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Rulfo, Sábato y Rivera




Enviado por xaraumireia



    "La vorágine" de J. E.
    Rivera

    y el instinto.

    "Pedro Páramo" de Juan
    Rulfo

    y la magia.

    "El túnel" de Ernesto
    Sábato

    y la razón.

     

    El tema del descenso a los infiernos, la
    autodestrucción, la degradación del individuo,
    física y
    moral, es muy
    recurrente, tanto en literatura, como en las
    artes en general. Se podría hacer una lista inacabable de
    obras que lo tienen como tema central o secundario, y
    tipificarlas en las diferentes variantes expositivas y de
    contenido. Las tres novelas objeto de
    éste análisis serian representativas de forma
    muy clara de la primera gran clasificación que
    podría iniciar la supuesta tipología: "La
    Vorágine", la novela del
    instinto, "Pedro Páramo" la novela del
    espíritu, "El túnel", la novela de la
    razón. Es decir, las tres tienen en común el
    sumergir al lector en un mundo gobernado, casi con exclusividad,
    por uno de estos tres centros de la condición humana.
    Dentro de este marco se desencadena una lucha violenta, en la que
    los protagonistas masculinos son detonantes, los personajes
    femeninos son víctimas o verdugos y el desenlace es de
    destrucción absoluta.

    Esta madeja, que constituye cada novela, envuelve
    a un personaje-narrador que narra en primera persona sus
    vivencias (en "Pedro Páramo" hay una alternancia con otra
    voz narrativa en tercera persona, en el
    marco de la cual aparece el personaje de Pedro Páramo,
    quien tendrá un papel muy
    importante en la degradación expuesta en la novela). Estos
    personajes narran de forma subjetiva una realidad que se les
    escapa y en éste descontrol está el camino hacia la
    autodestrucción. Los tres toman en algún momento
    conciencia del
    proceso que
    están viviendo pero no tienen la capacidad de evitar el
    final fatal. Los protagonistas son hombres y las mujeres
    tendrán un papel
    significativo en ése camino hacia el infierno; como
    también lo tendrá la violencia, una
    violencia
    inherente a la condición humana, con la muerte
    siempre presente. Aunque en las tres novelas su
    tratamiento será muy diferente en relación con esos
    tres tipos de mundo que describen: en "La vorágine" la
    violencia
    surge del mundo salvaje y bárbaro de la selva, como
    también nace en el interior instintivo del protagonista
    que él descontrola; en "Pedro Páramo" la violencia
    forma parte de la idiosincrasia de un pueblo y de su forma de
    vida, está arraigada en el espíritu de cada
    individuo y de la sociedad entera,
    es mito; en "El
    túnel" la violencia nace del mal uso de la razón y
    de la incapacidad de entender a través del
    espíritu.

    Asimismo, tanto José Eustasio Rivera, como
    Juan Rulfo,
    como Ernesto Sábato han tenido la intención de
    reflejar una realidad social. "La vorágine" refleja las
    condiciones infrahumanas en que viven los obreros de las
    caucherias del Amazonas. "Pedro Páramo" simboliza cierta
    orfandad, cierta humillación y cierta sumisión del
    pueblo mejicano. "El túnel" es hipérbole de cierta
    esquizofrenia
    que vive la sociedad
    desarrollada y descreída del siglo XX, donde la
    razón prevalece sobre todas las cosas, y la lectura
    espiritual se ha dejado a parte (María Zambrano
    diría que la sociedad
    contemporánea es huérfana de la fe). El proceso que
    viven los protagonistas se convierte en metáfora de estas
    situaciones sociales. Así pues podemos hablar de dos
    niveles de degradación: el personal y el
    colectivo o social. En las tres novelas,
    éste segundo nivel tendrá más o menos
    importancia; de la misma forma, a pesar de la clara
    tipología citada inicialmente, a pesar de que cada una de
    las novelas muestran
    el reino de lo primario, el reino del mito y el
    reino de la lógica,
    respectivamente, en cada una de ellas, como en la realidad, los
    otros dos reinos también tendrán su espacio. Estos
    mundos tienen un marco geográfico concreto, en
    absoluto escogido al azar: la selva, el medio rural, el medio
    urbano.

