PRÓLOGO
Por medio del presente nos acercamos al lector con el fin de
transmitirle al mismo todas las sensaciones que recorrieron
nuestra mente en el momento de la creación de esta
monografía que tiene como eje principal la
historia de San
Martín. En este relato, titulado "Un gran luchador, un
gran hombre, todo
un ejemplo", hicimos un esfuerzo especial para no sólo
enfocar la vida de uno de los próceres mas importantes de
nuestra historia a
nivel militar, sino que rescatamos los legados hacia su hija y
otros hechos que lo resaltan como un gran hombre, de
bondad y comprensión verdaderamente amplia.
A medida que fuimos realizando esta monografía
y dando forma al texto que la
constituye, fuimos descubriendo un lado Sanmartiniano que nunca
antes se nos había revelado, tanto en la enseñanza
primaria como en la secundaria. Descubrimos también muchos
retratos de autores de la época que antes
desconocíamos por completo, ya que no fueron difundidos lo
suficiente tanto en los medios como en
rutas de información alternativa. Mucha información acerca de "El padre de la
Patria" es guardada con recelo, y se debe buscar demasiado
algunos detalles significativos de su vida, relatados ya en el
contenido de la presente monografía.
Con esto no tenemos por fin redactar una obra literaria, sino
conocer un poco mas nuestro pasado para saber quienes somos y
qué seremos.
A lo largo de la lectura se
verán actitudes del
general que el lector sentirá un expreso orgullo de tener
un sentimiento similar a Él: El amor por la
PATRIA
LA HISTORIA DE UN
APELLIDO
EL PADRE: DON JUAN DE SAN MARTIN
En el antiguo reino de León nacieron los padres del
Libertador.
En el pueblo de Cervatos de la Cueza nació don Juan de San
Martín y Gómez, un 3 de febrero de 1728, hijo de
Andrés de San Martín e Isidora Gómez.
Cervatos es, probablemente, la cuna del apellido San
Martín. Parece ser originario del nombre de un santo
hidalgo caballero andante, San Martín de Tours. El mismo
que providencialmente, fue patrono de la ciudad de Trinidad y
Puerto de Santa María de los Buenos Aires, hoy
Buenos Aires,
Capital de la
República Argentina.
El hogar donde naciera Juan de San Martín era morada de
humildes labradores. Al amparo de sus
mayores, fortaleció su noble espíritu de cristiano
y cuando cumplió dieciocho años, algo tarde para lo
acostumbrado en la época, dijo adiós a sus buenos
padres, orgulloso por ingresar en las filas del ejército
de su patria, para seguir las banderas que se trasladaban de uno
a otro confín del mundo. El joven palentino se
incorporó al Regimiento de Lisboa como simple soldado.
Inició su aprendizaje
militar en las cálidas y arenosas tierras de Africa (al igual
que lo haría su hijo José Francisco), donde
realizó cuatro campañas militares. El 31 de octubre
de 1.755 alcanzó las jinetas de sargento y, seis
años más tarde, las de sargento primero. Cuando
después de guerrear en tierras de las morerías
regresó a la metrópoli, siguió a su
regimiento a través de las distintas regiones en que
estuviera de guarnición. Así le vemos actuar en la
zona cantábrica y en la fértil Galicia, en la
activa y fértil Guipúzcoa, en la adusta y sobria
Extremadura y en la alegre Andalucía. Era Juan de San
Martín un soldado fogueado y diestro en los campos de
batalla cuando, en 1764, se le destinó para continuar sus
servicios en
el Río de la Plata. Cuando el 21 de octubre de 1764 se
regularon en Málaga los servicios de
Juan de San Martín, se le computaron diecisiete
años y trece días en campañas. A raíz
de su meritoria foja de servicios, se
le ascendía a oficial del ejército real con los
galones de teniente, cuyo título le fue extendido el
20 de
noviembre de 1764. Su embarque con destino al Río de
la Plata lo debió efectuar en Cádiz.
La carrera militar de Juan de San Martín es, pues,
aparentemente modesta; pero, en la hondura de su abnegada vida,
se puede percibir el anuncio de las virtudes heroicas de su hijo
menor, José Francisco.
El matrimonio con
Gregoria Matorras se realizó en el palacio episcopal,
estando a cargo del obispo titular, Manuel Antonio de la Torre,
el 1º de octubre de 1770. Los nuevos esposos se reunieron en
Buenos Aires
el día 12 de octubre de ese año,
trasladándose poco después a Calera de las Vacas.
Allí formaron su hogar y en ese lugar, en octubre nacieron
tres de sus hijos: María Elena, el 18 de agosto de 1771;
Manuel Tadeo, el 28 de octubre de 1772 y Juan Fermín
Rafael, el 5 de octubre de 1774.
Cuando el teniente Juan de San Martín cesó en las
funciones de
administrador
de la estancia de Calera de las Vacas, el gobernador de Buenos Aires,
Juan José de Vértiz y Salcedo, lo designó el
13 de diciembre de 1.774 teniente gobernador del departamento de
Yapeyú, haciéndose cargo de sus nuevas funciones "desde
principios de
abril de 1.775."
Con el correr de los años, Yapeyú se
convirtió en uno de los pueblos más ricos de las
misiones. Poseía estancias en ambas bandas del río
Uruguay. El
pueblo quedó casi abandonado después de la
expulsión de los misioneros de la Compañía
de Jesús.
Dos nuevos vástagos aumentaron la familia San
Martín-Matorras en Yapeyú: Justo Rufino, nacido en
1776, y nuestro Libertador, José Francisco, que vio la
luz el 25 de
febrero de 1778.
Siendo el pueblo de Yapeyú fronterizo a zonas de litigio,
sus habitantes vivían bajo continuas amenazas de guerra. El
nuevo mandatario, Juan de San Martín, desde que ocupara la
tenencia, activó la
organización de un cuerpo de naturales
guaraníes compuesto por 550 hombres, que al ser revistados
por el gobernador de Misiones, Francisco Bruno de Zabala, le
hicieron decir que era como la más arreglada tropa de
Europa. Esas
fuerzas, adiestradas por el teniente San Martín, se
destinaron a contener los desmanes de los portugueses y las
acometidas de los valerosos y aguerridos charrúas y
minuanes.-
Terminada su actuación en Yapeyú, el capitán
San Martín embarcó con rumbo a Buenos Aires el
14 de febrero de 1781, volviendo a reunirse entonces con su
esposa e hijos e incorporándose de nuevo a las filas del
ejército para ejercer las funciones de
ayudante mayor de la Asamblea de Infantería. Desde Buenos
Aires, el 18 de agosto, se dirigió por escrito al virrey
Vértìz, a la sazón en Montevideo,
ofreciéndose para cualquier servicio o
bien para instruir a los naturales, en cuyo ejercicio se
había distinguido durante su residencia en
Yapeyú.
El padre del Libertador se dirigió a las autoridades
superiores de la Corte pidiendo la correspondiente licencia para
embarcarse con su familia con
destino a la metrópoli. Le fue concedido lo solicitado por
Real Orden, expedida el 25 de marzo de 1783. Casi un cuarto de
siglo de constante actividad había consagrado a las
regiones del Plata el veterano soldado; había actuado en
campañas militares que acreditaron su valentía y
había administrado con suma pureza bienes
confiados a su cuidado.
En abril de 1784, Juan de San Martín llegaba a
Cádiz; retornaba al suelo patrio con
su mujer y cinco
hijos. Los cuatro varones, al igual que su padre,
abrazarían la carrera de las armas, pero de
todos ellos, sólo el benjamín daría gloria
inmortal al apellido paterno.
En Málaga pasaría los últimos años de
su existencia, mientras sus hijos avanzaban en edad y
aspiraciones. En esa ciudad iniciaron o completaron, en parte,
los estudios los jóvenes hermanos San Martín. Con
los ojos mirando más allá de los mares, Juan de San
Martín exhalaba, el 4 de diciembre de 1796, su
último suspiro. Se hizo constar que no había
testado y que habitaba en un lugar de Málaga conocido por
Pozos Dulces, camino de la Alcazabilla.
LA MADRE: GREGORIA
MATORRAS
La madre del futuro Libertador, doña Gregoria Matorras del
Ser, fue el sexto y último vástago del primer
matrimonio de
Domingo Matorras con María del Ser. Fueron sus hermanos
mayores: Paula, Miguel, Francisca, Domingo y Ventura. Vino al
mundo el 12 de marzo de 1738, en el pueblo de la Región de
Palencia, Reino de León, llamado Paredes de Nava (la villa
debió su origen a antiguas construcciones castrenses, de
donde viene su nombre "Paredes", en tanto que "Nava" significa
llanura en lengua vasca y
majada en hebreo).
Haciendo valer el contenido del viejo proverbio "Una madre vale
mas que cien maestros", muchos biógrafos
aciertan a observar que en la idiosincrasia de la madre de
José radicaron las razones más profundas de la
nobleza y el desinterés del Emancipador. A los seis
años, quedó huérfana de madre. A los
treinta, aún soltera, viajó al Río de la
Plata con su primo Jerónimo Matorras, ilustre personaje
que aspiraba a colonizar la región chaqueña,
obteniendo para el logro de esa empresa el
título de gobernador y Capitán General de
Tucumán. Antes de emprender el viaje obtuvo Matorras
licencia, otorgada el 26 de mayo de 1.767, para traer consigo a
su prima Gregoria, a su sobrino Vicente y a otras personas.
Llegada a Buenos Aires con don Jerónimo en 1767, fue el
azar o la añoranza de su Tierra de
Campos lo que le motivó a reunirse con paisanos.
Así empezó a relacionarse con un bizarro
capitán, oriundo de un pueblo próximo al suyo, que
luego sería su esposo. En poco tiempo, se
conocieron, se amaron y se prometieron. Pero, como el deber de
las armas
llevó al novio a un destino en las Misiones
Jesuíticas del norte, la novia hubo de casarse, por
poder, con un
representante de su marido el capitán de dragones D. Juan
Francisco de Somalo, el 1 de octubre de 1770, con las bendiciones
del obispo de Buenos Aires, don Manuel de la Torre,
también oriundo de otro pueblo palentino, Autillo de
Campos. La escritura,
otorgada por don Juan cuatro meses antes de la
celebración, "por palabra de presente como ordena Nuestra
Santa Madre, la Iglesia
Católica Romana", se refiere a la novia con estas
palabras: "doña Gregoria Matorras, doncella noble, con
quien tengo tratado, para más servir a Dios Nuestro
Señor, casarme".
Desde que don Juan falleciera en Málaga a los sesenta y
ocho años, teniendo José Francisco dieciocho,
doña Gregoria no estuvo sola. Siempre le acompañaba
el matrimonio
formado por su hija María Elena y don Rafael
González Menchaca, empleado de rentas, que le dio a su
nieta Petronila.
La muerte de
dona Gregoria acaeció en Orense ( Galicia) el primero de
junio de 1813, donde estaba destinado don Rafael. Tanto él
como María Elena cumplieron los deseos de su madre, que
había expresado en el mencionado testamento, la voluntad
de que su cuerpo "sea amortajado con el habito de Santo Domingo
de Guzmán". Ambos habían profesado en la Orden
Tercera de Santo Domingo, en cuyo convento orensano fue
inhumada.
SAN MARTÍN AL SERVICIO DE LA
CORONA ESPAÑOLA
POR REAL VOLUNTAD,
OFICIAL A LOS 15 AÑOS
Las campañas del Rosellón ejercieron gran
influencia sobre la preparación militar de San
Martín para combatir y operar en ambientes
montañosos y lo prepararon para su hazaña en el
escenario gigantesco de los Andes.
Los Pirineos constituyen la frontera natural entre España y
Francia.
Varios caminos principales superan los Pirineos y convergen hacia
Perpiñán, la capital del
Rosellón. En su itinerario, cruzados por diversas
vías transversales, se tocan numerosas localidades
pirenaicas, de las que destaca Boulou, que controla los accesos
principales del área. Desde Perpiñán y a lo
largo del río Tet y desde Boulou y a lo largo del
río Tech, discurren sendos caminos hacia otros pasos de
los Pirineos. El primero llega a un tercer acceso que une Bourg
Madame, en Francia, con
Puigcerdá, en España.
En este escenario el cadete San Martín, del segundo
batallón del regimiento Murcia "El Leal", hizo sus
primeras armas en la
guerra y
conquistó los primeros ascensos de su carrera de
oficial.
Expondremos sintéticamente el desarrollo de
las operaciones de
guerra hasta
la paz de Basilea, indicando la presencia que, en cada caso, tuvo
la unidad en que revistaba San Martín.
Los españoles desplegaron, inicialmente, tres
ejércitos sobre la línea de los Pirineos. El
principal, de 50.000 hombres, llamado Ejército de
Cataluña, se escalonaba desde Barcelona hacia el norte,
hasta Figueres, al mando del general Antonio Ricardos.
Debía operar ofensivamente sobre el Rosellón, a
favor de la superioridad numérica con que contaba
inicialmente. En el oeste, un ejército de 15.000 hombres
debía proteger las fronteras de Navarra y Guipúzcoa
y se hallaba a las órdenes del general Ventura Caro,
marqués de la Romana. Cubiertas las dos zonas principales
de acceso transpirenaico, se destacó un cuerpo de 5.000
combatientes al mando del general príncipe de
Castelfranco, para proteger los flancos y actuar como reserva del
Ejército de Cataluña.
San Martín, de guarnición en Málaga, es
trasladado, en 1793, con su batallón a Zaragoza, donde
entra inicialmente en jurisdicción y autoridad del
Ejército de Aragón. Poco después su
compañía, la cuarta, es adelantada a La Seu
d'Urgell, en dirección norte hacia Andorra.
Mientras tanto los franceses se habían desplazado a su vez
a Puigcerdá, bajo el mando del general Dagobert. Por su
parte, Ricardos debe operar sobre el Rosellón, defendido
por el general La Oulière. Para ello eludió lo que
Lidell Hart llama la "línea de menor espera" y
escogió la "aproximación directa", evitando
penetrar en territorio francés por La Junquera-Le Perthus.
Para asegurar su flanco oeste, ocupó la margen del
río Tech y operó en dirección a Le Boulou con toda la masa de
sus fuerzas, logrando su captura en una semana. De esta forma
quedó en manos del jefe español el nudo de las
comunicaciones
terrestres que, rápidamente, se convirtió en un
campo atrincherado. Finalmente decide, el general Ricardos,
eliminar las amenazas que en el otro flanco, el este,
significaban los fuertes de Collioure, Saint Elme y Port
Vendrés, ya sobre el Mediterráneo. El 17 de junio
de 1793, en el palacio de Aranjuez, el rey Carlos IV de
Borbón, firmaba el despacho de ascenso a segundo
subteniente de la 4ta. compañía de fusileros, del 2
batallón del Regimiento de Murcia, del hasta entonces
cadete José Francisco de San Martín. El 8 de julio,
en su cuartel general de Thuir, el general Ricardos dispone el
cúmplase de la real voluntad. El futuro Libertador es
así, a los quince años, oficial en el famoso
ejército de los grandes caudillos militares.
A fines de octubre el general Ricardos dispone que el 2
batallón del Murcia se desplace a Prats de Molió,
sobre el río Tech, para subordinarse al conde de Molina.
El nuevo agrupamiento debía atacar en dirección a Torre Batera y La Creu de
Ferro, eludiendo por el oeste las posiciones enemigas de
Peraldá y Mont Boulou. En estas acciones
interviene con todo éxito San Martín.
Pasado un período de inactividad, por la inclemencia del
tiempo,
Ricardos se sintió asediado por efectivos franceses cada
vez más numerosos. La movilización "en masa" les
había proporcionado 300.000 ciudadanos para marzo, y
500.000 para agosto de ese año. Frente a estas fuerzas el
general español opera con sus 40.000 hombres con acciones
ofensivas, apoyadas en el área atrincherada de Boulou.
A la sazón, el ministro Godoy propuso al monarca
español un plan, que
había sido inspirado por Doumouriez al zar Pablo,
destinado a desembarcar en Normandía, Francia, un
ejército aliado ruso- dinamarqués de 36.000
hombres, con el apoyo naval inglés
y español. Siguiendo estos propósitos
estratégico-operacionales y con el fin de asegurar el
control del
litoral marítimo del Mediterráneo, que permitiera
aprovechar el poder naval,
el general Ricardos resolvió adueñarse de los
fuertes de Banyuis-sur-Mer, Port Vendrés y Saint Elme. Con
tal fin se constituyó una agrupación de combate
bajo las órdenes del general Curten con el resultado de la
captura de las alturas de Mont Boulou, Saint Marsall y las
baterías de Villalonga. En todas estas acciones San
Martín revistó en la 4a columna del general
Carbajal.
El mariscal de campo De la Cuesta, que había de ganar
sólida reputación en las luchas contra
Napoleón, reemplaza ahora al general Curten y toma a su
cargo las acciones a
lanzar contra los fuertes de Port Vendrés, Collioure y
Saint Elme. En sus fuerzas están los batallones del
Regimiento de Soria y también los del Murcia: en ellos
revistan, precisamente, los tres hermanos San Martín.
Nuevamente el ejército español conquista sus
objetivos y
obtiene una victoria.
Simultáneamente se desarrollan otras acciones que
empujan a las fuerzas francesas a encerrarse en
Perpiñán, cambiando radicalmente la
situación: los ejércitos franceses han vuelto a sus
fronteras del norte y del este.
Ante esta realidad, el ministro francés Carnot arroja
constantemente nuevos contingentes en la balanza militar, en la
que se juega la suerte de Francia y de
Europa, y donde
ya luchan nueve ejércitos franceses con 750.000 hombres.
Tolón había sido recuperada, en otro frente, por el
acierto táctico de un joven y desconocido capitán
de artillería llamado a ser el "hombre del
destino": Napoleón Bonaparte. En Madrid las estructuras
reales crujen agitadas por la corrupción, la cortesanía, las
nuevas ideas y la acción de la masonería. El
comandante victorioso, Ricardos, acaba de fallecer y toma el
comando el conde de la Unión, su lugarteniente. Obviamente
las perspectivas, al recomenzar las operaciones, ya
no eran las mismas.
Integran ahora el Ejército de Cataluña, junto con
las tropas españolas, una legión francesa de
voluntarios legitimistas, al mando del duque de San Simón,
y un cuerpo de portugueses a órdenes del general Forbes.
Los franceses, como queda dicho, habían reforzado
considerablemente sus efectivos comandados, en esa zona, por el
general Dugoumier. Ello obligará al conde de la
Unión a repasar los Pirineos, abandonando la masa de su
artillería. No obstante, ocupará al sur de la
cadena montañosa, ya en territorio español, la
línea general de San Lorenzo a la Moga- Llausa, apoyada en
su centro sobre la fortaleza de Figueres. De tal modo el frente
quedará sustancialmente estabilizado.
Simultáneamente, en los Pirineos occidentales, se
desarrollaron diversas acciones a cargo del virrey de Navarra,
Martín Alvarez de Sotomayor, por el lado español, y
del general Muller, del lado francés, y en las que se
distinguió un joven general que sería luego
mariscal del Imperio: Moncey.
Corría el año 1794 y el conde de la Unión ya
había decidido replegar sus fuerzas hacia España.
Una de estas acciones de retirada es la salida del 2
batallón contra la ermita de Sant Lluc, ataque en el que
participa San Martín, según consta en su foja.
Más tarde los batallones del Murcia, a órdenes del
general Navarro, defienden las plazas de Port Vendrés y
Collioure. Se lee en la foja del emancipador que lo hacen
"resistiendo el ataque que dan los enemigos al oeste, en mayo de
1794". Luego participa San Martín en el ataque a las
baterías francesas del general Dugoumier, en proximidades
de San Telmo. Finalmente, los efectivos del Murcia se constituyen
en guarnición en Collioure, hasta que el general Navarro
capitula, el 26 de mayo de 1794, cesando toda resistencia en la
región. San Martín es ahora prisionero de guerra.
Dicen las Ordenanzas Militares Españolas que "ser
prisionero sin menoscabo del honor militar, es un acto de
servicio". La
capitulación permite a San Martín, según era
la práctica en la época, el regreso a España,
junto con sus compañeros, bajo el compromiso de no hacer
armas hasta la
firma de la paz.
En julio de 1794 San Martín es ascendido a primer
subteniente y en mayo del año siguiente, antes de la firma
del Tratado de Paz de Basilea, es nuevamente ascendido a 2
teniente. Su "cursus honorum" militar nos lo muestra a los 17
años como un soldado en brillante tránsito
profesional.
La paz, con honor, se hizo. España
sólo perdió el actual territorio de Haití,
en la isla Santo Domingo, y recuperó todo lo ocupado por
los franceses en la península. Al mismo tiempo el Tratado
de Basilea constituía al monarca español en
árbitro de las cuestiones de Francia con
Portugal, Nápoles, Cerdeña y los Estados Papales.
La consecuencia decisiva para la marcha de la historia fue, en cambio, que
España se convirtió en satélite de
Francia.
En la relación de causas y efectos que determinan los
procesos
históricos, queda también como consecuencia
relevante de esta guerra, la
promoción de Godoy, ahora Príncipe
de la Paz, a un nivel de autoridad
importantísima. Su influencia habrá de ser uno de
los factores negativos y de deterioro determinantes en los
sucesos que llevaron primero, al motín de Aranjuez y
luego, a la abdicación de Carlos IV y, consecuentemente, a
los sucesos de Bayona. Estos traerán la guerra llamada de
la Independencia
de España y, necesaria y naturalmente, los graves problemas
políticos y militares en América
que provocarán, al final, su emancipación.
La alianza con Francia significará la lucha contra
Inglaterra y,
después del 2 de mayo de 1808, y al enfrentarse entonces
España contra Napoleón, el poder naval
inglés,
dueño de los mares desde Trafalgar, tendrá
fundamental importancia en el apoyo a la insurrección
americana.
Cuando San Martín arribe al Plata llegará un
hombre maduro
plenamente, y forjado en muchas, difíciles y muy complejas
vicisitudes; con claras y sólidas ideas y con la
experiencia vital sensible, recogida como actor de conflictos
desarrollados con la violencia de
las armas.
Traerá también en el espíritu las lecciones
que da el
conocimiento de muchas de las figuras del drama bélico
en Europa, a quienes
conoció y admiró el joven oficial San
Martín. Surgen así los nombres de Wellington,
Antonio Malet, el marqués de Coupigny; los generales
Ricardos, Urrutia y Castaños; el brigadier Francisco
Solano y Ortiz de Rosas, de quien
fuera edecán militar y testigo de su vil asesinato en
Cádiz. Aparecen, igualmente, los nombres de los mariscales
de Francia: Augereau, duque de Castiglione, de quien dijo Desaix
que "era un soldado como pocos"; Moncey, duque de Conegliano, de
quien afirmó Napoleón que "era un hombre
honesto, respetado, experto montañés, firme y
metódico comandante"; Lannes, duque de Montebello y
príncipe de Sieves, de quien opinó también
el emperador "cuando lo hallé era un espadachín,
cuando lo perdí, un paladín; el más bravo
entre los bravos, el ideal de un comandante de la vanguardia."
San Martín combatió largos años contra los
ejércitos que cantaban "La Marsellesa": en la guerra de la
Independencia
española combatió contra Bessieres, aquel que
vivió como Bayardo y murió como Turena; contra
Soult el de la mano de hierro y
contra el famoso Ney.
San Martín llegará al Río de la Plata
siguiendo "el destino que lo llama", cuando a la colosal empresa de
Conquistadores y Adelantados la sustituyen simples funcionarios
que ya no llegan a América
para fundar, civilizar y ganar honras ni conquistar nuevos
pueblos para la fe y para el provecho y grandeza de la corona
española. El trono de los Reyes Católicos
será sólo una simple metrópoli y una
frívola corte y, finalmente, será ocupado por un
rey usurpador. Entonces, el pueblo español, aquel 2 de
Mayo de 1808, se pondrá de pie, tizona en mano, para
recoger sus estandartes caídos en el polvo; para asumir
sus derechos y
recuperar su independencia,
su honor y su gloria.
También eso ocurrió el 25 de Mayo de 1810, a
orillas del Plata, cuando el pueblo de Buenos Aires, hermano de
los pueblos de Madrid, de Cádiz o de Sevilla,
asumió como ellos el poder que
revertía al pueblo para que éste ejerciera sus
propios derechos
políticos.
LA VUELTA DEL PROCER AL PAÍS
RETORNO AL PAIS
NATIVO
Marzo de 1812. En su edición correspondiente al viernes
13, un periódico
local -"La Gaceta de Buenos Aires"- hace pública la
llegada de la fragata inglesa George Canning. Informa que a su
bordo arribaron como pasajeros seis americanos y un europeo,
todos oficiales de las armas de la Monarquía. Entre ellos,
el teniente coronel José Francisco de San Martín,
quien así retorna a su país nativo, al país
de su nacimiento.
EL RECIÉN
LLEGADO
¿Quién es este Teniente Coronel recién
llegado? Muy pocos recuerdan a su padre y a su madre, aunque
sí quedan todavía unos pocos parientes o amigos de
uno y de otra; menos son, seguramente, los que a él lo
conocieron niño, durante su breve paso por las bandas
rioplatenses.
Esbocemos en lo físico, en lo moral, en el
carácter, a este criollo, según lo verán en
los próximos años sus compatriotas y los americanos
que compartirán con él luchas y afanes. Su estatura
no pasa de 1,70 m y casi seguramente no llega a tal medida, pero
impresiona como tanto o más porque el recién
llegado está siempre erguido, con presencia castrense. El
rostro se muestra moreno,
ya por coloración natural de la piel, ya por
la huella que en él ha dejado el servicio
prestado a campo abierto. La nariz es aguileña y grande.
Los prominentes y negros ojos no permanecen nunca quietos y son
dueños de una mirada vivísima. Posee una inteligencia
poco común y sus conocimientos van más allá
de los propios de una estricta formación profesional. De
maneras tranquilas y modales que revelan esmerada educación,
según los momentos es dicharachero y familiar, severo y
parco, optimista y dispensador de ánimo para quienes lo
han perdido o vacilan. Ni en este momento de su retorno ni en el
futuro, alguien podrá tacharlo de indiscreto, llegando en
ocasiones a ser por necesidad, casi críptico o disimulador
sin mentira.
Escribía lacónicamente, con estilo y pensamiento
propios, dice Bartolomé Mitre ("Historia de San
Martín y la Emancipación Americana"). Poseía
el francés, leía con frecuencia y, según se
desprende de sus cartas, sus
autores predilectos eran Guibert y Epicteto, cuyas máximas
observaba, o procuraba observar, como militar y como
filósofo práctico. Profundamente reservado y
caluroso en sus afecciones, era observador sagaz y penetrante de
los hombres, a los que hacía servir a sus designios
según sus aptitudes. Altivo por carácter y modesto
por temperamento y por sistema
más que por virtud, era sensible a las ofensas, a las que
oponía por la fuerza de la
voluntad un estoicismo que llegó a formar en él una
segunda naturaleza.
POR QUE, PARA QUE
RETORNA
En tres ocasiones, el futuro Libertador explicará por
qué y para qué decidió retornar a América. Así, en 1819,
dirá:
"Hallábame al servicio de la
España el año de 1811 con el empleo de
comandante de escuadrón del Regimiento de
Caballería de Borbón cuando tuve las primeras
noticias del movimiento
general de ambas Américas, y que su objetivo
primitivo era su emancipación del gobierno
tiránico de la Península. Desde este momento, me
decidí a emplear mis cortos servicios a
cualquiera de los puntos que se hallaban insurreccionados:
preferí venirme a mi país nativo, en el que me he
empleado en cuanto ha estado a mis
alcances: mi patria ha recompensado mis cortos servicios
colmándome de honores que no merezco…"
Y en 1827, hablando de sí en tercera persona,
manifestará:
"El general San Martín no tuvo otro objeto en su ida a
América
que el de ofrecer sus servicios al Gobierno de
Buenos Aires: un alto personaje inglés
residente en aquella época en Cádiz y amigo del
general, a quien confió su resolución de pasar a
América, le proporcionó por su
recomendación pasaje en un bergantín de guerra
inglés
hasta Lisboa, ofreciéndole con la mayor generosidad sus
servicios pecuniarios que, aunque no fueron aceptados, no dejaron
siempre de ser reconocidos."
Y corridos veinte años, volvió sobre el tema al
decir a Ramón
Castilla:
"Como usted, yo serví en el ejército
español, en la Península, desde la edad de trece a
treinta y cuatro años, hasta el grado de teniente coronel
de caballería. Una reunión de americanos en
Cádiz, sabedores de los primeros movimientos acaecidos en
Caracas, Buenos Aires, etc., resolvimos regresar cada uno al
país de nuestro nacimiento, a fin de prestarle nuestros
servicios en la lucha, pues calculábamos se había
de empeñar."
Retorna, entonces, porque ha tenido noticia de los importantes
sucesos que están ocurriendo y para ofrecer sus servicios
militares a la tierra de
su nacimiento. Algunos no lo creerán así y tras su
llegada comienzan a correr las versiones más
contradictorias o disparatadas: así, se llega a decir, con
intención que no necesita ser explicada, que es un
espía, que es agente francés, que lo es, sí,
pero británico. Con el correr de los años, y
aún después de la muerte de
San Martín, se seguirá dando aliento a estas
patrañas, a estas especiales maneras que tienen algunos
para exhibirse sabedores de lo que todos desconocen. Mas nadie
encontrará el menor dato que favorezca sus aserciones
hechas a media voz, ninguno de sus impugnadores podrá
valerse del menor principio de prueba en favor de tesis tan
peregrinas como reiteradas.
SU ALOJAMIENTO Y
DESEMPEÑO EN EL VIRREINATO
La Gazeta, órgano oficial del Gobierno, en su
edición del viernes 13 de marzo de 1812, consignó
los nombres de los oficiales recién llegados. Todos ellos,
con excepción del teniente coronel San Martín y el
primer teniente de Guardias Valonas Eduardo Kalitz, barón
de Holmberg, tenían familia en Buenos
Aires. El capitán de infantería Francisco de Vera,
el capitán de milicias Francisco Chilavert y el
alférez de navío José Matías Zapiola
habían sido arrestados en Montevideo el 12 de julio de
18l0 por las autoridades españolas, a causa de su
adhesión a los patriotas de la Junta de Buenos Aires.
Encarcelados y enviados a España, obtuvieron en
Cádiz su libertad y se
fugaron luego a Londres. El capitán Francisco Chilavert
viajó en la "George Canning" con sus hijos José
Vicente, que se hizo muy amigo de San Martín, y
Martiniano, futuro coronel argentino, quien entonces sólo
contaba ocho años de edad. El alférez Zapiola
tenía a su hermano Bonifacio, abogado en el Superior
Tribunal de Justicia de
Buenos Aires, quien había también adherido a la
causa de Mayo.
Las estrechas y profundas relaciones de amistad y
camaradería existentes en ese momento entre Alvear y San
Martín, hacen aparecer como muy probable que la encumbrada
familia
Balbastro albergara a nuestro héroe. En esa casa
vivía la abuela de Carlos de Alvear, doña Bernarda
Dávila, dama porteña viuda desde 1.802 del
acaudalado comerciante aragonés don Isidro José
Balbastro, dueño que fue – según su testamento- de
una tienda "muy bien surtida" en sociedad nada
menos que con Gerónimo Matorras, primo hermano de la madre
de José de San Martín, con quien Gregoria Matorras
llegó a Buenos Aires, cuando ya casado con doña
Manuela de Larrazábal volvía con el nombramiento de
gobernador de Salta del Tucumán, donde se hizo famoso como
explorador del Chaco. Esta vieja e íntima relación
familiar refuerza, sin duda, la posibilidad de que San
Martín inaugurara su estada porteña en el hogar de
los Balbastro.
Dispuesto el alojamiento y equipaje, urgía sin duda
clarificar sus propósitos ante las autoridades de Buenos
Aires, que no eran sino las del Triunvirato.
Estos individuos han venido a ofrecer sus servicios al Gobierno, y han
sido recibidos con la consideración que merecen por los
sentimientos que protestan en obsequio de los intereses de la
patria
También, las noticias que traían estos oficiales,
de las que eran testigos presenciales, no podían menos que
suscitar regocijo en los responsables del Gobierno.
Presentían que podía haber un cambio
favorable en la situación política y
estratégica que reforzara su precario poder.
Bernardo Monteagudo, director de la Gazeta desde el pasado
diciembre de 1811, encabezó sus "Noticias políticas"
con la crónica mencionada del viernes 13 de marzo
proclamando el descalabro del ejército español en
la Península: "El 9 del corriente ha llegado a este puerto
la fragata inglesa George Canning procedente de Londres en 60
días de navegación; comunica la disolución
del ejército de Galicia y el estado
terrible de anarquía en que se halla Cádiz dividida
en mil partidos, y en la imposibilidad de conservarse por su
misma situación política. La
última prueba de su triste estado son las
emigraciones frecuentes a Inglaterra, y
aún más a la América Septentrional…"
Lo que San Martín expuso en esta ineludible reunión
surge muy claro de sus propias expresiones a lo largo de su vida.
Para lograr el alto ideal del bien común para los
americanos, creía indispensable su independencia,
por lo que venía a ofrecer sus servicios como militar al
gobierno de su país nativo. Así lo dijo a los siete
años de su llegada a Buenos Aires, cuando elevó su
renuncia como general en jefe del Ejército de los Andes al
director supremo, el 31 de julio de 1.819:
"Hallábame al servicio de España el año de
1.811, con el empleo de
comandante de escuadrón del Regimiento de
Caballería de Borbón, cuando tuve las primeras
noticias del movimiento
general de ambas Américas; y que su objeto primitivo era
su emancipación del gobierno tiránico de la
Península. Desde ese momento me decidí a emplear
mis cortos servicios a cualquiera de los puntos que se hallaban
insurreccionados: preferí venirme a mi país nativo,
en el que me he empleado en cuanto ha estado a mis
alcances: mi Patria ha recompensado mis cortos servicios
colmándome de honores que no merezco…".
Ocho años más tarde, en abril o mayo de 1.827,
entre otros interrogantes planteados por el general Miller para
completar las Memorias que
éste escribió, le respondió: "El general San
Martín no tuvo otro objeto en su ida a América que
el de ofrecer sus servicios al Gobierno de Buenos Aires…".
Finalmente, a treinta y seis años de su arribo al
Río de la Plata y veintiuno de la precedente carta,
escribió al general Castilla, el 11 de septiembre de
1.848: "Como usted, yo serví en el ejército
español, en la Península, desde la edad de trece a
treinta y cuatro años, hasta el grado de teniente coronel
de Caballería. Tras una reunión de americanos, en
Cádiz, sabedores de los primeros movimientos acaecidos en
Caracas, Buenos Aires, etc., resolvimos regresar cada uno al
país de nuestro nacimiento, a fin de prestarles nuestros
servicios en la lucha, pues calculábamos se había
de empeñar…".
Este claro propósito es la raíz de la heroicidad
sanmartiniana: quiere ser, fervorosamente, un auténtico
soldado argentino para la independencia
americana.
Quince años más tarde, entre abril y mayo de 1.827,
en contestación a preguntas que le dirigió el
General Miller dirá: "Formo un regimiento de Granaderos a
Caballo": "Hasta la época de la formación de este
cuerpo, se ignoraba en las Provincias Unidas la importancia de
esta arma, y el verdadero modo de emplearla, pues generalmente se
le hacia formar en línea con la infantería para
utilizar sus fuegos. La acción de San Lorenzo
demostró la utilidad del uso
del arma blanca en la Caballería tanto más
ventajosa en América cuanto que lo general de sus hombres
pueden reputarse como los primeros jinetes del mundo". La
necesidad de una pedagogía para iniciar a los gobernantes
sobre el
conocimiento de esta arma quedó corroborada en las
Memorias
Póstumas del general José María Paz, quien
dijo: "Hasta que vino el general San Martín, nuestra
Caballería no merecía ni el nombre, y dotados
nuestros hombres de las mejores disposiciones, no prestaban
buenos servicios en dicha arma porque no hubo un jefe capaz de
aprovecharlas". Afirmaba lo que luego practicará
sistemáticamente, especialmente en Mendoza, que era
indispensable, primero, formar un cuerpo de oficiales altamente
seleccionados y educado, para preparar después a fondo a
los suboficiales y soldados en el campo de instrucción. El
joven teniente coronel conocía por propia experiencia,
porque lo había visto y vivido, los dos métodos y
sus resultados: el de la enseñanza detallada y
perseverante en el cuartel y campamento, y el de la
improvisación sobre el campo de batalla: aquél
logra organizaciones
sólidas para la batalla; en cambio, el
último es mejor medio para obtener la propia
destrucción y desbande ante enemigo capacitado.
SAN MARTÍN: EL
MILITAR
CREACIÓN DE UN CUERPO
PROPIO
HISTORIA DEL REGIMIENTO
La mente rememora los años difíciles de las viejas
colonias de España en el nuevo mundo, empeñadas en
romper definitivamente los artificiosos lazos políticos
existentes por la fuerza con la
monarquía borbónica para surgir, dentro de la
comunidad
internacional, como Estados soberanos plenos de derecho e iniciar
la honrosa misión de
materializarse como naciones en la amplitud del concepto.
Años terribles de lucha, sin dar ni pedir cuartel al
adversario, desarrollada en la más impresionante de las
pobrezas, sin recursos, ni
erario público, ni organización, ni nada material, con la sola
excepción de un espíritu y una voluntad de ser
libres e independientes de todo poder extranjero de la tierra.
El Regimiento de Granaderos a Caballo fue exitoso. En referencia
a esto, Mitre expresó:
"Concurrió a todas las grandes batallas de la
Independencia, dio a la América diecinueve generales,
más de doscientos jefes y oficiales en el transcurso de la
revolución, y después de derramar su
sangre y
sembrar sus huesos desde el
Plata hasta el Pichincha, regresó en esqueleto a sus
hogares, trayendo su viejo estandarte bajo el mando de uno de sus
últimos soldados ascendido a coronel en el espacio de
trece años de campaña.»
Trece años tremendos de sacrificios en el espacio y en el
tiempo signan
toda la épica trayectoria del Regimiento Granaderos a
Caballo, bautizado con dicho nombre por el propio San
Martín; Granaderos de Los Andes, llamados después
durante la campaña o, también, Granaderos a Caballo
de Buenos Aires, denominados así en algunas oportunidades
para distinguirlos por su lugar de origen y cuyas páginas,
escritas a fuerza de
coraje e indeclinable valor, resumen
la epopeya de la gran patria americana.
CREACIÓN DEL
CUERPO
La historia del Regimiento comienza juntamente con la
aparición de San Martín en el escenario americano,
apenas dos años después del grito de
rebeldía de mayo de 1810. Con fecha 16 de marzo el
gobierno superior provisional de las Provincias Unidas del
Río de la Plata, con las firmas de Chiclana, Sarratea y
Rivadavia, expide el nombramiento efectivo de José de San
Martín como Teniente Coronel de caballería y
"Comandante del Escuadrón de Granaderos que ha de
organizarse", el que sería a lo largo de la tenaz lucha
emprendida contra el poder real, el alma y el cuerpo vertebral
del éxito del pronunciamiento revolucionario.
La razón de la formación del Escuadrón de
Granaderos a Caballo en aquel año y oportunidad no
constituye una cuestión de mera rutina en el planeamiento de
la estructuración de la fuerza armada
que necesitaba el país.
Para la concreción del mismo, San Martín
había expuesto detalladamente ante el gobierno la
necesidad de formar un cuerpo modelo, donde
privara la calidad humana de
sus integrantes sobre la cantidad, de tal manera que
dotándolo de un espíritu, fuera el núcleo de
un ejército disciplinado y moderno, capaz de combatir con
todas las probabilidades de éxito contra las veteranas
fuerzas del rey.
Conviene acotar, como muy bien lo señala el Teniente
Coronel Anschutz, en su "Historia del Regimiento Granaderos a
Caballo", la razón por la cual aparecía la
creación de una unidad orgánica, sin las
formalidades de un decreto o resolución
específica.
"En los albores de nuestra nacionalidad – expresa- era una
modalidad de parte de los hombres de gobierno, cuando las
necesidades de Estado o de
guerra exigían la creación u organización de varias unidades, buscar en
principio a los jefes que las iban a comandar,
extendiéndoles el despacho de tal en la unidad que a
partir de esa fecha se iba a formar. Cada jefe proponía en
una lista sus colaboradores inmediatos y aún los oficiales
que conocían, o se los habían recomendado."
Formaron en el núcleo inicial de aquel escuadrón,
que sirviera de base para la integración del regimiento, el cual puede
darse por constituido como tal en mayo de 1812, los siguientes
jefes y oficiales:
En la plana mayor como Comandante el Teniente Coronel don
José de San Martín; el Sargento Mayor don Carlos
María de Alvear; el Ayudante Mayor don Francisco Luzuriaga
y el Portaguión don Manuel Hidalgo.
