"La vorágine" de J. E.
Rivera
y el instinto.
"Pedro Páramo" de Juan
Rulfo
y la magia.
"El túnel" de Ernesto
Sábato
y la razón.
El tema del descenso a los infiernos, la
autodestrucción, la degradación del individuo,
física y
moral, es muy
recurrente, tanto en literatura, como en las
artes en general. Se podría hacer una lista inacabable de
obras que lo tienen como tema central o secundario, y
tipificarlas en las diferentes variantes expositivas y de
contenido. Las tres novelas objeto de
éste análisis serian representativas de forma
muy clara de la primera gran clasificación que
podría iniciar la supuesta tipología: "La
Vorágine", la novela del
instinto, "Pedro Páramo" la novela del
espíritu, "El túnel", la novela de la
razón. Es decir, las tres tienen en común el
sumergir al lector en un mundo gobernado, casi con exclusividad,
por uno de estos tres centros de la condición humana.
Dentro de este marco se desencadena una lucha violenta, en la que
los protagonistas masculinos son detonantes, los personajes
femeninos son víctimas o verdugos y el desenlace es de
destrucción absoluta.
Esta madeja, que constituye cada novela, envuelve
a un personaje-narrador que narra en primera persona sus
vivencias (en "Pedro Páramo" hay una alternancia con otra
voz narrativa en tercera persona, en el
marco de la cual aparece el personaje de Pedro Páramo,
quien tendrá un papel muy
importante en la degradación expuesta en la novela). Estos
personajes narran de forma subjetiva una realidad que se les
escapa y en éste descontrol está el camino hacia la
autodestrucción. Los tres toman en algún momento
conciencia del
proceso que
están viviendo pero no tienen la capacidad de evitar el
final fatal. Los protagonistas son hombres y las mujeres
tendrán un papel
significativo en ése camino hacia el infierno; como
también lo tendrá la violencia, una
violencia
inherente a la condición humana, con la muerte
siempre presente. Aunque en las tres novelas su
tratamiento será muy diferente en relación con esos
tres tipos de mundo que describen: en "La vorágine" la
violencia
surge del mundo salvaje y bárbaro de la selva, como
también nace en el interior instintivo del protagonista
que él descontrola; en "Pedro Páramo" la violencia
forma parte de la idiosincrasia de un pueblo y de su forma de
vida, está arraigada en el espíritu de cada
individuo y de la sociedad entera,
es mito; en "El
túnel" la violencia nace del mal uso de la razón y
de la incapacidad de entender a través del
espíritu.
Asimismo, tanto José Eustasio Rivera, como
Juan Rulfo,
como Ernesto Sábato han tenido la intención de
reflejar una realidad social. "La vorágine" refleja las
condiciones infrahumanas en que viven los obreros de las
caucherias del Amazonas. "Pedro Páramo" simboliza cierta
orfandad, cierta humillación y cierta sumisión del
pueblo mejicano. "El túnel" es hipérbole de cierta
esquizofrenia
que vive la sociedad
desarrollada y descreída del siglo XX, donde la
razón prevalece sobre todas las cosas, y la lectura
espiritual se ha dejado a parte (María Zambrano
diría que la sociedad
contemporánea es huérfana de la fe). El proceso que
viven los protagonistas se convierte en metáfora de estas
situaciones sociales. Así pues podemos hablar de dos
niveles de degradación: el personal y el
colectivo o social. En las tres novelas,
éste segundo nivel tendrá más o menos
importancia; de la misma forma, a pesar de la clara
tipología citada inicialmente, a pesar de que cada una de
las novelas muestran
el reino de lo primario, el reino del mito y el
reino de la lógica,
respectivamente, en cada una de ellas, como en la realidad, los
otros dos reinos también tendrán su espacio. Estos
mundos tienen un marco geográfico concreto, en
absoluto escogido al azar: la selva, el medio rural, el medio
urbano.
