que
    se justifica, que muestra sus
    razones, que "responde" de lo que ve y responde a las
    preguntas.

    Las preguntas
    radicales

    La filosofía se hace las preguntas
    radicales, aquellas que necesitamos responder para estar en
    claro, para saber a qué atenernos, para orientarnos sobre
    el sentido del mundo y de nuestra vida, para saber quiénes
    somos y qué tenemos que hacer y qué podemos
    esperar, qué será de nosotros. Entre muchas
    certezas y conocimientos, necesitamos una certidumbre radical,
    tenemos que buscarla, si queremos vivir como hombres
    lúcidamente, y no a ciegas o como
    sonámbulos.

    Se dirá: ¿Es que podemos alcanzar esa
    certidumbre? ¿Es posible ese saber superior y más
    profundo, ese núcleo del pensamiento
    filosófico que se llama metafísica? No sabemos si
    es posible: sabemos que es necesario, que lo necesitamos para
    vivir.

    Las ciencias son
    diferentes. Un problema científico que no tiene
    solución no es un problema. En filosofía, no. En
    primer lugar, porque no se sabe si acaso pueda tener
    solución con otro método,
    planteado de otra manera mejor; en segundo lugar, porque la
    filosofía no necesita tener éxito: tiene que
    enfrentarse con sus problemas, no
    puede contenerse con eliminarlos. Es la condición de la
    vida humana; el hombre no
    necesita tener éxito, le basta con intentar hacer, lo
    mejor posible, lo que debe hacer. La filosofía no puede
    renunciar a sus problemas
    fundamentales, porque entonces renuncia a si misma, deja de ser
    filosofía (es lo que le pasa a gran parte de lo que hoy se
    llama filosofía).

    No hace falta ser un filosofo creador, original,
    para tener acceso a la filosofía.

    El que lee filosóficamente a un
    filósofo, o lo escucha, repiensa su filosofía, se
    la apropia, la hace suya. Repite dentro de sí mismo el
    movimiento
    mental que llevó al filósofo a preguntarse algunas
    cosas, que lo condujo con un método
    riguroso de evidencia en evidencia, a ciertas visiones: soluciones o
    un nuevo planteamiento más adecuado del
    problema.

    El filósofo es un hombre audaz, que se
    atreve a enfrentarse con la realidad, interrogarla, levantar el
    velo que la cubre y tratar de ponerla de manifiesto, hacerla
    patente. Por eso, la tentación del filósofo es
    soberbia. Pero si es verdadero filósofo, tendrá que
    llegar a una profunda humildad: primero, porque tendrá
    conciencia de que
    la realidad es problemática, que ninguna verdad la agota
    que cuando dice "A es B", no quiere decir "A es B y nada
    más", sino que su propia visión se podrá y
    deberá integrar con otras, que no se excluyen
    forzosamente; segundo, porque lo que hace no es dictar a la
    realidad cómo es o debe ser, sino al contrario. Ver
    cómo es, reconocer que es así, aceptarlo. La
    filosofía requiere el valor de
    enfrentarse con la realidad –toda realidad, sin
    amputaciones ni exclusiones, en todo su problematismo-, pero
    significa la aceptación de la realidad, el sometimiento a
    una verdad que el filósofo no produce ni impone, sino
    descubre.

    Los otros conocimientos, las otras ciencias, la
    experiencia de la vida, las crisis
    históricas, todo eso lleva al hombre a algunas preguntas
    esenciales que van más allá, que no tienen
    respuestas prácticas ni dentro de cada una de las ciencias
    positivas. Hay problemas que
    no tienen su lugar en la física, la psicología o la
    historia; pero son problemas para
    el físico, el psicólogo o el historiador, para el
    hombre que cada uno de ellos es (como para el hombre de la
    calle). Esas mismas ciencias plantean un problema que excede de
    ellas mismas: ¿cuál es su puesto en el conjunto del
    saber? Y ¿cuál es la realidad de su objeto? El
    físico estudia la naturaleza, la
    mide, descubre sus leyes; pero no se
    pregunta qué es la naturaleza o por
    qué hay naturaleza. La
    pregunta por la realidad histórica no es tema de la
    historia. Las ciencias particulares dan por supuesto su objeto
    (por eso se llaman ciencias positivas), pero el hombre no puede
    dar nada por supuesto si quiere tener una ultima claridad. Esa es
    la función, la exigencia de la
    filosofía.

    Por otra parte, la filosofía no empieza
    nunca en cero. No solo parte de innumerables noticias,
    experiencias, conocimientos, sino que descansa sobre un subsuelo
    de creencias, se inicia en una situación social,
    histórica, personal que
    condiciona el horizonte de los intereses, las curiosidades, las
    inquietudes; que hace que un filosofo mire en una u otra dirección, que eche de menos, claridad
    sobre unas cosa y no sobre otras. La filosofía tiene
    siempre, para emplear una expresión de Ortega, una
    "prefilosofía" que normalmente olvida y deja a su
    espalda.