El escuadrón, dividido en dos compañías,
estaba integrado así: En la primera el Capitán don
José Zapiola, el Teniente don Justo Bermúdez y el
Alférez don Hipólito Bouchard. En la segunda el
Capitán don Pedro Vergara, el Teniente don Agenor Murillo
y el Alférez don Mariano Necochea.
Como puede apreciarse, ya figuraban nombres que después,
con el correr del tiempo, se
harían ilustres en la historia de la patria. En total, el
número de efectivos del escuadrón era de dos jefes,
ocho oficiales, nueve sargentos, un trompeta, tres cabos y
treinta y un granaderos.
ORGANIZACIÓN DEL
REGIMIENTO
Las enormes dificultades originadas por los problemas
derivados de las acciones de guerra empeñadas contra los
realistas como la rigurosa selección del personal,
impuesta por el propio San Martín, fueron
obstáculos que impidieron en un principio la pronta
organización del cuerpo.
Con fecha 11 de setiembre de 1812 se crea, por decreto, el
segundo escuadrón, y el 5 de diciembre de ese mismo
año, con las firmas de Rodríguez Peña,
Alvarez Jonte y de Tomás Guido como secretario interino de
Guerra, se dispone la formación del tercer
escuadrón.
Hasta ese momento las comunicaciones
dirigidas por el gobierno al Teniente Coronel San Martín
son en calidad de
«Comandante de Granaderos a Caballo», figurando
incluso esa misma denominación en las listas de revistas
efectuadas.
En la misma forma como se había procedido al crear el
Cuerpo, es recién con el decreto ascendiendo a Coronel a
San Martín, con fecha 7 de diciembre de 1812, que se usa
por primera vez el nombre de Regimiento.
Expresa el mismo, en su parte resolutiva: "Atendiendo a los
méritos del Comandante don José de San
Martín ha venido a conferirle el empleo de
Coronel del Regimiento de Granaderos a Caballo,
concediéndole las gracias, exenciones y prerrogativas que
por este título le corresponden."
Como lo señala el Teniente Coronel Anschutz en su estudio
sobre la ubicación inicial del regimiento al no
encontrarse decretos u órdenes para el alojamiento
inmediato del primer escuadrón de Granaderos a Caballo, se
supone que al darse la orden de su organización se haya indicado verbalmente
al Teniente Coronel San Martín, que momentáneamente
ocupara el cuartel de la Ranchería (Perú y
Alsina).
Posteriormente, con fecha 5 de mayo de 1812, con la firma de
Miguel de Azcuénaga, se ordena que… "… queda puesto a
disposición del Comandante del nuevo escuadrón de
Granaderos a Caballo, el cuartel que ocupa en el Retiro el
Regimiento de Dragones de la Patria; y lo aviso a V.S. en
contestación a su oficio de ayer en que me comunica
haberlo ordenado así el Superior Gobierno."
Esta zona era conocida desde la época de las invasiones
inglesas como Cuartel del Retiro, siendo su ubicación
aproximadamente la zona que bordea la actual plaza San
Martín (Arenales y Maipú).
Frente al mismo Regimiento, ante la curiosa mirada de los
habitantes de la zona del Retiro, se realizaban diariamente las
prácticas en el llamado "Campo de la Gloria" denominado
luego de la Revolución
de Mayo, como "Campo de Marte."
SAN LORENZO, EL
BAUTISMO
No había transcurrido un año desde su
creación cuando el 3 de febrero de 1813 tocaría al
regimiento recibir su bautismo de fuego allá en San
Lorenzo, a orillas mismas del Paraná.
Aquella madrugada ciento veinte hombres, divididos en dos
divisiones de sesenta granaderos cada una, al mando del propio
San Martín y del Capitán Bermúdez se lanzan
con furia incontenible sobre doscientos cincuenta realistas que
avanzaban, al mando del Capitán Antonio de Zabala desde el
puerto de San Lorenzo en dirección al convento de San Carlos, en una
de sus habituales recorridas requisando víveres y
elementos de los pueblos del litoral argentino.
El choque fue tremendo, y pese a que los godos alcanzaran a
formar en martillo para contener la embestida, los sables y las
lanzas de los granaderos pronto los sumieron en el desastre,
materializado en 40 muertos, 14 prisioneros, 12 de ellos heridos,
dos cañones, 40 fusiles y una bandera arrancada al
portaestandarte enemigo con riesgo de su vida
por el Alférez Hipólito Bouchard, el mismo que
después, al mando de la fragata "La Argentina",
dejara en todos los mares del mundo la estela imborrable de
hazañas increíbles.
Allí mueren, junto al granadero de origen francés
Domingo Perteau, el oriental Amador, el chileno Alzogaray y los
argentinos Luna, Bustos, Sylvas, Saavedra, Bargas,
Márquez, Díaz, Gurel, Galves, Gregorio y Cabral,
catorce en total, en cuyo recuerdo las calles internas del
cuartel de Palermo llevan sus venerados nombres.
Días más tarde fallece también, a resultas
de las heridas recibidas, el Capitán Justo Germán
Bermúdez, el primer jefe de escuadrón del
regimiento muerto en combate.
La acción, breve en tiempo, dada la pujanza de la carga de
los granaderos, tiene hondo contenido emocional.
En aquel combate la valentía de dos hombres salvan la vida
del jefe del alcance de las bayonetas españolas cuando
queda aprisionado en el sueldo por la muerte de
su caballo.
Uno es el granadero Juan Bautista Baigorria, puntano de origen,
el "postergado", como lo llaman en su tierra, tal
vez con razón, pues poco o nada se sabe de este valiente
que salva la vida de su Coronel matando al godo que
pretendía ultimarlo aprovechando la difícil
situación.
El otro es el granadero Juan Bautista Cabral, oriundo de
Corrientes, que no vacila en echar pie a tierra en
medio de aquel entrevero de sables, bayonetas, sangre y polvo,
consiguiendo zafar del caballo al Coronel San Martín,
recibiendo dos mortales heridas a raíz de las cuales deja
de existir poco tiempo después mientras repite en su
agonía: "muero contento… hemos batido al enemigo."
A raíz de este hecho, por un decreto del superior
gobierno, se ordena: "Fíjese en el cuartel de granaderos
un monumento que perpetúe recomendablemente la existencia
del bravo granadero Juan Bautista Cabral en la memoria de
sus camaradas."
Cabe señalar también otro hecho de honda
significación espiritual. En el canje de los prisioneros
efectuado con los realistas vienen tres lancheros paraguayos, dos
de los cuales resuelven incorporarse al regimiento.
LA BANDA ORIENTAL Y EL ALTO
PERU COMO
ESCENARIOS DE LUCHA
Después de San Lorenzo, a los efectos de que
se…"…active y haga ejecutar el plan de operaciones que
sea necesario para la defensa de la Capital, en
cualquier evento de ataque o incursión…"
…se nombra al Coronel don José de San Martín, con
fecha 4 de junio de 1813, Comandante de las fuerzas de la
Capital.
A partir de ese entonces el regimiento, al par de cumplir con su
planeamiento
de instrucción destina varios destacamentos sobre el
Litoral a los efectos de proteger las poblaciones
ribereñas de las incursiones realistas.
Pronto habrían de abrirse otros horizontes de lucha para
el Regimiento. La difícil situación en el Norte,
agravada por las sucesivas derrotas de Vilcapugio y de Ayohuma,
las cuales ponen en peligro toda la frontera de la patria, mueven
al gobierno a nombrar, con fecha 3 de diciembre de 1813, al
Coronel San Martín como Jefe de la expedición
auxiliadora al ejército de Belgrano, que venía
retirándose en dirección a Tucumán.
Integraron esta división, además del primer
batallón del 7 de Infantería y de un piquete de 100
artilleros, el 1º y 2º escuadrón del Regimiento
de Granaderos a Caballo, los que llegan a Tucumán el 12 de
enero de 1814.
Desde esa fecha hasta el 10 de septiembre de 1816, en que se
mueven en dirección a Mendoza, por el camino que atraviesa
La Rioja, luchan en las lomas de San Lorenzo con las tropas de la
vanguardia; en
guerrillas en Humahuaca, Yaví, Casavindo, Toldos, Bermejo,
etcétera, en el combate de Barrios; en la sorpresa del
Tejar, en Puesto del Marqués, en Mochara y en la derrota
de Sipe- Sipe, donde el regimiento, al mando del Teniente Coronel
Juan Ramón
Rojas, salvó con su arrojo y valor el honor
de la triste jornada.
Mientras el 1 y 2º escuadrón combatían en el
Alto Perú, el resto del regimiento, al que ya se le
había agregado el 4º escuadrón, a
órdenes del Teniente Coronel José Matías
Zapiola queda en tareas de reorganización e
instrucción en la Capital.
Prontamente, sin embargo, habrían de embarcarse rumbo a la
Banda Oriental a reforzar el ejército de Oriente.
El 22 de junio de 1814 el 3º y 4º escuadrón de
los granaderos entraban en la Plaza Fuerte de Montevideo a la
cabeza de la columna vencedora.
Lo importante de esta campaña, como anota Félix
Best, es que…"ningún otro suceso podía valer
tanto para la seguridad de la
independencia como la rendición de Montevideo, que era
como cerrar para siempre a España las aguas del Río
de la Plata, única vía por donde podría
alcanzar a tocar Buenos Aires, centro y corazón de
la causa de la independencia en toda América del Sur.
"Salvada la capital, sobre cuya energía reposaba la
independencia de Chile y
Perú, todo podía venir mal, que ya
encontrarían los invasores, ejércitos y pueblos que
los obligarían a retroceder. La rendición de
Montevideo salvó a la capital de las provincias argentinas
y a la América del Sur."
LA GRAN
HAZAÑA
A mediados de agosto llegan a Mendoza el 3º y 4º
escuadrón que habían intervenido en la
campaña de la Banda Oriental.
Llegaban a los bordes mismos de la cordillera, donde durante un
año se prepararían para vencer, no solamente al
adversario realista, sino a aquella mole gigantesca que
aparecería imperturbable e imposible ante la audacia
increíble de aquellos hombres.
Mitre ha definido con palabras precisas todo ese planeamiento
realizado por San Martín para preparar la epopeya.
"La
organización del Ejército de los Andes – dice-
es uno de los hechos más extraordinarios de la historia
militar. Máquina de guerra armada pieza por pieza, todas
sus partes componentes respondían a un fin, y su conjunto
a un resultado eficiente de antemano calculado. Arma de combate
forjada por el uso diario se dobla elásticamente, pero no
se quiebra
jamás."
Al terminar el año 1816 el Regimiento de Granaderos se
halla en perfectas aptitudes de comenzar la empresa.
Tonificados por la dura instrucción, persuadidos de su
propio valor,
sólo esperan la orden de atravesar aquellas
montañas inmensas, sabiendo que luchaban por la libertad de
otros pueblos hermanos y sin saber si volverían o
quedarían sus huesos jalonando
los caminos de marcha.
El día 5 de enero de 1817, ante el pueblo entero de
Mendoza, los soldados del Ejército de los Andes juran a la
Virgen Generala y a la Bandera de los Andes, simbolizando con
aquel solemne acto el espíritu de la epopeya que
iniciaban, conciliando la fe de un pueblo con el pabellón
de una empresa que
amparaba, bajo los pliegues generosos, el sentimiento fraterno de
libertad que
inspiraba a los soldados argentinos.
En aquel solemne acto el General San Martín,
después de colocar el bastón de mando de general a
la Virgen del Carmen de Cuyo, se dirige a la tropa
exclamando:
"Soldados, ésta es la primera bandera independiente que se
bendice en América."
El 17 de enero daba comienzo la gran hazaña. El Regimiento
forma parte de aquel glorioso Ejército de los Andes, bajo
las órdenes del Coronel Zapiola, integrado por 4 jefes, 55
oficiales y 742 hombres de tropa.
Conforme al plan preparado
por San Martín el grueso del Ejército de los Andes
cruzaría por el paso de los Patos.
El 3º y 4 escuadrón del regimiento, juntamente con
otros efectivos, formaban parte de la vanguardia a
órdenes del Brigadier Miguel Soler, que se pone en
movimiento a
partir del 19 de enero, mientras que el resto del regimiento, a
órdenes del Coronel Zapiola, lo haría con el grueso
de la columna a partir del 23 de enero.
No habían terminado de desembocar al otro lado de la
cordillera cuando ya los nombres de Achupallas y Las Coimas
ingresaban al historial de glorias del regimiento.
La vieja preocupación del general San Martín sobre
el pasaje de los Andes, elocuentemente manifestada en aquella
carta que
meses antes le había escrito a Guido: "Lo que no me deja
dormir es, no la oposición que puedan hacerme los
enemigos, sino el atravesar estos inmensos montes…", quedaba
superada al vencer con todo éxito las columnas del
ejército patriota los difíciles caminos
cordilleranos.
La primera parte de la hazaña estaba cumplida.
Habían vencido a los elementos naturales: piedras,
frío, alturas, distancias, rigurosidades, señalando
un hito en la historia mundial de los grandes hechos. Adelante
quedaba un ejército de bravos, intacto en sus fuerzas,
pronto a defender lo que creía sus derechos con la
bizarría que caracterizaba al hispano. Les cabría a
los sables, lanzas y terceronas de aquellos bravos escribir la
página heroica de la libertad de
Chile.
POR LA LIBERTAD EN
TIERRAS DE CHILE
El 12 de febrero de 1817, hace 150 años, Chacabuco
marca el
primer jalón del largo camino de heroicidades que
cumplirían los granaderos en tierra
americana.
La sencillez del parte de la victoria de San Martín resume
toda la valentía e importancia de los granaderos en la
batalla:" El Coronel Zapiola -expresa- al frente de los
escuadrones 1º, 2 y 3 , con sus comandantes Melián y
Medina rompe su derecha; todo fue un esfuerzo
instantáneo."
Y más adelante, agrega:
"Entre tanto los escuadrones mandados por sus intrépidos
comandantes y oficiales cargaban del modo más bravo y
distinguido, toda la infantería quedó rota y
deshecha, la carnicería fue terrible y la victoria
completa y decisiva."
Persiguen al enemigo y al frente de las tropas entran en Santiago
de Chile. Pero el
realista no estaba vencido del todo y con encomiable
espíritu sigue la lucha.
Comienza luego la campaña del Sur de Chile, donde
interviene primeramente el 3er. escuadrón, al mando de
Melián y Medina y, posteriormente con el 4
escuadrón, a órdenes de Freyre, escriben nuevas
páginas de honor.
Así en Curapaligüe, Gavilán, El Manzano,
Talcahuano y otros combates de menor monta, los bravos granaderos
hacen sentir al realista el filo de sus corvos, sin que por las
características de la zona de operaciones y las
fuerzas en presencia se pueda librar la batalla decisiva que
consolide la libertad de Chile.
La situación a principios del
año 1818 no era, por cierto, nada halagüeña
para los efectivos patriotas. El ejército, fraccionado en
dos grandes núcleos, uno en el Sur, a las órdenes
de O'Higgins y el otro en Las Tablas, bajo el mando directo de
San Martín, podía ser derrotado por partes, apenas
el ejército español contase con efectivos
mayores.
El desembarco de importantes tropas realistas al mando de Osorio
en Talcahuano determinó al fin a San Martín a
buscar la reunión de sus fuerzas y derrotar en batalla
decisiva a los españoles.
Los movimientos de ambos ejércitos conducen a los llanos
de Maipú, con el antecedente inmediato de la sorpresa de
Cancha Rayada, el 19 de marzo, que deja en difícil
situación al ejército de San Martín.
Sin embargo, el genio del organizador y del estratego salva –
caso único en la historia militar- la desventaja de la
derrota anterior conquistando en Maipú, el 12 de abril de
1818, la definitiva libertad del Estado
chileno.
En aquella batalla nuevamente los granaderos cargan una y otra
vez derrotando completamente a la caballería enemiga a la
que persiguen destrozándola totalmente.
Nada queda de aquel ejército de bravos que derrotaron a
las tropas napoleónicas, en situación de resistir
el embate de los patriotas.
La batalla está ganada y el bravo Brigadier chileno
O'Higgins llega, todavía sangrante de su herida de Cancha
Rayada, para abrazar a San Martín, mientras exclama:
"Gloria al salvador de Chile".
Les tocaría a los Granaderos a Caballo consolidar el
notable triunfo de Maipú que la valentía hispana se
negaba a reconocer como definitivo, esperanzada en la
acción de insurgentes en el sur de Chile y los refuerzos
que podrían venir por mar desde el Perú.
A la persecución de los realistas, luego del triunfo del 5
de abril, deben agregar la misión de
iniciar una campaña de limpieza de los restos del enemigo
que apresuradamente se reorganizan en el sur del territorio.
Así cobran nuevamente valor los
nombres de Parral, Quirihue, Chillán, Arauco, Bio-Bio,
Santa Fe, San Carlos y otros combates menores pero de enorme
gloria para los granaderos a caballo. Los nombres de Zapiola, su
jefe, O'Brien, Caxaraville, Brandsen, Viel, Escalada, Ramallo,
Pacheco y muchos otros, son nombrados con asiduidad en los partes
de guerra.
Los sufrimientos padecidos por el regimiento en ese año de
1818 son indescriptibles. No solamente debieron luchar con un
enemigo de carne y hueso, sino contra la naturaleza
difícil de ese teatro de
operaciones.
El parte que el 18 de setiembre de 1818 eleva San Martín
es elocuente pues el Libertador no era de los jefes que
acostumbraban quejarse o dejarse dominar por sentimientos o
incomodidades del servicio. "El Regimiento de Granaderos a
Caballo que en todo el invierno se ha mantenido sobre el sur del
Maule, en observación del enemigo, se encuentra
enteramente desnudo…", sin que esa terrible situación
pueda afectar el honroso cumplimiento del deber.
Entre tanto, las noticias provenientes de la Península no
eran nada halagüeñas, ante la perspectiva del
envío de una colosal expedición destinada a
aplastar definitivamente la revolución
sudamericana.
En el orden interno tampoco las cosas marchaban bien para el
gobierno nacional que, ante el cúmulo de hechos, resuelve
el regreso de los efectivos del Ejército de los Andes al
propio territorio para reforzar su posición ante la
anarquía reinante en el país.
Esta resolución llena de intranquilidad y
consternación a argentinos y chilenos que veían,
con esta nueva variante, alejarse las posibilidades de la
expedición al Perú, peligrar todo el sur chileno
aún convulsionado y terminar enfrascándose los
efectivos del ejército en una estéril lucha de
facciones.
A pesar del retardo e inconvenientes puestos por San
Martín debe cumplimentarse el repaso de la cordillera por
determinados efectivos y entre los cuales se contaba el
Regimiento de Granaderos a Caballo.
Acantonado en Curimón inicia la marcha de regreso con el
1º, 2º y 3er. escuadrón, el 27 de abril de 1819,
mientras el 4 escuadrón quedaba en Chile para escribir
nuevas hazañas al brillante historial del regimiento.
Después de diversas vicisitudes, el regimiento establece
su campamento en las chacras de Osorio, situado a dos leguas de
la ciudad de San Luis.
Allí permaneció desde principios de
junio de 1819 organizándose e instruyéndose hasta
días después de la sublevación de Arequito,
el 8 de enero de 1820, en que se resuelve su marcha a Mendoza. La
reunión de los efectivos de la división finaliza el
25 de febrero, poniéndose inmediatamente en marcha para
repasar, otra vez, la cordillera de los Andes.
El 12 de marzo llegaba el regimiento a la hacienda de Valenzuela,
distante una legua de Rancagua, donde se alojó hasta la
primera quincena de marzo. Es trasladado posteriormente a
Quillota, donde queda hasta el 13 de agosto, dirigiéndose
luego a Valparaíso, donde habría de embarcarse con
destino al Perú.
POR LA LIBERTAD EN TIERRAS DE
PERU Y
COLOMBIA
Con la independencia de Chile se había cumplido con
singular éxito la primera etapa del plan
sanmartiniano. Si difícil había sido el cruce de la
mole imponente de los Andes y la derrota del realista, allende la
cordillera, no iba a ser menos ardua la ejecutoria de la
campaña en tierras del Perú. Era necesario vencer
primero la bravura del océano Pacífico y la
escuadra realista para recién empezar a moverse en una
zona de disímiles características y donde el español
contaba con importantes y veteranas tropas de combate.
Atrás, la patria empezaba a desangrarse a causa de las
disensiones internas, mientras la anarquía devoraba
esfuerzos que debían estar sólo al servicio de la
libertad de América.
La indeclinable voluntad e inteligente percepción
del Gran Capitán iba a salvar con su decisión el
destino del nuevo mundo.
La expedición libertadora al Perú, fuerte en 4.430
hombres, se hacía a la mar el 20 de agosto de 1820, en 8
buques de guerra, 16 transportes y 11 lanchas
cañoneras.
Formando parte de la división de los Andes iba el
Regimiento de Granaderos a Caballo al mando del Coronel don
Rudecindo Alvarado con un efectivo de 1 coronel; 2 tenientes
coroneles; 1 sargento mayor; 3 ayudantes; 2 abanderados; 6
capitanes; 11 tenientes primeros; 4 subtenientes; 20 sargentos
primeros; 12 trompetas; 29 cabos primeros y 330 soldados, siendo
en total 391 hombres.
Desembarcados en la bahía de Paracas, a partir del 8 de
setiembre, los efectivos de granaderos toman inmediata
posesión de los dos pueblos de Alto y Bajo Chincha.
Conforme al plan de
operaciones dispuesto por el Libertador, el Coronel Mayor Alvarez
de Arenales inicia, con efectivos aproximados a los 1.200
hombres, la Primera Campaña de la Sierra por
Huancavélica a Jauja, a partir de los primeros días
de octubre de 1820. Participa en ella una compañía
de 50 granaderos, al mando del Capitán Juan Lavalle, la
cual se bate con increíble denuedo en las acciones de
Nazca, Jauja y Paseo, terminando con las fuerzas realistas del
Brigadier O'Reilly, después de cubrir 203 leguas por zonas
y caminos desérticos.
Mientras tanto, San Martín se hace nuevamente al mar con
su ejército, desembarcando en el puerto de Huacho (unos
150 kilómetros al norte del Callao) para dirigirse al
interior del país con la intención de tomar
contacto con la división de Arenales, luego de haber
cortado las comunicaciones
de los españoles en el Norte.
A fines de noviembre el Regimiento de Granaderos al mando de
Alvarado inicia la marcha hacia el Sur. Una partida de 18
granaderos al mando del Teniente don Pascual Pringles es
adelantada hacia Chancay a efectos de tomar contacto con el
Batallón Numancia, del cual se había recibido
informes que
se pasaría a las filas patriotas en razón de estar
integrado en su mayor parte por americanos. Sorprendido Pringles
por tres escuadrones que le cierran los caminos, luego de
cargarlos infructuosamente, hecho en que tiene tres muertos y
once heridos, antes de caer prisionero resuelve arrojarse al mar
seguido por cuatro granaderos.
El general Mansilla, en emotivas palabras, capta aquel tremendo
momento en que el joven Teniente no vacila en dar su vida ante la
vergüenza de ser copado. "No les importa a Pringles ni a sus
fieles compañeros -dice- la derrota sufrida; tienen la
conciencia de que
han combatido con una osadía homérica".
Es la idea de caer prisioneros lo que se les presenta como un
baldón eterno. Pero no quieren concederle al enemigo ni la
satisfacción de tomarlos, ni el orgullo de matarlos.
¿Qué hacer, pues? Arrojarse con sus cuatro
granaderos a las profundidades del mar. Así lo hicieron
sin vacilar un punto siquiera cuando el instante solemne
llegó. Las olas recibieron a los cinco granaderos montados
en sus incansables corceles.
La providencia los salvó, y los españoles, a
fuerza de
gentiles, mandaron acuñar cinco medallas que más
tarde enviaron a Pringles. Leíase en ellas esta
inscripción: «La patria a los vencidos, vencedores
de Pescadores».
Entre tanto, el ejército colombiano al mando de Sucre en
Guayaquil, pide refuerzos a San Martín para poder resistir
con éxito la acción de las tropas españolas.
El Libertador, cuya única mira es la independencia total
de los nuevos Estados americanos, ordena la concurrencia de una
división al mando del Coronel Andrés de Santa Cruz
en la que forma un escuadrón de granaderos a caballo al
mando del Sargento Mayor don Juan Lavalle. El 21 de abril de 1821
noventa y seis granaderos escriben una de las páginas
más heroicas en la historia de la caballería.
La llaneza del parte elevado por Lavalle es demostración
elocuente del temple moral y de la
fibra humana de aquellos héroes. Dice, en su parte
principal, lo siguiente:
"RÍO BAMBA, Abril 25 de 1822.
"Excmo. Sr. el día 21 del presente se acercaron a esta
villa las divisiones del Perú y Colombia y
ofrecieron al enemigo una batalla decisiva. El primer
escuadrón del Regimiento de Granaderos a Caballo de mi
mando marchaba a la vanguardia
descubriendo el campo y observando que los enemigos se retiraban,
atravesé la villa y a la espalda de una altura, en una
llanura me vi repentinamente al frente de tres escuadrones de
caballería fuerte de ciento veinte hombres cada uno, que
sostenían la retirada de su infantería; una
retirada hubiera ocasionado la pérdida del
escuadrón y su deshonra y era el momento de probar en
Colombia su
coraje, mandé formar en batalla, poner sable en mano, y
los cargamos con firmeza.
"El escuadrón que formaba noventa y seis hombres
parecía un pelotón respecto de cuatrocientos
hombres que tenían los enemigos; ellos esperaban hasta la
distancia de quince pasos poco más o menos cargando
también, pero cuando oyeron la voz de degüello y
vieron morir a cuchilladas tres o cuatro de sus más
valientes, volvieron caras y huyeron en desorden, la superioridad
de sus caballos los sacó por entonces del peligro con
pérdida solamente de doce muertos, y fueron a reunirse al
pie de sus masas de infantería.
"El escuadrón llegó hasta tiro y medio de fusil de
ellos y, temiendo un ataque de las dos armas, lo mandé
hacer alto, formarlo y volver caras por pelotones; la retirada se
hacía al tranco del caballo cuando el general Tobra puesto
a la cabeza de sus tres escuadrones los puso a la carga sobre el
mío. El coraje brillaba en los semblantes de los bravos
granaderos y era preciso ser insensible a la gloria para no haber
dado una segunda carga.
"En efecto, cuando los cuatrocientos godos habían llegado
a cien pasos de nosotros, mandé volver caras por
pelotones, y los cargamos por segunda vez: en este nuevo
encuentro se sostuvieron con alguna más firmeza que en el
primero, y no volvieron caras hasta que vieron morir dos
capitanes que los animaban. En fin, los godos huyeron de nuevo
arrojando al suelo sus lanzas
y carabinas y dejando muertos en el campo cuatro oficiales y
cuarenta y cinco individuos de tropa. Nosotros nos paseamos por
encima de sus muertos a dos tiros de fusil de sus masas de
infantería hasta que fue de noche y la caballería
que sostenía antes la retirada de su infantería fue
sostenida después por ella."
Consecuencia de ello el gobierno del Perú, en honor de
estos valientes decretó que todos los jefes, oficiales y
soldados del primer escuadrón del Regimiento Granaderos a
Caballo de los Andes, que tuvieron parte en la gloriosa jornada
del 21 de abril pasado en Río Bamba llevarán en el
brazo izquierdo un escudo celeste entre dos palmas bordadas, con
esta inscripción en el centro: "El Perú al Heroico
Valor en
Río Bamba".
Este escudo y el nombre de Río Bamba lo lleva actualmente
el primer escuadrón del Regimiento. Así mismo, por
decreto del Poder
Ejecutivo Nacional Nº 1782, del 20 de febrero de 1962,
se impuso a los restantes escuadrones del regimiento las
siguientes denominaciones que ya venían usando conforme a
la tradición, conquistadas en los campos de batalla.
Así, se denomina Junín al 2º escuadrón,
San Lorenzo al 3º; Maypo al 4º; Chacabuco al 5º y
Ayacucho al 6º.
Estos escuadrones llevan en su brazo izquierdo los siguientes
escudos, oportunamente otorgados en el campo de batalla: el
escuadrón Junín el "Escudo de Mirabe"; el
escuadrón San Lorenzo el "Escudo de Caranpangue"; el
escuadrón Maypo el "Escudo de Maypo"; el escuadrón
Chacabuco el "Escudo de Chacabuco" y el escuadrón Ayacucho
el "Escudo de Junín y Ayacucho."
Siguen los granaderos peleando con todo fervor por la libertad de
tierras hermanas. Se encuentran en la victoria de Pichincha y
entran en Quito como un año antes lo habían hecho
en Lima. Intervienen en la Primera Expedición a Puertos
Intermedios con un escuadrón al mando del Sargento Mayor
José Soler, y también en la segunda e infortunada
expedición donde a fuerza de valor salvan el honor
argentino en los desastres de Torata y Moquegua.
Producida la abdicación y retiro del General San
Martín del escenario americano aquellos valientes que
formara a su imagen y
semejanza combaten al lado de colombianos y peruanos, bajo las
órdenes de Bolívar, en las dos últimas
grandes batallas de la emancipación continental.
Están presentes en las pampas de Junín, en agosto
de 1824, bajo el mando de Bruix, acompañando con su galope
furibundo la carga gloriosa de Isidoro Suárez, como
también lo están, aunque no se los nombre
expresamente en el parte de la victoria, cargando en Ayacucho, en
diciembre de ese mismo año, en el epílogo del
dominio
español en América.
Ya nada más quedaba por hacer. Habían hecho tres
naciones y contribuido a la formación de otros tantos
Estados, sin alardes ni posturas, con la misma sencillez con que
ensayaban los movimientos de combate en el viejo y lejano cuartel
del Retiro. Volverían anónimamente, como cuando
emprendieron el camino de la epopeya. Muchos quedaron sin saber
dónde murieron, teniendo como mortaja el cielo azul y como
sepulcro la tierra
fragosa de los Andes.
Los hombres pronto los olvidarían pero nunca esa
América que había vitalizado su nacimiento con
aquella sangre
generosamente derramada, para ofrecerse al mundo como esperanza
de fe y de libertad.
DE REGRESO A LA
PATRIA
Ya había terminado la gesta con la resonante victoria de
Ayacucho. El General Cirilo Correa, jefe de la División de
los Andes, se dirige desde Lima, con fecha 10 de enero de 1825,
al Ministro de Guerra y Marina de las Provincias Unidas del
Río de la Plata… "en precaución de las
circunstancias que pudieran sobrevenir y anheloso por el bien de
mi patria me dirijo a vuestra señoría como jefe que
fui encargado últimamente de la división para que
consultándolo al supremo gobierno se sirva comunicar sus
órdenes sobre el particular por el conducto más
conveniente."
En la misma carta plantea la
situación del Regimiento que había quedado a las
órdenes del general Bolívar, expresándose en
términos laudatorios, con las siguientes palabras: "Este
cuerpo, que concurrió a la memorable jornada de
Junín, bajo las órdenes del señor Coronel
Bruix ha continuado luego a las del Sargento Mayor Bogado unido a
la columna de caballería del Ejército Libertador y
habiéndose sostenido con honor algunos encuentros en su
marcha, se ha encontrado en la célebre batalla de Ayacucho
que ha libertado absolutamente al Perú del dominio
español."
Luego de Ayacucho el General Sucre destina al Regimiento a la
zona de Huanta, desde donde iniciaría posteriormente el
regreso a la patria. En las comunicaciones
que hace el vencedor de Ayacucho se habla en tono hiriente del
Regimiento a las órdenes del Coronel Bogado. La justicia
histórica, más fuerte que la pasión de los
hombres, no ha necesitado en este caso salir a la palestra a
defender con argumentos o pruebas el
honor de un regimiento cuya foja de servicios se confunde con la
historia heroica de la libertad de América.
El Regimiento de Granaderos estacionado en Huanta marcha, por
orden de Bolívar, hasta Arequipa a donde arriba el 18 de
marzo de 1825. En dicha zona el Prefecto recibe la orden del
Libertador del Norte de ajustar los sueldos correspondientes al
mes de febrero a los granaderos que se encontraron en la batalla
de Ayacucho, y la de contratar un buque para llevar al puerto de
Valparaíso sólo a aquel personal militar
que sea oriundo de las Provincias Unidas del Río de la
Plata.
A fines del mes de junio el centenar de hombres que forma el
regimiento se embarcan en el bergantín "Perla", en el
puerto de Ilo, llegando al puerto de Valparaíso el 10 de
julio de 1825. Con fecha 22 de julio, el Coronel Bogado eleva
desde Santiago de Chile el estado de
las fuerzas "… que componen el resto del regimiento a mi mando,
quienes por su constancia y fidelidad al pabellón nacional
durante la larga campaña del Perú tienen la
gloriosa satisfacción de volver a su patria,
después de haber sellado la independencia, en la memorable
batalla de Ayacucho."
La triste situación económica en que se halla el
Regimiento induce al Coronel Bogado a solicitar el apoyo
correspondiente al antiguo oficial del regimiento don Ramón
Freyre, en ese entonces Director Supremo de Chile, quien entrega,
ante la carencia de fondos del Estado, cien pesos de su peculio
personal, los
cuales se le devuelven de inmediato al conocer Bogado que el
General Martínez era quien debía proporcionarles
los medios que
necesitasen. A las angustias económicas para el pago de
los sueldos, como para el racionamiento, se agrega la carencia de
vestuario que motiva un urgente pedido del General
Martínez, con fecha 9 de octubre, para la
confección de uniformes…"…dado el estado de
desnudez en que se encuentra la tropa."
Resuelto el pasaje de la cordillera apenas se abrieran los pasos,
el movimiento se
inicia por destacamentos a partir del 6 de diciembre, llegando a
Mendoza unos días después. Con fecha 31 de
diciembre el comisario de guerra pasa la revista
reglamentaria, cuya histórica copia contiene los nombres
de todos aquellos valientes granaderos que regresan a la patria.
Al fin, el 13 de enero de 1826 se inicia la marcha a Buenos
Aires, la cual se hizo en veintitrés carretas. En
silencio, invencibles, cruzados de cicatrices, cargados de
glorias llegan a Buenos Aires, el 13 de febrero de 1826, los
restos del Regimiento de Granaderos a Caballo de los Andes,
después de trece años de intenso batallar por los
campos de medio continente para concretar la libertad de las
naciones de América.
Volvían al viejo cuartel de Retiro los efectivos de los
escuadrones 1º, 2º y 3º, que en Junín y
Ayacucho habían contribuido a consolidar la definitiva
derrota de las fuerzas realistas.
Volvía también el espíritu del 4º
escuadrón, que a las órdenes del Comandante Viel
había escrito, en el sur de Chile, páginas
inimaginables de valor en la afirmación de la
independencia del hermano país, allende los Andes.
Volvía, a las órdenes del Coronel don José
Félix Bogado, aquel paraguayo que, prisionero de los
realistas, es canjeado luego de San Lorenzo y se incorpora como
recluta el 11 de febrero de 1813, juntamente con otros seis
valientes que cumplieron toda la epopeya.
Volvían, junto con su Jefe, el Sargento Ayudante Paulino
Rojas, dado de alta el 2 de marzo de 1814; el Capitán
Francisco Olmos, de alta el 12 de setiembre de 1812; el Sargento
Segundo Patricio Gómez, de alta el 1º de marzo de
1813; el Sargento 2º Damasio Rosales, de alta el 23 de
setiembre de 1812; el Sargento 2º Francisco Bargas, el 23 de
setiembre de 1812; y el trompa Miguel Chepoya, en el año
1813, además de 72 valientes más incorporados en
las diversas etapas de la dilatada campaña del
regimiento.
HISTORIA DE LA SEGUNDA EPOCA
El regimiento, disuelto en 1826, justamente al terminar la guerra
de la emancipación, no participaría, por dicha
circunstancia, en las guerras
internacionales ni en las contiendas internas que asolaron al
país.
El espíritu que animó al Santo de la Espada en toda
su vida, de no mezclarse jamás en las luchas civiles ni en
participar en otra guerra que no fuese destinada a lograr la
libertad de la propia patria y de otras naciones del continente,
por esos avatares del destino, se había transmitido
incólume al Regimiento de Granaderos, que podía
ostentar con legítimo orgullo tan preciado antecedente, no
dado a ninguna otra unidad militar.
A principios del
siglo el General Ricchieri, uno de los más grandes
visionarios y ejecutores de la necesaria modernización del
Ejército en todos sus aspectos, conciliaba aquella idea de
progreso con la justa medida de respeto a las
antiguas tradiciones que habían dado gloria a la
institución armada en todo su brillante historial.
RECREACION DEL
REGIMIENTO
De su propio puño, en un documento que se atesora en la
sala histórica de la unidad, escribió el borrador
del decreto de recreación del Regimiento que se
promulgó, con fecha 23 de mayo de 1903, con la firma del
Presidente Roca.
El referido decreto expresa lo siguiente:
"Buenos Aires, mayo 25 de 1903.
"Considerando conveniente conservar en el Ejército de la
Nación la representación del glorioso
Ejército de la Independencia mediante la
reorganización de uno de sus cuerpos más
beneméritos. El Presidente de la República
DECRETA:
Artículo 1º Queda reconocido como cuerpo permanente
del Ejército, el regimiento de movilización creado
por resolución ministerial del 3 de febrero del corriente
año, el cual se denominará en homenaje a su
antecesor "Regimiento de Granaderos a Caballo".
Artículo 2º El Regimiento de Granaderos a Caballo
usará en las formaciones de parada el uniforme
histórico del Regimiento de la Independencia y
tomará la derecha sobre los otros regimientos del
arma."
La resolución ministerial a la que se refiere el decreto
establecía en su artículo 1º que… "con los
contingentes de 15 conscriptos de dos años, elegidos
provenientes de cada una de las provincias y de la Capital
Federal, y con los contingentes igualmente elegidos suministrados
por los territorios federales todos los que se encuentran
concentrados ya en esta capital se constituirá una unidad
especial de caballería la que será adscripta, como
unidad de movilización, al Regimiento 8 del arma, en el
Campo de Mayo."
Actualmente se sigue manteniendo esta antigua disposición,
siendo el Regimiento la única unidad del Ejército
que incorpora conscriptos provenientes de todas las provincias
del país, además de tres ciudadanos oriundos de
Yapeyú, como una expresión de la integralidad de
que el sentimiento sanmartiniano abarca a toda la nacionalidad,
sin excepciones.
Como dato de interés
cabe consignar que la reglamentación de la ley
orgánica del Ejército establece que el referido
personal,
además de ser alfabeto, debe tener… "buena
conformación y apariencia física, estatura
superior a 1,75 Mts. y que sepan andar a caballo."
Así mismo, sigue en vigencia aquella disposición
que determina la procedencia del cuerpo de formar a la derecha
sobre todos los otros regimientos del arma como un homenaje a la
más querida y significativa de las unidades de
caballería, circunstancia que explica la razón de
su ubicación en los desfiles, paradas y ceremonias.
SUCESIVAS DENOMINACIONES DEL
REGIMIENTO
Tres años más tarde de su recreación, en
razón de ser… "conveniente mantener en el
Ejército el nombre del Regimiento de Granaderos a Caballo,
a fin de perpetuar la tradición gloriosa que nos legara
por su bizarra actuación en las campañas que dieron
por resultado la independencia americana…" según reza el
considerando del decreto promulgado por el Presidente Figueroa
Alcorta, siendo Ministro el General Campos, se resuelve en el
artículo 1º que:
"El Regimiento 1º de Caballería de Línea se
denominará Regimiento 1º de Línea, Granaderos
a Caballo, debiendo este cuerpo en las formaciones de gala a que
concurra usar el uniforme tradicional de aquel benemérito
cuerpo". Al año siguiente, por otro decreto del Presidente
Figueroa Alcorta, siendo Ministro de la Guerra el General
Aguirre, con fecha 17 de julio de 1907 se designa…"al
Regimiento Nº 1 Granaderos a Caballo escolta presidencial,
debiendo conservar el uniforme que actualmente tiene en uso."
Esta misión de
escolta presidencial que viene cumpliendo ininterrumpidamente
desde hace sesenta años, se efectúa en todas las
ceremonias oficiales a las que concurre el presidente de la
Nación.
También especifica al respecto el reglamento de ceremonial
respectivo:
"Le corresponde el servicio de escolta al personal
diplomático acreditado ante el gobierno, cuando concurre a
presentar credenciales al Poder
Ejecutivo."
Involucra también el servicio en la Casa de Gobierno,
efectuado por una guardia especial al mando de un oficial, que
tiene por misión
rendir los honores correspondientes al primer magistrado y formar
los cordones de honor en toda ceremonia que se realiza en la Casa
Rosada.
Así mismo, le corresponde como obligación apostar
diariamente centinelas en el mausoleo del General San
Martín en la Catedral Metropolitana, como exclusivamente
las guardias de honor en el monumento al prócer, en plaza
San Martín, en los aniversarios patrios.