    Cada uno de los cuatro protagonistas de la novela es
    huérfano a su manera (siguiendo la tradición de
    la Odisea). Al
    mismo tiempo que cada
    uno de ellos busca sus orígenes, su lugar en el mundo,
    también sigue un consecuente viaje de crecimiento
    interior, pero no tiene en cuenta alguno de los tres elementos de
    la condición humana y eso le pierde.

    • Arturo Cova, el protagonista de "La vorágine",
      viaja hacia el interior de la selva en la búsqueda de
      gloria, pero también en la búsqueda del padre,
      del mentor y guía; se siente perdido. En la novela se
      muestra el
      mundo interior y la particular percepción de los hechos narrados por
      parte de Cova, un ser excesivamente idealista y con una
      escala de
      valores
      desproporcionada, que en su búsqueda de gloria fracasa
      hasta ser «devorado por la selva». Cova no puede
      «leer» lo que éste mundo de lo instintivo
      ofrece, porque está atrapado en su particular mundo de
      lo ideal (para luego ir traspasando al mundo de la locura). Cae
      una y otra vez en las trampas del instinto, pero incluso en su
      relación con diversas mujeres idealiza sus experiencias,
      las deforma, las exagera, las desvirtúa.
    • Juan Pablo Castel, el protagonista de "El
      túnel", es huérfano de la fe, del mito, del
      espíritu; está encerrado en el túnel de su
      raciocinio y es incapaz de comunicación, incapaz de amar a
      María. Es el personaje donde la dualidad interna es
      más evidente, es un esquizofrénico que ha
      separado su razón del resto de su persona;
      ésta es la que gobierna y no hace caso ni al instinto
      ni, sobretodo al espíritu. Castel será un loco de
      principio a fin, encerrado primero psicológicamente,
      para acabar encerrado físicamente.
    • Juan Preciado y Pedro Páramo son los
      protagonistas de "Pedro Páramo". Se podría decir
      que esta novela es
      diferente a las otras por el echo de que su enorme
      ambigüedad y simbolismo dificulta la conclusión de
      un sentido claro de la novela. Pero a
      su vez, toda esa irrealidad y toda esa magia, y los continuos
      cambios del mundo de la muerte al
      mundo de los recuerdos, contribuirán ha establecer
      ése reino de lo espiritual, tan difícil de
      materializar. El primer personaje viaja literalmente en busca
      de su padre, a quien no ha conocido y lo que encuentra es
      muerte. El
      segundo, su padre, que se mueve en el mundo de los recuerdos es
      un prepotente terrateniente que destruirá Comala, su
      mundo, a causa de la profunda tristeza que le produce su
      única impotencia: el amor de
      Susana San Juan. Aquí el mito es el
      patrón que rige los hechos: el mito que
      Susana supone para Pedro Páramo provocará la
      destrucción de Comala; el mito que la madre de Juan
      Preciado crea en torno a su
      padre, Pedro Páramo, provoca la destrucción de
      Juan Preciado; la ilusión es la que ha movido los pasos
      de cada uno de los personajes de la novela.

    Las tres novelas tienen
    una estructura muy
    abierta: el lector goza de cierta libertad de
    movimiento
    dentro del mundo que evocan y se le delega el papel de
    interpretar el sentido, de entender lo que los protagonistas no
    entienden. Cada una de ellas relaciona la forma con el contenido.
    Se podría decir que la primera novela es la más
    realista, o la más convencional; sigue unos patrones
    considerablemente próximos al modernismo y
    sus categorías narrativas son relativamente sencillas. En
    "La vorágine" ya hay suficiente vorágine como para
    complicar la lectura. De
    la misma forma, "Pedro Páramo" es una novela
    mágica, donde aparentemente nada es convencional ni
    realista; su estructura
    entrelaza dos historias de naturaleza
    mítica, íntimamente relacionadas; lo que, sumando
    el estilo sobrio del texto, sumerge
    al lector en lo más hondo de la espiritualidad. Es
    éste un mundo en absoluto comprensible bajo la lógica
    racional y por éste motivo el lector queda bastante
    desorientado durante la mayor parte de la lectura. La
    tercera novela, "El túnel", es un texto de
    razones, de indagaciones, de reflexiones desmedidas, es el
    monologo interior de un ser gobernado y traicionado por su
    razón, por su lógica
    aplastante.

