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Los problemas al nacimiento




Enviado por satc



    J. Enrique Alvarez
    Alcántara**

    "El hombre
    gordo era de esas personas a las que por naturaleza les
    gustan los niños; tanto es así, que se
    había licenciado en tres especialidades distintas en el
    campo de las ciencias de
    la educación y al acercarse el momento de
    que naciera su hijo corrían por todo su cuerpo una
    especie de convulsiones, mezcla de esperanza e inquietud, que
    no le dejaban permanecer quieto ni un instante. Al reflexionar
    más tarde sobre este fenómeno, dedujo que
    depositaba en la llegada de su hijo al mundo la esperanza de
    iniciar una nueva vida desembarazándose de la sombra de
    su difunto padre. Sin embargo, cuando el médico
    salió del quirófano, tras el nacimiento de la
    criatura, a la pregunta impaciente que le formuló su
    padre, que en aquella época todavía estaba
    delgado, contestó con tono sereno diciendo: Su
    hijo tiene un grave defecto congénito; me temo que,
    aunque le operemos, muera o quede retrasado mental
    . En
    ese instante, algo en su interior se resquebrajó
    irremediablemente
    (…) Llegó la fecha
    límite para registrar al recién nacido, y fue a
    la oficina del
    registro
    civil; pero no se le había ocurrido qué nombre le
    pondría a su hijo hasta que la empleada se lo
    preguntó. Por esas fechas todavía estaba
    pendiente de la operación; es decir, aún no se
    sabía si el destino de su hijo sería la muerte o
    el retraso mental. A una existencia así,
    ¿Podría ponérsele algún
    nombre…?
    "

    Kenzaburo
    Oé.

    1. Oliver Sacks (1996), neuropsicólogo
      británico, en un artículo científico
      poco conocido en nuestro medio, refiere la existencia de un
      síndrome clínico denominado escotoma
      (oscuridad o sombra). Este concepto
      denota una desconexión o un hiato en la percepción, implica la anulación
      de lo percibido originalmente, una laguna en la conciencia
      producida por una lesión neurológica. En este
      síndrome es muy difícil que el paciente sea
      capaz de comunicar lo que está ocurriendo. Él
      mismo escotomiza su experiencia. De la misma manera,
      quienes le escuchan parecen no entender lo que está
      sucediendo con el paciente, ya que éstos
      también tienden a escotomizar lo que
      oyen.

      La existencia de un escotoma, de ninguna
      manera, implica la presencia de sordera o de ceguera; quien
      presenta un escotoma sí percibe su realidad; sin
      embargo, no tiene conciencia
      de lo percibido, esta percepción queda oscurecida o a la
      sombra; vale decir que éste es un problema de conciencia, no de visión.

      Ahora bien, ¿qué sentido tiene iniciar
      el presente trabajo con esta breve disgresión? Para
      responder a esta pregunta conviene manifestar que muchos de
      quienes no adolecemos de alguna deficiencia física o
      intelectual carecemos, de manera no poco frecuente, de la
      conciencia
      de la serie de implicaciones de carácter
      psicológico, tanto para el propio menor como para sus
      familiares, que acarrea la existencia de tales deficiencias;
      desconocemos el conjunto de recursos
      (tanto de naturaleza
      psicológica como pedagógica, no dando por
      descontados los de carácter médico y
      económico) que se requieren para superar, de la mejor
      manera posible, las desventajas que conlleva en la vida (en
      su sentido semántico más amplio) una
      deficiencia física o
      intelectual, cualquiera que esta sea. Tendemos, casi
      inercialmente, a escotomizar una realidad
      inocultable.

      En esta hora, bastante próxima al fin del
      siglo XX y al nacimiento de una nueva centuria, el siglo XXI,
      resulta casi imposible no percatarse de que tal realidad
      existe y que, a su vez, es necesario promover y organizar
      responsablemente una serie de acciones,
      actividades y tareas que permitan consolidar un sistema
      compensatorio en los diferentes aspectos de la vida de tales
      personas, de modo tal que se propugne el propiciar acciones
      tendentes a elevar su calidad de
      vida y su participación plena en la vida
      sociocultural de su comunidad.

      Lo antes dicho viene a colación en virtud de
      que ya hace una década que se realizó el
      1er Congreso Nacional sobre Defectos al
      Nacimiento
      , convocado por GEN y, desde ese entonces,
      se omitió la reflexión sobre este punto;
      ignorando nosotros si ello se debió a un proceso de
      demarcación o fue consecuencia de un simple
      escotoma o, en el mejor de los casos, fue consecuencia
      de que se le consideró un asunto, por lo demás,
      obvio.

