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San Martín




Enviado por agosti




    PRÓLOGO

    Por medio del presente nos acercamos al lector con el fin de
    transmitirle al mismo todas las sensaciones que recorrieron
    nuestra mente en el momento de la creación de esta
    monografía que tiene como eje principal la
    historia de San
    Martín. En este relato, titulado "Un gran luchador, un
    gran hombre, todo
    un ejemplo", hicimos un esfuerzo especial para no sólo
    enfocar la vida de uno de los próceres mas importantes de
    nuestra historia a
    nivel militar, sino que rescatamos los legados hacia su hija y
    otros hechos que lo resaltan como un gran hombre, de
    bondad y comprensión verdaderamente amplia.
    A medida que fuimos realizando esta monografía
    y dando forma al texto que la
    constituye, fuimos descubriendo un lado Sanmartiniano que nunca
    antes se nos había revelado, tanto en la enseñanza
    primaria como en la secundaria. Descubrimos también muchos
    retratos de autores de la época que antes
    desconocíamos por completo, ya que no fueron difundidos lo
    suficiente tanto en los medios como en
    rutas de información alternativa. Mucha información acerca de "El padre de la
    Patria" es guardada con recelo, y se debe buscar demasiado
    algunos detalles significativos de su vida, relatados ya en el
    contenido de la presente monografía.
    Con esto no tenemos por fin redactar una obra literaria, sino
    conocer un poco mas nuestro pasado para saber quienes somos y
    qué seremos.
    A lo largo de la lectura se
    verán actitudes del
    general que el lector sentirá un expreso orgullo de tener
    un sentimiento similar a Él: El amor por la
    PATRIA

    LA HISTORIA DE UN
    APELLIDO

    EL PADRE: DON JUAN DE SAN MARTIN

    En el antiguo reino de León nacieron los padres del
    Libertador.

    En el pueblo de Cervatos de la Cueza nació don Juan de San
    Martín y Gómez, un 3 de febrero de 1728, hijo de
    Andrés de San Martín e Isidora Gómez.

    Cervatos es, probablemente, la cuna del apellido San
    Martín. Parece ser originario del nombre de un santo
    hidalgo caballero andante, San Martín de Tours. El mismo
    que providencialmente, fue patrono de la ciudad de Trinidad y
    Puerto de Santa María de los Buenos Aires, hoy
    Buenos Aires,
    Capital de la
    República Argentina.

    El hogar donde naciera Juan de San Martín era morada de
    humildes labradores. Al amparo de sus
    mayores, fortaleció su noble espíritu de cristiano
    y cuando cumplió dieciocho años, algo tarde para lo
    acostumbrado en la época, dijo adiós a sus buenos
    padres, orgulloso por ingresar en las filas del ejército
    de su patria, para seguir las banderas que se trasladaban de uno
    a otro confín del mundo. El joven palentino se
    incorporó al Regimiento de Lisboa como simple soldado.

    Inició su aprendizaje
    militar en las cálidas y arenosas tierras de Africa (al igual
    que lo haría su hijo José Francisco), donde
    realizó cuatro campañas militares. El 31 de octubre
    de 1.755 alcanzó las jinetas de sargento y, seis
    años más tarde, las de sargento primero. Cuando
    después de guerrear en tierras de las morerías
    regresó a la metrópoli, siguió a su
    regimiento a través de las distintas regiones en que
    estuviera de guarnición. Así le vemos actuar en la
    zona cantábrica y en la fértil Galicia, en la
    activa y fértil Guipúzcoa, en la adusta y sobria
    Extremadura y en la alegre Andalucía. Era Juan de San
    Martín un soldado fogueado y diestro en los campos de
    batalla cuando, en 1764, se le destinó para continuar sus
    servicios en
    el Río de la Plata. Cuando el 21 de octubre de 1764 se
    regularon en Málaga los servicios de
    Juan de San Martín, se le computaron diecisiete
    años y trece días en campañas. A raíz
    de su meritoria foja de servicios, se
    le ascendía a oficial del ejército real con los
    galones de teniente, cuyo título le fue extendido el
    20 de
    noviembre de 1764. Su embarque con destino al Río de
    la Plata lo debió efectuar en Cádiz.

    La carrera militar de Juan de San Martín es, pues,
    aparentemente modesta; pero, en la hondura de su abnegada vida,
    se puede percibir el anuncio de las virtudes heroicas de su hijo
    menor, José Francisco.

    El matrimonio con
    Gregoria Matorras se realizó en el palacio episcopal,
    estando a cargo del obispo titular, Manuel Antonio de la Torre,
    el 1º de octubre de 1770. Los nuevos esposos se reunieron en
    Buenos Aires
    el día 12 de octubre de ese año,
    trasladándose poco después a Calera de las Vacas.
    Allí formaron su hogar y en ese lugar, en octubre nacieron
    tres de sus hijos: María Elena, el 18 de agosto de 1771;
    Manuel Tadeo, el 28 de octubre de 1772 y Juan Fermín
    Rafael, el 5 de octubre de 1774.

    Cuando el teniente Juan de San Martín cesó en las
    funciones de
    administrador
    de la estancia de Calera de las Vacas, el gobernador de Buenos Aires,
    Juan José de Vértiz y Salcedo, lo designó el
    13 de diciembre de 1.774 teniente gobernador del departamento de
    Yapeyú, haciéndose cargo de sus nuevas funciones "desde
    principios de
    abril de 1.775."

    Con el correr de los años, Yapeyú se
    convirtió en uno de los pueblos más ricos de las
    misiones. Poseía estancias en ambas bandas del río
    Uruguay. El
    pueblo quedó casi abandonado después de la
    expulsión de los misioneros de la Compañía
    de Jesús.

    Dos nuevos vástagos aumentaron la familia San
    Martín-Matorras en Yapeyú: Justo Rufino, nacido en
    1776, y nuestro Libertador, José Francisco, que vio la
    luz el 25 de
    febrero de 1778.

    Siendo el pueblo de Yapeyú fronterizo a zonas de litigio,
    sus habitantes vivían bajo continuas amenazas de guerra. El
    nuevo mandatario, Juan de San Martín, desde que ocupara la
    tenencia, activó la
    organización de un cuerpo de naturales
    guaraníes compuesto por 550 hombres, que al ser revistados
    por el gobernador de Misiones, Francisco Bruno de Zabala, le
    hicieron decir que era como la más arreglada tropa de
    Europa. Esas
    fuerzas, adiestradas por el teniente San Martín, se
    destinaron a contener los desmanes de los portugueses y las
    acometidas de los valerosos y aguerridos charrúas y
    minuanes.-

    Terminada su actuación en Yapeyú, el capitán
    San Martín embarcó con rumbo a Buenos Aires el
    14 de febrero de 1781, volviendo a reunirse entonces con su
    esposa e hijos e incorporándose de nuevo a las filas del
    ejército para ejercer las funciones de
    ayudante mayor de la Asamblea de Infantería. Desde Buenos
    Aires, el 18 de agosto, se dirigió por escrito al virrey
    Vértìz, a la sazón en Montevideo,
    ofreciéndose para cualquier servicio o
    bien para instruir a los naturales, en cuyo ejercicio se
    había distinguido durante su residencia en
    Yapeyú.

    El padre del Libertador se dirigió a las autoridades
    superiores de la Corte pidiendo la correspondiente licencia para
    embarcarse con su familia con
    destino a la metrópoli. Le fue concedido lo solicitado por
    Real Orden, expedida el 25 de marzo de 1783. Casi un cuarto de
    siglo de constante actividad había consagrado a las
    regiones del Plata el veterano soldado; había actuado en
    campañas militares que acreditaron su valentía y
    había administrado con suma pureza bienes
    confiados a su cuidado.

    En abril de 1784, Juan de San Martín llegaba a
    Cádiz; retornaba al suelo patrio con
    su mujer y cinco
    hijos. Los cuatro varones, al igual que su padre,
    abrazarían la carrera de las armas, pero de
    todos ellos, sólo el benjamín daría gloria
    inmortal al apellido paterno.

    En Málaga pasaría los últimos años de
    su existencia, mientras sus hijos avanzaban en edad y
    aspiraciones. En esa ciudad iniciaron o completaron, en parte,
    los estudios los jóvenes hermanos San Martín. Con
    los ojos mirando más allá de los mares, Juan de San
    Martín exhalaba, el 4 de diciembre de 1796, su
    último suspiro. Se hizo constar que no había
    testado y que habitaba en un lugar de Málaga conocido por
    Pozos Dulces, camino de la Alcazabilla.

    LA MADRE: GREGORIA
    MATORRAS

    La madre del futuro Libertador, doña Gregoria Matorras del
    Ser, fue el sexto y último vástago del primer
    matrimonio de
    Domingo Matorras con María del Ser. Fueron sus hermanos
    mayores: Paula, Miguel, Francisca, Domingo y Ventura. Vino al
    mundo el 12 de marzo de 1738, en el pueblo de la Región de
    Palencia, Reino de León, llamado Paredes de Nava (la villa
    debió su origen a antiguas construcciones castrenses, de
    donde viene su nombre "Paredes", en tanto que "Nava" significa
    llanura en lengua vasca y
    majada en hebreo).

    Haciendo valer el contenido del viejo proverbio "Una madre vale
    mas que cien maestros", muchos biógrafos
    aciertan a observar que en la idiosincrasia de la madre de
    José radicaron las razones más profundas de la
    nobleza y el desinterés del Emancipador. A los seis
    años, quedó huérfana de madre. A los
    treinta, aún soltera, viajó al Río de la
    Plata con su primo Jerónimo Matorras, ilustre personaje
    que aspiraba a colonizar la región chaqueña,
    obteniendo para el logro de esa empresa el
    título de gobernador y Capitán General de
    Tucumán. Antes de emprender el viaje obtuvo Matorras
    licencia, otorgada el 26 de mayo de 1.767, para traer consigo a
    su prima Gregoria, a su sobrino Vicente y a otras personas.

    Llegada a Buenos Aires con don Jerónimo en 1767, fue el
    azar o la añoranza de su Tierra de
    Campos lo que le motivó a reunirse con paisanos.
    Así empezó a relacionarse con un bizarro
    capitán, oriundo de un pueblo próximo al suyo, que
    luego sería su esposo. En poco tiempo, se
    conocieron, se amaron y se prometieron. Pero, como el deber de
    las armas
    llevó al novio a un destino en las Misiones
    Jesuíticas del norte, la novia hubo de casarse, por
    poder, con un
    representante de su marido el capitán de dragones D. Juan
    Francisco de Somalo, el 1 de octubre de 1770, con las bendiciones
    del obispo de Buenos Aires, don Manuel de la Torre,
    también oriundo de otro pueblo palentino, Autillo de
    Campos. La escritura,
    otorgada por don Juan cuatro meses antes de la
    celebración, "por palabra de presente como ordena Nuestra
    Santa Madre, la Iglesia
    Católica Romana", se refiere a la novia con estas
    palabras: "doña Gregoria Matorras, doncella noble, con
    quien tengo tratado, para más servir a Dios Nuestro
    Señor, casarme".

    Desde que don Juan falleciera en Málaga a los sesenta y
    ocho años, teniendo José Francisco dieciocho,
    doña Gregoria no estuvo sola. Siempre le acompañaba
    el matrimonio
    formado por su hija María Elena y don Rafael
    González Menchaca, empleado de rentas, que le dio a su
    nieta Petronila.

    La muerte de
    dona Gregoria acaeció en Orense ( Galicia) el primero de
    junio de 1813, donde estaba destinado don Rafael. Tanto él
    como María Elena cumplieron los deseos de su madre, que
    había expresado en el mencionado testamento, la voluntad
    de que su cuerpo "sea amortajado con el habito de Santo Domingo
    de Guzmán". Ambos habían profesado en la Orden
    Tercera de Santo Domingo, en cuyo convento orensano fue
    inhumada.

    SAN MARTÍN AL SERVICIO DE LA
    CORONA ESPAÑOLA

    POR REAL VOLUNTAD,
    OFICIAL A LOS 15 AÑOS

    Las campañas del Rosellón ejercieron gran
    influencia sobre la preparación militar de San
    Martín para combatir y operar en ambientes
    montañosos y lo prepararon para su hazaña en el
    escenario gigantesco de los Andes.

    Los Pirineos constituyen la frontera natural entre España y
    Francia.
    Varios caminos principales superan los Pirineos y convergen hacia
    Perpiñán, la capital del
    Rosellón. En su itinerario, cruzados por diversas
    vías transversales, se tocan numerosas localidades
    pirenaicas, de las que destaca Boulou, que controla los accesos
    principales del área. Desde Perpiñán y a lo
    largo del río Tet y desde Boulou y a lo largo del
    río Tech, discurren sendos caminos hacia otros pasos de
    los Pirineos. El primero llega a un tercer acceso que une Bourg
    Madame, en Francia, con
    Puigcerdá, en España.

    En este escenario el cadete San Martín, del segundo
    batallón del regimiento Murcia "El Leal", hizo sus
    primeras armas en la
    guerra y
    conquistó los primeros ascensos de su carrera de
    oficial.

    Expondremos sintéticamente el desarrollo de
    las operaciones de
    guerra hasta
    la paz de Basilea, indicando la presencia que, en cada caso, tuvo
    la unidad en que revistaba San Martín.

    Los españoles desplegaron, inicialmente, tres
    ejércitos sobre la línea de los Pirineos. El
    principal, de 50.000 hombres, llamado Ejército de
    Cataluña, se escalonaba desde Barcelona hacia el norte,
    hasta Figueres, al mando del general Antonio Ricardos.
    Debía operar ofensivamente sobre el Rosellón, a
    favor de la superioridad numérica con que contaba
    inicialmente. En el oeste, un ejército de 15.000 hombres
    debía proteger las fronteras de Navarra y Guipúzcoa
    y se hallaba a las órdenes del general Ventura Caro,
    marqués de la Romana. Cubiertas las dos zonas principales
    de acceso transpirenaico, se destacó un cuerpo de 5.000
    combatientes al mando del general príncipe de
    Castelfranco, para proteger los flancos y actuar como reserva del
    Ejército de Cataluña.

    San Martín, de guarnición en Málaga, es
    trasladado, en 1793, con su batallón a Zaragoza, donde
    entra inicialmente en jurisdicción y autoridad del
    Ejército de Aragón. Poco después su
    compañía, la cuarta, es adelantada a La Seu
    d'Urgell, en dirección norte hacia Andorra.
    Mientras tanto los franceses se habían desplazado a su vez
    a Puigcerdá, bajo el mando del general Dagobert. Por su
    parte, Ricardos debe operar sobre el Rosellón, defendido
    por el general La Oulière. Para ello eludió lo que
    Lidell Hart llama la "línea de menor espera" y
    escogió la "aproximación directa", evitando
    penetrar en territorio francés por La Junquera-Le Perthus.
    Para asegurar su flanco oeste, ocupó la margen del
    río Tech y operó en dirección a Le Boulou con toda la masa de
    sus fuerzas, logrando su captura en una semana. De esta forma
    quedó en manos del jefe español el nudo de las
    comunicaciones
    terrestres que, rápidamente, se convirtió en un
    campo atrincherado. Finalmente decide, el general Ricardos,
    eliminar las amenazas que en el otro flanco, el este,
    significaban los fuertes de Collioure, Saint Elme y Port
    Vendrés, ya sobre el Mediterráneo. El 17 de junio
    de 1793, en el palacio de Aranjuez, el rey Carlos IV de
    Borbón, firmaba el despacho de ascenso a segundo
    subteniente de la 4ta. compañía de fusileros, del 2
    batallón del Regimiento de Murcia, del hasta entonces
    cadete José Francisco de San Martín. El 8 de julio,
    en su cuartel general de Thuir, el general Ricardos dispone el
    cúmplase de la real voluntad. El futuro Libertador es
    así, a los quince años, oficial en el famoso
    ejército de los grandes caudillos militares.

    A fines de octubre el general Ricardos dispone que el 2
    batallón del Murcia se desplace a Prats de Molió,
    sobre el río Tech, para subordinarse al conde de Molina.
    El nuevo agrupamiento debía atacar en dirección a Torre Batera y La Creu de
    Ferro, eludiendo por el oeste las posiciones enemigas de
    Peraldá y Mont Boulou. En estas acciones
    interviene con todo éxito San Martín.

    Pasado un período de inactividad, por la inclemencia del
    tiempo,
    Ricardos se sintió asediado por efectivos franceses cada
    vez más numerosos. La movilización "en masa" les
    había proporcionado 300.000 ciudadanos para marzo, y
    500.000 para agosto de ese año. Frente a estas fuerzas el
    general español opera con sus 40.000 hombres con acciones
    ofensivas, apoyadas en el área atrincherada de Boulou.

    A la sazón, el ministro Godoy propuso al monarca
    español un plan, que
    había sido inspirado por Doumouriez al zar Pablo,
    destinado a desembarcar en Normandía, Francia, un
    ejército aliado ruso- dinamarqués de 36.000
    hombres, con el apoyo naval inglés
    y español. Siguiendo estos propósitos
    estratégico-operacionales y con el fin de asegurar el
    control del
    litoral marítimo del Mediterráneo, que permitiera
    aprovechar el poder naval,
    el general Ricardos resolvió adueñarse de los
    fuertes de Banyuis-sur-Mer, Port Vendrés y Saint Elme. Con
    tal fin se constituyó una agrupación de combate
    bajo las órdenes del general Curten con el resultado de la
    captura de las alturas de Mont Boulou, Saint Marsall y las
    baterías de Villalonga. En todas estas acciones San
    Martín revistó en la 4a columna del general
    Carbajal.

    El mariscal de campo De la Cuesta, que había de ganar
    sólida reputación en las luchas contra
    Napoleón, reemplaza ahora al general Curten y toma a su
    cargo las acciones a
    lanzar contra los fuertes de Port Vendrés, Collioure y
    Saint Elme. En sus fuerzas están los batallones del
    Regimiento de Soria y también los del Murcia: en ellos
    revistan, precisamente, los tres hermanos San Martín.
    Nuevamente el ejército español conquista sus
    objetivos y
    obtiene una victoria.

    Simultáneamente se desarrollan otras acciones que
    empujan a las fuerzas francesas a encerrarse en
    Perpiñán, cambiando radicalmente la
    situación: los ejércitos franceses han vuelto a sus
    fronteras del norte y del este.

    Ante esta realidad, el ministro francés Carnot arroja
    constantemente nuevos contingentes en la balanza militar, en la
    que se juega la suerte de Francia y de
    Europa, y donde
    ya luchan nueve ejércitos franceses con 750.000 hombres.
    Tolón había sido recuperada, en otro frente, por el
    acierto táctico de un joven y desconocido capitán
    de artillería llamado a ser el "hombre del
    destino": Napoleón Bonaparte. En Madrid las estructuras
    reales crujen agitadas por la corrupción, la cortesanía, las
    nuevas ideas y la acción de la masonería. El
    comandante victorioso, Ricardos, acaba de fallecer y toma el
    comando el conde de la Unión, su lugarteniente. Obviamente
    las perspectivas, al recomenzar las operaciones, ya
    no eran las mismas.

    Integran ahora el Ejército de Cataluña, junto con
    las tropas españolas, una legión francesa de
    voluntarios legitimistas, al mando del duque de San Simón,
    y un cuerpo de portugueses a órdenes del general Forbes.
    Los franceses, como queda dicho, habían reforzado
    considerablemente sus efectivos comandados, en esa zona, por el
    general Dugoumier. Ello obligará al conde de la
    Unión a repasar los Pirineos, abandonando la masa de su
    artillería. No obstante, ocupará al sur de la
    cadena montañosa, ya en territorio español, la
    línea general de San Lorenzo a la Moga- Llausa, apoyada en
    su centro sobre la fortaleza de Figueres. De tal modo el frente
    quedará sustancialmente estabilizado.
    Simultáneamente, en los Pirineos occidentales, se
    desarrollaron diversas acciones a cargo del virrey de Navarra,
    Martín Alvarez de Sotomayor, por el lado español, y
    del general Muller, del lado francés, y en las que se
    distinguió un joven general que sería luego
    mariscal del Imperio: Moncey.

    Corría el año 1794 y el conde de la Unión ya
    había decidido replegar sus fuerzas hacia España.
    Una de estas acciones de retirada es la salida del 2
    batallón contra la ermita de Sant Lluc, ataque en el que
    participa San Martín, según consta en su foja.
    Más tarde los batallones del Murcia, a órdenes del
    general Navarro, defienden las plazas de Port Vendrés y
    Collioure. Se lee en la foja del emancipador que lo hacen
    "resistiendo el ataque que dan los enemigos al oeste, en mayo de
    1794". Luego participa San Martín en el ataque a las
    baterías francesas del general Dugoumier, en proximidades
    de San Telmo. Finalmente, los efectivos del Murcia se constituyen
    en guarnición en Collioure, hasta que el general Navarro
    capitula, el 26 de mayo de 1794, cesando toda resistencia en la
    región. San Martín es ahora prisionero de guerra.

    Dicen las Ordenanzas Militares Españolas que "ser
    prisionero sin menoscabo del honor militar, es un acto de
    servicio". La
    capitulación permite a San Martín, según era
    la práctica en la época, el regreso a España,
    junto con sus compañeros, bajo el compromiso de no hacer
    armas hasta la
    firma de la paz.

    En julio de 1794 San Martín es ascendido a primer
    subteniente y en mayo del año siguiente, antes de la firma
    del Tratado de Paz de Basilea, es nuevamente ascendido a 2
    teniente. Su "cursus honorum" militar nos lo muestra a los 17
    años como un soldado en brillante tránsito
    profesional.

    La paz, con honor, se hizo. España
    sólo perdió el actual territorio de Haití,
    en la isla Santo Domingo, y recuperó todo lo ocupado por
    los franceses en la península. Al mismo tiempo el Tratado
    de Basilea constituía al monarca español en
    árbitro de las cuestiones de Francia con
    Portugal, Nápoles, Cerdeña y los Estados Papales.
    La consecuencia decisiva para la marcha de la historia fue, en cambio, que
    España se convirtió en satélite de
    Francia.

    En la relación de causas y efectos que determinan los
    procesos
    históricos, queda también como consecuencia
    relevante de esta guerra, la
    promoción de Godoy, ahora Príncipe
    de la Paz, a un nivel de autoridad
    importantísima. Su influencia habrá de ser uno de
    los factores negativos y de deterioro determinantes en los
    sucesos que llevaron primero, al motín de Aranjuez y
    luego, a la abdicación de Carlos IV y, consecuentemente, a
    los sucesos de Bayona. Estos traerán la guerra llamada de
    la Independencia
    de España y, necesaria y naturalmente, los graves problemas
    políticos y militares en América
    que provocarán, al final, su emancipación.

    La alianza con Francia significará la lucha contra
    Inglaterra y,
    después del 2 de mayo de 1808, y al enfrentarse entonces
    España contra Napoleón, el poder naval
    inglés,
    dueño de los mares desde Trafalgar, tendrá
    fundamental importancia en el apoyo a la insurrección
    americana.

    Cuando San Martín arribe al Plata llegará un
    hombre maduro
    plenamente, y forjado en muchas, difíciles y muy complejas
    vicisitudes; con claras y sólidas ideas y con la
    experiencia vital sensible, recogida como actor de conflictos
    desarrollados con la violencia de
    las armas.
    Traerá también en el espíritu las lecciones
    que da el
    conocimiento de muchas de las figuras del drama bélico
    en Europa, a quienes
    conoció y admiró el joven oficial San
    Martín. Surgen así los nombres de Wellington,
    Antonio Malet, el marqués de Coupigny; los generales
    Ricardos, Urrutia y Castaños; el brigadier Francisco
    Solano y Ortiz de Rosas, de quien
    fuera edecán militar y testigo de su vil asesinato en
    Cádiz. Aparecen, igualmente, los nombres de los mariscales
    de Francia: Augereau, duque de Castiglione, de quien dijo Desaix
    que "era un soldado como pocos"; Moncey, duque de Conegliano, de
    quien afirmó Napoleón que "era un hombre
    honesto, respetado, experto montañés, firme y
    metódico comandante"; Lannes, duque de Montebello y
    príncipe de Sieves, de quien opinó también
    el emperador "cuando lo hallé era un espadachín,
    cuando lo perdí, un paladín; el más bravo
    entre los bravos, el ideal de un comandante de la vanguardia."

    San Martín combatió largos años contra los
    ejércitos que cantaban "La Marsellesa": en la guerra de la
    Independencia
    española combatió contra Bessieres, aquel que
    vivió como Bayardo y murió como Turena; contra
    Soult el de la mano de hierro y
    contra el famoso Ney.

    San Martín llegará al Río de la Plata
    siguiendo "el destino que lo llama", cuando a la colosal empresa de
    Conquistadores y Adelantados la sustituyen simples funcionarios
    que ya no llegan a América
    para fundar, civilizar y ganar honras ni conquistar nuevos
    pueblos para la fe y para el provecho y grandeza de la corona
    española. El trono de los Reyes Católicos
    será sólo una simple metrópoli y una
    frívola corte y, finalmente, será ocupado por un
    rey usurpador. Entonces, el pueblo español, aquel 2 de
    Mayo de 1808, se pondrá de pie, tizona en mano, para
    recoger sus estandartes caídos en el polvo; para asumir
    sus derechos y
    recuperar su independencia,
    su honor y su gloria.

    También eso ocurrió el 25 de Mayo de 1810, a
    orillas del Plata, cuando el pueblo de Buenos Aires, hermano de
    los pueblos de Madrid, de Cádiz o de Sevilla,
    asumió como ellos el poder que
    revertía al pueblo para que éste ejerciera sus
    propios derechos
    políticos.

    LA VUELTA DEL PROCER AL PAÍS

    RETORNO AL PAIS
    NATIVO

    Marzo de 1812. En su edición correspondiente al viernes
    13, un periódico
    local -"La Gaceta de Buenos Aires"- hace pública la
    llegada de la fragata inglesa George Canning. Informa que a su
    bordo arribaron como pasajeros seis americanos y un europeo,
    todos oficiales de las armas de la Monarquía. Entre ellos,
    el teniente coronel José Francisco de San Martín,
    quien así retorna a su país nativo, al país
    de su nacimiento.

    EL RECIÉN
    LLEGADO

    ¿Quién es este Teniente Coronel recién
    llegado? Muy pocos recuerdan a su padre y a su madre, aunque
    sí quedan todavía unos pocos parientes o amigos de
    uno y de otra; menos son, seguramente, los que a él lo
    conocieron niño, durante su breve paso por las bandas
    rioplatenses.

    Esbocemos en lo físico, en lo moral, en el
    carácter, a este criollo, según lo verán en
    los próximos años sus compatriotas y los americanos
    que compartirán con él luchas y afanes. Su estatura
    no pasa de 1,70 m y casi seguramente no llega a tal medida, pero
    impresiona como tanto o más porque el recién
    llegado está siempre erguido, con presencia castrense. El
    rostro se muestra moreno,
    ya por coloración natural de la piel, ya por
    la huella que en él ha dejado el servicio
    prestado a campo abierto. La nariz es aguileña y grande.
    Los prominentes y negros ojos no permanecen nunca quietos y son
    dueños de una mirada vivísima. Posee una inteligencia
    poco común y sus conocimientos van más allá
    de los propios de una estricta formación profesional. De
    maneras tranquilas y modales que revelan esmerada educación,
    según los momentos es dicharachero y familiar, severo y
    parco, optimista y dispensador de ánimo para quienes lo
    han perdido o vacilan. Ni en este momento de su retorno ni en el
    futuro, alguien podrá tacharlo de indiscreto, llegando en
    ocasiones a ser por necesidad, casi críptico o disimulador
    sin mentira.

    Escribía lacónicamente, con estilo y pensamiento
    propios, dice Bartolomé Mitre ("Historia de San
    Martín y la Emancipación Americana"). Poseía
    el francés, leía con frecuencia y, según se
    desprende de sus cartas, sus
    autores predilectos eran Guibert y Epicteto, cuyas máximas
    observaba, o procuraba observar, como militar y como
    filósofo práctico. Profundamente reservado y
    caluroso en sus afecciones, era observador sagaz y penetrante de
    los hombres, a los que hacía servir a sus designios
    según sus aptitudes. Altivo por carácter y modesto
    por temperamento y por sistema
    más que por virtud, era sensible a las ofensas, a las que
    oponía por la fuerza de la
    voluntad un estoicismo que llegó a formar en él una
    segunda naturaleza.

    POR QUE, PARA QUE
    RETORNA

    En tres ocasiones, el futuro Libertador explicará por
    qué y para qué decidió retornar a América. Así, en 1819,
    dirá:

    "Hallábame al servicio de la
    España el año de 1811 con el empleo de
    comandante de escuadrón del Regimiento de
    Caballería de Borbón cuando tuve las primeras
    noticias del movimiento
    general de ambas Américas, y que su objetivo
    primitivo era su emancipación del gobierno
    tiránico de la Península. Desde este momento, me
    decidí a emplear mis cortos servicios a
    cualquiera de los puntos que se hallaban insurreccionados:
    preferí venirme a mi país nativo, en el que me he
    empleado en cuanto ha estado a mis
    alcances: mi patria ha recompensado mis cortos servicios
    colmándome de honores que no merezco…"

    Y en 1827, hablando de sí en tercera persona,
    manifestará:

    "El general San Martín no tuvo otro objeto en su ida a
    América
    que el de ofrecer sus servicios al Gobierno de
    Buenos Aires: un alto personaje inglés
    residente en aquella época en Cádiz y amigo del
    general, a quien confió su resolución de pasar a
    América, le proporcionó por su
    recomendación pasaje en un bergantín de guerra
    inglés
    hasta Lisboa, ofreciéndole con la mayor generosidad sus
    servicios pecuniarios que, aunque no fueron aceptados, no dejaron
    siempre de ser reconocidos."

    Y corridos veinte años, volvió sobre el tema al
    decir a Ramón
    Castilla:

    "Como usted, yo serví en el ejército
    español, en la Península, desde la edad de trece a
    treinta y cuatro años, hasta el grado de teniente coronel
    de caballería. Una reunión de americanos en
    Cádiz, sabedores de los primeros movimientos acaecidos en
    Caracas, Buenos Aires, etc., resolvimos regresar cada uno al
    país de nuestro nacimiento, a fin de prestarle nuestros
    servicios en la lucha, pues calculábamos se había
    de empeñar."