Cada uno de los cuatro protagonistas de la novela es
huérfano a su manera (siguiendo la tradición de
la Odisea). Al
mismo tiempo que cada
uno de ellos busca sus orígenes, su lugar en el mundo,
también sigue un consecuente viaje de crecimiento
interior, pero no tiene en cuenta alguno de los tres elementos de
la condición humana y eso le pierde.
- Arturo Cova, el protagonista de "La vorágine",
viaja hacia el interior de la selva en la búsqueda de
gloria, pero también en la búsqueda del padre,
del mentor y guía; se siente perdido. En la novela se
muestra el
mundo interior y la particular percepción de los hechos narrados por
parte de Cova, un ser excesivamente idealista y con una
escala de
valores
desproporcionada, que en su búsqueda de gloria fracasa
hasta ser «devorado por la selva». Cova no puede
«leer» lo que éste mundo de lo instintivo
ofrece, porque está atrapado en su particular mundo de
lo ideal (para luego ir traspasando al mundo de la locura). Cae
una y otra vez en las trampas del instinto, pero incluso en su
relación con diversas mujeres idealiza sus experiencias,
las deforma, las exagera, las desvirtúa. - Juan Pablo Castel, el protagonista de "El
túnel", es huérfano de la fe, del mito, del
espíritu; está encerrado en el túnel de su
raciocinio y es incapaz de comunicación, incapaz de amar a
María. Es el personaje donde la dualidad interna es
más evidente, es un esquizofrénico que ha
separado su razón del resto de su persona;
ésta es la que gobierna y no hace caso ni al instinto
ni, sobretodo al espíritu. Castel será un loco de
principio a fin, encerrado primero psicológicamente,
para acabar encerrado físicamente. - Juan Preciado y Pedro Páramo son los
protagonistas de "Pedro Páramo". Se podría decir
que esta novela es
diferente a las otras por el echo de que su enorme
ambigüedad y simbolismo dificulta la conclusión de
un sentido claro de la novela. Pero a
su vez, toda esa irrealidad y toda esa magia, y los continuos
cambios del mundo de la muerte al
mundo de los recuerdos, contribuirán ha establecer
ése reino de lo espiritual, tan difícil de
materializar. El primer personaje viaja literalmente en busca
de su padre, a quien no ha conocido y lo que encuentra es
muerte. El
segundo, su padre, que se mueve en el mundo de los recuerdos es
un prepotente terrateniente que destruirá Comala, su
mundo, a causa de la profunda tristeza que le produce su
única impotencia: el amor de
Susana San Juan. Aquí el mito es el
patrón que rige los hechos: el mito que
Susana supone para Pedro Páramo provocará la
destrucción de Comala; el mito que la madre de Juan
Preciado crea en torno a su
padre, Pedro Páramo, provoca la destrucción de
Juan Preciado; la ilusión es la que ha movido los pasos
de cada uno de los personajes de la novela.
Las tres novelas tienen
una estructura muy
abierta: el lector goza de cierta libertad de
movimiento
dentro del mundo que evocan y se le delega el papel de
interpretar el sentido, de entender lo que los protagonistas no
entienden. Cada una de ellas relaciona la forma con el contenido.
Se podría decir que la primera novela es la más
realista, o la más convencional; sigue unos patrones
considerablemente próximos al modernismo y
sus categorías narrativas son relativamente sencillas. En
"La vorágine" ya hay suficiente vorágine como para
complicar la lectura. De
la misma forma, "Pedro Páramo" es una novela
mágica, donde aparentemente nada es convencional ni
realista; su estructura
entrelaza dos historias de naturaleza
mítica, íntimamente relacionadas; lo que, sumando
el estilo sobrio del texto, sumerge
al lector en lo más hondo de la espiritualidad. Es
éste un mundo en absoluto comprensible bajo la lógica
racional y por éste motivo el lector queda bastante
desorientado durante la mayor parte de la lectura. La
tercera novela, "El túnel", es un texto de
razones, de indagaciones, de reflexiones desmedidas, es el
monologo interior de un ser gobernado y traicionado por su
razón, por su lógica
aplastante.