    Como ya se ha dicho, en cada una de las novelas
    prevalece uno de los tres elementos de la condición humana
    (el instinto, el espíritu y la razón), pero los
    otros dos tienen un papel
    relevante. De hecho, sin los otros dos no se puede explicar uno.
    Los modernistas tuvieron muy claro el recurso de enfrentar en
    lucha directa y abierta las parejas de opuestos. Y es que a
    menudo hay muchas cosas de las que no se puede ofrecer una
    explicación racional y mucho menos explicarlas por si
    solas. ¿Porqué Juan Pablo Castel es incapaz de
    comunicarse con la mujer a la que
    ama, quien padece de la misma forma que él?
    ¿Quiénes son, o qué son, los personajes con
    quien se encuentra Juan Preciado en Comala? ¿Qué
    fuerza
    misteriosa empuja a Arturo Cova a dejarse engullir por la selva?
    ¿Porqué Pedro Páramo destruye
    Comala?

    Detrás de todas estas preguntas hay realidades
    infinitamente complejas, muy poco alejadas de la realidad
    cotidiana y difíciles de comunicar. La lucha de opuestos
    establece un contraste óptimo para dar con ésta
    comunicación. No se trata de la lucha entre
    el bien y el mal, dónde la guerra deviene
    espectáculo y vehículo de dogmatismo. Sí se
    trata de violencia, pero una violencia inherente a la
    condición humana, que se desata en el interior del
    individuo, en el interior de una comunidad, la
    violencia del día a día. Se trata del
    enfrentamiento entre dos fuerzas que cohabitan en un mismo
    espacio, y que a menudo son tan distintas que son iguales (o
    viceversa); como ocurre con los tres elementos de la
    condición humana, que forman parte de la misma persona, pero que
    se contradicen y se complementan; que chocan y desencadenan una
    lucha interna.

    Se establecen en las novelas parejas de fuerzas que se
    enfrentan y se necesitan al mismo tiempo; se aman
    tanto que se odian tanto, se atraen y se repelen, se desean y se
    rechazan (morbosidad), se necesitan. El enfrentamiento es buscado
    y provocado como forma de definición a través del
    contraste; no se puede explicar el uno sin el otro; a
    través del confrontamiento se da la definición;
    nada es nada por si solo, si no en contraste.

    Esto es lo que ocurre claramente entre Arturo Cova y la
    Jungla (y la mujer formando
    parte de ella), en "La vorágine", y entre Juan Pablo
    Castel y María Iribarne, en "El túnel". En "Pedro
    Páramo", tal vez se pueda encontrar el mismo
    fenómeno entre Comala y Pedro Páramo, la tierra y su
    cacique; pero sobretodo se encuentra entre la Vida y la Muerte. El
    viaje de crecimiento personal tantas
    veces descrito en literatura, es una aventura
    llena de obstáculos y de luchas con fuerzas opuestas; es
    un proceso
    violento en el que, a pesar de conseguir un éxito o un
    fracaso, siempre se crece inevitablemente, se toma conciencia de uno
    mismo. Estas tres novelas son un viaje que acaba en fracaso, pero
    son sobretodo la narración de una gran batalla.

    Juan Pablo Castel y María Iribarne inician una
    relación amorosa cuando descubren que ambos se sienten
    solos y desesperados. Ella está casada y desde el primer
    momento decide no eludir sus responsabilidades para con su esposo
    ciego, y manifiesta su certeza de que la relación no
    será fácil. Pero, a pesar de que los celos son una
    obsesión para él, esto no es la causa de la
    incomunicación entre ellos. Ambos se encuentran en un
    estado
    emocional difícil y doloroso, por lo tanto la
    relación también será difícil, pero
    hay una diferencia entre ellos. María sí es capaz
    de comunicarse y lo intenta con Juan Pablo, incluso toma un
    papel
    maternal; se podría decir que da de ella misma lo mejor
    que puede dar (del que recibe queda la función de
    valorarlo). Esto queda patente con la reacción del marido
    ciego cuando Castel le comunica el asesinato de María y su
    posterior suicidio: a pesar
    de todo, hay algo en María que le compensa; justamente a
    un ciego, el símbolo del sabio y el visionario. Al
    contrario que María, Castel toma una actitud del
    todo destructiva.