    Retorna, entonces, porque ha tenido noticia de los importantes
    sucesos que están ocurriendo y para ofrecer sus servicios
    militares a la tierra de
    su nacimiento. Algunos no lo creerán así y tras su
    llegada comienzan a correr las versiones más
    contradictorias o disparatadas: así, se llega a decir, con
    intención que no necesita ser explicada, que es un
    espía, que es agente francés, que lo es, sí,
    pero británico. Con el correr de los años, y
    aún después de la muerte de
    San Martín, se seguirá dando aliento a estas
    patrañas, a estas especiales maneras que tienen algunos
    para exhibirse sabedores de lo que todos desconocen. Mas nadie
    encontrará el menor dato que favorezca sus aserciones
    hechas a media voz, ninguno de sus impugnadores podrá
    valerse del menor principio de prueba en favor de tesis tan
    peregrinas como reiteradas.

    SU ALOJAMIENTO Y
    DESEMPEÑO EN EL VIRREINATO

    La Gazeta, órgano oficial del Gobierno, en su
    edición del viernes 13 de marzo de 1812, consignó
    los nombres de los oficiales recién llegados. Todos ellos,
    con excepción del teniente coronel San Martín y el
    primer teniente de Guardias Valonas Eduardo Kalitz, barón
    de Holmberg, tenían familia en Buenos
    Aires. El capitán de infantería Francisco de Vera,
    el capitán de milicias Francisco Chilavert y el
    alférez de navío José Matías Zapiola
    habían sido arrestados en Montevideo el 12 de julio de
    18l0 por las autoridades españolas, a causa de su
    adhesión a los patriotas de la Junta de Buenos Aires.
    Encarcelados y enviados a España, obtuvieron en
    Cádiz su libertad y se
    fugaron luego a Londres. El capitán Francisco Chilavert
    viajó en la "George Canning" con sus hijos José
    Vicente, que se hizo muy amigo de San Martín, y
    Martiniano, futuro coronel argentino, quien entonces sólo
    contaba ocho años de edad. El alférez Zapiola
    tenía a su hermano Bonifacio, abogado en el Superior
    Tribunal de Justicia de
    Buenos Aires, quien había también adherido a la
    causa de Mayo.

    Las estrechas y profundas relaciones de amistad y
    camaradería existentes en ese momento entre Alvear y San
    Martín, hacen aparecer como muy probable que la encumbrada
    familia
    Balbastro albergara a nuestro héroe. En esa casa
    vivía la abuela de Carlos de Alvear, doña Bernarda
    Dávila, dama porteña viuda desde 1.802 del
    acaudalado comerciante aragonés don Isidro José
    Balbastro, dueño que fue – según su testamento- de
    una tienda "muy bien surtida" en sociedad nada
    menos que con Gerónimo Matorras, primo hermano de la madre
    de José de San Martín, con quien Gregoria Matorras
    llegó a Buenos Aires, cuando ya casado con doña
    Manuela de Larrazábal volvía con el nombramiento de
    gobernador de Salta del Tucumán, donde se hizo famoso como
    explorador del Chaco. Esta vieja e íntima relación
    familiar refuerza, sin duda, la posibilidad de que San
    Martín inaugurara su estada porteña en el hogar de
    los Balbastro.

    Dispuesto el alojamiento y equipaje, urgía sin duda
    clarificar sus propósitos ante las autoridades de Buenos
    Aires, que no eran sino las del Triunvirato.

    Estos individuos han venido a ofrecer sus servicios al Gobierno, y han
    sido recibidos con la consideración que merecen por los
    sentimientos que protestan en obsequio de los intereses de la
    patria

    También, las noticias que traían estos oficiales,
    de las que eran testigos presenciales, no podían menos que
    suscitar regocijo en los responsables del Gobierno.
    Presentían que podía haber un cambio
    favorable en la situación política y
    estratégica que reforzara su precario poder.
    Bernardo Monteagudo, director de la Gazeta desde el pasado
    diciembre de 1811, encabezó sus "Noticias políticas"
    con la crónica mencionada del viernes 13 de marzo
    proclamando el descalabro del ejército español en
    la Península: "El 9 del corriente ha llegado a este puerto
    la fragata inglesa George Canning procedente de Londres en 60
    días de navegación; comunica la disolución
    del ejército de Galicia y el estado
    terrible de anarquía en que se halla Cádiz dividida
    en mil partidos, y en la imposibilidad de conservarse por su
    misma situación política. La
    última prueba de su triste estado son las
    emigraciones frecuentes a Inglaterra, y
    aún más a la América Septentrional…"
    Lo que San Martín expuso en esta ineludible reunión
    surge muy claro de sus propias expresiones a lo largo de su vida.
    Para lograr el alto ideal del bien común para los
    americanos, creía indispensable su independencia,
    por lo que venía a ofrecer sus servicios como militar al
    gobierno de su país nativo. Así lo dijo a los siete
    años de su llegada a Buenos Aires, cuando elevó su
    renuncia como general en jefe del Ejército de los Andes al
    director supremo, el 31 de julio de 1.819:

    "Hallábame al servicio de España el año de
    1.811, con el empleo de
    comandante de escuadrón del Regimiento de
    Caballería de Borbón, cuando tuve las primeras
    noticias del movimiento
    general de ambas Américas; y que su objeto primitivo era
    su emancipación del gobierno tiránico de la
    Península. Desde ese momento me decidí a emplear
    mis cortos servicios a cualquiera de los puntos que se hallaban
    insurreccionados: preferí venirme a mi país nativo,
    en el que me he empleado en cuanto ha estado a mis
    alcances: mi Patria ha recompensado mis cortos servicios
    colmándome de honores que no merezco…".

    Ocho años más tarde, en abril o mayo de 1.827,
    entre otros interrogantes planteados por el general Miller para
    completar las Memorias que
    éste escribió, le respondió: "El general San
    Martín no tuvo otro objeto en su ida a América que
    el de ofrecer sus servicios al Gobierno de Buenos Aires…".

    Finalmente, a treinta y seis años de su arribo al
    Río de la Plata y veintiuno de la precedente carta,
    escribió al general Castilla, el 11 de septiembre de
    1.848: "Como usted, yo serví en el ejército
    español, en la Península, desde la edad de trece a
    treinta y cuatro años, hasta el grado de teniente coronel
    de Caballería. Tras una reunión de americanos, en
    Cádiz, sabedores de los primeros movimientos acaecidos en
    Caracas, Buenos Aires, etc., resolvimos regresar cada uno al
    país de nuestro nacimiento, a fin de prestarles nuestros
    servicios en la lucha, pues calculábamos se había
    de empeñar…".

    Este claro propósito es la raíz de la heroicidad
    sanmartiniana: quiere ser, fervorosamente, un auténtico
    soldado argentino para la independencia
    americana.
    Quince años más tarde, entre abril y mayo de 1.827,
    en contestación a preguntas que le dirigió el
    General Miller dirá: "Formo un regimiento de Granaderos a
    Caballo": "Hasta la época de la formación de este
    cuerpo, se ignoraba en las Provincias Unidas la importancia de
    esta arma, y el verdadero modo de emplearla, pues generalmente se
    le hacia formar en línea con la infantería para
    utilizar sus fuegos. La acción de San Lorenzo
    demostró la utilidad del uso
    del arma blanca en la Caballería tanto más
    ventajosa en América cuanto que lo general de sus hombres
    pueden reputarse como los primeros jinetes del mundo". La
    necesidad de una pedagogía para iniciar a los gobernantes
    sobre el
    conocimiento de esta arma quedó corroborada en las
    Memorias
    Póstumas del general José María Paz, quien
    dijo: "Hasta que vino el general San Martín, nuestra
    Caballería no merecía ni el nombre, y dotados
    nuestros hombres de las mejores disposiciones, no prestaban
    buenos servicios en dicha arma porque no hubo un jefe capaz de
    aprovecharlas". Afirmaba lo que luego practicará
    sistemáticamente, especialmente en Mendoza, que era
    indispensable, primero, formar un cuerpo de oficiales altamente
    seleccionados y educado, para preparar después a fondo a
    los suboficiales y soldados en el campo de instrucción. El
    joven teniente coronel conocía por propia experiencia,
    porque lo había visto y vivido, los dos métodos y
    sus resultados: el de la enseñanza detallada y
    perseverante en el cuartel y campamento, y el de la
    improvisación sobre el campo de batalla: aquél
    logra organizaciones
    sólidas para la batalla; en cambio, el
    último es mejor medio para obtener la propia
    destrucción y desbande ante enemigo capacitado.

    SAN MARTÍN: EL
    MILITAR

    CREACIÓN DE UN CUERPO
    PROPIO

    HISTORIA DEL REGIMIENTO

    La mente rememora los años difíciles de las viejas
    colonias de España en el nuevo mundo, empeñadas en
    romper definitivamente los artificiosos lazos políticos
    existentes por la fuerza con la
    monarquía borbónica para surgir, dentro de la
    comunidad
    internacional, como Estados soberanos plenos de derecho e iniciar
    la honrosa misión de
    materializarse como naciones en la amplitud del concepto.

    Años terribles de lucha, sin dar ni pedir cuartel al
    adversario, desarrollada en la más impresionante de las
    pobrezas, sin recursos, ni
    erario público, ni organización, ni nada material, con la sola
    excepción de un espíritu y una voluntad de ser
    libres e independientes de todo poder extranjero de la tierra.

    El Regimiento de Granaderos a Caballo fue exitoso. En referencia
    a esto, Mitre expresó:

    "Concurrió a todas las grandes batallas de la
    Independencia, dio a la América diecinueve generales,
    más de doscientos jefes y oficiales en el transcurso de la
    revolución, y después de derramar su
    sangre y
    sembrar sus huesos desde el
    Plata hasta el Pichincha, regresó en esqueleto a sus
    hogares, trayendo su viejo estandarte bajo el mando de uno de sus
    últimos soldados ascendido a coronel en el espacio de
    trece años de campaña.»

    Trece años tremendos de sacrificios en el espacio y en el
    tiempo signan
    toda la épica trayectoria del Regimiento Granaderos a
    Caballo, bautizado con dicho nombre por el propio San
    Martín; Granaderos de Los Andes, llamados después
    durante la campaña o, también, Granaderos a Caballo
    de Buenos Aires, denominados así en algunas oportunidades
    para distinguirlos por su lugar de origen y cuyas páginas,
    escritas a fuerza de
    coraje e indeclinable valor, resumen
    la epopeya de la gran patria americana.

    CREACIÓN DEL
    CUERPO

    La historia del Regimiento comienza juntamente con la
    aparición de San Martín en el escenario americano,
    apenas dos años después del grito de
    rebeldía de mayo de 1810. Con fecha 16 de marzo el
    gobierno superior provisional de las Provincias Unidas del
    Río de la Plata, con las firmas de Chiclana, Sarratea y
    Rivadavia, expide el nombramiento efectivo de José de San
    Martín como Teniente Coronel de caballería y
    "Comandante del Escuadrón de Granaderos que ha de
    organizarse", el que sería a lo largo de la tenaz lucha
    emprendida contra el poder real, el alma y el cuerpo vertebral
    del éxito del pronunciamiento revolucionario.

    La razón de la formación del Escuadrón de
    Granaderos a Caballo en aquel año y oportunidad no
    constituye una cuestión de mera rutina en el planeamiento de
    la estructuración de la fuerza armada
    que necesitaba el país.

    Para la concreción del mismo, San Martín
    había expuesto detalladamente ante el gobierno la
    necesidad de formar un cuerpo modelo, donde
    privara la calidad humana de
    sus integrantes sobre la cantidad, de tal manera que
    dotándolo de un espíritu, fuera el núcleo de
    un ejército disciplinado y moderno, capaz de combatir con
    todas las probabilidades de éxito contra las veteranas
    fuerzas del rey.

    Conviene acotar, como muy bien lo señala el Teniente
    Coronel Anschutz, en su "Historia del Regimiento Granaderos a
    Caballo", la razón por la cual aparecía la
    creación de una unidad orgánica, sin las
    formalidades de un decreto o resolución
    específica.

    "En los albores de nuestra nacionalidad – expresa- era una
    modalidad de parte de los hombres de gobierno, cuando las
    necesidades de Estado o de
    guerra exigían la creación u organización de varias unidades, buscar en
    principio a los jefes que las iban a comandar,
    extendiéndoles el despacho de tal en la unidad que a
    partir de esa fecha se iba a formar. Cada jefe proponía en
    una lista sus colaboradores inmediatos y aún los oficiales
    que conocían, o se los habían recomendado."

    Formaron en el núcleo inicial de aquel escuadrón,
    que sirviera de base para la integración del regimiento, el cual puede
    darse por constituido como tal en mayo de 1812, los siguientes
    jefes y oficiales:

    En la plana mayor como Comandante el Teniente Coronel don
    José de San Martín; el Sargento Mayor don Carlos
    María de Alvear; el Ayudante Mayor don Francisco Luzuriaga
    y el Portaguión don Manuel Hidalgo.

    El escuadrón, dividido en dos compañías,
    estaba integrado así: En la primera el Capitán don
    José Zapiola, el Teniente don Justo Bermúdez y el
    Alférez don Hipólito Bouchard. En la segunda el
    Capitán don Pedro Vergara, el Teniente don Agenor Murillo
    y el Alférez don Mariano Necochea.
    Como puede apreciarse, ya figuraban nombres que después,
    con el correr del tiempo, se
    harían ilustres en la historia de la patria. En total, el
    número de efectivos del escuadrón era de dos jefes,
    ocho oficiales, nueve sargentos, un trompeta, tres cabos y
    treinta y un granaderos.

    ORGANIZACIÓN DEL
    REGIMIENTO

    Las enormes dificultades originadas por los problemas
    derivados de las acciones de guerra empeñadas contra los
    realistas como la rigurosa selección del personal,
    impuesta por el propio San Martín, fueron
    obstáculos que impidieron en un principio la pronta
    organización del cuerpo.

    Con fecha 11 de setiembre de 1812 se crea, por decreto, el
    segundo escuadrón, y el 5 de diciembre de ese mismo
    año, con las firmas de Rodríguez Peña,
    Alvarez Jonte y de Tomás Guido como secretario interino de
    Guerra, se dispone la formación del tercer
    escuadrón.

    Hasta ese momento las comunicaciones
    dirigidas por el gobierno al Teniente Coronel San Martín
    son en calidad de
    «Comandante de Granaderos a Caballo», figurando
    incluso esa misma denominación en las listas de revistas
    efectuadas.

    En la misma forma como se había procedido al crear el
    Cuerpo, es recién con el decreto ascendiendo a Coronel a
    San Martín, con fecha 7 de diciembre de 1812, que se usa
    por primera vez el nombre de Regimiento.

    Expresa el mismo, en su parte resolutiva: "Atendiendo a los
    méritos del Comandante don José de San
    Martín ha venido a conferirle el empleo de
    Coronel del Regimiento de Granaderos a Caballo,
    concediéndole las gracias, exenciones y prerrogativas que
    por este título le corresponden."

    Como lo señala el Teniente Coronel Anschutz en su estudio
    sobre la ubicación inicial del regimiento al no
    encontrarse decretos u órdenes para el alojamiento
    inmediato del primer escuadrón de Granaderos a Caballo, se
    supone que al darse la orden de su organización se haya indicado verbalmente
    al Teniente Coronel San Martín, que momentáneamente
    ocupara el cuartel de la Ranchería (Perú y
    Alsina).

    Posteriormente, con fecha 5 de mayo de 1812, con la firma de
    Miguel de Azcuénaga, se ordena que… "… queda puesto a
    disposición del Comandante del nuevo escuadrón de
    Granaderos a Caballo, el cuartel que ocupa en el Retiro el
    Regimiento de Dragones de la Patria; y lo aviso a V.S. en
    contestación a su oficio de ayer en que me comunica
    haberlo ordenado así el Superior Gobierno."

    Esta zona era conocida desde la época de las invasiones
    inglesas como Cuartel del Retiro, siendo su ubicación
    aproximadamente la zona que bordea la actual plaza San
    Martín (Arenales y Maipú).

    Frente al mismo Regimiento, ante la curiosa mirada de los
    habitantes de la zona del Retiro, se realizaban diariamente las
    prácticas en el llamado "Campo de la Gloria" denominado
    luego de la Revolución
    de Mayo, como "Campo de Marte."

    SAN LORENZO, EL
    BAUTISMO

    No había transcurrido un año desde su
    creación cuando el 3 de febrero de 1813 tocaría al
    regimiento recibir su bautismo de fuego allá en San
    Lorenzo, a orillas mismas del Paraná.

    Aquella madrugada ciento veinte hombres, divididos en dos
    divisiones de sesenta granaderos cada una, al mando del propio
    San Martín y del Capitán Bermúdez se lanzan
    con furia incontenible sobre doscientos cincuenta realistas que
    avanzaban, al mando del Capitán Antonio de Zabala desde el
    puerto de San Lorenzo en dirección al convento de San Carlos, en una
    de sus habituales recorridas requisando víveres y
    elementos de los pueblos del litoral argentino.

    El choque fue tremendo, y pese a que los godos alcanzaran a
    formar en martillo para contener la embestida, los sables y las
    lanzas de los granaderos pronto los sumieron en el desastre,
    materializado en 40 muertos, 14 prisioneros, 12 de ellos heridos,
    dos cañones, 40 fusiles y una bandera arrancada al
    portaestandarte enemigo con riesgo de su vida
    por el Alférez Hipólito Bouchard, el mismo que
    después, al mando de la fragata "La Argentina",
    dejara en todos los mares del mundo la estela imborrable de
    hazañas increíbles.

    Allí mueren, junto al granadero de origen francés
    Domingo Perteau, el oriental Amador, el chileno Alzogaray y los
    argentinos Luna, Bustos, Sylvas, Saavedra, Bargas,
    Márquez, Díaz, Gurel, Galves, Gregorio y Cabral,
    catorce en total, en cuyo recuerdo las calles internas del
    cuartel de Palermo llevan sus venerados nombres.

    Días más tarde fallece también, a resultas
    de las heridas recibidas, el Capitán Justo Germán
    Bermúdez, el primer jefe de escuadrón del
    regimiento muerto en combate.

    La acción, breve en tiempo, dada la pujanza de la carga de
    los granaderos, tiene hondo contenido emocional.

    En aquel combate la valentía de dos hombres salvan la vida
    del jefe del alcance de las bayonetas españolas cuando
    queda aprisionado en el sueldo por la muerte de
    su caballo.

    Uno es el granadero Juan Bautista Baigorria, puntano de origen,
    el "postergado", como lo llaman en su tierra, tal
    vez con razón, pues poco o nada se sabe de este valiente
    que salva la vida de su Coronel matando al godo que
    pretendía ultimarlo aprovechando la difícil
    situación.

    El otro es el granadero Juan Bautista Cabral, oriundo de
    Corrientes, que no vacila en echar pie a tierra en
    medio de aquel entrevero de sables, bayonetas, sangre y polvo,
    consiguiendo zafar del caballo al Coronel San Martín,
    recibiendo dos mortales heridas a raíz de las cuales deja
    de existir poco tiempo después mientras repite en su
    agonía: "muero contento… hemos batido al enemigo."

    A raíz de este hecho, por un decreto del superior
    gobierno, se ordena: "Fíjese en el cuartel de granaderos
    un monumento que perpetúe recomendablemente la existencia
    del bravo granadero Juan Bautista Cabral en la memoria de
    sus camaradas."

    Cabe señalar también otro hecho de honda
    significación espiritual. En el canje de los prisioneros
    efectuado con los realistas vienen tres lancheros paraguayos, dos
    de los cuales resuelven incorporarse al regimiento.

    LA BANDA ORIENTAL Y EL ALTO
    PERU COMO
    ESCENARIOS DE LUCHA

    Después de San Lorenzo, a los efectos de que
    se…"…active y haga ejecutar el plan de operaciones que
    sea necesario para la defensa de la Capital, en
    cualquier evento de ataque o incursión…"

    …se nombra al Coronel don José de San Martín, con
    fecha 4 de junio de 1813, Comandante de las fuerzas de la
    Capital.

    A partir de ese entonces el regimiento, al par de cumplir con su
    planeamiento
    de instrucción destina varios destacamentos sobre el
    Litoral a los efectos de proteger las poblaciones
    ribereñas de las incursiones realistas.

    Pronto habrían de abrirse otros horizontes de lucha para
    el Regimiento. La difícil situación en el Norte,
    agravada por las sucesivas derrotas de Vilcapugio y de Ayohuma,
    las cuales ponen en peligro toda la frontera de la patria, mueven
    al gobierno a nombrar, con fecha 3 de diciembre de 1813, al
    Coronel San Martín como Jefe de la expedición
    auxiliadora al ejército de Belgrano, que venía
    retirándose en dirección a Tucumán.

    Integraron esta división, además del primer
    batallón del 7 de Infantería y de un piquete de 100
    artilleros, el 1º y 2º escuadrón del Regimiento
    de Granaderos a Caballo, los que llegan a Tucumán el 12 de
    enero de 1814.

    Desde esa fecha hasta el 10 de septiembre de 1816, en que se
    mueven en dirección a Mendoza, por el camino que atraviesa
    La Rioja, luchan en las lomas de San Lorenzo con las tropas de la
    vanguardia; en
    guerrillas en Humahuaca, Yaví, Casavindo, Toldos, Bermejo,
    etcétera, en el combate de Barrios; en la sorpresa del
    Tejar, en Puesto del Marqués, en Mochara y en la derrota
    de Sipe- Sipe, donde el regimiento, al mando del Teniente Coronel
    Juan Ramón
    Rojas, salvó con su arrojo y valor el honor
    de la triste jornada.

    Mientras el 1 y 2º escuadrón combatían en el
    Alto Perú, el resto del regimiento, al que ya se le
    había agregado el 4º escuadrón, a
    órdenes del Teniente Coronel José Matías
    Zapiola queda en tareas de reorganización e
    instrucción en la Capital.

    Prontamente, sin embargo, habrían de embarcarse rumbo a la
    Banda Oriental a reforzar el ejército de Oriente.

    El 22 de junio de 1814 el 3º y 4º escuadrón de
    los granaderos entraban en la Plaza Fuerte de Montevideo a la
    cabeza de la columna vencedora.

    Lo importante de esta campaña, como anota Félix
    Best, es que…"ningún otro suceso podía valer
    tanto para la seguridad de la
    independencia como la rendición de Montevideo, que era
    como cerrar para siempre a España las aguas del Río
    de la Plata, única vía por donde podría
    alcanzar a tocar Buenos Aires, centro y corazón de
    la causa de la independencia en toda América del Sur.

    "Salvada la capital, sobre cuya energía reposaba la
    independencia de Chile y
    Perú, todo podía venir mal, que ya
    encontrarían los invasores, ejércitos y pueblos que
    los obligarían a retroceder. La rendición de
    Montevideo salvó a la capital de las provincias argentinas
    y a la América del Sur."

    LA GRAN
    HAZAÑA

    A mediados de agosto llegan a Mendoza el 3º y 4º
    escuadrón que habían intervenido en la
    campaña de la Banda Oriental.

    Llegaban a los bordes mismos de la cordillera, donde durante un
    año se prepararían para vencer, no solamente al
    adversario realista, sino a aquella mole gigantesca que
    aparecería imperturbable e imposible ante la audacia
    increíble de aquellos hombres.
    Mitre ha definido con palabras precisas todo ese planeamiento
    realizado por San Martín para preparar la epopeya.

    "La
    organización del Ejército de los Andes – dice-
    es uno de los hechos más extraordinarios de la historia
    militar. Máquina de guerra armada pieza por pieza, todas
    sus partes componentes respondían a un fin, y su conjunto
    a un resultado eficiente de antemano calculado. Arma de combate
    forjada por el uso diario se dobla elásticamente, pero no
    se quiebra
    jamás."

    Al terminar el año 1816 el Regimiento de Granaderos se
    halla en perfectas aptitudes de comenzar la empresa.
    Tonificados por la dura instrucción, persuadidos de su
    propio valor,
    sólo esperan la orden de atravesar aquellas
    montañas inmensas, sabiendo que luchaban por la libertad de
    otros pueblos hermanos y sin saber si volverían o
    quedarían sus huesos jalonando
    los caminos de marcha.

    El día 5 de enero de 1817, ante el pueblo entero de
    Mendoza, los soldados del Ejército de los Andes juran a la
    Virgen Generala y a la Bandera de los Andes, simbolizando con
    aquel solemne acto el espíritu de la epopeya que
    iniciaban, conciliando la fe de un pueblo con el pabellón
    de una empresa que
    amparaba, bajo los pliegues generosos, el sentimiento fraterno de
    libertad que
    inspiraba a los soldados argentinos.

    En aquel solemne acto el General San Martín,
    después de colocar el bastón de mando de general a
    la Virgen del Carmen de Cuyo, se dirige a la tropa
    exclamando:

    "Soldados, ésta es la primera bandera independiente que se
    bendice en América."

    El 17 de enero daba comienzo la gran hazaña. El Regimiento
    forma parte de aquel glorioso Ejército de los Andes, bajo
    las órdenes del Coronel Zapiola, integrado por 4 jefes, 55
    oficiales y 742 hombres de tropa.

    Conforme al plan preparado
    por San Martín el grueso del Ejército de los Andes
    cruzaría por el paso de los Patos.
    El 3º y 4 escuadrón del regimiento, juntamente con
    otros efectivos, formaban parte de la vanguardia a
    órdenes del Brigadier Miguel Soler, que se pone en
    movimiento a
    partir del 19 de enero, mientras que el resto del regimiento, a
    órdenes del Coronel Zapiola, lo haría con el grueso
    de la columna a partir del 23 de enero.

    No habían terminado de desembocar al otro lado de la
    cordillera cuando ya los nombres de Achupallas y Las Coimas
    ingresaban al historial de glorias del regimiento.

    La vieja preocupación del general San Martín sobre
    el pasaje de los Andes, elocuentemente manifestada en aquella
    carta que
    meses antes le había escrito a Guido: "Lo que no me deja
    dormir es, no la oposición que puedan hacerme los
    enemigos, sino el atravesar estos inmensos montes…", quedaba
    superada al vencer con todo éxito las columnas del
    ejército patriota los difíciles caminos
    cordilleranos.

    La primera parte de la hazaña estaba cumplida.
    Habían vencido a los elementos naturales: piedras,
    frío, alturas, distancias, rigurosidades, señalando
    un hito en la historia mundial de los grandes hechos. Adelante
    quedaba un ejército de bravos, intacto en sus fuerzas,
    pronto a defender lo que creía sus derechos con la
    bizarría que caracterizaba al hispano. Les cabría a
    los sables, lanzas y terceronas de aquellos bravos escribir la
    página heroica de la libertad de
    Chile.

    POR LA LIBERTAD EN
    TIERRAS DE CHILE

    El 12 de febrero de 1817, hace 150 años, Chacabuco
    marca el
    primer jalón del largo camino de heroicidades que
    cumplirían los granaderos en tierra
    americana.

    La sencillez del parte de la victoria de San Martín resume
    toda la valentía e importancia de los granaderos en la
    batalla:" El Coronel Zapiola -expresa- al frente de los
    escuadrones 1º, 2 y 3 , con sus comandantes Melián y
    Medina rompe su derecha; todo fue un esfuerzo
    instantáneo."

    Y más adelante, agrega:

    "Entre tanto los escuadrones mandados por sus intrépidos
    comandantes y oficiales cargaban del modo más bravo y
    distinguido, toda la infantería quedó rota y
    deshecha, la carnicería fue terrible y la victoria
    completa y decisiva."

    Persiguen al enemigo y al frente de las tropas entran en Santiago
    de Chile. Pero el
    realista no estaba vencido del todo y con encomiable
    espíritu sigue la lucha.
    Comienza luego la campaña del Sur de Chile, donde
    interviene primeramente el 3er. escuadrón, al mando de
    Melián y Medina y, posteriormente con el 4
    escuadrón, a órdenes de Freyre, escriben nuevas
    páginas de honor.

    Así en Curapaligüe, Gavilán, El Manzano,
    Talcahuano y otros combates de menor monta, los bravos granaderos
    hacen sentir al realista el filo de sus corvos, sin que por las
    características de la zona de operaciones y las
    fuerzas en presencia se pueda librar la batalla decisiva que
    consolide la libertad de Chile.

    La situación a principios del
    año 1818 no era, por cierto, nada halagüeña
    para los efectivos patriotas. El ejército, fraccionado en
    dos grandes núcleos, uno en el Sur, a las órdenes
    de O'Higgins y el otro en Las Tablas, bajo el mando directo de
    San Martín, podía ser derrotado por partes, apenas
    el ejército español contase con efectivos
    mayores.

    El desembarco de importantes tropas realistas al mando de Osorio
    en Talcahuano determinó al fin a San Martín a
    buscar la reunión de sus fuerzas y derrotar en batalla
    decisiva a los españoles.

    Los movimientos de ambos ejércitos conducen a los llanos
    de Maipú, con el antecedente inmediato de la sorpresa de
    Cancha Rayada, el 19 de marzo, que deja en difícil
    situación al ejército de San Martín.

    Sin embargo, el genio del organizador y del estratego salva –
    caso único en la historia militar- la desventaja de la
    derrota anterior conquistando en Maipú, el 12 de abril de
    1818, la definitiva libertad del Estado
    chileno.

    En aquella batalla nuevamente los granaderos cargan una y otra
    vez derrotando completamente a la caballería enemiga a la
    que persiguen destrozándola totalmente.

    Nada queda de aquel ejército de bravos que derrotaron a
    las tropas napoleónicas, en situación de resistir
    el embate de los patriotas.

    La batalla está ganada y el bravo Brigadier chileno
    O'Higgins llega, todavía sangrante de su herida de Cancha
    Rayada, para abrazar a San Martín, mientras exclama:
    "Gloria al salvador de Chile".

    Les tocaría a los Granaderos a Caballo consolidar el
    notable triunfo de Maipú que la valentía hispana se
    negaba a reconocer como definitivo, esperanzada en la
    acción de insurgentes en el sur de Chile y los refuerzos
    que podrían venir por mar desde el Perú.

    A la persecución de los realistas, luego del triunfo del 5
    de abril, deben agregar la misión de
    iniciar una campaña de limpieza de los restos del enemigo
    que apresuradamente se reorganizan en el sur del territorio.
    Así cobran nuevamente valor los
    nombres de Parral, Quirihue, Chillán, Arauco, Bio-Bio,
    Santa Fe, San Carlos y otros combates menores pero de enorme
    gloria para los granaderos a caballo. Los nombres de Zapiola, su
    jefe, O'Brien, Caxaraville, Brandsen, Viel, Escalada, Ramallo,
    Pacheco y muchos otros, son nombrados con asiduidad en los partes
    de guerra.

    Los sufrimientos padecidos por el regimiento en ese año de
    1818 son indescriptibles. No solamente debieron luchar con un
    enemigo de carne y hueso, sino contra la naturaleza
    difícil de ese teatro de
    operaciones.