      Al margen de ello, debemos señalar que uno de
      los problemas
      que ha preocupado a diversos sectores sociales en nuestra
      nación es el que se refiere a la calidad del
      mundo (tanto en su sentido económico, político
      y social así como ambiental o ecológico) que
      heredaremos a las futuras generaciones. Es decir, una de las
      interrogantes que asaltan a quienes no se contentan con vivir
      en el mundo tal cual está organizado se manifiesta de
      esta manera: ¿Qué mundo vamos a dejar a
      nuestros hijos?

      En la búsqueda de respuestas a esta
      última pregunta se han realizado un conjunto de
      acciones
      de naturaleza
      política, económica, social o
      ecológica que tienden a dominar los intereses
      generales.

      Ahora bien, poco a poco, casi sin percatarnos de
      ello, pudiera decirse que de manera subrepticia, se nos
      aproxima una segunda cuestión: En el umbral que separa
      al siglo XX del XXI es necesario aclarar, no sólo el
      modelo
      económico y político a seguir o el entorno
      ecológico deseable; no únicamente se requiere
      responder a la cuestión de ¿qué mundo
      vamos a dejar a nuestros hijos? De la misma manera, y
      ocupando un lugar cimero, es perentorio definir qué
      tipo de país se quiere construir y, más
      particularmente, qué tipo de hombre
      esperamos tener para la próxima centuria.

      Traducida esta cuestión a manera de pregunta
      similar a la que hubimos planteado en el punto precedente
      podemos inquirir: ¿qué seres humanos dejaremos
      en nuestro mundo?

      Resulta perfectamente obvio que el hombre
      del siglo XXI aún no existe; luego entonces, podemos
      preguntarnos también: ¿De dónde
      procederá éste? Pese a que la afirmación
      dirigida al punto de que la infancia
      es el abrevadero de los hombres no existentes parezca algo
      así como una verdad de perogrullo, resulta, sin
      embargo, irrefutable que los niños de ahora conforman
      el substrato a partir del cual devendrán los futuros
      ciudadanos. Claro es que el niño no es un adulto en
      miniatura que espera sólo el tiempo para
      madurar e inflarse, cual si fuese un globo, y obtener
      así las cualidades de hombre
      adulto; sin embargo, el pequeño resulta ser el punto
      de partida en la construcción del hombre,
      como posibilidad de ser… No como el resultado de un mensaje
      impreso en la estructura
      cromosómica o genotípica del recién
      nacido; no como producto
      de la pura herencia.

      Lo antes dicho no puede ser de tal modo, puesto que
      si nos preguntásemos, por ejemplo: ¿Por
      qué los gemelos monocigóticos, teniendo la
      misma información genética y viviendo en el mismo
      ambiente
      familiar, no tienen una personalidad idéntica? Tal vez, al
      reflexionar, pudiérase considerar que es por la
      razón de que la
      personalidad no es producto
      de la herencia
      biológica, sino de un proceso de
      construcción sociocultural a
      través de la interactividad en el marco de las
      relaciones sociales, que los pequeños establecen con
      su entorno.

      Si el hombre,
      como tal, no existe en potencia
      en el niño, nos es dable considerar que éste
      (el hombre)
      será un resultado que emerge del proceso de
      construcción en la actividad de
      aquél (el niño). El conjunto de acciones e
      interacciones con los grupos
      sociales (como pueden ser la
      familia, la escuela, o
      cualquier otro grupo),
      con la experiencia social e histórica construida a lo
      largo de generaciones (por ejemplo la lengua,
      los
      valores éticos, morales y estéticos, etc.)
      y con los individuos más experimentados que el mismo
      niño (los adultos y los compañeros más
      hábiles), serán la fuente de donde provengan
      los elementos que constituyan al hombre
      adulto.

      Derivado de lo que se acaba de exponer en el
      párrafo anterior, resulta que la actividad que
      realicemos los adultos de hoy (sobre todo la que promuevan
      los dirigentes y responsables de la orientación de la
      vida económica, política, social, cultural y
      educativa), la que promovamos las personas y Estados
      contemporáneos, será determinante para la
      proyección del hombre del
      próximo siglo.

      Por tanto, y en virtud de todo lo expresado en los
      párrafos precedentes, con el propósito de
      presentar una serie de reflexiones sobre este tópico,
      desde la trinchera misma de la denominada discapacidad (sea como portador de ella o como
      familiar de un portador o como padre de un recuerdo que
      quedó en eso por un problema al nacimiento) y de la
      profesión de psicólogo, trataré de
      aportar un pequeño grano de arena.