La seguridad
personal del Presidente de la República constituye otra de
las misiones básicas que cumple el Regimiento, apostando
semanalmente efectivos del orden de un escuadrón en Casa
de Gobierno y residencia presidencial de Olivos.
Con referencia al uniforme, según el referido decreto,
corresponde el uso de las siguientes prendas:
Morrión: azul negro con el escudo nacional de bronce
dorado al frente, coronado por la escarapela y llevando al pie la
leyenda: "Libertad y Gloria".
Pompón y cordones de lana roja para la tropa.
Cordón de oro para jefes.
Casaca de paño azul gris: con cuello y vivos rojos, en el
cuello y faldones, granadas amarillas la tropa; de oro para los
oficiales.
Charreteras de lana para la tropa. Del modelo general
para los oficiales; pero con flecos para todos. Pantalón
de paño azul gris con una franja roja.
Botas granaderas.
Banderola, cinturón y dragona para tropa.
Banderola, cinturón, faja y dragonas de plata para los
oficiales.
Espuela de bronce, con pilhuelo en S.
El 31 de octubre
de 1911 se dicta un decreto por el cual el Regimiento 1º de
Línea Granaderos a Caballo pasará a denominarse "
Regimiento de Granaderos a Caballo ", en razón de que la
anterior denominación no estaba de acuerdo con los fines
expresados en el decreto de reorganización del segundo
Cuerpo, por cuanto vendría a concentrar en una sola unidad
la denominación de dos regimientos.
En el año 1918 el presidente Yrigoyen, siendo Ministro de
la Guerra Elpidio González, considerando que era un acto
de justicia
expresar el nombre del Gran Capitán y fundador del
regimiento que tantas glorias conquistara, decreta que a partir
del 23 de marzo de ese año el Regimiento de Granaderos a
Caballo se denominará además " General San
Martín ", nombre que actualmente ostenta.
Queda siempre en pie la idea de que al Regimiento cabría
denominarlo justicieramente Regimiento Granaderos a Caballo de
los Andes General San Martín, conciliando así
razones espirituales e históricas.
Durante esta segunda época, el regimiento inicialmente
tuvo su cuartel en Liniers juntamente con el Regimiento 8 de
Caballería. Posteriormente en 1908 pasó al predio
situado entre el Hospital Militar Central y la Escuela Superior
de Guerra, limitado por las calles 3 de Febrero y Cabildo al
Sudoeste y Av. Luis M. Campos al Nordeste. Ha prestado escolta a
numerosos jefes de Estado que han visitado el país y
semanalmente, en términos de un escuadrón, escolta
a los embajadores de los países amigos que concurren a
presentar sus cartas
credenciales al Presidente de la República.
También ha salido fuera de las fronteras, en misión
siempre de confraternidad, estando presente en la
inauguración de las estatuas ecuestres levantadas al
Libertador en Francia, en España, en Perú, en Chile
y en Uruguay.
El viejo cuartel de Palermo ha visto pasar 63 clases, que han
vestido el glorioso uniforme de granaderos cumpliendo siempre con
equidad, patriotismo y legítimo orgullo la consigna de
aprender a defender la patria.
En ese mismo cuartel, en el Gran Hall de los Símbolos
Sanmartinianos, juntamente con la Bandera de Guerra del
regimiento y la Bandera del Ejército de los Andes, con la
venerada imagen de la
Virgen Generala Nuestra Señora del Carmen de Cuyo y los
cofres de plata conteniendo tierra de
Yapeyú, el solar nativo del Libertador, y de San Lorenzo,
el bautismo de gloria de los granaderos, se encuentra a la
veneración de todos los argentinos el sable corvo del Gran
Capitán.
CONDECORACIONES
OTORGADAS
En reconocimiento a sus indiscutidos méritos en la lucha
tenida por la propia y ajena libertad, la bandera de guerra del
regimiento lleva en su corbata varias condecoraciones otorgadas
por países amigos:
1. Condecoración "Abdón Calderón" de 1º
clase, otorgada "al pabellón del Regimiento de Granaderos
a Caballo General San Martín" por el gobierno de la
República del Ecuador mediante
decreto 262, fechado en Quito, el 5 de febrero de 1955, firmado
por el Presidente Velazco Ibarra.
2. Condecoración "CRUZ DE LAS FUERZAS TERRESTRES
VENEZOLANAS" en su 1º clase al "Estandarte del Regimiento de
Granaderos a Caballo General San Martín", por el gobierno
de la República de Venezuela
conforme al voto favorable de la orden, fechado en Caracas el 19
de noviembre de 1960, firmado por el Presidente Betancourt.
3. Condecoración "ORDEN MILITAR DE AYACUCHO", en el grado
de Caballero a la "Bandera de Guerra del Regimiento Granaderos a
Caballo General San Martín", por el gobierno de la
República del Perú, conforme a lo dispuesto en el
artículo 3º de la ley 7.563,
fechada en Lima el 26 de julio de 1961, firmada por el Presidente
Prado.
4. Condecoración "CRUZ DE PLATA" de la "ORDEN DE
BOYACÁ", otorgada a la "Bandera de Guerra del Regimiento
de Granaderos a Caballo General San Martín", por el
gobierno de la República de Colombia,
mediante decreto 1.836, fechado en Bogotá el 15 de julio
de 1965, firmada por el Presidente Valencia.
5. Condecoración de la "ORDEN NACIONAL AL MÉRITO",
en el grado de oficial al "Pabellón del Regimiento de
Granaderos General San Martín" por el gobierno de la
República del Ecuador mediante
decreto 514, fechado en Quito en el Palacio Nacional el 19 de
mayo de 1967, firmado por el Presidente Arosemena
Gómez.
MONUMENTO A LOS GRANADEROS DE
SAN MARTIN
Resulta interesante señalar que desde hace
muchísimos años existe una ley nacional que
ordena la construcción de un monumento conmemorativo
al Regimiento Granaderos a Caballo.
La iniciativa surgió a fines del siglo pasado, con motivo
de realizar el pueblo de Buenos Aires un sentido homenaje al
general don Eustaquio Frías, el último
sobreviviente de los guerreros de la Independencia.
En aquella oportunidad, el 9 de julio de 1890, se le
entregó al citado general una plaqueta rodeada de laureles
de oro y plata y la suma de 2.537 pesos que restaron de la
colecta pública realizada para concretar su homenaje.
Dicho dinero fue
entregado al club de Gimnasia y
Esgrima de Buenos Aires a los efectos de que sirviera de base
para la erección de un monumento a los Granaderos a
Caballo, el que se encuentra depositado en una cuenta especial en
el Banco de la
Nación.
En 1917, con motivo de cumplirse el centenario del Paso de los
Andes se promulgó la ley 10.087
disponiendo la construcción del referido monumento en la
plaza San Martín, depositándose en el lugar
señalado un cofre conteniendo copia de la ley y diversos
documentos.
La euforia patriótica de aquella celebración pronto
quedó olvidada hasta que en 1956, con motivo de la
remodelación de la plaza San Martín, se
encontró dicho cofre, el que actualmente se encuentra
depositado en el museo Saavedra.
El 14 de septiembre de 1959 el Honorable Consejo Deliberante de
la ciudad de Buenos Aires dispuso, por resolución 15.577,
arbitrar los medios para
llevar adelante esa obra. Actualmente el Poder
Ejecutivo Nacional tiene en sus manos la resolución al
respecto a través de la Secretaría de Cultura y
Educación
de la Nación.
No nos corresponde ensayar, por razones obvias, la defensa de
aquella iniciativa, tantas veces postergada. Sólo nos cabe
recordar aquellas sabias palabras del Presidente Avellaneda, que
al ver cómo se iba integrando la República con cada
vez mayores caudales de población de distintas nacionalidades
expresara:
"Los pueblos que olvidan sus tradiciones pierden la conciencia de sus
destinos y los que se apoyan sobre sus tumbas gloriosas son los
que mejor preparan el porvenir."
También, dentro del predio del regimiento está en
proyecto
levantar un sencillo monumento recordatorio de los granaderos
muertos en el cumplimiento de su deber, desde 1813 hasta nuestros
días.
Este se materializará con la reproducción en
tamaño natural del sencillo bronce que representa un
altivo granadero en posición de descanso, donde se lee, en
el basamento, la inscripción "DE BUENOS AIRES A QUITO".
Una sola frase que encierra en los términos de dos
ciudades nada menos que la epopeya de América. En ese
símbolo el artista ha captado la historia de un regimiento
que ha sido y es parte misma de la patria.
No ha necesitado de grandes masas o de adornos para dar a su
escultura toda la grandiosidad que fluye generosamente de su
misma esencia de la misión cumplida. Tarea de titanes,
jalonada de sacrificios, cumplida en años de terribles
pruebas, sin
desfallecer jamás para cumplir con el compromiso
contraído de libertar América. Libertar otras
tierras hermanas, sin pretensión de conquista, o de
dominio
territorial, sino sencillamente libertarlas de una
opresión, sin pedir, ni exigir nada, como caballeros de
una cruzada redentora.
Orgullo argentino en esa hazaña que cumplieron los
granaderos criollos salidos un día desde el viejo cuartel
del Retiro para escribir con el filo de sus corvos en San
Lorenzo, en Chacabuco, en Maipú, en Junín y en
Ayacucho, para nombrar las de mayor gloria, las páginas
señeras de la americanidad.
En breves trazos se ha pretendido expresar la historia del
Regimiento de Granaderos a Caballo, que es la historia de la
patria misma en la epopeya de la emancipación propia y la
del continente. Por eso ha podido decirse que es "la más
alta personificación de la gloria militar en
América" y que " con sus hechos de armas dejó
trazada a su paso una estela luminosa de triunfos tan
señalados, de victorias de tanta importancia, que no hay,
aún hoy, en la historia de todas las fuerzas militares de
las diferentes naciones que forman el mundo americano unidad
orgánica alguna que ostente un historial de servicios
análogos "
Con sus hazañas, con su valor, los Granaderos a Caballo de
los Andes hicieron honor a aquellas palabras de su jefe:
"De lo que mis granaderos son capaces, sólo yo sé,
quien los iguale habrá pero quien los exceda, no."
SAN MARTÍN GOBERNADOR DE
CUYO.
SAN MARTIN GOBERNADOR INTENDENTE DE
CUYO
Con motivo de las derrotas que en Vilcapugio y Ayohuma
sufrió el Ejército del Norte comandado por
Belgrano, el Triunvirato decidió reemplazarlo por el
coronel San Martín, jefatura que no era del agrado de
éste. El triunviro Nicolás Rodríguez
Peña le escribió: "Tenemos el mayor disgusto por el
empeño de usted en no tomar el mando de jefe, y crea que
nos compromete mucho la conservación de Belgrano." San
Martín obedeció y Belgrano recibió con
alborozo la noticia. En Tucumán, San Martín
encontró unos tristes fragmentos de un ejército
derrotado, oficiales desmoralizados que se niegan a todo lo que
es aprender. Belgrano le ayudó con su habitual
abnegación y patriotismo y San Martín
expresó al gobierno que de ninguna manera es conveniente
la separación del general Belgrano de este
ejército. Lo considera el mas metódico y capaz de
los generales de Sudamérica, lleno de integridad y talento
natural y no hay – agrega -"ningún jefe que pueda
reemplazarlo." En la misma comunicación dice: "me hallo en unos
países cuyas gentes, costumbres y relaciones me son
absolutamente desconocidas y cuya topografía ignoro; y siendo esos
conocimientos de absoluta necesidad, sólo el general
Belgrano puede suplir esta falla, instruyéndome y
dándome las noticias necesarias de que carezco como lo ha
hecho hasta aquí."
El 22 de abril, San Martín escribió a su amigo
Rodríguez Peña una carta publicada
por Vicente Fidel López, cuyo original no se conoce: "no
se felicite, mi querido amigo, de lo que yo pueda hacer en esta;
no haré nada y nada me gusta aquí. No conozco los
hombres ni el país, y todo esta tan anarquizado que yo se
mejor que nadie lo poco o nada que pueda hacer. Ríase
usted de esperanzas alegres. La Patria no hará camino por
este lado del norte, mas
que no sea una guerra permanente, defensiva y nada más;
para eso bastan los valientes gauchos de Salta, con dos
escuadrones buenos de veteranos. Pensar en otra cosa es echar al
pozo de Airón hombres y dinero.
Así que no moveré ni intentaré
expedición alguna. Ya le he dicho mi secreto. Un
ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza,
para pasar a Chile y acabar con los godos, apoyando un gobierno
de amigos sólidos, para acabar también con los
anarquistas que reinan. Aliando las fuerzas, pasaremos por el mar
a tomar Lima; ese es el camino y no este, mi amigo.
Convénzase usted que hasta que no estemos sobre Lima, la
guerra no se acabará." Más adelante le dice que
está bastante enfermo y quebrantado y agrega: "lo que yo
quisiera que ustedes me dieran cuando me restablezca, es el
gobierno de Cuyo. Allí podría organizar una
pequeña fuerza de Caballería para reforzar a
Balcarce en Chile, cosa que juzgo de grande necesidad, si hemos
de hacer algo de provecho, y confieso que me gustaría
pasar mandando ese cuerpo."
San Martín enfermó en Tucumán y por consejo
de su medico, doctor Colisberry, se trasladó a
Córdoba donde recibió la muy grata noticia de haber
sido nombrado Intendente de Cuyo a solicitud suya – le
decía el Director Supremo Gervasio Antonio Posadas- con el
doble objeto de continuar los distinguidos servicios que tiene
hechos al país, y el de lograr la reparación de su
quebrantada salud en aquella deliciosa
temperatura.
GOBIERNO Y ADMINISTRACION DE SAN
MARTIN
Fueron decisivos los trabajos realizados por San Martín en
el gobierno y administración de Cuyo, en particular en
Mendoza donde residió, desde el 7 de setiembre de 1814,
día en que llegó, hasta el 23 de enero de 1817,
día en que salió para Chile. Aquí, en
realidad, forjó la independencia de tres naciones.
Muchos de los emigrados chilenos fueron alojados en casas de
familia, otros
en cuarteles, algunos soldados quedaron en Mendoza y los
demás siguieron a Buenos Aires, donde ya estaban los
Carrera.
Ahora necesitaba el gobernador redoblar su atención al
gobierno civil y militar. Era indispensable recuperar Chile, la
"ciudadela de América" y poco podía esperar
entonces del gobierno de Buenos Aires urgido por las necesidades
del Ejercito del Norte. Entre bromas y veras, el Director Posadas
le aconsejaba arreglarse como pudiera, "ínterin acá
me peleo para mandar tercerolas, sables viejos, o demonios
coronados para que se ponga la cosa en pie de defensa." Era
indispensable obtener los recursos de Cuyo
que, a pesar de su pobreza, con el
sacrificio y la abnegación de las tres provincias, dio
vida al Ejercito de los Andes.
San Martín desempeñó todas las funciones de
gobierno: fue poder
ejecutivo, legislador, juez, edil y jefe militar;
además, diplomático y político. No obstante
la extensión de su poder, no lo desempeñó
como déspota. En todas las funciones
demostró las características de su personalidad:
previsor, disciplinado, virtuoso, infatigable, apasionado por la
libertad. Tuvo excelentes colaboradores que supieron
interpretarlo, entre otros, los tenientes gobernadores Toribio de
Luzuriaga en Mendoza, José Ignacio de la Rosa en San Juan
y Vicente Dupuy en San Luis. Más de una vez exigió
contribuciones y ayudas extraordinarias. "El pueblo derrama a
borbotones toda clase de ayuda", dice Luzuriaga. Prueba de la
estimación popular fue la adhesión que le
demostró el Cabildo Abierto cuando en 1815 el Director
Alvear le aceptó la renuncia y designó en su
reemplazo al coronel Perdriel. "¡Queremos a San
Martín!", fue el grito unánime de los mendocinos y
el voto de los Cabildos de San Juan y San Luis. Y fue el Cabildo
mendocino quien le donó doscientas cuadras en Los
Barriales, donde él hubiera deseado vivir siempre. Ese
mismo Cabildo lo declaró "Ciudadano Honorario y Regidor
Perpetuo" en 1821, cuando ya no era gobernador y estaba lejos de
Mendoza. Durante su gobernación, entre otras iniciativas y
realizaciones, San Martín difundió la vacuna
antivariólica; embelleció y extendió la
vieja Alameda, paseo habitual de la sociedad
mendocina; abrió canales de riego; delineó la Villa
Nueva; impulso la industria y el
comercio;
dispuso el blanqueo de las casas; prohibió la construcción de balcones y ventanas voladas
que obstruían el paso de los transeúntes. Era
asiduo lector y escribía con elevación y cierta
elegancia, pero deplorable ortografía. Por él se fundó
la primera biblioteca
mendocina y más tarde la del Perú; fomentó
la instrucción y educación en Cuyo,
dictó instrucciones a los maestros de escuela,
prohibió los castigos corporales a los escolares y
contribuyó a la creación del colegio de la
Santísima Trinidad, primer establecimiento educacional
mendocino de enseñanza secundaria. No pudo asistir a su
inauguración, que estuvo a cargo de Luzuriaga, pero ha
dejado un mensaje inolvidable que está transcripto en el
Acta funcional de la Universidad
Nacional de Cuyo del 27 de marzo de 1939: "Ningún hombre
nacido en esta tierra debe tener a menos o creer que hace un
sacrificio viniendo a esta ciudad excelente a fundar estudios
hasta que ellos puedan marchar por sí solos…"
"El gobierno de San Martín en Cuyo se parece un poco al de
Sancho Panza en la ínsula Barataria", dice Mitre. Y es
verdad, porque el juzgó y sentenció con criterio
humano, de acuerdo con la verdad sabida, el buen juicio y la
clemencia, sin invocación de leyes ni
intervención de abogados y procuradores. Fue juez como un
buen padre de familia y hay
muchas anécdotas que lo atestiguan y demuestran
sensibilidad. Cuando supo que a los presos en la cárcel de
Mendoza les daban de comer cada 24 horas, se dirigió al
Cabildo para que se incluyera cena en la alimentación
diaria.
LAS BATALLAS DE LAS
CAMPAÑAS DE CHILE
BATALLA DE
CHACABUCO
La noche era de luna. Al mismo tiempo que la vanguardia
realista se acordonaba sobre la cumbre de la "Cuesta Vieja", el
ejército argentino formaba al pie de ella en el orden de
batalla prescripto. Repartiéronse las municiones a
razón de 70 cartuchos por hombre; los soldados abandonaron
sus mochilas para marchar al combate con más desembarazo,
y a las 2 de la mañana del 12 empezó a ascender la
montaña en columna sucesiva. Al llegar a la
bifurcación de los dos caminos antes indicados, la
división de Soler tomó el de la derecha, precedida
por el batallón de cazadores, y la de O'Higgins el de la
izquierda (rumbo sur ambas) siguiendo el general en jefe a
retaguardia de ellas con su estado mayor y la bandera de los
Andes custodiada por el resto del batallón de
artillería, cuyos cañones de batalla no
habían llegado aún. Ya no era San Martín el
sableador de Arjonilla o de Baylén y San Lorenzo; ganaba
las batallas en su almohada, fijando de antemano el día y
el sitio preciso, y justamente en ese mismo día estaba
aquejado de un ataque reumático nervioso que apenas le
permitía mantenerse a caballo. Era su cabeza y no su
cuerpo la que combatía.
La división de Soler se internó silenciosamente en
los tortuosos desfiladeros de la derecha, cubierta por una larga
cerrillada. La división de la izquierda trepó la
cuesta formada en columna. Una guerrilla del núm. 8, con
su correspondiente reserva, cubría su flanco izquierdo por
un sendero paralelo separado por una quebrada, con el doble
objeto de llamar la atención y reconocer la
posición enemiga a la vez que precaverse de un ataque de
flanco. Un piquete de caballería exploraba los rodeos del
camino a fin de levantar las emboscadas en los recodos y
descubrir si se habían construido fortificaciones. La
guerrilla flanqueadora se posesionó de unas breñas
inmediatas a la cumbre y rompió el fuego, que fue
contestado por otra guerrilla que salió a su encuentro;
pero apenas habían cambiado algunos tiros cuando
inopinadamente apareció la cabeza de la columna de
O'Higgins dando vuelta un recodo a tiro de fusil, tocando los
tambores a la carga. La vanguardia realista, que no esperaba el
ataque, y que había visto la columna de la derecha
argentina
asomar por su flanco izquierdo al término de la cerrillada
que hasta entonces la enmascaraba, y que a la vez se veía
acometida por el flanco y la retaguardia, abandonó
precipitadamente la posición sin pretender hacer resistencia. La
cumbre fue coronada por los atacantes con las primeras luces del
alba al son de músicas militares, y desde su altura
pudieron divisar la vanguardia que se retiraba en
formación cuesta abajo, y al pie de ella al
ejército enemigo formado en la planicie de Chacabuco. El
primer obstáculo estaba vencido, y la batalla se
daría punto por punto, con algunas variantes, según
las previsiones de San Martín.
DISPOSICIONES DE LOS
REALISTAS
El general realista, contando disponer de dos días
más y recibir en este intervalo mayores refuerzos, se
había movido en la madrugada de ese día de las
casas de Chacabuco y establecido su línea a cinco
kilómetros hacia el Este al pie de la "Cuesta Vieja". La
marcha anticipada del ejército argentino y lo
rápido y bien combinado del ataque no le dieron tiempo ni
para ocupar la cumbre como lo había proyectado, ni para
proteger siquiera su vanguardia que descendía en fuga,
perseguida por la caballería argentina. Las
disposiciones que tomó en tan crítico momento
fueron acertadas, cooperando eficazmente a ellas el valeroso
Elorreaga, que según la tradición, fue el verdadero
general en jefe. Tendió su línea de batalla plegada
a la falda de los cerros opuestos a la serranía de
Chacabuco, extendiéndose por su perfil que se elevaba como
una plataforma sobre el llano, protegida en parte por tapiales y
cercos de espinos, de manera de cubrir la bajada de la "Cuesta
Vieja" y dominar con sus fuegos el lecho de un estero como de 400
metros de ancho, por donde corría un arroyuelo que
descendía de un profundo barranco del este. Apoyó
su derecha en este barranco, que era invulnerable, donde
estableció dos piezas de artillería que
batían diagonalmente la boca de la "Quebrada de los
cuyanos", por donde debía asomar el ala izquierda argentina, y su
izquierda en un mamelón escarpado que coronó de
infantería. Entre estos dos extremos formó sus
batallones en columnas cerradas, intercalando entre ellas sus
tres piezas restantes. La caballería fue colocada a
retaguardia sobre el flanco izquierdo, y parte de ella en
guerrillas para proteger la retirada de la vanguardia. En esta
actitud
esperó pasivamente pero con firmeza el ataque, no obstante
el desaliento visible de su tropa de que él mismo
participaba, aun antes de sospechar el movimiento de
la columna que debía tomarlo por el flanco izquierdo y la
espalda, cerrándole la retirada del valle. Eran las 9 de
la mañana cuando la vanguardia realista, en fuga, pero no
deshecha, alcanzó la planicie.
PRELIMINAR DE
CHACABUCO
Al tiempo de coronar la cumbre el ala izquierda argentina, los
tres escuadrones de Granaderos mandados por el coronel Zapiola
tomaron la vanguardia y picaron la retirada de lo s realistas ,
sosteniendo un fuerte tiroteo; pero lo escabroso del terreno no
permitía a la caballería maniobrar con ventaja, y
su avance hubo de ser lento, de manera que sólo pudo
llegar a la boca de la quebrada a eso de las 10 de la
mañana cuando la división de O'Higgins se hallaba
todavía a media cuesta. La boca de esta quebrada, que da
acceso a la parte más estrecha del valle de Chacabuco, se
desenvuelve en un suave plano inclinado al tocar el llano, y
está flanqueada por un elevado cerro al este y por un
morro destacado al oeste, que desde entonces se llamó de
"Las tórtolas cuyanas". Si los enemigos hubiesen ocupado
esta fuerte posición, habrían dificultado la marcha
de O'Higgins; pero el avance de los Granaderos no les dio tiempo
para ello, aunque lo intentaron. En un principio destacaron una
guerrilla sobre el morro del oeste o de las Tórtolas, que
puede contornearse por barrancos que son como caminos cubiertos;
pero fue contenida por una compañía dispersa en
tiradores, mientras un escuadrón impedía el aproche
(sic) del cerro del este y los dos escuadrones restantes ocupaban
el espacio intermedio. En ese momento las dos piezas situadas
sobre la derecha realista, rompieron un vivo fuego a bala, y el
coronel Zapiola, considerando inútil exponer su tropa a
descubierto, tomó una posición más segura a
retaguardia. Eran las 11 de la mañana. En ese momento
llega el ala izquierda con O'Higgins a su cabeza, ocupa a paso de
trote la boca de la quebrada y despliega en línea de masas
sus batallones dejando en reserva los Granaderos plegados en
columna. Éste fue el preliminar de la batalla.
BATALLA DE
CHACABUCO
O'Higgins, al ver retirarse la vanguardia realista perseguida por
los Granaderos, pidió autorización para esforzar la
persecución a fin de impedir se reorganizase al pie de la
cuesta, y el general se la dio, pero recomendóle que no
empeñase la acción, pues su papel era
meramente concurrente y sólo debía comprometerla
cuando la columna de Soler hubiese ejecutado el movimiento
decisivo que le estaba asignado. O'Higgins era un héroe en
el combate, pero carecía de las cualidades del general y
de la sangre
fría de un jefe divisionario, estando además
animado de pasiones tumultuosas que lo precipitaban, como
él mismo lo ha dicho disculpándose; así es
que, arrastrado por el movimiento impetuoso que imprimió a
sus tropas, olvidó lo acordado en la junta de guerra y las
prevenciones del general en jefe, y tomó imprudentemente
la ofensiva no obstante la inferioridad numérica de su
fuerza.
Apenas la columna de infantería argentina hubo pisado el
último plano de la "Cuesta Vieja", desplegó su
línea sobre la boca de la quebrada, según queda
explicado. Enseguida se adelantó hasta el llano buscando
campo para desplegar, y trabóse inmediatamente un combate
de fuegos de posición a posición dentro del tiro de
fusil, que se prolongó por más de una hora. A las
primeras descargas cayó muerto Elorreaga, que mandaba el
ala derecha del ejército realista y que constituía
su nervio, experimentando por su parte algunas pérdidas
los argentinos. La acción estaba parcialmente
empeñada, y el ataque concurrente se convertía en
principal, pero sin prometer un resultado inmediato. La
situación era crítica, pues si la retirada
tenía sus peligros, el avance era temerario, y cuando
menos inútil aun triunfando, pues según el plan
combinado, los realistas estaban irremisiblemente perdidos desde
que habían aceptado la batalla dentro de un recinto sin
retirada. Si el general español hubiese tenido iniciativa,
habría podido llevar en aquel momento un ataque ventajoso;
pero se limitó a amagar débilmente los flancos de
su contrario con guerrillas que fueron rechazadas, sosteniendo
pasivamente el fuego de fusil y de cañón. Por su
parte O'Higgins, con sus instintos heroicos, y deseoso tal vez de
decidir por sí solo la victoria sin el concurso de Soler
con quien estaba enemistado, ordenó el avance repitiendo
las históricas proclamas del Roble y de Rancagua:
"¡Soldados! ¡Vivir con honor o morir con gloria!
¡E1 valiente siga! ¡Columnas a la carga!" Los
tambores dieron la señal con el toque estremecedor de
calacuerda, y lanzóse a paso acelerado en columnas de
ataque con 900 bayonetas, de los batallones 7 y 8 mandados por
Conde y Crámer contra 1.500 infantes bien posesionados y
sostenidos por artillería, ordenando a Zapiola que con los
Granaderos procurase penetrar por su derecha sobre la
posición enemiga.
Los batallones argentinos marcharon valerosamente a la carga sin
disparar un tiro, inflamados por las palabras y el ejemplo del
general; pero antes de llegar a la falda de los cerros que
ocupaban los enemigos, encontráronse con el
obstáculo del arroyo que baja del barranco en que
éstos apoyaban su derecha, a la vez que las piezas
situadas en este punto los tomaban por el flanco y la
fusilería los quemaba dentro de la zona peligrosa del
punto en blanco por el frente. A pesar de esto, hicieron tenaces
esfuerzos para arrebatar la posición; pero no pudiendo
salvar el perfil de la barranca en que estaban acordonados los
realistas, hubieron de retroceder en desorden a su primera
posición de la boca de la quebrada en que se rehicieron
fuera del alcance de los fuegos. Por su parte los Granaderos
habían intentado en vano penetrar por entre el flanco
izquierdo del centro enemigo y el mamelón en que apoyaba
este costado, que era un verdadero castillo, y volvieron en orden
a situarse tras el morro de "Las tórtolas cuyanas".
San Martín, contando llevar la victoria en el bolsillo y a
la espera del desenvolvimiento de su plan, que no sólo se
la aseguraba sino que le prometía la rendición del
enemigo, llegó a temer por la suerte de la división
de O'Higgins al verla imprudentemente comprometida contra sus
órdenes, y extendiendo el brazo hacia la "Cuesta Nueva",
en la actitud en que
lo representa su estatua ecuestre, gritó a su ayudante de
campo Álvarez Condarco: "Corra usted, y diga al general
Soler, que cargue lo más pronto posible sobre el flanco
del enemigo". Enseguida, lanzó su caballo cuesta abajo con
toda la velocidad que
permitía lo escabroso del terreno, y llegó a la
boca de la quebrada en circunstancias en que O'Higgins se
había adelantado otra vez sobre el llano con el
propósito de renovar el combate, y ya no podía
retroceder. Era la una y media del día. A esa hora
notóse que la línea enemiga vacilaba, y que algo
extraordinario pasaba en sus filas. Era que la vanguardia del ala
derecha argentina, cuyo movimiento no había alcanzado
Maroto, desembocaba al valle de Chacabuco y avanzaba a paso de
trote y al galope sobre la izquierda de la posición. E1
momento decisivo había llegado.
JUICIOS ACERCA DE LA BATALLA DE
CHACABUCO
Lanzadas de nuevo las columnas de O'Higgins al ataque, San
Martín ordenó a los tres escuadrones de Granaderos
mandados por los comandantes Melián, Manuel Medina y mayor
Nicasio Ramallo, con Zapiola a su cabeza, dieran una carga a
fondo hasta chocar con la caballería realista situada a la
izquierda de la retaguardia enemiga. El escuadrón de
Medina, pasando atrevidamente por un claro de la línea de
infantería en marcha, cayó sobre la izquierda del
centro enemigo acuchillando a sus artilleros sobre sus
cañones, mientras Zapiola con los otros dos penetraba por
su costado derecho, al mismo tiempo que los batallones
núm. 7 y núm. o encabezados por O'Higgins tomaban a
la bayoneta la posición. Los fuegos del mamelón se
habían apagado, y la infantería realista formaba
cuadro en el centro de su campo. Simultáneamente el
coronel Alvarado, que con el batallón núm. 1
llevaba la vanguardia del ala derecha argentina,
desprendía dos compañías al mando del
capitán Lucio Salvadores, y teniente Zorrilla que se
apoderaban del mamelón, matando a Marqueli que lo
sostenía. Necochea con el escuadrón Escolta,
sostenido por el 4. de Granaderos de Escalada, penetraba por la
retaguardia y arrollaba a la caballería realista por la
izquierda a la vez que Zapiola ejecutaba idéntica maniobra
por el otro extremo.
Todas las fuerzas vencedoras convergieron sobre el cuadro, que en
menos de un cuarto de hora fue hecho pedazos, retirándose
sus últimos restos dispersos a la hacienda de Chacabuco
por entre los cerros de su espalda. Allí encontraron
cortada su retirada por la división de Soler que ya
ocupaba el valle, y pretendieron hacer resistencia
parapetados tras las tapias de la viña y del olivar
contiguo, pero fueron rendidos a discreción. Los que
buscaron su salvación huyendo por el estero y en la
prolongación del valle hacia el sur, fueron exterminados
en la persecución, quedando el camino sembrado de muertos
desde Chacabuco hasta cerca del portezuelo de Colina. Los sables
afilados de los Granaderos hicieron estragos: en el campo de
batalla encontróse un cráneo dividido en dos partes
y el cañón de un fusil tronchado como una vara de
sauce.
TROFEOS DE CHACABUCO
Los trofeos de esta jornada, fueron: 500 muertos, 600
prisioneros, su mayor parte de infantería; la
artillería, un estandarte y dos banderas; el armamento y
parque de los vencidos y la restauración de la revolución
chilena. Las pérdidas de los argentinos fueron: 12 muertos
y 120 heridos; lo que demuestra numéricamente, que si el
plan de San Martín se hubiese ejecutado punto por punto,
como pudo y debió hacerse, la batalla habría
terminado por una rendición del enemigo, sin la
inútil aunque escasa efusión de sangre que
causó la temeridad de O'Higgins, quien sin embargo fue el
héroe del día, como combatiente.
BOLETIN DE
CHACABUCO
E1 general vencedor al dar cuenta de esta victoria compendiaba su
memorable empresa en estos
concisos términos: «Al ejército de los Andes
queda la gloria de decir: EN VEINTICUATRO DIAS HEMOS HECHO LA
CAMPANA, PASAMOS LAS CORDILLERAS MÁS ELEVADAS DEL GLOBO,
CONCLUIMOS CON LOS TIRANOS Y DIMOS LA LIBERTAD A CHILE"
GLORIA DE
CHACABUCO
El mérito militar de la batalla de Chacabuco consiste
precisamente en lo contrario de lo que constituye la gloria de
las batallas. Resultado lógico de las hábiles
combinaciones estratégicas de la invasión, estaba
ganada por el General antes que los soldados la dieran,
respondiendo a un plan metódico en que hasta los
días estaban contados y los resultados previstos. Fue una
sorpresa a la luz del
día en que nada se libró al acaso. El hecho de
batir a una fuerza menor con otra mayor, – que es el primer
resultado que se busca en la guerra para triunfar con seguridad -, fue
la consecuencia necesaria de los ardides y movimientos calculados
que la precedieron, dando a ciencia cierta
al enemigo un golpe de muerte y
apoderándose en un solo día del territorio
invadido, y esto con la mayor economía de tiempo,
de medios, de
sangre y de esfuerzos. Con más precisión
táctica que la batalla de Hohenlinden – que en algo se le
parece -, tiene la originalidad de un plan que se adapta a un
terreno, en que las operaciones se encierran dentro de
líneas matemáticas, a la manera de un problema
geométrico con su método
riguroso de solución. Habría dado por resultado –
como se ha visto -, una rendición completa, tal vez con
una sola carga, si el plan hubiese sido ejecutado puntualmente,
bastando asimismo que él se desenvolviese en parte en las
condiciones más desventajosas para asegurar una victoria
decisiva. Por lo tanto, puede presentarse como un modelo
clásico del arte militar, en
que la habilidad debilita al enemigo y lo desmoraliza, la
previsión asegura el éxito final, y la inteligencia
es la que combate en primera línea, interviniendo la
fuerza como factor accesorio.
Como acontecimiento político y en relación con los
destinos americanos, su importancia es mayor aún, como lo
han reconocido los primeros historiadores y hasta los mismos
adversarios vencidos. Ella dio la primera señal de la
guerra ofensiva de la independencia sudamericana, y
conquistó para siempre su sólida base de
operaciones en el mar y las costas del Pacífico. Dio sobre
todo, el ejemplo del plan de campaña continental a la
revolución
del nuevo mundo emancipado, aislando al poder español en
sus colonias dentro del estrecho recinto del Perú, donde
había de ser vencido en palenque cerrado por efecto de su
impulsión inicial. Salvó a la revolución
argentina de su ruina y contuvo la invasión que la
amenazaba por el Alto Perú, suprimiendo un enemigo
peligroso que la amenazaba por el flanco, y dióle
expansión, sin lo cual habría tal vez sido sofocada
en su cuna. Fue la primera batalla americana con largas
proyecciones históricas. El virrey del Perú,
Pezuela, confiesa que marcó el momento en que la causa de
España empezó a retrogradar en América y su
poder a ser conmovido en sus fundamentos. "La desgracia que
padecieron nuestras armas en Chacabuco, poniendo el reino de
Chile a discreción de los invasores de Buenos Aires,
trastornó enteramente el estado de
las cosas, fue el principio de restablecimiento para los
disidentes, y la causa nacional retrogradó a gran
distancia, proporcionando a los disidentes puertos cómodos
donde aprestar fuerzas marítimas para dominar el
Pacífico. Cambióse el teatro de la
guerra: los enemigos trasladaron los elementos de su poder a
Chile, donde con más facilidad y a menos costa
podían combatir al nuestro en sus fundamentos".
Un historiador español, general que a la sazón
militaba bajo las banderas del rey, sintetiza sus resultados
generales con tanta tristeza como concisión. "La
fácil pérdida del reino de Chile fue un suceso de
inmensa trascendencia para las armas españolas" (17).
MODESTIA DE SAN
MARTÍN
El 14 hizo su entrada triunfal el ejército vencedor en la
ciudad redimida, sustrayéndose modestamente el General
libertador a las ovaciones populares. Como lo ha dicho un
historiador chileno con este motivo: Ocupado en realizar sus
vastos planes, miraba en menos esas fútiles
manifestaciones que a nada conducen, y aun en esos mismos
momentos, pensaba sólo en los recursos que
debía proporcionarle la victoria para llevar adelante la
grandiosa obra a que estaba empeñado. E1 día antes,
13 de febrero de 1817, Yapeyú, la aldea en que naciera San
Martín, era reducida a cenizas por una invasión
esclavizadora portuguesa.
Al apearse del caballo cubierto aún con el polvo del
combate, su primer pensamiento
fue por los pueblos cuyanos que le habían proporcionado
los medios de
realizar su empresa, y
escribió al Cabildo de Mendoza: "Gloríese la
admirable Cuyo de ver conseguido el objeto de sus sacrificios.
Todo Chile es ya nuestro". A los Cabildos de San Juan y San Luis,
les decía: "Las armas victoriosas del Ejército de
la Patria ocupan ya el reino de Chile, rompiendo la fatal barrera
que antes los separaba de sus hermanos y vecinos los habitantes
de Cuyo. Me apresuro a felicitar a V.S. y a ese benemérito
pueblo, manifestándole la expresión más
tierna de mi gratitud a su patriotismo y constantes esfuerzos,
que sin duda fue el móvil más poderoso que
contribuyó a la formación del Exto. de los Andes".
Al día siguiente expidió un bando convocando una
asamblea de notables a fin de que designasen tres electores por
cada una de las provincias de Santiago, Concepción y
Coquimbo para que éstos nombraran al jefe supremo del
Estado.
O`HIGGINS
DIRECTOR
Reunida la asamblea en número de 100, bajo la presidencia
del gobernador don Francisco Ruiz Tagle, elegido interinamente
por el pueblo al tiempo de la fuga de Marcó, los
concurrentes protestaron contra el proceder indicado por San
Martín y declararon por aclamación que ala voluntad
unánime era nombrar a don José de San Martín
gobernador de Chile con omnímoda facultad,
y así lo hicieron constar en el acta que se levantó
y todos firmaron ante escribano público. El general, como
el hombre
antiguo de Plutarco, rehusó el premio y sólo
aceptó una hoja de laurel sagrado para su patria. Fiel a
sus instrucciones y a su plan político, negase a aceptar
el mando que se le ofrecía, y convocó por
intermedio del Cabildo una nueva asamblea popular a que
concurrieron 210 vecinos notables. E1 auditor del ejército
de los Andes, Dr. Bernardo Vera, reiteró
públicamente la renuncia de San Martín, y fue
aclamado en el acto el general O'Higgins Director Supremo del
Estado de Chile, declarando Vera que la elección era del
agrado del General. E1 nuevo Director nombró por ministro
del interior a don Miguel Zañartú, carácter
entero y decidido partidario de la alianza chileno-argentina, y
en el departamento de guerra y marina al teniente coronel don
José Ignacio Zenteno, secretario de San Martín. Su
primer acto de gobierno fue dirigirse al pueblo declarando
solemnemente: "Nuestros amigos, los hijos de las Provincias del
Río de la Plata, de esa nación que ha proclamado su
independencia como el fruto precioso de su constancia y
patriotismo, acaban de recuperarnos la libertad usurpada por los
tiranos. La condición de Chile ha cambiado de semblante
por la gran obra de un momento, en que se disputan la
preferencia, el desinterés, mérito de los
libertadores y la admiración del triunfo.
¿Cuál deberá ser nuestra gratitud a este
sacrificio imponderable y preparado por los últimos
esfuerzos de los pueblos hermanos? Vosotros quisisteis
manifestarla depositando vuestra dirección en el
héroe. Si las circunstancias que le impedían
aceptar hubieran podido conciliarse con vuestros deseos, yo me
atrevería a jurar la libertad permanente de Chile". A1
dirigirse a las naciones extranjeras, anunciando su
elevación al mando bajo los auspicios de la reconquista,
les decía: "Ha sido restaurado el hermoso reino de Chile
por las armas de las Provincias Unidas del Río de la Plata
bajo las órdenes del general San Martín. Elevado
por la voluntad del pueblo a la suprema dirección del
Estado, anuncia al mundo un nuevo asilo en estos países a
la industria, a
la amistad y a los
ciudadanos todos del globo. La sabiduría y recursos de la
nación Argentina limítrofe, decidida por nuestra
emancipación, da lugar a un porvenir próspero y
feliz con estas regiones."