    Castel descubre a alguien que sufre como él, que
    es como él, y siente una atracción irreprimible.
    Él es quien se lanza en su búsqueda necesariamente.
    La encuentra y se reconoce en ella, pero tal vez equivoca el
    grado de similitud que existe entre los dos: a pesar de su
    esquizofrenia
    y sus desvaríos, de su soberbia y de su orgullo, Castel se
    conoce a si mismo, conoce su mezquindad, y piensa que
    María es igual; la juzga con los mismos patrones que se
    juzga a él. La ama y la odia porque se parece a él,
    odia lo que reconoce de sí mismo en ella.

    Castel no odia a María, sino que se odia a
    sí mismo, o bien la odia porque se odia. Juzga y rechaza
    aquello que al mismo tiempo admira y
    desea. Pero él está sumido en la soberbia de la
    razón (solo en su túnel) y no puede alcanzar la
    humildad del espíritu, como tampoco puede alcanzar el goce
    de una relación apasionada con María. Ella se
    convierte en motivo de su definitiva autodestrucción:
    destruyéndola a ella se destruye a si mismo. Se convierte
    en una suerte de justificación o de vehículo hacia
    la autodestrucción.

    La crueldad, o violencia, que Castel ejerce sobre
    María surge de la vertiente instintiva y espiritual de
    él, que rápidamente la vertiente racional analiza,
    juzga y justifica (éste desdoblamiento del personaje es
    referido por él mismo en diferentes puntos de la novela).
    Al mismo tiempo,
    María padece en silencio e intenta reconducir las
    situaciones. El capítulo XXVII, en el que juntos miran el
    mar es significativo e ilustrativo, como muestran los siguientes
    ejemplos:

    • «El cielo, tormentoso, me hizo recordar el
      del Tintoretto en el salvamento del sarraceno» en
      algún lugar de su conciencia
      Castel reconoce su condición de náufrago y su
      posibilidad de superación.
    • «Yo no decía nada. Hermosos
      sentimientos y sombrías ideas daban vueltas en mi
      cabeza, mientras oía su voz, su maravillosa voz. Fui
      cayendo en una especie de encantamiento. La caída del
      sol iba encendiendo una fundición gigantesca entre las
      nubes del poniente. Sentí que ese momento
      mágico no se volvería a repetir nunca.
      "Nunca más, nunca más" pensé, mientras
      empecé a experimentar el vértigo del acantilado
      y a pensar qué fácil sería arrastrarla
      al abismo, conmigo.» Mientras María habla de
      ellos: la doble dimensión de la psicología de
      él, la admiración por ella, la
      convicción de que su plena relación es
      imposible y la reacción violenta hacia ella; el no la
      escucha, está encerrado en si mismo, en su
      túnel.
    • «… pero, aunque yo sabía hasta que
      punto era yo mismo capaz de cosas innobles, me desolaba el
      pensamiento de que también ella
      podía serlo, que seguramente lo era.»
      Castel juzga a María con sus mismos
      patrones.
    • «Y un sordo deseo de precipitarme sobre ella
      y destrozarla con las uñas y de apretar su cuello
      hasta ahogarla y arrojarla al mar iba creciendo en
      mí.» Violencia arraigada en la parte no racional
      que no puede controlar.
    • «Me pareció que María me
      había estado
      haciendo una preciosa confesión y que yo, como un
      estúpido, la había perdido» Solo Castel
      no es comunicativo. Si se toma las últimas palabras
      «yo, como un estúpido, la había
      perdido» se podría deducir que no es la
      confesión lo que se ha perdido, si no que ha perdido a
      María. Más adelante dice: «…
      también ella parecía estar
      sola.»
    • «Después sentí que acariciaba
      mi cara, como lo había hecho en otros momentos
      parecidos.» A pesar de su dolor, María le ofrece
      su cara más amable.