    2. PRESENTACIÓN
    3. EL NACIMENTO DE UN NUEVO SER

    Siempre será algo asombroso el nacimiento de un
    nuevo ser. El hecho mismo de procrear y mantener viva la certeza
    de la continuidad de nuestra especie, de nuestra sociedad y de un
    mundo cada vez más habitable para las nuevas generaciones
    torna ese fenómeno en un acontecimiento que merece toda
    nuestra preocupación.

    El proceso de la
    génesis y desarrollo de
    una nuevo ser, naturalmente, no es un hecho exclusivamente de
    naturaleza
    biológica, pese a nuestra visión cartesiana y
    positiva de la realidad. La atención de tal proceso, en
    consecuencia, no debe reducirse a cuestiones de índole
    bioquímica, cromosómica,
    anatómica o fisiológica; sino que, de la misma
    manera, debiera considerar otros factores, también
    relevantes para un desarrollo
    armónico del ser humano.

    Como hubiera señalado Lev. S. Vigotski, hace ya
    más de seis décadas

    Para explicar las formas más complejas de la
    vida consciente del hombre es imprescindible salir de los
    límites del organismo, buscar los orígenes de
    esta vida (…) no en las profundidades del cerebro ni en
    las alturas del espíritu, sino en las condiciones
    externas de la vida social, en las formas
    histórico-sociales de la existencia del
    hombre.

    En virtud de ello resulta conveniente tomar en cuenta
    otra serie de aspectos que son imprescindibles en cualesquiera
    reflexión sobre la temática que aquí nos
    ocupa, es necesario considerar el conjunto de condiciones que
    enmarcan el origen y el desarrollo de
    un nuevo ser; es imprescindible darse cuenta que el niño,
    bajo ninguna circunstancia, ni siquiera la de los denominados
    homo sapiens ferus (niños salvajes o ferales), es
    una ínsula eterna y solipsista. Tan sólo considerar
    el hecho de que la procreación de un nuevo ser requiere el
    contacto, y no sólo fisiológico, de los portadores
    de los gérmenes sexuales y, posteriormente, imaginar el
    desarrollo
    embriofetal del mismo nos demanda
    representarnos, por lo menos, la posibilidad real de que dicho
    desarrollo
    requiere la existencia, no únicamente biológica, de
    su madre y que ésta tampoco es una isla marginada de otros
    elementos; posteriormente, evocar el nacimiento del bebé,
    sea éste con partera o en hospital y su ulterior acogida
    en el seno familiar, etc., evidencia, de manera inobjetable, que
    la tesis referida
    de L. S. Vigotski, es tan actual que no podemos eludirla so
    riesgo de
    equivocar y sesgar el análisis.

    En este sentido, es sabido que la psicología
    científica contemporánea acepta el hecho
    contundente de que las personas, sin excepción alguna,
    construyen representaciones de la realidad y que utilizan sus
    procesos
    cognitivos para interpretar situaciones, predecir y comprender el
    comportamiento
    de otras personas y planificar el suyo propio. Esto supone
    aceptar que el psiquismo no es, como creyeron los defensores del
    Procesamiento Humano de la Información, un mero sistema de
    procesamiento de información, sino que además: "El
    Psiquismo es un sistema de
    procesamiento de la información que adquiere significado dentro
    de una interacción social, o si se prefiere, en presencia
    de otros psiquismos. No es una propiedad que
    se pueda aplicar a cualquier materia, sino
    que sólo se puede aplicar a una materia
    organizada socialmente" (Seoane, 1985). En síntesis,
    nuestro sistema cognitivo
    no es sólo un dispositivo epistémico de
    interpretación de la realidad, sino también un
    sistema eferente,
    por decirlo de alguna manera, de planificación y control de
    nuestra acción.

    Ahora bien, ¿A qué viene esta densa
    consideración? Veamos con un poco de detalle: Si
    recuperamos el epígrafe con el cual hemos decidido iniciar
    nuestro trabajo, observaremos que Kenzaburo Oé (1995),
    pone el dedo en la llaga; pese a que el autor referido,
    galardonado con el premio Nobel de Literatura en el año
    de 1994, lo hace explícito en toda su obra literaria
    (novelas), este
    contenido se debe a un ejercicio de reflexión derivado del
    nacimiento de su hijo con un defecto al nacimiento. Pero dejemos
    que sea el mismo Oé quien nos guíe por el sendero
    de las profundidades de la conflictiva psicológica que
    deriva de saber que ha nacido un hijo con una malformación
    congénita mayor o con un defecto.

