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El Post-Peronismo




Enviado por glago



     Un análisis de la ingobernabilidad y la
    inestabilidad política argentina desde
    la caída de Perón
    hasta el Proceso de
    Reorganización Nacional

     

    • INTRODUCCIÓN
    • LAS RAÍCES DEL MOVIMIENTO
      NACIONAL POPULAR PERONISTA
    • El ascenso de Perón
    • LOS GOBIERNOS PERONISTAS
    • El primer gobierno de
      Perón
      (1946-1951)
    • El segundo gobierno de
      Perón
      (1952-1955)
    • EL POSTPERONISMO
    • Aramburu y la desperonización de la sociedad
    • El gobierno
      desarrollista de Frondizi
    • Illia, el insólito respeto
      republicano
    • La Revolución Argentina
    • La guerrilla
    • Levingston y Lanusse, ¿el paso al costado del
      antiperonismo?
    • Cámpora y el regreso de Perón
    • La izquierda y la derecha peronistas luchan por el
      control del
      espacio político
    • El pandemónium
    • El Proceso de
      Reorganización Nacional
    • CONCLUSIONES
    • BIBLIOGRAFÍA

    Introducción

    espués de la caída de Perón, la
    Argentina,
    otrora granero del mundo, tierra de
    porvenir y de infinitas posibilidades, empezó una larga
    e infructuosa lucha para salir del estancamiento
    económico originado a fines de los ‘40. Pese a
    todo, no logró recuperar ni la prosperidad ni el
    crecimiento sostenido; la inflación crónica y los
    repetidos ciclos de recesión y recuperación
    detuvieron su proceso
    hacia la industrialización. Al mismo tiempo, las
    divisiones sociales y políticas se hicieron cada vez más
    tensas y violentas, y los sucesivos gobiernos fueron incapaces
    de impedir la progresiva decadencia institucional. Las alianzas
    político militares se hicieron constantes; las Fuerzas
    Armadas fueron asimilando esta necesidad de ciertos grupos civiles
    de contar con el apoyo militar, y los gobiernos de facto se
    fueron institucionalizando, hasta derivar en el sangriento
    Proceso de
    Reorganización Nacional.

    Es mi propósito determinar en este informe las
    causas que llevaron a este estancamiento, decadencia
    institucional y violencia
    desmesurada. Comenzaré describiendo la situación
    en la que se formó el peronismo, el
    movimiento
    obrero más importante de América, para estudiar luego sus dos
    primeras gestiones de gobierno. Al
    meterme de lleno en su derrocamiento en 1955, describiré
    los agentes sociales, políticos y económicos que
    surgieron de la Argentina
    postperonista y trataré de estudiar el por qué de
    su rechazo mutuo, que impidió lograr por décadas
    la conciliación nacional. De esta investigación espero sacar las
    conclusiones que expliquen el por qué de las divisiones
    tajantes que hicieron que la sociedad
    argentina
    respalde, resignada o no, a la mano dura de los oscuros hombres
    del Proceso.

    Las raíces del movimiento
    nacional popular peronista

    a Argentina se desarrolló en el siglo XIX
    "hacia afuera", basándose en la constante
    expansión de las exportaciones primarias. Este tipo de desarrollo
    fue agotando sus posibilidades dinámicas a medida que el
    país fue creciendo y el mercado
    interno fue adquiriendo dimensiones considerables. Siendo la
    economía
    nacional dependiente de la producción agropecuaria exportable y del
    abastecimiento de manufacturas y bienes de
    capital, la
    estructura
    productiva del país resultó ser sumamente
    vulnerable y dependiente de la situación internacional.
    La Gran Depresión, con la quiebra del
    sistema mundial
    de comercio y
    la violenta caída de los precios
    internacionales, demostró este punto.

    Por medio del golpe de 1930, se desvió la
    tradicional política
    librecambista y agroexportadora, hacia una más
    intervencionista e industrialista. Algunos grupos
    económicos dinámicos, afectados por los altos
    costos de las
    importaciones
    de manufacturas, comenzaron a invertir sus capitales en la
    industria.
    Se comenzaron a fabricar localmente algunos productos,
    principalmente de industria
    liviana, dando lugar al proceso de "sustitución de
    importaciones".
    El aumento en el número de firmas y obreros
    industriales, dio lugar a otras de las tendencias que
    durarían tres décadas más: la migración del campo a la ciudad y el
    aumento y diversificación de los
    sindicatos.

    El inicio de la Segunda
    Guerra Mundial aisló aún más a la
    Argentina de sus fuentes
    tradicionales de abastecimiento, revelando nuevamente el
    costo de una
    estructura
    productiva subindustrializada. Esto barrió forzosamente
    con los prejuicios y la cautela argentinas contra la industria.
    La tradicional neutralidad argentina y la férrea
    oposición a entrar en guerra
    alejaron cada vez más a la Argentina de los EEUU, quien
    comenzó con las represalias, entre ellas la de vender
    armamentos al Brasil. Los
    grupos
    nacionalistas, alarmados, tomaron para si la prédica
    industrialista, necesaria para armar al país contra la
    amenaza brasileña.

    Muchos grupos
    disímiles se encontraron juntos oponiéndose al
    gobierno, por
    lo que este buscó apoyo en las Fuerzas Armadas. Estas
    fueron cobrando cada vez más poder, hasta
    tomar el papel de un
    importante actor político. Bajo su mando, comenzó
    la instalación de la industria
    pesada en el país (Dirección General de Fabricaciones
    Militares, Altos Hornos Zapla, etc.).

    A los ojos de los militares nacionalistas, el
    tambaleante e ilegítimo gobierno conservador no era
    idóneo para la tarea de establecer el orden y eficiencia
    necesarios para enfrentar a las nubes comunistas que se
    divisaban para el final de la guerra, ni
    parecía considerar imprescindible a la industria
    pesada, por lo que dieron un golpe de Estado
    en junio del ‘43. El nuevo gobierno estableció un
    régimen represor y populista, orientado a la
    utilización de las materias primas locales y a la
    protección de la industria de "interés
    nacional", como la de armamentos.

    El ascenso de Perón

    El inspirador del golpe y epicentro del gobierno
    militar era el Grupo de Oficiales Unidos,
    dentro del cual se encontraba el ya influyente Coronel Juan
    Domingo Perón
    , un militar nacionalista y
    anticomunista, admirador del fascismo y
    corporativismo italianos. Su amplia visión política le
    permitió diseñar un concepto
    corporativista adaptado a la situación argentina: el
    Estado benefactor, además de dirigir la economía y velar
    por la seguridad de
    la nación, sería el lugar donde los diferentes
    grupos
    sociales resolvieran sus diferencias. De esta manera, se
    garantizaría que el proletariado se elevara socialmente
    y que la burguesía no debiera temer por conflictos
    que habrían de poner en peligro la propiedad
    privada de los medios de
    producción. Así se lograría
    la armonía de clases.

    Estando a cargo de la Dirección Nacional del Trabajo (promovida
    después a Secretaría de Trabajo y Bienestar
    Social) convocó a la "vieja guardia sindical" formada en
    la década del ‘30, con excepción de los
    comunistas, quienes fueron perseguidos y arrestados.
    Estimulando la
    organización, los reclamos y la movilización
    obrera, lanzó un torrente de decretos destinados a
    mejorar la situación de los trabajadores (paga,
    vivienda, vacaciones, pensiones, compensación por
    accidentes)
    y, en medio de una ruidosa publicidad por
    radio y
    prensa,
    intervino en las huelgas a favor del proletariado. Para aislar
    a los líderes opositores, sólo otorgaba los
    beneficios a aquellos sindicatos
    con "plena personería gremial", validación que
    él mismo entregaba. De esta manera, los afiliados
    presionaban a los líderes para que cooperasen con el
    gobierno.

    Cuando a principios de
    1944 el General Farrel asumió la presidencia,
    Perón fue ascendido a Ministro de Guerra,
    desde donde se encargó de la distribución de suministros y
    promociones, cultivando así su popularidad entre el
    grupo de
    oficiales.

    Perón difundió su proyecto entre
    los grupos
    sociales anteriormente citados. En sus discursos al
    proletariado, Perón subrayaba su identificación
    con los obreros y se mostraba anticapitalista y
    antinorteamericano. Con los militares, subrayaba la necesidad
    de un Estado
    fuerte que intervenga en la sociedad y en
    la economía y que asegure la plena
    ocupación y la protección del trabajo, necesarias
    para lograr la autarquía económica e impedir los
    desórdenes sociales previstos para la posguerra. Ante
    los empresarios señalaba el peligro de las masas
    desorganizadas y del avance del comunismo en
    Europa. Les
    planteaba que la represión directa de estos movimientos
    conduciría a una revolución de masas; las concesiones y la
    justicia
    social que él promovía, en cambio,
    llevarían a cabo una revolución pacífica que no
    haría peligrar la
    organización capitalista de la sociedad. A
    continuación, un extracto de su discurso en
    agosto de 1944, en la Bolsa de Comercio:

    "Señores capitalistas, no se asusten de mi
    sindicalismo, nunca mejor que ahora
    estaría seguro el
    capitalismo… Lo que quiero es organizar
    estatalmente a los trabajadores para que el Estado
    los dirija y les marque rumbos y de esta manera se
    neutralizarían en su seno las corrientes
    ideológicas y revoluciones que puedan poner en peligro
    nuestra sociedad
    capitalista en la postguerra".

    En sus oscilaciones demagógicas entre el
    Capital y
    el Trabajo,
    Perón ponía en práctica la técnica
    del péndulo: por cada diez discursos de
    derecha lanzaba uno de izquierda. Siempre se mostraba como el
    indicado para encontrar la salida al problema, canalizando la
    efervescencia del proletariado en un movimiento
    obrero conducido por el Estado,
    para lo cual necesitaba adquirir el poder
    suficiente.

    Al acercarse el fin de la guerra, la
    oposición democrática de radicales, comunistas,
    socialistas, demoprogresistas y algunos grupos
    conservadores se fue uniendo y fortaleciendo, revitalizando los
    partidos
    políticos. Con el apoyo y la incitación
    constante de los Estados Unidos,
    los partidos opositores reclamaron la renuncia del gobierno.
    Así llegaron a un acuerdo para las elecciones casi
    inminentes: la Unión Democrática
    constituiría el repudio de la sociedad civil
    hacia los militares y la alineación con los principios
    Aliados.