Como ya se ha dicho, en cada una de las novelas
prevalece uno de los tres elementos de la condición humana
(el instinto, el espíritu y la razón), pero los
otros dos tienen un papel
relevante. De hecho, sin los otros dos no se puede explicar uno.
Los modernistas tuvieron muy claro el recurso de enfrentar en
lucha directa y abierta las parejas de opuestos. Y es que a
menudo hay muchas cosas de las que no se puede ofrecer una
explicación racional y mucho menos explicarlas por si
solas. ¿Porqué Juan Pablo Castel es incapaz de
comunicarse con la mujer a la que
ama, quien padece de la misma forma que él?
¿Quiénes son, o qué son, los personajes con
quien se encuentra Juan Preciado en Comala? ¿Qué
fuerza
misteriosa empuja a Arturo Cova a dejarse engullir por la selva?
¿Porqué Pedro Páramo destruye
Comala?
Detrás de todas estas preguntas hay realidades
infinitamente complejas, muy poco alejadas de la realidad
cotidiana y difíciles de comunicar. La lucha de opuestos
establece un contraste óptimo para dar con ésta
comunicación. No se trata de la lucha entre
el bien y el mal, dónde la guerra deviene
espectáculo y vehículo de dogmatismo. Sí se
trata de violencia, pero una violencia inherente a la
condición humana, que se desata en el interior del
individuo, en el interior de una comunidad, la
violencia del día a día. Se trata del
enfrentamiento entre dos fuerzas que cohabitan en un mismo
espacio, y que a menudo son tan distintas que son iguales (o
viceversa); como ocurre con los tres elementos de la
condición humana, que forman parte de la misma persona, pero que
se contradicen y se complementan; que chocan y desencadenan una
lucha interna.
Se establecen en las novelas parejas de fuerzas que se
enfrentan y se necesitan al mismo tiempo; se aman
tanto que se odian tanto, se atraen y se repelen, se desean y se
rechazan (morbosidad), se necesitan. El enfrentamiento es buscado
y provocado como forma de definición a través del
contraste; no se puede explicar el uno sin el otro; a
través del confrontamiento se da la definición;
nada es nada por si solo, si no en contraste.
Esto es lo que ocurre claramente entre Arturo Cova y la
Jungla (y la mujer formando
parte de ella), en "La vorágine", y entre Juan Pablo
Castel y María Iribarne, en "El túnel". En "Pedro
Páramo", tal vez se pueda encontrar el mismo
fenómeno entre Comala y Pedro Páramo, la tierra y su
cacique; pero sobretodo se encuentra entre la Vida y la Muerte. El
viaje de crecimiento personal tantas
veces descrito en literatura, es una aventura
llena de obstáculos y de luchas con fuerzas opuestas; es
un proceso
violento en el que, a pesar de conseguir un éxito o un
fracaso, siempre se crece inevitablemente, se toma conciencia de uno
mismo. Estas tres novelas son un viaje que acaba en fracaso, pero
son sobretodo la narración de una gran batalla.
Juan Pablo Castel y María Iribarne inician una
relación amorosa cuando descubren que ambos se sienten
solos y desesperados. Ella está casada y desde el primer
momento decide no eludir sus responsabilidades para con su esposo
ciego, y manifiesta su certeza de que la relación no
será fácil. Pero, a pesar de que los celos son una
obsesión para él, esto no es la causa de la
incomunicación entre ellos. Ambos se encuentran en un
estado
emocional difícil y doloroso, por lo tanto la
relación también será difícil, pero
hay una diferencia entre ellos. María sí es capaz
de comunicarse y lo intenta con Juan Pablo, incluso toma un
papel
maternal; se podría decir que da de ella misma lo mejor
que puede dar (del que recibe queda la función de
valorarlo). Esto queda patente con la reacción del marido
ciego cuando Castel le comunica el asesinato de María y su
posterior suicidio: a pesar
de todo, hay algo en María que le compensa; justamente a
un ciego, el símbolo del sabio y el visionario. Al
contrario que María, Castel toma una actitud del
todo destructiva.