    "Sonó el teléfono, Bird despertó…
    Levantó el auricular y una voz masculina, sin más,
    le preguntó su nombre. Luego dijo:

    • Venga inmediatamente al hospital. Hay ciertas
      anomalías en el bebé… Tenemos que hablar
      (…)
    • Soy el padre- dijo con voz ronca, (ya en el hospital)
      (…)
    • Soy el padre, repitió Bird irritado. La voz
      denotaba que se sentía amenazado.
    • ¿Quiere ver la
      cosa
      antes? Preguntó el director
      del hospital.
    • ¿El bebé está muerto?
      Preguntó Bird.
    • Claro que no -dijo el director del hospital- De
      momento tiene la voz fuerte y movimientos vigorosos (…) Pues
      bien, ¿Quiere usted ver la
      cosa
      ?
    • ¿Podría informarme antes por favor?
      Dijo Bird con voz cada vez más atemorizada. En su mente,
      las palabras del director le inspiraban
      repulsión: la
      cosa
      .
    • Quizá tenga usted razón. Cuando se lo
      ve por primera vez, resulta chocante. Yo mismo me
      sorprendí cuando salió.
    • ¿Qué es lo que resulta tan
      sorprendente? … (Reviró Bird) … ¿Se refiere a
      la apariencia, al aspecto que tiene?
    • En absoluto. Tan sólo
      parece que tuviera dos cabezas
      .
      ¿Quiere verle ahora?
    • Pero en términos médicos,
      titubeó Bird.
    • Lo llamamos hernia
      cerebral
      . (Remató el
      director del hospital).
    • Hernia cerebral, repitió Bird,
      ¿Hay alguna esperanza de que se
      desarrolle con normalidad
      ? Preguntó
      aturdido.
    • ¡Con normalidad! La voz del director del
      hospital se elevó como si se hubiera enfadado,
      ¡Estamos hablando de una hernia
      cerebral Se podría abrir el cráneo y meter dentro
      del cerebro lo que
      parece ser otro cerebro, pero
      incluso así, y con suerte, sólo
      conseguiríamos una especie de ser humano
      vegetal
      . ¿A qué se refiere
      usted al decir normalidad? El Director movió la cabeza y
      miró a los doctores jóvenes como consternado ante
      la insensatez de Bird…
    • ¿Morirá en
      seguida
      ? Preguntó Bird.
    • No apresure los acontecimientos. Tal vez
      mañana. O quizá no tan pronto. Es un crío
      muy vigoroso… Pues bien ¿Qué quiere usted
      hacer?
    • …¿Qué debería hacer?
      ¿Hincarse de rodillas y llorar a gritos?
    • Si usted lo acepta, puedo hacer que trasladen al
      bebé al Hospital de la Universidad
      Nacional…
    • Si no hay otra alternativa…
    • Ninguna otra, cortó el director, pero le
      quedará la satisfacción de que hizo todo lo
      posible.
    • ¿No podríamos dejarlo
      aquí?
    • Imposible, se trata de una hernia
      cerebral…
    • Lo llevaremos al otro hospital, afirmó Bird
      (…) Gracias." (Oé, 1989) (Subrayados
      míos).

    Lo que se presenta con una claridad meridiana por
    Oé merece una reflexión dual. Por una parte, la que
    respecta al proceso de elaboración de una
    explicación, tanto cognitiva como emocional, del evento al
    que se enfrentan, en este caso los padres, para poder
    determinar una serie de decisiones y orientar su actividad en
    consecuencia y, por la otra, la que se expresa a través
    del discurso
    explicativo del cuerpo médico que, conscientemente o no,
    intencionalmente o no, acarrea una serie de consecuencias
    imprevisibles tanto para el menor en cuestión como para su
    familia como
    sistema.

    Abordemos para comenzar la primera vertiente. Es
    importante considerar, como principio de jure, que desde
    antes de su nacimiento, pero más claramente desde el
    preciso momento en que nace, el niño o niña vive en
    un mundo sociocultural. Llega al mundo con un sistema
    anatomofisiológico complejo que le permite, desde sus
    orígenes y de manera básica, sobrevivir; sin
    embargo, ni siquiera le sirven estos sin las demás
    personas… El niño se encuentra desde el principio, de
    manera ineludible, inserto en un mundo de relaciones; sin los
    otros no tiene posibilidad alguna de sobrevivir, ni mucho menos
    de humanizarse (Schaffer, 1989).