    En junio de ese mismo año la Unión
    repudió la legislación social del gobierno. Los
    sindicatos
    publicaron un contramanifiesto "en defensa de los beneficios
    obtenidos mediante la Secretaría de Trabajo y
    Previsión". En todo el país la gente hablaba de
    guerra
    civil. El gobierno militar, presionado por la opinión
    pública y ganado por la desconfianza hacia Perón,
    forzó su renuncia el 8 de octubre y lo puso en
    prisión. La oposición parecía victoriosa,
    pero una vez destituido Perón no pudo ponerse de acuerdo
    sobre la composición de un gobierno provisional. El
    ejército no estaba dispuesto a entregar el poder a la
    Corte Suprema, lo que significaría anular la revolución de 1943.

    En este desconcierto y vacío de poder, los
    partidarios de Perón actuaron, recorriendo los barrios
    obreros en campaña para la liberación de su
    líder. El 17 de Octubre de 1945, la
    oligarquía y la clase media presenciaron estupefactos
    como miles de obreros se lanzaban a las calles y marchaban
    hacia la Casa Rosada para pedir por la liberación de su
    líder.

    El trabajo de dos años de Perón desde la
    Secretaría no había caído en saco roto. Un
    nuevo actor político había nacido: el
    proletariado, dirigido por sus líderes sindicales,
    definió su identidad,
    decidió la crisis a
    favor de Perón, y selló un pacto con su líder
    que no se rompería. Los adversarios de Perón en
    el gobierno dimitieron y el coronel habló a la multitud
    en la Plaza de Mayo, ahora como candidato oficial a la
    presidencia.

    Para la campaña, Perón creó el
    Partido Laborista, donde predominaban los dirigentes
    sindicales. Recibió el apoyo del Ejército y la
    Iglesia, que
    en una pastoral recomendó, con pocos eufemismos, votar
    por el candidato del gobierno que había perseguido al
    comunismo y
    restablecido la enseñanza religiosa.

    Durante diez años se había considerado
    que en elecciones libres los demócratas ganarían,
    pero el país había cambiado: el peronismo
    contraponía la democracia
    formal de sus adversarios a la democracia
    real de la justicia
    social. Perón ganó las elecciones de 1946 con el
    54 % de los votos.

    los gobiernos peronistas

    El primer gobierno de Perón
    (1946-1951)

    a situación política y
    económica en la que Perón asumió el
    gobierno no podía ser mejor. Tenía amplias
    mayorías en ambas cámaras, casi todos los
    gobiernos de las provincias, estaba respaldado por el
    Ejército, los sindicatos y
    la Iglesia y
    tenía el manejo del creciente aparato estatal (servicios
    públicos, Banco
    Industrial, Fabricaciones Militares). Tenía todos los
    instrumentos políticos en la mano.
    También
    gozaba de una situación internacional muy favorable,
    gracias al auge de precios
    agrícolas de la posguerra. Las arcas nacionales estaban
    llenas de divisas de la época de la guerra y la
    Argentina era el granero del mundo.

    La principal preocupación de Perón era
    mantener y aumentar el empleo
    industrial urbano, ya que esto era esencial para la
    protección de su base política. Como
    presidente continuó otorgando beneficios a los sindicatos y
    redistribuyendo los ingresos hacia
    las clases obreras, lo que engrosó el mercado
    interno, principalmente de cereales y carne. Impulsó la
    repatriación de la deuda externa
    mediante la nacionalización de los servicios
    públicos, como los ferrocarriles, por los cuales, en
    medio de una ruidosa campaña nacionalista, se
    pagó tres veces su valor. Una
    vez superados los temores de la guerra con Brasil, y por
    las condiciones económicas reinantes, se
    consideró más sensato dar prioridad a la
    industria ligera sobre la pesada.

    El entorno de Perón especulaba con que en cinco
    años sobrevendría otra depresión, seguida por una guerra entre
    las dos superpotencias, durante la cual la Argentina
    quedaría aislada. En este lapso de cinco años se
    debía lograr la independencia económica y la
    industrialización automantenida, proveyéndose
    aceleradamente de bienes de
    capital y
    materias primas importadas, antes de que cesase su
    disponibilidad. Se otorgó al sector industrial
    protección aduanera, amplios créditos y divisas a
    precios
    diferenciales para equiparse. Todo esto quedó plasmado
    en el Plan Quinquenal
    que lanzó a fines de 1946, en el cual la agricultura
    era prácticamente omitida, ya que cuando la depresión mundial se produjese, los
    precios de
    exportación agrícolas se
    derrumbarían, como en el ‘30.

    Perón mantuvo su prédica
    antinorteamericana elaborando la doctrina de la Tercera
    Posición, que sostenía que el justicialismo era
    una ideología socialcristiana basada en los preceptos de
    justicia y
    armonía de clases, alejada tanto del capitalismo
    como del comunismo.
    Así reanudó las relaciones diplomáticas
    con la URSS e hizo lo posible para mejorar las relaciones con
    los EEUU, que, con el advenimiento de la Guerra
    Fría, estaba menos interesado en combatir a
    presuntas reliquias de fascismo como
    Perón, aceptándolo como un baluarte contra el
    comunismo.

    Los adversarios de Perón en esta época
    se encontraban principalmente entre la clase media, que no era
    beneficiaria directa de la Justicia
    Social peronista y que era quien más sufría por
    la falta de derechos liberales, como
    la libertad de
    expresión. Por otro lado, el hecho de que la clase
    trabajadora ascendiera en status y obtuviera acceso a una
    calidad de
    vida anteriormente reservada para la clase media, las
    enfrentó en el marco de un conflicto
    cultural.

    La manipulación de las instituciones republicanas fue otro factor de
    enfrentamiento con la oposición. En 1946 Perón
    expulsó a todos los jueces de la Corte Suprema menos
    uno, obteniendo el control
    sobre el Poder Judicial.
    Al Poder
    Legislativo se lo vació de toda capacidad de
    operación: los proyectos se
    preparaban desde la Presidencia y se aprobaban sin
    modificaciones, los debates parlamentarios se eludían
    recurriendo al "cierre del debate", y
    todos los legisladores oficialistas debían firmar una
    renuncia en blanco como garantía de buena conducta.
    Hizo uso de la intervención federal en variadas
    ocasiones, prohibió las coaliciones como la Unión
    democrática o el Frente Popular y subordinó la
    CGT al Estado.
    Acabó en 1947 con la autonomía universitaria
    echando a más de 1500 profesores opositores y
    restringió la libertad de
    prensa,
    persiguiendo a los socialistas y favoreciendo a los
    periódicos peronistas.

    Durante todo su gobierno, Perón mantuvo una
    intensa actividad propagandística, como las numerosas
    reuniones masivas en Plaza de Mayo y la declaración de
    los Derechos de
    los Trabajadores. Aquí jugó un muy importante
    papel su
    segunda esposa, Eva Duarte de Perón, mitificada como
    Evita, la abanderada de los humildes, el símbolo de la
    elevación de los pobres al poder y al
    status. A través de la Fundación Eva
    Perón, con subsidios del Estado,
    Evita repartió alimentos,
    construyó hospitales, escuelas, fundó la rama
    femenina del Partido Peronista y pugnó por el
    otorgamiento del voto femenino, lo que consiguió en
    1947. La reputación de Eva Perón resultó
    muy magnificada gracias a que su carrera coincidió con
    los años dorados del peronismo.

    En 1949, cuando su posición era imbatible,
    Perón reformó la Constitución. La nueva Constitución iba acorde con la política estatista
    e intervencionista de Perón, declarando la propiedad
    nacional del petróleo y el derecho estatal a
    nacionalizar los servicios
    públicos y a regular el comercio,
    así como a expropiar empresas o
    tierras (lo que dejaba la puerta abierta para una eventual
    reforma
    agraria). Aumentaba el poder presidencial y del Estado y la
    autoridad
    para intervenir provincias, permitía la
    reelección ilimitada, y establecía la
    elección directa del Presidente y senadores. La libertad y
    los derechos
    individuales liberales se vieron reemplazados por derechos
    corporativistas.

    Pasados cinco años de gobierno, el Plan Quinquenal
    dio un balance negativo. La idea de que una
    industrialización liviana acelerada otorgaría
    independencia económica a nuestro
    país era errónea, ya que la floreciente industria
    necesitaba más que nunca importaciones
    de bienes de
    capital y
    combustibles. Esto provocó un irrefrenable aumento de
    las importaciones,
    objetivo
    opuesto al del plan. Por otro
    lado, las reservas de divisas se estaban consumiendo – las
    exportaciones de materia
    prima acumulaban monedas inconvertibles, libras
    británicas principalmente – y el campo, gracias a la
    política peronista de transferencia de recursos a la
    industria, estaba en franca decadencia. La
    nacionalización de los servicios
    extranjeros no había fortalecido la soberanía económica sino que la
    había debilitado. La fuerte capacidad negociadora de los
    sindicatos,
    al trabar eventuales ajustes salariales o reducciones de
    personal, era
    un obstáculo para el mejoramiento de la productividad
    industrial. A esto se sumó la fatídica
    decisión del gobierno de los EEUU de que los
    dólares del Plan Marshall
    (para la reconstrucción de Europa) no
    podrían utilizarse para comprar productos
    argentinos. El país entró en crisis. El
    Plan Quinquenal
    había fallado.

    La crisis en el
    comercio y
    la agricultura
    produjeron la contracción de la industria, el empleo y los
    ingresos. La
    capacidad de maniobra de Perón se vio limitada y
    debió aumentar en autoritarismo y demagogia, demostrando
    que el peronismo en el
    poder era incapaz de soportar ataques opositores

    El régimen fue cada vez más amenazador y
    represivo. Amplió los poderes de la Policía,
    estableció con los sindicatos una forma de control
    directo y peronizó del todo la CGT, al mismo tiempo que se
    acabó su tolerancia ante
    las huelgas. Cercenó las libertades individuales por
    medio de la censura, las redadas en los principales diarios y
    agencias de noticias y la prohibición de viajar al
    Uruguay,
    donde se exiliaban los opositores. También
    sancionó la Ley de Desacato, típica de
    regímenes de facto, e incrementó la actividad
    propagandística oficialista.