    El parte que el 18 de setiembre de 1818 eleva San Martín
    es elocuente pues el Libertador no era de los jefes que
    acostumbraban quejarse o dejarse dominar por sentimientos o
    incomodidades del servicio. "El Regimiento de Granaderos a
    Caballo que en todo el invierno se ha mantenido sobre el sur del
    Maule, en observación del enemigo, se encuentra
    enteramente desnudo…", sin que esa terrible situación
    pueda afectar el honroso cumplimiento del deber.

    Entre tanto, las noticias provenientes de la Península no
    eran nada halagüeñas, ante la perspectiva del
    envío de una colosal expedición destinada a
    aplastar definitivamente la revolución
    sudamericana.

    En el orden interno tampoco las cosas marchaban bien para el
    gobierno nacional que, ante el cúmulo de hechos, resuelve
    el regreso de los efectivos del Ejército de los Andes al
    propio territorio para reforzar su posición ante la
    anarquía reinante en el país.

    Esta resolución llena de intranquilidad y
    consternación a argentinos y chilenos que veían,
    con esta nueva variante, alejarse las posibilidades de la
    expedición al Perú, peligrar todo el sur chileno
    aún convulsionado y terminar enfrascándose los
    efectivos del ejército en una estéril lucha de
    facciones.

    A pesar del retardo e inconvenientes puestos por San
    Martín debe cumplimentarse el repaso de la cordillera por
    determinados efectivos y entre los cuales se contaba el
    Regimiento de Granaderos a Caballo.

    Acantonado en Curimón inicia la marcha de regreso con el
    1º, 2º y 3er. escuadrón, el 27 de abril de 1819,
    mientras el 4 escuadrón quedaba en Chile para escribir
    nuevas hazañas al brillante historial del regimiento.

    Después de diversas vicisitudes, el regimiento establece
    su campamento en las chacras de Osorio, situado a dos leguas de
    la ciudad de San Luis.

    Allí permaneció desde principios de
    junio de 1819 organizándose e instruyéndose hasta
    días después de la sublevación de Arequito,
    el 8 de enero de 1820, en que se resuelve su marcha a Mendoza. La
    reunión de los efectivos de la división finaliza el
    25 de febrero, poniéndose inmediatamente en marcha para
    repasar, otra vez, la cordillera de los Andes.

    El 12 de marzo llegaba el regimiento a la hacienda de Valenzuela,
    distante una legua de Rancagua, donde se alojó hasta la
    primera quincena de marzo. Es trasladado posteriormente a
    Quillota, donde queda hasta el 13 de agosto, dirigiéndose
    luego a Valparaíso, donde habría de embarcarse con
    destino al Perú.

    POR LA LIBERTAD EN TIERRAS DE
    PERU Y
    COLOMBIA

    Con la independencia de Chile se había cumplido con
    singular éxito la primera etapa del plan
    sanmartiniano. Si difícil había sido el cruce de la
    mole imponente de los Andes y la derrota del realista, allende la
    cordillera, no iba a ser menos ardua la ejecutoria de la
    campaña en tierras del Perú. Era necesario vencer
    primero la bravura del océano Pacífico y la
    escuadra realista para recién empezar a moverse en una
    zona de disímiles características y donde el español
    contaba con importantes y veteranas tropas de combate.
    Atrás, la patria empezaba a desangrarse a causa de las
    disensiones internas, mientras la anarquía devoraba
    esfuerzos que debían estar sólo al servicio de la
    libertad de América.

    La indeclinable voluntad e inteligente percepción
    del Gran Capitán iba a salvar con su decisión el
    destino del nuevo mundo.

    La expedición libertadora al Perú, fuerte en 4.430
    hombres, se hacía a la mar el 20 de agosto de 1820, en 8
    buques de guerra, 16 transportes y 11 lanchas
    cañoneras.

    Formando parte de la división de los Andes iba el
    Regimiento de Granaderos a Caballo al mando del Coronel don
    Rudecindo Alvarado con un efectivo de 1 coronel; 2 tenientes
    coroneles; 1 sargento mayor; 3 ayudantes; 2 abanderados; 6
    capitanes; 11 tenientes primeros; 4 subtenientes; 20 sargentos
    primeros; 12 trompetas; 29 cabos primeros y 330 soldados, siendo
    en total 391 hombres.

    Desembarcados en la bahía de Paracas, a partir del 8 de
    setiembre, los efectivos de granaderos toman inmediata
    posesión de los dos pueblos de Alto y Bajo Chincha.
    Conforme al plan de
    operaciones dispuesto por el Libertador, el Coronel Mayor Alvarez
    de Arenales inicia, con efectivos aproximados a los 1.200
    hombres, la Primera Campaña de la Sierra por
    Huancavélica a Jauja, a partir de los primeros días
    de octubre de 1820. Participa en ella una compañía
    de 50 granaderos, al mando del Capitán Juan Lavalle, la
    cual se bate con increíble denuedo en las acciones de
    Nazca, Jauja y Paseo, terminando con las fuerzas realistas del
    Brigadier O'Reilly, después de cubrir 203 leguas por zonas
    y caminos desérticos.

    Mientras tanto, San Martín se hace nuevamente al mar con
    su ejército, desembarcando en el puerto de Huacho (unos
    150 kilómetros al norte del Callao) para dirigirse al
    interior del país con la intención de tomar
    contacto con la división de Arenales, luego de haber
    cortado las comunicaciones
    de los españoles en el Norte.

    A fines de noviembre el Regimiento de Granaderos al mando de
    Alvarado inicia la marcha hacia el Sur. Una partida de 18
    granaderos al mando del Teniente don Pascual Pringles es
    adelantada hacia Chancay a efectos de tomar contacto con el
    Batallón Numancia, del cual se había recibido
    informes que
    se pasaría a las filas patriotas en razón de estar
    integrado en su mayor parte por americanos. Sorprendido Pringles
    por tres escuadrones que le cierran los caminos, luego de
    cargarlos infructuosamente, hecho en que tiene tres muertos y
    once heridos, antes de caer prisionero resuelve arrojarse al mar
    seguido por cuatro granaderos.

    El general Mansilla, en emotivas palabras, capta aquel tremendo
    momento en que el joven Teniente no vacila en dar su vida ante la
    vergüenza de ser copado. "No les importa a Pringles ni a sus
    fieles compañeros -dice- la derrota sufrida; tienen la
    conciencia de que
    han combatido con una osadía homérica".

    Es la idea de caer prisioneros lo que se les presenta como un
    baldón eterno. Pero no quieren concederle al enemigo ni la
    satisfacción de tomarlos, ni el orgullo de matarlos.
    ¿Qué hacer, pues? Arrojarse con sus cuatro
    granaderos a las profundidades del mar. Así lo hicieron
    sin vacilar un punto siquiera cuando el instante solemne
    llegó. Las olas recibieron a los cinco granaderos montados
    en sus incansables corceles.

    La providencia los salvó, y los españoles, a
    fuerza de
    gentiles, mandaron acuñar cinco medallas que más
    tarde enviaron a Pringles. Leíase en ellas esta
    inscripción: «La patria a los vencidos, vencedores
    de Pescadores».
    Entre tanto, el ejército colombiano al mando de Sucre en
    Guayaquil, pide refuerzos a San Martín para poder resistir
    con éxito la acción de las tropas españolas.
    El Libertador, cuya única mira es la independencia total
    de los nuevos Estados americanos, ordena la concurrencia de una
    división al mando del Coronel Andrés de Santa Cruz
    en la que forma un escuadrón de granaderos a caballo al
    mando del Sargento Mayor don Juan Lavalle. El 21 de abril de 1821
    noventa y seis granaderos escriben una de las páginas
    más heroicas en la historia de la caballería.

    La llaneza del parte elevado por Lavalle es demostración
    elocuente del temple moral y de la
    fibra humana de aquellos héroes. Dice, en su parte
    principal, lo siguiente:

    "RÍO BAMBA, Abril 25 de 1822.

    "Excmo. Sr. el día 21 del presente se acercaron a esta
    villa las divisiones del Perú y Colombia y
    ofrecieron al enemigo una batalla decisiva. El primer
    escuadrón del Regimiento de Granaderos a Caballo de mi
    mando marchaba a la vanguardia
    descubriendo el campo y observando que los enemigos se retiraban,
    atravesé la villa y a la espalda de una altura, en una
    llanura me vi repentinamente al frente de tres escuadrones de
    caballería fuerte de ciento veinte hombres cada uno, que
    sostenían la retirada de su infantería; una
    retirada hubiera ocasionado la pérdida del
    escuadrón y su deshonra y era el momento de probar en
    Colombia su
    coraje, mandé formar en batalla, poner sable en mano, y
    los cargamos con firmeza.

    "El escuadrón que formaba noventa y seis hombres
    parecía un pelotón respecto de cuatrocientos
    hombres que tenían los enemigos; ellos esperaban hasta la
    distancia de quince pasos poco más o menos cargando
    también, pero cuando oyeron la voz de degüello y
    vieron morir a cuchilladas tres o cuatro de sus más
    valientes, volvieron caras y huyeron en desorden, la superioridad
    de sus caballos los sacó por entonces del peligro con
    pérdida solamente de doce muertos, y fueron a reunirse al
    pie de sus masas de infantería.

    "El escuadrón llegó hasta tiro y medio de fusil de
    ellos y, temiendo un ataque de las dos armas, lo mandé
    hacer alto, formarlo y volver caras por pelotones; la retirada se
    hacía al tranco del caballo cuando el general Tobra puesto
    a la cabeza de sus tres escuadrones los puso a la carga sobre el
    mío. El coraje brillaba en los semblantes de los bravos
    granaderos y era preciso ser insensible a la gloria para no haber
    dado una segunda carga.

    "En efecto, cuando los cuatrocientos godos habían llegado
    a cien pasos de nosotros, mandé volver caras por
    pelotones, y los cargamos por segunda vez: en este nuevo
    encuentro se sostuvieron con alguna más firmeza que en el
    primero, y no volvieron caras hasta que vieron morir dos
    capitanes que los animaban. En fin, los godos huyeron de nuevo
    arrojando al suelo sus lanzas
    y carabinas y dejando muertos en el campo cuatro oficiales y
    cuarenta y cinco individuos de tropa. Nosotros nos paseamos por
    encima de sus muertos a dos tiros de fusil de sus masas de
    infantería hasta que fue de noche y la caballería
    que sostenía antes la retirada de su infantería fue
    sostenida después por ella."
            
    Consecuencia de ello el gobierno del Perú, en honor de
    estos valientes decretó que todos los jefes, oficiales y
    soldados del primer escuadrón del Regimiento Granaderos a
    Caballo de los Andes, que tuvieron parte en la gloriosa jornada
    del 21 de abril pasado en Río Bamba llevarán en el
    brazo izquierdo un escudo celeste entre dos palmas bordadas, con
    esta inscripción en el centro: "El Perú al Heroico
    Valor en
    Río Bamba".

    Este escudo y el nombre de Río Bamba lo lleva actualmente
    el primer escuadrón del Regimiento. Así mismo, por
    decreto del Poder
    Ejecutivo Nacional Nº 1782, del 20 de febrero de 1962,
    se impuso a los restantes escuadrones del regimiento las
    siguientes denominaciones que ya venían usando conforme a
    la tradición, conquistadas en los campos de batalla.
    Así, se denomina Junín al 2º escuadrón,
    San Lorenzo al 3º; Maypo al 4º; Chacabuco al 5º y
    Ayacucho al 6º.

    Estos escuadrones llevan en su brazo izquierdo los siguientes
    escudos, oportunamente otorgados en el campo de batalla: el
    escuadrón Junín el "Escudo de Mirabe"; el
    escuadrón San Lorenzo el "Escudo de Caranpangue"; el
    escuadrón Maypo el "Escudo de Maypo"; el escuadrón
    Chacabuco el "Escudo de Chacabuco" y el escuadrón Ayacucho
    el "Escudo de Junín y Ayacucho."

    Siguen los granaderos peleando con todo fervor por la libertad de
    tierras hermanas. Se encuentran en la victoria de Pichincha y
    entran en Quito como un año antes lo habían hecho
    en Lima. Intervienen en la Primera Expedición a Puertos
    Intermedios con un escuadrón al mando del Sargento Mayor
    José Soler, y también en la segunda e infortunada
    expedición donde a fuerza de valor salvan el honor
    argentino en los desastres de Torata y Moquegua.

    Producida la abdicación y retiro del General San
    Martín del escenario americano aquellos valientes que
    formara a su imagen y
    semejanza combaten al lado de colombianos y peruanos, bajo las
    órdenes de Bolívar, en las dos últimas
    grandes batallas de la emancipación continental.

    Están presentes en las pampas de Junín, en agosto
    de 1824, bajo el mando de Bruix, acompañando con su galope
    furibundo la carga gloriosa de Isidoro Suárez, como
    también lo están, aunque no se los nombre
    expresamente en el parte de la victoria, cargando en Ayacucho, en
    diciembre de ese mismo año, en el epílogo del
    dominio
    español en América.

    Ya nada más quedaba por hacer. Habían hecho tres
    naciones y contribuido a la formación de otros tantos
    Estados, sin alardes ni posturas, con la misma sencillez con que
    ensayaban los movimientos de combate en el viejo y lejano cuartel
    del Retiro. Volverían anónimamente, como cuando
    emprendieron el camino de la epopeya. Muchos quedaron sin saber
    dónde murieron, teniendo como mortaja el cielo azul y como
    sepulcro la tierra
    fragosa de los Andes.

    Los hombres pronto los olvidarían pero nunca esa
    América que había vitalizado su nacimiento con
    aquella sangre
    generosamente derramada, para ofrecerse al mundo como esperanza
    de fe y de libertad.

    DE REGRESO A LA
    PATRIA

    Ya había terminado la gesta con la resonante victoria de
    Ayacucho. El General Cirilo Correa, jefe de la División de
    los Andes, se dirige desde Lima, con fecha 10 de enero de 1825,
    al Ministro de Guerra y Marina de las Provincias Unidas del
    Río de la Plata… "en precaución de las
    circunstancias que pudieran sobrevenir y anheloso por el bien de
    mi patria me dirijo a vuestra señoría como jefe que
    fui encargado últimamente de la división para que
    consultándolo al supremo gobierno se sirva comunicar sus
    órdenes sobre el particular por el conducto más
    conveniente."

    En la misma carta plantea la
    situación del Regimiento que había quedado a las
    órdenes del general Bolívar, expresándose en
    términos laudatorios, con las siguientes palabras: "Este
    cuerpo, que concurrió a la memorable jornada de
    Junín, bajo las órdenes del señor Coronel
    Bruix ha continuado luego a las del Sargento Mayor Bogado unido a
    la columna de caballería del Ejército Libertador y
    habiéndose sostenido con honor algunos encuentros en su
    marcha, se ha encontrado en la célebre batalla de Ayacucho
    que ha libertado absolutamente al Perú del dominio
    español."

    Luego de Ayacucho el General Sucre destina al Regimiento a la
    zona de Huanta, desde donde iniciaría posteriormente el
    regreso a la patria. En las comunicaciones
    que hace el vencedor de Ayacucho se habla en tono hiriente del
    Regimiento a las órdenes del Coronel Bogado. La justicia
    histórica, más fuerte que la pasión de los
    hombres, no ha necesitado en este caso salir a la palestra a
    defender con argumentos o pruebas el
    honor de un regimiento cuya foja de servicios se confunde con la
    historia heroica de la libertad de América.

    El Regimiento de Granaderos estacionado en Huanta marcha, por
    orden de Bolívar, hasta Arequipa a donde arriba el 18 de
    marzo de 1825. En dicha zona el Prefecto recibe la orden del
    Libertador del Norte de ajustar los sueldos correspondientes al
    mes de febrero a los granaderos que se encontraron en la batalla
    de Ayacucho, y la de contratar un buque para llevar al puerto de
    Valparaíso sólo a aquel personal militar
    que sea oriundo de las Provincias Unidas del Río de la
    Plata.

    A fines del mes de junio el centenar de hombres que forma el
    regimiento se embarcan en el bergantín "Perla", en el
    puerto de Ilo, llegando al puerto de Valparaíso el 10 de
    julio de 1825. Con fecha 22 de julio, el Coronel Bogado eleva
    desde Santiago de Chile el estado de
    las fuerzas "… que componen el resto del regimiento a mi mando,
    quienes por su constancia y fidelidad al pabellón nacional
    durante la larga campaña del Perú tienen la
    gloriosa satisfacción de volver a su patria,
    después de haber sellado la independencia, en la memorable
    batalla de Ayacucho."
    La triste situación económica en que se halla el
    Regimiento induce al Coronel Bogado a solicitar el apoyo
    correspondiente al antiguo oficial del regimiento don Ramón
    Freyre, en ese entonces Director Supremo de Chile, quien entrega,
    ante la carencia de fondos del Estado, cien pesos de su peculio
    personal, los
    cuales se le devuelven de inmediato al conocer Bogado que el
    General Martínez era quien debía proporcionarles
    los medios que
    necesitasen. A las angustias económicas para el pago de
    los sueldos, como para el racionamiento, se agrega la carencia de
    vestuario que motiva un urgente pedido del General
    Martínez, con fecha 9 de octubre, para la
    confección de uniformes…"…dado el estado de
    desnudez en que se encuentra la tropa."

    Resuelto el pasaje de la cordillera apenas se abrieran los pasos,
    el movimiento se
    inicia por destacamentos a partir del 6 de diciembre, llegando a
    Mendoza unos días después. Con fecha 31 de
    diciembre el comisario de guerra pasa la revista
    reglamentaria, cuya histórica copia contiene los nombres
    de todos aquellos valientes granaderos que regresan a la patria.
    Al fin, el 13 de enero de 1826 se inicia la marcha a Buenos
    Aires, la cual se hizo en veintitrés carretas. En
    silencio, invencibles, cruzados de cicatrices, cargados de
    glorias llegan a Buenos Aires, el 13 de febrero de 1826, los
    restos del Regimiento de Granaderos a Caballo de los Andes,
    después de trece años de intenso batallar por los
    campos de medio continente para concretar la libertad de las
    naciones de América.

    Volvían al viejo cuartel de Retiro los efectivos de los
    escuadrones 1º, 2º y 3º, que en Junín y
    Ayacucho habían contribuido a consolidar la definitiva
    derrota de las fuerzas realistas.

    Volvía también el espíritu del 4º
    escuadrón, que a las órdenes del Comandante Viel
    había escrito, en el sur de Chile, páginas
    inimaginables de valor en la afirmación de la
    independencia del hermano país, allende los Andes.
    Volvía, a las órdenes del Coronel don José
    Félix Bogado, aquel paraguayo que, prisionero de los
    realistas, es canjeado luego de San Lorenzo y se incorpora como
    recluta el 11 de febrero de 1813, juntamente con otros seis
    valientes que cumplieron toda la epopeya.

    Volvían, junto con su Jefe, el Sargento Ayudante Paulino
    Rojas, dado de alta el 2 de marzo de 1814; el Capitán
    Francisco Olmos, de alta el 12 de setiembre de 1812; el Sargento
    Segundo Patricio Gómez, de alta el 1º de marzo de
    1813; el Sargento 2º Damasio Rosales, de alta el 23 de
    setiembre de 1812; el Sargento 2º Francisco Bargas, el 23 de
    setiembre de 1812; y el trompa Miguel Chepoya, en el año
    1813, además de 72 valientes más incorporados en
    las diversas etapas de la dilatada campaña del
    regimiento.

    HISTORIA DE LA SEGUNDA EPOCA

    El regimiento, disuelto en 1826, justamente al terminar la guerra
    de la emancipación, no participaría, por dicha
    circunstancia, en las guerras
    internacionales ni en las contiendas internas que asolaron al
    país.

    El espíritu que animó al Santo de la Espada en toda
    su vida, de no mezclarse jamás en las luchas civiles ni en
    participar en otra guerra que no fuese destinada a lograr la
    libertad de la propia patria y de otras naciones del continente,
    por esos avatares del destino, se había transmitido
    incólume al Regimiento de Granaderos, que podía
    ostentar con legítimo orgullo tan preciado antecedente, no
    dado a ninguna otra unidad militar.

    A principios del
    siglo el General Ricchieri, uno de los más grandes
    visionarios y ejecutores de la necesaria modernización del
    Ejército en todos sus aspectos, conciliaba aquella idea de
    progreso con la justa medida de respeto a las
    antiguas tradiciones que habían dado gloria a la
    institución armada en todo su brillante historial.

    RECREACION DEL
    REGIMIENTO

    De su propio puño, en un documento que se atesora en la
    sala histórica de la unidad, escribió el borrador
    del decreto de recreación del Regimiento que se
    promulgó, con fecha 23 de mayo de 1903, con la firma del
    Presidente Roca.

    El referido decreto expresa lo siguiente:

    "Buenos Aires, mayo 25 de 1903.

    "Considerando conveniente conservar en el Ejército de la
    Nación la representación del glorioso
    Ejército de la Independencia mediante la
    reorganización de uno de sus cuerpos más
    beneméritos. El Presidente de la República
    DECRETA:

    Artículo 1º Queda reconocido como cuerpo permanente
    del Ejército, el regimiento de movilización creado
    por resolución ministerial del 3 de febrero del corriente
    año, el cual se denominará en homenaje a su
    antecesor "Regimiento de Granaderos a Caballo".

    Artículo 2º El Regimiento de Granaderos a Caballo
    usará en las formaciones de parada el uniforme
    histórico del Regimiento de la Independencia y
    tomará la derecha sobre los otros regimientos del
    arma."

    La resolución ministerial a la que se refiere el decreto
    establecía en su artículo 1º que… "con los
    contingentes de 15 conscriptos de dos años, elegidos
    provenientes de cada una de las provincias y de la Capital
    Federal, y con los contingentes igualmente elegidos suministrados
    por los territorios federales todos los que se encuentran
    concentrados ya en esta capital se constituirá una unidad
    especial de caballería la que será adscripta, como
    unidad de movilización, al Regimiento 8 del arma, en el
    Campo de Mayo."

    Actualmente se sigue manteniendo esta antigua disposición,
    siendo el Regimiento la única unidad del Ejército
    que incorpora conscriptos provenientes de todas las provincias
    del país, además de tres ciudadanos oriundos de
    Yapeyú, como una expresión de la integralidad de
    que el sentimiento sanmartiniano abarca a toda la nacionalidad,
    sin excepciones.

    Como dato de interés
    cabe consignar que la reglamentación de la ley
    orgánica del Ejército establece que el referido
    personal,
    además de ser alfabeto, debe tener… "buena
    conformación y apariencia física, estatura
    superior a 1,75 Mts. y que sepan andar a caballo."

    Así mismo, sigue en vigencia aquella disposición
    que determina la procedencia del cuerpo de formar a la derecha
    sobre todos los otros regimientos del arma como un homenaje a la
    más querida y significativa de las unidades de
    caballería, circunstancia que explica la razón de
    su ubicación en los desfiles, paradas y ceremonias.

    SUCESIVAS DENOMINACIONES DEL
    REGIMIENTO

    Tres años más tarde de su recreación, en
    razón de ser… "conveniente mantener en el
    Ejército el nombre del Regimiento de Granaderos a Caballo,
    a fin de perpetuar la tradición gloriosa que nos legara
    por su bizarra actuación en las campañas que dieron
    por resultado la independencia americana…" según reza el
    considerando del decreto promulgado por el Presidente Figueroa
    Alcorta, siendo Ministro el General Campos, se resuelve en el
    artículo 1º que:

    "El Regimiento 1º de Caballería de Línea se
    denominará Regimiento 1º de Línea, Granaderos
    a Caballo, debiendo este cuerpo en las formaciones de gala a que
    concurra usar el uniforme tradicional de aquel benemérito
    cuerpo". Al año siguiente, por otro decreto del Presidente
    Figueroa Alcorta, siendo Ministro de la Guerra el General
    Aguirre, con fecha 17 de julio de 1907 se designa…"al
    Regimiento Nº 1 Granaderos a Caballo escolta presidencial,
    debiendo conservar el uniforme que actualmente tiene en uso."

    Esta misión de
    escolta presidencial que viene cumpliendo ininterrumpidamente
    desde hace sesenta años, se efectúa en todas las
    ceremonias oficiales a las que concurre el presidente de la
    Nación.

    También especifica al respecto el reglamento de ceremonial
    respectivo:

    "Le corresponde el servicio de escolta al personal
    diplomático acreditado ante el gobierno, cuando concurre a
    presentar credenciales al Poder
    Ejecutivo."

    Involucra también el servicio en la Casa de Gobierno,
    efectuado por una guardia especial al mando de un oficial, que
    tiene por misión
    rendir los honores correspondientes al primer magistrado y formar
    los cordones de honor en toda ceremonia que se realiza en la Casa
    Rosada.

    Así mismo, le corresponde como obligación apostar
    diariamente centinelas en el mausoleo del General San
    Martín en la Catedral Metropolitana, como exclusivamente
    las guardias de honor en el monumento al prócer, en plaza
    San Martín, en los aniversarios patrios.

    La seguridad
    personal del Presidente de la República constituye otra de
    las misiones básicas que cumple el Regimiento, apostando
    semanalmente efectivos del orden de un escuadrón en Casa
    de Gobierno y residencia presidencial de Olivos.

    Con referencia al uniforme, según el referido decreto,
    corresponde el uso de las siguientes prendas:

    Morrión: azul negro con el escudo nacional de bronce
    dorado al frente, coronado por la escarapela y llevando al pie la
    leyenda: "Libertad y Gloria".

    Pompón y cordones de lana roja para la tropa.
    Cordón de oro para jefes.

    Casaca de paño azul gris: con cuello y vivos rojos, en el
    cuello y faldones, granadas amarillas la tropa; de oro para los
    oficiales.

    Charreteras de lana para la tropa. Del modelo general
    para los oficiales; pero con flecos para todos. Pantalón
    de paño azul gris con una franja roja.
    Botas granaderas.
    Banderola, cinturón y dragona para tropa.
    Banderola, cinturón, faja y dragonas de plata para los
    oficiales.
    Espuela de bronce, con pilhuelo en S.
            El 31 de octubre
    de 1911 se dicta un decreto por el cual el Regimiento 1º de
    Línea Granaderos a Caballo pasará a denominarse "
    Regimiento de Granaderos a Caballo ", en razón de que la
    anterior denominación no estaba de acuerdo con los fines
    expresados en el decreto de reorganización del segundo
    Cuerpo, por cuanto vendría a concentrar en una sola unidad
    la denominación de dos regimientos.

    En el año 1918 el presidente Yrigoyen, siendo Ministro de
    la Guerra Elpidio González, considerando que era un acto
    de justicia
    expresar el nombre del Gran Capitán y fundador del
    regimiento que tantas glorias conquistara, decreta que a partir
    del 23 de marzo de ese año el Regimiento de Granaderos a
    Caballo se denominará además " General San
    Martín ", nombre que actualmente ostenta.

    Queda siempre en pie la idea de que al Regimiento cabría
    denominarlo justicieramente Regimiento Granaderos a Caballo de
    los Andes General San Martín, conciliando así
    razones espirituales e históricas.

    Durante esta segunda época, el regimiento inicialmente
    tuvo su cuartel en Liniers juntamente con el Regimiento 8 de
    Caballería. Posteriormente en 1908 pasó al predio
    situado entre el Hospital Militar Central y la Escuela Superior
    de Guerra, limitado por las calles 3 de Febrero y Cabildo al
    Sudoeste y Av. Luis M. Campos al Nordeste. Ha prestado escolta a
    numerosos jefes de Estado que han visitado el país y
    semanalmente, en términos de un escuadrón, escolta
    a los embajadores de los países amigos que concurren a
    presentar sus cartas
    credenciales al Presidente de la República.

    También ha salido fuera de las fronteras, en misión
    siempre de confraternidad, estando presente en la
    inauguración de las estatuas ecuestres levantadas al
    Libertador en Francia, en España, en Perú, en Chile
    y en Uruguay.

    El viejo cuartel de Palermo ha visto pasar 63 clases, que han
    vestido el glorioso uniforme de granaderos cumpliendo siempre con
    equidad, patriotismo y legítimo orgullo la consigna de
    aprender a defender la patria.

    En ese mismo cuartel, en el Gran Hall de los Símbolos
    Sanmartinianos, juntamente con la Bandera de Guerra del
    regimiento y la Bandera del Ejército de los Andes, con la
    venerada imagen de la
    Virgen Generala Nuestra Señora del Carmen de Cuyo y los
    cofres de plata conteniendo tierra de
    Yapeyú, el solar nativo del Libertador, y de San Lorenzo,
    el bautismo de gloria de los granaderos, se encuentra a la
    veneración de todos los argentinos el sable corvo del Gran
    Capitán.
    CONDECORACIONES
    OTORGADAS

    En reconocimiento a sus indiscutidos méritos en la lucha
    tenida por la propia y ajena libertad, la bandera de guerra del
    regimiento lleva en su corbata varias condecoraciones otorgadas
    por países amigos:

    1. Condecoración "Abdón Calderón" de 1º
    clase, otorgada "al pabellón del Regimiento de Granaderos
    a Caballo General San Martín" por el gobierno de la
    República del Ecuador mediante
    decreto 262, fechado en Quito, el 5 de febrero de 1955, firmado
    por el Presidente Velazco Ibarra.

    2. Condecoración "CRUZ DE LAS FUERZAS TERRESTRES
    VENEZOLANAS" en su 1º clase al "Estandarte del Regimiento de
    Granaderos a Caballo General San Martín", por el gobierno
    de la República de Venezuela
    conforme al voto favorable de la orden, fechado en Caracas el 19
    de noviembre de 1960, firmado por el Presidente Betancourt.

    3. Condecoración "ORDEN MILITAR DE AYACUCHO", en el grado
    de Caballero a la "Bandera de Guerra del Regimiento Granaderos a
    Caballo General San Martín", por el gobierno de la
    República del Perú, conforme a lo dispuesto en el
    artículo 3º de la ley 7.563,
    fechada en Lima el 26 de julio de 1961, firmada por el Presidente
    Prado.

    4. Condecoración "CRUZ DE PLATA" de la "ORDEN DE
    BOYACÁ", otorgada a la "Bandera de Guerra del Regimiento
    de Granaderos a Caballo General San Martín", por el
    gobierno de la República de Colombia,
    mediante decreto 1.836, fechado en Bogotá el 15 de julio
    de 1965, firmada por el Presidente Valencia.