MARCO PRISIONERO
Como atributo cómico de su corona de triunfador, fuele
presentado a San Martín entre los trofeos, al Thersites de
la campaña, el presidente y capitán general de
Chile por el rey, don Francisco Casimiro Marcó del Pont.
Al evacuar la capital, sus tropas se le dispersaron, y una parte
de ellas se embarcó despavorida en el puerto de
Valparaíso con el general Maroto a su cabeza dejando
más de la mitad en tierra. Marcó, tan afeminado en
la derrota como soberbio en el poder no tuvo alientos ni aun para
huir, y separándose furtivamente con la comitiva de sus
compañeros de desgracia, por esquivar la fatiga de una
marcha rápida, no alcanzó a embarcarse a tiempo, y
fue hecho prisionero.
Llevado a presencia del vencedor (22 de febrero) éste lo
recibió de pie, y extendiéndole la mano derecha, le
dijo con semblante risueño: "¡Oh, señor
general! ¡Venga esa blanca mano!" Enseguida lo introdujo en
su gabinete de trabajo y conferenció a solas con él
por cerca de dos horas, despidiéndolo cortésmente.
Esta fue toda su venganza contra el que le había quemado
por mano de verdugo sus comunicaciones, ahorcado a sus agentes y puesto a
talla su cabeza.
EL CAMPO DE
MAIPU
El teatro en que se
desenvolvieron las operaciones, es una llanura, limitada al este
por el río Mapocho que divide la ciudad de Santiago; al
norte, por la serranía que la separa del valle de
Aconcagua, y al sur por el Maipú que le da su nombre.
Hacia el oeste se levanta una serie de lomadas y algunos
montículos que corren de oriente a poniente, y se destacan
en monótonas líneas prolongadas en el horizonte,
rompiendo la uniformidad del paisaje algunos grupos de
arbustos espinosos en un campo cubierto de pastos naturales, y en
lontananza, las montañas que circundan el valle y le dan
su perspectiva. Al sur de Santiago, se prolonga por el espacio
como de diez kilómetros, en la dirección antes
indicada, una lomada baja de naturaleza caliza
que por su aspecto lleva el nombre de Loma Blanca. Sobre la
meseta de esta lomada evolucionaba el ejército patriota.
En su extremidad oeste y a su frente, se alza otra lomada
más alta, que forma un triángulo, cuyo
vértice sudoeste se apoya en la hacienda de "Espejo",
antes mencionada, conduciendo a ella un callejón en
declive como de veinte metros de ancho y trescientos de largo,
cortado por una ancha acequia en su fondo, y limitado a derecha e
izquierda por viñas y potreros que cierran altos tapiales.
Esta era la posición que ocupaba el ejército
realista. Las dos lomadas están divididas por una depresión
plana del terreno u hondonada longitudinal como de un
kilómetro en su parte más ancha y doscientos
cincuenta metros en la más angosta. Al este del
vértice o puntilla de las lomas del sur se extiende un
grupo de
cerrillos aislados, y entre ellos uno más elevado, en
forma de mamelón, que hace sistema con el
triángulo ocupado por los realistas. El vértice
este de esta posición, que era su parte mas elevada, se
destacaba como un baluarte, y hacía frente a un
ángulo truncado fronterizo de la Loma Blanca, que lo
flanqueaba por una parte y lo enfilaba por otra. En este campo
iba a decidirse la suerte de la independencia sudamericana.
PRELIMINARES DE
MAIPU
El general San Martín, situado en la extremidad este de la
Loma Blanca a diez kilómetros de Santiago, dominaba en su
conjunción los tres caminos que comunican con los pasos
del Maipú y amagaba el de Valparaíso,
asegurándose una retirada, a la vez que cubría la
capital por sus dos únicos puntos vulnerables, la cual
para mayor garantía hizo atrincherar,
guarneciéndola con 1.000 milicianos y un batallón
bajo la dirección de O'Higgins, a quien su herida
(producto de la
refriega de Cancharrayada) impedía asistir al campo de
batalla. Su plan era atacar al enemigo sobre la marcha, sin darle
tiempo a combinaciones, si se presentaba por los caminos del
frente; correrse por su flanco derecho si tomaba el de la Calera,
e interceptarle el de Valparaíso, maniobrando a todo
evento con seguridad sobre
la meseta de la loma en terreno ventajoso para dar y recibir la
batalla. Al efecto, dividió su ejército en tres
grandes cuerpos formados en dos líneas: el primero a
órdenes de Las Heras, cubriendo el ala derecha; el
segundo, a las de Alvarado a la izquierda; y un tercero en
reserva en segunda línea a cargo del coronel
Hilarión de la Quintana.
Confió a Balcarce el mando general de la
infantería, reservándose el de la caballería
y de la reserva. El primer cuerpo lo formaban los batallones
núm. 11 de Las Heras (argentino), los Cazadores de
Coquimbo, comandante Isaac Thompson (chileno); los Infantes de la
Patria, comandante Bustamante, (chileno), el regimiento de
caballería argentino Granaderos a caballo, a que se
había agregado un escuadrón provisional de
artilleros montados del ejército argentino por no tener
piezas que servir, y la artillería chilena compuesta de 8
piezas de campaña a cargo del mayor Blanco Encalada. El
segundo cuerpo lo componían: los batallones núm. 1
de Cazadores (argentino), de Alvarado; el núm. 8 de los
Andes (argentino), comandante Enrique Martínez; el
núm. 2 de Chile, comandante Cáceres; los Cazadores
y Lancero s de Chile (argentinos y chilenos), a órdenes de
Freyre y Bueras, con nueve piezas ligeras de artillería
chilena a cargo del mayor Borgoño. La reserva constaba de:
los batallones núm. 1 y núm. 3 de Chile,
comandantes Rivera y López; núm. 7 de los Andes,
(argentino) comandante Conde, y cuatro piezas de batir de a 12,
mandadas por de la Plaza, y servidas por los artilleros
argentinos que habían perdido su artillería en
Cancharrayada.
INSTRUCCIONES DE MAIPU
Contando con el triunfo, el General de los Andes supo infundir a
todos su confianza, y en este concepto, dio
instrucciones detalladas a sus jefes en vísperas de la
batalla, a ejemplo de Federico. En ellas disponía que, la
dotación de municiones de cada soldado sería cien
tiros y seis piedras; que anotes de entrar en pelea se les
daría una ración de vino o aguardiente, y los jefes
perorarían con denuedo a sus tropas, imponiendo pena de la
vida al que se separase de las filas avanzando o retrocediendo y
advertirían a la vez, de un modo claro y terminante, que
si veían retirarse algún cuerpo, era porque el
general en jefe lo mandaba así por astucia, según
su plan.
Preveníales que los batallones de las alas debían
siempre formar en columna de ataque, desplegando sólo en
caso de necesidad o con expresa orden suya; y que todo cuerpo de
infantería o caballería cargado al arma blanca, no
esperaría la carga a pie firme, y a la distancia de
cincuenta pasos debía salir al encuentro a sable o
bayoneta. No se recogería ningún herido durante el
fuego, porque decía: "necesitándose cuatro hombres
para cada herido, se debilitaría la línea en un
momento".
La enseña del cuartel general sería una bandera
tricolor, y cuando se levantasen tres banderas "la tricolor de
Chile, la bicolor argentina y una encarnada, gritarán
todas las tropas ¡Viva la Patria! y en seguida cada cuerpo
cargará al arma blanca al enemigo que tuviese al frente".
Indicaba los uniformes y banderas de los cuerpos del
ejército realista, y al referirse al "Burgos", agregaba:
"A este regimiento se le debe cargar la mano, por ser la
esperanza y apoyo del enemigo". Recomendaba a los jefes de
caballería, tomar siempre la ofensiva, por ser ésta
la índole del soldado americano, y llevar a su retaguardia
un pelotón de veinticinco hombres para sablear a los que
volvieran cara y perseguir al enemigo. Por último les
decía: "Esta batalla va a decidir de la suerte de toda la
América, y es preferible una muerte honrosa
en el campo del honor a sufrirla por manos de nuestros verdugos.
Yo estoy seguro de la
victoria con la ayuda de los jefes del ejército a los que
encargo tengan presente estas observaciones".
LA
FORMACIÓN
Tomadas estas disposiciones y dictadas estas prevenciones,
formó su ejército en dos líneas: en primera
línea las divisiones 1ra. y 2da., con sus respectivas
baterías desplegadas a cada uno de los flancos y su
caballería escalonada, poniendo la reserva en segunda
línea y su artillería de batir, al centro de la
primera. En este orden permaneció los días 2, 3 y 4
de abril, con una vanguardia volante mandada por Balcarce, en
observación de la línea del
Maipú. Al tener noticia de que el enemigo vadeaba el
río inclinándose hacia el poniente,
desprendió toda su caballería con orden de atacar
sus puestos avanzados, hostilizar sus columnas en la marcha y
mantenerlo durante la noche en constante alarma. El fuego de las
guerrillas, aproximándose cada vez más, y los
repetidos partes, anunciaban que los realistas seguían
avanzando. La noche del 4 se pasó así en alarma,
rodeando los soldados patriotas grandes fogatas de huañil,
que iluminaban todo el campo. San Martín dormía
mientras tanto en un molino a la orilla del camino, envuelto en
su capote militar.
Al amanecer del día 5 de abril, las guerrillas patriotas
al mando de Freyre y Melián se replegaban, dando parte que
el enemigo avanzaba en masa, en rumbo al camino que entronca con
el de Santiago a Valparaíso. San Martín, que lo
había previsto por su dirección en el día
anterior, pensó que no podía tener por objeto sino
cortarle la retirada sobre Aconcagua, o efectuar un movimiento de
circunvalación interponiéndose entre él y la
capital, o reservarse una retirada más segura en caso de
contraste, pues la larga distancia y los ríos que
tendría que atravesar, la hacían
dificilísima hacia el sur. Lo primero estaba previsto y se
neutralizaba por un simple cambio de
frente; lo segundo era impracticable, pues tenía que
describir un arco, de cuya cuerda era dueño; y lo
último, una promesa más de triunfo completo. Para
cerciorarse por sus propios ojos de este error estratégico
y concertar sus movimientos tácticos, disfrazóse
con un poncho y un sombrero de campesino, y acompañado por
su inseparable ayudante O'Brien y el ingeniero D´Albe,
seguido de una pequeña escolta, se dirigió a gran
galope al ángulo truncado de la Loma Blanca
señalado antes. Desde allí pudo observar a la
distancia de cuatrocientos metros con el auxilio de su anteojo,
la marcha de flanco que en perfecto orden ejecutaban las columnas
españolas a tambor batiente y banderas desplegadas, al
posesionarse de la lomada triangular fronteriza prolongando su
izquierda sobre el camino de Valparaíso.
"¡Qué brutos son estos godos!" -exclamó con
esa mezcla de resolución y buen humor que caracteriza a
los héroes en los momentos supremos-. Y agregó:
"Osorio es más torpe de lo que yo pensaba".
Dirigiéndose luego a sus acompañantes, les dijo: -"
El triunfo de este día es nuestro. El sol por
testigo!" El sol asomaba en
aquel momento sobre las nevadas crestas de los Andes.
La mañana estaba serena; ninguna nube empañaba el
cielo, el aire estaba
cargado de perfumes, y las aves cantaban
entre los espinos en florescencia. SAN MARTIN Y BRAYER A las diez
y media de la mañana el ejército argentino-chileno
rompió una marcha de flanco en dos columnas paralelas,
caminando rumbo al oeste por encima de la meseta de la Loma
Blanca. En el curso de la marcha, ocurrió un episodio, que
la historia debe recoger por la espectabilidad de los personajes,
y da idea del temple de alma del General en ese momento. A medio
camino, presentóse el mariscal Brayer solicitando licencia
para pasar a los baños (termales) de Colina. San
Martín le contestó fríamente: "Con la misma
licencia con que el señor general se retiró del
campo de batalla de Talca, puede hacerlo a los baños; pero
como en el término de media hora vamos a decidir la suerte
de Chile, y Colina está a trece leguas y el enemigo a la
vista, puede V.S. quedarse si sus males se lo permiten". El
mariscal contestó: "No me hallo en estado de hacerlo,
porque mi antigua herida de la pierna no me lo permite". San
Martín le repuso en tono airado: "Señor general, el
último tambor del Ejército Unido tiene más
honor que V.S.". Y volviendo su caballo, dio orden a Balcarce
sobre la marcha, hiciese saber al ejército, que el general
de veinte años de combates quedaba suspenso de su empleo por
indigno de ocuparlo. Después de este incidente, que hizo
el efecto de una proclama, el ejército continuó su
marcha hasta enfrentar la posición enemiga. Allí
desplegó en batalla en dos líneas de masas por
batallones, con la artillería de batir al centro de la
primera; la volante a sus dos extremos y la caballería
cubriendo las dos alas en columnas por escuadrones,
situándose la reserva plegada en columnas paralelas
cerradas a 150 metros a retaguardia.
MOVIMIENTOS
TACTICOS
El general realista, que había ocupado el promedio de la
meseta de la loma triangular del sur al observar el movimiento de
los independientes desprendió sobre su izquierda una
gruesa columna compuesta de ocho compañías de
granaderos y cazadores con cuatro piezas de artillería al
mando de Primo de Rivera, que ocupó el mamelón
destacado por aquella parte, con el doble objeto de amagar la
derecha patriota y tomar por el flanco sus columnas si avanzaban,
a la vez que asegurar su retirada por el camino de
Valparaíso según su idea persistente.
El intervalo entre el mamelón y la puntilla norte del
triángulo, fue cubierto por Morgado con los escuadrones de
"Dragones de la Frontera". Sobre la loma formó en batalla
en la proyección noroeste sudoeste, en línea
quebrada con el mamelón, pero sin cubrir todos los
perfiles de la altura por el nordeste. Colocó los
batallones "Infante Don Carlos" y "Arequipa" formando
división, al mando de Ordóñez; y sobre la
izquierda, el "Burgos" y el "Concepción", a órdenes
del comandante Lorenzo Morla, con cuatro piezas de
artillería adscriptas a cada una de las dos divisiones. La
extrema derecha fue cubierta por los "Lanceros del Rey" y los
"Dragones de Concepción"
LOS EJERCITOS DE
MAIPU
En esta disposición se hallaron frente a frente los
ejércitos beligerantes al sonar las doce del día,
separados únicamente por la angosta hondonada que promedia
entre los dos cordones de lomas que ocupaban independientes y
realistas. Los dos ejércitos permanecieron por
algún tiempo inmóviles, en sus respectivas
posiciones, como esperando que el adversario tomase la
iniciativa. Todas las probabilidades parecían estar contra
el que llevase la ofensiva: tenía que atravesar un bajo
descubierto sufriendo el fuego de la fusilería y el
cañón que lo barría, y trepar las alturas
del frente para desalojar de ellas al enemigo. Para los patriotas
la desventaja era aún mayor, pues su derecha tenía
que desalojar previamente las fuerzas que ocupaban el
mamelón avanzado o recorrer un espacio de mil metros
flanqueados por los fuegos de sus cañones. Ambas
posiciones eran fuertes, y bien calculadas para la defensiva, y
la de los realistas más ventajosa aún. En cuanto a
las fuerzas físicas y morales, estaban casi equilibradas,
siendo igual la decisión de parte a parte, si bien la de
los realistas era numéricamente mayor. Por lo que respecta
a las armas, la superioridad de los independientes era
incontestable en artillería y caballería en
número y también en calidad, y
aún cuando éstos tenían nueve batallones de
infantería, en algunos de ellos no formaban sino 200
hombres, mientras los cuatro gruesos batallones con que contaban
los primeros, divididos en ocho compañías,
levantaban cerca de mil bayonetas cada uno. Lo único que
inclinaba la balanza de las probabilidades, era el peso de las
cabezas de los generales; pero ya se había visito
cómo, en Cancharrayada, las más hábiles
combinaciones que aseguraban el triunfo, dieron por resultado la
derrota.
PRELIMINARES DE
MAIPU
El plan de San Martín no era precisamente el de una
batalla de orden oblicuo, y sin embargo, resultó tal por
el atrevimiento, el arte consumado y
la prudencia con que fue conducida. Fue una inspiración
del campo de batalla, sugerida por errores del enemigo y
peripecias de la acción en el momento decisivo, y esto
realza su mérito como combinación táctica.
El mismo San Martín jamás se atribuyó otro,
y desdeñando con orgullosa modestia adornarse con laureles
prestados, insinúa incidentalmente, que al orden oblicuo
se debió en parte la victoria, sin agregar que, más
que todo, se debió al uso oportuno que hizo de su reserva,
como se verá luego. Los relieves de las respectivas
posiciones y las proyecciones de las dos líneas de
batalla, eran casi paralelas; pero los realistas habían
retirado su derecha formando en el promedio de la loma, sin
cubrir sus perfiles, como queda dicho, y de aquí resultaba
que la izquierda independiente desbordase la derecha realista en
su posición y en su formación, y que teniendo que
recorrer por esa parte la menor distancia de la hondonada
intermedia, pudiese llevar con ventaja un ataque oblicuo o de
flanco con el apoyo de la reserva. Tal es la síntesis
táctica de la batalla de Maipú en sus
preliminares.
El general en jefe que había levantado su enseña en
el centro de la primera línea, observando la
inacción del enemigo, mandó romper el fuego con las
cuatro piezas de batir servidas por los artilleros argentinos,
con el objeto de descubrir sus fuegos de artillería y sus
planes. Una de las balas mató el caballo del general en
jefe español. En el acto, la artillería
española contestó ese fuego con el suyo,
manteniendo su formación, y suministró a San
Martín el dato que necesitaba. Era evidente que Osorio se
preparaba a una batalla defensiva y lo indicaba claramente,
además de su formación, la circunstancia de no
haber ocupado el perfil de las lomas de su posición, a fin
de utilizar por más tiempo los fuegos de su
infantería y aprovechar el espacio para dar con ventaja en
su oportunidad una carga a la bayoneta con sus gruesos
batallones, así que aquéllos hubiesen diezmado los
de los independientes. El general San Martín, tuvo
entonces la intuición de la victoria, que debía
decidir de los destinos de la América independiente. Dio
audazmente la señal del ataque, mandando levantar en alto
la bandera argentina y chilena, y en medio de ellas, la bandera
encarnada como una llamarada sangrienta. Su ojo penetrante
había descubierto el flanco débil del enemigo, que
era su derecha. Las "columnas se descolgaron", según la
pintoresca expresión del mismo general en su parte, y
"marcharon a la carga, arma al brazo sobre la línea
enemiga", con entusiasmo, a paso acelerado. La reserva y la
artillería permanecieron en su puesto, esperando las
órdenes del general.
BATALLA DE
MAIPU
El movimiento se inició por la derecha; pero no era
éste el verdadero punto de ataque. Su objeto era doble:
desalojar la izquierda del enemigo destacada sobre el
mamelón y amenazar el frente o la izquierda de su centro,
concurriendo así al ataque de la izquierda, que
tenía que recorrer la menor distancia entre las alturas
para cargar sobre el flanco más desguarnecido.
Según el éxito de una u otra ala, la batalla se
empeñaría por la derecha o por la izquierda,
interviniendo convenientemente la reserva en sostén de la
que llevase la ventaja o la desventaja: en el primer caso,
sería una batalla de frente, cortando la izquierda y
desbordando la derecha enemiga, y en el segundo, un verdadero
ataque oblicuo de la derecha flanqueando o tomando por
retaguardia Las Heras las columnas realistas, y esto era lo que
se proponía San Martín, al aprovechar el error
cometido por Osorio, que iba a verse obligado a entrar en combate
con todas sus fuerzas alterando su formación. En estas
condiciones el secreto de la victoria estaba en el uso oportuno
de la reserva.
Las Heras avanzó gallardamente sin disparar un tiro, a la
cabeza del núm. 11 de los Andes, que era el nervio de la
infantería del ejército, sostenido por los dos
batallones que formaban su brigada, y lanzó al llano los
escuadrones de Granaderos montados, amenazando la posición
del mamelón. La batería de cuatro cañones
del mamelón rompió el fuego sobre el núm. 11
así que éste se presentó a la vista,
causándole bastantes estragos en sus filas, pero
siguió avanzando con rapidez seguido por los Cazadores de
Coquimbo y los Infantes de la Patria de Chile, mientras la
artillería de Blanco Encalada, que había quedado en
posición sobre la loma, apoyaba el ataque lanzando sus
proyectiles por encima de las columnas patriotas que marchaban
por el terreno bajo. Primo de Rivera, que comprendió que
el propósito de Las Heras era aislarlo de su línea
de batalla, lanza a su vez su caballería situada entre el
mamelón y la lomada triangular. Morgado carga con
ímpetu a la cabeza de los "Dragones de la Frontera". Las
Heras se cierra en masa y espera, dando órdenes a Zapiola
que cargue por su derecha con la caballería. Los dos
primeros escuadrones de Granaderos a órdenes de los
comandantes Manuel Escalada y Manuel Medina, salen al encuentro
sable en mano, y hacen volver caras a los jinetes realistas, que
reciben en su huida los disparos de la artillería de
Blanco Encalada, y se ven obligados a refugiarse tras de su
anterior posición. Escalada y Medina son recibidos por los
fuegos de fusilería y de metralla del mamelón;
remolinean, pero se rehacen con prontitud; dejan a su derecha la
altura fortificada, y apoyados con firmeza por los dos
escuadrones de reserva mandados por Zapiola, siguen adelante en
persecución de los derrotados, que se dispersan o se
repliegan en desorden a la división de Morla sobre la
loma. Las Heras se establece sólidamente con el
núm. 11 en un cerrillo intermedio, fronterizo al
mamelón y al ángulo nordeste del triángulo,
en actitud de
atacar el mamelón y concurrir al ataque de la izquierda.
El ala izquierda de los realistas quedaba así aislada, y
la izquierda de su centro amagada.
Casi simultáneamente con la carga de los Granaderos a la
derecha, el ala izquierda trepaba las alturas de la
posición realista por el ángulo este, iniciando un
movimiento envolvente sin divisar todavía los cuerpos
enemigos. Los realistas, apercibidos del error de haber retirado
su derecha perdiendo las ventajas que les daba el terreno, o
arrastrados por su ardor, se decidieron a tomar la ofensiva.
Ordóñez, a la cabeza de los batallones "Infante don
Carlos" y "Concepción", con dos piezas de
artillería, salió atrevidamente al encuentro de los
patriotas en dos columnas de ataque paralelas, quien fue seguido
muy luego por los batallones "Burgos" y "Arequipa", mandados por
Morla, en la misma formación y escalonados por su
izquierda. Osorio, que llegó a temer por su derecha y
notando que quedaba sin reserva, mandó reconcentrar al
centro de la línea la columna de granaderos destacada
sobre el mamelón con Primo de Rivera.
Ordóñez, al encimar con su división una de
las colinas del campo, se encontró a distancia como de
cien metros al frente de la de Alvarado, trabándose
inmediatamente un combate de fusilería que causó
estragos en ambas filas. Por desgracia para los independientes,
dos de sus batallones, -el núm. 8 de los Andes y el
núm. 2 de Chile, – que ocupaban en un bajo la zona
peligrosa de los fuegos contrarios, sufrieron considerables bajas
en los primeros momentos: el núm. 8, compuesto de los
negros libertos de Cuyo, mandado por Enrique Martínez, se
desordena después de perder la mitad de su fuerza, y se
retira en dispersión; el núm. 2 intenta cargar a la
bayoneta para restablecer el combate, y al ejecutar esta
operación se dispersa también. Alvarado, que
cubría la izquierda con el núm. 1 de Cazadores de
los Andes, despliega en batalla y rompe el fuego; pero a su vez
se ve obligado a ponerse en retirada para evitar una total
derrota. La victoria parecía declararse en aquel costado
por las armas españolas.
Ordóñez y Morla, con sus cuatro gruesos batallones
escalonados en dos líneas de masas, levantando como 3.500
bayonetas, se lanzan en persecución del ala izquierda
independiente casi deshecha, y sus cabezas de columna descienden
impetuosamente los declives de la lomada, con grandes
aclamaciones de triunfo. En ese momento la artillería
chilena de Borgoño, que con sus nueve piezas ligeras
había quedado ocupando el perfil opuesto en la Loma
Blanca, rompe sobre los vencedores un vivo fuego a bala rasa, que
los hace vacilar; reaccionan éstos inmediatamente, pero al
pisar el llano son recibidos por una lluvia de metralla que rompe
sus columnas, haciéndolas retroceder, a pesar de los
valerosos esfuerzos de Ordóñez y Morla. Al observar
estas peripecias, Las Heras ordena a los Infantes de la Patria de
Chile, que carguen sobre el flanco de la división de
Morla; pero son rechazados y retroceden en algún desorden.
Hacía veinte minutos que la lucha se mantenía en
este estado incierto, cuando se oyó el toque de carga de
la reserva independiente, y vióse a sus columnas moverse a
paso acelerado hacia el ángulo este de la posición
enemiga.
San Martín, que se había mantenido en la altura de
la Loma Blanca, en observación de los primeros movimientos de
su derecha, dictando con sangre fría sus órdenes
según las circunstancias, adelantóse con el cuartel
general hasta la proximidad de la posición avanzada
ocupada por Las Heras, para dirigir de más cerca las
operaciones de su línea.
Al notar desde este punto el rechazo de su izquierda, dio orden a
la reserva que cargase en su protección,
dirigiéndose con su escolta al sitio donde iba a decidirse
la acción por un último y supremo esfuerzo. El
coronel Hilarión de la Quintana, a la cabeza de los
batallones núm. 1 y 7 de los Andes, y el núm. 3 de
Chile, descendió la loma, atravesó la hondonada
efectuando con sus columnas una marcha oblicua sobre su
izquierda, y llegó al ángulo este de la
posición enemiga, en circunstancias que las columnas
españolas se habían replegado a ella rechazadas por
los certeros fuegos de la artillería de Borgoño. A
vista de la reserva, los batallones 8 de los Andes y 2 de Chile
se rehacen y sobre la base de los Cazadores de los Andes, que no
habían perdido del todo su formación, entran en
línea, mientras Quintana trepa la altura del
triángulo un poco a la derecha del punto por donde lo
había efectuado antes Alvarado. El ataque oblicuo se
iniciaba, y la batalla iba a cambiar de
aspecto.
LA GRAN CARGA DE
MAIPU
Aislada la izquierda realista, privada del apoyo de la
caballería que la ligaba con su línea de batalla y
debilitada de las compañías de granaderos que por
orden de Osorio habían acudido a formar la reserva
general, Las Heras se disponía a arrebatar su
posición, cuando Primo de Rivera que la mandaba,
emprendió su retirada, dejando abandonados en el
mamelón sus cuatro cañones. El núm. 11 de
los Andes y los Cazadores de Coquimbo, convergen entonces hacia
el centro, persiguiendo activamente a las fuerzas de Primo de
Rivera, y toman la retaguardia enemiga, mientras el
batallón Infantes de la Patria de Chile, rehecho, vuelve a
concurrir al ataque de la izquierda. La batalla se concentraba en
breve espacio sobre la meseta triangular de la lomada de
"Espejo", donde iba a decidirse.
Casi simultáneamente, el combate se renovaba con
más encarnizamiento por una y otra parte en la extremidad
opuesta de la línea. Para despejar el ataque por este
lado, San Martín ordena a los Cazadores montados de los
Andes y a los Lanceros de Chile, que arrollen la
caballería de la derecha enemiga. Bueras y Freyre cumplen
bizarramente la orden: llevan una irresistible carga a fondo a
los "Lanceros del Rey" y los "Dragones de Concepción" que
salen a su encuentro, los hacen pedazos y los persiguen largo
trecho en desbande hasta dispersarlos completamente. Bueras muere
en la carga, atravesado de un balazo. Freyre, tomando el mando de
todos los escuadrones, trepa la altura y amaga el flanco derecho
de Ordóñez. La caballería realista de ambos
costados ha desaparecido. El combate final se traba entre la
infantería argentino- chilena y la española. Los
tres batallones de la reserva mandados por Quintana, forman en
línea de masas: el núm. 7 de los Andes más
avanzado a la izquierda; el núm. 3 y núm. 1 de
Chile al centro y la izquierda, un poco más a retaguardia.
Al trepar la altura, encuéntranse casi a quemarropa con
las columnas de Ordóñez y Morla, que ocultas por un
pliegue del terreno oblicuaban en aquel momento sobre su
izquierda para hacer frente al nuevo ataque, sin cuidarse de la
deshecha división de Alvarado. El "Burgos", que no
había entrado en pelea en el primer encuentro, hace
flamear su secular bandera, laureada en Baylén y sus
soldados entusiasmados gritan: "¡Aquí está el
Burgos! ¡Diez y ocho batallas ganadas! iNinguna perdida!".
La batalla se empeña con nuevo ardor a los gritos de
"¡Viva la Patria! ¡ Viva el Rey!" Independientes y
realistas hacen esfuerzos heroicos para alcanzar la victoria. Las
distancias se estrechan. Los independientes atacan con impetuosa
intrepidez. Los realistas resisten tenazmente, sin retroceder un
solo paso. "Con dificultad," dice San Martín en su parte,
"se ha visto un ataque más bravo, más rápido
y más sostenido, y jamás se vio una resistencia
más vigorosa, más firme y más tenaz."
La división de Alvarado, rehecha en gran parte, entra al
fuego por el mismo punto por donde había trepado antes la
lomada, y concurre al ataque de la reserva, a la vez que
Borgoño con ocho piezas marcha al galope a ocupar la
puntilla del este. La derecha patriota con la artillería
de Blanco Encalada avanzada, converge al centro y toma la
retaguardia de los realistas. La caballería de Freyre
vencedora, amaga su flanco derecho. El "Burgos" agita su bandera,
y pelea como un león. El batallón "Arequipa",
mandado por Rodil, mantenía impávido su
posición. Los batallones "Infante don Carlos" y
"Concepción", dirigidos personalmente por
Ordóñez, se baten con desesperación. En esos
momentos, el general en jefe del rey, abandona el campo de
batalla y se entrega a la fuga. Ordóñez, el
más digno de mandar a los realistas en la victoria y en la
derrota, toma la dirección de la formidable columna de la
infantería española, e intenta desplegar sus masas;
pero el terreno le viene estrecho, y se envuelve en sus propias
maniobras. El núm. 7 de los Andes y el núm. 1. de
Chile cargan a la bayoneta, a los gritos de "¡Viva la
libertad!" y la escolta de San Martín, al mando del mayor
Angel Pacheco, juntamente con Freyre cargan sobre su flanco
derecho. El "Burgos" forma cuadro, y rechaza las cargas, aunque
con grandes pérdidas. Hacía media hora que duraba
el porfiado combate. Los realistas, circundados, sin
caballería que los apoye y exhaustos de fatiga, vacilan y
empiezan a cejar, pero sin desordenarse. La última
esperanza, es la reserva de granaderos desprendida de la
izquierda que no pudo llegar a tiempo, y los cazadores de Morgado
que perseguidos de cerca por Las Heras, quedan cortados y se
precipitan en fuga sobre el callejón de "Espejo".
Ordóñez, con sus filas raleadas emprende con
serenidad la retirada hacia la hacienda de "Espejo", formado en
masa compacta. San Martín redobla sus órdenes para
que la persecución se haga vigorosamente a fin de impedir
toda reacción, y condensa su ejército.
Ordóñez continúa impávido su
movimiento retrógrado, y con sus últimos restos se
refugia en la hacienda de "Espejo".
PARTE DE
MAIPU
La batalla estaba decidida por los independientes. San
Martín, con el laconismo de un general espartano, dicta
desde a caballo el primer parte de la batalla, y el cirujano
Paroissien lo escribe, con las manos teñidas en la sangre
de los heridos que ha amputado: "Acabamos de ganar completamente
la acción. Un pequeño resto huye: nuestra
caballería lo persigue hasta concluirlo. La patria es
libre". Los enemigos del gran capitán sudamericano han
dicho, que San Martín estaba borracho al escribir este
parte. Un historiador chileno lo ha vengado de este insulto con
un enérgico sarcasmo: "Imbéciles! ¡Estaba
borracho de gloria!".
En ese instante oyéronse grandes aclamaciones en el campo.
Era O´Higgins que llegaba. El Director, al saber que la
batalla iba a empeñarse, devorado por la fiebre causada
por su herida, monta a caballo y al frente de una parte de la
guarnición de Santiago, se dirige al teatro de la
acción. Al llegar a los suburbios, oye el primer
cañonazo y apresura su marcha. En el camino, un mensajero
le da la noticia que el ala izquierda patriota ha sido derrotada,
y sigue adelante sin vacilar; pero al llegar a la loma tuvo la
evidencia del triunfo. Adelantóse a gran galope con su
estado mayor, y encuentra a San Martín a inmediaciones de
la puntilla sudoeste del triángulo, en momentos que
disponía el último ataque sobre la posición
de "Espejo": le echa al cuello desde a caballo su brazo
izquierdo, y exclama: "¡Gloria al salvador de Chile!". El
general vencedor, señalando las vendas ensangrentadas del
brazo derecho del Director, prorrumpe: "General: Chile no
olvidará jamás su sacrificio presentándose
en el campo de batalla con su gloriosa herida abierta." Y
reunidos ambos adelantáronse para completar la victoria.
Eran las cinco de la tarde, y el sol declinaba
en el horizonte.
RESISTENCIA DE
ORDOÑEZ
La batalla no estaba terminada. Ordónez, sin desmayar, se
había posesionado del caserío de "Espejo",
dispuesto a salvar el honor de sus armas con la resistencia, o la
vida de sus soldados en una retirada protegida por la oscuridad
de la noche. Reconcentró allí las
compañías de granaderos y cazadores casi intactas,
y los restos del "Burgos", el "Concepción" y el "Infante
don Carlos", habiéndose el "Arequipa" retirado del campo
con su comandante Rodil. El valeroso general español, con
una admirable sangre fría, lo dispone todo personalmente
con habilidad y decisión. Coloca en el fondo del
callejón, tras una ancha acequia frente de un puentecillo,
los dos únicos cañones que le quedaban, sostenidos
por cuatro compañías de fusileros. Forma el grueso
de su infantería sobre una pequeña altura
fronteriza a las casas, dando cara a los dos frentes vulnerables;
reconcentra en el patio de las casas su reserva, pronta a acudir
a todos los puntos amenazados; cubre con destacamentos los
callejones laterales, y extiende en contorno, protegidos por las
tapias y emboscados en las viñas, un círculo de
cazadores. En esta actitud
decidida espera el último ataque.
TRIUNFO
FINAL
Las Heras es el primero que persiguiendo a los cazadores de
Morgado, llega a la puntilla sudoeste, fronteriza a la boca alta
que domina el callejón de "Espejo". Dióse cuenta
inmediatamente de la situación, y prudentemente dispuso
que el batallón descendiera al llano y se ocultase tras de
un pequeño mamelón al oriente del caserío
(izquierda española) y esperase la señal de un
toque de corneta para coronarlo y romper el fuego. A medida que
fueron llegando otros batallones, les señaló sus
puestos, y estableció convenientemente la
artillería en la parte alta de la puntilla, a fin de
cañonear la posición antes de dar el asalto. En
esos momentos se presenta el general Balcarce, y ordena
imperiosamente que el batallón Cazadores de Coquimbo
ataque sin pérdida de tiempo por el callejón. El
comandante Thompson, da la señal y penetra resueltamente
en columna al desfiladero. Allí es recibido por la
metralla de las dos piezas que lo defendían. Pretende
avanzar; pero nuevas descargas de fusilería del frente y
de los flancos, lo detienen, y al fin lo hacen retroceder en
derrota, dejando en el sitio 250 cadáveres, salvando con
todos sus oficiales heridos. Volvióse entonces al bien
calculado plan de Las Heras. Los comandantes Borgoño y
Blanco Encalada rompieron el fuego con diecisiete piezas, que en
menos de un cuarto de hora desconcertó las resistencias,
obligando a los realistas deshechos por el cañoneo, a
refugiarse en las casas y en la viña del fondo. La
señal de asalto se da: el núm. 11, sostenido por
dos piquetes del 7. y 8. de los Andes, carga por el flanco
rompiendo tapias, y pasa a la bayoneta cuanto se le presenta. La
batalla estaba terminada. Los realistas se dispersan en pelotones
en las encrucijadas, viñas y potreros adyacentes. En ese
momento hace su aparición en la lucha final, un regimiento
auxiliar de milicias de Aconcagua, que lazo en mano se apodera de
centenares de prisioneros como de reses en el aprisco. Los
vencedores irritados por el sacrificio del Coquimbo, continuaban
matando, cuando se presentó Las Heras, y mandó
cesar la inútil carnicería. Pocos momentos
después le entregan sus espadas como prisioneros, el
heroico general Ordóñez, el jefe de estado mayor
Primo de Rivera, el jefe de división Morla, los coroneles
de la caballería Morgado y Rodríguez, y con
excepción de Rodil, todos los oficiales de la
infantería realista, Laprida, Besa, Latorre,
Jiménez, Navia y Bagona, y multitud de oficiales. Las
Heras alargó ambas manos a Ordóñez, y lo
saludó
como a un compañero de heroísmo,
ofreciéndole noblemente su amistad, y
amparando con su autoridad a
sus compañeros de infortunio.
TROFEOS DE
MAIPU
Los trofeos de esta jornada fueron, doce cañones, cuatro
banderas, 1.000 muertos contrarios; un general, cuatro coroneles,
siete tenientes coroneles, 150 oficiales y 2.200 prisioneros de
tropa; 3.850 fusiles, 1.200 tercerolas, la caja militar, el
equipo y las municiones del ejército vencido. Esta
victoria, la más reñida de la guerra de la
independencia sudamericana, fue comprada por los independientes a
costa de la pérdida de más de 1.000 hombres entre
muertos y heridos, pagando el mayor tributo los libertos negros
de Cuyo de los cuales quedó más de la mitad en el
campo.
IMPORTANCIA DE
MAIPÚ
Más que por sus trofeos, Maipú fue la primera gran
batalla americana, histórica y científicamente
considerada. Por las correctas marchas estratégicas que la
precedieron y por sus hábiles maniobras tácticas
sobre el campo de la acción, así como por la
acertada combinación y empleo
oportuno de las armas, es militarmente un modelo notable
si no perfecto, de un ataque paralelo que se convierte en ataque
oblicuo, por el uso conveniente de las reservas sobre el flanco
más débil del enemigo por su formación y
más fuerte por la calidad y
número de sus tropas, inspiración que decide la
victoria, siendo de notarse, que San Martín, como
Epaminondas, sólo ganó dos grandes batallas, y las
dos, por el mismo orden oblicuo inventado por el inmortal general
griego. Por su importancia trascendental, sólo pueden
equipararse a la batalla de Maipú, la de Boyacá,
que fue su consecuencia inmediata, y la de Ayacucho que fue su
consecuencia ulterior y final; pero sin Maipú, no
habría tenido lugar Boyacá ni Ayacucho. Vencidos
los independientes en Maipú, Chile se pierde para la causa
de la emancipación, y con Chile, probablemente la
revolución argentina, encerrada dentro de sus fronteras
amenazadas por dos ejércitos vencedores por sus dos puntos
más vulnerables, desde entonces inmunes. Sobre todo, sin
Chile, no se obtiene el dominio naval del
Pacífico, la expedición al Bajo Perú se hace
imposible, y Bolívar no hubiera podido converger hacia el
sur, aún triunfando en el norte de los ejércitos
españoles con que luchaba, y de hacerlo, se habría
encontrado con 30.000 hombres que le hicieran frente y el mar
cerrado. Además, Maipú quebró para siempre
el nervio militar del ejército español en
América, y llevó el desánimo a todos los que
sostenían la causa del rey desde Méjico hasta el
Perú, dando nuevo aliento a los independientes. Chacabuco
había sido la revancha de Sipe-Sipe: Maipú, fue la
precursora de todas las ventajas sucesivas. Tuvo además,
el singular mérito de ser ganada por un ejército
derrotado e inferior en número a los quince días de
su derrota, ejemplo singular en la historia militar.
FUGA DE
OSORIO
Sólo salvaron del campo de batalla, el batallón de
"Arequipa", que mandado por Rodil se retiró en
formación dispersándose al pasar el Maule, y los
dispersos de la caballería. El general en jefe
español atribulado, había abandonado el campo a las
tres de la tarde, seguido por su escolta, así que vio que
su derecha y centro se replegaban vencidos, sin pensar más
que en la seguridad de su
persona.