    Mientras la base popular era controlada por medio de
    los sindicatos y muchas veces por medio de la represión
    directa, las clases media y alta se convirtieron en una fuente
    de campaña opositora. El costo
    laboral que
    significaba la política justicialista, ignorado durante
    la época de las vacas gordas, empujó a gran parte
    de la burguesía industrial al campo opositor.

    Los conflictos
    sociales y los avances del autoritarismo civil incomodaban a
    los militares, que empezaron a preguntarse acerca de la solidez
    de un sistema
    supuestamente de orden, pero basado en la agitación
    constante. Tratando de aliviar las tensiones con las Fuerzas
    Armadas, el gobierno estimuló la carrera militar,
    disminuyendo el número de reclutas y aumentando los
    sueldos y el número de oficiales.

    En estas condiciones se acercó la fecha de
    elecciones. Durante la campaña, los peronistas
    monopolizaron los medios de
    comunicación, rompieron las manifestaciones
    opositoras y silenciaron a los disidentes con arrestos por
    desacato. Así, en 1951 Perón ganó las
    elecciones con el 64% de los votos, obteniendo una aplastante
    mayoría en todas las provincias y en la Capital.

    El segundo gobierno de Perón
    (1952-1955)

    En 1952, el gobierno adoptó un nuevo rumbo
    económico con el Segundo Plan Quinquenal 1953-1957. Con
    este plan, más liberal que el anterior, se
    intentó reavivar el desarrollo
    agrícola y reequilibrar la balanza
    comercial, quitando recursos a la
    industria y estimulando las exportaciones. Por medio del congelamiento de
    los salarios y
    la suspención de los subsidios alimenticios se
    apuntó a la reducción del consumo
    interno y de la inflación. Se le dio más
    prioridad a la industria pesada que a la ligera, por su
    capacidad de reemplazar importaciones
    de bienes de
    capital. Se favoreció a las empresas
    grandes en perjuicio de las chicas y se proyectó el
    aumento de la producción energética.

    Este plan sólo tuvo un éxito parcial y
    de corta vida. Durante un breve período frenó la
    inflación y restauró la balanza de
    pagos, pero no logró resucitar a la agricultura.
    La industria quedó estancada y no pudo seguir
    absorbiendo la mano de obra que seguía emigrando del
    empobrecido interior, para acumularse en las villas miseria de
    rápida proliferación. Cada vez más
    industriales, paralizados por los sindicatos y la
    situación económica, empezaron a llegar a la
    conclusión de que Perón, al frente de la clase
    obrera organizada, era un estorbo.

    La muerte de
    Eva Perón en 1952 fue un duro golpe para el
    régimen. En un año de pésimas cosechas, de
    industrias
    en decadencia y de vertiginosa inflación, Perón
    perdió a su mejor intermediaria frente a los sindicatos
    y al pueblo en general. Mostrando su capacidad para extraer
    provecho de toda contrariedad, montó alrededor de su
    muerte un
    espectáculo de lealtad y respaldo a su
    gobierno.

    En un nuevo plan para reforzar su dominio
    político y no tener que depender exclusivamente de la
    represión bruta, Perón extendió el
    corporativismo más allá de los sindicatos y
    patronos industriales. Estableció toda una gama de
    nuevas instituciones corporativas que incluían a
    otros grupos
    sociales importantes, adquiriendo nuevos órganos
    para el adoctrinamiento y la propaganda.
    Como había sucedido con los sindicatos, los nuevos entes
    comenzaron a peronizarse y a absorber a las organizaciones
    existentes, con todos los poderes policiales y de propaganda
    del gobierno de su lado. Esta imposición enervó
    aún más a los grupos de clase media opositores al
    régimen, que muchas veces se encontraban entre estas
    instituciones.

    A esta altura, Perón ya contaba con muchos
    enemigos: los terratenientes, afectados desde el principio por
    las políticas anti-agropecuarias; las
    multinacionales extranjeras que no podían entrar al
    país; la burguesía industrial nacional, que
    exigía la apertura económica a estos capitales y
    que cargaba con los costos de los
    derechos
    sociales; la clase media, por la intolerancia y prepotencia
    políticas peronistas y por su
    identificación plebeya y la Iglesia, que
    se sentía avasallada en los campos de beneficencia y
    educación y que no dejaba de manifestar
    su desagrado por el creciente culto laico a la doctrina
    peronista, al presidente y a su esposa. La Iglesia se
    convirtió en la única institución civil
    importante que eludió la purga y la
    "peronización" y en el único refugio para la
    oposición.

    Perón todavía mantenía el apoyo
    del proletariado y el de un sector de los pequeños y
    medianos empresarios, que necesitaban un mercado
    interno fuerte para colocar sus productos.
    Finalmente, ante la posibilidad de asociarse con capitales
    extranjeros, muchos de estos empresarios también se
    pasaron al campo opositor.

    Cuando en noviembre de 1954, en una jugada que
    demostró ser un grave error en un hombre que
    había perdido muchas de sus capacidades políticas, Perón se lanzó a
    un ataque feroz y repentino contra la Iglesia, la
    oposición se encolumnó detrás de ella y
    encontró la brecha para derribarlo. En junio, la Marina
    se levantó contra el gobierno, y en un acto fallido de
    asesinato al líder
    bombardeó y ametralló una concentración
    civil peronista en Plaza de Mayo, causando trescientas muertes.
    Luego del fracaso del golpe, el Ejército sofocó
    los pocos motines dispersos y ratificó su lealtad al
    presidente. Igualmente Perón se vio prácticamente
    subordinado a sus salvadores, que ahora le dictaban
    condiciones.

    Los líderes opositores aprovecharon la
    debilidad del gobierno para intensificar la campaña
    contra el régimen. Las calles de Buenos Aires se
    llenaron de estudiantes y manifestantes de clase media
    exigiendo que sus asociaciones tradicionales queden libres de
    la sujeción peronista. Ante esta nueva oleada de
    protesta, Perón advirtió que la posibilidad de
    apertura de un espacio de discusión que lo incluyera era
    mínima y descargó un duro ataque contra la
    oposición: lanzó a la policía a una redada
    de sus oponentes e hizo un dramático llamamiento a la
    CGT, los sindicatos y los "descamisados". En un mitin de masas
    organizado en agosto hizo un estridente llamamiento a las
    armas y una
    espeluznante amenaza: "Cuando uno de los nuestros caiga,
    caerán cinco de ellos". El estado de
    sitio fue restablecido y se difundieron rumores de que
    Perón estaba armando a los obreros para prepararlos para
    una guerra civil.

    Estas actividades lanzaron finalmente al
    Ejército – donde desde el ataque a la Iglesia
    predominaban los grupos antiperonistas – a la oposición.
    En septiembre estalló en Córdoba una
    sublevación militar encabezada por el general Eduardo
    Lonardi, a la cual se sumó la Marina en pleno y muchos
    civiles, de todo el abanico político. Perón,
    carente de iniciativa, se refugió en la Embajada de
    Paraguay.
    Lonardi se presentó en Buenos Aires
    como presidente provisional de la Nación, ante una
    multitud tan numerosa como las reunidas por Perón, pero
    sin duda distinta en su composición.

    El postperonismo

    l derrocamiento del primer experimento nacionalista
    popular de Perón implicó el cierre de un ciclo
    histórico. A partir de entonces se sucedió una
    época que comúnmente se denomina como de "empate"
    entre fuerzas, alternativamente capaces de vetar los proyectos de
    las otras, pero sin recursos para
    imponer perdurablemente los propios.

    El "empate político" se vio reflejado en los
    ciclos periódicos de crisis
    económica. El poder económico fue compartido
    entre la burguesía agraria pampeana (proveedora de
    divisas y por lo tanto dueña de la situación en
    los momentos de crisis
    externa) y la burguesía industrial, volcada totalmente
    hacia el mercado
    interior. Las alianzas se establecerían según
    cual fuera el momento del ciclo.

    Hasta 1966 hubo una serie de esfuerzos destinados a
    destruir al peronismo para
    crear una alternativa civil de apoyo mayoritario, pero fueron
    en vano.

    Algunos de los que derrocaron a Perón anhelaban
    un país "sin vencedores ni vencidos" (como dijera
    Lonardi al asumir), y creían que con tiempo y
    educación democrática se
    podría integrar a los peronistas a la sociedad.
    Desgraciadamente, los que predominaron fueron los más
    duros e intolerantes, los "gorilas", que condenaron a un
    ridículo silencio a la mayoría electoral, y que
    transformaron en delito
    cantar la marcha partidaria y mencionar los nombres de
    Perón y Evita.

    La regla tácita operante durante esta
    época señalaba que el peronismo no debía
    gobernar ni podía ocupar espacios de poder relevantes.
    Quien, por táctica o principios
    republicanos, diera lugar a su retorno a posiciones de poder,
    aunque fueran parciales, sería desplazado por el
    método tradicional de los cambios
    críticos: el golpe de
    Estado. De esto se trataban los conflictos
    sociales planteados al comienzo del informe:
    gobiernos militares y civiles no peronistas se adueñaban
    del poder pero no podían mantenerlo por la
    presión peronista; estos a su vez podían derribar
    gobiernos pero no podían tomar el poder. Como factor de
    presión añadido para cualquier gobernante,
    constitucional o no, siempre estaba la eventualidad del arribo
    del General de su exilio – según la leyenda, en un
    avión negro – que con su amplia influencia y estrategia
    política podría prácticamente manejar la
    situación como se le antojara.

    En 1966 el ejército, al mando del Tte. Gral.
    Juan Carlos Onganía, estableció una
    dominación autoritaria "necesaria" para suprimir la
    inflación y restablecer el crecimiento
    económico. La fuerte resistencia que
    la sociedad opuso a este programa
    obligó al gobierno militar a suavizar su
    situación y a acuciar una salida electoral. Aunque en
    las elecciones de 1973 el peronismo volvió al poder, la
    sociedad ya estaba fracturada y una seria inquietud
    política persistió durante los tres años
    siguientes, hasta que finalmente la Junta militar presidida por
    Jorge Rafael Videla tomó el poder mediante otro golpe de estado
    en junio de 1976.