    5. Condecoración de la "ORDEN NACIONAL AL MÉRITO",
    en el grado de oficial al "Pabellón del Regimiento de
    Granaderos General San Martín" por el gobierno de la
    República del Ecuador mediante
    decreto 514, fechado en Quito en el Palacio Nacional el 19 de
    mayo de 1967, firmado por el Presidente Arosemena
    Gómez.

    MONUMENTO A LOS GRANADEROS DE
    SAN MARTIN

    Resulta interesante señalar que desde hace
    muchísimos años existe una ley nacional que
    ordena la construcción de un monumento conmemorativo
    al Regimiento Granaderos a Caballo.

    La iniciativa surgió a fines del siglo pasado, con motivo
    de realizar el pueblo de Buenos Aires un sentido homenaje al
    general don Eustaquio Frías, el último
    sobreviviente de los guerreros de la Independencia.

    En aquella oportunidad, el 9 de julio de 1890, se le
    entregó al citado general una plaqueta rodeada de laureles
    de oro y plata y la suma de 2.537 pesos que restaron de la
    colecta pública realizada para concretar su homenaje.
    Dicho dinero fue
    entregado al club de Gimnasia y
    Esgrima de Buenos Aires a los efectos de que sirviera de base
    para la erección de un monumento a los Granaderos a
    Caballo, el que se encuentra depositado en una cuenta especial en
    el Banco de la
    Nación.

    En 1917, con motivo de cumplirse el centenario del Paso de los
    Andes se promulgó la ley 10.087
    disponiendo la construcción del referido monumento en la
    plaza San Martín, depositándose en el lugar
    señalado un cofre conteniendo copia de la ley y diversos
    documentos.

    La euforia patriótica de aquella celebración pronto
    quedó olvidada hasta que en 1956, con motivo de la
    remodelación de la plaza San Martín, se
    encontró dicho cofre, el que actualmente se encuentra
    depositado en el museo Saavedra.

    El 14 de septiembre de 1959 el Honorable Consejo Deliberante de
    la ciudad de Buenos Aires dispuso, por resolución 15.577,
    arbitrar los medios para
    llevar adelante esa obra. Actualmente el Poder
    Ejecutivo Nacional tiene en sus manos la resolución al
    respecto a través de la Secretaría de Cultura y
    Educación
    de la Nación.

    No nos corresponde ensayar, por razones obvias, la defensa de
    aquella iniciativa, tantas veces postergada. Sólo nos cabe
    recordar aquellas sabias palabras del Presidente Avellaneda, que
    al ver cómo se iba integrando la República con cada
    vez mayores caudales de población de distintas nacionalidades
    expresara:

    "Los pueblos que olvidan sus tradiciones pierden la conciencia de sus
    destinos y los que se apoyan sobre sus tumbas gloriosas son los
    que mejor preparan el porvenir."

    También, dentro del predio del regimiento está en
    proyecto
    levantar un sencillo monumento recordatorio de los granaderos
    muertos en el cumplimiento de su deber, desde 1813 hasta nuestros
    días.

    Este se materializará con la reproducción en
    tamaño natural del sencillo bronce que representa un
    altivo granadero en posición de descanso, donde se lee, en
    el basamento, la inscripción "DE BUENOS AIRES A QUITO".
    Una sola frase que encierra en los términos de dos
    ciudades nada menos que la epopeya de América. En ese
    símbolo el artista ha captado la historia de un regimiento
    que ha sido y es parte misma de la patria.

    No ha necesitado de grandes masas o de adornos para dar a su
    escultura toda la grandiosidad que fluye generosamente de su
    misma esencia de la misión cumplida. Tarea de titanes,
    jalonada de sacrificios, cumplida en años de terribles
    pruebas, sin
    desfallecer jamás para cumplir con el compromiso
    contraído de libertar América. Libertar otras
    tierras hermanas, sin pretensión de conquista, o de
    dominio
    territorial, sino sencillamente libertarlas de una
    opresión, sin pedir, ni exigir nada, como caballeros de
    una cruzada redentora.

    Orgullo argentino en esa hazaña que cumplieron los
    granaderos criollos salidos un día desde el viejo cuartel
    del Retiro para escribir con el filo de sus corvos en San
    Lorenzo, en Chacabuco, en Maipú, en Junín y en
    Ayacucho, para nombrar las de mayor gloria, las páginas
    señeras de la americanidad.

    En breves trazos se ha pretendido expresar la historia del
    Regimiento de Granaderos a Caballo, que es la historia de la
    patria misma en la epopeya de la emancipación propia y la
    del continente. Por eso ha podido decirse que es "la más
    alta personificación de la gloria militar en
    América" y que " con sus hechos de armas dejó
    trazada a su paso una estela luminosa de triunfos tan
    señalados, de victorias de tanta importancia, que no hay,
    aún hoy, en la historia de todas las fuerzas militares de
    las diferentes naciones que forman el mundo americano unidad
    orgánica alguna que ostente un historial de servicios
    análogos "
    Con sus hazañas, con su valor, los Granaderos a Caballo de
    los Andes hicieron honor a aquellas palabras de su jefe:

    "De lo que mis granaderos son capaces, sólo yo sé,
    quien los iguale habrá pero quien los exceda, no."

    SAN MARTÍN GOBERNADOR DE
    CUYO.

    SAN MARTIN GOBERNADOR INTENDENTE DE
    CUYO

    Con motivo de las derrotas que en Vilcapugio y Ayohuma
    sufrió el Ejército del Norte comandado por
    Belgrano, el Triunvirato decidió reemplazarlo por el
    coronel San Martín, jefatura que no era del agrado de
    éste. El triunviro Nicolás Rodríguez
    Peña le escribió: "Tenemos el mayor disgusto por el
    empeño de usted en no tomar el mando de jefe, y crea que
    nos compromete mucho la conservación de Belgrano." San
    Martín obedeció y Belgrano recibió con
    alborozo la noticia. En Tucumán, San Martín
    encontró unos tristes fragmentos de un ejército
    derrotado, oficiales desmoralizados que se niegan a todo lo que
    es aprender. Belgrano le ayudó con su habitual
    abnegación y patriotismo y San Martín
    expresó al gobierno que de ninguna manera es conveniente
    la separación del general Belgrano de este
    ejército. Lo considera el mas metódico y capaz de
    los generales de Sudamérica, lleno de integridad y talento
    natural y no hay – agrega -"ningún jefe que pueda
    reemplazarlo." En la misma comunicación dice: "me hallo en unos
    países cuyas gentes, costumbres y relaciones me son
    absolutamente desconocidas y cuya topografía ignoro; y siendo esos
    conocimientos de absoluta necesidad, sólo el general
    Belgrano puede suplir esta falla, instruyéndome y
    dándome las noticias necesarias de que carezco como lo ha
    hecho hasta aquí."

    El 22 de abril, San Martín escribió a su amigo
    Rodríguez Peña una carta publicada
    por Vicente Fidel López, cuyo original no se conoce: "no
    se felicite, mi querido amigo, de lo que yo pueda hacer en esta;
    no haré nada y nada me gusta aquí. No conozco los
    hombres ni el país, y todo esta tan anarquizado que yo se
    mejor que nadie lo poco o nada que pueda hacer. Ríase
    usted de esperanzas alegres. La Patria no hará camino por
    este lado del norte, mas
    que no sea una guerra permanente, defensiva y nada más;
    para eso bastan los valientes gauchos de Salta, con dos
    escuadrones buenos de veteranos. Pensar en otra cosa es echar al
    pozo de Airón hombres y dinero.
    Así que no moveré ni intentaré
    expedición alguna. Ya le he dicho mi secreto. Un
    ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza,
    para pasar a Chile y acabar con los godos, apoyando un gobierno
    de amigos sólidos, para acabar también con los
    anarquistas que reinan. Aliando las fuerzas, pasaremos por el mar
    a tomar Lima; ese es el camino y no este, mi amigo.
    Convénzase usted que hasta que no estemos sobre Lima, la
    guerra no se acabará." Más adelante le dice que
    está bastante enfermo y quebrantado y agrega: "lo que yo
    quisiera que ustedes me dieran cuando me restablezca, es el
    gobierno de Cuyo. Allí podría organizar una
    pequeña fuerza de Caballería para reforzar a
    Balcarce en Chile, cosa que juzgo de grande necesidad, si hemos
    de hacer algo de provecho, y confieso que me gustaría
    pasar mandando ese cuerpo."

    San Martín enfermó en Tucumán y por consejo
    de su medico, doctor Colisberry, se trasladó a
    Córdoba donde recibió la muy grata noticia de haber
    sido nombrado Intendente de Cuyo a solicitud suya – le
    decía el Director Supremo Gervasio Antonio Posadas- con el
    doble objeto de continuar los distinguidos servicios que tiene
    hechos al país, y el de lograr la reparación de su
    quebrantada salud en aquella deliciosa
    temperatura.

    GOBIERNO Y ADMINISTRACION DE SAN
    MARTIN

    Fueron decisivos los trabajos realizados por San Martín en
    el gobierno y administración de Cuyo, en particular en
    Mendoza donde residió, desde el 7 de setiembre de 1814,
    día en que llegó, hasta el 23 de enero de 1817,
    día en que salió para Chile. Aquí, en
    realidad, forjó la independencia de tres naciones.

    Muchos de los emigrados chilenos fueron alojados en casas de
    familia, otros
    en cuarteles, algunos soldados quedaron en Mendoza y los
    demás siguieron a Buenos Aires, donde ya estaban los
    Carrera.

    Ahora necesitaba el gobernador redoblar su atención al
    gobierno civil y militar. Era indispensable recuperar Chile, la
    "ciudadela de América" y poco podía esperar
    entonces del gobierno de Buenos Aires urgido por las necesidades
    del Ejercito del Norte. Entre bromas y veras, el Director Posadas
    le aconsejaba arreglarse como pudiera, "ínterin acá
    me peleo para mandar tercerolas, sables viejos, o demonios
    coronados para que se ponga la cosa en pie de defensa." Era
    indispensable obtener los recursos de Cuyo
    que, a pesar de su pobreza, con el
    sacrificio y la abnegación de las tres provincias, dio
    vida al Ejercito de los Andes.

    San Martín desempeñó todas las funciones de
    gobierno: fue poder
    ejecutivo, legislador, juez, edil y jefe militar;
    además, diplomático y político. No obstante
    la extensión de su poder, no lo desempeñó
    como déspota. En todas las funciones
    demostró las características de su personalidad:
    previsor, disciplinado, virtuoso, infatigable, apasionado por la
    libertad. Tuvo excelentes colaboradores que supieron
    interpretarlo, entre otros, los tenientes gobernadores Toribio de
    Luzuriaga en Mendoza, José Ignacio de la Rosa en San Juan
    y Vicente Dupuy en San Luis. Más de una vez exigió
    contribuciones y ayudas extraordinarias. "El pueblo derrama a
    borbotones toda clase de ayuda", dice Luzuriaga. Prueba de la
    estimación popular fue la adhesión que le
    demostró el Cabildo Abierto cuando en 1815 el Director
    Alvear le aceptó la renuncia y designó en su
    reemplazo al coronel Perdriel. "¡Queremos a San
    Martín!", fue el grito unánime de los mendocinos y
    el voto de los Cabildos de San Juan y San Luis. Y fue el Cabildo
    mendocino quien le donó doscientas cuadras en Los
    Barriales, donde él hubiera deseado vivir siempre. Ese
    mismo Cabildo lo declaró "Ciudadano Honorario y Regidor
    Perpetuo" en 1821, cuando ya no era gobernador y estaba lejos de
    Mendoza. Durante su gobernación, entre otras iniciativas y
    realizaciones, San Martín difundió la vacuna
    antivariólica; embelleció y extendió la
    vieja Alameda, paseo habitual de la sociedad
    mendocina; abrió canales de riego; delineó la Villa
    Nueva; impulso la industria y el
    comercio;
    dispuso el blanqueo de las casas; prohibió la construcción de balcones y ventanas voladas
    que obstruían el paso de los transeúntes. Era
    asiduo lector y escribía con elevación y cierta
    elegancia, pero deplorable ortografía. Por él se fundó
    la primera biblioteca
    mendocina y más tarde la del Perú; fomentó
    la instrucción y educación en Cuyo,
    dictó instrucciones a los maestros de escuela,
    prohibió los castigos corporales a los escolares y
    contribuyó a la creación del colegio de la
    Santísima Trinidad, primer establecimiento educacional
    mendocino de enseñanza secundaria. No pudo asistir a su
    inauguración, que estuvo a cargo de Luzuriaga, pero ha
    dejado un mensaje inolvidable que está transcripto en el
    Acta funcional de la Universidad
    Nacional de Cuyo del 27 de marzo de 1939: "Ningún hombre
    nacido en esta tierra debe tener a menos o creer que hace un
    sacrificio viniendo a esta ciudad excelente a fundar estudios
    hasta que ellos puedan marchar por sí solos…"

    "El gobierno de San Martín en Cuyo se parece un poco al de
    Sancho Panza en la ínsula Barataria", dice Mitre. Y es
    verdad, porque el juzgó y sentenció con criterio
    humano, de acuerdo con la verdad sabida, el buen juicio y la
    clemencia, sin invocación de leyes ni
    intervención de abogados y procuradores. Fue juez como un
    buen padre de familia y hay
    muchas anécdotas que lo atestiguan y demuestran
    sensibilidad. Cuando supo que a los presos en la cárcel de
    Mendoza les daban de comer cada 24 horas, se dirigió al
    Cabildo para que se incluyera cena en la alimentación
    diaria.

    LAS BATALLAS DE LAS
    CAMPAÑAS DE CHILE

    BATALLA DE
    CHACABUCO

    La noche era de luna. Al mismo tiempo que la vanguardia
    realista se acordonaba sobre la cumbre de la "Cuesta Vieja", el
    ejército argentino formaba al pie de ella en el orden de
    batalla prescripto. Repartiéronse las municiones a
    razón de 70 cartuchos por hombre; los soldados abandonaron
    sus mochilas para marchar al combate con más desembarazo,
    y a las 2 de la mañana del 12 empezó a ascender la
    montaña en columna sucesiva. Al llegar a la
    bifurcación de los dos caminos antes indicados, la
    división de Soler tomó el de la derecha, precedida
    por el batallón de cazadores, y la de O'Higgins el de la
    izquierda (rumbo sur ambas) siguiendo el general en jefe a
    retaguardia de ellas con su estado mayor y la bandera de los
    Andes custodiada por el resto del batallón de
    artillería, cuyos cañones de batalla no
    habían llegado aún. Ya no era San Martín el
    sableador de Arjonilla o de Baylén y San Lorenzo; ganaba
    las batallas en su almohada, fijando de antemano el día y
    el sitio preciso, y justamente en ese mismo día estaba
    aquejado de un ataque reumático nervioso que apenas le
    permitía mantenerse a caballo. Era su cabeza y no su
    cuerpo la que combatía.

    La división de Soler se internó silenciosamente en
    los tortuosos desfiladeros de la derecha, cubierta por una larga
    cerrillada. La división de la izquierda trepó la
    cuesta formada en columna. Una guerrilla del núm. 8, con
    su correspondiente reserva, cubría su flanco izquierdo por
    un sendero paralelo separado por una quebrada, con el doble
    objeto de llamar la atención y reconocer la
    posición enemiga a la vez que precaverse de un ataque de
    flanco. Un piquete de caballería exploraba los rodeos del
    camino a fin de levantar las emboscadas en los recodos y
    descubrir si se habían construido fortificaciones. La
    guerrilla flanqueadora se posesionó de unas breñas
    inmediatas a la cumbre y rompió el fuego, que fue
    contestado por otra guerrilla que salió a su encuentro;
    pero apenas habían cambiado algunos tiros cuando
    inopinadamente apareció la cabeza de la columna de
    O'Higgins dando vuelta un recodo a tiro de fusil, tocando los
    tambores a la carga. La vanguardia realista, que no esperaba el
    ataque, y que había visto la columna de la derecha
    argentina
    asomar por su flanco izquierdo al término de la cerrillada
    que hasta entonces la enmascaraba, y que a la vez se veía
    acometida por el flanco y la retaguardia, abandonó
    precipitadamente la posición sin pretender hacer resistencia. La
    cumbre fue coronada por los atacantes con las primeras luces del
    alba al son de músicas militares, y desde su altura
    pudieron divisar la vanguardia que se retiraba en
    formación cuesta abajo, y al pie de ella al
    ejército enemigo formado en la planicie de Chacabuco. El
    primer obstáculo estaba vencido, y la batalla se
    daría punto por punto, con algunas variantes, según
    las previsiones de San Martín.

    DISPOSICIONES DE LOS
    REALISTAS

    El general realista, contando disponer de dos días
    más y recibir en este intervalo mayores refuerzos, se
    había movido en la madrugada de ese día de las
    casas de Chacabuco y establecido su línea a cinco
    kilómetros hacia el Este al pie de la "Cuesta Vieja". La
    marcha anticipada del ejército argentino y lo
    rápido y bien combinado del ataque no le dieron tiempo ni
    para ocupar la cumbre como lo había proyectado, ni para
    proteger siquiera su vanguardia que descendía en fuga,
    perseguida por la caballería argentina. Las
    disposiciones que tomó en tan crítico momento
    fueron acertadas, cooperando eficazmente a ellas el valeroso
    Elorreaga, que según la tradición, fue el verdadero
    general en jefe. Tendió su línea de batalla plegada
    a la falda de los cerros opuestos a la serranía de
    Chacabuco, extendiéndose por su perfil que se elevaba como
    una plataforma sobre el llano, protegida en parte por tapiales y
    cercos de espinos, de manera de cubrir la bajada de la "Cuesta
    Vieja" y dominar con sus fuegos el lecho de un estero como de 400
    metros de ancho, por donde corría un arroyuelo que
    descendía de un profundo barranco del este. Apoyó
    su derecha en este barranco, que era invulnerable, donde
    estableció dos piezas de artillería que
    batían diagonalmente la boca de la "Quebrada de los
    cuyanos", por donde debía asomar el ala izquierda argentina, y su
    izquierda en un mamelón escarpado que coronó de
    infantería. Entre estos dos extremos formó sus
    batallones en columnas cerradas, intercalando entre ellas sus
    tres piezas restantes. La caballería fue colocada a
    retaguardia sobre el flanco izquierdo, y parte de ella en
    guerrillas para proteger la retirada de la vanguardia. En esta
    actitud
    esperó pasivamente pero con firmeza el ataque, no obstante
    el desaliento visible de su tropa de que él mismo
    participaba, aun antes de sospechar el movimiento de
    la columna que debía tomarlo por el flanco izquierdo y la
    espalda, cerrándole la retirada del valle. Eran las 9 de
    la mañana cuando la vanguardia realista, en fuga, pero no
    deshecha, alcanzó la planicie.

    PRELIMINAR DE
    CHACABUCO

    Al tiempo de coronar la cumbre el ala izquierda argentina, los
    tres escuadrones de Granaderos mandados por el coronel Zapiola
    tomaron la vanguardia y picaron la retirada de lo s realistas ,
    sosteniendo un fuerte tiroteo; pero lo escabroso del terreno no
    permitía a la caballería maniobrar con ventaja, y
    su avance hubo de ser lento, de manera que sólo pudo
    llegar a la boca de la quebrada a eso de las 10 de la
    mañana cuando la división de O'Higgins se hallaba
    todavía a media cuesta. La boca de esta quebrada, que da
    acceso a la parte más estrecha del valle de Chacabuco, se
    desenvuelve en un suave plano inclinado al tocar el llano, y
    está flanqueada por un elevado cerro al este y por un
    morro destacado al oeste, que desde entonces se llamó de
    "Las tórtolas cuyanas". Si los enemigos hubiesen ocupado
    esta fuerte posición, habrían dificultado la marcha
    de O'Higgins; pero el avance de los Granaderos no les dio tiempo
    para ello, aunque lo intentaron. En un principio destacaron una
    guerrilla sobre el morro del oeste o de las Tórtolas, que
    puede contornearse por barrancos que son como caminos cubiertos;
    pero fue contenida por una compañía dispersa en
    tiradores, mientras un escuadrón impedía el aproche
    (sic) del cerro del este y los dos escuadrones restantes ocupaban
    el espacio intermedio. En ese momento las dos piezas situadas
    sobre la derecha realista, rompieron un vivo fuego a bala, y el
    coronel Zapiola, considerando inútil exponer su tropa a
    descubierto, tomó una posición más segura a
    retaguardia. Eran las 11 de la mañana. En ese momento
    llega el ala izquierda con O'Higgins a su cabeza, ocupa a paso de
    trote la boca de la quebrada y despliega en línea de masas
    sus batallones dejando en reserva los Granaderos plegados en
    columna. Éste fue el preliminar de la batalla.

    BATALLA DE
    CHACABUCO

    O'Higgins, al ver retirarse la vanguardia realista perseguida por
    los Granaderos, pidió autorización para esforzar la
    persecución a fin de impedir se reorganizase al pie de la
    cuesta, y el general se la dio, pero recomendóle que no
    empeñase la acción, pues su papel era
    meramente concurrente y sólo debía comprometerla
    cuando la columna de Soler hubiese ejecutado el movimiento
    decisivo que le estaba asignado. O'Higgins era un héroe en
    el combate, pero carecía de las cualidades del general y
    de la sangre
    fría de un jefe divisionario, estando además
    animado de pasiones tumultuosas que lo precipitaban, como
    él mismo lo ha dicho disculpándose; así es
    que, arrastrado por el movimiento impetuoso que imprimió a
    sus tropas, olvidó lo acordado en la junta de guerra y las
    prevenciones del general en jefe, y tomó imprudentemente
    la ofensiva no obstante la inferioridad numérica de su
    fuerza.

    Apenas la columna de infantería argentina hubo pisado el
    último plano de la "Cuesta Vieja", desplegó su
    línea sobre la boca de la quebrada, según queda
    explicado. Enseguida se adelantó hasta el llano buscando
    campo para desplegar, y trabóse inmediatamente un combate
    de fuegos de posición a posición dentro del tiro de
    fusil, que se prolongó por más de una hora. A las
    primeras descargas cayó muerto Elorreaga, que mandaba el
    ala derecha del ejército realista y que constituía
    su nervio, experimentando por su parte algunas pérdidas
    los argentinos. La acción estaba parcialmente
    empeñada, y el ataque concurrente se convertía en
    principal, pero sin prometer un resultado inmediato. La
    situación era crítica, pues si la retirada
    tenía sus peligros, el avance era temerario, y cuando
    menos inútil aun triunfando, pues según el plan
    combinado, los realistas estaban irremisiblemente perdidos desde
    que habían aceptado la batalla dentro de un recinto sin
    retirada. Si el general español hubiese tenido iniciativa,
    habría podido llevar en aquel momento un ataque ventajoso;
    pero se limitó a amagar débilmente los flancos de
    su contrario con guerrillas que fueron rechazadas, sosteniendo
    pasivamente el fuego de fusil y de cañón. Por su
    parte O'Higgins, con sus instintos heroicos, y deseoso tal vez de
    decidir por sí solo la victoria sin el concurso de Soler
    con quien estaba enemistado, ordenó el avance repitiendo
    las históricas proclamas del Roble y de Rancagua:
    "¡Soldados! ¡Vivir con honor o morir con gloria!
    ¡E1 valiente siga! ¡Columnas a la carga!" Los
    tambores dieron la señal con el toque estremecedor de
    calacuerda, y lanzóse a paso acelerado en columnas de
    ataque con 900 bayonetas, de los batallones 7 y 8 mandados por
    Conde y Crámer contra 1.500 infantes bien posesionados y
    sostenidos por artillería, ordenando a Zapiola que con los
    Granaderos procurase penetrar por su derecha sobre la
    posición enemiga.

    Los batallones argentinos marcharon valerosamente a la carga sin
    disparar un tiro, inflamados por las palabras y el ejemplo del
    general; pero antes de llegar a la falda de los cerros que
    ocupaban los enemigos, encontráronse con el
    obstáculo del arroyo que baja del barranco en que
    éstos apoyaban su derecha, a la vez que las piezas
    situadas en este punto los tomaban por el flanco y la
    fusilería los quemaba dentro de la zona peligrosa del
    punto en blanco por el frente. A pesar de esto, hicieron tenaces
    esfuerzos para arrebatar la posición; pero no pudiendo
    salvar el perfil de la barranca en que estaban acordonados los
    realistas, hubieron de retroceder en desorden a su primera
    posición de la boca de la quebrada en que se rehicieron
    fuera del alcance de los fuegos. Por su parte los Granaderos
    habían intentado en vano penetrar por entre el flanco
    izquierdo del centro enemigo y el mamelón en que apoyaba
    este costado, que era un verdadero castillo, y volvieron en orden
    a situarse tras el morro de "Las tórtolas cuyanas".

    San Martín, contando llevar la victoria en el bolsillo y a
    la espera del desenvolvimiento de su plan, que no sólo se
    la aseguraba sino que le prometía la rendición del
    enemigo, llegó a temer por la suerte de la división
    de O'Higgins al verla imprudentemente comprometida contra sus
    órdenes, y extendiendo el brazo hacia la "Cuesta Nueva",
    en la actitud en que
    lo representa su estatua ecuestre, gritó a su ayudante de
    campo Álvarez Condarco: "Corra usted, y diga al general
    Soler, que cargue lo más pronto posible sobre el flanco
    del enemigo". Enseguida, lanzó su caballo cuesta abajo con
    toda la velocidad que
    permitía lo escabroso del terreno, y llegó a la
    boca de la quebrada en circunstancias en que O'Higgins se
    había adelantado otra vez sobre el llano con el
    propósito de renovar el combate, y ya no podía
    retroceder. Era la una y media del día. A esa hora
    notóse que la línea enemiga vacilaba, y que algo
    extraordinario pasaba en sus filas. Era que la vanguardia del ala
    derecha argentina, cuyo movimiento no había alcanzado
    Maroto, desembocaba al valle de Chacabuco y avanzaba a paso de
    trote y al galope sobre la izquierda de la posición. E1
    momento decisivo había llegado.

    JUICIOS ACERCA DE LA BATALLA DE
    CHACABUCO

    Lanzadas de nuevo las columnas de O'Higgins al ataque, San
    Martín ordenó a los tres escuadrones de Granaderos
    mandados por los comandantes Melián, Manuel Medina y mayor
    Nicasio Ramallo, con Zapiola a su cabeza, dieran una carga a
    fondo hasta chocar con la caballería realista situada a la
    izquierda de la retaguardia enemiga. El escuadrón de
    Medina, pasando atrevidamente por un claro de la línea de
    infantería en marcha, cayó sobre la izquierda del
    centro enemigo acuchillando a sus artilleros sobre sus
    cañones, mientras Zapiola con los otros dos penetraba por
    su costado derecho, al mismo tiempo que los batallones
    núm. 7 y núm. o encabezados por O'Higgins tomaban a
    la bayoneta la posición. Los fuegos del mamelón se
    habían apagado, y la infantería realista formaba
    cuadro en el centro de su campo. Simultáneamente el
    coronel Alvarado, que con el batallón núm. 1
    llevaba la vanguardia del ala derecha argentina,
    desprendía dos compañías al mando del
    capitán Lucio Salvadores, y teniente Zorrilla que se
    apoderaban del mamelón, matando a Marqueli que lo
    sostenía. Necochea con el escuadrón Escolta,
    sostenido por el 4. de Granaderos de Escalada, penetraba por la
    retaguardia y arrollaba a la caballería realista por la
    izquierda a la vez que Zapiola ejecutaba idéntica maniobra
    por el otro extremo.

    Todas las fuerzas vencedoras convergieron sobre el cuadro, que en
    menos de un cuarto de hora fue hecho pedazos, retirándose
    sus últimos restos dispersos a la hacienda de Chacabuco
    por entre los cerros de su espalda. Allí encontraron
    cortada su retirada por la división de Soler que ya
    ocupaba el valle, y pretendieron hacer resistencia
    parapetados tras las tapias de la viña y del olivar
    contiguo, pero fueron rendidos a discreción. Los que
    buscaron su salvación huyendo por el estero y en la
    prolongación del valle hacia el sur, fueron exterminados
    en la persecución, quedando el camino sembrado de muertos
    desde Chacabuco hasta cerca del portezuelo de Colina. Los sables
    afilados de los Granaderos hicieron estragos: en el campo de
    batalla encontróse un cráneo dividido en dos partes
    y el cañón de un fusil tronchado como una vara de
    sauce.

    TROFEOS DE CHACABUCO

    Los trofeos de esta jornada, fueron: 500 muertos, 600
    prisioneros, su mayor parte de infantería; la
    artillería, un estandarte y dos banderas; el armamento y
    parque de los vencidos y la restauración de la revolución
    chilena. Las pérdidas de los argentinos fueron: 12 muertos
    y 120 heridos; lo que demuestra numéricamente, que si el
    plan de San Martín se hubiese ejecutado punto por punto,
    como pudo y debió hacerse, la batalla habría
    terminado por una rendición del enemigo, sin la
    inútil aunque escasa efusión de sangre que
    causó la temeridad de O'Higgins, quien sin embargo fue el
    héroe del día, como combatiente.

    BOLETIN DE
    CHACABUCO

    E1 general vencedor al dar cuenta de esta victoria compendiaba su
    memorable empresa en estos
    concisos términos: «Al ejército de los Andes
    queda la gloria de decir: EN VEINTICUATRO DIAS HEMOS HECHO LA
    CAMPANA, PASAMOS LAS CORDILLERAS MÁS ELEVADAS DEL GLOBO,
    CONCLUIMOS CON LOS TIRANOS Y DIMOS LA LIBERTAD A CHILE"

    GLORIA DE
    CHACABUCO

    El mérito militar de la batalla de Chacabuco consiste
    precisamente en lo contrario de lo que constituye la gloria de
    las batallas. Resultado lógico de las hábiles
    combinaciones estratégicas de la invasión, estaba
    ganada por el General antes que los soldados la dieran,
    respondiendo a un plan metódico en que hasta los
    días estaban contados y los resultados previstos. Fue una
    sorpresa a la luz del
    día en que nada se libró al acaso. El hecho de
    batir a una fuerza menor con otra mayor, – que es el primer
    resultado que se busca en la guerra para triunfar con seguridad -, fue
    la consecuencia necesaria de los ardides y movimientos calculados
    que la precedieron, dando a ciencia cierta
    al enemigo un golpe de muerte y
    apoderándose en un solo día del territorio
    invadido, y esto con la mayor economía de tiempo,
    de medios, de
    sangre y de esfuerzos. Con más precisión
    táctica que la batalla de Hohenlinden – que en algo se le
    parece -, tiene la originalidad de un plan que se adapta a un
    terreno, en que las operaciones se encierran dentro de
    líneas matemáticas, a la manera de un problema
    geométrico con su método
    riguroso de solución. Habría dado por resultado –
    como se ha visto -, una rendición completa, tal vez con
    una sola carga, si el plan hubiese sido ejecutado puntualmente,
    bastando asimismo que él se desenvolviese en parte en las
    condiciones más desventajosas para asegurar una victoria
    decisiva. Por lo tanto, puede presentarse como un modelo
    clásico del arte militar, en
    que la habilidad debilita al enemigo y lo desmoraliza, la
    previsión asegura el éxito final, y la inteligencia
    es la que combate en primera línea, interviniendo la
    fuerza como factor accesorio.