Castel descubre a alguien que sufre como él, que
es como él, y siente una atracción irreprimible.
Él es quien se lanza en su búsqueda necesariamente.
La encuentra y se reconoce en ella, pero tal vez equivoca el
grado de similitud que existe entre los dos: a pesar de su
esquizofrenia
y sus desvaríos, de su soberbia y de su orgullo, Castel se
conoce a si mismo, conoce su mezquindad, y piensa que
María es igual; la juzga con los mismos patrones que se
juzga a él. La ama y la odia porque se parece a él,
odia lo que reconoce de sí mismo en ella.
Castel no odia a María, sino que se odia a
sí mismo, o bien la odia porque se odia. Juzga y rechaza
aquello que al mismo tiempo admira y
desea. Pero él está sumido en la soberbia de la
razón (solo en su túnel) y no puede alcanzar la
humildad del espíritu, como tampoco puede alcanzar el goce
de una relación apasionada con María. Ella se
convierte en motivo de su definitiva autodestrucción:
destruyéndola a ella se destruye a si mismo. Se convierte
en una suerte de justificación o de vehículo hacia
la autodestrucción.
La crueldad, o violencia, que Castel ejerce sobre
María surge de la vertiente instintiva y espiritual de
él, que rápidamente la vertiente racional analiza,
juzga y justifica (éste desdoblamiento del personaje es
referido por él mismo en diferentes puntos de la novela).
Al mismo tiempo,
María padece en silencio e intenta reconducir las
situaciones. El capítulo XXVII, en el que juntos miran el
mar es significativo e ilustrativo, como muestran los siguientes
ejemplos:
- «El cielo, tormentoso, me hizo recordar el
del Tintoretto en el salvamento del sarraceno» en
algún lugar de su conciencia
Castel reconoce su condición de náufrago y su
posibilidad de superación. - «Yo no decía nada. Hermosos
sentimientos y sombrías ideas daban vueltas en mi
cabeza, mientras oía su voz, su maravillosa voz. Fui
cayendo en una especie de encantamiento. La caída del
sol iba encendiendo una fundición gigantesca entre las
nubes del poniente. Sentí que ese momento
mágico no se volvería a repetir nunca.
"Nunca más, nunca más" pensé, mientras
empecé a experimentar el vértigo del acantilado
y a pensar qué fácil sería arrastrarla
al abismo, conmigo.» Mientras María habla de
ellos: la doble dimensión de la psicología de
él, la admiración por ella, la
convicción de que su plena relación es
imposible y la reacción violenta hacia ella; el no la
escucha, está encerrado en si mismo, en su
túnel. - «… pero, aunque yo sabía hasta que
punto era yo mismo capaz de cosas innobles, me desolaba el
pensamiento de que también ella
podía serlo, que seguramente lo era.»
Castel juzga a María con sus mismos
patrones. - «Y un sordo deseo de precipitarme sobre ella
y destrozarla con las uñas y de apretar su cuello
hasta ahogarla y arrojarla al mar iba creciendo en
mí.» Violencia arraigada en la parte no racional
que no puede controlar. - «Me pareció que María me
había estado
haciendo una preciosa confesión y que yo, como un
estúpido, la había perdido» Solo Castel
no es comunicativo. Si se toma las últimas palabras
«yo, como un estúpido, la había
perdido» se podría deducir que no es la
confesión lo que se ha perdido, si no que ha perdido a
María. Más adelante dice: «…
también ella parecía estar
sola.» - «Después sentí que acariciaba
mi cara, como lo había hecho en otros momentos
parecidos.» A pesar de su dolor, María le ofrece
su cara más amable.