    Ahora bien, los otros no son entelequias vagando
    etéreamente, son seres materiales que
    poseen una serie de aspectos subjetivos dentro de los cuales cabe
    destacar las expectativas, los intereses, las creencias, los valores
    entre otros contenidos de la subjetividad específica del
    ser humano. Esta especificidad es la que le permite no
    sólo la posesión de una representación de
    cuanto acontece a su alrededor, sino también, como ya se
    expresó, la toma de las decisiones relacionadas con la
    orientación de la actividad en su contexto
    sociocultural.

    Si evocamos los dos fragmentos de la obra literaria de
    Oé, no nos cabrá duda alguna respecto a las
    implicaciones que acarrea el hecho de ser familiar, y sobre todo
    padre o madre, de una persona con
    algún signo de discapacidad y,
    más particularmente, de un menor que ha tenido un defecto
    al nacimiento.

    La experiencia psicológica sobre los eventos de
    naturaleza
    traumática evidencia el hecho de que cuando una persona sufre un
    accidente o una enfermedad que probabiliza alguna discapacidad, al
    principio pasa por una fase que pudiera denominarse como
    <fase de
    conmoción
    >, caracterizada por una
    especie de estupor, desconcierto, marasmo, obnubilación,
    abulia, apatía e introversión; sigue a ésta
    una <fase de
    rechazo
    >, caracterizada por la
    expresión de un mecanismo de defensa del yo contra la
    ansiedad, contra la angustia, contra la incertidumbre… esto
    puede observarse a través de un proceso de
    negación,
    <escotomización>
    o negligencia de corte anosognósica. Más tarde,
    durante el proceso de elaboración de la aceptación,
    se atraviesa por una <fase de
    confusión
    >, caracterizada por la
    cólera y la depresión;
    una <fase de
    esfuerzo
    >, en la cual se busca una
    solución al problema y, finalmente, se llega a la
    <fase de
    aceptación
    > en la cual se ha
    asumido que la condición que se enfrenta constituye parte
    íntegra de su identidad
    (Oé, 1998 b).

    Ahora bien, en el caso donde la persona afectada
    es un menor que ha nacido con diversas dificultades que le
    probabilizan una discapacidad, no
    es éste, sino sus familiares quienes deben pasar de la
    <fase de
    conmoción
    > a la
    <fase de
    aceptación
    > de la condición
    de su hijo. A partir de esta aceptación entonces es
    posible propiciar un proceso de desarrollo, con calidad de
    vida, de tal niño o niña.

    Vale recordar que con anterioridad la discapacidad era
    identificada como "enfermedad a curar", o bien como "enfermedad
    incurable" que era necesario asistir con internamiento en
    "establecimientos-ghetto" (Sorrentino, 1990). En la actualidad,
    para brindar atención a quienes adolecen de alguna
    discapacidad se está buscando un equilibrio
    entre enfoques opuestos, intentando no negar la diversidad y
    rechazando visiones sectoriales y exageradamente tecnicistas de
    la discapacidad. El logro de una integración de la persona con
    discapacidad en la trama social ha permitido valorar los problemas con
    actitudes
    más justas.

    La OMS, al definir la deficiencia como una
    desventaja que impide al sujeto portador
    desempeñar el rol y satisfacer las expectativas
    correspondientes a su sexo, a su
    edad y a su condición social dentro del grupo de
    pertenencia
    , propicia la reflexión de
    la problemática en torno a las
    expectativas que se tienen dentro de determinados grupos
    sociales o a la condición social misma o,
    además, al rol asignado a los menores dentro de nuestro
    entorno sociocultural.

    La deficiencia física y/o
    psíquica debida a la lesión orgánica es un
    dato extraño para el sistema familiar, éste tiende
    a soportarlo como una agresión del destino y, por tanto,
    suele ser acompañado de intensos sentimientos de rechazo o
    rebelión. Esa percepción
    de singularidad es rápidamente asumida como propia por el
    menor con algún signo de discapacidad, el cual se
    encuentra considerando como indeseable una parte de sí
    mismo.

    Por sus requerimientos, la atención de sus
    necesidades especiales, derivadas de la
    deficiencia, así como la atención educativa de las
    necesidades educativas especiales, si las hubiere en virtud de
    que éstas no derivan de aquéllas, desafía
    las creencias sociales y, sin embargo, se expresa e interviene en
    la vida del sujeto como un hecho altamente
    significativo.

    Ambos acontecimientos, deficiencia y atención de
    las necesidades especiales derivadas de la
    deficiencia o atención de las necesidades educativas
    especiales, condicionan los comportamientos de las personas
    implicadas: parientes, médicos, terapeutas, docentes y
    profesionales que intervienen durante el proceso de
    atención.