    Aramburu y la desperonización de la
    sociedad

    El gobierno de Lonardi fue rápidamente
    reemplazado por las facciones más "gorilas" del poder,
    asumiendo el general Pedro Eugenio Aramburu la presidencia. Su
    régimen fue un intento de las clases dominantes de
    "poner orden en la casa", y recuperarse, principalmente la
    burguesía agraria, del deterioro que el peronismo le
    había causado.

    Con Aramburu se terminaron las ambigüedades. Se
    intervino el Partido Peronista y la CGT, así como la
    mayoría de los sindicatos; se prohibió el uso de
    símbolos peronistas, se detuvo a muchos dirigentes
    políticos y gremiales y se anuló la Constitución de 1949. Después de
    más de cien años de que no se fusilaba por
    motivos políticos, un alzamiento militar-civil fue
    sometido de esta manera. Los peronistas pudieron sentir que
    habían sido profundamente derrotados.

    Procurando desarmar lo más posible el aparato
    de la
    organización obrera peronista, el gobierno de
    Aramburu sentó la base institucional para el proceso que
    se abriría con Frondizi: el reemplazo de trabajo por
    capital
    en el desarrollo
    industrial, esto es, el despojo de los derechos sociales
    peronistas en función de la acumulación de
    capital y la eficiencia de
    la economía.

    El gobierno desarrollista de
    Frondizi

    En 1958, Perón desde Madrid, ordenó a
    sus seguidores votar por el radical disidente y desarrollista
    Arturo Frondizi, demostrando así su fuerza
    aún desde el exilio. Perón se vio obligado a
    tomar esta decisión, ya que era dudoso que los
    peronistas volvieran a votar en blanco (después de la
    Asamblea Constituyente de 1957 en la que el 24% de los votos
    fueron en blanco) en un momento en el que se elegiría a
    las autoridades que regirían por seis años los
    destinos de la nación. Por otro lado, Frondizi
    seducía a los peronistas con sus consignas progresistas
    y desarrollistas y su prédica en contra del gobierno
    militar.

    Las FFAA, lideradas por entonces por los sectores
    más antiperonistas, sostuvieron que el candidato de la
    UCRI había ganado ilegítimamente, ya que los
    votos peronistas habían frustrado al candidato oficioso
    de los militares, el de la UCR del Pueblo. Desde la
    asunción del nuevo presidente, el golpe ya estaba dando
    vueltas en las cabezas de los opositores.

    Después del período peronista, el sector
    industrial había quedado compuesto por pequeños
    capitalistas y talleres artesanales de baja eficiencia y
    competitividad, pero de gran capacidad de
    empleo. Las
    grandes corporaciones del país, que cubrían las
    áreas de industria y servicios
    públicos, eran propiedad
    del Estado.

    El gobierno desarrollista de Frondizi
    implementó un plan destinado a modernizar las relaciones
    económicas nacionales e impulsar la investigación científica. En
    diciembre de 1958 se promulgó la Ley de inversiones
    extranjeras, que trajo como consecuencia la radicación
    de capitales, principalmente norteamericanos, por más de
    500 millones de dólares, el 90% de los cuales se
    concentró en las industrias
    químicas, petroquímicas, metalúrgicas y de
    maquinarias eléctricas y no
    eléctricas.

    El mayor efecto de esta modernización fue la
    consolidación de un nuevo actor político: el
    capital extranjero radicado en la industria. La
    burguesía industrial nacional debió, desde
    entonces, amoldarse a sus decisiones y la tradicional
    burguesía pampeana fue desplazada de su posición
    de liderazgo,
    recuperándola a medias en los momentos de
    crisis.

    Otras de las consecuencias de este plan fue la
    concentración de las inversiones
    en la Capital Federal, la provincia de Santa Fe y
    principalmente la ciudad de Córdoba, que
    experimentó un meteórico desarrollo
    industrial. Por otro lado, las variaciones en la distribución de los ingresos
    beneficiaron a los sectores medio y medio-alto, en detrimento
    de los inferiores, pero también de los
    superiores.

    La complejización de las estructuras
    políticas y económicas
    desplazó a los viejos abogados y políticos del
    poder y los subordinó a una nueva clase dirigente, la
    burguesía gerencial, que empezó a formar el nuevo
    Establishment. Ante esta nueva situación, la burocracia
    sindical adoptó una nueva posición; ni combativa,
    ni oficialista: negociadora. Desde que en 1961 Frondizi
    devolvió a los sindicatos el control de
    la CGT, se empezó a gestar en el interior del sindicalismo
    peronista la corriente "vandorista" (por Augusto Vandor,
    líder
    del poderoso gremio metalúrgico) que estaba dispuesta a
    independizarse progresivamente de las indicaciones que
    Perón impartía en el exilio. Eventualmente,
    consideraban construir el embrión de un proyecto
    político-gremial capacitado para negociar directamente
    con otros factores de poder (es decir, sin la mediación
    de Perón) al estilo del Partido Laborista inglés nacido en la década del
    ‘40. Todo esto hizo que los partidos
    políticos tradicionales fueran perdiendo relevancia
    como articuladores de intereses sociales.

    En estos años de proscripción y
    declinación general del nivel de vida de la clase obrera
    nació la izquierda peronista, es decir, aquellos
    peronistas cuyas metas eran el socialismo y la
    soberanía popular. Esta se dio no por
    acercamiento de la izquierda tradicional, que seguía
    siendo hostil al peronismo, sino a través de la
    radicalización de los activistas peronistas y la
    peronización de jóvenes que se habían
    orientado primero hacia la derecha y el nacionalismo
    católico.

    En recompensa por el apoyo electoral recibido,
    Frondizi se acercó a los peronistas –
    otorgándoles una amnistía general, una nueva
    Ley de
    Asociaciones Profesionales, etc.- pero las inversiones
    extranjeras, consideradas la clave del desarrollo
    frondicista, les olían a entrega al imperialismo
    yanqui. Los contratos con
    ocho compañías petroleras extranjeras y la
    privatización del frigorífico Lisandro de la
    Torre desbordaron la ira de los peronistas nacionalistas, que
    se sentían traicionados. A su vez, se levantaron las
    protestas de la burguesía nacional, que necesitaba
    el
    petróleo barato, y que temía que si la
    Argentina no se aliaba a EEUU contra Castro, sufriría la
    misma política de agresión que Cuba.

    Ante la creciente oposición de la clase obrera,
    con una recurrente recesión, y con muy poco espacio para
    maniobrar, Frondizi se encontró entre la espada y la
    pared: cedió a todos los planteos militares (inquietos
    por la movilización del peronismo) y declaró
    primero el Estado de
    Sitio y luego el plan de represión CONINTES para
    desmovilizar a la clase obrera. Al mismo tiempo
    legalizó al Partido Peronista para competir en las
    elecciones de 1962 para gobernadores provinciales, en las que
    los peronistas ganaron en cinco distritos. Este hecho fue
    intolerable para los militares, por lo que decidieron el
    derrocamiento de Frondizi, encendiendo los fuegos del
    más virulento antiperonismo, al estilo de los
    años ‘55 y ‘56. El presidente destituido
    conservó la cordura como para salvar un jirón de
    institucionalidad designando como sucesor al presidente
    provisional del Senado, José María
    Guido.

    Acto seguido se produjeron enfrentamientos dentro de
    las FFAA, más específicamente entre los
    denominados azules y colorados, en los que fueron derrotados
    los grupos más antiperonistas y favorables a la
    burguesía agraria que habían volteado a Frondizi.
    Tras dos choques sangrientos, otra generación se
    consolidó en el liderazgo de
    las Fuerzas Armadas, bajo el mando del general
    Onganía.

    Dada la necesidad de otorgarle una salida
    institucional al precario gobierno de Guido, en 1963 se
    llamó a elecciones presidenciales nuevamente. Con el
    peronismo proscripto y con tan sólo el 25% de los votos,
    resultó vencedor el candidato de la UCR del Pueblo,
    Arturo Illia.

    Illia, el insólito respeto
    republicano

    El presidente Illia recreó un modelo de
    gobierno respetuoso hasta el fin de las pautas de la democracia
    liberal, inspirado en la imagen
    republicana anterior a 1930. En este sentido, su administración fue ejemplar:
    gobernó sin Estado de Sitio y sin presos
    políticos, garantizó las libertades
    básicas y hasta tuvo arrestos de dignidad nacional en
    sus relaciones con los EEUU, como lo demostró en
    oportunidad de la invasión de los marines en Santo
    Domingo.

    Gracias a una coyuntura internacional favorable a los
    productos
    argentinos en el mercado
    mundial, la Argentina entró en un ciclo largo de
    recuperación, que eliminaría por una
    década el déficit en la balanza
    comercial. Si bien el gobierno de Illia no frenó
    estas tendencias, tampoco las impulsó. Esto es lo que
    los sectores más desarrollistas le achacaron desde el
    principio al gobierno radical. El nuevo Establishment
    necesitaba la apertura económica, la acumulación
    de capitales y la racionalización del Estado por encima
    de toda legalidad republicana. A los ojos militares y
    desarrollistas, el viejo sistema de
    partidos era incapaz de asumir estas tareas, por lo que
    prepararon el golpe mejor planeado y menos violento de la
    historia
    argentina. Moldearon a la opinión pública
    desde años antes del levantamiento por medio de una
    intensa actividad propagandista, hasta identificar al
    presidente radical con la modorra pueblerina y la siesta
    provinciana, al mismo tiempo que
    enaltecían a los militares como héroes de la
    epopeya tecnológica y de la grandeza
    nacional.