Sábato subraya nunca y seguramente
por lo que parece ser una voluntad del autor de resaltar el
equívoco de los juicios que hace Castel sobre
María. Un equívoco que vuelve a subrayarse con el
grito de ¡Insensato! del ciego al final de la
novela. La lucha entre opuestos de "El túnel", aunque se
hace tangible entre Juan Pablo y María, de hecho se da
dentro de Juan Pablo, entre las dos vertientes de su personalidad.
Lo que parecía ser la misma cosa (Juan Pablo y
María, por un lado, y Juan Pablo, por otro) resulta ser
dos cosas distintas.
En "La vorágine" se recurre a la oposición
civilización y barbarie: la lucha entre razón y
instinto; pero sobretodo se da una lucha entre el individuo y su
ambiente, la
naturaleza, la
selva y su barbarie: lo que primero son dos cosas separadas y
distintas, acabarán siendo la misma cosa:
«¡Los devoró la selva!». El reino de lo
instintivo en la naturaleza humana
está muy cerca del mundo natural y esto es lo que atrae
necesariamente a Arturo Cova hacia la selva. Pero Cova
está inmerso en su mundo ideal y no puede entender los
susurros de la jungla, ni conocer a las mujeres que ama. La
violencia surge de la naturaleza,
indomable y desbocada, que progresivamente va invadiéndolo
todo, pero también se encuentra en Arturo Cova.
El primer párrafo del relato de Arturo
Cova:
«Antes que me hubiera apasionado por mujer
alguna, jugué mi corazón
al azar y me lo ganó la Violencia. Nada supe de los
deliquios embriagadores, ni de la confidencia sentimental, ni
de la zozobra de las miradas cobardes. Más que el
enamorado, fui siempre el dominador cuyos labios no conocieron
la súplica. Con todo, ambicionaba el don divino del
amor ideal,
que me encendiera espiritualmente, para que mi alma destellara
en mi cuerpo como la llama sobre el leño que la
alimenta.»
El personaje explica su dificultad de entrar en el mundo
de los instintos pasionales, se define como autoritario y
mezquino, y revela su sentimiento de superioridad. Y sigue
confesando que a pesar de todo busca un «amor
ideal» que alimente su alma, como «la llama sobre el
leño que la alimenta»; ésta última
imagen sugiere
la idea del padre o mentor. Así pues, Cova confiesa que le
falta algo, que va en busca de algo.
Es importante la primera frase: coloca al mismo nivel la
pasión amorosa y la violencia; lo que debió ser
amor y deseo
sólo fue violencia. Arturo Cova atribuye el hecho al azar.
Se debería suponer que Cova utiliza el término azar
en el sentido tradicional y para dar alguna explicación a
lo que no entiende. En su nota, Ordoñez explica que en
Colombia se
memoriza y se cita esta primera frase de la novela. Por lo tanto,
se debe entender que ha pasado a formar parte de la cultura
colectiva; ha pasado al reino del mito por su valor
universal. Algún tipo de fuerza
desconocida une pasión y violencia hacia la fatalidad.
Sexo y
violencia se encuentran en los instintos humanos, por lo tanto
están vinculados. Lo que los une en un mismo destino fatal
es cierta incapacidad masculina para comprender a la mujer. A
partir de esta situación la mujer
reacciona de diferentes maneras, pero fácilmente se
desencadene la consabida lucha de sexos. Otra vez lucha de
opuestos.
Alicia, al igual que María Iribarne, confiesa un
amor pasado
por un primo y la imposibilidad de construir una relación.
Ambos personajes se parecen mucho: son mezquinas pero sinceras y
son víctimas de la percepción
deformada de ellos. Las dos, y junto a Susana San Juan, inician
una relación amorosa con los personajes masculinos, no
permiten que sea una relación plena, y son víctimas
de la imposición y la violencia que ellos ejercen sobre
ellas: Cova desprecia a Alicia, Páramo secuestra a Susana
y Castel asesina a María.