    Generalmente la deficiencia es considerada una
    desventaja específica de un sujeto a quien se trata, se
    somete a terapia, se rehabilita y se asiste en calidad de tal.
    Casi nunca se piensa en ella como en un acontecimiento que
    desencadena reacciones y adaptaciones interconectadas, de amplio
    espectro, que van más allá del déficit y del
    sujeto que lo muestra

    Los valores
    fundamentales por los que se rige la convivencia social son
    puestos en crisis por la
    realidad de la deficiencia; la igualdad de
    los derechos de los
    ciudadanos, la igualdad de
    oportunidades para una vida digna y con calidad, el
    derecho a la educación, al
    trabajo, a la autonomía y a la salud se ven duramente
    desafiados por esta realidad (Sorrentino, 1990).

    El menor que presenta algún signo de discapacidad
    es una presencia problemática: por un lado, es una
    persona con
    plenos derechos y,
    por el otro, se aparta de las expectativas sociales hasta el
    punto de parecer extraño y diferente.

    Las actitudes
    más comunes que suelen adoptarse para superar la
    ambivalencia de estas percepciones son considerar al individuo
    inhábil como un enfermo a cuidar o, bien, considerarlo un
    eterno niño. Lo primero significa delegar
    implícitamente en los ciudadanos la tarea de eliminar las
    diferencias y, como esto no se logra, relegar al sujeto
    disminuido a un área de la exclusiva competencia de
    los técnicos, al margen de la trama social. En cambio,
    considerar al individuo como un eterno niño significa
    postergar para un mañana incierto el momento
    difícil de enfrentarnos con él como un miembro
    efectivo de la comunidad
    social.

    Como puede derivarse de lo expuesto hasta aquí,
    todo parece confabular contra el menor y contra sus familiares,
    pues las certezas, expectativas y creencias de estos
    últimos se desvanecen y se rompen en pedazos, generando
    ello una conflictiva que, generalmente, es adversa al desarrollo
    integral del niño o niña.

    Para facilitar el proceso de elaboración de una
    aceptación de la realidad y de sus posibilidades de
    expresión humanizada es imprescindible considerar el
    papel que
    juega tanto la actitud como
    la información y orientación que los
    diversos profesionales brindan a los familiares, sobremanera los
    médicos, quienes son los primeros, con harta probabilidad y
    frecuencia, que abordan esta situación.

    Naturalmente que en este momento estamos abordando la
    segunda perspectiva analítica derivada de la
    reflexión, sugerida apenas, por Oé; pero dejemos
    que el mismo autor nos describa:

    "- Es un caso muy raro, sin duda alguna.
    También para mí es la primera vez.
    -reafirmó…

    • ¿Es usted especialista en enfermedades cerebrales?
      –Preguntó Bird.
    • Soy obstetra. En nuestro hospital no hay
      especialistas en cerebro. Pero
      los síntomas son clarísimos: una hernia cerebral,
      sin la menor duda… Soy obstetra pero me considero afortunado
      de haber encontrado un caso así… Espero poder
      presenciar la autopsia. Dará su consentimiento para la
      autopsia ¿no? Probablemente en este momento le apene
      hablar de autopsia, pero, en fin, mírelo desde este
      punto de vista; el progreso de la medicina es
      acumulativo. La autopsia de su hijo puede permitirnos saber lo
      necesario para salvar al próximo bebé con hernia
      cerebral. Además, si me permite ser sincero, creo que el
      bebé estará mejor muerto y lo mismo les
      ocurrirá a usted y su mujer.
      Algunas personas son extrañamente optimistas en este
      tipo de casos, pero créame, cuanto antes muera el
      niño mejor para todos…
    • Me pregunto si sufrirá.
    • ¿Quién?
    • El bebé.
    • Depende de lo que usted entienda por sufrimiento.
      Quiero decir que el bebé no ve ni oye ni huele. Y
      apuesto a que los nervios del dolor tampoco le funcionan. Es
      como (…) ¿lo recuerda? una especie de vegetal.
      ¿Usted cree que los vegetales sufren?" (Oé,
      1989).

    Parece pertinente suspender el elocuente diálogo
    entre un obstetra y un padre de familia que acaba
    de ser enterado de que su hijo ha nacido con un defecto
    congénito. ¡Ah!, podrán decir algunos de
    quienes escuchan: desde luego que el novelista exagera un hecho
    más que infrecuente. Subrayo que Oé narra su
    experiencia con los médicos que le informaron de la
    situación de su hijo y, se me olvidaba decir, en
    Japón, ¡uf! Bastante lejos de nuestro continente, de
    nuestro país y, desde luego, de nuestra práctica
    médica y vida hospitalaria.