    Como acontecimiento político y en relación con los
    destinos americanos, su importancia es mayor aún, como lo
    han reconocido los primeros historiadores y hasta los mismos
    adversarios vencidos. Ella dio la primera señal de la
    guerra ofensiva de la independencia sudamericana, y
    conquistó para siempre su sólida base de
    operaciones en el mar y las costas del Pacífico. Dio sobre
    todo, el ejemplo del plan de campaña continental a la
    revolución
    del nuevo mundo emancipado, aislando al poder español en
    sus colonias dentro del estrecho recinto del Perú, donde
    había de ser vencido en palenque cerrado por efecto de su
    impulsión inicial. Salvó a la revolución
    argentina de su ruina y contuvo la invasión que la
    amenazaba por el Alto Perú, suprimiendo un enemigo
    peligroso que la amenazaba por el flanco, y dióle
    expansión, sin lo cual habría tal vez sido sofocada
    en su cuna. Fue la primera batalla americana con largas
    proyecciones históricas. El virrey del Perú,
    Pezuela, confiesa que marcó el momento en que la causa de
    España empezó a retrogradar en América y su
    poder a ser conmovido en sus fundamentos. "La desgracia que
    padecieron nuestras armas en Chacabuco, poniendo el reino de
    Chile a discreción de los invasores de Buenos Aires,
    trastornó enteramente el estado de
    las cosas, fue el principio de restablecimiento para los
    disidentes, y la causa nacional retrogradó a gran
    distancia, proporcionando a los disidentes puertos cómodos
    donde aprestar fuerzas marítimas para dominar el
    Pacífico. Cambióse el teatro de la
    guerra: los enemigos trasladaron los elementos de su poder a
    Chile, donde con más facilidad y a menos costa
    podían combatir al nuestro en sus fundamentos".
    Un historiador español, general que a la sazón
    militaba bajo las banderas del rey, sintetiza sus resultados
    generales con tanta tristeza como concisión. "La
    fácil pérdida del reino de Chile fue un suceso de
    inmensa trascendencia para las armas españolas" (17).

    MODESTIA DE SAN
    MARTÍN

    El 14 hizo su entrada triunfal el ejército vencedor en la
    ciudad redimida, sustrayéndose modestamente el General
    libertador a las ovaciones populares. Como lo ha dicho un
    historiador chileno con este motivo: Ocupado en realizar sus
    vastos planes, miraba en menos esas fútiles
    manifestaciones que a nada conducen, y aun en esos mismos
    momentos, pensaba sólo en los recursos que
    debía proporcionarle la victoria para llevar adelante la
    grandiosa obra a que estaba empeñado. E1 día antes,
    13 de febrero de 1817, Yapeyú, la aldea en que naciera San
    Martín, era reducida a cenizas por una invasión
    esclavizadora portuguesa.

    Al apearse del caballo cubierto aún con el polvo del
    combate, su primer pensamiento
    fue por los pueblos cuyanos que le habían proporcionado
    los medios de
    realizar su empresa, y
    escribió al Cabildo de Mendoza: "Gloríese la
    admirable Cuyo de ver conseguido el objeto de sus sacrificios.
    Todo Chile es ya nuestro". A los Cabildos de San Juan y San Luis,
    les decía: "Las armas victoriosas del Ejército de
    la Patria ocupan ya el reino de Chile, rompiendo la fatal barrera
    que antes los separaba de sus hermanos y vecinos los habitantes
    de Cuyo. Me apresuro a felicitar a V.S. y a ese benemérito
    pueblo, manifestándole la expresión más
    tierna de mi gratitud a su patriotismo y constantes esfuerzos,
    que sin duda fue el móvil más poderoso que
    contribuyó a la formación del Exto. de los Andes".
    Al día siguiente expidió un bando convocando una
    asamblea de notables a fin de que designasen tres electores por
    cada una de las provincias de Santiago, Concepción y
    Coquimbo para que éstos nombraran al jefe supremo del
    Estado.

    O`HIGGINS
    DIRECTOR

    Reunida la asamblea en número de 100, bajo la presidencia
    del gobernador don Francisco Ruiz Tagle, elegido interinamente
    por el pueblo al tiempo de la fuga de Marcó, los
    concurrentes protestaron contra el proceder indicado por San
    Martín y declararon por aclamación que ala voluntad
    unánime era nombrar a don José de San Martín
    gobernador de Chile con omnímoda facultad,
    y así lo hicieron constar en el acta que se levantó
    y todos firmaron ante escribano público. El general, como
    el hombre
    antiguo de Plutarco, rehusó el premio y sólo
    aceptó una hoja de laurel sagrado para su patria. Fiel a
    sus instrucciones y a su plan político, negase a aceptar
    el mando que se le ofrecía, y convocó por
    intermedio del Cabildo una nueva asamblea popular a que
    concurrieron 210 vecinos notables. E1 auditor del ejército
    de los Andes, Dr. Bernardo Vera, reiteró
    públicamente la renuncia de San Martín, y fue
    aclamado en el acto el general O'Higgins Director Supremo del
    Estado de Chile, declarando Vera que la elección era del
    agrado del General. E1 nuevo Director nombró por ministro
    del interior a don Miguel Zañartú, carácter
    entero y decidido partidario de la alianza chileno-argentina, y
    en el departamento de guerra y marina al teniente coronel don
    José Ignacio Zenteno, secretario de San Martín. Su
    primer acto de gobierno fue dirigirse al pueblo declarando
    solemnemente: "Nuestros amigos, los hijos de las Provincias del
    Río de la Plata, de esa nación que ha proclamado su
    independencia como el fruto precioso de su constancia y
    patriotismo, acaban de recuperarnos la libertad usurpada por los
    tiranos. La condición de Chile ha cambiado de semblante
    por la gran obra de un momento, en que se disputan la
    preferencia, el desinterés, mérito de los
    libertadores y la admiración del triunfo.
    ¿Cuál deberá ser nuestra gratitud a este
    sacrificio imponderable y preparado por los últimos
    esfuerzos de los pueblos hermanos? Vosotros quisisteis
    manifestarla depositando vuestra dirección en el
    héroe. Si las circunstancias que le impedían
    aceptar hubieran podido conciliarse con vuestros deseos, yo me
    atrevería a jurar la libertad permanente de Chile". A1
    dirigirse a las naciones extranjeras, anunciando su
    elevación al mando bajo los auspicios de la reconquista,
    les decía: "Ha sido restaurado el hermoso reino de Chile
    por las armas de las Provincias Unidas del Río de la Plata
    bajo las órdenes del general San Martín. Elevado
    por la voluntad del pueblo a la suprema dirección del
    Estado, anuncia al mundo un nuevo asilo en estos países a
    la industria, a
    la amistad y a los
    ciudadanos todos del globo. La sabiduría y recursos de la
    nación Argentina limítrofe, decidida por nuestra
    emancipación, da lugar a un porvenir próspero y
    feliz con estas regiones."

    MARCO PRISIONERO

    Como atributo cómico de su corona de triunfador, fuele
    presentado a San Martín entre los trofeos, al Thersites de
    la campaña, el presidente y capitán general de
    Chile por el rey, don Francisco Casimiro Marcó del Pont.
    Al evacuar la capital, sus tropas se le dispersaron, y una parte
    de ellas se embarcó despavorida en el puerto de
    Valparaíso con el general Maroto a su cabeza dejando
    más de la mitad en tierra. Marcó, tan afeminado en
    la derrota como soberbio en el poder no tuvo alientos ni aun para
    huir, y separándose furtivamente con la comitiva de sus
    compañeros de desgracia, por esquivar la fatiga de una
    marcha rápida, no alcanzó a embarcarse a tiempo, y
    fue hecho prisionero.

    Llevado a presencia del vencedor (22 de febrero) éste lo
    recibió de pie, y extendiéndole la mano derecha, le
    dijo con semblante risueño: "¡Oh, señor
    general! ¡Venga esa blanca mano!" Enseguida lo introdujo en
    su gabinete de trabajo y conferenció a solas con él
    por cerca de dos horas, despidiéndolo cortésmente.
    Esta fue toda su venganza contra el que le había quemado
    por mano de verdugo sus comunicaciones, ahorcado a sus agentes y puesto a
    talla su cabeza.

    EL CAMPO DE
    MAIPU

    El teatro en que se
    desenvolvieron las operaciones, es una llanura, limitada al este
    por el río Mapocho que divide la ciudad de Santiago; al
    norte, por la serranía que la separa del valle de
    Aconcagua, y al sur por el Maipú que le da su nombre.
    Hacia el oeste se levanta una serie de lomadas y algunos
    montículos que corren de oriente a poniente, y se destacan
    en monótonas líneas prolongadas en el horizonte,
    rompiendo la uniformidad del paisaje algunos grupos de
    arbustos espinosos en un campo cubierto de pastos naturales, y en
    lontananza, las montañas que circundan el valle y le dan
    su perspectiva. Al sur de Santiago, se prolonga por el espacio
    como de diez kilómetros, en la dirección antes
    indicada, una lomada baja de naturaleza caliza
    que por su aspecto lleva el nombre de Loma Blanca. Sobre la
    meseta de esta lomada evolucionaba el ejército patriota.
    En su extremidad oeste y a su frente, se alza otra lomada
    más alta, que forma un triángulo, cuyo
    vértice sudoeste se apoya en la hacienda de "Espejo",
    antes mencionada, conduciendo a ella un callejón en
    declive como de veinte metros de ancho y trescientos de largo,
    cortado por una ancha acequia en su fondo, y limitado a derecha e
    izquierda por viñas y potreros que cierran altos tapiales.
    Esta era la posición que ocupaba el ejército
    realista. Las dos lomadas están divididas por una depresión
    plana del terreno u hondonada longitudinal como de un
    kilómetro en su parte más ancha y doscientos
    cincuenta metros en la más angosta. Al este del
    vértice o puntilla de las lomas del sur se extiende un
    grupo de
    cerrillos aislados, y entre ellos uno más elevado, en
    forma de mamelón, que hace sistema con el
    triángulo ocupado por los realistas. El vértice
    este de esta posición, que era su parte mas elevada, se
    destacaba como un baluarte, y hacía frente a un
    ángulo truncado fronterizo de la Loma Blanca, que lo
    flanqueaba por una parte y lo enfilaba por otra. En este campo
    iba a decidirse la suerte de la independencia sudamericana.

    PRELIMINARES DE
    MAIPU

    El general San Martín, situado en la extremidad este de la
    Loma Blanca a diez kilómetros de Santiago, dominaba en su
    conjunción los tres caminos que comunican con los pasos
    del Maipú y amagaba el de Valparaíso,
    asegurándose una retirada, a la vez que cubría la
    capital por sus dos únicos puntos vulnerables, la cual
    para mayor garantía hizo atrincherar,
    guarneciéndola con 1.000 milicianos y un batallón
    bajo la dirección de O'Higgins, a quien su herida
    (producto de la
    refriega de Cancharrayada) impedía asistir al campo de
    batalla. Su plan era atacar al enemigo sobre la marcha, sin darle
    tiempo a combinaciones, si se presentaba por los caminos del
    frente; correrse por su flanco derecho si tomaba el de la Calera,
    e interceptarle el de Valparaíso, maniobrando a todo
    evento con seguridad sobre
    la meseta de la loma en terreno ventajoso para dar y recibir la
    batalla. Al efecto, dividió su ejército en tres
    grandes cuerpos formados en dos líneas: el primero a
    órdenes de Las Heras, cubriendo el ala derecha; el
    segundo, a las de Alvarado a la izquierda; y un tercero en
    reserva en segunda línea a cargo del coronel
    Hilarión de la Quintana.

    Confió a Balcarce el mando general de la
    infantería, reservándose el de la caballería
    y de la reserva. El primer cuerpo lo formaban los batallones
    núm. 11 de Las Heras (argentino), los Cazadores de
    Coquimbo, comandante Isaac Thompson (chileno); los Infantes de la
    Patria, comandante Bustamante, (chileno), el regimiento de
    caballería argentino Granaderos a caballo, a que se
    había agregado un escuadrón provisional de
    artilleros montados del ejército argentino por no tener
    piezas que servir, y la artillería chilena compuesta de 8
    piezas de campaña a cargo del mayor Blanco Encalada. El
    segundo cuerpo lo componían: los batallones núm. 1
    de Cazadores (argentino), de Alvarado; el núm. 8 de los
    Andes (argentino), comandante Enrique Martínez; el
    núm. 2 de Chile, comandante Cáceres; los Cazadores
    y Lancero s de Chile (argentinos y chilenos), a órdenes de
    Freyre y Bueras, con nueve piezas ligeras de artillería
    chilena a cargo del mayor Borgoño. La reserva constaba de:
    los batallones núm. 1 y núm. 3 de Chile,
    comandantes Rivera y López; núm. 7 de los Andes,
    (argentino) comandante Conde, y cuatro piezas de batir de a 12,
    mandadas por de la Plaza, y servidas por los artilleros
    argentinos que habían perdido su artillería en
    Cancharrayada.

    INSTRUCCIONES DE MAIPU

    Contando con el triunfo, el General de los Andes supo infundir a
    todos su confianza, y en este concepto, dio
    instrucciones detalladas a sus jefes en vísperas de la
    batalla, a ejemplo de Federico. En ellas disponía que, la
    dotación de municiones de cada soldado sería cien
    tiros y seis piedras; que anotes de entrar en pelea se les
    daría una ración de vino o aguardiente, y los jefes
    perorarían con denuedo a sus tropas, imponiendo pena de la
    vida al que se separase de las filas avanzando o retrocediendo y
    advertirían a la vez, de un modo claro y terminante, que
    si veían retirarse algún cuerpo, era porque el
    general en jefe lo mandaba así por astucia, según
    su plan.

    Preveníales que los batallones de las alas debían
    siempre formar en columna de ataque, desplegando sólo en
    caso de necesidad o con expresa orden suya; y que todo cuerpo de
    infantería o caballería cargado al arma blanca, no
    esperaría la carga a pie firme, y a la distancia de
    cincuenta pasos debía salir al encuentro a sable o
    bayoneta. No se recogería ningún herido durante el
    fuego, porque decía: "necesitándose cuatro hombres
    para cada herido, se debilitaría la línea en un
    momento".
    La enseña del cuartel general sería una bandera
    tricolor, y cuando se levantasen tres banderas "la tricolor de
    Chile, la bicolor argentina y una encarnada, gritarán
    todas las tropas ¡Viva la Patria! y en seguida cada cuerpo
    cargará al arma blanca al enemigo que tuviese al frente".
    Indicaba los uniformes y banderas de los cuerpos del
    ejército realista, y al referirse al "Burgos", agregaba:
    "A este regimiento se le debe cargar la mano, por ser la
    esperanza y apoyo del enemigo". Recomendaba a los jefes de
    caballería, tomar siempre la ofensiva, por ser ésta
    la índole del soldado americano, y llevar a su retaguardia
    un pelotón de veinticinco hombres para sablear a los que
    volvieran cara y perseguir al enemigo. Por último les
    decía: "Esta batalla va a decidir de la suerte de toda la
    América, y es preferible una muerte honrosa
    en el campo del honor a sufrirla por manos de nuestros verdugos.
    Yo estoy seguro de la
    victoria con la ayuda de los jefes del ejército a los que
    encargo tengan presente estas observaciones".

    LA
    FORMACIÓN

    Tomadas estas disposiciones y dictadas estas prevenciones,
    formó su ejército en dos líneas: en primera
    línea las divisiones 1ra. y 2da., con sus respectivas
    baterías desplegadas a cada uno de los flancos y su
    caballería escalonada, poniendo la reserva en segunda
    línea y su artillería de batir, al centro de la
    primera. En este orden permaneció los días 2, 3 y 4
    de abril, con una vanguardia volante mandada por Balcarce, en
    observación de la línea del
    Maipú. Al tener noticia de que el enemigo vadeaba el
    río inclinándose hacia el poniente,
    desprendió toda su caballería con orden de atacar
    sus puestos avanzados, hostilizar sus columnas en la marcha y
    mantenerlo durante la noche en constante alarma. El fuego de las
    guerrillas, aproximándose cada vez más, y los
    repetidos partes, anunciaban que los realistas seguían
    avanzando. La noche del 4 se pasó así en alarma,
    rodeando los soldados patriotas grandes fogatas de huañil,
    que iluminaban todo el campo. San Martín dormía
    mientras tanto en un molino a la orilla del camino, envuelto en
    su capote militar.

    Al amanecer del día 5 de abril, las guerrillas patriotas
    al mando de Freyre y Melián se replegaban, dando parte que
    el enemigo avanzaba en masa, en rumbo al camino que entronca con
    el de Santiago a Valparaíso. San Martín, que lo
    había previsto por su dirección en el día
    anterior, pensó que no podía tener por objeto sino
    cortarle la retirada sobre Aconcagua, o efectuar un movimiento de
    circunvalación interponiéndose entre él y la
    capital, o reservarse una retirada más segura en caso de
    contraste, pues la larga distancia y los ríos que
    tendría que atravesar, la hacían
    dificilísima hacia el sur. Lo primero estaba previsto y se
    neutralizaba por un simple cambio de
    frente; lo segundo era impracticable, pues tenía que
    describir un arco, de cuya cuerda era dueño; y lo
    último, una promesa más de triunfo completo. Para
    cerciorarse por sus propios ojos de este error estratégico
    y concertar sus movimientos tácticos, disfrazóse
    con un poncho y un sombrero de campesino, y acompañado por
    su inseparable ayudante O'Brien y el ingeniero D´Albe,
    seguido de una pequeña escolta, se dirigió a gran
    galope al ángulo truncado de la Loma Blanca
    señalado antes. Desde allí pudo observar a la
    distancia de cuatrocientos metros con el auxilio de su anteojo,
    la marcha de flanco que en perfecto orden ejecutaban las columnas
    españolas a tambor batiente y banderas desplegadas, al
    posesionarse de la lomada triangular fronteriza prolongando su
    izquierda sobre el camino de Valparaíso.
    "¡Qué brutos son estos godos!" -exclamó con
    esa mezcla de resolución y buen humor que caracteriza a
    los héroes en los momentos supremos-. Y agregó:
    "Osorio es más torpe de lo que yo pensaba".
    Dirigiéndose luego a sus acompañantes, les dijo: -"
    El triunfo de este día es nuestro. El sol por
    testigo!" El sol asomaba en
    aquel momento sobre las nevadas crestas de los Andes.

    La mañana estaba serena; ninguna nube empañaba el
    cielo, el aire estaba
    cargado de perfumes, y las aves cantaban
    entre los espinos en florescencia. SAN MARTIN Y BRAYER A las diez
    y media de la mañana el ejército argentino-chileno
    rompió una marcha de flanco en dos columnas paralelas,
    caminando rumbo al oeste por encima de la meseta de la Loma
    Blanca. En el curso de la marcha, ocurrió un episodio, que
    la historia debe recoger por la espectabilidad de los personajes,
    y da idea del temple de alma del General en ese momento. A medio
    camino, presentóse el mariscal Brayer solicitando licencia
    para pasar a los baños (termales) de Colina. San
    Martín le contestó fríamente: "Con la misma
    licencia con que el señor general se retiró del
    campo de batalla de Talca, puede hacerlo a los baños; pero
    como en el término de media hora vamos a decidir la suerte
    de Chile, y Colina está a trece leguas y el enemigo a la
    vista, puede V.S. quedarse si sus males se lo permiten". El
    mariscal contestó: "No me hallo en estado de hacerlo,
    porque mi antigua herida de la pierna no me lo permite". San
    Martín le repuso en tono airado: "Señor general, el
    último tambor del Ejército Unido tiene más
    honor que V.S.". Y volviendo su caballo, dio orden a Balcarce
    sobre la marcha, hiciese saber al ejército, que el general
    de veinte años de combates quedaba suspenso de su empleo por
    indigno de ocuparlo. Después de este incidente, que hizo
    el efecto de una proclama, el ejército continuó su
    marcha hasta enfrentar la posición enemiga. Allí
    desplegó en batalla en dos líneas de masas por
    batallones, con la artillería de batir al centro de la
    primera; la volante a sus dos extremos y la caballería
    cubriendo las dos alas en columnas por escuadrones,
    situándose la reserva plegada en columnas paralelas
    cerradas a 150 metros a retaguardia.

    MOVIMIENTOS
    TACTICOS

    El general realista, que había ocupado el promedio de la
    meseta de la loma triangular del sur al observar el movimiento de
    los independientes desprendió sobre su izquierda una
    gruesa columna compuesta de ocho compañías de
    granaderos y cazadores con cuatro piezas de artillería al
    mando de Primo de Rivera, que ocupó el mamelón
    destacado por aquella parte, con el doble objeto de amagar la
    derecha patriota y tomar por el flanco sus columnas si avanzaban,
    a la vez que asegurar su retirada por el camino de
    Valparaíso según su idea persistente.

    El intervalo entre el mamelón y la puntilla norte del
    triángulo, fue cubierto por Morgado con los escuadrones de
    "Dragones de la Frontera". Sobre la loma formó en batalla
    en la proyección noroeste sudoeste, en línea
    quebrada con el mamelón, pero sin cubrir todos los
    perfiles de la altura por el nordeste. Colocó los
    batallones "Infante Don Carlos" y "Arequipa" formando
    división, al mando de Ordóñez; y sobre la
    izquierda, el "Burgos" y el "Concepción", a órdenes
    del comandante Lorenzo Morla, con cuatro piezas de
    artillería adscriptas a cada una de las dos divisiones. La
    extrema derecha fue cubierta por los "Lanceros del Rey" y los
    "Dragones de Concepción"

    LOS EJERCITOS DE
    MAIPU

    En esta disposición se hallaron frente a frente los
    ejércitos beligerantes al sonar las doce del día,
    separados únicamente por la angosta hondonada que promedia
    entre los dos cordones de lomas que ocupaban independientes y
    realistas. Los dos ejércitos permanecieron por
    algún tiempo inmóviles, en sus respectivas
    posiciones, como esperando que el adversario tomase la
    iniciativa. Todas las probabilidades parecían estar contra
    el que llevase la ofensiva: tenía que atravesar un bajo
    descubierto sufriendo el fuego de la fusilería y el
    cañón que lo barría, y trepar las alturas
    del frente para desalojar de ellas al enemigo. Para los patriotas
    la desventaja era aún mayor, pues su derecha tenía
    que desalojar previamente las fuerzas que ocupaban el
    mamelón avanzado o recorrer un espacio de mil metros
    flanqueados por los fuegos de sus cañones. Ambas
    posiciones eran fuertes, y bien calculadas para la defensiva, y
    la de los realistas más ventajosa aún. En cuanto a
    las fuerzas físicas y morales, estaban casi equilibradas,
    siendo igual la decisión de parte a parte, si bien la de
    los realistas era numéricamente mayor. Por lo que respecta
    a las armas, la superioridad de los independientes era
    incontestable en artillería y caballería en
    número y también en calidad, y
    aún cuando éstos tenían nueve batallones de
    infantería, en algunos de ellos no formaban sino 200
    hombres, mientras los cuatro gruesos batallones con que contaban
    los primeros, divididos en ocho compañías,
    levantaban cerca de mil bayonetas cada uno. Lo único que
    inclinaba la balanza de las probabilidades, era el peso de las
    cabezas de los generales; pero ya se había visito
    cómo, en Cancharrayada, las más hábiles
    combinaciones que aseguraban el triunfo, dieron por resultado la
    derrota.

    PRELIMINARES DE
    MAIPU

    El plan de San Martín no era precisamente el de una
    batalla de orden oblicuo, y sin embargo, resultó tal por
    el atrevimiento, el arte consumado y
    la prudencia con que fue conducida. Fue una inspiración
    del campo de batalla, sugerida por errores del enemigo y
    peripecias de la acción en el momento decisivo, y esto
    realza su mérito como combinación táctica.
    El mismo San Martín jamás se atribuyó otro,
    y desdeñando con orgullosa modestia adornarse con laureles
    prestados, insinúa incidentalmente, que al orden oblicuo
    se debió en parte la victoria, sin agregar que, más
    que todo, se debió al uso oportuno que hizo de su reserva,
    como se verá luego. Los relieves de las respectivas
    posiciones y las proyecciones de las dos líneas de
    batalla, eran casi paralelas; pero los realistas habían
    retirado su derecha formando en el promedio de la loma, sin
    cubrir sus perfiles, como queda dicho, y de aquí resultaba
    que la izquierda independiente desbordase la derecha realista en
    su posición y en su formación, y que teniendo que
    recorrer por esa parte la menor distancia de la hondonada
    intermedia, pudiese llevar con ventaja un ataque oblicuo o de
    flanco con el apoyo de la reserva. Tal es la síntesis
    táctica de la batalla de Maipú en sus
    preliminares.

    El general en jefe que había levantado su enseña en
    el centro de la primera línea, observando la
    inacción del enemigo, mandó romper el fuego con las
    cuatro piezas de batir servidas por los artilleros argentinos,
    con el objeto de descubrir sus fuegos de artillería y sus
    planes. Una de las balas mató el caballo del general en
    jefe español. En el acto, la artillería
    española contestó ese fuego con el suyo,
    manteniendo su formación, y suministró a San
    Martín el dato que necesitaba. Era evidente que Osorio se
    preparaba a una batalla defensiva y lo indicaba claramente,
    además de su formación, la circunstancia de no
    haber ocupado el perfil de las lomas de su posición, a fin
    de utilizar por más tiempo los fuegos de su
    infantería y aprovechar el espacio para dar con ventaja en
    su oportunidad una carga a la bayoneta con sus gruesos
    batallones, así que aquéllos hubiesen diezmado los
    de los independientes. El general San Martín, tuvo
    entonces la intuición de la victoria, que debía
    decidir de los destinos de la América independiente. Dio
    audazmente la señal del ataque, mandando levantar en alto
    la bandera argentina y chilena, y en medio de ellas, la bandera
    encarnada como una llamarada sangrienta. Su ojo penetrante
    había descubierto el flanco débil del enemigo, que
    era su derecha. Las "columnas se descolgaron", según la
    pintoresca expresión del mismo general en su parte, y
    "marcharon a la carga, arma al brazo sobre la línea
    enemiga", con entusiasmo, a paso acelerado. La reserva y la
    artillería permanecieron en su puesto, esperando las
    órdenes del general.

    BATALLA DE
    MAIPU

    El movimiento se inició por la derecha; pero no era
    éste el verdadero punto de ataque. Su objeto era doble:
    desalojar la izquierda del enemigo destacada sobre el
    mamelón y amenazar el frente o la izquierda de su centro,
    concurriendo así al ataque de la izquierda, que
    tenía que recorrer la menor distancia entre las alturas
    para cargar sobre el flanco más desguarnecido.
    Según el éxito de una u otra ala, la batalla se
    empeñaría por la derecha o por la izquierda,
    interviniendo convenientemente la reserva en sostén de la
    que llevase la ventaja o la desventaja: en el primer caso,
    sería una batalla de frente, cortando la izquierda y
    desbordando la derecha enemiga, y en el segundo, un verdadero
    ataque oblicuo de la derecha flanqueando o tomando por
    retaguardia Las Heras las columnas realistas, y esto era lo que
    se proponía San Martín, al aprovechar el error
    cometido por Osorio, que iba a verse obligado a entrar en combate
    con todas sus fuerzas alterando su formación. En estas
    condiciones el secreto de la victoria estaba en el uso oportuno
    de la reserva.

    Las Heras avanzó gallardamente sin disparar un tiro, a la
    cabeza del núm. 11 de los Andes, que era el nervio de la
    infantería del ejército, sostenido por los dos
    batallones que formaban su brigada, y lanzó al llano los
    escuadrones de Granaderos montados, amenazando la posición
    del mamelón. La batería de cuatro cañones
    del mamelón rompió el fuego sobre el núm. 11
    así que éste se presentó a la vista,
    causándole bastantes estragos en sus filas, pero
    siguió avanzando con rapidez seguido por los Cazadores de
    Coquimbo y los Infantes de la Patria de Chile, mientras la
    artillería de Blanco Encalada, que había quedado en
    posición sobre la loma, apoyaba el ataque lanzando sus
    proyectiles por encima de las columnas patriotas que marchaban
    por el terreno bajo. Primo de Rivera, que comprendió que
    el propósito de Las Heras era aislarlo de su línea
    de batalla, lanza a su vez su caballería situada entre el
    mamelón y la lomada triangular. Morgado carga con
    ímpetu a la cabeza de los "Dragones de la Frontera". Las
    Heras se cierra en masa y espera, dando órdenes a Zapiola
    que cargue por su derecha con la caballería. Los dos
    primeros escuadrones de Granaderos a órdenes de los
    comandantes Manuel Escalada y Manuel Medina, salen al encuentro
    sable en mano, y hacen volver caras a los jinetes realistas, que
    reciben en su huida los disparos de la artillería de
    Blanco Encalada, y se ven obligados a refugiarse tras de su
    anterior posición. Escalada y Medina son recibidos por los
    fuegos de fusilería y de metralla del mamelón;
    remolinean, pero se rehacen con prontitud; dejan a su derecha la
    altura fortificada, y apoyados con firmeza por los dos
    escuadrones de reserva mandados por Zapiola, siguen adelante en
    persecución de los derrotados, que se dispersan o se
    repliegan en desorden a la división de Morla sobre la
    loma. Las Heras se establece sólidamente con el
    núm. 11 en un cerrillo intermedio, fronterizo al
    mamelón y al ángulo nordeste del triángulo,
    en actitud de
    atacar el mamelón y concurrir al ataque de la izquierda.
    El ala izquierda de los realistas quedaba así aislada, y
    la izquierda de su centro amagada.