Tradicionalmente (estas tres novelas lo demuestran)
el hombre es
el protagonista y toma el papel activo. El hombre es
vanguardia y
estandarte dentro de la sociedad.
La mujer tiene
el rol pasivo y, como en las novelas, a menudo el de
víctima. La mujer recibe y
por tanto es en apariencia prudente y pasiva. Pero no se debe
olvidar que son convenciones socialmente establecidas y que actos
diferentes son considerados escandalosos, por lo cual se hace uso
de discreción y la sutileza. La mujer es sutil
necesariamente: está en lucha con una sociedad que la
oprime (su particular lucha de opuestos). Así pues, lo que
parece pasividad debe ser considerado responsabilidad. Los personajes femeninos no
están tan perdidas como los masculinos: inician una
relación que saben que no tiene posibilidades, no son
capaces de evitar la fatalidad y fracasan junto a
ellos.
Las mujeres de "La vorágine" son colocadas en el
lado de la selva en la lucha de Cova contra la naturaleza:
así pues su papel es destructor. La fuerza y el
misterio de la selva son paralelos a los de la sexualidad
femenina. Ambas desencadenan en el protagonista una
relación amor-odio;
el hombre
necesita de la jungla y de la mujer para llevar
a cabo su introspección. La madona Zorayda será el
elemento de fusión
entre la selva y lo femenino (como señala Ordoñez);
más que la selva, Zorayda será el opuesto a Cova.
Ella tiene lo que el desea, poder y
dinero, es
independiente y su sexualidad es
libre y plena. La lucha entre ambos se manifiesta en sus
relaciones sexuales: ella lo absorbe y el se deja
absorber.
La descripción de Cova de los hechos sigue
ése patrón demagógico de la lucha entre el
bien y el mal: en un bando está él y en el otro
está la selva, y sus habitantes, las mujeres, Zorayda,
Barrera. Sus opuestos son la selva y todo lo que se le relaciona,
el mundo del instinto donde se enmarca la violencia que
destruirá a Cova.
La violencia en la obra de Rulfo surge del interior
más profundo del espíritu del pueblo mexicano;
forma parte de la cultura, la
mitología y la idiosincrasia de una sociedad. Joseba
Zulaica publicó en 1990 un estudio titulado "Violencia
vasca, metáfora y sacramento" en el cual, desde la
antropología, es decir desde la ciencia,
sigue en cierta forma el mismo proceso que
Rulfo. Zulaica intenta, como vasco no como antropólogo,
indagar en los orígenes de su pueblo y enfrentarse cara a
cara con la situación social de violencia que lo degrada.
Su conclusión es que la violencia se enmarca, más
allá de lo simbólico o poético, en lo sacro,
en la convicción, en la fe. La novela hace la misma
indagación a través de la literatura y, sin lugar a
dudas, se puede concluir que el sentido global de la novela es
que la violencia forma parte del mito, la vertiente espiritual
del individuo y de la sociedad.
Pero más que esto, "Pedro Páramo" es la
novela del mito por el hecho de que cada uno de los personajes es
movido por sus ilusiones (buscar al padre, amar a Susana San
Juan, tener un hijo). Es la ilusión la que mueve la
voluntad, y ésta la que genera las acciones. De
alguna forma es la causa primera de la vida; por lo tanto
también lo será de la violencia y la muerte.
Muerte y vida
unidas y enfrentadas, ambas forman parte de la misma realidad en
la novela. Por otro lado está el mundo de los recuerdos,
el mundo de la ilusión, en el que todo el tiempo llueve.
Este es el tiempo pasado, el principio del final, el punto de
partida del proceso de
degradación de Comala, que acabará, destruida,
convirtiéndose en el paraíso perdido, en un mito:
el fracaso de las ilusiones. En la escena en que aparecen
Preciado y Dorotea conversando en la tumba que comparten, ella
habla de sí misma y también de la
ilusión.