    Sin embargo, si reflexionáramos sobre este hecho
    narrativo y su posible objetividad, pudiésemos percatarnos
    de que no es excepcional encontrar este tipo de actitudes
    dentro de los hospitales; por lo menos, en mi experiencia,
    personalmente lo he vivido tres ocasiones. La primera, cuando,
    hace aproximadamente 30 años, al nacer un hermano con
    hipoxia, prematurez, hipotrofia y dos o tres insuficiencias
    más, los médicos, categóricos, dijeron a mi
    madre: Su hijo no vive más de dos hora, y si acaso lo
    lograra, no pasa de 72 horas y, de pasarlas, seguramente muere
    antes del mes; pero, por si acaso, lograra sobrevivir,
    quedará como un vegetal. Debo manifestar que el vegetal en
    cuestión tiene un diagnóstico de deficiencia intelectual y,
    sin embargo, tiene 30 años, estudios terminados de
    secundaria, un nivel de cultura
    general de bachillerato y que trabaja en la Secretaría de
    Educación
    Pública

    La segunda ocasión fue con el nacimiento de mi
    hijo varón; un grupo de tres
    médicos, el obstetra, el neonatólogo y el pediatra
    nos informaron a mi esposa y a mí, que nuestro hijo
    había presentado una serie de dificultades al nacer y que
    en consecuencia sólo podíamos esperar su muerte y, en
    el mejor de los casos, si sobrevive, no caminaría ni
    hablaría; sería como un vegetal. Debo decir que el
    vegetal en cuestión, camina, habla, estudia el quinto
    grado de primaria, tiene diez años y hasta ahora no
    percibo problema alguno relacionado con este hecho.

    Finalmente, la tercer ocasión, con motivo del
    nacimiento de mi hija. Ésta nació con una
    Malformación Congénita Mayor, falleció
    después de ocho meses de estancia hospitalaria a partir de
    su nacimiento; sin embargo desde ese momento se nos dijo: no
    vivirá más de 72 horas; el psicólogo del
    hospital me pidió no realizar actos heróicos, que
    era más prudente dejarla en piso que enviarla a unidad de
    cuidados intensivos, pues de todas manera iba a morir y
    sufriría mucho. Entre más rápido muera mejor
    para todos.

    ¡Ya sé que son experiencias
    insólitas para una sola persona! Y sin embargo, no
    sólo son experiencias de carácter
    fenomenológico, personales, subjetivas y aleatorias;
    cuando hubimos realizado un análisis de las historias clínicas
    de los padres de familia que
    llevaban a sus hijos a escuelas de educación
    especial, con el enfoque que sustentaba a ésta antes
    de su reorientación hacia la integración educativa, mas del 75 % de los
    padres reportaban experiencias similares.

    Ahora bien, ¿qué sentido tiene narrar
    estos hechos, más allá de la posible
    conmiseración que provoque? ¿Acaso son los lamentos
    de dolor que tardan mucho en cesar? ¡De ninguna manera!
    Esta narración persigue una pregunta: ¿Lo que dice
    el cuerpo médico y de profesionales de la salud, al pretender explicar
    a los familiares un evento como el que aquí nos convoca,
    tiene alguna consecuencia sobre las expectativas, explicaciones y
    decisiones que los padres de familia toman
    respecto al porvenir de sus hijos? Al buscar la respuesta
    encontramos que tanto la experiencia teórica como
    fáctica de la psicología evidencia
    que ello es así. Si la respuesta es afirmativa entonces es
    conveniente volver a cuestionar: ¿El desarrollo, en
    sentido amplio, de los menores que sobreviven con secuelas
    derivadas de
    problemas al
    nacimiento es impactado de una manera significativa por la
    información que vierten los médicos y profesionales
    de la salud a los
    padres de familia? La
    respuesta, naturalmente tendría que ser afirmativa, y
    debiera serlo en virtud de que las creencias, expectativas y
    explicaciones que se elaboran en torno a los
    problemas al
    nacimiento y sus implicaciones, por parte de los padres, es
    justificada a partir de la información disponible, y
    ésta es transmitida por este cuerpo profesional. Asimismo,
    estas creencias, expectativas y explicaciones, son el substrato
    de la toma de
    decisiones de los padres en relación con lo
    concerniente a la forma de vida de estos menores
    sobrevivientes.