    Sábato subraya nunca y seguramente
    por lo que parece ser una voluntad del autor de resaltar el
    equívoco de los juicios que hace Castel sobre
    María. Un equívoco que vuelve a subrayarse con el
    grito de ¡Insensato! del ciego al final de la
    novela. La lucha entre opuestos de "El túnel", aunque se
    hace tangible entre Juan Pablo y María, de hecho se da
    dentro de Juan Pablo, entre las dos vertientes de su personalidad.
    Lo que parecía ser la misma cosa (Juan Pablo y
    María, por un lado, y Juan Pablo, por otro) resulta ser
    dos cosas distintas.

    En "La vorágine" se recurre a la oposición
    civilización y barbarie: la lucha entre razón y
    instinto; pero sobretodo se da una lucha entre el individuo y su
    ambiente, la
    naturaleza, la
    selva y su barbarie: lo que primero son dos cosas separadas y
    distintas, acabarán siendo la misma cosa:
    «¡Los devoró la selva!». El reino de lo
    instintivo en la naturaleza humana
    está muy cerca del mundo natural y esto es lo que atrae
    necesariamente a Arturo Cova hacia la selva. Pero Cova
    está inmerso en su mundo ideal y no puede entender los
    susurros de la jungla, ni conocer a las mujeres que ama. La
    violencia surge de la naturaleza,
    indomable y desbocada, que progresivamente va invadiéndolo
    todo, pero también se encuentra en Arturo Cova.

    El primer párrafo del relato de Arturo
    Cova:

    «Antes que me hubiera apasionado por mujer
    alguna, jugué mi corazón
    al azar y me lo ganó la Violencia. Nada supe de los
    deliquios embriagadores, ni de la confidencia sentimental, ni
    de la zozobra de las miradas cobardes. Más que el
    enamorado, fui siempre el dominador cuyos labios no conocieron
    la súplica. Con todo, ambicionaba el don divino del
    amor ideal,
    que me encendiera espiritualmente, para que mi alma destellara
    en mi cuerpo como la llama sobre el leño que la
    alimenta.»

    El personaje explica su dificultad de entrar en el mundo
    de los instintos pasionales, se define como autoritario y
    mezquino, y revela su sentimiento de superioridad. Y sigue
    confesando que a pesar de todo busca un «amor
    ideal» que alimente su alma, como «la llama sobre el
    leño que la alimenta»; ésta última
    imagen sugiere
    la idea del padre o mentor. Así pues, Cova confiesa que le
    falta algo, que va en busca de algo.

    Es importante la primera frase: coloca al mismo nivel la
    pasión amorosa y la violencia; lo que debió ser
    amor y deseo
    sólo fue violencia. Arturo Cova atribuye el hecho al azar.
    Se debería suponer que Cova utiliza el término azar
    en el sentido tradicional y para dar alguna explicación a
    lo que no entiende. En su nota, Ordoñez explica que en
    Colombia se
    memoriza y se cita esta primera frase de la novela. Por lo tanto,
    se debe entender que ha pasado a formar parte de la cultura
    colectiva; ha pasado al reino del mito por su valor
    universal. Algún tipo de fuerza
    desconocida une pasión y violencia hacia la fatalidad.
    Sexo y
    violencia se encuentran en los instintos humanos, por lo tanto
    están vinculados. Lo que los une en un mismo destino fatal
    es cierta incapacidad masculina para comprender a la mujer. A
    partir de esta situación la mujer
    reacciona de diferentes maneras, pero fácilmente se
    desencadene la consabida lucha de sexos. Otra vez lucha de
    opuestos.

    Alicia, al igual que María Iribarne, confiesa un
    amor pasado
    por un primo y la imposibilidad de construir una relación.
    Ambos personajes se parecen mucho: son mezquinas pero sinceras y
    son víctimas de la percepción
    deformada de ellos. Las dos, y junto a Susana San Juan, inician
    una relación amorosa con los personajes masculinos, no
    permiten que sea una relación plena, y son víctimas
    de la imposición y la violencia que ellos ejercen sobre
    ellas: Cova desprecia a Alicia, Páramo secuestra a Susana
    y Castel asesina a María.