Juan Preciado (como Juan Rulfo y
como el antropólogo) siente la necesidad de volver a sus
orígenes que desconoce. En ese proceso, Preciado se
enfrenta a un mundo de recuerdos y a un mundo de muerte, ambos
bañados en violencia: la revolución
mexicana, la injusticia social, la miseria y el dolor que
ofrece la vida. Preciado acude a Comala cumpliendo una promesa
que hizo a su madre, quien da una versión mítica,
tanto del lugar como del padre y cacique del pueblo, Pedro
Páramo. Al llegar al pueblo, no sólo no encuentra
ni el paraíso descrito, ni al padre buscado, sino que lo
que encuentra es un infierno donde las almas deambulan y el
ambiente
está lleno de susurros y ecos. Preciado dialoga con este
mundo de muerte
mientras, progresivamente y de forma entrelazada, va apareciendo
el mundo del recuerdo. Él no entiende nada, hasta que se
da cuenta de que él mismo está muerto
también. Hay queda el último eslabón de ese
descenso a los infiernos que expone la novela; consecuencia de
todo un linaje, de toda una Historia de todo un pueblo.
Preciado era huérfano y, a pesar de que resuelve con
éxito su indagación en el pasado, ya es demasiado
tarde, ya está muerto.
Pedro Páramo ejerce de cacique en toda regla,
utiliza su poder sin
preocuparse por las consecuencias: somete al pueblo y recurre
desde la injusticia a la barbarie. Solo hay una cosa que no puede
alcanzar: el amor de
Susana San Juan. Dentro de Pedro Páramo, frío y
calculador, ansioso de poder, hay un
amor eterno e infinito; se trata pues de otro personaje
desdoblado. Sus actos no son muy contradictorios: para
conseguirla, mata al padre de ella, en cierta forma la secuestra
y la retendrá hasta que ella escapa con la muerte. A
raíz de la muerte de
Susana, Pedro se derrumba y deja que el pueblo se derrumbe con
él. Como Castel y María en "El túnel", Pedro
Páramo y Comala son, de algún modo, la misma cosa,
en lucha constante, en humillación reiterada del uno
contra la otra; cuando cae uno debe caer la otra. Se puede llegar
a creer que Comala se derrumba con Pedro, como él se
derrumba con la muerte de Susana. Hay una necesidad del uno
respecto al otro. Es decir, el uno es, se define, respecto al
otro, a través del contraste y del
enfrentamiento.
La vida y la muerte, a través de esa violencia
inherente a la condición humana y a todas las sociedades,
están en lucha constante. Son una de las grandes parejas
de opuestos, tal vez de la que mejor se conoce su amor-odio (la
morbosidad). Este símbolo, en cierto modo, engloba todos
los enfrentamientos anteriormente descritos. En cualquier lucha
entre opuestos, existe una relación atracción
repulsión, que afirma y define a los enfrentados;
provocada por ellos mismos (o por uno de los dos) para
encontrarse a sí mismos, su lugar en el mundo; y para
crecer y avanzar con éxito (como individuo o como
colectivo) o para caer irremediablemente en los infiernos y
autodestruirse. Este final trágico por el que se decantan
las novelas nace de la voluntad crítica y constructiva de
la obra literaria: la plasmación de un proceso vital (y
también social) infinitamente complejo, donde se muestra el camino
equivocado para denunciarlo.
Bibliografía:
GONZÁLEZ BOIXO, J.C. (1983): Claves
narrativas de Juan Rulfo. Universidad
de León.
PREDMORE, J.R. (1981): "Introducción", "El
Túnel: estudio de dos imágenes
centrales", "El túnel: sus limitaciones
filosóficas" en Un estudio crítico de las
novelas de Ernesto Sábato. José Porrúa
Turanzas, S.A. Ediciones.Madrid
"Ernesto Sábato". Revista
ANTHROPOS, 55, 56. Extraordinario 8/1985.
ZULAICA, J.(1990): Violencia vasca, metáfora
y sacramento. Nerea. Madrid. En especial:
"Epílogo segundo"
Autor:
Mireia Xarau