    Siempre, el nacimiento de un niño o niña
    se envuelve en un ambiente
    sociocultural que puede humanizar sus posibilidades de ser o que
    puede cancelarlas (Brimer y Poniatowska, 1979; Doré,
    Wagner y Brunet, 1996; Itard, 1978; Jinich, 1993; Levy y Merani,
    1958; Luria, 1973, 1979; Oé, 1989, 1997, 1998 a, 1998 b;
    Peguero, 1997; Sacks, 1987, 1990 a, 1990 b, 1994, 1995, 1997;
    Séve, 1994; Sorrentino, 1990; Vigotsky,
    1995, 1997).

    3 LA VIDA SIGUE SU CURSO. A MODO DE
    CONCLUSIÓN

    Con base en todo lo que se ha expresado en el apartado
    anterior resulta evidente que es imprescindible replantear el
    enfoque con el cual se ha pretendido abordar la
    problemática objeto de la presente
    reunión.

    Dicho de una manera contundente y directa,
    pudiérase presentar el siguiente corolario: El
    fenómeno de los problemas al nacimiento, más que
    ser abordado desde una perspectiva cartesiana y clínico
    biológica, debe atenderse con un enfoque sociocultural que
    devuelva las posibilidades de su prevención,
    atención y humanización de la sobrevivencia de los
    menores, con la perspectiva de su integración sociocultural a las condiciones
    de vida que cualesquiera otro menor afronta
    .

    Empero, expliquémonos con cierta
    precisión: En principio, el abordaje de esta
    fenomenología debe considerar, naturalmente, la vertiente
    médica; ello en virtud de que ésta posee los
    recursos
    teórico-metodológicos pertinentes para abordar un
    conjunto de aspectos que requieren ser atendidos sin demora,
    tanto en el terreno de la prevención, como de la
    atención al embarazo,
    parto,
    desarrollo y el conjunto de necesidades especiales que derivan de
    la discapacidad y que corresponde al cuerpo médico
    abordar. Ahora bien, como se ha hecho evidente con los ejemplos
    que se han vertido en esta presentación, es
    imprescindible, asimismo, tomar conciencia del
    impacto que la información que da el cuerpo de
    profesionales de la salud tiene en los
    familiares de los menores que sobreviven a los problemas al
    nacimiento y asumir una actitud de
    mayor cautela y responsabilidad, con respeto, dado
    que, con base en las fuentes
    informativas derivadas de los
    primeros, los segundos deciden una serie de acciones y
    determinaciones respecto a la dinámica futura de su hija o hijo y, en
    muchos de los casos, de la dinámica familiar como sistema.

    En segunda instancia, es imprescindible reconocer que el
    cuerpo médico hospitalario no agota las posibilidades de
    humanización de las condiciones materiales de
    existencia de los menores que sobreviven a los problemas al
    nacimiento; para elevar la calidad de
    vida de estos y de sus familias. Es de vital importancia, por
    ello, que cuerpos paramédicos o paraclínicos
    inicien programas de
    intervención temprana dirigidos a los menores
    sobrevivientes y sus familiares, con el propósito de
    propiciar condiciones que permitan prevenir, hasta donde ello sea
    posible, secuelas que favorezcan alguna discapacidad. Cuando pese
    a lo antedicho se presentan secuelas que favorecen alguna
    discapacidad y derivan de ésta una serie de necesidades
    especiales, también se recomienda su atención por
    estos profesionales.

    Asimismo, es importante que los profesionales de la
    salud mental
    asuman su responsabilidad y participen en torno a esta
    problemática con miras a fortalecer el trabajo
    médico y paramédico, tanto en el terreno de la vida
    hospitalaria como en el de la dinámica terapéutico
    rehabilitatoria.

    Finalmente, no es posible omitir la responsabilidad, también fundamental, que
    los profesionales de la educación, docentes y
    paradocentes, adscritos al Sistema Educativo Nacional, tienen con
    respecto a estos niños; ello en virtud de que es
    imprescindible asegurar una serie de acciones que propicien el
    ejercicio pleno del derecho a la educación de estos
    menores y su integración, tanto educativa como escolar,
    a la educación básica.

    Solamente de esta manera será posible, más
    que evitar la discriminación de tales infantes en virtud
    de sus condiciones o características personales, propiciar su
    inclusión, en condiciones de equidad, en la dinámica de la vida que cualquier habitante
    de nuestro país debiera vivir.

    Muchas Gracias.

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    Autor:

    J. Enrique Alvarez A.

    satc[arroba]sep.gob.mx

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