Señalada su fuga a San Martín, por un poncho blanco
que llevaba, desprendió a su ayudante O'Brien con una
partida para que lo persiguiese sin descanso. Osorio se pudo
salvar tomando el camino de la costa, pero dejando en poder de
O´Brien su equipaje y toda su correspondencia oficial y
reservada. El vencido general llegó a Talcahuano al frente
de catorce hombres (14 de abril), y allí se le reunieron
como 600 más escapados a la derrota, último resto
del ejército vencedor en Cancharrayada.
ERROR DESPUES DE
MAIPU
El general San Martín reincidió, como
después de Chacabuco, en el error de no activar la
persecución sacando de su victoria todos los resultados
inmediatos. Se ha dicho en su disculpa, que el gobierno chileno
se hallaba en la imposibilidad de suministrar prontamente los
recursos para la
continuación activa de una nueva campaña al sur,
siendo lo probable, que ocupado de más vastos planes,
sobre todo, del armamento naval que proyectaba para dominar el
Pacífico y embargaba toda su atención,
descuidó esto completamente, sin darle la debida
importancia. Limitóse en los primeros momentos a
desprender a Freyre con un destacamento de caballería de
línea, y sólo cuando las partidas de milicianos que
perseguían a los fugitivos empezaron a cometer
depredaciones, dio orden al coronel Zapiola para que al frente de
250 Granaderos montados se dirigiese al sur y se mantuviera en
observación del enemigo sobre la
línea de Maule, acantonándose en Talca. La victoria
era tan grande, que daba para todo, hasta para cometer y corregir
errores. Por su parte, Zapiola desempeñó su
cometido con inteligencia y
actividad. Desarmó las guerrillas irregulares que
deshonraban la causa de la independencia, creándole
resistencias
en el sur del país. Extrajo todo el material de guerra de
los depósitos de Talca, que los enemigos en su fuga
habían arrojado al río Maule. Estableció un
servicio de vigilancia y de espionaje sobre la línea del
Maule y el territorio dominado por el enemigo al sur del
Ñuble, y por último, dio organización a las milicias de la
localidad, preparándose a tomar la ofensiva parcial. Era
todo cuanto podía hacerse con tan escasos elementos.
CONSECUENCIAS DE
MAIPU
Osorio aprovechó el respiro que le daba el vencedor para
allegar algunos elementos militares y sostenerse en
Concepción y Talcahuano, tomando por línea de
defensa el Ñuble. Reunió las guarniciones de la
frontera de Arauco y ordenó al coronel Sánchez que
se mantuviese firme en Chillán, consiguiendo a mediados de
mayo contar con un a fuerza organizada de 1.200 hombres; pero con
sólo 600 fusiles. En esta actitud
pidió nuevas instrucciones y auxilios al Perú. El
virrey Pezuela había dado por perdido definitivamente a
Chile después de Maipú, y sólo pensaba en
proveer a la defensa de su territorio amenazado. A la primer
noticia de la derrota, convocó en Lima una junta de
corporaciones, y en una arenga que les dirigió, dio a la
batalla la importancia continental que tenía, y que da
testimonio de la profunda impresión que ella causó
en los ánimos de los realistas en América.
"Nuestros cálculos ulteriores, -dijo-, deben partir del
segurísimo concepto de que
los enemigos siempre activos,
atrevidos y emprendedores, no desperdiciarán momento para
poner en ejecución planes agresivos, cuyo éxito
favorable les facilitarán sus recientes ventajas. Estos
planes no son otros que de apresurarse a mandar una
expedición a estas dilatadas costas para introducir el
desorden y la revolución en los pueblos, y propagarla de
unos en otros hasta lograr hacer sucumbir a esta misma capital
(Lima), objeto de sus perpetuas miras, por cuanto de su
inagotable seno han salido desde el principio de la
revolución, y para todos los puntos contaminados, las
disposiciones y medios contra los cuales tantas veces han
escollado sus obstinados esfuerzos. Me consta que tales han sido
sus aspiraciones en todos tiempos, y me hallo cerciorado que se
agitan actualmente con el más extraordinario empeño
por realizar cuanto antes este su favorito proyecto. Para
prometerse un próspero suceso en sus tentativas, sé
que cuentan con algunos adictos a sus ideas que ocultos existen
en los pueblos más fieles; y cuentan con mayor fundamento
con la pronta concurrencia de la numerosa esclavatura que hay
aquí, deseosa de libertad, así como lo han
practicado en Buenos Aires. Sé también, que para
realizar lo proyectado han comprado dos navíos, que su
intención era batir nuestra escuadra, y en seguida, hechos
dueños de la mar, mandar con mayor desahogo sus
expediciones de desembarco a los puntos de la costa. Las
providencias defensivas del gobierno han debido abrazar por tanto
dos distintos medios de resistencia". Fue tal el pavor que la
derrota de Maipú produjo en el Perú, que Pezuela,
para aquietar los temores de las tropas del país reunidas
en los alrededores de Lima, entre las cuales se anunciaba una
nueva expedición a Chile, viose obligado a dirigirles una
proclama aquietándolas: "Ha llegado a mi noticia que
muchos de vosotros vienen disgustados, creyendo que han de
marchar para Chile a incorporarse al ejército del rey que
allí ha quedado. Yo os aseguro, que el objeto de vuestra
venida a la capital, no es otro que mantener la tranquilidad
pública". El orgulloso virrey, vencedor en Vilcapugio,
Ayohuma y en Sipe-Sipe tres años antes, al ponerse a la
estricta defensiva solicitaba en los términos más
angustiosos prontos auxilios del virrey Sámano y de
Morillo en Venezuela y
Nueva Granada. "El tenor de las comunicaciones ha reagravado la
dolorosa impresión del fatal suceso (de Maipú),
resistiéndose la imaginación a convencerse
cómo pudo suceder que un ejército completamente
dispersado en un punto se rehiciese a los quince días en
otro, ochenta y más leguas distante, en disposición
de batir a sus vencedores, que no dejaron de perseguirlos de muy
cerca por el mismo hecho del corto número de días
que medió entre ambas acciones. Pero es demasiadamente
cierto el final del funesto resultado, y que Osorio
después de perdido todo habiendo emprendido su retirada
con mil hombres, únicos del ejército que pudieron
salvarse, pudo llegar a Concepción con sólo
catorce, por haber sido muertos o dispersados por la
caballería enemiga que los persiguió acuchillando
en tan larga distancia. Por de pronto, mis incesantes fatigas
tienen por objeto la colectación e instrucción de
los reclutas destinados a la defensa de la capital y costas del
distrito para resistir a cualquier agresión
marítima, cuya diligencia presenta no pocas dificultades.
Reitero, pues, mi súplica sobre cuanto pedí en mi
último oficio, persuadiéndose que mis apuros han
llegado hasta el grado sumo". El virrey de Nueva Granada le
contestaba: "La fatal derrota que han sufrido la tropas del rey,
nuestro señor, cerca de Santiago de Chile pone a aquel
virreinato (del Perú), y a todo este continente por la
parte del sur en consternación y peligro", y junto con
estas palabras la enviaba el batallón "Numancia", fuerte
de 1.200 plazas que a la sazón se hallaba en
Popayán, refuerzo que a la vez que debilitaba a los
realistas en este punto, facilitaba la invasión de
Bolívar a Nueva Granada. Era un nuevo contingente a la
causa de la independencia americana, como más adelante se
verá. El general Morillo, que al frente de una
expedición peninsular de diez mil hombres había
arribado a Costa Firme, a la sazón extenuada en Venezuela, al
conocer los detalles de la batalla de Maipú, pronunciaba
palabras melancólicas que hacían presentir la
derrota fatal: "El desgraciado suceso de las armas de S.M. cerca
de Santiago de Chile, me llena del más amargo pesar. Yo
entiendo que el ejército del rey victorioso en Lircay con
5.000 hombres sobre 10.000 enemigos, habría sido batido
igualmente contando con 55.000, por las mismas tropas y los
mismos jefes que lo han destruido en el llano de Maipú".
Así, el plan de campaña continental, cuya
intuición tuvo San Martín en 1814 en
Tucumán, era al fin comprendido en todas sus consecuencias
por el enemigo, que al anuncio de su segunda etapa, ya no se
consideraba seguro ni en
la tierra ni
en los mares, y presentía su total derrota en toda la
extensión de la América meridional. Jamás
una concepción militar tuvo tan decisiva influencia
moral en los
acontecimientos, hiriendo de pavor al adversario con sólo
su amago, aún antes de experimentar de cerca sus efectos
finales. Son estas concepciones de largo alcance,
metódicamente ejecutadas, las que caracterizan el
verdadero genio militar.
EL RESULTADO DE LAS BATALLAS:
LA INDEPENDENCIA DE CHILE
TRANSCRIPCIÓN
DEL DOCUMENTO REFERIDO A LA PROCLAMACIÓN DE LA
INDEPENDENCIA DE CHILE
La fuerza ha sido la razón suprema que por más de
trescientos años ha mantenido al Nuevo Mundo en la
necesidad de venerar como un dogma la usurpación de sus
derechos y de
buscar en ella misma el origen de sus más grandes deberes.
Era preciso que algún día llegase el término
de esta violenta sumisión, pero entretanto era imposible
anticiparla: la resistencia del débil contra el fuerte
imprime un carácter sacrílego a sus pretensiones y
no hace más que desacreditar la justicia en
que se fundan.
Estaba reservado al siglo XIX el oír a la América
reclamar sus derechos sin ser delincuente
y mostrar que el período de su sufrimiento no podía
durar más que el de su debilidad. La revolución del
18 de setiembre de 1810 fue el primer esfuerzo que hizo Chile
para cumplir esos altos destinos a que lo llamaba el tiempo y la
naturaleza:
sus habitantes han probado desde entonces la energía y
firmeza de su voluntad, arrostrando las vicisitudes de una guerra
en que el gobierno español ha querido hacer ver que su
política
con respecto a la América sobrevivirá al trastorno
de todos los abusos. Este último desengaño les ha
inspirado naturalmente la resolución de separarse para
siempre de la monarquía española y proclamar su
independencia a la faz del mundo.
Mas no permitiendo las actuales circunstancias de la guerra la
convocación de un Congreso Nacional que sancione el voto
público, hemos mandado abrir un gran registro en que
todos los ciudadanos del Estado sufraguen por sí mismos,
libres y espontáneamente, por la necesidad urgente de que
el gobierno declare en el día la Independencia o por la
dilación o por la negativa; y habiendo resultado que la
universalidad de los ciudadanos está irrevocablemente
decidida por la afirmativa de aquella proposición, hemos
tenido a bien, en ejercicio del poder extraordinario con que para
este caso particular nos han autorizado los pueblos, declarar
solemnemente a nombre de ellos, en presencia del Altísimo,
y hacer saber a la gran confederación del género
humano que el territorio continental de Chile y sus islas
adyacentes forman, de hecho y por derecho, un Estado Libre
Independiente y Soberano, y quedan para siempre separados de la
monarquía de España, con plena aptitud de adoptar
la forma de gobierno que más convenga a sus intereses.
Y para que esta declaración tenga toda la fuerza y solidez
que debe caracterizar la primera Acta de un Pueblo Libre, la
afianzamos con el honor, la vida, las fortunas y todas las
relaciones sociales de los habitantes de este nuevo Estado:
comprometemos nuestra palabra, la dignidad de nuestro empleo y el
decoro de las armas de la Patria, y mandamos que con los libros del
gran registro se
deposite el Acta original en el archivo de la
Municipalidad de Santiago y se circule a todos los pueblos,
ejércitos y corporaciones para que inmediatamente se jure
y quede sellada para siempre la emancipación de Chile.
Dada en el Palacio Directorial de Concepción, al 1 de
enero de 1818, firmada de nuestra mano, signada con el de la
nación y refrendada por nuestros Ministros y Secretarios
de Estado en los Departamentos de Gobierno, Hacienda y
Guerra.
LA CAMPAÑA DEL
PERÚ A FONDO.
1.- LA
FINANCIACIÓN DE LA EMPRESA
Culminada la campaña de Chile, San Martín se
apresuró a viajar de nuevo a Buenos Aires y el 13 de abril
salía de Santiago para repasar la cordillera y realizar de
nuevo la larga travesía. Debería replantear ante
Pueyrredón y los prohombres de la Logia en Buenos Aires
los planes elaborados después de Chacabuco, que la
invasión de Osorio había postergado y la gestión
de Manuel Aguirre y Gregorio Gómez, enviados a
Norteamérica para adquirir navíos, demoraba
todavía más.
Pueyrredón le esperaba dispuesto a recibirle con los
grandes honores que reclamaba la gloria del vencedor de
Maipú: "Sin embargo de que usted me dice que no quiere
bullas ni fandangos -le escribió en una carta que
recibió en el viaje- es preciso se conforme a recibir de
este pueblo agradecido las demostraciones de amistad y ternura
con que está preparado". Pero San Martín. siempre
esquivo, evitaba las aclamaciones y el 11 de mayo entraba a la
ciudad sin aviso previo, a la hora del alba. yendo directamente a
su casa donde le aguardaban María de los Remedios y su
hijita, a quienes no veía desde aquella mañana de
Mendoza, hacía más de un año, cuando se
despidió de ellas para conducir su ejército a
través de la cordillera.
Estuvo en Buenos Aires poco más de un mes. Pero si pudo
evitar la efusión popular del recibimiento le fue
imposible substraerse a los honores oficiales. El 17 de mayo
debió asistir a la sesión extraordinaria que el
Congreso acordó celebrar para expresar públicamente
la gratitud de la Nación al vencedor de Maipú.
La ciudad se había engalanado para adherir a la solemne
ceremonia y se volcó sobre las calles del breve recorrido
que haría la comitiva desde el Fuerte hasta la Casa
Nacional, sede de la Soberanía, en el antiguo local del
Consulado sobre la misma calle que ahora se llama de San
Martín.
El general de los Andes, de gran uniforme. adelantaba su figura
marcial al lado del Director Supremo. y la multitud que lo
contemplaba aplaudiendo su paso debió comprender
enternecida, en aquella hora de emoción y de gloria, el
significado cabal de la misión que ese hombre estaba
realizando con un fervor tan intrépido e indeclinable en
el propio sacrificio como tenaz e intransigente en el reclamo con
que llamaba a compartirla. Porque en el corazón
del pueblo era ya San Martín algo más que el
extraordinario ejecutor de las proezas militares y veía en
él al símbolo de los grandes ideales que le
habían movilizado, al héroe que encarnaba la
esperanza y los anhelos de la Revolución.
Ahora su sola presencia era un llamado a proseguir la obra
todavía inconclusa y casi un reproche que hacía
acallar las disidencias y pasiones que la retardaban, pues todos
sabían que en el éxito de su empresa estaba la
aspiración más auténtica y profunda del
pueblo. Por eso alcanzaron vigorosa expresión las palabras
con que saludó
a San Martín en la reunión de la Asamblea el
presidente de turno don Matías Patrón: "La Patria
se gloria por la victoria obtenida y sus consecuencias, y no es
menor su satisfacción al esperar de vuestro valor y
vuestra constancia, iguales y mayores glorias sobre los peligros
que restan arrostrar".
San Martín estaba ansioso por terminar rápidamente
el cometido que le. había traído a Buenos Aires.
Tenía ante el gobierno y los "amigos" de la Logia un
inmenso prestigio y no hay duda que supo aprovecharlo. Su
autoridad
pesó decididamente en los acuerdos que se adoptaron para
cooperar en el plan continental. Era necesario acelerar la
formación de la escuadra para librar de enemigos al
Pacífico y hacer posible la expedición a Lima:
debían ser reforzados los efectivos del ejército
con nuevos reclutas y oficialidad competente; había que
suministrar armamentos, vestuarios, caballadas; y todo eso
requería urgente financiación. San Martín
expuso concretamente sus demandas, allanó objeciones,
explicó de nuevo la trascendencia de su empresa,
enfrentó al ceñudo doctor Tagle y convenció
a todos, primero a los amigos, y después a
Pueyrredón en su chacra de San Isidro.
Había dificultades indudables, que se irían
complicando cada vez más y, en primer lugar, estaba la
penuria financiera que desesperaba a Gascón, ministro de
Hacienda, y amargaba la vida del Director Supremo, que
debía multiplicarse para atenderlo todo. El gobierno
tenía que responder a las exigencias del frente del Norte
continuamente amenazado por La Serna, y estar a la mira de la
situación creada en la Banda Oriental por la
invasión portuguesa, que en cualquier momento a pesar de
su actual actitud pasiva podía plantear una crisis de
atención inmediata. Además, se venía
temiendo con fundamento la realización de la gran amenaza
de Fernando VII, que preparaba en Cádiz un ejército
a órdenes del conde del Abisbal para invadir el Río
de la Plata.
Pero San Martín fue perentorio y convincente. El 16 de
junio tomaba la galera para volver a Mendoza, esta vez en
compañía de Remedios y Merceditas. Llevaba
además las promesas del gobierno de realizar un
empréstito forzoso de quinientos mil pesos durante los
próximos cuatro meses destinado a las necesidades de la
expedición.
En realidad, desde al año anterior habían comenzado
las gestiones para la adquisición de la escuadra. San
Martín comisionó a Álvarez Condarco, primero
y después a Álvarez Jonte para que fueran a Londres
con ese objeto, Manuel Aguirre y Gregorio Gómez por otra
parte, viajaron a Norteamérica para contratar barcos de
guerra por cuenta de los gobiernos argentino y chileno. Se
irían adquiriendo, además, algunas naves que se
ofrecieran en el Río de la Plata o en Valparaíso.
Buscábase también un almirante para la futura
flota: desde Europa
vendría lord Cochrane. En cuanto a los preparativos
militares, San Martín confiaba en O'Higgins y en la
terminación de la guerra en el sur de Chile, donde
prolongaban su resistencia los realistas, ahora a órdenes
del general Sánchez: sabía también
cuánto habría de rendirle, para remontar su nuevo
ejército, el inextinguible celo de su amada provincia de
Cuyo, siempre en manos de sus adictos Luzuriaga, La Rosa y Dupuy.
En Buenos Aires había comprado armas y pertrechos de
guerra.
Volvía, pues, satisfecho de su viaje. Comprendía
las razones del gobierno y los aspectos diversos de la
situación general, pero ya había hecho su
opción frente a esos problemas y
por eso la había auspiciado con tanto empeño.
La expedición a Lima significaba resolver el máximo
problema; era la conquista de la independencia de América,
que por añadidura daría al gobierno la fuerza y los
medios de resolver las otras cuestiones. No sólo el
patriotismo y la fidelidad a los principios
adoptados indicaban este camino sino también el buen
senado y las conveniencias del mismo gobierno. Por eso, con
optimismo estimulante, había escrito a O'Higgins antes de
partir: "El empréstito de los quinientos mil pesos
está realizado. Hágase por ese Estado otro esfuerzo
y la cosa es hecha. Sobre todo auméntese la fuerza lo
menos hasta nueve mil hombres, pues de lo contrario nada se
podrá hacer. Prevengo que en los quinientos mil pesos va
inclusa la cantidad del valor de cuatro mil quinientos vestuarios
destinados para el ejército de los Andes. Póngase
usted en zancos y dé una impulsión a todo para que
haya menos que trabajar. De lo contrario yo me tiro a
muerto".
La cordillera estaba cerrada cuando llegó a Mendoza y
debió aguardar allí la buena estación. Pero
a fines de agosto Pueyrredón le escribía una carta
desoladora. El empréstito fracasaba. "No hay numerario en
plaza – agregaba el 2 de septiembre-, es imposible el medio
millón aunque se llenen las cárceles y cuarteles".
Ante la primera noticia, San Martín que conocía
cuánto debía jugar en la emergencia
reaccionó con violencia
inesperada: envió su renuncia de Director Supremo. Si el
ejército no era socorrido no solamente no podría
emprender operación alguna sino que estaba muy expuesto a
su disolución. Además su salud era muy mala y su
médico, el doctor Colisberry, no le daba ni seis meses de
existencia, y habiendo variado las circunstancias rogaba se le
admitiera la renuncia. Y a Guido, a su entrañable Guido,
que seguía la negociación desde Chile, le explicaba que
el Director como jefe del Estado y como amigo había
sancionado el auxilio pedido . El incumplimiento era
cuestión de honor: "Yo no quiero ser juguete de nadie",
terminaba. La renuncia cayó en Buenos Aires como una
bomba. Volvieron a reunirse los prohombres del Congreso y los
amigos. Pueyrredón, recapacitando sobre su actitud
anterior tal vez un poco débil frente a los comerciantes,
metió a todos en un puño, apretó
terriblemente y consiguió exprimir hasta 300.000 pesos.
Zañartú, ministro de Chile, le explicaba a
O'Higgins la situación: "El empréstito se lleva a
cabo porque la Logia no se detendría por
consideración alguna que se oponga a la realización
del fin. San Martín ha dado un golpe maestro". Y es que la
autoridad de
San Martín seguía siendo incontrastable. Le
volvió a escribir a Guido: "Todo eso ha mejorado mi
salud y
sólo espero un poco más de tiempo para que venga
todo el dinero y
marcharme a ésa aunque sea muriéndome".
2.- UN MANIFIESTO A LOS
PERUANOS
Y ya estaba al pie de su mula, con el fiel padre Bauzá, su
capellán y administrador
privado que le acompañaría hasta Santiago, cuando a
fines de octubre recibió una visita importante: nada menos
que el prominente logista Julián Álvarez
venía a verle en persona de parte
de los amigos, tan delicada era la nueva que debía
participarle. Se había decidido en los consejos de Buenos
Aires enviar a Europa al
talentoso canónigo Valentín Gómez, como
diputado del gobierno para gestionar ante el Congreso de los
Soberanos, reunido en Aix-la-Chapelle, el reconocimiento de la
independencia del país sobre la base del establecimiento
de una monarquía constitucional en el Río de la
Plata. Pueyrredón le había escrito también,
el 24 de septiembre, con ingenuo entusiasmo, sobre este negocio
de cuyo éxito a su juicio dependía la
salvación del país: "Él sólo va a
terminar la guerra y asegurar nuestra independencia de toda otra
nación extranjera; por él haremos que al momento
evacuen los portugueses el territorio oriental". San
Martín escuchó con mucha atención al
secretario de la Logia: tampoco le disgustaba a él una
solución monárquica siempre que tuviera por base la
independencia: sobre ello habían conversado los amigos en
la chacra de Pueyrredón, durante la reunión de
junio. Pero sin duda pensó que si esa solución
podía adoptarse en el Río de la Plata, para hacerla
viable en toda América debía conquistarse antes la
libertad del Perú. Además, algo le dejó una
espina mordiente. Cuando Álvarez viajaba para Mendoza
divisó en lontananza al cruzar la frontera de Santa Fe a
una partida de jinetes, que, a no dudarlo, venían a
registrar su galera. "Eran los montoneros – explicó con
el lenguaje de
los doctores de Buenos Aires- y no había tiempo que
perder". Y el buen don Julián, antes de que llegaran,
había hecho detener el carruaje y con los documentos de la
negociación monárquica hizo una pira
y los quemó. ¿No era ése un proceder
semejante al de quien destruye la prueba de un delito?
¿Estaría acaso esta negociación destinada a ahondar la gran
crisis abierta
por la divergencia del Litoral?
San Martín con el buen franciscano siguió viaje a
Chile. Dejaba a su Remedios convaleciente de un nuevo
contratiempo tenido a poco de llegar a Mendoza. En Santiago tuvo
una excelente noticia. La naciente escuadra chilena
-habían llegado ya varios de los buques contratados- daba
los frutos esperados. El coronel Blanco Encalada, improvisado
almirante, acababa de apresar en Talcahuano a una fragata
española, la Reina María Isabel, magnífica
presa que venía a engrosar la flota.
En su atareado bufete de la casa del Obispado, San Martín
recomenzó su actividad. La minuciosa, concreta y
permanente faena de la empresa
peruana. Hacia tiempo, desde antes de su viaje a Buenos Aires,
habíala iniciado con sus métodos
habituales. Iban y venían mensajes hasta Lima o Arequipa o
al Callao; informaciones, libelos, cartas
misteriosas, anónimos. Todo pasaba bajo su mirada
infatigable. Las cosas iban bien. Quizá pudiera comenzarse
en esta estación, apenas llegara el famoso lord
Cochrane.
Entre tanto, el 13 de noviembre. escribió un manifiesto a
los peruanos en que se presentaba como su Libertador: "Mi anuncio
no es el de un conquistador que trata de sistematizar una nueva
esclavitud. Yo
no puedo ser sino un instrumento accidental de la justicia y un
agente del destino. El resultado de la victoria hará que
la capital del Perú vea por la primera vez reunidos a sus
hijos eligiendo libremente su gobierno y apareciendo a la faz de
las naciones del globo entre el rango de las naciones".
Pocos días después, el 28 de noviembre, llegaba a
Valparaíso lord Alejandro Cochrane. precedido por la fama
resonante de sus acciones navales en la guerra contra
Napoleón. Álvarez Condarco, en Boulogne-sur-Mer,
habíalo convencido fácilmente a enrolarse en la
gran aventura que para él significaba participar en la
contienda americana. Servía de esta manera a sus propios
ideales y a las conveniencias de su país a quien
sabía interesado en la libertad de la América
española. Era una nueva ocasión para el noble lord
e iguales motivos habían decidido a otros marinos ingleses
– Wilkinson, De Guise, O'Brien, Forster- a comandar los barcos de
la armada independiente.
Mecíanse ya en el puerto de Valparaíso, en airoso
conjunto, las fragatas, corbetas y bergantines, y el 14 de enero
de 1819 Cochrane saldría rumbo al Callao para hacer su
primer crucero por el Pacífico y combatir a la flota
española que hasta entonces no había tenido
oposición alguna. La iniciación de la guerra
marítima era la etapa indispensable de la
expedición al Perú.
Pero en algunos aspectos las cosas no marchaban bien.
Prolongábase la guerra en el sur. adonde se había
enviado al general Balcarce, que debía habérselas a
un mismo tiempo con realistas y montoneros. Además, el
gobierno de O'Higgins era jaqueado por una oposición
creciente y se hallaba prácticamente paralizado por falta
de recursos o de energía para conseguirlos; incluso
podía acusarse algún desgano en la
realización de los aprestos del ejército, que San
Martín urgía sin descanso. Advertíase en
ciertos círculos notoria animadversión hacia
determinados elementos del gobierno que fue necesario desplazar;
y reaparecían peligrosamente algunos restos del partido
carrerino cuyas aspiraciones promovía desde Montevideo
José Miguel Carrera, que clamaba venganza por la
ejecución de sus hermanos Luis y Juan José
realizada en Mendoza poco después de la batalla de
Maipú, triste final de una funesta aventura.
El Director Supremo de Chile, fraternalmente unido a San
Martín, sufría más que ninguno estas
dificultades, pero se veía obligado a considerarlas a
pesar de ser. por otra parte, el primer interesado en cooperar
con la fuerza que era su más firme sostén. San
Martín pintaba a Pueyrredón esta situación
con sombríos colores y le
instaba a aumentar sus auxilios.
3.- SAN MARTÍN Y LA
CRISIS
DIRECTORIAL
En este final del año 1818 era mucho peor la crisis
política
en las Provincias Unidas. El gobierno y el Congreso se
habían embarcado decididamente en la negociación monárquica cuyos
detalles refirió Julián Álvarez a San
Martín en la entrevista
de Mendoza. Pero adoptaban esa determinación en plena
lucha con las provincias del Litoral, que el Directorio
había reabierto con imprudencia incalculable, sin parar
mientes en sus consecuencias ni en el pábulo que daba a la
política
de Artigas, pertinaz en su postura federalista y en su exigencia
de no aprobar ningún avenimiento mientras el gobierno de
Buenos Aires no declarara la guerra a Portugal, invasor del
territorio nacional desde 1816. En realidad, el proceso
federalista estaba abierto en el Litoral desde antes de la
revolución de 1816 y Álvarez Thomas primero y
después Pueyrredón se empeñaban en
sofocarlo. Mucho había maniobrado el Director Supremo con
comisionados y tropas sobre Santa Fe y Entre Ríos, durante
los dos últimos años, pero el resultado, entre
otras consecuencias adversas a sus fines, había sido
promover la aparición de dos fuertes caudillos, Estanislao
López y Francisco Ramírez,
que ahora se presentaban como abanderados de un auténtico
programa
federal y, sobre todo, como intérpretes de la
oposición de los pueblos a la actitud del gobierno central
ante el invasor portugués y al plan monarquista que era
una claudicación.
Santa Fe era la posición clave y por eso resultaba
indispensable dominarla para vencer en la nueva campaña,
que Pueyrredón decidió abrir en agosto de 1818
enviando contra su territorio al general Juan Ramón
Balcarce, que avanzó hasta el Rosario; y al general
Belgrano, que desde Tucumán destacó una
división al mando de Bustos para amagar desde
Córdoba a la rebelde provincia. Pero ni Balcarce ni Bustos
pudieron hacer nada efectivo contra el caudillo santafesino. que
les hizo una guerra de montonera. terriblemente eficaz aunque
debiera retroceder casi siempre ante las tropas regladas, que
sólo encontraban ante sí la tierra
asolada y la airada protesta campesina.
Así comenzó, en medio de esta guerra civil, el
año 1819. Belgrano había debido trasladarse a la
frontera de Córdoba para asumir personalmente el mando del
ejército, mientras Balcarce era reemplazado por Viamonte
en la dirección de las fuerzas de Buenos Aires.
Entre tanto llegaban de Europa noticias alarmantes sobre la
expedición española que proyectaba enviar Fernando
VII, y con el pretexto de este peligro e invocando las cartas que
recibía de San Martín sobre la inacción del
gobierno chileno, demorado en su cooperación a la
expedición sobre Lima, el Directorio envió a San
Martín, el 27 de febrero, la orden de repasar la
cordillera con el ejército de los Andes y situarse en
Mendoza a la espera de nuevas instrucciones.
Pero cuando esta orden viajaba para Santiago el general se
había trasladado a Mendoza desde su acantonamiento en
Curimón, enviándole antes una nota a O'Higgins en
la que le decía: "La interrupción de correos que
hace más de un mes se experimenta con la capital de las
Provincias Unidas, las noticias que me suministra el gobernador
intendente de la Provincia de Cuyo con respecto a la guerra de
anarquía que se está haciendo en las referidas
provincias por parte de Santa Fe, me han movido como un ciudadano
interesado en la felicidad de la América, a tomar una
parte activa a fin de emplear todos los medios conciliativos que
están a mis alcances para evitar una guerra que puede
tener la mayor trascendencia a nuestra libertad. A ese objeto he
resuelto marchar a dicha provincia de Cuyo, tanto para poner a
ésta al cubierto del contagio de anarquía que la
amenaza, como de interponer mi corto crédito, tanto con mi gobierno como con el
de Santa Fe, a fin de transar una contienda que no puede menos
que continuada ponga en peligro la causa que defendemos. El
general Balcarce queda encargado del mando del ejército de
los Andes. V.E. podrá nombrar para el de Chile el que sea
de su superior agrado; tendré la satisfacción de
volver a ponerme a la cabeza de ambos ejércitos luego que
cesen los motivos que llevo expuestos y que los aprestos para las
operaciones ulteriores que tengo propuestas y confirmadas por
V.E. estén prontos".
Evidentemente San Martín veía cada vez más
claro en las causas y en las consecuencias de la guerra civil
argentina; en la guerra de anarquía como él y los
amigos la llamaban. ¿Cómo no había de
inquietarse ante la tremenda perspectiva de una lucha en la que
el Directorio de Buenos Aires no vacilaba en dejar desguarnecida
la frontera del Norte, siempre amenazada por el ejército
de La Serna? ¿Cómo no había de ver el
peligro que ella implicaba para la causa americana?
Su decisión fue terminante y, como siempre. puso el
interés
de la patria por encima de sus propias convicciones,
comprometidas sin duda con los amigos de la Logia de Buenos Aires
en más de uno de los capítulos enrostrados por "los
anarquistas". Y desde Mendoza, el 13 de marzo, se dirigió
a Estanislao López pidiéndole aceptara la
mediación que el gobierno de Chile, a indicación
suya, había interpuesto entre el Director Supremo de las
Provincias Unidas y el gobernador de Santa Fe, a fin de llegar a
un acuerdo que hiciera cesar la guerra. El mismo día y con
igual instancia se dirigía al general Artigas.
Le decía a Estanislao López en esta carta famosa:
"Unámonos, paisano mío, para batir a los
maturrangos que nos amenazan; divididos seremos esclavos; unidos
estoy seguro que los
batiremos; hagamos un esfuerzo de patriotismo, depongamos
resentimientos particulares y concluyamos nuestra obra con honor:
la sangre americana que se vierte es muy preciosa y debía
emplearse contra los enemigos que quieren subyugarnos".
Y es a López, e igualmente a Artigas, a quienes
dirigió en esta misma carta aquella advertencia: "Mi sable
jamás saldrá de la vaina por opiniones políticas". Esta actitud de San
Martín ante los caudillos del Litoral ha de contarse sin
ambages entre las decisiones más notables de su
intervención en el problema político argentino y
por ello corresponde señalar su trascendencia en la
crisis final
del régimen y medirla por la significación nacional
de quien tuvo la extraordinaria entereza de producir un acto que
era una clara definición histórica. Por mucho que
San Martín estuviera vinculado al equipo gobernante; por
más que compartiera la responsabilidad de sus planes como gran dirigente
de la Logia, y por poco que le gustara, según
expresó más de una vez, la solución
federativa, no pudo permanecer indiferente ni sordo ante la
guerra civil, ni su visión penetrante de las cosas
podía dejar de advertir la realidad y características del drama político y
social que se estaba desarrollando en su tierra y que los
ideólogos se empeñaban en no ver. Por eso hizo
cuestión de patriotismo al promover y favorecer la
mediación chilena entre los partidos en lucha. E hizo
más: desahució rotundamente a quienes contaban con
el prestigio de su espada para dirimir la contienda. Se ha dicho
que estas cartas no
llegaron con oportunidad ni a López ni a Artigas porque
las interceptó Belgrano en la frontera de Córdoba;
pero sin duda alguna por esta misma causa llegaron a conocimiento
del gobierno de Buenos Aires, que era en definitiva el verdadero
destinatario. Es seguro que desde
entonces comenzó a pensar el doctor Tagle en el relevo de
San Martín; y de todos modos el Director Supremo no
había querido ni siquiera recibir a la comisión
mediadora del gobierno chileno formada por el coronel Cruz y el
regidor Cavareda. La mediación, advirtióles
Pueyrredón, "es desagradable a este gobierno y da al
caudillo de los orientales una importancia que él mismo
debe desconocer por su situación apurada".
Pero lo cierto es que las cartas de San Martín a
Estanislao López y a José Artigas son del 13 de
marzo y que el 5 de abril se acordaba entre las fuerzas de
López y Viamonte un armisticio, que era ratificado
formalmente en San Lorenzo el día 12 de abril por los
representantes de Santa Fe y el delegado del gobierno central,
Ignacio Álvarez Thomas. Belgrano comunicó la firma
del armisticio a San Martín y éste le
contestó el 17 de abril: "Este pueblo ha recibido el mayor
placer con su noticia, esperanzados todos en que se corte una
guerra en que sólo se vierte sangre americana".
En Buenos Aires no pensaban de la misma manera; y el equipo
directorial no habría de perdonarle nunca su
actitud.
4.- LA "DESOBEDIENCIA"
Cuando San Martín tomó esta resolución
trascendental había ido a Mendoza desde su campo en
Curimón con el propósito de llegar hasta San Luis
para cerciorarse de las verdaderas proporciones de una
sublevación promovida por los prisioneros españoles
allí confinados y entre los cuales se contaban los jefes
que se habían rendido en Maipú:
Ordóñez, Morla, Primo de Rivera, Morgado y otros.
Se habían alzado contra el gobernador Dupuy y estuvieron a
punto de matarle; pero fracasaron y la represión fue
terrible y sangrienta, fueron todos ellos muertos o
ajusticiados.
Tenía motivos para sospechar una conexión entre
aquel hecho y la reaparición de José Miguel Carrera
y Carlos Alvear, que se había unido al caudillo chileno en
la actividad difamatoria contra el Directorio y especialmente
contra él y O'Higgins. Ahora se hallaban ambos en el campo
de Ramírez, en Entre Ríos, esperando sacar cada uno
su especial provecho de la guerra civil, porque la lucha de los
gobernadores del Litoral contra la política del gobierno
de Buenos Aires envolvía en la intención siniestra
de aquéllos a San Martín y O'Higgins que se
hallaban comprometidos en ella.Con anterioridad se había
descubierto en Buenos Aires una conjuración fraguada por
Carrera y su círculo, en la que se mezclaron algunos
aventureros franceses que fueron detenidos cuando
emprendían viaje a Chile, y el plan era asesinar a
O'Higgins y a San Martín e insurreccionar el país
para entregarlo a la facción de Carrera. Pero los
franceses y sus cómplices pagaron con la vida la intentona
y poco después de la sublevación de San Luis fueron
fusilados en Buenos Aires, mientras O'Higgins perseguía
con mano dura a los carrerinos exiliando a muchos de ellos a la
isla de Juan Fernández.
Y fue en Mendoza, disipados los presuntos peligros que estos
hechos configuraban, donde San Martín recibió
aquella orden que el Directorio había enviado el 27 de
febrero para que el ejército de los Andes repasara la
cordillera. El general la trasmitió a Balcarce, el cual
adoptó enseguida disposiciones para cumplirla ante la gran
alarma de O'Higgins y del Senado chileno que se apresuraron a
escribir a Buenos Aires pidiendo su revocación.
Además el gobierno estaba alarmado con la situación
en el Norte e insistía el 25 de abril ante San
Martín, ordenándole que una vez llegado su
ejército a Mendoza pasara sin dilación a
Tucumán a defender esa frontera. Pero el 1º de mayo
había contraorden: se disponía ahora suspender la
marcha, el ejército quedaría en Chile, se
activarían los preparativos sobre Lima.
Puede ser tedioso pero es necesario puntualizar esta
cronología. ¿Qué significaba todo esto?
¿Qué motivaba estas órdenes y
contraórdenes, estos cambios de rumbo al parecer
precipitados? Así habría de suceder en todo el
año 1819 y ellas no sólo enunciaban la
vacilación provocada por la crisis interna sino la real
incertidumbre sobre la tremenda amenaza de la invasión
española. Los hombres del gobierno vivían sin duda
una dramática situación y aquel peligro se
abatía constantemente en los consejos del Director Supremo
como un fatídico fantasma. Sabíase positivamente
que en el ejército de Cádiz había fuertes
focos de rebeldía y el propio Directorio tenía
allí agentes que contribuían pródigamente a
fomentarlos; los liberales españoles preparaban un
movimiento contra Fernando para obligarle a deponer su absolutismo y
aceptar la constitución de 1812; pero la esperada
sublevación no se producía y llegaban de pronto a
Buenos Aires noticias alarmantes que ponían en
tensión los espíritus, aunque muy luego fueran
desvirtuadas por las siguientes informaciones. Y por cierto era
fundado el temor que debía producir una fuerza atacante de
20.000 hombres para cuyo tranquilo desembarco en Montevideo ni
siquiera podía descartarse la complicidad de Portugal.
Pero no hay duda que el armisticio de San Lorenzo
contribuyó tanto como la última noticia
halagüeña recibida de Cádiz, a la
suspensión de la orden dada a San Martín de repasar
los Andes y, por otra parte, la amenaza de verse desamparado
movió al gobierno chileno a pedir al de Buenos Aires
quedaran por lo menos 2.000 veteranos para que con otros tantos
que se comprometía a reclutar fueran la base de la
expedición al Perú.
Mientras O'Higgins se entregaba con renovado entusiasmo a
extremar su cooperación, en Buenos Aires se aprovechaba la
paz del armisticio para sancionar el 22 de abril la constitución que venía preparando el
Congreso, aquella famosa Carta de 1819 que consagraba el
régimen unitario y centralista y de la cual el deán
Funes. su docto sostenedor, había dicho repitiendo a
Sieyés que no establecía "ni la democracia
fogosa de Atenas ni el régimen monacal de Esparta ni la
aristocracia patricia o la efervescencia plebeya de Roma ni el
gobierno absoluto de Rusia ni el despotismo de la Turquía
ni la federación complicada de otros estados"… Aunque lo
que sí establecía, sin duda alguna, era un sistema
fuertemente conservador y aristocrático, que descartaba la
federación reclamada por el Litoral y se prestaba en
cambio.
maravillosamente, a ser la Carta que
debía jurar el príncipe que Bernardo Rivadavia y
Valentín Gómez andaban buscando en Europa.
Pueyrredón renunció a su cargo el 9 de junio. Era
la tercera dimisión que formulaba y debió
aceptársele. El l0 de junio prestaba juramento el nuevo
Director Supremo, general José Rondeau. Pero la constitución de 1819 tenía que
precipitar la gran crisis planteada por la divergencia
federalista y, además, el armisticio de abril amenazaba
romperse en cualquier momento porque para establecer una paz
permanente Artigas exigía al Director Supremo definiera la
cuestión oriental declarando la guerra a los
portugueses.