    La Junta destituyó en 1966 al presidente, al
    vicepresidente, a los gobernadores y a los vicegobernadores,
    disolvió el Congreso Nacional, las legislaturas
    provinciales y los partidos
    políticos y reemplazó a los miembros de la
    Corte Suprema de Justicia. En
    nombre de las FFAA el cargo de presidente fue ocupado por un
    hombre de
    larga tradición cristiana y occidental: el Tte. Gral.
    Juan Carlos Onganía. El suceso militar fue bautizado con
    el nombre de "Revolución Argentina", afirmándose
    sobre el consenso de algunos sectores, en el consentimiento
    resignado de la mayoría y en la expectativa
    desconcertada de casi todos.

    La Revolución Argentina

    La Revolución Argentina fue la
    continuación del proyecto
    desarrollista de Frondizi llevado a sus extremos:
    favoreció la apertura y la concentración de
    capitales para impulsar el proceso de industrialización
    y modernización de la estructura
    productiva y se estableció sobre un Estado autoritario
    donde confluían el poder político y el
    económico. El objetivo
    económico de Onganía fue pronto descubierto: la
    consolidación de la hegemonía de los grandes
    monopolios industriales y financieros asociados con el capital
    extranjero, a expensas de la burguesía rural y de los
    sectores populares.

    Esta situación hizo que el peronismo
    profundizase su división, entre los que querían
    resistirse a los militares y los que querían colaborar,
    los vandoristas. Cuando estos se acercaron al gobierno,
    Perón – desde el exilio – fomentó el surgimiento
    de sindicatos opuestos a la burocracia
    sindical, como la CGT "de los argentinos". Así les
    recordó a los vandoristas que sin él, no eran
    nada. Luego de haber logrado su objetivo a
    fines de 1968, y por temor a que la nueva central obrera se
    desbandara, la disolvió. Así era la
    táctica "pendular" del general.

    En julio de 1966, un mes después del golpe
    derechista, la Policía Montada entró a la
    Universidad
    de Buenos Aires y
    la desalojó a porrazos, en el episodio tristemente
    conocido como la "Noche de los Bastones Largos". Si bien visto
    en retrospectiva el acontecimiento no fue particularmente
    terrible, (principalmente comparado con la represión
    vivida durante el régimen de Videla), en esa
    época caló muy hondo en el alumnado. Dos
    años más tarde los estudiantes más
    políticamente motivados ya estaban estableciendo lazos
    de solidaridad con
    las organizaciones obreras militantes y desarrollando su
    campo de acción en el ámbito externo,
    principalmente en las villas miseria.

    Pese a haber tenido condiciones económicas
    nacionales e internacionales a su favor, al cabo de los tres
    primeros años, la Revolución Argentina ya
    mostraba signos de fracaso. El más evidente fue la
    inesperada respuesta social a la política
    económica oficial, que derivó en el
    surgimiento de las guerrillas urbanas.

    La guerrilla

    Las principales causas que ocasionaron su origen y
    expansión fueron:

    El acercamiento de las clases medias con las
    bajas:
    Al darse cuenta los universitarios de que su
    problemática no estaba tan lejos de la del proletariado
    (problemas
    económicos comunes por el aumento del costo de
    vida y transporte,
    desocupación creciente, etc.), comenzaron a
    identificarse con ellos y a buscar lazos que
    beneficiarían a ambos. No sólo creían
    posible un mundo mejor; los universitarios de izquierda
    sabían que como profesionales, administradores,
    planificadores de la economía, etc.,
    tendrían un buen lugar en un eventual gobierno
    socialista.

    Aunque la mala situación económica
    jugó su papel en la
    radicalización de la clase media, coincido con Richard
    Gillespie cuando afirma que los factores sociales y
    económicos fueron causas menores frente a los
    políticos y culturales. El golpe de Onganía
    significó un violento ataque a lo que la clase media
    consideraba su coto privado incluso durante la
    década infame, esto es, las universidades, y el mundo de
    la cultura en
    general. El violento ataque de Onganía a la
    autonomía universitaria contribuyó mucho a
    empujar a los jóvenes de clase media a la
    oposición armada.

    El hecho de que pocos obreros integrasen las
    guerrillas se debió principalmente a la acción
    desmovilizadora que significó el peronismo, que los
    convenció de que su fuerza
    radicaba en el poder colectivo industrial y en los sindicatos y
    no en las armas de fuego.
    Por otro lado, no contaban con los recursos
    económicos necesarios para pasar a la clandestinidad y
    convertirse en combatientes profesionales. Los universitarios
    gozaban de una mayor independencia económica y
    disponían de mucho más tiempo para pensar y para
    dedicar a la exigente vida de guerrillero. No debe sorprender
    pues que las guerrillas urbanas hallan aflorado en
    países muy urbanizados y con un alto porcentaje de
    habitantes de clase media, como Argentina y Uruguay,
    afectados por medidas económicas impopulares y por la
    reducción de las libertades políticas y
    culturales.

    La atracción casi mística que
    producía sobre la juventud el
    General Perón desde el exilio:
    Muchos de aquellos
    quienes durante el primer gobierno de Perón eran
    aún niños, descubrieron en él un modelo y
    mentor espiritual, el gestor de una nostálgica
    época de oro en la que el pueblo había sido
    feliz; comparada con los años sesenta, década en
    la que los jóvenes argentinos descubrieron la
    desilusión del sistema
    político, tanto en su forma constitucional como de
    facto. A su vez, Perón, por medio de mensajes, apoyaba a
    las organizaciones
    guerrilleras en sus acciones
    partisanas y alentaba a las "formaciones especiales". Como
    ejemplo, un extracto de su "Mensaje a la juventud" de
    1971:

    "Tenemos una juventud
    maravillosa, que todos los días está dando
    muestras inequívocas de su capacidad y su grandeza …
    Tengo una fe absoluta en nuestros muchachos que han aprendido a
    morir por sus ideales".

    El debilitamiento de los valores
    de la sociedad tradicional y el relajamiento de los controles
    morales y sociales:
    observado en hechos como la
    duplicación de la criminalidad violenta en seis
    años, la triplicación de separaciones y divorcios
    y la disminución de ingresantes al servicio de
    la Iglesia. No debemos olvidar que el planeta entero
    vivía una época de cambios vertiginosos: el
    hippismo, la guerra de
    Vietnam (que fue la primera vez que el mundo pudo
    ver una guerra por televisión), el mayo francés, etc.
    Todas estas corrientes de revolución y
    contrarrevolución impulsaban a la juventud a
    tomar partido activamente por algo que considerasen
    justo.

    El compromiso social y político que
    asumió parte del clero latinoamericano a fines de los
    ‘60:
    Este pequeño pero muy activo sector
    bautizado "Sacerdotes del Tercer Mundo", con su profunda
    capacidad de prédica en los sectores mas bajos de la
    sociedad, convirtió numerosas iglesias en centros
    clandestinos para reuniones y afiliaciones. La liturgia
    católica, por otro lado, actuó como sedante
    frente a los temores a la muerte
    que muchos guerrilleros habrían de sentir: eran
    presentados como "hijos del pueblo", que "caían" en vez
    de morir, y a los que se les daba la condición de
    mártires.

    El cordobazo, rosariazo, tucumanazo, etc.:
    Estas manifestaciones espontáneas de obreros y
    estudiantes fueron recibidas por los combatientes como una
    señal de apoyo del pueblo a sus acciones
    guerrilleras.

    De los movimientos guerrilleros de esta
    época, se destacan:

    Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP):
    eran el brazo armado del Partido Revolucionario de los
    Trabajadores. Siendo marxistas, consideraban al peronismo una
    operación de la burguesía para ganar tiempo y
    retrasar la concreción de la revolución obrera.
    Tenían más afinidades en el interior y entre las
    clases populares que los Montoneros.

    Montoneros: esta fue la principal fuerza
    guerrillera urbana que ha existido hasta la fecha en América
    Latina. Estaban convencidos de que las armas eran el
    único medio que tenían a su disposición
    para responder a "la lucha armada que la dictadura
    ejerce desde el Estado
    ". Llegaron a manejar a la juventud
    peronista y a la universidad
    y a tener la adhesión de cientos de miles de argentinos
    en el ‘73-’74 mientras incidían
    íntimamente en el poder durante el breve gobierno de
    Cámpora. Su cúpula estaba manejada por hombres
    originarios de la extrema derecha católica, como
    Firmenich y Vaca Narvaja, que advirtieron que sus ansias de
    lucha nacionalista y antiimperialista serían en vano si
    no lograban la adhesión de los peronistas. Adoptaron sus
    consignas y las radicalizaron ("Perón o muerte")
    haciéndose pasar por los dueños de la verdad
    justicialista. Con sus acciones
    acostumbraron a las masas a la violencia y
    a la venganza y formaron una falsa imagen de
    Perón, idealizándolo como un revolucionario, al
    estilo de Mao Tse Tung o Fidel Castro.

    Otras organizaciones
    guerrilleras que terminaron fusionándose con los
    Montoneros fueron las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), las
    Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), y los Descamisados, de
    menor importancia.

    Llegado este punto de análisis, me parece importante revisar
    las actitudes de
    Perón en este período. Desde el exilio
    reformuló su teoría de la Tercera Posición,
    asociándola a las luchas del Tercer mundo para librarse
    del imperialismo
    y el colonialismo. Al mismo tiempo, aplaudió la ruptura
    chino-soviética, considerándola un "golpe al
    socialismo
    internacional dogmático" de la URSS, y como una
    tendencia mundial al surgimiento de "diversas variedades de
    socialismo
    nacional
    ".

    Claro que para cada uno de los que prestasen
    atención a sus declaraciones, esta frase quería
    decir algo distinto. La derecha peronista la interpretaba como
    un nacionalsocialismo, hermano del nazismo y del
    fascismo,
    mientras que para la izquierda era una "vía nacional
    hacia el socialismo
    ". De cualquier manera, la izquierda
    podía citar muchos más indicios de que
    Perón había sufrido una metamorfosis
    revolucionaria en el exilio que la derecha, como cuando
    afirmó que "si hubiera sido chino sería
    maoísta
    ", o cuando dijo que "la única
    solución es la de libertar el país tal como Fidel
    Castro libertó al suyo
    ".