    Casi simultáneamente con la carga de los Granaderos a la
    derecha, el ala izquierda trepaba las alturas de la
    posición realista por el ángulo este, iniciando un
    movimiento envolvente sin divisar todavía los cuerpos
    enemigos. Los realistas, apercibidos del error de haber retirado
    su derecha perdiendo las ventajas que les daba el terreno, o
    arrastrados por su ardor, se decidieron a tomar la ofensiva.
    Ordóñez, a la cabeza de los batallones "Infante don
    Carlos" y "Concepción", con dos piezas de
    artillería, salió atrevidamente al encuentro de los
    patriotas en dos columnas de ataque paralelas, quien fue seguido
    muy luego por los batallones "Burgos" y "Arequipa", mandados por
    Morla, en la misma formación y escalonados por su
    izquierda. Osorio, que llegó a temer por su derecha y
    notando que quedaba sin reserva, mandó reconcentrar al
    centro de la línea la columna de granaderos destacada
    sobre el mamelón con Primo de Rivera.
    Ordóñez, al encimar con su división una de
    las colinas del campo, se encontró a distancia como de
    cien metros al frente de la de Alvarado, trabándose
    inmediatamente un combate de fusilería que causó
    estragos en ambas filas. Por desgracia para los independientes,
    dos de sus batallones, -el núm. 8 de los Andes y el
    núm. 2 de Chile, – que ocupaban en un bajo la zona
    peligrosa de los fuegos contrarios, sufrieron considerables bajas
    en los primeros momentos: el núm. 8, compuesto de los
    negros libertos de Cuyo, mandado por Enrique Martínez, se
    desordena después de perder la mitad de su fuerza, y se
    retira en dispersión; el núm. 2 intenta cargar a la
    bayoneta para restablecer el combate, y al ejecutar esta
    operación se dispersa también. Alvarado, que
    cubría la izquierda con el núm. 1 de Cazadores de
    los Andes, despliega en batalla y rompe el fuego; pero a su vez
    se ve obligado a ponerse en retirada para evitar una total
    derrota. La victoria parecía declararse en aquel costado
    por las armas españolas.

    Ordóñez y Morla, con sus cuatro gruesos batallones
    escalonados en dos líneas de masas, levantando como 3.500
    bayonetas, se lanzan en persecución del ala izquierda
    independiente casi deshecha, y sus cabezas de columna descienden
    impetuosamente los declives de la lomada, con grandes
    aclamaciones de triunfo. En ese momento la artillería
    chilena de Borgoño, que con sus nueve piezas ligeras
    había quedado ocupando el perfil opuesto en la Loma
    Blanca, rompe sobre los vencedores un vivo fuego a bala rasa, que
    los hace vacilar; reaccionan éstos inmediatamente, pero al
    pisar el llano son recibidos por una lluvia de metralla que rompe
    sus columnas, haciéndolas retroceder, a pesar de los
    valerosos esfuerzos de Ordóñez y Morla. Al observar
    estas peripecias, Las Heras ordena a los Infantes de la Patria de
    Chile, que carguen sobre el flanco de la división de
    Morla; pero son rechazados y retroceden en algún desorden.
    Hacía veinte minutos que la lucha se mantenía en
    este estado incierto, cuando se oyó el toque de carga de
    la reserva independiente, y vióse a sus columnas moverse a
    paso acelerado hacia el ángulo este de la posición
    enemiga.

    San Martín, que se había mantenido en la altura de
    la Loma Blanca, en observación de los primeros movimientos de
    su derecha, dictando con sangre fría sus órdenes
    según las circunstancias, adelantóse con el cuartel
    general hasta la proximidad de la posición avanzada
    ocupada por Las Heras, para dirigir de más cerca las
    operaciones de su línea.

    Al notar desde este punto el rechazo de su izquierda, dio orden a
    la reserva que cargase en su protección,
    dirigiéndose con su escolta al sitio donde iba a decidirse
    la acción por un último y supremo esfuerzo. El
    coronel Hilarión de la Quintana, a la cabeza de los
    batallones núm. 1 y 7 de los Andes, y el núm. 3 de
    Chile, descendió la loma, atravesó la hondonada
    efectuando con sus columnas una marcha oblicua sobre su
    izquierda, y llegó al ángulo este de la
    posición enemiga, en circunstancias que las columnas
    españolas se habían replegado a ella rechazadas por
    los certeros fuegos de la artillería de Borgoño. A
    vista de la reserva, los batallones 8 de los Andes y 2 de Chile
    se rehacen y sobre la base de los Cazadores de los Andes, que no
    habían perdido del todo su formación, entran en
    línea, mientras Quintana trepa la altura del
    triángulo un poco a la derecha del punto por donde lo
    había efectuado antes Alvarado. El ataque oblicuo se
    iniciaba, y la batalla iba a cambiar de
    aspecto.
    LA GRAN CARGA DE
    MAIPU

    Aislada la izquierda realista, privada del apoyo de la
    caballería que la ligaba con su línea de batalla y
    debilitada de las compañías de granaderos que por
    orden de Osorio habían acudido a formar la reserva
    general, Las Heras se disponía a arrebatar su
    posición, cuando Primo de Rivera que la mandaba,
    emprendió su retirada, dejando abandonados en el
    mamelón sus cuatro cañones. El núm. 11 de
    los Andes y los Cazadores de Coquimbo, convergen entonces hacia
    el centro, persiguiendo activamente a las fuerzas de Primo de
    Rivera, y toman la retaguardia enemiga, mientras el
    batallón Infantes de la Patria de Chile, rehecho, vuelve a
    concurrir al ataque de la izquierda. La batalla se concentraba en
    breve espacio sobre la meseta triangular de la lomada de
    "Espejo", donde iba a decidirse.

    Casi simultáneamente, el combate se renovaba con
    más encarnizamiento por una y otra parte en la extremidad
    opuesta de la línea. Para despejar el ataque por este
    lado, San Martín ordena a los Cazadores montados de los
    Andes y a los Lanceros de Chile, que arrollen la
    caballería de la derecha enemiga. Bueras y Freyre cumplen
    bizarramente la orden: llevan una irresistible carga a fondo a
    los "Lanceros del Rey" y los "Dragones de Concepción" que
    salen a su encuentro, los hacen pedazos y los persiguen largo
    trecho en desbande hasta dispersarlos completamente. Bueras muere
    en la carga, atravesado de un balazo. Freyre, tomando el mando de
    todos los escuadrones, trepa la altura y amaga el flanco derecho
    de Ordóñez. La caballería realista de ambos
    costados ha desaparecido. El combate final se traba entre la
    infantería argentino- chilena y la española. Los
    tres batallones de la reserva mandados por Quintana, forman en
    línea de masas: el núm. 7 de los Andes más
    avanzado a la izquierda; el núm. 3 y núm. 1 de
    Chile al centro y la izquierda, un poco más a retaguardia.
    Al trepar la altura, encuéntranse casi a quemarropa con
    las columnas de Ordóñez y Morla, que ocultas por un
    pliegue del terreno oblicuaban en aquel momento sobre su
    izquierda para hacer frente al nuevo ataque, sin cuidarse de la
    deshecha división de Alvarado. El "Burgos", que no
    había entrado en pelea en el primer encuentro, hace
    flamear su secular bandera, laureada en Baylén y sus
    soldados entusiasmados gritan: "¡Aquí está el
    Burgos! ¡Diez y ocho batallas ganadas! iNinguna perdida!".
    La batalla se empeña con nuevo ardor a los gritos de
    "¡Viva la Patria! ¡ Viva el Rey!" Independientes y
    realistas hacen esfuerzos heroicos para alcanzar la victoria. Las
    distancias se estrechan. Los independientes atacan con impetuosa
    intrepidez. Los realistas resisten tenazmente, sin retroceder un
    solo paso. "Con dificultad," dice San Martín en su parte,
    "se ha visto un ataque más bravo, más rápido
    y más sostenido, y jamás se vio una resistencia
    más vigorosa, más firme y más tenaz."

    La división de Alvarado, rehecha en gran parte, entra al
    fuego por el mismo punto por donde había trepado antes la
    lomada, y concurre al ataque de la reserva, a la vez que
    Borgoño con ocho piezas marcha al galope a ocupar la
    puntilla del este. La derecha patriota con la artillería
    de Blanco Encalada avanzada, converge al centro y toma la
    retaguardia de los realistas. La caballería de Freyre
    vencedora, amaga su flanco derecho. El "Burgos" agita su bandera,
    y pelea como un león. El batallón "Arequipa",
    mandado por Rodil, mantenía impávido su
    posición. Los batallones "Infante don Carlos" y
    "Concepción", dirigidos personalmente por
    Ordóñez, se baten con desesperación. En esos
    momentos, el general en jefe del rey, abandona el campo de
    batalla y se entrega a la fuga. Ordóñez, el
    más digno de mandar a los realistas en la victoria y en la
    derrota, toma la dirección de la formidable columna de la
    infantería española, e intenta desplegar sus masas;
    pero el terreno le viene estrecho, y se envuelve en sus propias
    maniobras. El núm. 7 de los Andes y el núm. 1. de
    Chile cargan a la bayoneta, a los gritos de "¡Viva la
    libertad!" y la escolta de San Martín, al mando del mayor
    Angel Pacheco, juntamente con Freyre cargan sobre su flanco
    derecho. El "Burgos" forma cuadro, y rechaza las cargas, aunque
    con grandes pérdidas. Hacía media hora que duraba
    el porfiado combate. Los realistas, circundados, sin
    caballería que los apoye y exhaustos de fatiga, vacilan y
    empiezan a cejar, pero sin desordenarse. La última
    esperanza, es la reserva de granaderos desprendida de la
    izquierda que no pudo llegar a tiempo, y los cazadores de Morgado
    que perseguidos de cerca por Las Heras, quedan cortados y se
    precipitan en fuga sobre el callejón de "Espejo".
    Ordóñez, con sus filas raleadas emprende con
    serenidad la retirada hacia la hacienda de "Espejo", formado en
    masa compacta. San Martín redobla sus órdenes para
    que la persecución se haga vigorosamente a fin de impedir
    toda reacción, y condensa su ejército.
    Ordóñez continúa impávido su
    movimiento retrógrado, y con sus últimos restos se
    refugia en la hacienda de "Espejo".

    PARTE DE
    MAIPU

    La batalla estaba decidida por los independientes. San
    Martín, con el laconismo de un general espartano, dicta
    desde a caballo el primer parte de la batalla, y el cirujano
    Paroissien lo escribe, con las manos teñidas en la sangre
    de los heridos que ha amputado: "Acabamos de ganar completamente
    la acción. Un pequeño resto huye: nuestra
    caballería lo persigue hasta concluirlo. La patria es
    libre". Los enemigos del gran capitán sudamericano han
    dicho, que San Martín estaba borracho al escribir este
    parte. Un historiador chileno lo ha vengado de este insulto con
    un enérgico sarcasmo: "Imbéciles! ¡Estaba
    borracho de gloria!".

    En ese instante oyéronse grandes aclamaciones en el campo.
    Era O´Higgins que llegaba. El Director, al saber que la
    batalla iba a empeñarse, devorado por la fiebre causada
    por su herida, monta a caballo y al frente de una parte de la
    guarnición de Santiago, se dirige al teatro de la
    acción. Al llegar a los suburbios, oye el primer
    cañonazo y apresura su marcha. En el camino, un mensajero
    le da la noticia que el ala izquierda patriota ha sido derrotada,
    y sigue adelante sin vacilar; pero al llegar a la loma tuvo la
    evidencia del triunfo. Adelantóse a gran galope con su
    estado mayor, y encuentra a San Martín a inmediaciones de
    la puntilla sudoeste del triángulo, en momentos que
    disponía el último ataque sobre la posición
    de "Espejo": le echa al cuello desde a caballo su brazo
    izquierdo, y exclama: "¡Gloria al salvador de Chile!". El
    general vencedor, señalando las vendas ensangrentadas del
    brazo derecho del Director, prorrumpe: "General: Chile no
    olvidará jamás su sacrificio presentándose
    en el campo de batalla con su gloriosa herida abierta." Y
    reunidos ambos adelantáronse para completar la victoria.
    Eran las cinco de la tarde, y el sol declinaba
    en el horizonte.

    RESISTENCIA DE
    ORDOÑEZ

    La batalla no estaba terminada. Ordónez, sin desmayar, se
    había posesionado del caserío de "Espejo",
    dispuesto a salvar el honor de sus armas con la resistencia, o la
    vida de sus soldados en una retirada protegida por la oscuridad
    de la noche. Reconcentró allí las
    compañías de granaderos y cazadores casi intactas,
    y los restos del "Burgos", el "Concepción" y el "Infante
    don Carlos", habiéndose el "Arequipa" retirado del campo
    con su comandante Rodil. El valeroso general español, con
    una admirable sangre fría, lo dispone todo personalmente
    con habilidad y decisión. Coloca en el fondo del
    callejón, tras una ancha acequia frente de un puentecillo,
    los dos únicos cañones que le quedaban, sostenidos
    por cuatro compañías de fusileros. Forma el grueso
    de su infantería sobre una pequeña altura
    fronteriza a las casas, dando cara a los dos frentes vulnerables;
    reconcentra en el patio de las casas su reserva, pronta a acudir
    a todos los puntos amenazados; cubre con destacamentos los
    callejones laterales, y extiende en contorno, protegidos por las
    tapias y emboscados en las viñas, un círculo de
    cazadores. En esta actitud
    decidida espera el último ataque.

    TRIUNFO
    FINAL

    Las Heras es el primero que persiguiendo a los cazadores de
    Morgado, llega a la puntilla sudoeste, fronteriza a la boca alta
    que domina el callejón de "Espejo". Dióse cuenta
    inmediatamente de la situación, y prudentemente dispuso
    que el batallón descendiera al llano y se ocultase tras de
    un pequeño mamelón al oriente del caserío
    (izquierda española) y esperase la señal de un
    toque de corneta para coronarlo y romper el fuego. A medida que
    fueron llegando otros batallones, les señaló sus
    puestos, y estableció convenientemente la
    artillería en la parte alta de la puntilla, a fin de
    cañonear la posición antes de dar el asalto. En
    esos momentos se presenta el general Balcarce, y ordena
    imperiosamente que el batallón Cazadores de Coquimbo
    ataque sin pérdida de tiempo por el callejón. El
    comandante Thompson, da la señal y penetra resueltamente
    en columna al desfiladero. Allí es recibido por la
    metralla de las dos piezas que lo defendían. Pretende
    avanzar; pero nuevas descargas de fusilería del frente y
    de los flancos, lo detienen, y al fin lo hacen retroceder en
    derrota, dejando en el sitio 250 cadáveres, salvando con
    todos sus oficiales heridos. Volvióse entonces al bien
    calculado plan de Las Heras. Los comandantes Borgoño y
    Blanco Encalada rompieron el fuego con diecisiete piezas, que en
    menos de un cuarto de hora desconcertó las resistencias,
    obligando a los realistas deshechos por el cañoneo, a
    refugiarse en las casas y en la viña del fondo. La
    señal de asalto se da: el núm. 11, sostenido por
    dos piquetes del 7. y 8. de los Andes, carga por el flanco
    rompiendo tapias, y pasa a la bayoneta cuanto se le presenta. La
    batalla estaba terminada. Los realistas se dispersan en pelotones
    en las encrucijadas, viñas y potreros adyacentes. En ese
    momento hace su aparición en la lucha final, un regimiento
    auxiliar de milicias de Aconcagua, que lazo en mano se apodera de
    centenares de prisioneros como de reses en el aprisco. Los
    vencedores irritados por el sacrificio del Coquimbo, continuaban
    matando, cuando se presentó Las Heras, y mandó
    cesar la inútil carnicería. Pocos momentos
    después le entregan sus espadas como prisioneros, el
    heroico general Ordóñez, el jefe de estado mayor
    Primo de Rivera, el jefe de división Morla, los coroneles
    de la caballería Morgado y Rodríguez, y con
    excepción de Rodil, todos los oficiales de la
    infantería realista, Laprida, Besa, Latorre,
    Jiménez, Navia y Bagona, y multitud de oficiales. Las
    Heras alargó ambas manos a Ordóñez, y lo
    saludó
    como a un compañero de heroísmo,
    ofreciéndole noblemente su amistad, y
    amparando con su autoridad a
    sus compañeros de infortunio.

    TROFEOS DE
    MAIPU

    Los trofeos de esta jornada fueron, doce cañones, cuatro
    banderas, 1.000 muertos contrarios; un general, cuatro coroneles,
    siete tenientes coroneles, 150 oficiales y 2.200 prisioneros de
    tropa; 3.850 fusiles, 1.200 tercerolas, la caja militar, el
    equipo y las municiones del ejército vencido. Esta
    victoria, la más reñida de la guerra de la
    independencia sudamericana, fue comprada por los independientes a
    costa de la pérdida de más de 1.000 hombres entre
    muertos y heridos, pagando el mayor tributo los libertos negros
    de Cuyo de los cuales quedó más de la mitad en el
    campo.

    IMPORTANCIA DE
    MAIPÚ

    Más que por sus trofeos, Maipú fue la primera gran
    batalla americana, histórica y científicamente
    considerada. Por las correctas marchas estratégicas que la
    precedieron y por sus hábiles maniobras tácticas
    sobre el campo de la acción, así como por la
    acertada combinación y empleo
    oportuno de las armas, es militarmente un modelo notable
    si no perfecto, de un ataque paralelo que se convierte en ataque
    oblicuo, por el uso conveniente de las reservas sobre el flanco
    más débil del enemigo por su formación y
    más fuerte por la calidad y
    número de sus tropas, inspiración que decide la
    victoria, siendo de notarse, que San Martín, como
    Epaminondas, sólo ganó dos grandes batallas, y las
    dos, por el mismo orden oblicuo inventado por el inmortal general
    griego. Por su importancia trascendental, sólo pueden
    equipararse a la batalla de Maipú, la de Boyacá,
    que fue su consecuencia inmediata, y la de Ayacucho que fue su
    consecuencia ulterior y final; pero sin Maipú, no
    habría tenido lugar Boyacá ni Ayacucho. Vencidos
    los independientes en Maipú, Chile se pierde para la causa
    de la emancipación, y con Chile, probablemente la
    revolución argentina, encerrada dentro de sus fronteras
    amenazadas por dos ejércitos vencedores por sus dos puntos
    más vulnerables, desde entonces inmunes. Sobre todo, sin
    Chile, no se obtiene el dominio naval del
    Pacífico, la expedición al Bajo Perú se hace
    imposible, y Bolívar no hubiera podido converger hacia el
    sur, aún triunfando en el norte de los ejércitos
    españoles con que luchaba, y de hacerlo, se habría
    encontrado con 30.000 hombres que le hicieran frente y el mar
    cerrado. Además, Maipú quebró para siempre
    el nervio militar del ejército español en
    América, y llevó el desánimo a todos los que
    sostenían la causa del rey desde Méjico hasta el
    Perú, dando nuevo aliento a los independientes. Chacabuco
    había sido la revancha de Sipe-Sipe: Maipú, fue la
    precursora de todas las ventajas sucesivas. Tuvo además,
    el singular mérito de ser ganada por un ejército
    derrotado e inferior en número a los quince días de
    su derrota, ejemplo singular en la historia militar.

    FUGA DE
    OSORIO

    Sólo salvaron del campo de batalla, el batallón de
    "Arequipa", que mandado por Rodil se retiró en
    formación dispersándose al pasar el Maule, y los
    dispersos de la caballería. El general en jefe
    español atribulado, había abandonado el campo a las
    tres de la tarde, seguido por su escolta, así que vio que
    su derecha y centro se replegaban vencidos, sin pensar más
    que en la seguridad de su
    persona.

    Señalada su fuga a San Martín, por un poncho blanco
    que llevaba, desprendió a su ayudante O'Brien con una
    partida para que lo persiguiese sin descanso. Osorio se pudo
    salvar tomando el camino de la costa, pero dejando en poder de
    O´Brien su equipaje y toda su correspondencia oficial y
    reservada. El vencido general llegó a Talcahuano al frente
    de catorce hombres (14 de abril), y allí se le reunieron
    como 600 más escapados a la derrota, último resto
    del ejército vencedor en Cancharrayada.

    ERROR DESPUES DE
    MAIPU

    El general San Martín reincidió, como
    después de Chacabuco, en el error de no activar la
    persecución sacando de su victoria todos los resultados
    inmediatos. Se ha dicho en su disculpa, que el gobierno chileno
    se hallaba en la imposibilidad de suministrar prontamente los
    recursos para la
    continuación activa de una nueva campaña al sur,
    siendo lo probable, que ocupado de más vastos planes,
    sobre todo, del armamento naval que proyectaba para dominar el
    Pacífico y embargaba toda su atención,
    descuidó esto completamente, sin darle la debida
    importancia. Limitóse en los primeros momentos a
    desprender a Freyre con un destacamento de caballería de
    línea, y sólo cuando las partidas de milicianos que
    perseguían a los fugitivos empezaron a cometer
    depredaciones, dio orden al coronel Zapiola para que al frente de
    250 Granaderos montados se dirigiese al sur y se mantuviera en
    observación del enemigo sobre la
    línea de Maule, acantonándose en Talca. La victoria
    era tan grande, que daba para todo, hasta para cometer y corregir
    errores. Por su parte, Zapiola desempeñó su
    cometido con inteligencia y
    actividad. Desarmó las guerrillas irregulares que
    deshonraban la causa de la independencia, creándole
    resistencias
    en el sur del país. Extrajo todo el material de guerra de
    los depósitos de Talca, que los enemigos en su fuga
    habían arrojado al río Maule. Estableció un
    servicio de vigilancia y de espionaje sobre la línea del
    Maule y el territorio dominado por el enemigo al sur del
    Ñuble, y por último, dio organización a las milicias de la
    localidad, preparándose a tomar la ofensiva parcial. Era
    todo cuanto podía hacerse con tan escasos elementos.

    CONSECUENCIAS DE
    MAIPU

    Osorio aprovechó el respiro que le daba el vencedor para
    allegar algunos elementos militares y sostenerse en
    Concepción y Talcahuano, tomando por línea de
    defensa el Ñuble. Reunió las guarniciones de la
    frontera de Arauco y ordenó al coronel Sánchez que
    se mantuviese firme en Chillán, consiguiendo a mediados de
    mayo contar con un a fuerza organizada de 1.200 hombres; pero con
    sólo 600 fusiles. En esta actitud
    pidió nuevas instrucciones y auxilios al Perú. El
    virrey Pezuela había dado por perdido definitivamente a
    Chile después de Maipú, y sólo pensaba en
    proveer a la defensa de su territorio amenazado. A la primer
    noticia de la derrota, convocó en Lima una junta de
    corporaciones, y en una arenga que les dirigió, dio a la
    batalla la importancia continental que tenía, y que da
    testimonio de la profunda impresión que ella causó
    en los ánimos de los realistas en América.
    "Nuestros cálculos ulteriores, -dijo-, deben partir del
    segurísimo concepto de que
    los enemigos siempre activos,
    atrevidos y emprendedores, no desperdiciarán momento para
    poner en ejecución planes agresivos, cuyo éxito
    favorable les facilitarán sus recientes ventajas. Estos
    planes no son otros que de apresurarse a mandar una
    expedición a estas dilatadas costas para introducir el
    desorden y la revolución en los pueblos, y propagarla de
    unos en otros hasta lograr hacer sucumbir a esta misma capital
    (Lima), objeto de sus perpetuas miras, por cuanto de su
    inagotable seno han salido desde el principio de la
    revolución, y para todos los puntos contaminados, las
    disposiciones y medios contra los cuales tantas veces han
    escollado sus obstinados esfuerzos. Me consta que tales han sido
    sus aspiraciones en todos tiempos, y me hallo cerciorado que se
    agitan actualmente con el más extraordinario empeño
    por realizar cuanto antes este su favorito proyecto. Para
    prometerse un próspero suceso en sus tentativas, sé
    que cuentan con algunos adictos a sus ideas que ocultos existen
    en los pueblos más fieles; y cuentan con mayor fundamento
    con la pronta concurrencia de la numerosa esclavatura que hay
    aquí, deseosa de libertad, así como lo han
    practicado en Buenos Aires. Sé también, que para
    realizar lo proyectado han comprado dos navíos, que su
    intención era batir nuestra escuadra, y en seguida, hechos
    dueños de la mar, mandar con mayor desahogo sus
    expediciones de desembarco a los puntos de la costa. Las
    providencias defensivas del gobierno han debido abrazar por tanto
    dos distintos medios de resistencia". Fue tal el pavor que la
    derrota de Maipú produjo en el Perú, que Pezuela,
    para aquietar los temores de las tropas del país reunidas
    en los alrededores de Lima, entre las cuales se anunciaba una
    nueva expedición a Chile, viose obligado a dirigirles una
    proclama aquietándolas: "Ha llegado a mi noticia que
    muchos de vosotros vienen disgustados, creyendo que han de
    marchar para Chile a incorporarse al ejército del rey que
    allí ha quedado. Yo os aseguro, que el objeto de vuestra
    venida a la capital, no es otro que mantener la tranquilidad
    pública". El orgulloso virrey, vencedor en Vilcapugio,
    Ayohuma y en Sipe-Sipe tres años antes, al ponerse a la
    estricta defensiva solicitaba en los términos más
    angustiosos prontos auxilios del virrey Sámano y de
    Morillo en Venezuela y
    Nueva Granada. "El tenor de las comunicaciones ha reagravado la
    dolorosa impresión del fatal suceso (de Maipú),
    resistiéndose la imaginación a convencerse
    cómo pudo suceder que un ejército completamente
    dispersado en un punto se rehiciese a los quince días en
    otro, ochenta y más leguas distante, en disposición
    de batir a sus vencedores, que no dejaron de perseguirlos de muy
    cerca por el mismo hecho del corto número de días
    que medió entre ambas acciones. Pero es demasiadamente
    cierto el final del funesto resultado, y que Osorio
    después de perdido todo habiendo emprendido su retirada
    con mil hombres, únicos del ejército que pudieron
    salvarse, pudo llegar a Concepción con sólo
    catorce, por haber sido muertos o dispersados por la
    caballería enemiga que los persiguió acuchillando
    en tan larga distancia. Por de pronto, mis incesantes fatigas
    tienen por objeto la colectación e instrucción de
    los reclutas destinados a la defensa de la capital y costas del
    distrito para resistir a cualquier agresión
    marítima, cuya diligencia presenta no pocas dificultades.
    Reitero, pues, mi súplica sobre cuanto pedí en mi
    último oficio, persuadiéndose que mis apuros han
    llegado hasta el grado sumo". El virrey de Nueva Granada le
    contestaba: "La fatal derrota que han sufrido la tropas del rey,
    nuestro señor, cerca de Santiago de Chile pone a aquel
    virreinato (del Perú), y a todo este continente por la
    parte del sur en consternación y peligro", y junto con
    estas palabras la enviaba el batallón "Numancia", fuerte
    de 1.200 plazas que a la sazón se hallaba en
    Popayán, refuerzo que a la vez que debilitaba a los
    realistas en este punto, facilitaba la invasión de
    Bolívar a Nueva Granada. Era un nuevo contingente a la
    causa de la independencia americana, como más adelante se
    verá. El general Morillo, que al frente de una
    expedición peninsular de diez mil hombres había
    arribado a Costa Firme, a la sazón extenuada en Venezuela, al
    conocer los detalles de la batalla de Maipú, pronunciaba
    palabras melancólicas que hacían presentir la
    derrota fatal: "El desgraciado suceso de las armas de S.M. cerca
    de Santiago de Chile, me llena del más amargo pesar. Yo
    entiendo que el ejército del rey victorioso en Lircay con
    5.000 hombres sobre 10.000 enemigos, habría sido batido
    igualmente contando con 55.000, por las mismas tropas y los
    mismos jefes que lo han destruido en el llano de Maipú".
    Así, el plan de campaña continental, cuya
    intuición tuvo San Martín en 1814 en
    Tucumán, era al fin comprendido en todas sus consecuencias
    por el enemigo, que al anuncio de su segunda etapa, ya no se
    consideraba seguro ni en
    la tierra ni
    en los mares, y presentía su total derrota en toda la
    extensión de la América meridional. Jamás
    una concepción militar tuvo tan decisiva influencia
    moral en los
    acontecimientos, hiriendo de pavor al adversario con sólo
    su amago, aún antes de experimentar de cerca sus efectos
    finales. Son estas concepciones de largo alcance,
    metódicamente ejecutadas, las que caracterizan el
    verdadero genio militar.

    EL RESULTADO DE LAS BATALLAS:
    LA INDEPENDENCIA DE CHILE

    TRANSCRIPCIÓN
    DEL DOCUMENTO REFERIDO A LA PROCLAMACIÓN DE LA
    INDEPENDENCIA DE CHILE

    La fuerza ha sido la razón suprema que por más de
    trescientos años ha mantenido al Nuevo Mundo en la
    necesidad de venerar como un dogma la usurpación de sus
    derechos y de
    buscar en ella misma el origen de sus más grandes deberes.
    Era preciso que algún día llegase el término
    de esta violenta sumisión, pero entretanto era imposible
    anticiparla: la resistencia del débil contra el fuerte
    imprime un carácter sacrílego a sus pretensiones y
    no hace más que desacreditar la justicia en
    que se fundan.

    Estaba reservado al siglo XIX el oír a la América
    reclamar sus derechos sin ser delincuente
    y mostrar que el período de su sufrimiento no podía
    durar más que el de su debilidad. La revolución del
    18 de setiembre de 1810 fue el primer esfuerzo que hizo Chile
    para cumplir esos altos destinos a que lo llamaba el tiempo y la
    naturaleza:
    sus habitantes han probado desde entonces la energía y
    firmeza de su voluntad, arrostrando las vicisitudes de una guerra
    en que el gobierno español ha querido hacer ver que su
    política
    con respecto a la América sobrevivirá al trastorno
    de todos los abusos. Este último desengaño les ha
    inspirado naturalmente la resolución de separarse para
    siempre de la monarquía española y proclamar su
    independencia a la faz del mundo.

    Mas no permitiendo las actuales circunstancias de la guerra la
    convocación de un Congreso Nacional que sancione el voto
    público, hemos mandado abrir un gran registro en que
    todos los ciudadanos del Estado sufraguen por sí mismos,
    libres y espontáneamente, por la necesidad urgente de que
    el gobierno declare en el día la Independencia o por la
    dilación o por la negativa; y habiendo resultado que la
    universalidad de los ciudadanos está irrevocablemente
    decidida por la afirmativa de aquella proposición, hemos
    tenido a bien, en ejercicio del poder extraordinario con que para
    este caso particular nos han autorizado los pueblos, declarar
    solemnemente a nombre de ellos, en presencia del Altísimo,
    y hacer saber a la gran confederación del género
    humano que el territorio continental de Chile y sus islas
    adyacentes forman, de hecho y por derecho, un Estado Libre
    Independiente y Soberano, y quedan para siempre separados de la
    monarquía de España, con plena aptitud de adoptar
    la forma de gobierno que más convenga a sus intereses.