San Martín asistía desde Mendoza, con angustiosa
desazón, a las dramáticas contingencias de la
crisis que él había querido evitar. Estaba solo,
pues María de los Remedios, enferma, había
regresado a Buenos Aires con Merceditas, el 24 de marzo.
Recrudecieron por entonces sus achaques reumáticos y su
malestar en el pecho, que le ocasionaban dolorosas padecimientos,
y debió pasar en el campo una larga temporada.
En julio volvió, esta vez amenazante y concreta, la
noticia de Cádiz y él sugirió un plan de
defensa a Buenos Aires: la escuadra chilena saldría a
atajar a los navíos españoles; pero de nuevo se
desvaneció el peligro. O'Higgins y Guido le instaban a
regresar a Chile para dirigir personalmente los trabajos del
ejército; temían a la nueva guerra civil argentina
y que San Martín fuera envuelto en la vorágine.
Alvarado, Necochea, Escalada, jefes de los regimientos que
habían llegado a Mendoza antes de que la orden del repaso
fuera suspendida, también querían volver.
Sabían que el espíritu de su general estaba en Lima
y únicamente con él querían seguir en
la empresa de
América que era la causa de todos y no en la guerra civil
desencadenada por el error o la ambición de unos
pocos.
Era evidente que San Martín atravesaba ahora una profunda
crisis espiritual. En la medida que se ahondaba la disidencia
nacional se le aparecía claramente el fin de aquel
régimen que él, sin embargo, había prohijado
y comprendía que era ya inútil exigirle más
para la causa que había sido la razón de ser del
apoyo que él le había prestado. Pero era un duro
trance, sin duda, el tener que hablar con los amigos y de ir al
gobierno que no podía ser parte en la contienda
fratricida. Sin embargo se decidió a ir a ver a Rondeau y
le escribió a Guido el 21 de septiembre, desde San Luis:
"Al fin me resolví a ponerme en marcha para Buenos Aires:
pero no pude pasar de ésta en razón de lo postrado
que llegué; en el día me encuentro muy aliviado y
pienso ponerme en marcha dentro de cinco o seis días,
permaneciendo en la capital sólo ocho o doce días a
lo sumo". Pero recién pudo tomar la galera el 4 de
octubre, apenas restablecido de la penosa enfermedad en que
había recaído. Al acercarse a la frontera de
Córdoba, en la Posta del Sauce le avisaron que no era
posible seguir adelante, pues estaba cerrada por las fuerzas del
general Estanislao López. El armisticio de San Lorenzo
había sido roto y la guerra civil ensangrentaba de nuevo
al país.
San Martín retomó el camino de Mendoza. Era
inútil ahora entrevistarse con Rondeau y el 17 de octubre
estaba de vuelta en la capital cuyana. Allí le llegaron
órdenes reiteradas del Director Supremo, firmadas por el
ministro de Guerra, Irigoyen, pidiéndole se trasladara
enseguida a Buenos Aires con toda la caballería y le
prevenían que si hallaba oposición en su marcha,
por parte de los enemigos del orden, obrara contra ellos hostil y
vigorosamente. Pero también había sabido, en la
Posta del Sauce, que la ruptura de las hostilidades se
había señalado por parte de los santafesinos con la
captura de una carreta en la que viajaban varios personajes
oficiales a los que hicieron prisioneros, entre ellos, el general
Marcos Balcarce que iba hacia Chile, según la voz
pública, a relevar a San Martín en el comando del
ejército de los Andes.
San Martín leyó con inquietud creciente y sin duda
con una profunda tristeza las órdenes desesperadas del
ministro, a través de las cuales se transparentaba la
realidad viviente del país que se estaba incendiando por
los cuatro costados. Bien lo sabía él por los
informes que
le llegaban de todas partes. En el Litoral dominaban sin
discrepancias los caudillos federales; en Córdoba se
sostenía a duras penas el gobernador Manuel Antonio de
Castro y era aún peor la situación del coronel
Motta Botello en Tucumán; Güemes en Salta era una
entidad prácticamente autónoma, entregada por
cierto a su heroica defensa de la frontera; y en la propia
gobernación de Cuyo, tan adicta sin duda a su antiguo
gobernador intendente, crecía la oposición al
centralismo
porteño instigada por jefes y oficiales confinados
allí por el gobierno central.
Por desgracia, la crisis se agudizaba precisamente cuando en
Chile realizábanse al fin las tareas por él mismo
requeridas para llevar a cabo su empresa de libertad, y cuando la
campaña naval de lord Cochrane estaba a punto de dar sus
frutos y abrir las rutas del Pacífico.
A medida que examinaba los términos opuestos de la
situación el dilema se hacía más
dramático. Lamentaba las crueles convulsiones de lo que
él también llamaba la anarquía; no
creía que el país estuviese en condiciones de
establecer un régimen republicano según los
modelos en
boga; y menos creía en las ventajas de la
federación. que a su juicio debilitaría ese
gobierno fuerte, guardián implacable del orden, que
estimaba indispensable por lo menos hasta terminar con la
victoria la guerra de independencia. Pero la intransigencia del
Directorio a nada conducía. ¿Qué valor
podía tener cualquier solución que no se afirmase
sobre la libertad conquistada? ¿Acaso era ya viable ese
negociado monárquico que el gobierno miraba como
áncora de salvación pero cuyo solo enunciado
insurreccionaba a los pueblos como si fuera una traición a
la causa de América? ¿Iba él a resolver esa
crisis a sangre y fuego arrojando a la contienda fratricida los
soldados de Chacabuco y de Maipú? No. La verdad es que
había sido profundamente sincero cuando les hizo saber a
López y a Artigas que jamás desenvainaría su
espada por opiniones políticas
y que cada gota de sangre vertida por los disgustos
domésticos le oprimía el corazón.
Estas palabras no habían sido dichas en vano y
volvían a pesar solemnemente sobre su espíritu
porque había sonado la hora de la decisión.
Y San Martín se resolvió. Surgía imperativo
de su convicción más íntima el mandato
inexcusable del deber. Él lo diría más tarde
con clásica concisión: "Yo debo seguir el destino
que me llama. Voy a emprender la grande obra de dar libertad al
Perú". Por eso. el 9 de noviembre, al comunicar a
O'Higgins las órdenes que había recibido del
gobierno, agregó lo siguiente: "No pierda usted un momento
en avisarme el resultado de Cochrane para sin perder un solo
momento marchar con toda la división a ésa, excepto
un escuadrón de granaderos que dejaré en San Luis
para resguardo de la provincia: se va a descargar sobre mí
una responsabilidad terrible, pero si no se emprende
la expedición al Perú todo se lo lleva el
diablo".
Quedó todavía dos meses en Mendoza. Los hechos
confirmaban la inevitable caída del régimen y la
crisis se precipitaba con violencia
incontenible. El 12 de noviembre un movimiento popular
deponía en Tucumán al gobernador Motta Botello y
era arrestado el general Belgrano; en Córdoba se
mantenía aún el doctor Castro merced al amparo del
ejército del Norte, acantonado en el Pilar a
órdenes del general Cruz; los gobernadores del Litoral, en
cuyas filas iban Alvear y Carrera, cada cual con su consigna de
ambición o de odio, se acercaban al Arroyo del Medio. El
Director Supremo había salido a hacerles frente dirigiendo
a las tropas de Buenos Aires, al tiempo que ordenaba a Cruz
avanzase a marchas forzadas para salvar la situación.
Mientras adoptaba las últimas previsiones para
salvaguardar el orden en Cuyo, San Martín volvió a
enfermar. Lo postró un ataque reumático y le era
indispensable ir a Chile a tomar los baños de Cauquenes
que aliviaban infaliblemente sus males. Estaba, pues, ante la
urgencia de partir y reponerse para reasumir las tareas de la
expedición al Perú. Comunicó su
decisión a Rondeau enviándole su renuncia e
informando que dejaba al coronel Alvarado al frente de las tropas
en Mendoza.
Tuvieron que llevarlo en camilla a través de la
cordillera, que traspuso a comienzos de enero. Y fue en Santiago
donde tuvo noticias del último acto del drama directorial.
El ejército del Norte se había sublevado el 9 de
enero de 1820, en la Posta de Arequito, y en vez de acudir en
defensa del gobierno central se replegó a Córdoba
conducido por el general Bustos. En Buenos Aires los caudillos
federales derrotaban a Rondeau en la Cañada de Cepeda, el
1 de febrero; renunciaba el Director Supremo y el Congreso
Nacional se disolvía. El país parecía un
caos, pero el orden habría de recuperarse. Nuevas formas,
nuevos hombres advenían al primer plano. Cada provincia se
replegaba sobre sí misma y fundaba su
autonomía.
Era la marea federal que desbordaba en medio de la locura y la
esperanza del pueblo que creía haber abatido a los
tiranos. En la capilla del Pilar, el 23 de febrero, Estanislao
López y Francisco Ramírez dictaban a Manuel de
Sarratea, el elegante triunviro del año 1811, ahora
gobernador de Buenos Aires, las cláusulas del famoso
Tratado: "El voto de la Nación se ha pronunciado en favor
de la federación, que de hecho admiten…"
Al grito de "¡Viva la federación!" se sublevaron
también las ciudades de Cuyo y el batallón de
Cazadores de los Andes se plegó al movimiento. Luzuriaga,
La Rosa y Dupuy, los antiguos colaboradores de San Martín,
eran barridos de Mendoza, San Juan y San Luis. El coronel
Rudecindo Alvarado, con los granaderos de Necochea y un resto de
los cazadores, ganó las gargantas de la cordillera y la
cruzó de nuevo para ir a alinearse bajo la enseña
de su general.
5.- HACIA EL
PERÚ
El 2 de abril de 1820 realizábase en la ciudad de Rancagua
una reunión cuya grave trascendencia no podía
escapar a quienes a ella concurrían, todos ellos jefes del
Ejército de los Andes. En su presencia, el general las
Heras, que los había convocado, abrió un pliego
remitido por San Martín y leyó lo siguiente: " EI
Congreso y Director Supremo de las Provincias Unidas no existen:
de estas autoridades emanaba la mía de general en jefe del
Ejército de los Andes y de consiguiente creo que mi deber
y obligación el manifestarlo al cuerpo de oficiales para
que ellos por sí y bajo su espontánea voluntad
nombren un general en jefe que deba mandarlos y dirigirlos, y
salvar por este medio los riesgos que
amenazan a la libertad de América. Me atrevo a afirmar que
ésta se consolidará no obstante las críticas
circunstancias en que nos hallamos si conserva como no lo dudo
las virtudes que hasta aquí lo han distinguido".
Pero los jefes respondieron a San Martín: "La autoridad
que recibió el señor general para hacer la guerra a
los españoles y adelantar la felicidad del país no
ha caducado ni puede caducar, porque su origen que es la salud
del pueblo, es inmutable". Y se atuvieron con lealtad
magnífica a la calidad heroica
de la empresa.
Sabían que su conductor era algo más que un jefe
del ejército y reconocían en él al
artífice insuperable de la obra todavía
inconclusa.
Entretanto la ruta del Pacífico había sido
franqueada por lord Cochrane. Desde el año anterior el
almirante corría sin descanso a la armada realista,
obligándola a encerrarse en el Callao bajo la
protección de sus fuertes. Allí la fue a buscar
desafiando los fuegos de la poderosa fortaleza con
increíble audacia, pretendiendo incendiarla con sus
famosos cohetes a la Congreve, como Nelson en Copenhague, y
declarando el bloqueo de toda la costa peruana. Se había
presentado después ante Guayaquil y a principios de
febrero de 1820 estaba asaltando los fuertes de Valdivia,
último baluarte de la resistencia en el sur de Chile, que
conquistó tras una cruenta y memorable jornada. Ahora, al
tiempo que San Martín terminaba con O'Higgins los
minuciosos aprestos del "Ejército Libertador del
Perú", nuevo nombre del Ejército Unido, la escuadra
fondeaba en el puerto de Valparaíso lista para proteger el
largo convoy en que aquél sería trasladado a la
costa peruana.
Durante las últimas semanas el trajín había
sido extraordinario y se multiplicaron las tareas con febril
intensidad. Iban llegando las tropas desde el campamento de
Quillota y arribaban al puerto carretas atestadas de
aprovisionamientos. En incesante ajetreo los encargados de
distribuirlos ambulaban entre pilas de fardos.
Cargábanse en los barcos de transporte
pertrechos y municiones; alimentos y
vestuarios; caballadas y arneses; armas y cañones, entre
los cuales andaba fray Luis Beltrán, enérgico y
gesticulante como siempre , embutido en su nuevo uniforme de
capitán de artillería; mientras Nicolás
Rodríguez Peña, el ilustre triunviro de 1813 y
primer confidente de la empresa,
vigilaba el cumplimiento de los contratos, y su
antiguo colega, Antonio Alvarez Jonte, mortalmente enfermo, se
empeñaba en rendir sus postreros esfuerzos.
Más de cuatro mil hombres de las tres armas fueron
embarcándose en un orden perfecto, 2.313 de ellos eran
argentinos y 1.805 chilenos, sin hacer cuenta de la numerosa
oficialidad. Por fin, el 20 de agosto la armada se alineaba en la
hermosa bahía, deslumbrante la blancura de sus
velámenes, relucientes los cascos recién pintados,
al tope la bandera con la estrella de Chile, formados en cubierta
los batallones. En una empavesada falúa, que se deslizaba
airosamente entre las naves pasaba revista antes
de embarcarse el general José de San Martín, a
quien O´Higgins había enviado su nombramiento de
capitán general. Acompañábanle en la carroza
sus generales divisionarios José Antonio Álvarez de
Arenales, el recio vencedor de la Florida, y Toribio de
Luzuriaga, que tan eficazmente había colaborado con
él en el gobierno de Cuyo; e iban también el
general Las Heras, designado jefe del Estado Mayor, y los
secretarios de guerra Bernardo Monteagudo y Juan García
del Río, junto al flamante coronel don Tomás Guido,
que acababa de trocar por la espada su cartera de
diplomático y era el primer edecán del general en
jefe.
El espectáculo era imponente y magnífico.
Partía desde a bordo la aclamación emocionante de
los soldados del glorioso ejército de los Andes unidos a
las tropas de Chile en el nuevo "Ejército Libertador", en
cuyas filas formaban ahora los Granaderos a Caballo, los
cazadores, los artilleros, los veteranos de la infantería.
Sus vivas a la patria se unían a los ¡hurras!
estentóreos de las tripulaciones mandadas por aquellos
rudos capitanes ingleses de chaqueta blanca y patillas rojas.
Desde la playa, en un revolar de pañuelos, que
también servían para enjugar las lágrimas de
la despedida, respondía incesante el clamoreo
unánime de la multitud.
Poco después zarpaba la expedición y las naves se
alejaban lentamente del puerto para tomar el largo, hendiendo las
ondas del
océano rumbo al norte. En la vanguardia iba el almirante
lord Cochrane, que enarbolaba su enseña en la "O'Higgins",
fragata de 44 cañones, a cuyo lado navegaban la "Lautaro",
de 46, y el bergantín "Galvarino", de 18; seguían
después los dieciséis transportes flanqueados por
el "Araucano", de 16, y la goleta "Moctezuma" de 7; y cerraban la
marcha, tras una línea de lanchas cañoneras, la
"Independencia", de 28, y el navío "San Martín", de
64. el más poderoso de la flota, donde se había
instalado el rancho del general en jefe.
6.- LOS FACTORES DE LA NUEVA
CAMPAÑA
La guerra del Perú fue un triunfo de la inteligencia y
de la virtud; una audacia del raciocinio sustentada por la
prudencia de la acción. El conductor debía medir la
magnitud de la empresa por la trascendencia de su fin, concebido
como término decisivo de la emancipación americana.
Pero tenía que adecuar la realidad precaria de sus fuerzas
a las circunstancias en que debía utilizarlas y hacerles
rendir el máximo provecho frente a un rival que por lo
menos triplicaba su poderío. Otros factores, en
consecuencia, deberían concurrir, así fueran
diversos, complejos o inesperados; y había que hacer jugar
todas las piezas con suma habilidad, colocarlas en la precisa
situación de servir al resultado. Y no podía
equivocarse porque ese resultado era nada menos que la
realización del plan libertador y era también la
medida de su propia responsabilidad.
Eso fue la campaña que determinó la
ocupación de Lima y la independencia del Perú. Un
problema resuelto antes en la mente y una conducción cuya
fina sutileza debía trascender los obstáculos de la
realidad que pudieran interferirla y alcanzar el fruto esperado
por quien supo prever con lúcida certeza y dirigir con
paciente constancia.
Todos los términos del acuciante problema bullían
en la cabeza de San Martín hasta que consiguió
ordenarlos. Pero primero fue naturalmente su conocimiento
cierto, la minuciosa intelección de los hechos que
denunciaban la realidad de su objetivo, esa
viviente realidad del Perú, sede y baluarte del tenaz
adversario, que él no iba a atropellar como un
romántico porque su comportamiento
sería siempre el de un clásico.
Desde que concibió y aconsejó la estrategia del
plan continental se había aplicado con empeñosa
prolijidad a obtener la información precisa de todos esos hechos
sobre los cuales debería discernir de acuerdo con las
cambiantes circunstancias del momento de obrar. Chile
había sido una etapa; y apenas hizo pie en este
país, cuya libertad había fundado después de
una brillante pero dura campaña, su vista se volvió
inmediatamente hacia el Perú, que era su meta real, la
obsesión de su espíritu. En medio de las inmensas
dificultades que sobrevinieron después, durante su
angustiosa lucha para formar la expedición, no obstante
los amargos contratiempos de la crisis política y la
guerra civil, paralelamente a estas fatigas su esfuerzo mental
estuvo siempre concentrado en la empresa de Lima.
Y ahora, cuando navegaba hacia el norte, repasaba los datos ciertos de
su prolija información y se aprontaba a dibujar sobre
la tierra peruana las líneas de su esquema militar y a
movilizar los otros factores que le ayudarían a resolver
el complejo problema. Porque guerra y política iba
él a mover con maestría consumada para decidir la
victoria.
Conocía bien la situación del virrey Pezuela,
sucesor del enérgico Abascal, y sobre todo la distribución de sus fuerzas en el extenso
territorio. No contaba ya con la armada, que lord Cochrane
tenía bloqueada en el Callao, y al ejército, sin
duda con pésimo concepto, lo
había dividido en tres fracciones principales, sin
perjuicio de otras dispersiones parciales. Cerca de Lima, en el
campamento de Aznapuquio, estaba la fuerza principal, con
más de 7000 soldados, defendiendo la sede del Virreinato y
guardando la región de la costa; otra división se
hallaba en Puno, al parecer dominando los valles de la sierra; y
la tercera, fuerte de 6000 hombres, estaba en el Alto
Perú, sobre la frontera de Salta, u ocupando las diversas
intendencias de esta región, cuya jurisdicción
correspondía al antiguo virreinato del Río de la
Plata y hacía parte, por consiguiente, de las Provincias
Unidas. Había, además, otras fuerzas diseminadas en
el norte de la costa, sobre Trujillo, o hacia el sur, en
Arequipa. El virrey contaba en realidad con más de 20.000
hombres, y San Martín llevaba hacia el Perú apenas
4.000.
Pero el general del Ejército Libertador sabía
también cuál era la realidad política en que
Pezuela se estaba debatiendo. Una red de informantes, como
cuando su famosa guerra de zapa en Chile, le tenía al
corriente de cuanto ocurría en el virreinato peruano y le
permitía a su vez influir constantemente en el
ánimo de quienes, de una manera u otra, habrían de
apoyar sus propósitos. En primer lugar, el movimiento
patriota tenía extensas ramificaciones y los ideales de la
revolución americana alentaban en los núcleos
más diversos, desde los indígenas, todavía
intranquilos en muchas zonas donde había sido sofocada
unos años atrás la sangrienta insurrección
de Pumakahua, hasta personajes de la nobleza y el clero. El
país estaba minado podía decirse, y listo para
levantarse a pesar de las medidas del virrey y de la cruel
represión a que había sometido a muchos
conspiradores. En segundo término, estaba el
ejército realista. San Martín lo sabía
dividido por graves disensiones, y a algunos de sus jefes en
resuelta oposición con Pezuela. He aquí algo acerca
de lo cual estaba muy bien informado, porque era en realidad la
repercusión en América de la crisis de
España que él había venido observando con
interés
profundo, a través del famoso asunto de la
expedición española cuyas alternativas tanto
habían alarmado hasta fines del año anterior al
gobierno de Buenos Aires. Había sido precisamente en el
ejército del conde del Abisbal donde se encendió la
primera chispa de la revolución liberal en España.
Desde la restauración de Fernando VII en 1814, liberales y
absolutistas mantenían su enconada discordia. Extremaban
éstos su intolerancia que acentuaba el rey con medidas de
implacable rigor y porfiaban aquéllos en la propaganda
sediciosa que salía de las logias y se multiplicaba en
libelos y conjuraciones con el propósito ostensible de
implantar la Constitución de 1812. Pero al fin
estalló la revuelta. El 1º de enero de 1810 el
comandante Riego, jefe de uno de los batallones del
ejército expedicionario, proclamó en las Cabezas de
San Juan, cerca de Cádiz, la constitución liberal; y desde ese momento,
en rápida sucesión de movimientos, el alzamiento se
generalizó, transformándose en exigencia
revolucionaria. Fernando VII había debido jurar en marzo
la Carta de
Cádiz y convocar a Cortes, que se abrieron el 9 de julio.
Pero era, en realidad, un prisionero de la facción
triunfante; y cuando el Ejército Libertador del
Perú salía de Valparaíso, las últimas
noticias de España informaban sobre las reacciones
suscitadas por la frenética tiranía de los
prohombres liberales, que obligaban a leer la constitución
hasta en los púlpitos y semejaban un trasnochado remedo de
los jacobinos de 1893.
La discordia se había trasladado a América y el
liberalismo
español era una mina en el ejército del virrey. Por
fin, estaba el otro gran elemento de la situación de la
guerra en Sudamérica. Y San Martín sabía que
su presencia en el Perú partiría en dos el frente
de los realistas. Las armas independientes habían
triunfado en Boyacá, el 7 de agosto de 1819, sobre el
general Morillo, conducidas audazmente a través de los
Andes por el general Simón Bolívar, y poco
después. en Angostura, se constituía la
República de Colombia. El
Libertador del Norte seguía luchando con el
ejército del rey, y Pezuela no podía esperar
auxilio alguno desde Nueva Granada.
7.- GUERRA Y
POLÍTICA
La escuadra navegaba ya ante las costas peruanas, y San
Martín dispuso realizar el desembarco en la bahía
de Paracas, en una playa arenosa a diez kilómetros de la
cual se alzaba la villa de Pisco. Así se hizo con absoluta
tranquilidad el 8 de septiembre. ¿Porqué
desembarcó en Pisco? Lord Cochrane, obstinado
escocés, no terminaba de entenderlo, y sostenía con
terquedad que debía tomarse tierra frente a Lima para
atacar enseguida al virrey. El general en jefe había
decidido con admirable previsión. Pisco se hallaba a 260
kilómetros de Lima, y esta circunstancia le daba tiempo
para promover la insurrección del país sobre el
cual debía sostenerse, elemento de primera fuerza para el
desarrollo de
sus planes. Además, evitaba afrontar de golpe a un
ejército muy superior en número, y desde Pisco
podía realizar con eficacia el
designio militar de darle inmediato quehacer a sus espaldas,
mientras él iba a presentársele en el norte
haciéndole creer entretanto que buscaría su
objetivo desde
el sur.
Quería también iniciar las primeras fintas del
manejo político que tenía meditado, y sabía
que llegaba en el mejor momento para ello. Estaba cierto que los
jefes liberales del ejército de Pezuela presionaban sobre
el virrey para buscar un avenimiento con los disidentes sobre la
base de la Constitución de 1812, recién jurada por
Fernando, y de las Cortes, en las cuales se había acordado
dar representación a los diputados de América.
Ése era. además, el propósito del nuevo
gabinete español.
San Martín había decidido cruzar definitivamente
esa esperanza. Demasiado conocía él a los liberales
de las Cortes: eran los mismos que en Cádiz le
habían asqueado tanto como los serviles de Fernando.
Él también era liberal y sabía cómo
envolver al adversario en la trampa de los principios.
El mismo día del desembarco, desde Pisco, al tiempo que
sus tropas desalojaban a la guarnición realista, 500
hombres al mando del coronel Quimper, dio su primera proclama a
los peruanos, y en ella, al referirse a la constitución,
que Pezuela había dispuesto jurar en todo el virreinato,
expresó rotundamente esta advertencia: "La América
no puede contemplar la constitución española sino
como un medio fraudulento de mantener en ella el sistema colonial.
Ningún beneficio podemos esperar de un código
formado a dos mil leguas de distancia, sin la intervención
de nuestros representantes. El último virrey del
Perú hace esfuerzos por prolongar su decrépita
autoridad. El tiempo de la opresión y de la fuerza ha
pasado. Yo vengo a poner término a esa época de
dolor y humillación. Este es el voto del Ejército
Libertador, ansioso de sellar con su sangre la libertad del Nuevo
Mundo".
Pezuela quedaba, pues, notificado, y más que él,
los jefes liberales del ejército realista. La
Constitución de Cádiz, el nuevo régimen de
la revolución española, nada valían para el
jefe del Ejército Libertador. Y se dijera que acentuaba
más el terminante repudio al dirigirse él mismo, y
en otro proclama, a la nobleza del Perú: "Ilustres
patricios -les decía-, la voz de la revolución
política de esta parte del Nuevo Mundo y el empleo de las
armas que lo promueven no han sido ni pueden ser contra vuestros
verdaderos privilegios".
Púsose en seguida en contacto con las gentes de la tierra
y se desparramaron por todas partes sus proclamas. Y el general.
que no quería perder mucho tiempo en Pisco, comenzó
a conferenciar reservadamente con Arenales.
No había transcurrido una semana desde el desembarco
cuando se presentaba un representante de Pezuela. El virrey
pretendía abrir la negociación e invitaba a San Martín
a designar diputados para escuchar sus proposiciones. San
Martín aceptó. Como había imaginado, el
juego
comenzaba por la política; y sus diputados, Guido y
García del Río, se trasladaron a Miraflores, un
pequeño villorrio al sur de Lima, a tratar con los del
virrey. Pero era natural que no pudieran entenderse.
Proponían los realistas como base de arreglo, la
constitución española y el envío de
diputados americanos a las Cortes. Pero no era posible aceptar lo
que San Martín había rechazado expresamente en su
proclama. Pidieron entonces aquéllos la suspensión
de las armas y el retiro de las tropas invasoras hasta que fueran
diputados a España; pero la contrapropuesta patriota era
también inaceptable, porque exigieron para acceder, entre
otras cosas igualmente sustanciales, la evacuación del
Alto Perú. que sería ocupado por el Ejército
Libertador.
El 1 de octubre terminaba la fracasada conferencia de
Miraflores, pero quedaba de ella una inquietante sugerencia que
los diputados independientes, siguiendo el juego de su
general, deslizaron en el oído del virrey: "acaso sobre la
base de la independencia política del Perú, la
pacificación podía convenirse estableciendo una
monarquía con un príncipe de la casa reinante en
España…" San Martín explicaría años
después la cabal inteligencia
de esta proposición.
Durante el breve armisticio, San Martín había
redactado unas prolijas instrucciones para el general Arenales,
que debía expedicionar a la Sierra, o sea a la
región que se eleva hacia el Oriente inmediatamente
después de la región de la Costa. Tenía como
objetivo
realizar una doble acción militar y política, pues
debería ocupar e insurreccionar las poblaciones existentes
en los valles que van escalonándose entre las dos cadenas
de los Andes.
Arenales debería irrumpir por el desfiladero de Castro
Virreyna, con una columna de mil hombres, y recorrería
esos valles de sur a norte, desde Huamanga, ocupando
sucesivamente a Huancavelica, Jauja y Tarma, para descender hacia
la costa, desde Pasco, y colocarse al norte de Lima. Allí
le esperaría San Martín con el ejército,
porque pensaba reembarcarlo en Pisco y llevarlo por el mar, para
situarse al norte de la capital. Era una fina operación
semienvolvente, que por cierto no esperaba Pezuela. Es verdad que
dejaba libre el sur, pero su ejecución cortaba al virrey
las comunicaciones con el norte, donde sabía el general
era inminente el pronunciamiento de Trujillo, con cuyo
gobernador, marqués de Torre- Tagle, estaba en relaciones
desde Chile; y, además, a las espaldas de Lima dejaba toda
la Sierra en insurrección. Era, sin duda, una audaz
diversión, que comprometía a la cuarta parte de su
ejército en una empresa llena de peligros: pero San
Martín confiaba en la pericia de Arenales, veterano
batallador en las campañas del Alto Perú e
insuperable conductor para una guerra de montaña.
El general aguardó en Pisco hasta saber que Arenales
escalaba los pasos de la sierra, después de haber
derrotado a algunas fuerzas enemigas en Ica y en Nazca, contra
las cuales desprendió ágiles columnas al mando de
Rojas y Lavalle, que iniciaron con la victoria esta primera etapa
de la campaña.
San Martín reembarcó el ejército el 25 de
octubre y se trasladó hasta el puerto de Ancón,
desembarcando poco después en el de Huacho a 150
kilómetros al norte de Lima, para instalar su campamento
en Huaura. Allí esperaría el resultado de la
expedición a la Sierra, mientras comenzaba en seguida su
diligente actividad proselitista para sublevar en su favor a las
provincias septentrionales. Había en esa espera, que
exasperaba al irritable lord Cochrane, la paciente confianza del
buen ajedrecista; no quería ni debía apresurarse,
sino dejar actuar a los factores diversos que integraban su plan.
Por eso le había escrito a O'Higgins explicándole
la marcha de Arenales y su reembarco hacia el norte: "Mi objeto
es bloquear a Lima por la insurrección general y obligar a
Pezuela a una capitulación".
Estaba cierto de obtener este resultado en menos de tres meses;
pero no hubo, sin embargo, capitulación, y la guerra se
prolongaría aunque San Martín lograse su
propósito esencial, entrando a Lima sin lucha y
proclamando desde la capital la independencia del Perú en
julio del año entrante. Lo notable fue que habrían
de ser los jefes liberales del ejército realista los que
interfirieran el plan del Libertador, pues cuando Pezuela estaba
moralmente vencido fueron ellos quienes le impidieron
capitular.
A poco de establecer su campamento en Huaura, fueron
produciéndose los hechos que San Martín esperaba
para estrechar al virrey. Guayaquil, que se había
levantado el 9 de octubre al solo anuncio de su presencia en
Pisco, le enviaba sus diputados y se acogía a su
protección; poco después, el 5 de noviembre, el
almirante Cochrane realizaba una hazaña incomparable
capturando a la fragata Esmeralda, en su refugio del Callao,
cuyos fuegos desafió impávido ante el asombro de
los propios adversarios; a principios de diciembre los trabajos
de zapa, que minaban constantemente el frente interno enemigo,
obtenían un éxito brillante al decidir la
deserción en masa del regimiento "Numancia", formado en
gran parte por colombianos, que se pasó a sus banderas con
armas y bagajes; y para Navidad el
marqués de Torre-Tagle se pronunciaba en Trujillo. Por su
parte permaneció en posición defensiva, preparado
para recibir un ataque, aunque conocía bien la
indecisión de Pezuela, que él había
determinado con su estrategia. Si
salía de Lima para buscar a San Martín en Huaura
debía temer con fundamento que éste embarcara su
ejército en Huacho y cayera sobre la capital indefensa.
Por eso el virrey se contentaba con mantener una fuerte
vanguardia sobre la línea del Chancay, reteniendo a su
ejército en Aznapuquio, mientras su adversario explotaba
hábilmente la situación inundando de agentes y
proclamas a la ciudad de los Reyes, y movía ágiles
guerrillas en sus alrededores que jaqueaban los caminos y
entorpecían los abastos. A principios de enero de 1821 se
incorporaba al Ejército Libertador la división de
Arenales, que había concluido su campaña obteniendo
una magnífica victoria en Pasco y llenado su objeto de
levantar a los pueblos de la Sierra en favor de los
independientes.
Daba, pues, sus frutos la situación creada por San
Martín. Pezuela había llegado a declarar que
creía imposible defender al país si no le llegaban
refuerzos navales de España, y dentro de Lima, un fuerte
partido le incitaba a una capitulación honorífica.
Pero los jefes de la logia constitucional, que le eran adversos,
temieron se decidiera en este sentido, y reunidos en el cuartel
general de Aznapuquio le intimaron abandonar el mando como
único medio de conservar el Perú. El virrey se
resignó, y el 29 de enero de 1821 los jefes eligieron en
su reemplazo al general La Serna. Y he ahí cómo el
jefe del Ejército Libertador debería entenderse, en
adelante, con los jefes liberales del ejército
realista.
8.-
PUNCHAUCA
Pero antes ocurrió una incidencia singular. El gobierno de
España había enviado comisionados a los
países disidentes de América para proponerles la
pacificación sobre la base de la constitución. El
designado para actuar en el Perú fue el capitán de
fragata don Manuel Abreu, que arribó al campamento de
Huaura el 25 de marzo, y después de conferenciar
largamente con San Martín pasó a la capital donde
hizo conocer las instrucciones reales. La Serna, resuelto a
retirarse de Lima para resistir en el interior, debió
abrir las negociaciones, y a ellas accedió San
Martín, que acababa de estrechar el asedio y se
había presentado con gran parte de sus fuerzas en
Ancón, adonde las transportó por el mar.
Fernando VII ofrecía el goce común de la
constitución de 1812 para que renaciesen entre
españoles y americanos las relaciones de trescientos
años y "las que reclamaban las luces del siglo". La
reunión de los diputados de ambas partes se realizó
en la hacienda de Punchauca, cerca de Lima, a principios del mes
de mayo; pero el avenimiento no fue posible porque los americanos
expresaron no poder iniciar negociación alguna que no
fuese sobre la base de la independencia. Concertóse, sin
embargo, un armisticio y la celebración de una entrevista de
San Martín con La Serna, que se realizó en
Punchauca el 2 de junio.
Lo que desarrolló allí San Martín ante el
asombrado La Serna fue nada menos que un magnífico plan de
alta política hispanoamericana: "Pasó el tiempo en
que el sistema colonial
pudo ser sostenido por España. Sus ejércitos se
batirán con bravura tradicional de su brillante historia
militar; pero aun cuando pudiera prolongarse la contienda, el
éxito no puede ser dudoso para millones de hombres
dispuestos a ser independientes y que servirán mejor a la
humanidad y a su país si en vez de ventajas
efímeras pueden ofrecer emporios de comercio,
relaciones fecundas y de concordia permanente entre los hombres
de la misma raza, que hablan la misma lengua y
sienten igualmente el generoso deseo de ser libres "
Y enseguida propuso concretamente se nombrase una regencia
presidida por el propio La Serna e integrada por dos corregentes
designados por cada una de las partes, la cual gobernaría
independientemente al Perú, hasta que llegase un
príncipe de la casa real de España, a quien se
reconocería como monarca constitucional de la nueva
nación.
El comandante español García Camba, presente en
Punchauca, anotó castizamente en sus Memorias que
la inesperada proposición era una verdadera zalagarda, y
el Libertador del Perú le diría años
más tarde al general Miller: "El general San
Martín, que conocía a fondo la política del
gabinete de Madrid, estaba bien persuadido que él no
aprobaría jamás ese tratado; pero como su principal
objeto era el de comprometer a los jefes españoles, como
de hecho lo quedaban habiendo reconocido la independencia, no
tendrían otro partido que tomar que el de unir su suerte
al de la causa americana "
San Martín desconcertaba con meditada habilidad a quienes
procuraban avenirle a la propuesta constitucional; y el exabrupto
de la suya desvanecía del todo la esperanza de lograr la
paz por cualquier otro camino que no fuese el de reconocer
previamente la independencia. Era, por otra parte, una manera de
apurar el juego. La
deposición de Pezuela por los jefes liberales sublevados
en Aznapuquio y resueltos a prolongar una guerra cruel aunque
estuviera prácticamente decidida, le había sacado
de las manos, puede decirse la capitulación y la conferencia de
Punchauca, realizada por iniciativa del nuevo virrey en
cumplimiento de las reales instrucciones traídas por
Abreu, le dio oportunidad para tentarles con una fórmula
de pacificación que los colocaba en el trance
difícil, incluso en contradicción con sus
principios, de rechazar a un príncipe español al
frente de una nación soberana y a una monarquía
constitucional que era su propio sistema de asegurar el orden en
la libertad.
Pero La Serna pidió dos días para contestar; y en
vez de consultar con las corporaciones del Virreinato, como fue
su propósito inicial, se atuvo al consejo de los jefes
militares, que presintieron la celada: las instrucciones del rey
no consentían el compromiso de reconocer la independencia;
y llevar a Madrid la discusión de la propuesta mientras
quedaba un gobierno propio en el Perú, así fuera
una regencia mixta, era consumar en los hechos la
independencia.
No hay duda que los jefes realistas del Perú vieron
más claro que el general O'Donojú, cuando
Itúrbide le propuso en Méjico el Plan de Iguala,
tan semejante al de San Martín en Punchauca, y cuya
anticipada aceptación fue repudiada por la
metrópoli, pero determinó la conclusión de
la guerra y la definitiva independencia mejicana.
La respuesta del Virrey fue consiguientemente negativa, y la
evacuación de Lima comenzó de inmediato, aun antes
de concluido el armisticio que se concertó a raíz
de las negociaciones. El 6 de julio La Serna salía de la
capital rumbo a la Sierra a unirse con el general Canterac, que
se le había anticipado con el grueso del
ejército.
9.- LA INDEPENDENCIA DEL
PERÚ
"¡El Perú es desde este momento libre e
independiente por la voluntad de los pueblos y de la justicia de
su causa que Dios defiende!" Con estas palabras proclamó
el general San Martín la independencia del Perú en
la Plaza Mayor de la ciudad de Lima el 28 de julio de 1821; pero
la multitud que le aclamaba y cuyo entusiasmo se acendró
al verle desplegar la nueva bandera que él había
ideado en Pisco para entregarla a los peruanos como
símbolo de su conquistada libertad, debió
comprender que ellas representaban también el sello de la
obra a que aquel hombre había consagrado afanes
increíbles y estupenda constancia.
Faltaba sin duda mucho para consolidar esa obra; era menester
crear un gobierno y organizar a la nueva nación;
había que concluir la guerra que el virrey y sus
generales, desalojados de la capital, iban a prolongar con medios
todavía poderosos: pero en la convicción del
Libertador habíase obtenido ya el objetivo
principal. En una gaceta del ejército se decía: "
El vencimiento de los españoles ha entrado ya en la clase
de esfuerzos subalternos que exige la independencia, dirigiendo
con método las
operaciones militares y buscando al enemigo cuando convenga"; y
él le escribió a O Higgins: "Al fin, con paciencia
y movimientos hemos reducido a los enemigos a que abandonen la
capital de los Pizarro; al fin nuestros desvelos han sido
recompensados con los santos fines de ver asegurada la
independencia de la América del Sur. El Perú es
libre. En conclusión, ya yo preveo el término de mi
vida pública y voy a tratar de entregar esta carga pesada
a manos seguras y retirarme a un rincón a vivir como
hombre".
Aunque tuviera clara noción de la enorme responsabilidad que le aguardaba y se preparase
para afrontarla, San Martín podía hablar
así. La declaración de la independencia del
Perú no era una jactancia ni un anticipo apresurado,
porque era un hecho ineluctable, la afirmación de quien
había logrado promoverlo con la certeza de abrir un cauce
que no podría ser detenido.
Él conocía mejor que nadie la precariedad del
instrumento bélico con que al fin fue dado acometer la
empresa del Perú, y por eso su campaña había
sido esencialmente una obra de insigne habilidad, un triunfo de
la inteligencia y de la virtud: "paciencia y movimientos" como le
decía con modestia al Director de Chile. No podía
repetir como César: "Llegué, ví y
vencí"; pero según la expresión de un
maestro de la Universidad de
San Marcos pudo afirmar: "Llegué y la noticia de mi
llegada hizo volar a los pueblos a la sombra de mis banderas". Y
su victoria mayor era este hecho cuya fuerza afianzaba la
proclamación del 28 de julio con tanto vigor como sus
armas. y sobre él habría de afirmarse
después cuanto se hiciera para consolidar la obra. En ese
momento los problemas de
San Martín se canalizaban en dos aspectos principales: por
una parte, debía organizar al gobierno independiente del
Perú, por otra, atender sin descanso a la
prosecución de la guerra. Decidió el primero
asumiendo personalmente, con el título de Protector, la
autoridad suprema del país, y con respecto al segundo
adoptó diversas medidas militares que garantizaban la
seguridad del territorio ocupado mientras meditaba los medios de
realizar una campaña decisiva contra las fuerzas realistas
del interior.