    Lo que Perón buscaba con sus declaraciones
    demagógicas era dar a cada sector una imagen
    "espectral" de si mismo. Cada cual veía lo que
    quería ver: una representación idealizada del
    caudillo. Así satisfacía a todos y conservaba su
    liderazgo.
    Esta política de incitación tanto a derecha como
    a izquierda que pareció ser muy eficaz desde el exilio,
    demostró su falencia mayor a la vuelta de Perón,
    cuando todos esos sectores lucharon violentamente por su
    reconocimiento como verdaderos peronistas. Esto tenía
    que pasar tarde o temprano, pero yo supongo que Perón
    confiaba en su capacidad de maniobra política y en que
    iba a gobernar más años de los que finalmente
    presidió, a pesar de su avanzada edad. Sería
    irresponsable de mi parte afirmar sin bases concretas que
    Perón provocó intencionalmente la
    radicalización de la sociedad con el único
    objetivo de
    recuperar el poder, pero la verdad no está muy lejos de
    esto.

    Levingston y Lanusse, ¿el paso al costado
    del antiperonismo?

    La designación del general Roberto M.
    Levingston como presidente en junio de 1970 fue, para decir lo
    menos, inesperada y sorprendente. Al momento de su
    nombramiento, era agregado militar en la embajada argentina en
    Washington, por lo que era completamente desconocido para el
    pueblo argentino. Por esta falta de base social, y por la
    oposición que le presentaron los partidos
    políticos, no pudo concretar su "proyecto
    nacional" de convocatoria a los partidos sin sus
    líderes; esto es, a los peronistas sin Perón, a
    los radicales sin Balbín, etc. De más está
    decir que los peronistas, radicales, demoprogresistas,
    bloquistas, conservadores populares y socialistas le
    respondieron formando una alianza llamada La Hora del Pueblo.
    Este fue el final del gobierno de Levingston, en marzo de
    1971.

    Para mostrar hasta que punto la los peronistas
    tenía una visión distorsionada de Perón en
    el exilio, cabe aclarar que los Montoneros interpretaron La
    Hora del Pueblo como una hábil jugada de su líder
    destinada a ganar tiempo mientras el Movimiento
    profundizaba sus niveles organizativos y métodos
    de lucha para emprender la próxima etapa de la
    guerra.

    La verdadera figura detrás de Levingston era el
    general Alejandro Lanusse, que buscaba una salida honorable
    para las FFAA. Aunque el verdadero proyecto de
    Lanusse era la apertura política progresiva hacia la
    institucionalidad bajo tutela militar, la amenaza de una
    revuelta revolucionaria – alentada por Perón –
    obligó a los militares a llamar a elecciones libres para
    marzo de 1973.

    Aunque Perón se ofrecía como el
    único capaz de evitar el terremoto social en la
    Argentina, por una cláusula de residencia no pudo
    presentar su candidatura. En su lugar fue Héctor
    Cámpora, que al frente del FREJULI (coalición que
    reunía sobre el eje peronista a frondicistas,
    conservadores populares, populares cristianos y otras
    agrupaciones) triunfó el 11 de marzo de 1973 con el
    49,59 % de los votos, por sobre la fórmula radical
    encabezada por Balbín.

    Cámpora y el regreso de
    Perón

    El 25 de mayo de 1973, mientras el centro de Buenos Aires
    vivía una fiesta carnavalesca, Héctor
    Cámpora asumió la presidencia de la
    Nación. Después de dieciocho años de
    proscripción, el peronismo volvía al poder. En
    los alrededores del Congreso más de un millón de
    personas festejaban la partida de los militares. En medio de
    palabras y acciones de
    rechazo a las FFAA y a los símbolos de la presencia
    norteamericana en la Argentina, Lanusse era agredido y
    escupido. Estos recuerdos del "poder de la chusma" y la
    anarquía quedaron muy grabados en las mentes de los
    militares, y reaparecerían en posteriores discursos de
    Videla.

    Cámpora reconoció a los Montoneros su
    contribución otorgándoles a muchos de sus
    cabecillas importantes puestos en el gobierno y declarando una
    amnistía general para todos los guerrilleros encerrados
    como presos políticos. También reemplazó a
    toda la plana mayor del Ejército, haciendo fracasar la
    "salida honorable" planeada por Lanusse.

    Una vez que el peronismo volvió al poder, el
    ERP
    continuó armándose para la gran contienda militar
    revolucionaria. Los montoneros, en cambio,
    habían logrado su objetivo
    principal. Ahora comenzaron a prepararse para el
    próximo, la patria socialista nacional, para lo que
    pensaban heredar el liderazgo
    del movimiento de Perón. Ambos grupos, por razones
    diferentes, siguieron ampliando sus organizaciones.

    La izquierda y la derecha peronistas luchan por
    el
    control del
    espacio político

    El 20 de junio de 1973 Perón regresó
    definitivamente. No eran las circunstancias del Perón
    gobernante del ‘46 al ‘55, ni del Perón
    exiliado y mítico del ‘55 al ‘72. El
    liderazgo
    permanecía, pero el contexto era muy diferente. El
    carisma debía probarse ahora en el llano, en medio de
    una sociedad conmovida por las crisis recurrentes y la cultura de
    la violencia.

    En Ezeiza pudo observarse lo que sería el
    prólogo para las sangrientas luchas internas que el
    peronismo viviría después: a medida que se
    aproximaban a recibir a su líder, las columnas de
    Montoneros, FAR y JP fueron ametralladas por elementos
    de la derecha peronista (que más tarde
    integrarían la Alianza Anticomunista Argentina – Triple
    A), perdiendo la vida más de 25 personas. Por más
    que los autores eran conocidos y hasta se publicaron
    fotografías de los mismos, Perón simplemente
    no hizo nada al respecto.

    Perón ganó las elecciones del ‘73
    con el 61,8 % de los votos. Inmediatamente después de su
    asunción, la JP y el peronismo de izquierda en general,
    empezaron a ver atónitos como Perón
    defendía a los líderes sindicales y a la derecha
    peronista y castigaba verbalmente a los "grupos marxistas
    terroristas y subversivos"
    supuestamente
    "infiltrados" en el movimiento. La izquierda
    estoicamente mantenía su lealtad y disciplina
    al verticalismo peronista:

    "Quien conduce es Perón, o se acepta esa
    conducción o se está afuera del Movimiento…
    Porque esto es un proceso revolucionario, es una guerra, y
    aunque uno piense distinto, cuando el general da una orden para
    el conjunto [del Movimiento], hay que obedecer"

    El Descamisado, nº 26, 13 de
    noviembre de 1973

    La izquierda peronista no podía creer que el
    Perón revolucionario que ellos creían conocer se
    había pasado para el otro bando. Empezaron a fantasear
    sobre su "extraño" comportamiento, atribuyéndolo al
    círculo de traidores, burócratas e imperialistas
    que lo rodeaba, encabezado por el ministro de Bienestar Social
    José López Rega.

    López Rega era quien estaba detrás de la
    AAA y quien reclutaba entre otros a numerosos policías
    que habían sido expulsados por gangsterismo y
    reincorporados antes de la asunción de Perón
    (López Rega era él mismo un policía
    retirado). En este "Escuadrón de la Muerte"
    adquirieron experiencia muchos de los que después
    integrarían las brigadas de represión del
    Proceso. Tan sólo en el período 1973 – 1974 la
    AAA y otros comandos
    fascistas habían asesinado a más de doscientos
    peronistas revolucionarios, militantes de izquierda no
    peronistas y refugiados políticos extranjeros, y esto
    fue meramente el inicio. No cabe duda de que nunca hubieran
    sido capaces de lograr tal mortal eficacia de no
    haber sido por la tolerancia y la
    participación activa del mando de la Policía
    Federal.

    En enero de 1974, y luego de varias acciones
    pro-derechistas de Perón, los Montoneros dieron
    finalmente cuenta de su engaño:

    "[Antes de su retorno, habíamos] hecho
    nuestro propio Perón, más allá de lo que
    es realmente. Hoy que está Perón aquí,
    Perón es Perón y no lo que nosotros
    queremos".

    Mario Firmenich, enero de 1974, en
    conferencia
    ante la JP

    En la reunión del Día del Trabajador de
    1974 en la Plaza de Mayo sucedió la inevitable ruptura.
    Al salir Perón al balcón se encontró con
    un escenario que lo irritó sobremanera: los Montoneros,
    que sumaban dos tercios de un total de 100.000 asistentes,
    habían llenado la plaza con estandartes de su
    Movimiento, silbaban a Isabel Perón, y coreaban coplas
    del tipo de "Si Evita viviera sería Montonera", y
    "Qué pasa (…) general, que está lleno de
    gorilas el gobierno popular"
    . Perón, furioso,
    abandonó su discurso de
    unidad nacional y comenzó a echar diatribas contra los
    revolucionarios: "estos estúpidos que gritan",
    "algunos imberbes pretenden tener más méritos
    que los [líderes sindicalistas] que lucharon durante
    veinte años"
    , "[los miembros de la Tendencia
    Revolucionaria] son infiltrados que trabajan adentro y que
    traidoramente son más peligrosos que los que trabajan de
    afuera, sin contar que la mayoría de ellos son
    mercenarios que trabajan al servicio del
    dinero
    extranjero"
    , en fin, no ocultó la verdadera
    repulsión que la izquierda le producía. La JP, a
    su vez, respondió marchándose de la Plaza,
    dejándola semivacía. Ya nada podía
    esperarse de un Perón que una semana después daba
    personalmente la bienvenida al general Pinochet, quien ocho
    meses atrás había derrocado al gobierno
    socialista chileno de Salvador Allende.

    El pandemónium

    El 1º de julio de 1974, murió en su cargo
    de presidente Juan Domingo Perón, a la edad de setenta y
    ocho años. Su esposa María Estela Martínez
    asumió la presidencia, bajo la conducción
    derechista de López Rega. El frente peronista se fue
    fracturando aún más y el terrorismo
    guerrillero se consolidó y agrandó. Los
    Montoneros decidieron "volver a la resistencia" clandestina para reformar la
    sociedad sin Perón, abandonando definitivamente la
    esfera legal. A partir de entonces se alejaron cada vez
    más de la guerra de guerrillas urbana para acercarse
    cada vez más al ERP y al
    terrorismo
    político, cuyas víctimas muchas veces eran
    civiles que no integraban el gobierno ni las fuerzas de
    seguridad.