    Y para que esta declaración tenga toda la fuerza y solidez
    que debe caracterizar la primera Acta de un Pueblo Libre, la
    afianzamos con el honor, la vida, las fortunas y todas las
    relaciones sociales de los habitantes de este nuevo Estado:
    comprometemos nuestra palabra, la dignidad de nuestro empleo y el
    decoro de las armas de la Patria, y mandamos que con los libros del
    gran registro se
    deposite el Acta original en el archivo de la
    Municipalidad de Santiago y se circule a todos los pueblos,
    ejércitos y corporaciones para que inmediatamente se jure
    y quede sellada para siempre la emancipación de Chile.

    Dada en el Palacio Directorial de Concepción, al 1 de
    enero de 1818, firmada de nuestra mano, signada con el de la
    nación y refrendada por nuestros Ministros y Secretarios
    de Estado en los Departamentos de Gobierno, Hacienda y
    Guerra.

    LA CAMPAÑA DEL
    PERÚ A FONDO.

    1.- LA
    FINANCIACIÓN DE LA EMPRESA

    Culminada la campaña de Chile, San Martín se
    apresuró a viajar de nuevo a Buenos Aires y el 13 de abril
    salía de Santiago para repasar la cordillera y realizar de
    nuevo la larga travesía. Debería replantear ante
    Pueyrredón y los prohombres de la Logia en Buenos Aires
    los planes elaborados después de Chacabuco, que la
    invasión de Osorio había postergado y la gestión
    de Manuel Aguirre y Gregorio Gómez, enviados a
    Norteamérica para adquirir navíos, demoraba
    todavía más.

    Pueyrredón le esperaba dispuesto a recibirle con los
    grandes honores que reclamaba la gloria del vencedor de
    Maipú: "Sin embargo de que usted me dice que no quiere
    bullas ni fandangos -le escribió en una carta que
    recibió en el viaje- es preciso se conforme a recibir de
    este pueblo agradecido las demostraciones de amistad y ternura
    con que está preparado". Pero San Martín. siempre
    esquivo, evitaba las aclamaciones y el 11 de mayo entraba a la
    ciudad sin aviso previo, a la hora del alba. yendo directamente a
    su casa donde le aguardaban María de los Remedios y su
    hijita, a quienes no veía desde aquella mañana de
    Mendoza, hacía más de un año, cuando se
    despidió de ellas para conducir su ejército a
    través de la cordillera.

    Estuvo en Buenos Aires poco más de un mes. Pero si pudo
    evitar la efusión popular del recibimiento le fue
    imposible substraerse a los honores oficiales. El 17 de mayo
    debió asistir a la sesión extraordinaria que el
    Congreso acordó celebrar para expresar públicamente
    la gratitud de la Nación al vencedor de Maipú.

    La ciudad se había engalanado para adherir a la solemne
    ceremonia y se volcó sobre las calles del breve recorrido
    que haría la comitiva desde el Fuerte hasta la Casa
    Nacional, sede de la Soberanía, en el antiguo local del
    Consulado sobre la misma calle que ahora se llama de San
    Martín.

    El general de los Andes, de gran uniforme. adelantaba su figura
    marcial al lado del Director Supremo. y la multitud que lo
    contemplaba aplaudiendo su paso debió comprender
    enternecida, en aquella hora de emoción y de gloria, el
    significado cabal de la misión que ese hombre estaba
    realizando con un fervor tan intrépido e indeclinable en
    el propio sacrificio como tenaz e intransigente en el reclamo con
    que llamaba a compartirla. Porque en el corazón
    del pueblo era ya San Martín algo más que el
    extraordinario ejecutor de las proezas militares y veía en
    él al símbolo de los grandes ideales que le
    habían movilizado, al héroe que encarnaba la
    esperanza y los anhelos de la Revolución.
    Ahora su sola presencia era un llamado a proseguir la obra
    todavía inconclusa y casi un reproche que hacía
    acallar las disidencias y pasiones que la retardaban, pues todos
    sabían que en el éxito de su empresa estaba la
    aspiración más auténtica y profunda del
    pueblo. Por eso alcanzaron vigorosa expresión las palabras
    con que saludó
    a San Martín en la reunión de la Asamblea el
    presidente de turno don Matías Patrón: "La Patria
    se gloria por la victoria obtenida y sus consecuencias, y no es
    menor su satisfacción al esperar de vuestro valor y
    vuestra constancia, iguales y mayores glorias sobre los peligros
    que restan arrostrar".

    San Martín estaba ansioso por terminar rápidamente
    el cometido que le. había traído a Buenos Aires.
    Tenía ante el gobierno y los "amigos" de la Logia un
    inmenso prestigio y no hay duda que supo aprovecharlo. Su
    autoridad
    pesó decididamente en los acuerdos que se adoptaron para
    cooperar en el plan continental. Era necesario acelerar la
    formación de la escuadra para librar de enemigos al
    Pacífico y hacer posible la expedición a Lima:
    debían ser reforzados los efectivos del ejército
    con nuevos reclutas y oficialidad competente; había que
    suministrar armamentos, vestuarios, caballadas; y todo eso
    requería urgente financiación. San Martín
    expuso concretamente sus demandas, allanó objeciones,
    explicó de nuevo la trascendencia de su empresa,
    enfrentó al ceñudo doctor Tagle y convenció
    a todos, primero a los amigos, y después a
    Pueyrredón en su chacra de San Isidro.

    Había dificultades indudables, que se irían
    complicando cada vez más y, en primer lugar, estaba la
    penuria financiera que desesperaba a Gascón, ministro de
    Hacienda, y amargaba la vida del Director Supremo, que
    debía multiplicarse para atenderlo todo. El gobierno
    tenía que responder a las exigencias del frente del Norte
    continuamente amenazado por La Serna, y estar a la mira de la
    situación creada en la Banda Oriental por la
    invasión portuguesa, que en cualquier momento a pesar de
    su actual actitud pasiva podía plantear una crisis de
    atención inmediata. Además, se venía
    temiendo con fundamento la realización de la gran amenaza
    de Fernando VII, que preparaba en Cádiz un ejército
    a órdenes del conde del Abisbal para invadir el Río
    de la Plata.

    Pero San Martín fue perentorio y convincente. El 16 de
    junio tomaba la galera para volver a Mendoza, esta vez en
    compañía de Remedios y Merceditas. Llevaba
    además las promesas del gobierno de realizar un
    empréstito forzoso de quinientos mil pesos durante los
    próximos cuatro meses destinado a las necesidades de la
    expedición.

    En realidad, desde al año anterior habían comenzado
    las gestiones para la adquisición de la escuadra. San
    Martín comisionó a Álvarez Condarco, primero
    y después a Álvarez Jonte para que fueran a Londres
    con ese objeto, Manuel Aguirre y Gregorio Gómez por otra
    parte, viajaron a Norteamérica para contratar barcos de
    guerra por cuenta de los gobiernos argentino y chileno. Se
    irían adquiriendo, además, algunas naves que se
    ofrecieran en el Río de la Plata o en Valparaíso.
    Buscábase también un almirante para la futura
    flota: desde Europa
    vendría lord Cochrane. En cuanto a los preparativos
    militares, San Martín confiaba en O'Higgins y en la
    terminación de la guerra en el sur de Chile, donde
    prolongaban su resistencia los realistas, ahora a órdenes
    del general Sánchez: sabía también
    cuánto habría de rendirle, para remontar su nuevo
    ejército, el inextinguible celo de su amada provincia de
    Cuyo, siempre en manos de sus adictos Luzuriaga, La Rosa y Dupuy.
    En Buenos Aires había comprado armas y pertrechos de
    guerra.

    Volvía, pues, satisfecho de su viaje. Comprendía
    las razones del gobierno y los aspectos diversos de la
    situación general, pero ya había hecho su
    opción frente a esos problemas y
    por eso la había auspiciado con tanto empeño.

    La expedición a Lima significaba resolver el máximo
    problema; era la conquista de la independencia de América,
    que por añadidura daría al gobierno la fuerza y los
    medios de resolver las otras cuestiones. No sólo el
    patriotismo y la fidelidad a los principios
    adoptados indicaban este camino sino también el buen
    senado y las conveniencias del mismo gobierno. Por eso, con
    optimismo estimulante, había escrito a O'Higgins antes de
    partir: "El empréstito de los quinientos mil pesos
    está realizado. Hágase por ese Estado otro esfuerzo
    y la cosa es hecha. Sobre todo auméntese la fuerza lo
    menos hasta nueve mil hombres, pues de lo contrario nada se
    podrá hacer. Prevengo que en los quinientos mil pesos va
    inclusa la cantidad del valor de cuatro mil quinientos vestuarios
    destinados para el ejército de los Andes. Póngase
    usted en zancos y dé una impulsión a todo para que
    haya menos que trabajar. De lo contrario yo me tiro a
    muerto".

    La cordillera estaba cerrada cuando llegó a Mendoza y
    debió aguardar allí la buena estación. Pero
    a fines de agosto Pueyrredón le escribía una carta
    desoladora. El empréstito fracasaba. "No hay numerario en
    plaza – agregaba el 2 de septiembre-, es imposible el medio
    millón aunque se llenen las cárceles y cuarteles".
    Ante la primera noticia, San Martín que conocía
    cuánto debía jugar en la emergencia
    reaccionó con violencia
    inesperada: envió su renuncia de Director Supremo. Si el
    ejército no era socorrido no solamente no podría
    emprender operación alguna sino que estaba muy expuesto a
    su disolución. Además su salud era muy mala y su
    médico, el doctor Colisberry, no le daba ni seis meses de
    existencia, y habiendo variado las circunstancias rogaba se le
    admitiera la renuncia. Y a Guido, a su entrañable Guido,
    que seguía la negociación desde Chile, le explicaba que
    el Director como jefe del Estado y como amigo había
    sancionado el auxilio pedido . El incumplimiento era
    cuestión de honor: "Yo no quiero ser juguete de nadie",
    terminaba. La renuncia cayó en Buenos Aires como una
    bomba. Volvieron a reunirse los prohombres del Congreso y los
    amigos. Pueyrredón, recapacitando sobre su actitud
    anterior tal vez un poco débil frente a los comerciantes,
    metió a todos en un puño, apretó
    terriblemente y consiguió exprimir hasta 300.000 pesos.
    Zañartú, ministro de Chile, le explicaba a
    O'Higgins la situación: "El empréstito se lleva a
    cabo porque la Logia no se detendría por
    consideración alguna que se oponga a la realización
    del fin. San Martín ha dado un golpe maestro". Y es que la
    autoridad de
    San Martín seguía siendo incontrastable. Le
    volvió a escribir a Guido: "Todo eso ha mejorado mi
    salud y
    sólo espero un poco más de tiempo para que venga
    todo el dinero y
    marcharme a ésa aunque sea muriéndome".

    2.- UN MANIFIESTO A LOS
    PERUANOS

    Y ya estaba al pie de su mula, con el fiel padre Bauzá, su
    capellán y administrador
    privado que le acompañaría hasta Santiago, cuando a
    fines de octubre recibió una visita importante: nada menos
    que el prominente logista Julián Álvarez
    venía a verle en persona de parte
    de los amigos, tan delicada era la nueva que debía
    participarle. Se había decidido en los consejos de Buenos
    Aires enviar a Europa al
    talentoso canónigo Valentín Gómez, como
    diputado del gobierno para gestionar ante el Congreso de los
    Soberanos, reunido en Aix-la-Chapelle, el reconocimiento de la
    independencia del país sobre la base del establecimiento
    de una monarquía constitucional en el Río de la
    Plata. Pueyrredón le había escrito también,
    el 24 de septiembre, con ingenuo entusiasmo, sobre este negocio
    de cuyo éxito a su juicio dependía la
    salvación del país: "Él sólo va a
    terminar la guerra y asegurar nuestra independencia de toda otra
    nación extranjera; por él haremos que al momento
    evacuen los portugueses el territorio oriental". San
    Martín escuchó con mucha atención al
    secretario de la Logia: tampoco le disgustaba a él una
    solución monárquica siempre que tuviera por base la
    independencia: sobre ello habían conversado los amigos en
    la chacra de Pueyrredón, durante la reunión de
    junio. Pero sin duda pensó que si esa solución
    podía adoptarse en el Río de la Plata, para hacerla
    viable en toda América debía conquistarse antes la
    libertad del Perú. Además, algo le dejó una
    espina mordiente. Cuando Álvarez viajaba para Mendoza
    divisó en lontananza al cruzar la frontera de Santa Fe a
    una partida de jinetes, que, a no dudarlo, venían a
    registrar su galera. "Eran los montoneros – explicó con
    el lenguaje de
    los doctores de Buenos Aires- y no había tiempo que
    perder". Y el buen don Julián, antes de que llegaran,
    había hecho detener el carruaje y con los documentos de la
    negociación monárquica hizo una pira
    y los quemó. ¿No era ése un proceder
    semejante al de quien destruye la prueba de un delito?
    ¿Estaría acaso esta negociación destinada a ahondar la gran
    crisis abierta
    por la divergencia del Litoral?

    San Martín con el buen franciscano siguió viaje a
    Chile. Dejaba a su Remedios convaleciente de un nuevo
    contratiempo tenido a poco de llegar a Mendoza. En Santiago tuvo
    una excelente noticia. La naciente escuadra chilena
    -habían llegado ya varios de los buques contratados- daba
    los frutos esperados. El coronel Blanco Encalada, improvisado
    almirante, acababa de apresar en Talcahuano a una fragata
    española, la Reina María Isabel, magnífica
    presa que venía a engrosar la flota.

    En su atareado bufete de la casa del Obispado, San Martín
    recomenzó su actividad. La minuciosa, concreta y
    permanente faena de la empresa
    peruana. Hacia tiempo, desde antes de su viaje a Buenos Aires,
    habíala iniciado con sus métodos
    habituales. Iban y venían mensajes hasta Lima o Arequipa o
    al Callao; informaciones, libelos, cartas
    misteriosas, anónimos. Todo pasaba bajo su mirada
    infatigable. Las cosas iban bien. Quizá pudiera comenzarse
    en esta estación, apenas llegara el famoso lord
    Cochrane.

    Entre tanto, el 13 de noviembre. escribió un manifiesto a
    los peruanos en que se presentaba como su Libertador: "Mi anuncio
    no es el de un conquistador que trata de sistematizar una nueva
    esclavitud. Yo
    no puedo ser sino un instrumento accidental de la justicia y un
    agente del destino. El resultado de la victoria hará que
    la capital del Perú vea por la primera vez reunidos a sus
    hijos eligiendo libremente su gobierno y apareciendo a la faz de
    las naciones del globo entre el rango de las naciones".

    Pocos días después, el 28 de noviembre, llegaba a
    Valparaíso lord Alejandro Cochrane. precedido por la fama
    resonante de sus acciones navales en la guerra contra
    Napoleón. Álvarez Condarco, en Boulogne-sur-Mer,
    habíalo convencido fácilmente a enrolarse en la
    gran aventura que para él significaba participar en la
    contienda americana. Servía de esta manera a sus propios
    ideales y a las conveniencias de su país a quien
    sabía interesado en la libertad de la América
    española. Era una nueva ocasión para el noble lord
    e iguales motivos habían decidido a otros marinos ingleses
    – Wilkinson, De Guise, O'Brien, Forster- a comandar los barcos de
    la armada independiente.

    Mecíanse ya en el puerto de Valparaíso, en airoso
    conjunto, las fragatas, corbetas y bergantines, y el 14 de enero
    de 1819 Cochrane saldría rumbo al Callao para hacer su
    primer crucero por el Pacífico y combatir a la flota
    española que hasta entonces no había tenido
    oposición alguna. La iniciación de la guerra
    marítima era la etapa indispensable de la
    expedición al Perú.

    Pero en algunos aspectos las cosas no marchaban bien.
    Prolongábase la guerra en el sur. adonde se había
    enviado al general Balcarce, que debía habérselas a
    un mismo tiempo con realistas y montoneros. Además, el
    gobierno de O'Higgins era jaqueado por una oposición
    creciente y se hallaba prácticamente paralizado por falta
    de recursos o de energía para conseguirlos; incluso
    podía acusarse algún desgano en la
    realización de los aprestos del ejército, que San
    Martín urgía sin descanso. Advertíase en
    ciertos círculos notoria animadversión hacia
    determinados elementos del gobierno que fue necesario desplazar;
    y reaparecían peligrosamente algunos restos del partido
    carrerino cuyas aspiraciones promovía desde Montevideo
    José Miguel Carrera, que clamaba venganza por la
    ejecución de sus hermanos Luis y Juan José
    realizada en Mendoza poco después de la batalla de
    Maipú, triste final de una funesta aventura.

    El Director Supremo de Chile, fraternalmente unido a San
    Martín, sufría más que ninguno estas
    dificultades, pero se veía obligado a considerarlas a
    pesar de ser. por otra parte, el primer interesado en cooperar
    con la fuerza que era su más firme sostén. San
    Martín pintaba a Pueyrredón esta situación
    con sombríos colores y le
    instaba a aumentar sus auxilios.

    3.- SAN MARTÍN Y LA
    CRISIS
    DIRECTORIAL

    En este final del año 1818 era mucho peor la crisis
    política
    en las Provincias Unidas. El gobierno y el Congreso se
    habían embarcado decididamente en la negociación monárquica cuyos
    detalles refirió Julián Álvarez a San
    Martín en la entrevista
    de Mendoza. Pero adoptaban esa determinación en plena
    lucha con las provincias del Litoral, que el Directorio
    había reabierto con imprudencia incalculable, sin parar
    mientes en sus consecuencias ni en el pábulo que daba a la
    política
    de Artigas, pertinaz en su postura federalista y en su exigencia
    de no aprobar ningún avenimiento mientras el gobierno de
    Buenos Aires no declarara la guerra a Portugal, invasor del
    territorio nacional desde 1816. En realidad, el proceso
    federalista estaba abierto en el Litoral desde antes de la
    revolución de 1816 y Álvarez Thomas primero y
    después Pueyrredón se empeñaban en
    sofocarlo. Mucho había maniobrado el Director Supremo con
    comisionados y tropas sobre Santa Fe y Entre Ríos, durante
    los dos últimos años, pero el resultado, entre
    otras consecuencias adversas a sus fines, había sido
    promover la aparición de dos fuertes caudillos, Estanislao
    López y Francisco Ramírez,
    que ahora se presentaban como abanderados de un auténtico
    programa
    federal y, sobre todo, como intérpretes de la
    oposición de los pueblos a la actitud del gobierno central
    ante el invasor portugués y al plan monarquista que era
    una claudicación.

    Santa Fe era la posición clave y por eso resultaba
    indispensable dominarla para vencer en la nueva campaña,
    que Pueyrredón decidió abrir en agosto de 1818
    enviando contra su territorio al general Juan Ramón
    Balcarce, que avanzó hasta el Rosario; y al general
    Belgrano, que desde Tucumán destacó una
    división al mando de Bustos para amagar desde
    Córdoba a la rebelde provincia. Pero ni Balcarce ni Bustos
    pudieron hacer nada efectivo contra el caudillo santafesino. que
    les hizo una guerra de montonera. terriblemente eficaz aunque
    debiera retroceder casi siempre ante las tropas regladas, que
    sólo encontraban ante sí la tierra
    asolada y la airada protesta campesina.
    Así comenzó, en medio de esta guerra civil, el
    año 1819. Belgrano había debido trasladarse a la
    frontera de Córdoba para asumir personalmente el mando del
    ejército, mientras Balcarce era reemplazado por Viamonte
    en la dirección de las fuerzas de Buenos Aires.

    Entre tanto llegaban de Europa noticias alarmantes sobre la
    expedición española que proyectaba enviar Fernando
    VII, y con el pretexto de este peligro e invocando las cartas que
    recibía de San Martín sobre la inacción del
    gobierno chileno, demorado en su cooperación a la
    expedición sobre Lima, el Directorio envió a San
    Martín, el 27 de febrero, la orden de repasar la
    cordillera con el ejército de los Andes y situarse en
    Mendoza a la espera de nuevas instrucciones.

    Pero cuando esta orden viajaba para Santiago el general se
    había trasladado a Mendoza desde su acantonamiento en
    Curimón, enviándole antes una nota a O'Higgins en
    la que le decía: "La interrupción de correos que
    hace más de un mes se experimenta con la capital de las
    Provincias Unidas, las noticias que me suministra el gobernador
    intendente de la Provincia de Cuyo con respecto a la guerra de
    anarquía que se está haciendo en las referidas
    provincias por parte de Santa Fe, me han movido como un ciudadano
    interesado en la felicidad de la América, a tomar una
    parte activa a fin de emplear todos los medios conciliativos que
    están a mis alcances para evitar una guerra que puede
    tener la mayor trascendencia a nuestra libertad. A ese objeto he
    resuelto marchar a dicha provincia de Cuyo, tanto para poner a
    ésta al cubierto del contagio de anarquía que la
    amenaza, como de interponer mi corto crédito, tanto con mi gobierno como con el
    de Santa Fe, a fin de transar una contienda que no puede menos
    que continuada ponga en peligro la causa que defendemos. El
    general Balcarce queda encargado del mando del ejército de
    los Andes. V.E. podrá nombrar para el de Chile el que sea
    de su superior agrado; tendré la satisfacción de
    volver a ponerme a la cabeza de ambos ejércitos luego que
    cesen los motivos que llevo expuestos y que los aprestos para las
    operaciones ulteriores que tengo propuestas y confirmadas por
    V.E. estén prontos".

    Evidentemente San Martín veía cada vez más
    claro en las causas y en las consecuencias de la guerra civil
    argentina; en la guerra de anarquía como él y los
    amigos la llamaban. ¿Cómo no había de
    inquietarse ante la tremenda perspectiva de una lucha en la que
    el Directorio de Buenos Aires no vacilaba en dejar desguarnecida
    la frontera del Norte, siempre amenazada por el ejército
    de La Serna? ¿Cómo no había de ver el
    peligro que ella implicaba para la causa americana?

    Su decisión fue terminante y, como siempre. puso el
    interés
    de la patria por encima de sus propias convicciones,
    comprometidas sin duda con los amigos de la Logia de Buenos Aires
    en más de uno de los capítulos enrostrados por "los
    anarquistas". Y desde Mendoza, el 13 de marzo, se dirigió
    a Estanislao López pidiéndole aceptara la
    mediación que el gobierno de Chile, a indicación
    suya, había interpuesto entre el Director Supremo de las
    Provincias Unidas y el gobernador de Santa Fe, a fin de llegar a
    un acuerdo que hiciera cesar la guerra. El mismo día y con
    igual instancia se dirigía al general Artigas.

    Le decía a Estanislao López en esta carta famosa:
    "Unámonos, paisano mío, para batir a los
    maturrangos que nos amenazan; divididos seremos esclavos; unidos
    estoy seguro que los
    batiremos; hagamos un esfuerzo de patriotismo, depongamos
    resentimientos particulares y concluyamos nuestra obra con honor:
    la sangre americana que se vierte es muy preciosa y debía
    emplearse contra los enemigos que quieren subyugarnos".

    Y es a López, e igualmente a Artigas, a quienes
    dirigió en esta misma carta aquella advertencia: "Mi sable
    jamás saldrá de la vaina por opiniones políticas". Esta actitud de San
    Martín ante los caudillos del Litoral ha de contarse sin
    ambages entre las decisiones más notables de su
    intervención en el problema político argentino y
    por ello corresponde señalar su trascendencia en la
    crisis final
    del régimen y medirla por la significación nacional
    de quien tuvo la extraordinaria entereza de producir un acto que
    era una clara definición histórica. Por mucho que
    San Martín estuviera vinculado al equipo gobernante; por
    más que compartiera la responsabilidad de sus planes como gran dirigente
    de la Logia, y por poco que le gustara, según
    expresó más de una vez, la solución
    federativa, no pudo permanecer indiferente ni sordo ante la
    guerra civil, ni su visión penetrante de las cosas
    podía dejar de advertir la realidad y características del drama político y
    social que se estaba desarrollando en su tierra y que los
    ideólogos se empeñaban en no ver. Por eso hizo
    cuestión de patriotismo al promover y favorecer la
    mediación chilena entre los partidos en lucha. E hizo
    más: desahució rotundamente a quienes contaban con
    el prestigio de su espada para dirimir la contienda. Se ha dicho
    que estas cartas no
    llegaron con oportunidad ni a López ni a Artigas porque
    las interceptó Belgrano en la frontera de Córdoba;
    pero sin duda alguna por esta misma causa llegaron a conocimiento
    del gobierno de Buenos Aires, que era en definitiva el verdadero
    destinatario. Es seguro que desde
    entonces comenzó a pensar el doctor Tagle en el relevo de
    San Martín; y de todos modos el Director Supremo no
    había querido ni siquiera recibir a la comisión
    mediadora del gobierno chileno formada por el coronel Cruz y el
    regidor Cavareda. La mediación, advirtióles
    Pueyrredón, "es desagradable a este gobierno y da al
    caudillo de los orientales una importancia que él mismo
    debe desconocer por su situación apurada".

    Pero lo cierto es que las cartas de San Martín a
    Estanislao López y a José Artigas son del 13 de
    marzo y que el 5 de abril se acordaba entre las fuerzas de
    López y Viamonte un armisticio, que era ratificado
    formalmente en San Lorenzo el día 12 de abril por los
    representantes de Santa Fe y el delegado del gobierno central,
    Ignacio Álvarez Thomas. Belgrano comunicó la firma
    del armisticio a San Martín y éste le
    contestó el 17 de abril: "Este pueblo ha recibido el mayor
    placer con su noticia, esperanzados todos en que se corte una
    guerra en que sólo se vierte sangre americana".

    En Buenos Aires no pensaban de la misma manera; y el equipo
    directorial no habría de perdonarle nunca su
    actitud.

    4.- LA "DESOBEDIENCIA"

    Cuando San Martín tomó esta resolución
    trascendental había ido a Mendoza desde su campo en
    Curimón con el propósito de llegar hasta San Luis
    para cerciorarse de las verdaderas proporciones de una
    sublevación promovida por los prisioneros españoles
    allí confinados y entre los cuales se contaban los jefes
    que se habían rendido en Maipú:
    Ordóñez, Morla, Primo de Rivera, Morgado y otros.
    Se habían alzado contra el gobernador Dupuy y estuvieron a
    punto de matarle; pero fracasaron y la represión fue
    terrible y sangrienta, fueron todos ellos muertos o
    ajusticiados.

    Tenía motivos para sospechar una conexión entre
    aquel hecho y la reaparición de José Miguel Carrera
    y Carlos Alvear, que se había unido al caudillo chileno en
    la actividad difamatoria contra el Directorio y especialmente
    contra él y O'Higgins. Ahora se hallaban ambos en el campo
    de Ramírez, en Entre Ríos, esperando sacar cada uno
    su especial provecho de la guerra civil, porque la lucha de los
    gobernadores del Litoral contra la política del gobierno
    de Buenos Aires envolvía en la intención siniestra
    de aquéllos a San Martín y O'Higgins que se
    hallaban comprometidos en ella.Con anterioridad se había
    descubierto en Buenos Aires una conjuración fraguada por
    Carrera y su círculo, en la que se mezclaron algunos
    aventureros franceses que fueron detenidos cuando
    emprendían viaje a Chile, y el plan era asesinar a
    O'Higgins y a San Martín e insurreccionar el país
    para entregarlo a la facción de Carrera. Pero los
    franceses y sus cómplices pagaron con la vida la intentona
    y poco después de la sublevación de San Luis fueron
    fusilados en Buenos Aires, mientras O'Higgins perseguía
    con mano dura a los carrerinos exiliando a muchos de ellos a la
    isla de Juan Fernández.

    Y fue en Mendoza, disipados los presuntos peligros que estos
    hechos configuraban, donde San Martín recibió
    aquella orden que el Directorio había enviado el 27 de
    febrero para que el ejército de los Andes repasara la
    cordillera. El general la trasmitió a Balcarce, el cual
    adoptó enseguida disposiciones para cumplirla ante la gran
    alarma de O'Higgins y del Senado chileno que se apresuraron a
    escribir a Buenos Aires pidiendo su revocación.

    Además el gobierno estaba alarmado con la situación
    en el Norte e insistía el 25 de abril ante San
    Martín, ordenándole que una vez llegado su
    ejército a Mendoza pasara sin dilación a
    Tucumán a defender esa frontera. Pero el 1º de mayo
    había contraorden: se disponía ahora suspender la
    marcha, el ejército quedaría en Chile, se
    activarían los preparativos sobre Lima.

    Puede ser tedioso pero es necesario puntualizar esta
    cronología. ¿Qué significaba todo esto?
    ¿Qué motivaba estas órdenes y
    contraórdenes, estos cambios de rumbo al parecer
    precipitados? Así habría de suceder en todo el
    año 1819 y ellas no sólo enunciaban la
    vacilación provocada por la crisis interna sino la real
    incertidumbre sobre la tremenda amenaza de la invasión
    española. Los hombres del gobierno vivían sin duda
    una dramática situación y aquel peligro se
    abatía constantemente en los consejos del Director Supremo
    como un fatídico fantasma. Sabíase positivamente
    que en el ejército de Cádiz había fuertes
    focos de rebeldía y el propio Directorio tenía
    allí agentes que contribuían pródigamente a
    fomentarlos; los liberales españoles preparaban un
    movimiento contra Fernando para obligarle a deponer su absolutismo y
    aceptar la constitución de 1812; pero la esperada
    sublevación no se producía y llegaban de pronto a
    Buenos Aires noticias alarmantes que ponían en
    tensión los espíritus, aunque muy luego fueran
    desvirtuadas por las siguientes informaciones. Y por cierto era
    fundado el temor que debía producir una fuerza atacante de
    20.000 hombres para cuyo tranquilo desembarco en Montevideo ni
    siquiera podía descartarse la complicidad de Portugal.

    Pero no hay duda que el armisticio de San Lorenzo
    contribuyó tanto como la última noticia
    halagüeña recibida de Cádiz, a la
    suspensión de la orden dada a San Martín de repasar
    los Andes y, por otra parte, la amenaza de verse desamparado
    movió al gobierno chileno a pedir al de Buenos Aires
    quedaran por lo menos 2.000 veteranos para que con otros tantos
    que se comprometía a reclutar fueran la base de la
    expedición al Perú.