Fueron notables, por su leal sinceridad, las razones que dio al
pueblo al tomar el cargo de Protector del Perú: "Espero
que al dar este paso se me hará la justicia de creer que
no me conducen ningunas miras de ambición, sino la
conveniencia pública. Es demasiado notorio que no aspiro
sino a la tranquilidad y al retiro después de una vida
agitada ; pero tengo sobre mí la responsabilidad moral que
exige el sacrificio de mis más ardientes votos. La
experiencia de diez años de revolución en Venezuela,
Cundinamarca, Chile y Provincias Unidas me ha hecho conocer los
males que ha ocasionado la convocación intempestiva de
congresos cuando aun subsistían los enemigos de aquellos
países. Primero es asegurar la independencia;
después se pensará en asegurarla libertad
sólidamente. La religiosidad con que he cumplido mi
palabra en el curso de mi vida pública me da derecho a ser
creído, y yo la comprometo ofreciendo solemnemente a los
pueblos del Perú que en el momento en que sea libre su
territorio haré dimisión del mando para hacer lugar
al gobierno que ellos tengan a bien elegir".
Y a O'Higgins le explicaba: "En el estado en
que se hallan mis operaciones militares faltaría a mis
deberes si dejando lugar por ahora a la elección personal
de la suprema autoridad del territorio abriese un campo para el
combate de las opiniones y choque de los partidos, para que
sembrase la discordia que ha precipitado a la anarquía los
pueblos más dignos del continente americano. Destruir para
siempre el dominio
español en el Perú y poner a los pueblos en el
ejercicio moderado de sus derechos es el objeto de la
expedición libertadora. Es necesario purgar esta tierra de
la tiranía y ocupar a sus hijos en salvar a su patria
antes que se consagren a bellas teorías
y se dé tiempo a sus opresores para reparar su s
quebrantos y dilatar la guerra. Tal sería la consecuencia
necesaria de la convocación de asambleas populares.
Apoyado en estas razones he asumido la autoridad suprema del
Perú con el título de Protector hasta la
reunión de un congreso soberano de todos los pueblos en
cuya representación depositaré el mando y me
resignaré a residencia".
No vacilaba San Martín en descubrir con crudo realismo su
pensamiento
político frente a la circunstancia excepcional en que se
hallaba y ante el deber de asumir sin reatos la responsabilidad
de un poder cuyos resortes no le era dado a su juicio abandonar
si quería salvaguardar el orden en la nación creada
por su esfuerzo. Y la asunción de esa responsabilidad era
la medida de su garra de estadista, la voluntariosa
decisión de no dejarse llevar por el romanticismo de
la libertad, la impronta categórica de su fuerte personalidad.
¿Acaso el Perú recién nacido podía
defender su propia vida, amenazada aún por la guerra, en
medio de los vaivenes de un sistema para el cual no estaba
absolutamente preparado y cuyos peligros había visto en
Europa y América? ¿Iba él a callar frente a
la funesta y dolorosa experiencia? ¿No sabía por
ventura todo lo que permanece en el subsuelo de las revoluciones
triunfantes acechando el momento de la reacción?
¿No era al fin más decorosa y conveniente una
conducta franca y
leal que debía tranquilizar a los ciudadanos celosos de su
libertad? Como siempre en los grandes trances de su vida San
Martín se resolvió con rapidez y seguridad, y
asumió la tremenda responsabilidad de gobernar al
Perú de acuerdo con su conciencia, no
obstante percibir los riesgos que esa
situación debía crearle y conocer que esa
elevación era en realidad un sacrificio. Bernardo
Monteagudo, Juan García del Río y José
Hipólito Unánue fueron sus ministros.
10.- DURANTE EL GOBIERNO DEL
PROTECTOR
La situación militar se había estacionado y el
Perú aparecía dividido en dos porciones: los
realistas ocupaban la Sierra y a través de sus valles
hacia el sur comunicaban con sus fuerzas en el Alto Perú;
en manos de los independientes estaban la capital, la costa y
todo el norte del país.
Antes de la ocupación de Lima se habían realizado
dos operaciones despachadas por San Martín desde Huaura:
una hacia la Sierra y otra con destino al sur de la región
de la costa donde debía penetrar por los Puertos
Intermedios; pero no lograron el éxito previsto, que sin
duda alguna hubiera mejorado decididamente aquella
situación.
La primera había sido dirigida por el general Arenales,
que ocupó el valle de Jauja en el mes de mayo, pero como
tenía instrucciones de no comprometer su división
no alcanzó a evitar, como fue su propósito, que La
Serna se uniera con Canterac cuando el ejército realista
dividido en dos fracciones abandonó la capital para buscar
en el interior un campo de operaciones propicio a la
prolongación de la resistencia. Esta segunda
campaña de la Sierra resultó, pues, infructuosa; y
Arenales retornó a Lima mientras el virrey se hacía
fuerte en el valle de Jauja desde donde se trasladó
más tarde al Cuzco.
La expedición al sur tampoco fue muy feliz a pesar de la
valerosa conducción de Miller y los bríos de lord
Cochrane en cuyas naves fue conducida a los Puertos Intermedios.
Se hizo un primer desembarco en Pisco y luego otro en Arica desde
donde avanzó Miller hasta Tacna obteniendo un buen triunfo
en Mirave, el 21 de mayo, sobre los realistas que le salieron al
encuentro desde la Sierra; pero al final debió
concentrarse en Ica sin mayores perspectivas para una
acción más importante a causa de la escasez de sus
efectivos. Mayor trascendencia alcanzó, después de
la declaración de independencia del Perú, el
fracaso de una expedición intentada por el general
Canterac, a fines de agosto, con el doble objeto de sorprender si
era posible a los ocupantes de la recién abandonada
capital y llevar víveres a la fortaleza del Callao, donde
había quedado aislada una guarnición realista de
más de dos mil hombres y existía un gran armamento
que el virrey necesitaba recuperar. El 5 de septiembre Canterac
se presentaba al sur de Lima, en el valle del Lurín, pero
halló que el ejército libertador estaba desplegado
en línea de batalla cubriendo todas las entradas de la
capital por el este y el sur, y no se resolvió a provocar
un combate que la inatacable posición del adversario
hacía presumir muy dudoso.
San Martín, imperturbable y calculador, lo dejó
desfilar hacia el Callao y le dijo a Las Heras, que estaba a su
lado: "¡Están perdidos! ¡El Callao es nuestro!
No tienen víveres para quince días. Los auxiliares
de la Sierra se los van a comer. Dentro de ocho días
tendrán que rendirse o ensartarse en nuestras bayonetas".
Y así fue, a pesar del asombro de Las Heras y la
impertinencia de lord Cochrane que terminó por no
comprender nada y encolerizarse desaforadamente ante la calma del
general en jefe a quien incitaba a atacar, sin que éste,
resuelto a concluir con su ajedrez,
hiciera caso de sus protestas.
Canterac pagaría las consecuencias de aquella victoria sin
sangre y comenzó a ver claro apenas se encerró en
la fortaleza; decidió salir enseguida y retirarse por el
norte para ganar a duras penas los faldeos de la Sierra. El 21 de
septiembre la bandera peruana ondeaba en los castillos del
Callao, cuyo jefe, el general La Mar, estrechado vigorosamente,
debió aceptar los términos de la
capitulación que le dictó San Martín.
Después de la rendición del Callao que consolidaba
su dominio en las provincias liberadas, el Protector del
Perú prosiguió en las tareas del gobierno cuya
responsabilidad había debido afrontar; pero sabía
bien que ésa no podía ser una misión
indefinida y durante los meses finales de 1821 la clara
objetividad con que siempre discernía sobre los hechos de
la cambiante realidad iba a determinar muy pronto una nueva
decisión en su conducta.
Aquellas tareas eran sin duda absorbentes y delicadas y las
abordó con un sincero afán de señalar a los
peruanos las características del nuevo
régimen.Los decretos de su breve gobierno tenían el
sello de aquellas famosas decisiones de la Asamblea del
año 1813 en las Provincias Unidas, que él
había contribuido con su esfuerzo a que fuera convocada y
en la cual Bernardo Monteagudo, su actual ministro, había
llevado la voz cantante. Declaró la libertad de comercio,
abolió las encomiendas, suprimió la
inquisición, prohibió los tormentos, adoptó
medidas que garantizaban la seguridad individual y dictó
un Estatuto Provisional, de acuerdo con cuyas normas
debían desenvolverse las funciones del naciente Estado.
Instituyó la Orden del Sol y creó la biblioteca
pública del Perú, a la cual donó su propia
librería, que había traído desde Chile.
Era, como siempre, minucioso y estricto; pero no hay duda que esa
labor de gobernante no podía apartarle de sus propios
fines y tal vez esas preocupaciones le desasosegaran al
distraerle. Debía manejar la cosa pública en un
ambiente
conmovido por la lucha reciente y en el cual subsistían
agazapados los adversarios de ayer a los cuales había que
vigilar y no pocas veces perseguir y exaccionar. Tenía que
atender a las grandes y pequeñas exigencias de la administración; auspiciar las obras y
proyectos de
sus ministros; y no regatear, además, su actuación
en la sociedad
limeña con sus requerimientos sociales, a menudo amables,
y su intriga política, que descubría ocultas
suspicacias locales.
Tuvo amargos contratiempos, como el definitivo disgusto con lord
Cochrane que se marchó a Chile con su escuadra; y no pocas
decepciones con su propio ejército, enervado durante la
obligada inacción bélica de aquel intervalo, tan
breve sin embargo.
Pronto comprendió la necesidad de dar otra base al
gobierno, aunque no se le ocultaban sus inconvenientes, porque
advertía sin esfuerzo las tendencias vernáculas
aspirantes al mando.
Todo ello acentuaba en su espíritu el deseo vehemente de
terminar. Pensó de nuevo en un plan de monarquía
constitucional como medio de dejar establecido un sistema capaz
en su concepto de
afianzar el orden, pero pronto lo desechó. No era hombre
de consumirse en cavilaciones y en el mes de diciembre estaba
resuelto a imprimir un rumbo cierto a su actuación y
decretaba la convocación del Congreso peruano.
Es que por sobre todas las cuestiones predominaba su objetivo
primordial: la razón de ser de su empresa libertadora.
Debía resolver sobre los medios necesarios para obtener la
decisión. La batalla de América no estaba
aún concluida y ése era el hecho principal. Una
conclusión se imponía netamente a su
espíritu y era que con los propios recursos,
insuficientes, no iba a terminar con el ejército del
virrey. Estaba, por cierto, convencido de que fuesen cuales
fuesen las vicisitudes que sobrevinieran, la independencia era ya
irrevocable, pero entendía como un deber sagrado evitar a
los pueblos la desgracia de prolongar la guerra. Tenía,
pues, que resolver este problema militar y comprendió que
su decisión sólo podía alcanzarla
ligándolo a la etapa final de la guerra de la
emancipación americana.
Desde el norte habían avanzado sobre el sur de Colombia y el
Ecuador las armas
de Simón Bolívar, triunfante en la batalla de
Carabobo, casi al mismo tiempo en que San Martín entraba
en Lima; pero se hallaban paralizadas en Pasto donde los
realistas habían organizado una defensa formidable. El
general Sucre debió trasladarse por mar hasta Guayaquil,
con tropas colombianas, para atacar desde el sur al
capitán general Aymerich y tratar de reducir este otro
núcleo de la resistencia; pero sus fuerzas eran
relativamente escasas; y aparecía difícil al joven
general venezolano la obtención de su cometido. Por eso se
había dirigido a San Martín en mayo de 1821
pidiéndole su cooperación en la campaña que
iba a abrir sobre Quito. Los hechos estaban indicando, pues, la
necesidad de esa cooperación en la que también
meditaba el Protector del Perú para la resolución
de su propio problema.
Sucre, derrotado en la batalla de Huachi, le había
reiterado en octubre, con grande apremio, aquel pedido; y San
Martín, que había organizado una división en
Trujillo, decidió concurrir a la lucha en que se
decidiría la libertad del Ecuador.
Hacía tiempo que mantenía relaciones epistolares
con Bolívar. Desde Pisco, apenas desembarcado en el
Perú, le escribió una carta que el Libertador de
Colombia contestó manifestando: "Este momento lo
había deseado con toda mi vida; y sólo el de
abrazar a V.E. y el de reunir nuestras banderas puede serme
más satisfactorio".
Después de Carabobo, en agosto de 1821, Bolívar le
escribía: "V.E. debe creerme: después del bien de
Colombia nada me ocupa tanto como el éxito de las armas de
V.E., tan dignas de llevar sus estandartes gloriosos dondequiera
que haya esclavos que se abriguen a su sombra". Y por fin, el 15
de noviembre, desde Bogotá, apoyaba la instancia de Sucre
y le pedía enviase una división a Guayaquil para
oponerse con las fuerzas de Colombia a los nuevos esfuerzos del
enemigo.
Era, pues, manifiesta la necesidad de una cooperación
militar cuya trascendencia dominaba a las otras cuestiones que
preocupaban su ánimo. Por eso en el mes de febrero de
1822, al mismo tiempo que autorizaba la marcha al Ecuador de la
columna que iría en auxilio de Sucre, 1.300 hombres al
mando del coronel Andrés Santa Cruz, decidió ir a
entrevistarse con Bolívar, que había anunciado
viajar hasta Guayaquil. Dejó encargado del mando a
Torre-Tagle y expresó públicamente los motivos de
su viaje: "La causa del Continente Americano me lleva a realizar
un designio que halaga mis más caras esperanzas. Voy a
encontrar en Guayaquil al Libertador de Colombia. Los intereses
generales del Perú y de Colombia, la enérgica
terminación de la guerra y la estabilidad del destino a
que con rapidez se acerca la América hacen nuestra
entrevista
necesaria ya que el orden de los acontecimientos nos ha
constituido en alto grado responsables del éxito de esta
sublime empresa".
La entrevista
no pudo realizarse porque Bolívar fue retenido por
urgencias de la guerra; pero de todos modos sería San
Martín quien iniciaría aquella indispensable
cooperación. A principios de febrero la división
auxiliar penetraba en las provincias ecuatorianas de Loja y
Cuenca y se incorporaba a las fuerzas del general Sucre. Poco
después, en dos batallas memorables, la de Río
Bamba, el 21 de abril, y la de Pichincha, el 24 de mayo, se
lograba la capitulación de Aymerich y las huestes
patriotas se apoderaban de Quito. Bolívar, que
había obtenido una ardua victoria en Bomboná sobre
los realistas de Pasto, entró recién a mediados de
junio a la capital del Ecuador.
11.- EL RENUNCIAMIENTO
Cuando San Martín regresó a Lima habían
ocurrido allí sucesos profundamente desagradables. La
ausencia del Protector había sido propicia, al parecer, al
estallido de sordos rencores acumulados desde un principio contra
el ministro Monteagudo, pero que en realidad alcanzaban a todo el
régimen protectoral. El antiguo revolucionario de
Mártir o Libre era mirado ahora como un seide siniestro
del despotismo; y sus ideas de gobierno como el símbolo de
la reacción. Se le acusaba de ser un misántropo
orgulloso que consideraba a la capital como una propiedad de
conquista y se le odiaba como responsable de las persecuciones
que debieron sufrir españoles de antiguo arraigo y
extensas vinculaciones en la sociedad del
Perú; achacábasele falta de consideración a
los elementos locales y se le tenía por el principal
sostenedor de un plan monarquista.
Era, pues, Monteagudo la cabeza de turco contra la que se
dirigieron los golpes de una extensa conspiración que, en
definitiva, exteriorizaba en sus promotores, dirigidos por el
peruano José Riva Agüero, no sólo el
descontento contra un ministro, sino la ansiedad de llegar al
gobierno y sustituir un régimen que algunos estimaban
sencillo reemplazar. Lo cierto es que mientras San Martín
estaba en Guayaquil el delegado Torre- Tagle debió ceder
ante las exigencias de los amotinados, cuyo triunfo se
alcanzó asimismo por la absoluta impasibilidad asumida en
la emergencia por el general Alvarado, comandante en jefe del
ejército. Monteagudo tuvo que dejar su ministerio y el
país. Pero San Martín volvía de la entrevista
con Bolívar con su resolución tomada y aquellos
sucesos sólo pudieron servir para fortalecerla. Debieron,
sin embargo, llevar a su espíritu ese momento de acibarada
congoja que produce siempre la ingratitud, aun en el ánimo
de los fuertes. El Congreso del Perú se reunió
solemnemente el 20 de septiembre y ante él declinó
San Martín la investidura que se había impuesto un
año antes devolviendo la banda bicolor que era su
símbolo, y les dijo entonces a los representantes: "Al
deponer la insignia que caracteriza el jefe Supremo del
Perú no hago sino cumplir con mis deberes y con los votos
de mi corazón.
Si algo tienen que agradecerme los peruanos es el ejercicio del
poder que el imperio de las circunstancias me hizo aceptar". Y en
una proclama de ese mismo día recordó: "Mis
promesas para con los pueblos en que he hecho la guerra
están cumplidas: hacer la independencia y dejar a su
voluntad la elección de sus gobiernos. La presencia de un
militar afortunado, por más desprendimiento que tenga, es
temible a los Estados que de nuevo se constituyen".
Aquella misma noche se embarco en el puerto de Ancón rumbo
a Chile.
En la cumbre de la cordillera después de haber ascendido
por el camino del Portillo y allí donde se abre un
ríspido cajón llamado del Manzano, hallábase
una mañana de fines de enero de 1823 un antiguo oficial
del ejército de los Andes. Acababa de levantarse el sol e
iluminaba con todo su esplendor el grandioso panorama de piedra
que descendía hacia Occidente. Ascendiendo la cuesta
lentamente veíase una pequeña caravana que al cabo
llegó a distinguirse con nitidez. El oficial era don
Manuel de Olazábal y pronto advirtió que quien se
acercaba era aquel a quien había ido a esperar anheloso de
ser el primero en saludarle al pisar de nuevo tierra argentina;
el caballero que presidía la caravana era el
generalísimo del Ejército del Perú. "El
general San Martín, -escribió Olazábal al
relatar la escena años después,- iba
acompañado de un capitán y dos asistentes; dos
mucamos y cuatro arrieros con tres cargueros de equipaje.
Cabalgaba una hermosa mula zaina con silla de las llamadas
húngaras y encima un pellón, y los estribos liados
con paño azul por el frío del metal. Un
riquísimo guarapón (sombrero de ala grande) de paja
de Guayaquil cubría aquella hermosa cabeza en que
había germinado la libertad de un mundo y que con atrevido
vuelo había trazado sus inmortales campañas y
victorias. El chamal chileno cubría aquel cuerpo de
granito endurecido en el vivac desde sus primeros años.
Vestía un chaquetón y pantalón de
paño azul, zapatos y polainas y guantes de ante amarillos.
Su semblante decaído por demás, apenas daba fuerza
a influenciar el brillo de aquellos ojos que nadie pudo definir."
Cuando se acercó, Olazábal se precipito hacia
él y lo abrazó por la cintura, deslizándose
de sus ojos abundantes lágrimas. El general le
tendió el brazo izquierdo sobre la cabeza y lleno de
emoción sólo pudo decirle: "¡Hijo!"
Así regresaba a la patria, cruzando por última vez
la cordillera de los Andes, el que hacía seis años
la había tramontado en sentido inverso al frente de aquel
valeroso ejército formado por él en Mendoza y cuyas
victorias dieron la libertad a Chile para llenar después
el grande objetivo de su empresa continental proclamando en Lima
la independencia del Perú. Pero ésta era ya, con
ser tan reciente, la gloria pasada. El melancólico regreso
iniciaba el camino del renunciamiento que él había
elegido, y muy pocos comprendieron entonces la grandeza moral de esa
elección, signo indudable de la autenticidad de aquella
gloria.
Estaba satisfecho y seguro de su
gesto, que fue en síntesis otra impronta de su
carácter, actitud similar a cuantas debió asumir en
los más graves trances de opción durante su vida
pública. Había sido fiel consigo mismo y ello
importaba haber sido fiel a la misión que quiso realizar
en América. Estaba cierto que el sacrificio de su retiro
iba a ser un bien para América porque anticipaba de
acuerdo con las circunstancias sobrevenidas la hora de su
independencia y esto le bastaba y le complacía
inmensamente; si él había llegado a ser un
obstáculo para que el Libertador de Colombia diera el
golpe final a los matuchos, no iba a ser él quien siguiera
siendo obstáculo un solo día más.
Comprendía también que pocos habrían de
entenderle. Solamente con Guido, durante su última noche
del Perú, había tenido un arranque confidencial:
¿acaso no podía haber afrontado la intransigencia
de Bolívar? ¿Qué le habría costado
meter en un puño a Riva Agüero y los demás
secuaces que daban pábulo a calumniosas especies?
¿Quién le hubiera impedido a él, si hubiera
querido, afianzar en la fuerza ese despotismo de que se le
acusaba? ¡No! Él no iba a dar ese día de
zambra al enemigo. Él había venido a libertar a la
América y no a hacerle el juego a la
guerra civil ni quiso nunca ser rey ni emperador ni demonio, como
le escribió una vez, explosivamente indignado, al buen
amigo O'Higgins.
Años después, en 1827, le escribiría a
Guido, volviendo sobre el amistoso debate que
éste le reabría constantemente: "Serás lo
que debes ser o no eres nada" y le decía que confiaba en
el juicio de la historia, a la cual dejaría discernir
sobre sus documentos,
después de su muerte, acerca
de las causas que le movieron a retirarse del Perú: "Usted
me dirá que la opinión pública y la
mía particular están interesadas en que estos
documentos
vean la luz en mis
días: varias razones me acompañan para no seguir
este dictamen, pero sólo le citaré una: la de que
lo general de los hombres juzgan de lo pasado según la
verdadera justicia y lo presente según sus intereses".
El había sido lo que debió ser. En sus maletas del
regreso traía el estandarte de Pizarro, y este ilustre
despojo era una prenda y un símbolo para José de
San Martín, Libertador del Perú.
SIMÓN
BOLIVAR.
JUVENTUD DE BOLIVAR
Huérfano a la edad de tres años y heredero de un
rico patrimonio con
centenares de esclavos como los patricios antiguos, tuvo como
maestro a un filósofo, pero un filósofo de escuela
cínica, revuelta con el estoicismo y el cureísmo
greco- romano.
"No quiero parecerme a los árboles que echan raíces
en un lugar -decía- sino al viento, al agua, al sol,
a todas las cosas que marchan, sin cesar."
Su pasión eran los viajes. No
había cumplido aún los diecisiete años (
1799), cuando Bolívar hizo un viaje a Europa. Era entonces
teniente de un regimiento de milicias de que su padre
había sido coronel a título de señor feudal.
Visitó las Antillas y Méjico; recorrió toda
la España y viajó por Francia (1801), coincidiendo
su permanencia en París con la inauguración del
glorioso consulado vitalicio de Napoleón Bonaparte, quien
despertó en él gran entusiasmo. Formada su temprana
razón por las impresiones que despertaba en su
imaginación el espectáculo del mundo, más
que por la observación y el estudio, regresó a
su patria unido a la hija del marqués del Toro, nombre que
figuraba en la alta nobleza de Caracas (1801). Antes de que
transcurrieran tres años, era viudo. Emprendió
entonces su segundo viaje a Europa (1803). Allí se
encontró con su antiguo maestro, quien con su moral
excéntrica, no era ciertamente el más severo mentor
de una excursión de placer. En París cultivó
el estudio de algunas lenguas vivas; visitó a Humboldt,
que había hecho célebre su nombre ilustrando la
geografía
física y
la historia natural del nuevo continente, que él
ilustraría con otros descubrimientos no menos
sorprendentes, en el orden de la geografía
política y la historia
universal; atravesó los Alpes a pie, con un
bastón herrado en la mano y se detuvo en Chambery (1804),
visitando como peregrino de la libertad y del amor, las
Charmettes inmortalizadas por Rousseau, de
cuyo «Contrato
Social» tenía idea, pero en quien admiraba sobre
todo por su estilo enfático, su creación
sentimental de la "Nueva Eloísa", que fue siempre su
lectura
favorita, aun en medio de los trances más congojosos de su
vida. En Milán presenció la coronación de
Napoleón como rey de Italia y
asistió a los juegos
olímpicos que se celebraron en honor del vencedor de
Marengo.
BOLIVAR
DIPLOMÁTICO
Una misión conjunta de tres agentes venezolanos,
solicitó una audiencia del ministro de relaciones
exteriores, que lo era a la sazón el marqués sir
Ricardo Wellesley, la que le fue concedida en carácter
confidencial. Bolívar, como el más caracterizado y
el que mejor hablaba francés, llevó la palabra en
este idioma. Olvidando su papel de
diplomático, pronunció un ardiente discurso, en
que hizo alusiones ofensivas a la metrópoli
española aliada de Inglaterra y
expresó sus anhelos y esperanzas de una independencia
absoluta de su patria, que era la idea que lo preocupaba. Para
colmo de indiscreción, entregó al marqués,
junto con sus credenciales, el pliego de sus instrucciones. El
ministro británico que lo había escuchado con
fría atención, después de recorrer los
papeles que se le presentaban, contestóle
ceremoniosamente: que las ideas por él expuestas se
hallaban en abierta contradicción con los documentos que se
le exhibían. En efecto, las credenciales estaban
conferidas en nombre de una junta conservadora de los derechos de
Fernando VII, y en representación del soberano
legítimo, y el objeto de la misión era buscar un
acomodamiento con la regencia de Cádiz, para evitar una
ruptura. Bolívar no había leído sus
credenciales ni sus instrucciones, ni dádose cuenta de su
papel
diplomático; así es que, quedó confundido
ante aquella objeción perentoria. Al retirarse,
confesó francamente su descuido y atolondramiento.
Así sería siempre Bolívar, como
diplomático y como guerrero. Preocupado de una idea, sin
darse cuenta de los obstáculos externos. Por el momento,
era la idea de la independencia lo que lo llenaba, y allá
iba por línea recta.
Durante su permanencia en Londres, conoció por primera vez
al general Miranda, e iniciado en los misterios de su Logia,
afilióse en ella, renovando el juramento del Monte Sacro,
de trabajar por la independencia y la libertad sudamericana.
Así se ligaron por un mismo juramento en el viejo mundo,
con un año de diferencia, Bolívar y San
Martín. Al contacto de la llama que ardía en el
alma del precursor de la emancipación, la de
Bolívar, encendida ya con las chispas de las ideas de
Carreño- Rodríguez, se inflamó. Lleno
siempre de su idea, volvió a olvidar sus instrucciones
reservadas, que le prevenían, no recibir inspiraciones de
Miranda ni tomar en cuenta sus planes, que podían
comprometer la aparente fidelidad de la Junta de Caracas.
Pensando que la presencia de Miranda en Venezuela,
daría impulso a la idea de independencia, invitóle
a regresar juntos a la patria para trabajar en común por
ella.
Bolívar regresó a Caracas al finalizar el
año 1810 (5 de diciembre) conduciendo un armamento, y lo
que creía más poderoso que las armas, al general
Miranda, símbolo vivo de la redención del nuevo
mundo meridional. Durante su ausencia la revolución
venezolana había mudado de aspecto, y su horizonte
empezaba a nublarse.
PRIMERA CAMPAÑA
VENEZOLANA
Al tomar conocimiento
de la revolución de Venezuela, la regencia de Cádiz
declaró rebeldes a sus autores; y esquivando la
mediación de Inglaterra le
declaró la guerra con la amenaza de severos castigos,
decretando el bloqueo de sus costas. El consejero de Indias,
Antonio Ignacio Cortabarría, anciano respetable, con la
investidura de comisario regio, fue encargado de intimar la
sumisión, y en caso de resistencia someterlos por la
fuerza. Miyares fue nombrado capitán general en reemplazo
de Emparán. En las Antillas españolas se prepararon
elementos de guerra para sostener el ultimátum. Esta
provocación, rompió el primer eslabón de la
cadena colonial. La Junta de Caracas, rechazó la
intimación, reunió un ejército de 2.500
hombres para mantener su actitud, y confió su mando al
marqués Fernando del Toro, rico propietario, improvisado
general, ordenándole atacase la plaza de Coro, baluarte de
la reacción en la costa occidental de Tierra Firme.
Después de algunos combates parciales, el ataque sobre
Coro fue rechazado (28 de noviembre de 1810). El ejército
de la Junta, emprendió en consecuencia su retirada.
Interceptado en su marcha, por una división de 800 hombres
con un cañón y 4 pedreros, en el punto denominado
la Sabaneta, la desalojó de su fuerte posición al
cabo de dos horas de fuego, y continuó su marcha,
perseguido de cerca por los corianos fanatizados, y hostilizado
por la población del tránsito. El novel
general, que había demostrado poseer pocas disposiciones
militares, efectuó su retirada hasta Caracas con
pérdidas considerables. Por entonces las hostilidades
quedaron suspendidas de hecho, por una y otra parte. Tal fue el
resultado de la primera campaña revolucionaria de
Venezuela, en que se cambiaron las primeras balas entre
insurgentes y realistas.
Este era el estado político y militar de la
revolución cuando a fines de 1810, Bolívar y
Miranda llegaban a Caracas.
ENTREVISTA DE
GUAYAQUIL
LA ENTREVISTA DE
GUAYAQUIL (AÑO 1822)
El encuentro de los grandes hombres que ejercerán
influencia decisiva en los destinos humanos, es tan raro como el
punto de intersección de los cometas en las órbitas
excéntricas que recorren. Sólo una vez se ha
producido este fenómeno en el cielo, y en la tierra
rarísimas veces. La masa de un cometa penetró una
vez la de otro, y al dividirlo lo convirtió en una lluvia
de estrellas que sigue girando en su círculo de
atracción, mientras el primero continuó su marcha
parabólica en los espacios. Tal sucedió con San
Martín y Bolívar, los dos únicos grandes
hombres sudamericanos, por la extensión de su teatro de
acción, por su obra, por sus cualidades
intrínsecas, por su influencia en su tiempo y en su
posteridad. Son los únicos hijos del nuevo mundo, que
después de Washington hayan entrado a figurar en el
catálogo de los héroes universales, cuya gloria se
agranda a medida que pasa el tiempo y la obra en que fueron
artífices se completa. Washington dio al mundo la nueva
medida del gobierno humano según la vara de justicia, y
legó el modelo del
carácter más bien equilibrado en la grandeza que
los hombres hayan admirado y bendecido. Bolívar y San
Martín fueron los libertadores de un nuevo mundo
republicano, que restableció el dinamismo del mundo
político, por efecto de la revolución que hicieron
triunfar con sus armas. Su acción fue dual, como la de los
miembros de un mismo cuerpo, y hasta su choque y antagonismo
final responde a su acción dupla, que se completa la una
por la otra, aunque la más poderosa prevalezca
incorporándose en una sola las respectivas fuerzas
iniciales, sin que por esto se extinga la absorbida.
Los paralelos de los hombres ilustres a lo Plutarco, en que se
buscan los contrastes externos y las similitudes aparentes para
producir una antítesis
literaria, sin penetrar en la esencia de las cosas mismas, son
juguetes históricos, que entretienen la curiosidad, pero
que nada enseñan. Se ha abusado por demás de este
artificio respecto de San Martín y Bolívar, hasta
hacerse una vulgaridad. Su paralelismo está en su obra, y
su respectiva grandeza no puede medirse por el compás del
geómetra ni por las etapas del caballo de Alejandro a
través del continente que recorrieron en direcciones
opuestas y convergentes.
SAN MARTÍN Y
BOLÍVAR
Se ha dicho, con más retórica que propiedad, que
para determinar la grandeza relativa de los dos héroes
americanos sería necesario medir antes el Amazonas y los
Andes. El Amazonas y los Andes están medidos, y las
estaturas históricas de San Martín y Bolívar
también, así en la vida como acostados en la tumba.
Los dos son intrínsecamente grandes en su escala,
más por su obra común que por sí mismos,
más como libertadores que como hombres de pensamiento.
Su doble influencia se prolonga en los hechos de que fueron
autores o meros agentes, y vive y obra en su posteridad. Esta
influencia póstuma es la que no ha sido medida aún,
y la que determinará en definitiva la verdadera amplitud
de sus proyecciones. La historia planta los jalones del pasado,
los presentes se guían por ellos, y el futuro
decidirá cuál de los dos tuvo más larga
visual o acertó con mejor instinto. Hasta ahora el tiempo
que aquilata las acciones por sus resultados duraderos, dando a
Bolívar más gloria y la corona del triunfo final,
ha dado a San Martín la de primer capitán del nuevo
mundo, y la obra de la hegemonía por él
representada vive en las autonomías que fundó,
aunque no como lo imaginara; mientras el gran imperio republicano
de Bolívar y la unificación monocrática de
la América que persiguió, se deshizo en vida y se
ha disipado como un sueño, uniéndose, empero, las
figuras de los dos libertadores en el espacio recorrido, y
marcando en los liedes del porvenir la marcha triunfal de las
repúblicas sudamericanas hacia los grandes destinos que
les están reservados. Si la conciencia
sudamericana adoptase el culto de los héroes, preconizado
por una moderna escuela
histórica, resurrección de los semidioses de la
antigüedad, adoptaría por símbolo los nombres
de San Martín y de Bolívar, con todas sus
deficiencias como hombres, con todos sus errores como
políticos, porque ellos son los héroes de su
independencia y los fundadores de su emancipación: fueron
sus LIBERTADORES y constituyen su binomio virtual.
En todos los acontecimientos en que intervienen hombres y cosas,
puede concebirse y aun demostrarse, qué hombres pudieron
reemplazar a otros, y cómo, con ellos o sin ellos, se
hubiesen producido los hechos lógicos de que fueron
autores o meros actores, sin que por esto se desconozca la
acción eficiente de las individualidades conscientes con
potencia
propia.
Son sin duda las revoluciones las que engendran a los hombres,
cuando ellas son el resultado de una evolución que tiene su origen en causas
complejas, pero son los hombres los que las impulsan y las
caracterizan, y a veces son factores indispensables en el enlace
y la dirección de los acontecimientos. Sin Colón,
se habría descubierto más tarde la América,
pero fue él quien conscientemente la descubrió. La
revolución de Inglaterra
habría estallado después de la resistencia
cívica de Hampden, pero sin Cromwell no habría
triunfado militarmente, inoculándose el principio
disciplinario y religioso que fue su fuerza y su debilidad. La
emancipación de los Estados Unidos de
la América del Norte habría hecho surgir de todos
modos una gran re pública, pero sin Washington no
tendría en el ejercicio del poder el carácter de
grandeza moral que ha impreso sello típico a su democracia. La
revolución
francesa habría estallado, porque estaba en el orden y
en el desorden de las cosas, y sin los hombres que
alternativamente la dirigieron, se habría desarrollado, y
tal vez mejor, porque ninguno supo fijarla.
Se concibe fácilmente, con arreglo a este criterio, que la
insurrección sudamericana se produjera como hecho
espontáneo, resultado de antecedentes históricos y
efecto inmediato de las circunstancias, si San Martín y
Bolívar no hubiesen existido; pero tal como se produjo y
se desenvolvió, no se alcanza cómo con menos
recursos pudo hacerse más, ni organizarse mejor
militarmente, ni triunfar en menos tiempo y con el menor
desperdicio de fuerzas en la lucha por la independencia
continental. por eso son grandes intrínsecamente y por
sí mismos Bolívar y San Martín.
PRESTIGIOS DE LA
ENTREVISTA
Todos estos rayos convergentes de la historia que se encuentran
en el punto céntrico en que los dos libertadores operaron
su conjunción, son los que dan sus prestigios a la
conferencia de
San Martín y Bolívar en Guayaquil. El escenario es
el arco iluminado del Ecuador del nuevo mundo, con su horizonte
marítimo y sus gigantescas cadenas de montañas en
perspectiva, sus palmeras siempre verdes y sus volcanes
encendidos. Los protagonistas son los árbitros de un nuevo
mundo político. El mundo pone el oído y no oye
nada. Uno de los protagonistas desaparece silenciosamente de la
escena, cubriendo su retirada con palabras vacías de
sentido. El otro ocupa silenciosamente su lugar. El misterio dura
veinte años, sin que uno ni otro de los interlocutores
revelase lo que había pasado en la conferencia. Al
fin, una parte del velo se descorre y vese, combinando las
palabras escritas o habladas con los hechos
contemporáneos, y los antecedentes con sus consecuencias,
que el misterio consistía únicamente en el fracaso
de la entrevista
misma, y que lo que en ella se trató, así como lo
sucedido o dicho, es lo que estaba ya anunciado, lo que todos
sabían poco más o menos o podían deducir, lo
que necesariamente tenía que ser. y que se sabe hoy
todavía más que los mismos protagonistas, porque se
ha podido penetrar hasta el fondo de sus almas y leer en ellas lo
que no estaba escrito en ningún papel.
MISTERIOS DE LA
ENTREVISTA
A pesar de todo esto, la curiosidad se ha empeñado y se
empeña en descubrir algo más fuera del
círculo de acción de los actores, como los que
divisan con un poderoso telescopio las montañas de la luna
y buscan sus habitantes, que la razón les dice no existen,
o en un cuadro que pone de relieve sus
grandes figuras en plena luz se quiere
penetrar en el claroscuro del fondo que las realza. Lo
único misterioso en este acto que la imaginación se
ha empeñado en rodear de accidentes
fantásticos – después de los documentos publicados
y de las versiones desautorizadas que se han hecho- son los
móviles secretos que impulsaron al uno a ser.
intransigentes e impusieron al otro su abdicación, los que
no están consignados en ningún documento, como que
tuvieron su origen en la propia conciencia que
los guardaron. El tiempo, que ha hecho caer las máscaras
con que se cubrieron ambos en su primera y última entrevista, ha
puesto sus almas de manifiesto y podemos hoy leer en ellas mejor
que ellos mismos.
ANTECEDENTES DE LA ENTREVISTA
Si el Protector del Perú, mejor aconsejado, hubiera obrado
con más previsión y con arreglo a un plan fijo,
habría puesto condiciones a su prestación de
auxilios en la guerra de Quito o por lo menos arreglado
previamente bases de discusión en su proyectada conferencia con
Bolívar. En vez de esto, antes de celebrar un pacto
formal, unió de hecho sus armas con las de Colombia,
perdiendo la preponderancia adquirida en Guayaquil. Enseguida,
celebró un tratado de liga americana de paz y guerra, que
dejaba pendiente la cuestión de límites,
especialmente la de Guayaquil, en que las posiciones
antagónicas del Perú y Colombia se definieron como
una amenaza en suspenso. Por último, toma como un hecho la
oferta de
Bolívar de concurrir a la terminación de la guerra
del Perú con las fuerzas colombianas, y procede con
más sentimentalismo que sentido práctico cuando,
terminada en Pichincha la campaña de Quito y reducida la
guerra de la independencia al territorio del Perú, piensa
que ese auxilio le vendrá en las mismas condiciones en que
él había prestado el suyo.
Antes de Pichincha, Bolívar, triunfante en el norte, era
el más fuerte; después de Pichincha, era el
árbitro y podía dictar sus condiciones de auxilio
al sur. San Martín se hacía ilusión al
pensar que era todavía uno de los árbitros de la
América del Sur y al contar con que Bolívar
compartiría con él su poderío
político y militar y que ambos arreglarían en una
conferencia los destinos de las nuevas naciones por ellos
emancipadas, una vez terminada por el común acuerdo la
guerra del Perú, como había terminado la de Quito.
Sin más plan, se lanzó a la aventura de su entrevista con
el Libertador, que debía decidir de su destino,
paralizando su carrera. Si alguna vez un propósito
internacional, librado a eventualidades futuras, fue claramente
formulado, ha sido ésta; y si alguna vez se comprometieron
declaraciones más avanzadas de orden trascendental sobre
bases más vagas, fue también en ésta.
PRELIMINARES DE LA
ENTREVISTA
Al terminar la guerra de Quito, el Libertador se dirigía
al Protector y, al agradecerle el auxilio prestado por "los
libertadores del sud de América" (según sus propias
palabras); le significa que las tres provincias de Quito
libertadas eran colombianas, renovando con este motivo su
anterior oferta en
términos generales: "El ejército de Colombia
está pronto a marchar a donde quiera que sus hermanos lo
llamen, y muy particularmente a la patria de nuestros vecinos del
Sud, a quienes por tantos títulos debemos preferir como
los primeros amigos y hermanos de armas." El Protector le
contestaba: "Los triunfos de Bomboná y Pichincha han
puesto el sello de la unión de Colombia y del Perú.