    A principios de
    1976, cada cinco horas se cometía un asesinato
    político y cada tres estallaba una bomba. Esta violencia
    política indiscriminada le granjeó a los
    guerrilleros el desprecio de gran parte de la opinión
    pública que simpatizaba con ellos cuando eran una joven
    agrupación que luchaba contra la Revolución
    Argentina y por el regreso de Perón. Del mismo modo
    aumentó el terrorismo
    estatal: la acción guerrillera constituía una
    grave amenaza para amplios sectores de la sociedad argentina y
    para la seguridad
    del Estado.

    Además de la violencia
    política reinante, la inquietud obrera se estaba
    generalizando de nuevo. A pesar de que las huelgas estaban
    prohibidas, importantes sectores del movimiento obrero
    recurrieron a ellas, así como a marchas de hambre,
    trabajo a reglamento y manifestaciones callejeras, en un
    esfuerzo destinado a cambiar la política
    económica del gobierno. Con una inflación
    mayor a la de Alemania en
    el período 1921-1922, y al borde de la
    cesación de pagos internacionales
    , el gobierno
    constitucional había perdido el control de las variables
    claves del manejo económico. El vacío de poder
    que desde la muerte de
    Perón aquejaba al país, dejaba al gobierno
    peronista incapaz de ofrecer solución a los problemas
    vigentes, ante la oposición que le demostraban tanto los
    empresarios como los obreros.

    Ante todo esto, las FFAA lideradas por Videla actuaron
    sagazmente, sin intervenir hasta que la situación
    empeoró hasta tal punto que los civiles fueron a golpear
    las puertas de los cuarteles. De esta manera probaron la
    absoluta falencia del régimen constitucional y lograron
    que la opinión publica apoye o se resigne nuevamente
    ante la opción militar.

    El Proceso de Reorganización
    Nacional

    El 24 de marzo de 1976, la Junta Militar encabezada
    por el teniente general Jorge Rafael Videla por el
    Ejército, el almirante Emilio Eduardo Massera por la
    Marina y el brigadier general Orlando Ramón
    Agosti por la Fuerza
    Aérea, depuso al gobierno constitucional de Isabel
    Perón con el objeto de "terminar con el desgobierno, la
    corrupción y el flagelo subversivo".
    Denunciaban "la irresponsabilidad en el manejo de la
    economía", las malversaciones, ya públicas, de
    Isabel Perón y su administración y el "tremendo
    vacío de poder" existente que amenazaba a la Argentina
    con "la disolución y la anarquía".
    Desgraciadamente, casi todo esto era cierto, y muchos
    argentinos les creyeron.

    Como en 1966, pero mucho más severamente,
    fueron disueltos el Congreso y las legislaturas provinciales;
    la presidente, los gobernadores y los jueces, depuestos; y fue
    prohibida la actividad política estudiantil y de los
    partidos. La UIA, la CGE, la CGT y los sindicatos más
    importantes fueron intervenidos, sus fondos congelados; y las
    actividades relacionadas con las huelgas y las negociaciones
    colectivas, declaradas ilegales. Se establecieron consejos de
    guerra militares con poderes para dictar sentencias de muerte por
    una gran variedad de delitos y
    para encausar sumariamente a todo aquel que se sospechase
    subversivo. El mensaje oficial era que sólo "los
    corruptos, los criminales y los subversivos tendrían que
    temer a la nueva autoridad".

    Desde la crisis del petróleo del ‘73, había en
    los bancos de los
    países occidentales industrializados, principalmente
    norteamericanos, muchas divisas que los exportadores de este
    producto
    habían depositado. Estos capitales debían ser
    prestados, por lo que desde el FMI se
    creó la conciencia
    de que era bueno para un país en desarrollo como la
    Argentina recibir inversiones.
    Aunque por la inestabilidad política del país
    sólo se contrajeron préstamos y deudas, el
    régimen militar aplicó esta receta
    fondomonetarista. Mediante la apertura indiscriminada de los
    aranceles
    externos, la disminución del poder adquisitivo de la
    clase obrera y la sobrevaloración del peso (que
    dificultaba las exportaciones y estimulaba las importaciones),
    se procedió a una substancial
    desindustrialización del país, definitivamente
    favorable al capital extranjero. Aquí vemos el principal
    interés norteamericano por derrocar al
    régimen peronista.

    Un año después, incluso muchos de los
    que habían apoyado el golpe se sentían alarmados
    ante la profundización de la crisis económica y
    los duros atropellos a las libertades democráticas que
    el régimen infligía. Estas dos cuestiones se
    relacionaban, ya que para imponer la política
    económica neoliberal de Martínez de Hoz era
    necesaria una amplia represión, cuyo concepto
    militar de "subversión" era bastante amplio. En las
    palabras de Videla: "un terrorista no es sólo
    el portador de una bomba o una pistola, sino también el
    que difunde ideas contrarias a la civilización cristiana
    y occidental".

    Los métodos
    que las FFAA pusieron en práctica para eliminar la
    subversión tomaron por sorpresa a los opositores,
    guerrilleros y sospechosos detenidos: campos de
    concentración clandestinos, centros de tortura y
    unidades especiales militares y policíacas, cuya
    función era secuestrar, interrogar, torturar y
    matar
    . Las prácticas comunes de tortura eran la
    picana, el submarino (inmersión), la violación, y
    el encierro con perros feroces
    adiestrados, hasta que las víctimas quedaban casi
    descuartizadas. A los que sobrevivían, una vez
    extraída toda la información útil, se los
    "trasladaba". En una primera fase, a los trasladados se los
    acribillaba a balazos, se los estrangulaba o se los dinamitaba.
    Más tarde, por temor a las presiones internacionales por
    los derechos
    humanos, se los "desaparecía" sin más ni
    más, arrojándolos sedados al mar desde un
    avión, por ejemplo.

    La represión se dirigió principalmente a
    los cuadros intermedios de las organizaciones
    opositoras, como los delegados de fábrica, quienes
    hacían la sinapsis entre la cúpula y los
    militantes de base. Así pasó con los Montoneros,
    cuyos dirigentes escaparon (muchos de ellos del país) y
    dejaron a la deriva a los personajes de segunda línea.
    En dos años esta agrupación ya había sido
    liquidada, esencialmente por las delaciones de
    ex-compañeros. En el caso del ERP, se
    desbarató toda su estructura,
    "desapareciendo" tanto a militantes como a cabecillas,
    presumiblemente por su estructura
    menos verticalista.

    El saldo del Proceso militar fue, entre otras cosas,
    30.000 desaparecidos, triplicación de la deuda externa,
    alta inflación, desindustrialización, fuerte
    caída del PNB y una indeleble lección
    histórica.

    En 1983, agobiados por la situación
    económica, debilitados por la derrota de Malvinas, y
    presionados por la opinión pública nacional e
    internacional, los militares devolvieron el gobierno a los
    civiles en las elecciones en las que triunfó el Dr.
    Raúl Alfonsín por la UCR, apoyado en el recuerdo
    que la sociedad tenía del último gobierno
    peronista.

    Conclusiones

    uisiera aclarar que no es mi objetivo juzgar
    retrospectivamente a los actores de la historia; obviamente no
    podían tener conocimiento
    de lo que pasaría después. Estaría
    satisfecho con poder demostrar que, aún sin tener
    noción de todos los avatares que vivió nuestro
    país después del derrocamiento de Perón,
    nunca es positivo el derrocamiento de un gobierno
    constitucional
    . Por más represivo que sea, siempre
    será preferible al despotismo militar, y más si
    este gobierno constitucional ya ha dado muestras de
    apertura.

    Desde años antes de ser derrocado, Perón
    había evidenciado una cierta disposición a
    reformar en parte su régimen político y
    económico, permitiendo, por ejemplo, la entrada de
    algunos capitales extranjeros al país y la
    aparición de opositores en los medios
    oficialistas. Quizás si le hubieran permitido terminar
    su mandato, Perón hubiese continuado con la apertura y
    hubiese sido derrotado en las elecciones de 1957,
    ahorrándole a la Argentina muchas décadas de
    enfrentamientos y gobiernos civiles condicionados y
    débiles. O, lo más probable, hubiera ocurrido que
    el peronismo ganase las elecciones nuevamente, pero ya no
    pudiendo ignorar las presiones de la oposición. Para que
    esto sucediese, aquellos que lo derrotaron deberían
    haber relegado sus años de opresión bajo el
    gobierno peronista y "ofrecido la otra mejilla" (actitud
    extremadamente loable que, evidentemente, no tuvieron) para que
    Perón pudiese articular su política en
    función de los intereses económicos opositores.
    Aquí infiero que este deseo de revancha inmediata que
    tenían fue arrastrado por el mismo régimen
    peronista, cuya intolerancia y verticalismo volviose en su
    contra e influyó en su prematura
    deposición.

    Los que apoyaron la Revolución Libertadora
    pensaban que la situación política argentina
    sería fácil de solucionar: sólo
    había que mostrarle al pueblo la enorme estafa del
    régimen peronista. No tuvieron en cuenta que lo que para
    ellos era una inmensa mentira, para el pueblo en general
    había sido una época dorada imposible de olvidar.
    Pienso que la Revolución Libertadora, principalmente por
    su característica revanchista y vengativa,
    hizo más daño que el que solucionó. La
    represión antiperonista y la proscripción total,
    sumados a la pérdida de los obreros de los beneficios
    que el peronismo les había otorgado, lograron un efecto
    completamente contraproducente a sus objetivos:
    una mayor y definitiva identificación obrera con
    Perón y su movimiento.

    En el postperonismo surgieron diversos grupos de
    intereses que trazaron proyectos
    opuestos para la hegemonización del poder y el
    desarrollo de la Argentina. Estaban los que querían
    continuar con el Estado
    paternalista, los que apoyaban este semi-proteccionismo pero no
    lo que el peronismo implicaba social y políticamente,
    los que querían modernizar la estructura
    económica del país para aumentar la productividad y
    favorecer la acumulación de capital, etc. Después
    de 1955 la sociedad, los partidos
    políticos y las FFAA se fracturaron en torno a esta
    cuestión. Así surgieron los "azules y colorados",
    las divisiones entre radicales, socialistas, conservadores,
    etc. Ninguna de las partes reconocía los logros de la
    otra: una gran parte de la burguesía nacional que
    apoyó el golpe del ‘55 se vio arrasada por la
    apertura del proteccionismo peronista y la entrada de capitales
    extranjeros a la economía nacional.