    Tradicionalmente (estas tres novelas lo demuestran)
    el hombre es
    el protagonista y toma el papel activo. El hombre es
    vanguardia y
    estandarte dentro de la sociedad.
    La mujer tiene
    el rol pasivo y, como en las novelas, a menudo el de
    víctima. La mujer recibe y
    por tanto es en apariencia prudente y pasiva. Pero no se debe
    olvidar que son convenciones socialmente establecidas y que actos
    diferentes son considerados escandalosos, por lo cual se hace uso
    de discreción y la sutileza. La mujer es sutil
    necesariamente: está en lucha con una sociedad que la
    oprime (su particular lucha de opuestos). Así pues, lo que
    parece pasividad debe ser considerado responsabilidad. Los personajes femeninos no
    están tan perdidas como los masculinos: inician una
    relación que saben que no tiene posibilidades, no son
    capaces de evitar la fatalidad y fracasan junto a
    ellos.

    Las mujeres de "La vorágine" son colocadas en el
    lado de la selva en la lucha de Cova contra la naturaleza:
    así pues su papel es destructor. La fuerza y el
    misterio de la selva son paralelos a los de la sexualidad
    femenina. Ambas desencadenan en el protagonista una
    relación amor-odio;
    el hombre
    necesita de la jungla y de la mujer para llevar
    a cabo su introspección. La madona Zorayda será el
    elemento de fusión
    entre la selva y lo femenino (como señala Ordoñez);
    más que la selva, Zorayda será el opuesto a Cova.
    Ella tiene lo que el desea, poder y
    dinero, es
    independiente y su sexualidad es
    libre y plena. La lucha entre ambos se manifiesta en sus
    relaciones sexuales: ella lo absorbe y el se deja
    absorber.

    La descripción de Cova de los hechos sigue
    ése patrón demagógico de la lucha entre el
    bien y el mal: en un bando está él y en el otro
    está la selva, y sus habitantes, las mujeres, Zorayda,
    Barrera. Sus opuestos son la selva y todo lo que se le relaciona,
    el mundo del instinto donde se enmarca la violencia que
    destruirá a Cova.

    La violencia en la obra de Rulfo surge del interior
    más profundo del espíritu del pueblo mexicano;
    forma parte de la cultura, la
    mitología y la idiosincrasia de una sociedad. Joseba
    Zulaica publicó en 1990 un estudio titulado "Violencia
    vasca, metáfora y sacramento" en el cual, desde la
    antropología, es decir desde la ciencia,
    sigue en cierta forma el mismo proceso que
    Rulfo. Zulaica intenta, como vasco no como antropólogo,
    indagar en los orígenes de su pueblo y enfrentarse cara a
    cara con la situación social de violencia que lo degrada.
    Su conclusión es que la violencia se enmarca, más
    allá de lo simbólico o poético, en lo sacro,
    en la convicción, en la fe. La novela hace la misma
    indagación a través de la literatura y, sin lugar a
    dudas, se puede concluir que el sentido global de la novela es
    que la violencia forma parte del mito, la vertiente espiritual
    del individuo y de la sociedad.

    Pero más que esto, "Pedro Páramo" es la
    novela del mito por el hecho de que cada uno de los personajes es
    movido por sus ilusiones (buscar al padre, amar a Susana San
    Juan, tener un hijo). Es la ilusión la que mueve la
    voluntad, y ésta la que genera las acciones. De
    alguna forma es la causa primera de la vida; por lo tanto
    también lo será de la violencia y la muerte.
    Muerte y vida
    unidas y enfrentadas, ambas forman parte de la misma realidad en
    la novela. Por otro lado está el mundo de los recuerdos,
    el mundo de la ilusión, en el que todo el tiempo llueve.
    Este es el tiempo pasado, el principio del final, el punto de
    partida del proceso de
    degradación de Comala, que acabará, destruida,
    convirtiéndose en el paraíso perdido, en un mito:
    el fracaso de las ilusiones. En la escena en que aparecen
    Preciado y Dorotea conversando en la tumba que comparten, ella
    habla de sí misma y también de la
    ilusión.