El Perú es el único campo de batalla que queda en
América, y en él deben reunirse los que quieran
obtener los honores del último triunfo contra los que ya
han sido vencidos en todo el continente. Acepto su generosa
oferta. El
Perú recibirá con entusiasmo y gratitud todas las
tropas de que V.E. pueda disponer, a fin de acelerar la
campaña y no dejar el mayor influjo a las vicisitudes de
la fortuna. Espero que Colombia tendrá la
satisfacción de que sus armas contribuyan poderosamente a
poner término a la guerra del Perú, así como
las de éste han contribuido a plantar el pabellón
de la República en el sud de este vasto continente. Es
preciso combinar en grande los intereses que nos han confiado los
pueblos, para que una sólida y estable prosperidad les
haga conocer el beneficio de su independencia. Marcharé a
saludar a V.E. a Quito. Mi alma se llena de gozo cuando contemplo
aquel momento. Nos veremos, y presiento que la América no
olvidará el día que nos abracemos" ¡Y no lo
ha olvidado! pero por causas muy diferentes de las que se
imaginaba el Libertador del sur al ir al encuentro del Libertador
del norte, en la creencia de que éste lo
reconocería a la par suya en calidad de árbitro
"para combinar en grande los intereses de los pueblos
americanos", según sus palabras. Y el gobierno del
Perú, al confirmar oficialmente estas esperanzas,
manifestaba al de Guayaquil y al enviado peruano cerca de
él: "En la conferencia quedarán transadas
cualesquiera diferencias que pudiesen ocurrir sobre el destino de
Guayaquil, y arreglados todos los obstáculos para la
terminación de la guerra de la independencia"
Con estas esperanzas y seguridades halagadoras, iba a celebrarse
entre los dos libertadores la entrevista
que "la América no olvidaría".
INVITACION DE
BOLIVAR
Consumada de hecho la incorporación de Guayaquil,
Bolívar, al contestar la carta de San
Martín que le anunciaba su visita, lo invitaba a verle en
"el suelo de
Colombia" o a esperarle en cualquier otro punto, envolviendo en
palabras lisonjeras el punto capital, que era "arreglar de
común acuerdo la suerte de la América".
Decíale: "Con suma satisfacción, dignísimo
amigo, doy a usted por primera vez el título que mucho
tiempo ha mi corazón le
ha consagrado. Amigo le llamo, y este nombre será el que
debe quedarnos por la vida, porque la amistad es el
único título que corresponde a hermanos de armas,
de empresa y de opinión. Tan sensible me será que
no venga a esta ciudad, como si fuéramos vencidos en
muchas batallas; pero no, no dejará burladas las ansias
que tengo de estrechar en el suelo de Colombia
al primer amigo de mi corazón y de mi patria. ¿
Cómo es posible que venga usted de tan lejos para dejarnos
sin la posesión positiva en Guayaquil del hombre singular
que todos anhelan conocer y si es posible tocar? No es posible.
Yo espero a usted y también iré a encontrarle donde
quiera esperarme; pero sin desistir de que nos honre en esta
ciudad. Pocas horas, como usted dice, bastan para tratar entre
militares; pero no serían bastantes esas mismas para
satisfacer la pasión de la amistad que va a empezar a
disfrutar de la dicha de conocer el objeto caro que le amaba
sólo por la opinión, sólo por la fama".
SAN MARTIN EN
GUAYAQUIL
Al firmar Bolívar esta carta el 25 de julio de 1822, a las
7 de la mañana, anuncióse que se avistaba en el
horizonte una vela a la altura de un islote elevado a la boca del
golfo llamado "El muerto". Poco después la goleta
"Macedonia", conduciendo al Protector, echaba anclas frente a la
isla de Puná, y la insignia que flotaba en su
mástil señalaba la presencia del gran personaje que
traía a su bordo. Anunciada la visita, el Libertador
mandó saludarle por medio de dos edecanes,
ofreciéndole la hospitalidad. Al día siguiente
desembarcó San Martín. El pueblo, al divisar la
falúa que lo conducía, lo aclamó con
entusiasmo a lo largo del malecón de la ribera. Un
batallón tendido en carrera le hizo los honores. Al llegar
a la suntuosa casa que se le tenía preparada, el
Libertador lo esperaba de gran uniforme, rodeado de su estado
mayor, al pie de la escalera, y salió a su encuentro. Los
dos grandes hombres de la América del Sur se abrazaron por
primera y por última vez. "Al fin se cumplieron mis deseos
de conocer y estrechar la mano del renombrado general San
Martín", exclamó Bolívar. San Martín
contestó que los suyos estaban cumplidos al encontrar al
Libertador del norte. Ambos subieron del brazo las escaleras,
saludados por grandes aclamaciones populares.
En el salón de honor, el Libertador presentó sus
generales al Protector. Enseguida empezaron a desfilar las
corporaciones que iban a saludar al ilustre huésped,
presente el que hacía los honores. Una diputación
de matronas y señoritas se presentó a darle la
bienvenida en una arenga, que él contestó
agradeciendo. Enseguida una joven de dieciocho años, que
era la más radiante belleza del Guayas, se adelantó
del grupo y
ciñó la frente del Libertador del sur con una
corona de laurel de oro esmaltado. San Martín, poco
acostumbrado a estas manifestaciones teatrales y enemigo de ellas
por temperamento, a la inversa de Bolívar, se
ruborizó, y quitándose con amabilidad la corona de
la cabeza, dijo que no merecía aquella
demostración, a que otros eran más acreedores que
él; pero que conservaría el presente por el
sentimiento patriótico que lo inspiraba y por las manos
que lo ofrecían, como recuerdo de uno de sus días
más felices.
ACTITUD DE SAN MARTIN DESPUES DE
LA ENTREVISTA
¿Se trató en la conferencia la cuestión
capital de la
organización futura de los nuevos Estados
sudamericanos? Es indudable. Todos los historiadores que han
recibido más o menos directamente las vagas confidencias
de los dos grandes protagonistas de la escena, coinciden en este
punto, sin exceptuar uno solo, y aunque variando en las
versiones, todos están contestes, en que San Martín
abogó por la monarquía y Bolívar, por la
república. No podía ser de otro modo,
después de la solemne declaración de San
Martín de que iba a tratarse en la entrevista por
él buscada, "de la estabilidad del destino a que con
rapidez se acercaba la América, y de que él y el
Libertador eran en alto grado responsables". Y necesariamente
tenía que tratarla, dada la situación en que
él se encontraba, con una negociación sobre
monarquización del Perú pendiente en Europa, que
aunque al parecer abandonada después de la convocatoria
posterior del congreso peruano para entregar sus destinos al
país libertado, podía todavía considerar
como un proyecto
presentable, si Bolívar le prestaba su aprobación,
o no le ponía obstáculo.
Sucede a este respecto lo mismo que en los demás
tópicos de la conferencia. Conocidas las opiniones sobre
forma de gobierno que profesaban ambos libertadores,
públicamente declaradas en varias ocasiones, pueden poner
se en boca de los interlocutores los argumentos que hicieron
valer en favor de ellos, y hasta las palabras de que se
sirvieron. San Martín diría, como había
dicho siempre que aunque republicano por convicción, y
considerando la república como el gobierno más
perfecto, posponía sus principios al bien público,
al optar por lo que creía posible y mejor para asegurar la
paz de los nuevos Estados evitando la anarquía, porque no
consideraba a los pueblos de la América del Sur preparados
para la democracia; y
que respecto del Perú, pensaba que era la forma de
gobierno más adaptable a su estado social; siendo por otra
parte este un medio de alcanzar una solución que
conciliaba la política del nuevo y del viejo mundo, y aun
de arribar a un arreglo con la España sobre la base del
reconocimiento de la independencia. En este plan quimérico
y absurdo, pero patriótico a su manera, no entraba por
nada la ambición personal: él no aspiraba ni
siquiera a ser presidente de república.
Bolívar era republicano, a su manera también. Como
presidente de una gran república, que componía un
verdadero imperio, era más que un rey, y soñaba ya
con la monocracia americana, y con la presidencia vitalicia que
le había inoculado su maestro Simón
Rodríguez, y que sostuvo en sus escritos varias veces
desde sus primeros hasta sus últimos días de vida
pública, como la única institución capaz de
dar estabilidad a los nuevos Estados combinando la
constitución monárquica de la Inglaterra con la
democracia
embrionaria de la América del Sur, por la
eliminación de sus dos principios fundamentales: ni
democracia, ni
rey. Precisamente por este mismo tiempo se inauguraba el nuevo e
inconsistente imperio mejicano, y Bolívar, tal vez por una
asociación de ideas, que se ligaba a la reciente
conferencia, después de emitir sobre San Martín en
la intimidad, el juicio que había formado de él,
considerándolo como un hombre bueno agregaba:
"Itúrbide se hizo emperador por la gracia de Pío,
primer sargento; sin duda será muy buen Emperador. Su
imperio será muy grande y muy dichoso, porque los derechos
son legítimos según Voltaire, por
aquello que dice: El primero que fue rey fue un soldado feliz,
aludiendo sin duda al buen Nemrod. Mucho temo que las cuatro
planchas cubiertas de carmesí, que llaman trono, cuesten
más sangre que lágrimas, y den más
inquietudes que reposo. Están creyendo algunos que es muy
fácil ponerse una corona, y que todos lo adoren; y yo creo
que el tiempo de las monarquías fue, y que hasta que la
corrupción
de los hombres no llegue a ahogar el amor a la
libertad, los tronos no volverán a ser de moda en la
opinión". En este manto de republicano, se envolvía
una ambición cesárea, incompatible con la verdadera
democracia, como sus reaccionarias teorías
confesadas lo manifiestan y el tiempo lo demostró. Era
pues natural que por principios y por instinto y hasta por
interés
propio, rechazase el plan monarquista de San Martín, y
este era otro motivo para eliminarlo. Era una idea muerta.
FAMOSA CARTA DE SAN MARTIN A
BOLIVAR
Un historiador colombiano, ministro y confidente del Libertador,
ha dicho: "Afirmóse en su tiempo, que ni el Protector
había quedado contento de Bolívar, ni éste
de aquél". San Martín por su parte se
encargó de afirmar esto mismo, dando por motivo, que "los
resultados de la entrevista no habían correspondido a lo
que se prometía para la pronta terminación de la
guerra". Era un vencido. Si desde entonces meditó
separarse de la escena, para no ser. un obstáculo a la
terminación de la guerra, o si la situación que a
su regreso encontró en Lima lo determinó a ello, es
un punto accesorio que no puede con precisión
determinarse; pero de todos modos esta fue una de las principales
causas que obró en él para su resolución
definitiva, además de otras que fatalmente la
imponían.
La primera palabra de San Martín de regreso al
Perú, fue para abrir sus puertas a las armas auxiliares de
Colombia, proclamando la alianza sudamericana, y de alto encomio
para su feliz rival: "Tuve la satisfacción de abrazar al
héroe del sud de América. Fue uno de los
días más felices de mi vida. El Libertador de
Colombia auxilia al Perú con tres de sus bravos
batallones. Tributemos todos un reconocimiento eterno al inmortal
Bolívar". San Martín sabía bien que este
auxilio era insuficiente, que su concurrencia no sería
eficaz desde que no era dado con el propósito serio de
poner de un golpe término a la guerra, y que su persona era el
único obstáculo para que Bolívar se
decidiese a acudir con todo su ejército al Perú.
Fue entonces cuando, hecha la resolución de eliminarse,
dirigió al Libertador la famosa carta, que puede
considerarse como su testamento político, y que la
historia debe registrar íntegra en sus páginas.
"Le escribiré, no sólo con la franqueza de mi
carácter, sino también con la que exigen los altos
intereses de la América.
Los resultados de nuestra entrevista no han sido los que me
prometía para la pronta terminación de la guerra.
Desgraciadamente, yo estoy íntimamente convencido, o que
no ha creído sincero mi ofrecimiento de servir bajo sus
órdenes con las fuerzas de mi mando, o que mi persona le es
embarazosa. Las razones que me expuso, de que su delicadeza no le
permitiría jamás el mandarme, y que, aún en
el caso de decidirse, estaba seguro que el Congreso de Colombia
no autorizaría su separación del territorio de la
república, no me han parecido bien plausibles. La primera
se refuta por sí misma. En cuanto a la segunda, estoy
persuadido, que si manifestase su deseo, sería acogido con
unánime aprobación, desde que se trata de finalizar
en esta campaña, con su cooperación y la de su
ejército, la lucha que hemos emprendido y en que estamos
empeñados, y que el honor de ponerle término
refluiría sobre usted y sobre la república que
preside.
"No se haga ilusión, general. Las noticias que tienen de
las fuerzas realistas son equivocadas. Ellas montan en el Alto y
Bajo Perú a más de 19.000 veteranos, que pueden
reunirse en el espacio de dos meses. El ejército patriota
diezmado por las enfermedades, no puede poner
en línea sino 8.500 hombres, en gran parte reclutas. La
división del general Santa Cruz (que concurrió a
Pichincha), cuyas bajas no han sido reemplazadas a pesar de sus
reclamaciones, ha debido experimentar una pérdida
considerable en su dilatada y penosa marcha por tierra, y no
podrá ser de utilidad en esta
campaña. Los 1.400 colombianos que envía,
serán necesarios para mantener la guarnición del
Callao y el orden en Lima. Por consiguiente, sin el apoyo del
ejército de su mando, la operación que se prepara
por puertos intermedios, no podrá alcanzar las ventajas
que debieran esperarse, si fuerzas imponentes no llamasen la
atención del enemigo por otra parte, y así, la
lucha se prolongará por un tiempo indefinido Digo
indefinido, porque estoy íntimamente convencido, que sean
cuales sean las vicisitudes de la presente, la independencia de
la América es irrevocable; pero la prolongación de
la guerra causará la pena de sus pueblos, y es un deber
sagrado para hombres a quienes están confiados sus
destinos, evitarles tamaños males.
"En fin, general, mi partido está irrevocablemente tomado.
He convocado el primer congreso del Perú, y al día
siguiente de su instalación me embarcaré para
Chile, convencido de que mi presencia es el solo obstáculo
que le impide venir al Perú con el ejército de su
mando. Para mí hubiera sido colmo de la felicidad terminar
la guerra de la independencia bajo las órdenes de un
general a quien la América debe su libertad. ¡El
destino lo dispone de otro modo, y es preciso conformarse!
"No dudo que después de mi salida del Perú, el
gobierno que se establezca reclamará su activa
cooperación, y pienso que no podrá negarse a tan
justa demanda.
"Le he hablado con franqueza, general; pero los sentimientos que
exprime esta carta quedarán sepultados en el más
profundo silencio; si llegasen a traslucirse, los enemigos de
nuestra libertad podrían prevalerse para perjudicarla, y
los intrigantes y ambiciosos, para soplar la discordia".
Con el portador de la carta, le
remitía una escopeta y un par de pistolas, juntamente con
el caballo de paso que le había ofrecido para sus futuras
campañas, acompañando el presente con estas
palabras: "Admita, general, este recuerdo del primero de sus
admiradores, con la expresión de mi sincero deseo de que
tenga usted la gloria de terminar la guerra de la independencia
de la América del Sud".
INTERPRETACION
BOLIVARIANA
¿Cuál ha sido el resultado de la entrevista de
Guayaquil? La Relación Oficial Reservada de la secretaria
general de la República de Colombia (Cuartel General de
Guayaquil, 29 de julio de 1822), que firma J. G. Pérez,
después de informar que San Martín no quería
mezclarse en los negocios de
Guayaquil; que estaba quejoso de sus compañeros de armas;
que se retiraba del Protectorado y que consideraba conveniente la
instalación de la monarquía en el Perú,
continúa la Relación diciendo: "Habiendo venido el
Protector como simple visita sin ningún empeño
político ni militar, pues ni siquiera habló
formalmente de los auxilios que había ofrecido
Colombia."
¡Increíble! ¡San Martín se muestra
indiferente frente a graves cuestiones políticas
y militares! ¡Sólo había ido a conversar con
Bolívar en Guayaquil, cumpliendo un acto de
cortesía!
Distinta es la versión que revela directamente
Bolívar a Santander, en carta del 29 de julio de 1822: "Yo
creo que él ha venido para asegurarse de nuestra amistad,
para apoyarse con ella con respecto a sus enemigos internos y
externos. Lleva mil ochocientos colombianos en su auxilio."
Agrega: "El Protector me ha ofrecido su eterna amistad hacia
Colombia; intervenir a favor del arreglo de limites; no
mezclarse en los negocios de
Guayaquil; una federación completa y absoluta aunque no
sea más que con Colombia, debiendo ser la residencia del
Congreso, Guayaquil." Bolívar manifiesta, además:
"En fin, él desea que todo marche bajo el aspecto de la
unión, porque conoce que no puede haber paz y tranquilidad
sin ella. Diré que no quiere ser rey, pero tampoco quiere
la democracia y sí que venga un príncipe de Europa
a reinar en el Perú."
La opinión de Bolívar sobre San Martín se
tornará comprensivamente favorable al sufrir el Libertador
la amargura de su propia experiencia en la vida
pública.
INTERPRETACION
SANMARTINIANA
Volvamos a la significativa carta de San Martín a
Bolívar del 29 de agosto de 1822 y comprendamos la
fortaleza espiritual de nuestro Libertador al decidir: "Los
sentimientos que exprime esta carta quedarán sepultados en
el más profundo silencio. Si llegasen a traslucirse, los
enemigos de nuestra libertad podrían prevalecerse para
perjudicarla y los intrigantes y ambiciosos, para soplar la
discordia."
San Martín, ya en su retiro voluntario, escribe a su
querido amigo Tomás Guido, en setiembre de 1822: "Lo
diré a usted sin doblez. Bolívar y yo no cabemos en
el Perú. He penetrado sus miras arrojadas, he comprendido
su desabrimiento por la gloria que pudiera caberme en la
prosecución de la campaña. Él no
excusará medios, por audaces que fuesen, para penetrar en
esta república seguido de sus tropas y, quizás
entonces, no me sería dado evitar un conflicto a
que la fatalidad pudiera llevarnos, dando así al mundo un
humillante escándalo. Los despojos del triunfo, de
cualquier lado a que se incline la fortuna, los recogerían
los maturrangos, nuestros implacables enemigos, y
apareceríamos convertidos en instrumentos de pasiones
mezquinas. No seré yo, mi amigo, quien deje tal legado a
mi patria, y preferiría perecer antes que hacer alarde de
laureles recogidos a semejante precio.
¡Eso no!"
Historiadores bolivarianos han puesto en duda, desde el
año 1941, la autenticidad de la carta de San
Martín a Bolívar, fechada el 29 de agosto, a la que
hemos hecho referencia y que fue publicada en Francia e Italia por
Gabriel Lafond de Lurcy, en el año 1843. En consecuencia,
resulta ineludible presentar otras cartas posteriores de San
Martín que confirman plenamente la "carta de Lafond".
San Martín escribe a Guillermo Miller desde Bruselas, el
19 de abril de 1827: "En cuanto a mi viaje a Guayaquil, él
no tuvo otro objeto que el de reclamar del general Bolívar
los auxilios que pudiera prestar para terminar la guerra del
Perú. Auxilios que una justa retribución
(prescindiendo de los intereses generales de América) lo
exigía por lo que el Perú tan generosamente
había prestado para libertar el territorio de Colombia. Mi
confianza en el buen resultado estaba tanto más fundada,
cuanto el ejército de Colombia después de la
batalla de Pichincha se había aumentado con los
prisioneros y contaba con 9.600 bayonetas. Pero mis esperanzas
fueron burladas al ver que en mi primera conferencia con el
Libertador me declaró que, haciendo todos los esfuerzos
posibles, sólo podría desprenderse de tres
batallones con la fuerza total de 1.070 plazas. Estos auxilios no
me parecieron suficientes para terminar la guerra, pues estaba
convencido que el buen éxito de ella no podía
esperarse sin la activa y eficaz colaboración de todas las
fuerzas de Colombia. Así es que mi resolución fue
tomada en el acto, creyendo de mi deber hacer el último
sacrificio en beneficio del Perú. Al día siguiente
y en presencia del vicealmirante Blanco, dije al Libertador que
habiendo dejado convocado al Congreso para el próximo mes,
el día de su instalación sería el
último de mi permanencia en el Perú, agregando:
ahora le queda a Ud. a poner el último sello a la libertad
de América."
San Martín se refiere nuevamente a la entrevista de
Guayaquil muchos años después. En carta al
presidente del Perú, mariscal Ramón Castilla:"
"Boulogne-sur-Mer, 11 de setiembre de 1848. Yo hubiera tenido la
más completa satisfacción habiéndola puesto
fin con la terminación de la guerra de la independencia en
el Perú, pero mi entrevista en Guayaquil con el general
Bolívar me convenció (no obstante sus protestas)
que el solo obstáculo de su venida al Perú con el
ejército de su mando no era otro que la presencia del
general San Martín, a pesar de la sinceridad con que le
ofrecí ponerme bajo sus órdenes con todas las
fuerzas que yo disponía. Si algún servicio tiene
que agradecerme la América, es el de mi retirada de Lima,
paso que no sólo comprometía mi honor y
reputación, sino que me era tanto más sensible
cuanto que conocía que con las fuerzas reunidas de
Colombia, la guerra de la independencia hubiera terminado en todo
el año 23. Pero este honroso sacrificio, y el no
pequeño de tener que guardar un silencio absoluto (tan
necesario en aquellas circunstancias) de los motivos que me
obligaron a dar ese paso, son esfuerzos que Ud. podrá
calcular y que no está al alcance de todos poderlos
apreciar."
Es notable la serenidad de espíritu en San Martín.
Sus palabras a Bolívar, Miller y Castilla, francas y
valientes, obvian todo comentario. Sólo cabría
juzgar a San Martín de acuerdo con su moral. Porque sus
normas de vida
son esencialmente éticas: en él, el hombre
moral supera al militar y político.
LAS MÁXIMAS DE SAN MARTIN
PARA SU HIJA
Humanizar el carácter y hacerlo sensible aún con
los insectos que no perjudican. Stern ha dicho a una mosca
abriéndole la ventana para que saliese: Anda, pobre
animal, el mundo es demasiado grande para nosotros
dos.
La invitación de Stern a una mosca, es el retrato
nítido de quien tuvo siempre como acción y fin la
libertad, pasión permanente de nuestro libertador.
Humanizar y sensibilizar el carácter es también,
concretar una actitud franca, de leal convivencia y de
comprensión limpia de quienes nos rodean y comparten
nuestro quehacer.
Inspirarla amor a la
verdad y odio a la mentira.
Encierra esta máxima una constante de su vida:
Soportó ingratitudes, sobrellevó mortificaciones de
toda índole, vivió todos los sacrificios,
disimuló con cristiana generosidad todas las ajenas
debilidades, pero sus labios nunca conocieron la pequeñez
de la mentira. Fue su verdad plena, como fue plena su vida de
claridad ejemplar.
Inspirarla gran confianza y amistad pero uniendo respeto.
La confianza es nervio y motor de todas
nuestras realizaciones. Es que actúa, no sólo como
impulso, sino también como consecuencia; consecuencia de
decisiones y decisión de consecuencias. El respeto es una
consecuencia lógica
y natural de la amistad. Confianza para hacer, respeto para
merecer y amistad para hacer. Es cierto pues que la amistad une
en el respeto y la
confianza es la fuerza que impele a la acción.
Estimular en Mercedes la caaridad con los pobres.
De profunda escencia cristiana, esta máxima encierra no
sólo un consejo, sino también una filosofía
normativa. La caridad es la actitud hacia nuestros semejantes, de
nuestra comprensión y nuestra solidaridad. Es,
asímismo, el mandato divino que nos congracia con Dios y
con nuestro espíritu, en la medida que sepamos llevarla
con modestia, sin exibicionismo.
Respeto sobre la propiedad
ajena.
Las leyes determinan
sus reglas y sanciones cuando vulneramos, o pretendemos vulnerar
la cosa que no es propia. Tiene además, un sentido
transcendente. Su expresión señala claramente que
la propiedad,
cualquiera que ella sea y de cualquier naturaleza, nos
impone una forma de conducta, que
nace en el respeto para encaminarse hasta la rectitud.
Acostumbrarla a guardar un secreto.
San Martín daba al secreto un valor positivo y
exigía en su observancia plena firmeza. Fue inflexible en
su disciplina y
supo hacer, de y en sus hombres, un culto del secreto y su
expresión. Cuando señalaba que ni su almohada
debía conocer sus secretos imponía a su conducta la
rígidez de su cumplimiento. Saber guardar un secreto es
ser depositario de una confianza.
Inspirarla sentimientos de indulgencia hacia todas las religiones.
La indulgencia es generosidad, y todos cabemos en el reidno de
Dios, y queremos ser aceptados en una fe y una verdad. San
Maretín procuraba estimular en su hija, los mismos
sentimientos que conformaron todos los actos de su vida, y a fuer
que ellos se fundaban en su inestimable amplitud de
espíritu. Y por cierto, que su hija fue fiel heredera de
su mandato y digana depositaria de su fe.
Dulzura con los criados, pobres y viejos.
La fuerza de la dulzura es tal, que es superior a cualquier otra.
Es indudable que la dulzura es de por sí un acto de
generosidad; es la ternura del gesto, como que es también
el gesto tierno. Comprender a quienes nos sirven y ser dulces y
generosos en su trato es la manera más directa y
fácil de lograr su colaboración y solidaridad.
Que hable poco y lo preciso.
Es cierto que somos prisioneros de nuestras palabras, esclavos de
su expresión. También es cierto que ellas deben ser
el resultado de una actitud conciente y de un examen rpolijo y
eficiente. Al indicar que hable poco y lo preciso, San
Martín determina que la sobriedad debe ser el cauce por
donde transiten la corrección y la verdad. Es que siempre
se debe decir lo necesario con lo necesario.
Acostumbrarla a estar formal en la mesa.
Es necesario, retomar la frecuentación de los buenos
modales y de las sanas costumbres. Si de cierta manera se ha roto
la cotidianidad austera, es nuestro deber frecuentarla. Nada hace
mas agradable a una persona que los modales correctos, la manera
de acercarse a la vida en sociedad.
Amor al aseo y desprecio al lujo.
El aseo no es sólo el cuidado exterior, la higiene personal,
es la adecuación del individuo a una serie de maneras
correctas de presentarse y de ser. Por sobre todo, el aseo es una
severa instancia interior, es el ánimo solidarios de
respeto a los demás y hacia sí misma. Es nada maas
y nada menos, que la moral
forjada en su valor cristiano, en su actitud de los creyentes;
porque en la grandeza de Dios se encierran, siempre, la sencillez
y la modestia.
Inspirarle amor por la
patria y la libertad.
Inspirarla es ponerla en el sendero embellecido de una alta y
fecunda pasión, es ponerle en el alma la gracia de un
sueño y en el corazón la semilla de una gracia.
Amor por la
libertad, porque de ese amor,
profundo, sincero, iluminado de verdad y enorgullecido de
historia tendrá la vida su sentido trascendente, y esa
trascendenciahará que se sienta orgullosa de una fe
inquebrantable.
SAN MARTIN: LA VISTA DE LOS HABITANTES DEL
PERÚ.
Esta información ha sido extraída de una
página de Internet, con el fin de
conocer su visión respecto al patriota.
Los Pasos para proclamar la
Independencia
1814 -1816 | San Martín formó su Ejército Libertador o Ejército de los Andes con aproximadamente 4,000 hombres. |
1817 | San Martín realizó la gran hazaña de cruzar los Andes desde Argentina hacia Chile. |
1817 12 de febrero | Batalla de Chacabuco: San Martín derrotó a las fuerzas realistas. |
1818 12 de febrero | Independencia de Chile. Batalla de Cancha Rayada: Las fuerzas realistas contra 19 de marzo atacaron. |
5 de abril | Batalla de Maipú: San Martín finalmente derrotó a los realistas en Chile. Las fuerzas libertadoras ocuparon Santiago de Chile y Bernardo O'Higgins fue declarado Director Supremo. |
1819 | San Martín organizó la Escuadra Libertadora: constaba de 8 barcos y 16 transportes al mando del marino escocés lord Thomas Cochrane. |
1820 7 de setiembre | La Escuadra Libertadora desembarcó en Paracas y seguidamente el ejército ocupó el puerto de Pisco. |
25 de setiembre | Las negociaciones de Miraflores: el virrey Pezuela invitó a José de San Martín a negociar. Los realistas propusieron mantener la lealtad al rey de España y reconocer la Constitución de 1812; los patriotas propusieron una monarquía independiente en el Perú. No llegaron a ningún acuerdo. |
5 de octubre | Primera expedición a la Sierra: San Martín envió a Alvarez de Arenales al mando de la expedición para reivindicar los ideales independentistas en Huamanga, Jauja y Tarma. |
21 de octubre | San Martín estableció la primera bandera y el primer escudo de armas del Perú independiente. |
30 de octubre | El ejército de San Martín desembarcó en Ancón y ocupó Lima. |
1821 29 de enero | "El motín de Aznapuquio": la autoridad de¡ virrey Joaquin de la Pezuela fue cuestionada y éste tuvo que entregarle el mando al general José de la Serna (último virrey del Perú). |
abril | Segunda expedición a la sierra: San Martín manda a Alvarez de Arenales a Pasco, Tarma y Jauja. Venció al ejército realista de Carratalá. |
marzo-julio | Lord Cochrane y Millar controlaron la costa sur del Perú. En la batalla de Mirave derrotaron a los realistas. |
mayo | Conferencia de Punchauca: el virrey la Serna y San Martín se reunieron en la hacienda de Punchauca a negociar: San Martín propuso aceptar la Independencia del Perú y a un príncipe Borbón como rey del Perú. La Serna propuso lealtad al Rey de España y la Constitución de 1812. La conferencia fracasó. |
1821 28 de julio | Proclamación de la Independencia del Perú: José de San Martín, en la plaza de Armas de Lima, proclamó la independencia con las siguientes palabras: "El Perú es desde este momento, libre e independiente, por la voluntad general de sus pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende. i Viva la Patria! ¡Viva la Libertad! ¡Viva la Independencia! |
PRIMERA BANDERA Y EL ORIGEN DE SUS COLORES
La primera bandera fue concebida por José de San
Martín en Pisco. Esta bandera "estaba dividida por
líneas diagonales en cuatro campos, blanco los dos
extremos superior e inferior, y encarnado los laterales, con una
corona de laurel ovalada, y dentro de ella un sol saliente por
detrás de sierras escarpadas que eleva sobre un mar
tranquilo". Se dice que los colores de la
bandera los visualizó San Martín en un sueño
que tuvo en la bahía de Paracas.
OBRAS Y DECLARACIONES DE SAN MARTÍN
.
Convencido sin duda el
Gobierno español de que la ignorancia es la columna
más firme del despotismo, puso las más fuertes
trabas a la ilustración del americano, manteniendo su
pensamiento
encadenado para impedir que adquiriese el
conocimiento de su dignidad. Semejante sistema era muy
adecuado a su política; pero los gobiernos libres, que se
han erigido sobre las ruinas de la tiranía, deben adoptar
otro enteramente distinto, dejando seguir a los hombres y a los
pueblos su natural impulso hacia la perfectibilidad. Facilitarles
todos los medios de acrecentar el caudal de sus luces, y fomentar
su civilización por medio de establecimientos
útiles, es el deber de toda administración ilustrada. Las almas reciben
entonces nuevo temple, toma vuelo el ingenio, nacen las ciencias,
disípense las preocupaciones que cual una densa atmósfera impiden a
la luz penetrar,
propáganse los principios conservadores de los derechos
públicos y privados, triunfan las leyes y la
tolerancia, y
empuña el cetro la filosofía, principio de toda
libertad, consoladora de todos los males, y origen de todas las
acciones nobles.
Penetrado del influjo que las letras y las ciencias
ejercen sobre la prosperidad de un Estado. Por tanto,
declaro:
1.- Se establecerá una Biblioteca
Nacional en esta capital para el uso de todas las personas que
gusten concurrir a ella.
2.- El Ministerio de Estado en el Departamento de Gobierno, bajo
cuya protección queda este establecimiento, se
encargará de todo lo necesario a su planificación.
Dado en Lima a 28 de agosto de 1821.José de San
Martín.- Juan García de Río
Retiro de San Martín (Por José de San
Martín)
Presencié la declaración de la Independencia de los
Estados de Chile y el Perú:. existe en mi poder el
estandarte que trajo Pizarro para esclavizar el Imperio de los
Incas, y he
dejado de ser hombre público. He aquí recompensados
con usura diez años de revolución y guerra. Mis
promesas para con los pueblos en que he hecho la guerra
están cumplidas; hacer su Independencia y dejar a su
voluntad la elección de sus gobiernos.
La presencia de un militar afortunado (por más
desprendimiento que tenga) es temible a los Estados que de nuevo
se constituyen; por otra parte, ya estoy aburrido de oír
decir que quiero hacerme Soberano. Sin embargo, siempre
estaré pronto ha hacer el último sacrificio por la
libertad del país, pero en clase de simple particular y no
más. En cuanto a mi conducta
pública, mis compatriotas (como en lo general de las
cosas) dividirán sus opiniones; los hijos de éstos
darán el verdadero fallo. Peruanos: os dejo establecida la
Representación Nacional, si depositáis en ella una
entera confianza, cantad el triunfo; si no, la anarquía os
va a devorar.
Que el acierto presida a vuestros destinos, y que estos os colmen
de felicidad y paz.
PuebloLibre.
Setiembre 20 de 1822.
ACTA DE DEFUNCIÓN DEL
LIBERTADOR DON JOSÉ DE SAN MARTÍN
El año 1850, el 18 de agosto a las once horas de la
mañana, por ante nos, infrascripto, adjunto delegado del
alcalde de la ciudad de Boulogne-sur-mer, han comparecido
Francisco Javier Rosales, encargado de negocios de
Chile en Francia, domiciliado en París, de edad de 49
años, amigo del abajo nombrado, y Adolfo Gérard,
ahogado de 45 años de edad, domiciliado en
Boulogne-sur-mer, amigo igualmente del más abajo
mencionado, los cuales nos han declarado que José de San
Martín, brigadier de la Confederación Argentina,
capitán general de la República de Chile,
generalísimo y fundador de la libertad del Perú,
domiciliado en Boulogne, nacido en Yapeyú, provincia de
Misiones (Confederación Argentina), de 72 años,
cinco meses y veintitrés días de edad' viudo de
Remedios Escalada, hijo del coronel Juan de San Martín,
gobernado; de la antedicha provincia de Misiones, y de Francisca
de Matorras, ambos fallecidos, falleció ayer a las tres de
la tarde en su domicilio, Grande rue 105, tal como hemos podido
confirmar nosotros mismos. Hecha la lectura,
han firmado los comparecientes.
F.X. Rosales, A. Gérard, A. Cazín.
iografía
Básica
FUENTES
DOCUMENTALES IMPRESAS
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Bernardo O'Higgins: Santiago de Chile, 1949-1966, 30 tomos.
* Archivo
General de al Nación: Documentos referentes a la guerra de
la independencia y emancipación política de la
República Argentina; Buenos Aires, 1917, 2 tomos.
* Comando en Jefe del Ejército. Dirección de
Estudios Históricos. Colección Documental Emilio
Gutiérrez de Quintanilla: Guerra de la independencia.
Tomos 1 y 2, Buenos Aires, 1970-1973.
* Comisión Nacional del Centenario: Documentos del
Archivo del
General San Martín: Buenos Aires, Imp. Comi Hnos.,
1910-1911. 12 tomos.
* Ministerio de Cultura y
Educación.
Instituto Nacional Sanmartiniano y Museo Histórico
Nacional: Documentos para la Historia del Libertador General San
Martín; Buenos Aires, 1953-1979, 15 tomos,
(continúa su publicación).
* Senado de la Nación: Biblioteca de
Mayo, Buenos Aires, 1960-1968, 19 tomos.
OBRAS GENERALES
* Barcia Trelles, Augusto: José de San Martín en
España, en América y en Europa; Buenos Aires,
1941-1948., 6 tomos.
* Comisión Nacional Ejecutiva de homenaje al Bicentenario
del nacimiento del General San Martín: Primer Congreso
Internacional Sanmartiniano, Buenos Aires, 1979, 8 tomos.
* Ministerio de Cultura y
Educación,
Universidad
Nacional de Cuyo: Actas del Congreso Nacional de Historia del
Libertador General San Martín, 1950, Mendoza; Ed. Best,
1953-1955, 4 tomos.
* Mitre, Bartolomé: Historia de San Martín y de la
emancipación sudamericana, Buenos Aires, Imp. La
Nación, 1888, 3 tomos.
* Otero, José Pacífico: Historia del Libertador D.
José de San Martín; Buenos Aires, Ed. Cabaut, 1932,
4 tomos.
PERIÓDICOS
* Junta de Historia y Numismática Americana: Gaceta de
Buenos Aires (1810-1821). Reimpresión facsimilar; Buenos
Aires, 1910-1915. De este periódico
hay índice general. Ver: Juan ángel Farini. Museo
Mitre. Buenos Aires, 1963.
* Ministerio de Educación, Universidad
Nacional de La Plata: Gaceta del Gobierno de Lima Independiente
(1821-1822). Reproducción facsimilar. La Plata, 1950.
LIBROS
Actas del Congreso Nacional de Historia del Libertador General
San Martín; Talleres Gráf. de Jorge Best, Mendoza,
1953-1955., 4 tomos.
Argentina, Ministerio de Cultura y
Educación, Instituto Nacional Sanmartiniano y Museo
Histórico Nacional: Documentos para la historia del
Libertador General San Martín; Buenos Aires, 1953-1979, 15
tomos.
República Argentina, Comisión Nacional Ley 13.661:
San Martín en la historia y en el bronce; Buenos Aires,
1950, 254 páginas.
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Argentina; Ed. Depalma, Buenos Aires, 1981, 531
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Argentinas. De la Independencia Internacionales, Civiles y con el
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Tomás Guido: San Martín y la gran epopeya; W.
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Samuel Haig – Basilio Hall: Bosquejos de Buenos Aires, Chile y
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Sección Historia. Buenos Aires, 1977, 3ra. Edición,
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1723/sic/1850; Instituto Nacional Sanmartiniano. Xerox Argentina,
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General D. José de San Martín al cumplirse el
centenario de su muerte, La
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(5º Concurso literario de investigación histórica sobre
la
personalidad y obra del General José de San
Martín).
Exequiel César Ortega: Actuación del General San
Martín en el Perú; el Libertador y el Protector,
Fundación Rizzuto, Buenos Aiers, 1971, 125 págs.
(3º Concurso anual literario de investigación histórica sobre
la
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selecto. Otros documentos. Prólogo de J. C. Raffo de la
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Año del Libertador General San Martín, 1950, 184
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FOLLETOS
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Libertador General José de San Martín, 2ª.
edic., Instituto Nacional Sanmartiniano, Buenos Aires, 1964, 22
pags.
Simón Bolívar. Cartas de Simón
Bolívar al fundador de la libertad del Perú don
José de San Martín. Instituto Nacional
Sanmartiniano. Buenos Aires, 1953, 26 págs.
Instituto Nacional Sanmartiniano: Renunciamientos del
Capitán General don José de San Martín a la
gloria, al poder, y a la riqueza; Buenos Aires, 1969, 87
págs.
Archivo
Histórico de la Provincia de Bs. As.: Documentos de San
Martín, introducción de Ricardo Levene, homenaje al
Libertador al cumplirse el centenario de su muerte; La Plata,
1950, 80 págs.
Ramón Castilla. Cartas del Gran Mariscal don Ramón
Castilla, presidente de la República del Perú, al
fundador de la independencia y protector de la Libertad del
Perú, generalísimo de las armas don José de
San Martín; 4ª edic., Instituto Nacional
Sanmartiniano, Buenos Aires, 1973, 23 págs.
José de San Martín. El legado de San Martín.
Pensamientos. Máximas. Sentencias; publicación de
la Comisión Nacional Ley 13.661, selección de
Ricardo Piccirilli; Guillermo Kraft, Buenos Aires, 1950, 58
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José Torre Revello: Cartas de Simón Bolívar
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José Torre Revello: Cartas del General don Manuel Belgrano
al Libertador General don José de San Martín;
Instituto Nacional Sanmartiniano, Buenos Aires, 1955, 24
págs.
Fuente: Manrique Zago (dir) José de San Martín,
un camino hacia la libertad, Bs. As., 1989, pág.
203.
EPÍLOGO
A lo largo de todo el tiempo que estuvimos enfocando nuestra
atención al General San Martín, recorriendo lugares
físicamente por toda la capital y virtualmente todo el
mundo, fuimos ubicando muchos puntos de vista de San
Martín. Todos variaban en los detalles, pero llegaban a
una misma conclusión a la cual nos queremos adherir: SAN
MARTÍN ERA UNA PERSONA EXELENTE, a nivel humano, militar,
paterno. Por eso esta monografía
fue, para nosotros dos, un aprendizaje
escolar y a su vez personal, muy útil.
Por eso, en este último suspiro de la monografía
queremos darle las gracias a la docente que impulsó esta
tarea y le damos ánimos a que la lleve a cabo en todas las
oportunidades que se le presente.
Autores: Facundo Agosti (agosti[arroba]ciudad.com.ar)
Fernando
Belvedere (perbe[arroba]ciudad.com.ar)
Ambos tienen 16 años de edad y están cursando
cuarto año del secundario