    La imposibilidad de la integración del movimiento obrero en
    otras fuerzas políticas y su disociación del
    peronismo estaba dada por la determinación no
    colaboracionista que Perón impuso a sus seguidores desde
    el exilio. Su recuerdo y el de su gobierno estaba tan
    impregnado en la clase obrera que impedía que
    éstos se desvincularan de su persona. Por
    otro lado, se trataba de un movimiento entre cuyos lineamientos
    ideológicos fundacionales se encontraba el de no tolerar
    otras líneas de pensamiento
    ("para un peronista…"), y el de considerarse el poseedor de
    la única verdad.

    Durante dos décadas, los grupos anteriormente
    citados se fueron chocando como pelotas de goma sostenidas por
    un hilo. A medida que pasaba el tiempo, se golpeaban y se
    aceleraban más, dejando atrás la posibilidad de
    una avenencia. Por la naturaleza
    misma de los conflictos,
    fracasaron los intentos de conciliación de Lonardi y
    Frondizi, o de freno pacífico de Illia.

    Se sucedían constantes alianzas entre civiles y
    militares opositores, con el único objetivo de derrocar
    a la facción gobernante. Perón, a través
    de los sindicatos peronistas, provocaba y presionaba al
    gobierno de turno para debilitarlo y empujar a las FFAA a
    intervenir, para demostrar que el país no se puede
    gobernar sin el peronismo.

    A través de este período, las FFAA
    constituyeron no sólo un factor de poder, sino que
    fueron protagonistas permanentes y decisivos de las contiendas
    políticas. No se presentaron como un grupo de
    presión sino como el eje de la vida nacional. En la
    Argentina, a diferencia de otros países, los golpes de
    estado no se dieron para evitar que un gobierno hiciera
    modificaciones estructurales a la propiedad de
    los medios de
    producción. Las FFAA intervenían
    para hacer triunfar a la línea política que la
    opinión pública u otro sector militar rechazaban,
    proclamando ante el país su voluntad de ocupar el
    vacío político dejado por los partidos, a fin de
    poner en marcha objetivos
    trascendentes.

    Los sucesos de 1962 (cuando los peronistas ganaron
    algunas gobernaciones y las FFAA depusieron a Frondizi)
    confirmaron la predicción de Perón: "Si perdemos,
    no ganamos nada, y si ganamos, lo perdemos todo". Frustrados en
    sus esfuerzos de llegar al poder por medios
    constitucionales, muchos peronistas consideraron que la
    única opción que les quedaba era la acción
    directa.

    La radicalización de la sociedad estalló
    cuando alcanzó a las capas medias, durante el onganiato.
    El concepto de que
    el acercamiento de las clases medias y bajas ocasiona
    subversión sigue vigente, tomando como ejemplo el caso
    mexicano actual: diversos grupos de clase media del estado de
    Chihuahua se hacen llamar "Villistas" (en honor al
    revolucionario Pancho Villa) para identificarse y apoyar a los
    guerrilleros Zapatistas del estado en armas de
    Chiapas.

    Siguiendo con nuestro país, lo que había
    sido un sólo tronco peronista, se fue desmembrando en
    distintas partes, o "interpretaciones" del justicialismo, cada
    cual afirmando que su propuesta era "la verdadera". Esto
    contribuyó al juego del
    general de querer mantener a sus seguidores bajo su potestad,
    ya que cuando se peleaban entre ellos, él era siempre el
    que tenía la última palabra (divide et
    impera
    ). Para esto, Perón tuvo que vender distintas
    facetas de si mismo: allí nació la imagen del
    Perón revolucionario, cuya realidad tanto
    decepcionó a la Juventud Peronista radicalizada,
    principalmente.

    La violencia política hizo que aquellos que
    temían a la efervescencia de las masas decidieran
    aceptar la vuelta de Perón, para que las controle.
    Desgraciadamente para los revolucionarios, el Perón que
    volvió de España
    no era el Perón que imaginaban, y su derechismo los
    decepcionó profundamente. Horrorizados, se alejaron
    primero y, cuando Perón murió, rompieron
    definitivamente, decididos a buscar la justicia social por su
    propio camino.

    Las tensiones internas del peronismo (que se
    extendían a la sociedad en general) que fueron
    necesarias para provocar la vuelta de Perón, lo
    superaron en habilidad política y en tiempo de vida.
    Perón murió en el peor momento, cuando era casi
    la única persona que
    podía, al menos con su imagen y su
    diatriba, mantener al peronismo "unido".

    Es importante diferenciar el tipo de violencia de
    derecha y de izquierda. Aunque ambas son repudiables, la
    primera casi siempre dirigía sus ataques en forma
    indiscriminada a personas no combatientes, ya que actuaba
    conscientemente para sembrar un clima de terror
    en la sociedad. La izquierda elaboraba una política que
    pretendía la toma del poder y tendía a respetar
    más las convenciones de guerra: los derechistas
    frecuentemente violaban y torturaban a sus víctimas
    antes de matarlas.

    El régimen de Isabel Perón-López
    Rega fue el botón de muestra de lo
    que vendría después: inflación,
    represión, persecuciones políticas, populismo, etc.
    Allí nació el hilo conductor de la década
    del ‘70: el terrorismo
    simétrico, desde el Estado y desde la
    sociedad.

    Viendo que el gobierno estaba en franca
    descomposición, las FFAA dejaron de lado sus diferencias
    y se unieron contra el "desgobierno y la inestabilidad
    política", derrocando a la tercera experiencia
    peronista. Así hicieron la versión corregida,
    aumentada y sistematizada de la represión. No
    sólo estaban las FFAA ansiosas por cumplir con su "deber
    histórico", sino que podían percibir que muchos
    grupos que en otras circunstancias se les hubieran opuesto, ya
    no veían otra salida que el golpe militar.

    En el Proceso, el conflicto de
    intereses se definió de la manera más violenta.
    El Establishment, mediante el ajuste neoliberal,
    sentenció a muerte al
    estado distribucionista. Para contrarrestar la disconformidad
    popular, tuvo que aplicar la sangrienta represión que
    todos conocemos.

    Con respecto al terrorismo
    estatal, debemos considerar que si bien los guerrilleros eran
    un grupo de
    "soberbios armados" que además de su vida acababan
    también con la de otros, lo hacían por una causa
    que consideraban justa: la búsqueda de un mundo mejor.
    Aunque rechazo de plano los medios que
    utilizaron y no coincido tampoco con muchos de sus objetivos,
    la idea global de una sociedad en la que todos tuvieran las
    mismas oportunidades, con todos los errores y desperfectos que
    esta pudiera tener, es un concepto digno
    de aprobación. El Estado represor que mata a sus
    ciudadanos para mantener la hegemonía de un
    pequeño grupo de
    privilegiados, es en cambio,
    citando a Félix Luna, la máxima
    degradación de la más alta institución
    comunitaria
    .

    Reconozco que al comenzar este trabajo me preocupaba
    determinar la responsabilidad del peronismo en
    función de la ingobernabilidad de la Argentina
    postperonista. A medida que fui avanzando en el proyecto, me
    fui dando cuenta que, si bien mi teoría de culpabilidad era muchas veces
    correcta, todo lo que estaba leyendo hablaba de intolerancia y
    revanchismo: peronistas vs. gorilas, desarrollistas vs.
    demócratas, etc. Comprendí entonces el mensaje de
    la historia
    argentina, que dice que ahora que el pueblo argentino se ha
    reconciliado en democracia,
    se han superado las fracturas sociales, y aunque queden muchos
    problemas
    que resolver, el hecho de acusar a tal o cual bando de algo que
    pasó ya no tiene ningún sentido. Debemos unirnos
    para, de una vez por todas, debatir sobre el país que
    queremos, y no sobre retóricas retrospectivas sobre
    quien disparó primero. Dejo este trabajo como un
    testimonio de una época en la cual decenas de miles de
    argentinos, muchos de ellos en la flor de su edad, murieron por
    esta intolerancia, esperando que sea una lección de algo
    malo que pasó y una advertencia de lo que nos puede
    pasar si nos dejamos llevar por la furia ciega. De nosotros
    depende que nunca más nuestro país este
    signado por el odio, la violencia y la venganza.

    Bibliografía

    Yrigoyen y Perón, Raúl Scalabrini
    Ortiz, Editorial Plus Ultra, Buenos Aires,
    1972

    Revista mexicana de sociología, Nº
    2, ensayo de
    Juan Carlos Portantiero, Ciudad de México, 1977

    Argentina hoy, Alain Rouquié compilador,
    ensayos de
    Alain Rouquie, Aldo Ferrer, Francisco Delich, Peter Waldmann,
    Silvia Sigal y Eliseo Verón, Siglo XXI editores, Buenos
    Aires, 1982

    Soldados de Perón, Richard Gillespie,
    Grijalbo S.A., Buenos Aires, 1987

    Argentina 1516-1987, desde la colonización
    española hasta Raúl Alfonsín
    , David
    Rock,
    Alianza editorial, S.A., Buenos Aires, 1987

    Revista Competencia, Buenos Aires, Junio de
    1987

    Breve historia de los
    argentinos
    , Félix Luna, Editorial Planeta Argentina,
    1993

    Golpes en Latinoamérica, el imperialismo
    norteamericano
    , Verónica Biegún, Mauro
    Chojrin, Hugo Glagovsky y Rina Zelmann, Proyecto Final de
    Historia
    Social, Escuela
    Técnica ORT, Noviembre de 1993

    Breve historia
    contemporánea de la Argentina
    , Luis Alberto Romero,
    Fondo de Cultura
    Económica, Buenos Aires, 1994

    Revista Newsweek, edición
    norteamericana, New York, Abril de 1995

     

     

    Autor:

    Hugo Glagovsky

    glago[arroba]einstein.com.ar

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