    Juan Preciado (como Juan Rulfo y
    como el antropólogo) siente la necesidad de volver a sus
    orígenes que desconoce. En ese proceso, Preciado se
    enfrenta a un mundo de recuerdos y a un mundo de muerte, ambos
    bañados en violencia: la revolución
    mexicana, la injusticia social, la miseria y el dolor que
    ofrece la vida. Preciado acude a Comala cumpliendo una promesa
    que hizo a su madre, quien da una versión mítica,
    tanto del lugar como del padre y cacique del pueblo, Pedro
    Páramo. Al llegar al pueblo, no sólo no encuentra
    ni el paraíso descrito, ni al padre buscado, sino que lo
    que encuentra es un infierno donde las almas deambulan y el
    ambiente
    está lleno de susurros y ecos. Preciado dialoga con este
    mundo de muerte
    mientras, progresivamente y de forma entrelazada, va apareciendo
    el mundo del recuerdo. Él no entiende nada, hasta que se
    da cuenta de que él mismo está muerto
    también. Hay queda el último eslabón de ese
    descenso a los infiernos que expone la novela; consecuencia de
    todo un linaje, de toda una Historia de todo un pueblo.
    Preciado era huérfano y, a pesar de que resuelve con
    éxito su indagación en el pasado, ya es demasiado
    tarde, ya está muerto.

    Pedro Páramo ejerce de cacique en toda regla,
    utiliza su poder sin
    preocuparse por las consecuencias: somete al pueblo y recurre
    desde la injusticia a la barbarie. Solo hay una cosa que no puede
    alcanzar: el amor de
    Susana San Juan. Dentro de Pedro Páramo, frío y
    calculador, ansioso de poder, hay un
    amor eterno e infinito; se trata pues de otro personaje
    desdoblado. Sus actos no son muy contradictorios: para
    conseguirla, mata al padre de ella, en cierta forma la secuestra
    y la retendrá hasta que ella escapa con la muerte. A
    raíz de la muerte de
    Susana, Pedro se derrumba y deja que el pueblo se derrumbe con
    él. Como Castel y María en "El túnel", Pedro
    Páramo y Comala son, de algún modo, la misma cosa,
    en lucha constante, en humillación reiterada del uno
    contra la otra; cuando cae uno debe caer la otra. Se puede llegar
    a creer que Comala se derrumba con Pedro, como él se
    derrumba con la muerte de Susana. Hay una necesidad del uno
    respecto al otro. Es decir, el uno es, se define, respecto al
    otro, a través del contraste y del
    enfrentamiento.

    La vida y la muerte, a través de esa violencia
    inherente a la condición humana y a todas las sociedades,
    están en lucha constante. Son una de las grandes parejas
    de opuestos, tal vez de la que mejor se conoce su amor-odio (la
    morbosidad). Este símbolo, en cierto modo, engloba todos
    los enfrentamientos anteriormente descritos. En cualquier lucha
    entre opuestos, existe una relación atracción
    repulsión, que afirma y define a los enfrentados;
    provocada por ellos mismos (o por uno de los dos) para
    encontrarse a sí mismos, su lugar en el mundo; y para
    crecer y avanzar con éxito (como individuo o como
    colectivo) o para caer irremediablemente en los infiernos y
    autodestruirse. Este final trágico por el que se decantan
    las novelas nace de la voluntad crítica y constructiva de
    la obra literaria: la plasmación de un proceso vital (y
    también social) infinitamente complejo, donde se muestra el camino
    equivocado para denunciarlo.

    Bibliografía:

    GONZÁLEZ BOIXO, J.C. (1983): Claves
    narrativas de Juan Rulfo. Universidad
    de León.

    PREDMORE, J.R. (1981): "Introducción", "El
    Túnel: estudio de dos imágenes
    centrales", "El túnel: sus limitaciones
    filosóficas" en Un estudio crítico de las
    novelas de Ernesto Sábato. José Porrúa
    Turanzas, S.A. Ediciones.Madrid

    "Ernesto Sábato". Revista
    ANTHROPOS, 55, 56. Extraordinario 8/1985.

    ZULAICA, J.(1990): Violencia vasca, metáfora
    y sacramento. Nerea. Madrid. En especial:
    "Epílogo segundo"

     

     

    Autor:

    Mireia Xarau

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