    Hay que aclarar este importante cuestión. La
    idea de una filosofía sin supuestos, que no parta de otros
    saberes, que empiecen en cero, como antes dije, es completamente
    ilusoria. Pero si la filosofía olvida todo eso, no tiene
    plena realidad, no se aclara sobre si misma, no es estrictamente
    filosófica. Tiene que contar con todo eso que es su punto
    de partida que la condiciona, pero tiene que dar razón de
    ello, es decir, justificar filosóficamente. Nada de eso
    será filosofía hasta que la filosofía lo
    absorba, lo ilumine, justifique, y así lo eleve hasta el
    nivel de la filosofía misma.

    En este sentido, toda filosofía es
    histórica, esta "a la altura del tiempo", es la
    propia de cada época. Y no puede olvidar que lleva dentro
    toda las demás del pasado, que a llegado a ese nivel, es
    un proceso sin el
    cual se la podría entender. La filosofía no es
    separable de su historia, pero esta remite al presente: nos
    obliga a hacer filosofía, por que todas las demás,
    de pretérito, no nos sirve, no son suficientes, porque
    están pensadas en situaciones distintas de la nuestra,
    porque no se enfrentan, al menos de manera adecuada, con nuestros
    problemas,
    aquellos que nos obligan a filosofar. La filosofía del
    pasado no queda arrumbada o rechazada: queda absorbida,
    incorporada en la actual; el filósofo filosofa con todos
    los demás que lo han precedido, y no puede reducirse a
    ninguno.

    La verdad de la
    vida

    "Una vida no examinada (es decir, sin filosofia) no
    es vividera para el hombre", decía Platón.
    "Todas las ciencias son más necesarias que la
    filosofía-decía Aristóteles-; superior, ninguna." La
    filosofía "no sirve para nada", y por eso no sirve a
    nadie: es la ciencia de
    los hombres libres. "Si la sabiduría es Dios, el verdadero
    filósofo es el amador de Dios", decía San
    Agustín. Y Spinoza la ve como amor Dei
    intellectualis. "amor
    intelectual a Dios". Y Ortega, en su primer libro.
    Definía la filosofía como la "ciencia
    general del amor".

    Esa conexión entre amor y
    filosofía es esencial, porque la filosofía busca la
    conexión general de todas las cosas-eso es precisamene la
    razón-, y eso es obra del amor. Por eso
    la filosofía consistió, desde el principio, en la
    máxima dilatación del espíritu, hasta llegar
    a preguntarse por el todo. ¿Qué es todo esto? Por
    este camino se llegó a descubrir la naturaleza,
    más allá de cada cosa,y como principio de
    explicación de ellas (la naturaleza de las
    cosas). La idea cristiana de creación llevó a ver
    el mundo como criatura, con una realidad fundada en la de Dios
    creador. La evidencia del carácter único e
    irreductible de eso que llamamos "yo" llevó al pensamiento
    moderno (Descartes y
    sus continuadores) al idealismo, a
    la afirmación del yo pensante como la realidad primaria,
    de quién serían "ideas" todas las cosas. Pero
    nuestro tiempo ha visto que, si bien es verdad que nada puedo
    saber sin mí, sin ser yo testigo de los demás. Yo
    no me encuentro nunca solo, sino rodeado de cosas, en un mundo,
    haciendo algo con él, algo que se llama vivir. Y al vivir
    encuentro, de una manera o de otra, todo lo que hay, presente y
    manifiesto o latente y oculto, accesible o inaccesible, desde mi
    propio cuerpo y las cosas que me rodean hasta Dios, del cual
    encuentro en mi vida al menos la noticia o
    revelación.

    La filosofía es el descubrimiento de un
    horizonte de preguntas ineludibles. Volverse de espaldas a ellas
    es renunciar a ver, aceptar una ceguera parcial, contentarse con
    lo penúltimo. Significa, pues, la filosofía un
    incalculable enriquecimiento del mundo. Es además una
    disciplina
    moral: la
    exigencia de no engañarse, de no aceptar como evidente lo
    que no lo es. (Sin que esto quiera decir que hay que rechazar lo
    que no es evidente, porque muy pocas cosas lo son.) Es sobre
    todo, una llamada a la lucidez, a ese "señorío de
    la luz sobre las
    cosas y sobre nosotros mismos", de que hablaba Ortega. Y con
    ello, una llamada a la autenticidad, a la verdad de la vida, a
    ser cada uno quien verdaderamente pretende ser.

    El último fruto de la filosofía es la
    aceptación del destino libremente elegido, eso que se
    llama vocación.

    Bibliografía consultada:

    1. Los estudios de un joven de hoy, de la Editorial
      Fundación UniversidadEmpresa, Madrid
      1982.
    2. Diccionario de la Lengua
      Española.
    3. El libro de la
      virtudes, Javier Vergara Editor, Buenos Aires,
      1995.
    4. Platón, Diálogos, Porrúa,
      México, 1976.
    5. Ser hombre, de Elías M.
      Zacarías.
    6. Fundamentos de Filosofía, Madrid
      1986
    7. Las Virtudes Fundamentales, Josef Pieper, Ed.
      Rialp, Madrid, 1988.
    8. Filosofía Cristiana, José M. De
      Torre, Ediciones Palabra, S.A.,Madrid, 1982.

    Trabajo enviado por:

    José Luís Dell'Ordine

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