    Mientras O'Higgins se entregaba con renovado entusiasmo a
    extremar su cooperación, en Buenos Aires se aprovechaba la
    paz del armisticio para sancionar el 22 de abril la constitución que venía preparando el
    Congreso, aquella famosa Carta de 1819 que consagraba el
    régimen unitario y centralista y de la cual el deán
    Funes. su docto sostenedor, había dicho repitiendo a
    Sieyés que no establecía "ni la democracia
    fogosa de Atenas ni el régimen monacal de Esparta ni la
    aristocracia patricia o la efervescencia plebeya de Roma ni el
    gobierno absoluto de Rusia ni el despotismo de la Turquía
    ni la federación complicada de otros estados"… Aunque lo
    que sí establecía, sin duda alguna, era un sistema
    fuertemente conservador y aristocrático, que descartaba la
    federación reclamada por el Litoral y se prestaba en
    cambio.
    maravillosamente, a ser la Carta que
    debía jurar el príncipe que Bernardo Rivadavia y
    Valentín Gómez andaban buscando en Europa.

    Pueyrredón renunció a su cargo el 9 de junio. Era
    la tercera dimisión que formulaba y debió
    aceptársele. El l0 de junio prestaba juramento el nuevo
    Director Supremo, general José Rondeau. Pero la constitución de 1819 tenía que
    precipitar la gran crisis planteada por la divergencia
    federalista y, además, el armisticio de abril amenazaba
    romperse en cualquier momento porque para establecer una paz
    permanente Artigas exigía al Director Supremo definiera la
    cuestión oriental declarando la guerra a los
    portugueses.

    San Martín asistía desde Mendoza, con angustiosa
    desazón, a las dramáticas contingencias de la
    crisis que él había querido evitar. Estaba solo,
    pues María de los Remedios, enferma, había
    regresado a Buenos Aires con Merceditas, el 24 de marzo.
    Recrudecieron por entonces sus achaques reumáticos y su
    malestar en el pecho, que le ocasionaban dolorosas padecimientos,
    y debió pasar en el campo una larga temporada.

    En julio volvió, esta vez amenazante y concreta, la
    noticia de Cádiz y él sugirió un plan de
    defensa a Buenos Aires: la escuadra chilena saldría a
    atajar a los navíos españoles; pero de nuevo se
    desvaneció el peligro. O'Higgins y Guido le instaban a
    regresar a Chile para dirigir personalmente los trabajos del
    ejército; temían a la nueva guerra civil argentina
    y que San Martín fuera envuelto en la vorágine.
    Alvarado, Necochea, Escalada, jefes de los regimientos que
    habían llegado a Mendoza antes de que la orden del repaso
    fuera suspendida, también querían volver.
    Sabían que el espíritu de su general estaba en Lima
    y únicamente con él querían seguir en
    la empresa de
    América que era la causa de todos y no en la guerra civil
    desencadenada por el error o la ambición de unos
    pocos.

    Era evidente que San Martín atravesaba ahora una profunda
    crisis espiritual. En la medida que se ahondaba la disidencia
    nacional se le aparecía claramente el fin de aquel
    régimen que él, sin embargo, había prohijado
    y comprendía que era ya inútil exigirle más
    para la causa que había sido la razón de ser del
    apoyo que él le había prestado. Pero era un duro
    trance, sin duda, el tener que hablar con los amigos y de ir al
    gobierno que no podía ser parte en la contienda
    fratricida. Sin embargo se decidió a ir a ver a Rondeau y
    le escribió a Guido el 21 de septiembre, desde San Luis:
    "Al fin me resolví a ponerme en marcha para Buenos Aires:
    pero no pude pasar de ésta en razón de lo postrado
    que llegué; en el día me encuentro muy aliviado y
    pienso ponerme en marcha dentro de cinco o seis días,
    permaneciendo en la capital sólo ocho o doce días a
    lo sumo". Pero recién pudo tomar la galera el 4 de
    octubre, apenas restablecido de la penosa enfermedad en que
    había recaído. Al acercarse a la frontera de
    Córdoba, en la Posta del Sauce le avisaron que no era
    posible seguir adelante, pues estaba cerrada por las fuerzas del
    general Estanislao López. El armisticio de San Lorenzo
    había sido roto y la guerra civil ensangrentaba de nuevo
    al país.

    San Martín retomó el camino de Mendoza. Era
    inútil ahora entrevistarse con Rondeau y el 17 de octubre
    estaba de vuelta en la capital cuyana. Allí le llegaron
    órdenes reiteradas del Director Supremo, firmadas por el
    ministro de Guerra, Irigoyen, pidiéndole se trasladara
    enseguida a Buenos Aires con toda la caballería y le
    prevenían que si hallaba oposición en su marcha,
    por parte de los enemigos del orden, obrara contra ellos hostil y
    vigorosamente. Pero también había sabido, en la
    Posta del Sauce, que la ruptura de las hostilidades se
    había señalado por parte de los santafesinos con la
    captura de una carreta en la que viajaban varios personajes
    oficiales a los que hicieron prisioneros, entre ellos, el general
    Marcos Balcarce que iba hacia Chile, según la voz
    pública, a relevar a San Martín en el comando del
    ejército de los Andes.

    San Martín leyó con inquietud creciente y sin duda
    con una profunda tristeza las órdenes desesperadas del
    ministro, a través de las cuales se transparentaba la
    realidad viviente del país que se estaba incendiando por
    los cuatro costados. Bien lo sabía él por los
    informes que
    le llegaban de todas partes. En el Litoral dominaban sin
    discrepancias los caudillos federales; en Córdoba se
    sostenía a duras penas el gobernador Manuel Antonio de
    Castro y era aún peor la situación del coronel
    Motta Botello en Tucumán; Güemes en Salta era una
    entidad prácticamente autónoma, entregada por
    cierto a su heroica defensa de la frontera; y en la propia
    gobernación de Cuyo, tan adicta sin duda a su antiguo
    gobernador intendente, crecía la oposición al
    centralismo
    porteño instigada por jefes y oficiales confinados
    allí por el gobierno central.

    Por desgracia, la crisis se agudizaba precisamente cuando en
    Chile realizábanse al fin las tareas por él mismo
    requeridas para llevar a cabo su empresa de libertad, y cuando la
    campaña naval de lord Cochrane estaba a punto de dar sus
    frutos y abrir las rutas del Pacífico.

    A medida que examinaba los términos opuestos de la
    situación el dilema se hacía más
    dramático. Lamentaba las crueles convulsiones de lo que
    él también llamaba la anarquía; no
    creía que el país estuviese en condiciones de
    establecer un régimen republicano según los
    modelos en
    boga; y menos creía en las ventajas de la
    federación. que a su juicio debilitaría ese
    gobierno fuerte, guardián implacable del orden, que
    estimaba indispensable por lo menos hasta terminar con la
    victoria la guerra de independencia. Pero la intransigencia del
    Directorio a nada conducía. ¿Qué valor
    podía tener cualquier solución que no se afirmase
    sobre la libertad conquistada? ¿Acaso era ya viable ese
    negociado monárquico que el gobierno miraba como
    áncora de salvación pero cuyo solo enunciado
    insurreccionaba a los pueblos como si fuera una traición a
    la causa de América? ¿Iba él a resolver esa
    crisis a sangre y fuego arrojando a la contienda fratricida los
    soldados de Chacabuco y de Maipú? No. La verdad es que
    había sido profundamente sincero cuando les hizo saber a
    López y a Artigas que jamás desenvainaría su
    espada por opiniones políticas
    y que cada gota de sangre vertida por los disgustos
    domésticos le oprimía el corazón.
    Estas palabras no habían sido dichas en vano y
    volvían a pesar solemnemente sobre su espíritu
    porque había sonado la hora de la decisión.

    Y San Martín se resolvió. Surgía imperativo
    de su convicción más íntima el mandato
    inexcusable del deber. Él lo diría más tarde
    con clásica concisión: "Yo debo seguir el destino
    que me llama. Voy a emprender la grande obra de dar libertad al
    Perú". Por eso. el 9 de noviembre, al comunicar a
    O'Higgins las órdenes que había recibido del
    gobierno, agregó lo siguiente: "No pierda usted un momento
    en avisarme el resultado de Cochrane para sin perder un solo
    momento marchar con toda la división a ésa, excepto
    un escuadrón de granaderos que dejaré en San Luis
    para resguardo de la provincia: se va a descargar sobre mí
    una responsabilidad terrible, pero si no se emprende
    la expedición al Perú todo se lo lleva el
    diablo".

    Quedó todavía dos meses en Mendoza. Los hechos
    confirmaban la inevitable caída del régimen y la
    crisis se precipitaba con violencia
    incontenible. El 12 de noviembre un movimiento popular
    deponía en Tucumán al gobernador Motta Botello y
    era arrestado el general Belgrano; en Córdoba se
    mantenía aún el doctor Castro merced al amparo del
    ejército del Norte, acantonado en el Pilar a
    órdenes del general Cruz; los gobernadores del Litoral, en
    cuyas filas iban Alvear y Carrera, cada cual con su consigna de
    ambición o de odio, se acercaban al Arroyo del Medio. El
    Director Supremo había salido a hacerles frente dirigiendo
    a las tropas de Buenos Aires, al tiempo que ordenaba a Cruz
    avanzase a marchas forzadas para salvar la situación.

    Mientras adoptaba las últimas previsiones para
    salvaguardar el orden en Cuyo, San Martín volvió a
    enfermar. Lo postró un ataque reumático y le era
    indispensable ir a Chile a tomar los baños de Cauquenes
    que aliviaban infaliblemente sus males. Estaba, pues, ante la
    urgencia de partir y reponerse para reasumir las tareas de la
    expedición al Perú. Comunicó su
    decisión a Rondeau enviándole su renuncia e
    informando que dejaba al coronel Alvarado al frente de las tropas
    en Mendoza.

    Tuvieron que llevarlo en camilla a través de la
    cordillera, que traspuso a comienzos de enero. Y fue en Santiago
    donde tuvo noticias del último acto del drama directorial.
    El ejército del Norte se había sublevado el 9 de
    enero de 1820, en la Posta de Arequito, y en vez de acudir en
    defensa del gobierno central se replegó a Córdoba
    conducido por el general Bustos. En Buenos Aires los caudillos
    federales derrotaban a Rondeau en la Cañada de Cepeda, el
    1 de febrero; renunciaba el Director Supremo y el Congreso
    Nacional se disolvía. El país parecía un
    caos, pero el orden habría de recuperarse. Nuevas formas,
    nuevos hombres advenían al primer plano. Cada provincia se
    replegaba sobre sí misma y fundaba su
    autonomía.

    Era la marea federal que desbordaba en medio de la locura y la
    esperanza del pueblo que creía haber abatido a los
    tiranos. En la capilla del Pilar, el 23 de febrero, Estanislao
    López y Francisco Ramírez dictaban a Manuel de
    Sarratea, el elegante triunviro del año 1811, ahora
    gobernador de Buenos Aires, las cláusulas del famoso
    Tratado: "El voto de la Nación se ha pronunciado en favor
    de la federación, que de hecho admiten…"

    Al grito de "¡Viva la federación!" se sublevaron
    también las ciudades de Cuyo y el batallón de
    Cazadores de los Andes se plegó al movimiento. Luzuriaga,
    La Rosa y Dupuy, los antiguos colaboradores de San Martín,
    eran barridos de Mendoza, San Juan y San Luis. El coronel
    Rudecindo Alvarado, con los granaderos de Necochea y un resto de
    los cazadores, ganó las gargantas de la cordillera y la
    cruzó de nuevo para ir a alinearse bajo la enseña
    de su general.

    5.- HACIA EL
    PERÚ

    El 2 de abril de 1820 realizábase en la ciudad de Rancagua
    una reunión cuya grave trascendencia no podía
    escapar a quienes a ella concurrían, todos ellos jefes del
    Ejército de los Andes. En su presencia, el general las
    Heras, que los había convocado, abrió un pliego
    remitido por San Martín y leyó lo siguiente: " EI
    Congreso y Director Supremo de las Provincias Unidas no existen:
    de estas autoridades emanaba la mía de general en jefe del
    Ejército de los Andes y de consiguiente creo que mi deber
    y obligación el manifestarlo al cuerpo de oficiales para
    que ellos por sí y bajo su espontánea voluntad
    nombren un general en jefe que deba mandarlos y dirigirlos, y
    salvar por este medio los riesgos que
    amenazan a la libertad de América. Me atrevo a afirmar que
    ésta se consolidará no obstante las críticas
    circunstancias en que nos hallamos si conserva como no lo dudo
    las virtudes que hasta aquí lo han distinguido".

    Pero los jefes respondieron a San Martín: "La autoridad
    que recibió el señor general para hacer la guerra a
    los españoles y adelantar la felicidad del país no
    ha caducado ni puede caducar, porque su origen que es la salud
    del pueblo, es inmutable". Y se atuvieron con lealtad
    magnífica a la calidad heroica
    de la empresa.
    Sabían que su conductor era algo más que un jefe
    del ejército y reconocían en él al
    artífice insuperable de la obra todavía
    inconclusa.

    Entretanto la ruta del Pacífico había sido
    franqueada por lord Cochrane. Desde el año anterior el
    almirante corría sin descanso a la armada realista,
    obligándola a encerrarse en el Callao bajo la
    protección de sus fuertes. Allí la fue a buscar
    desafiando los fuegos de la poderosa fortaleza con
    increíble audacia, pretendiendo incendiarla con sus
    famosos cohetes a la Congreve, como Nelson en Copenhague, y
    declarando el bloqueo de toda la costa peruana. Se había
    presentado después ante Guayaquil y a principios de
    febrero de 1820 estaba asaltando los fuertes de Valdivia,
    último baluarte de la resistencia en el sur de Chile, que
    conquistó tras una cruenta y memorable jornada. Ahora, al
    tiempo que San Martín terminaba con O'Higgins los
    minuciosos aprestos del "Ejército Libertador del
    Perú", nuevo nombre del Ejército Unido, la escuadra
    fondeaba en el puerto de Valparaíso lista para proteger el
    largo convoy en que aquél sería trasladado a la
    costa peruana.

    Durante las últimas semanas el trajín había
    sido extraordinario y se multiplicaron las tareas con febril
    intensidad. Iban llegando las tropas desde el campamento de
    Quillota y arribaban al puerto carretas atestadas de
    aprovisionamientos. En incesante ajetreo los encargados de
    distribuirlos ambulaban entre pilas de fardos.
    Cargábanse en los barcos de transporte
    pertrechos y municiones; alimentos y
    vestuarios; caballadas y arneses; armas y cañones, entre
    los cuales andaba fray Luis Beltrán, enérgico y
    gesticulante como siempre , embutido en su nuevo uniforme de
    capitán de artillería; mientras Nicolás
    Rodríguez Peña, el ilustre triunviro de 1813 y
    primer confidente de la empresa,
    vigilaba el cumplimiento de los contratos, y su
    antiguo colega, Antonio Alvarez Jonte, mortalmente enfermo, se
    empeñaba en rendir sus postreros esfuerzos.
            
    Más de cuatro mil hombres de las tres armas fueron
    embarcándose en un orden perfecto, 2.313 de ellos eran
    argentinos y 1.805 chilenos, sin hacer cuenta de la numerosa
    oficialidad. Por fin, el 20 de agosto la armada se alineaba en la
    hermosa bahía, deslumbrante la blancura de sus
    velámenes, relucientes los cascos recién pintados,
    al tope la bandera con la estrella de Chile, formados en cubierta
    los batallones. En una empavesada falúa, que se deslizaba
    airosamente entre las naves pasaba revista antes
    de embarcarse el general José de San Martín, a
    quien O´Higgins había enviado su nombramiento de
    capitán general. Acompañábanle en la carroza
    sus generales divisionarios José Antonio Álvarez de
    Arenales, el recio vencedor de la Florida, y Toribio de
    Luzuriaga, que tan eficazmente había colaborado con
    él en el gobierno de Cuyo; e iban también el
    general Las Heras, designado jefe del Estado Mayor, y los
    secretarios de guerra Bernardo Monteagudo y Juan García
    del Río, junto al flamante coronel don Tomás Guido,
    que acababa de trocar por la espada su cartera de
    diplomático y era el primer edecán del general en
    jefe.

    El espectáculo era imponente y magnífico.
    Partía desde a bordo la aclamación emocionante de
    los soldados del glorioso ejército de los Andes unidos a
    las tropas de Chile en el nuevo "Ejército Libertador", en
    cuyas filas formaban ahora los Granaderos a Caballo, los
    cazadores, los artilleros, los veteranos de la infantería.
    Sus vivas a la patria se unían a los ¡hurras!
    estentóreos de las tripulaciones mandadas por aquellos
    rudos capitanes ingleses de chaqueta blanca y patillas rojas.
    Desde la playa, en un revolar de pañuelos, que
    también servían para enjugar las lágrimas de
    la despedida, respondía incesante el clamoreo
    unánime de la multitud.

    Poco después zarpaba la expedición y las naves se
    alejaban lentamente del puerto para tomar el largo, hendiendo las
    ondas del
    océano rumbo al norte. En la vanguardia iba el almirante
    lord Cochrane, que enarbolaba su enseña en la "O'Higgins",
    fragata de 44 cañones, a cuyo lado navegaban la "Lautaro",
    de 46, y el bergantín "Galvarino", de 18; seguían
    después los dieciséis transportes flanqueados por
    el "Araucano", de 16, y la goleta "Moctezuma" de 7; y cerraban la
    marcha, tras una línea de lanchas cañoneras, la
    "Independencia", de 28, y el navío "San Martín", de
    64. el más poderoso de la flota, donde se había
    instalado el rancho del general en jefe.

    6.- LOS FACTORES DE LA NUEVA
    CAMPAÑA

    La guerra del Perú fue un triunfo de la inteligencia y
    de la virtud; una audacia del raciocinio sustentada por la
    prudencia de la acción. El conductor debía medir la
    magnitud de la empresa por la trascendencia de su fin, concebido
    como término decisivo de la emancipación americana.
    Pero tenía que adecuar la realidad precaria de sus fuerzas
    a las circunstancias en que debía utilizarlas y hacerles
    rendir el máximo provecho frente a un rival que por lo
    menos triplicaba su poderío. Otros factores, en
    consecuencia, deberían concurrir, así fueran
    diversos, complejos o inesperados; y había que hacer jugar
    todas las piezas con suma habilidad, colocarlas en la precisa
    situación de servir al resultado. Y no podía
    equivocarse porque ese resultado era nada menos que la
    realización del plan libertador y era también la
    medida de su propia responsabilidad.

    Eso fue la campaña que determinó la
    ocupación de Lima y la independencia del Perú. Un
    problema resuelto antes en la mente y una conducción cuya
    fina sutileza debía trascender los obstáculos de la
    realidad que pudieran interferirla y alcanzar el fruto esperado
    por quien supo prever con lúcida certeza y dirigir con
    paciente constancia.

    Todos los términos del acuciante problema bullían
    en la cabeza de San Martín hasta que consiguió
    ordenarlos. Pero primero fue naturalmente su conocimiento
    cierto, la minuciosa intelección de los hechos que
    denunciaban la realidad de su objetivo, esa
    viviente realidad del Perú, sede y baluarte del tenaz
    adversario, que él no iba a atropellar como un
    romántico porque su comportamiento
    sería siempre el de un clásico.

    Desde que concibió y aconsejó la estrategia del
    plan continental se había aplicado con empeñosa
    prolijidad a obtener la información precisa de todos esos hechos
    sobre los cuales debería discernir de acuerdo con las
    cambiantes circunstancias del momento de obrar. Chile
    había sido una etapa; y apenas hizo pie en este
    país, cuya libertad había fundado después de
    una brillante pero dura campaña, su vista se volvió
    inmediatamente hacia el Perú, que era su meta real, la
    obsesión de su espíritu. En medio de las inmensas
    dificultades que sobrevinieron después, durante su
    angustiosa lucha para formar la expedición, no obstante
    los amargos contratiempos de la crisis política y la
    guerra civil, paralelamente a estas fatigas su esfuerzo mental
    estuvo siempre concentrado en la empresa de Lima.

    Y ahora, cuando navegaba hacia el norte, repasaba los datos ciertos de
    su prolija información y se aprontaba a dibujar sobre
    la tierra peruana las líneas de su esquema militar y a
    movilizar los otros factores que le ayudarían a resolver
    el complejo problema. Porque guerra y política iba
    él a mover con maestría consumada para decidir la
    victoria.

    Conocía bien la situación del virrey Pezuela,
    sucesor del enérgico Abascal, y sobre todo la distribución de sus fuerzas en el extenso
    territorio. No contaba ya con la armada, que lord Cochrane
    tenía bloqueada en el Callao, y al ejército, sin
    duda con pésimo concepto, lo
    había dividido en tres fracciones principales, sin
    perjuicio de otras dispersiones parciales. Cerca de Lima, en el
    campamento de Aznapuquio, estaba la fuerza principal, con
    más de 7000 soldados, defendiendo la sede del Virreinato y
    guardando la región de la costa; otra división se
    hallaba en Puno, al parecer dominando los valles de la sierra; y
    la tercera, fuerte de 6000 hombres, estaba en el Alto
    Perú, sobre la frontera de Salta, u ocupando las diversas
    intendencias de esta región, cuya jurisdicción
    correspondía al antiguo virreinato del Río de la
    Plata y hacía parte, por consiguiente, de las Provincias
    Unidas. Había, además, otras fuerzas diseminadas en
    el norte de la costa, sobre Trujillo, o hacia el sur, en
    Arequipa. El virrey contaba en realidad con más de 20.000
    hombres, y San Martín llevaba hacia el Perú apenas
    4.000.
    Pero el general del Ejército Libertador sabía
    también cuál era la realidad política en que
    Pezuela se estaba debatiendo. Una red de informantes, como
    cuando su famosa guerra de zapa en Chile, le tenía al
    corriente de cuanto ocurría en el virreinato peruano y le
    permitía a su vez influir constantemente en el
    ánimo de quienes, de una manera u otra, habrían de
    apoyar sus propósitos. En primer lugar, el movimiento
    patriota tenía extensas ramificaciones y los ideales de la
    revolución americana alentaban en los núcleos
    más diversos, desde los indígenas, todavía
    intranquilos en muchas zonas donde había sido sofocada
    unos años atrás la sangrienta insurrección
    de Pumakahua, hasta personajes de la nobleza y el clero. El
    país estaba minado podía decirse, y listo para
    levantarse a pesar de las medidas del virrey y de la cruel
    represión a que había sometido a muchos
    conspiradores. En segundo término, estaba el
    ejército realista. San Martín lo sabía
    dividido por graves disensiones, y a algunos de sus jefes en
    resuelta oposición con Pezuela. He aquí algo acerca
    de lo cual estaba muy bien informado, porque era en realidad la
    repercusión en América de la crisis de
    España que él había venido observando con
    interés
    profundo, a través del famoso asunto de la
    expedición española cuyas alternativas tanto
    habían alarmado hasta fines del año anterior al
    gobierno de Buenos Aires. Había sido precisamente en el
    ejército del conde del Abisbal donde se encendió la
    primera chispa de la revolución liberal en España.
    Desde la restauración de Fernando VII en 1814, liberales y
    absolutistas mantenían su enconada discordia. Extremaban
    éstos su intolerancia que acentuaba el rey con medidas de
    implacable rigor y porfiaban aquéllos en la propaganda
    sediciosa que salía de las logias y se multiplicaba en
    libelos y conjuraciones con el propósito ostensible de
    implantar la Constitución de 1812. Pero al fin
    estalló la revuelta. El 1º de enero de 1810 el
    comandante Riego, jefe de uno de los batallones del
    ejército expedicionario, proclamó en las Cabezas de
    San Juan, cerca de Cádiz, la constitución liberal; y desde ese momento,
    en rápida sucesión de movimientos, el alzamiento se
    generalizó, transformándose en exigencia
    revolucionaria. Fernando VII había debido jurar en marzo
    la Carta de
    Cádiz y convocar a Cortes, que se abrieron el 9 de julio.
    Pero era, en realidad, un prisionero de la facción
    triunfante; y cuando el Ejército Libertador del
    Perú salía de Valparaíso, las últimas
    noticias de España informaban sobre las reacciones
    suscitadas por la frenética tiranía de los
    prohombres liberales, que obligaban a leer la constitución
    hasta en los púlpitos y semejaban un trasnochado remedo de
    los jacobinos de 1893.

    La discordia se había trasladado a América y el
    liberalismo
    español era una mina en el ejército del virrey. Por
    fin, estaba el otro gran elemento de la situación de la
    guerra en Sudamérica. Y San Martín sabía que
    su presencia en el Perú partiría en dos el frente
    de los realistas. Las armas independientes habían
    triunfado en Boyacá, el 7 de agosto de 1819, sobre el
    general Morillo, conducidas audazmente a través de los
    Andes por el general Simón Bolívar, y poco
    después. en Angostura, se constituía la
    República de Colombia. El
    Libertador del Norte seguía luchando con el
    ejército del rey, y Pezuela no podía esperar
    auxilio alguno desde Nueva Granada.

    7.- GUERRA Y
    POLÍTICA

    La escuadra navegaba ya ante las costas peruanas, y San
    Martín dispuso realizar el desembarco en la bahía
    de Paracas, en una playa arenosa a diez kilómetros de la
    cual se alzaba la villa de Pisco. Así se hizo con absoluta
    tranquilidad el 8 de septiembre. ¿Porqué
    desembarcó en Pisco? Lord Cochrane, obstinado
    escocés, no terminaba de entenderlo, y sostenía con
    terquedad que debía tomarse tierra frente a Lima para
    atacar enseguida al virrey. El general en jefe había
    decidido con admirable previsión. Pisco se hallaba a 260
    kilómetros de Lima, y esta circunstancia le daba tiempo
    para promover la insurrección del país sobre el
    cual debía sostenerse, elemento de primera fuerza para el
    desarrollo de
    sus planes. Además, evitaba afrontar de golpe a un
    ejército muy superior en número, y desde Pisco
    podía realizar con eficacia el
    designio militar de darle inmediato quehacer a sus espaldas,
    mientras él iba a presentársele en el norte
    haciéndole creer entretanto que buscaría su
    objetivo desde
    el sur.

    Quería también iniciar las primeras fintas del
    manejo político que tenía meditado, y sabía
    que llegaba en el mejor momento para ello. Estaba cierto que los
    jefes liberales del ejército de Pezuela presionaban sobre
    el virrey para buscar un avenimiento con los disidentes sobre la
    base de la Constitución de 1812, recién jurada por
    Fernando, y de las Cortes, en las cuales se había acordado
    dar representación a los diputados de América.
    Ése era. además, el propósito del nuevo
    gabinete español.

    San Martín había decidido cruzar definitivamente
    esa esperanza. Demasiado conocía él a los liberales
    de las Cortes: eran los mismos que en Cádiz le
    habían asqueado tanto como los serviles de Fernando.
    Él también era liberal y sabía cómo
    envolver al adversario en la trampa de los principios.

    El mismo día del desembarco, desde Pisco, al tiempo que
    sus tropas desalojaban a la guarnición realista, 500
    hombres al mando del coronel Quimper, dio su primera proclama a
    los peruanos, y en ella, al referirse a la constitución,
    que Pezuela había dispuesto jurar en todo el virreinato,
    expresó rotundamente esta advertencia: "La América
    no puede contemplar la constitución española sino
    como un medio fraudulento de mantener en ella el sistema colonial.
    Ningún beneficio podemos esperar de un código
    formado a dos mil leguas de distancia, sin la intervención
    de nuestros representantes. El último virrey del
    Perú hace esfuerzos por prolongar su decrépita
    autoridad. El tiempo de la opresión y de la fuerza ha
    pasado. Yo vengo a poner término a esa época de
    dolor y humillación. Este es el voto del Ejército
    Libertador, ansioso de sellar con su sangre la libertad del Nuevo
    Mundo".

    Pezuela quedaba, pues, notificado, y más que él,
    los jefes liberales del ejército realista. La
    Constitución de Cádiz, el nuevo régimen de
    la revolución española, nada valían para el
    jefe del Ejército Libertador. Y se dijera que acentuaba
    más el terminante repudio al dirigirse él mismo, y
    en otro proclama, a la nobleza del Perú: "Ilustres
    patricios -les decía-, la voz de la revolución
    política de esta parte del Nuevo Mundo y el empleo de las
    armas que lo promueven no han sido ni pueden ser contra vuestros
    verdaderos privilegios".

    Púsose en seguida en contacto con las gentes de la tierra
    y se desparramaron por todas partes sus proclamas. Y el general.
    que no quería perder mucho tiempo en Pisco, comenzó
    a conferenciar reservadamente con Arenales.

    No había transcurrido una semana desde el desembarco
    cuando se presentaba un representante de Pezuela. El virrey
    pretendía abrir la negociación e invitaba a San Martín
    a designar diputados para escuchar sus proposiciones. San
    Martín aceptó. Como había imaginado, el
    juego
    comenzaba por la política; y sus diputados, Guido y
    García del Río, se trasladaron a Miraflores, un
    pequeño villorrio al sur de Lima, a tratar con los del
    virrey. Pero era natural que no pudieran entenderse.
    Proponían los realistas como base de arreglo, la
    constitución española y el envío de
    diputados americanos a las Cortes. Pero no era posible aceptar lo
    que San Martín había rechazado expresamente en su
    proclama. Pidieron entonces aquéllos la suspensión
    de las armas y el retiro de las tropas invasoras hasta que fueran
    diputados a España; pero la contrapropuesta patriota era
    también inaceptable, porque exigieron para acceder, entre
    otras cosas igualmente sustanciales, la evacuación del
    Alto Perú. que sería ocupado por el Ejército
    Libertador.

    El 1 de octubre terminaba la fracasada conferencia de
    Miraflores, pero quedaba de ella una inquietante sugerencia que
    los diputados independientes, siguiendo el juego de su
    general, deslizaron en el oído del virrey: "acaso sobre la
    base de la independencia política del Perú, la
    pacificación podía convenirse estableciendo una
    monarquía con un príncipe de la casa reinante en
    España…" San Martín explicaría años
    después la cabal inteligencia
    de esta proposición.

    Durante el breve armisticio, San Martín había
    redactado unas prolijas instrucciones para el general Arenales,
    que debía expedicionar a la Sierra, o sea a la
    región que se eleva hacia el Oriente inmediatamente
    después de la región de la Costa. Tenía como
    objetivo
    realizar una doble acción militar y política, pues
    debería ocupar e insurreccionar las poblaciones existentes
    en los valles que van escalonándose entre las dos cadenas
    de los Andes.

    Arenales debería irrumpir por el desfiladero de Castro
    Virreyna, con una columna de mil hombres, y recorrería
    esos valles de sur a norte, desde Huamanga, ocupando
    sucesivamente a Huancavelica, Jauja y Tarma, para descender hacia
    la costa, desde Pasco, y colocarse al norte de Lima. Allí
    le esperaría San Martín con el ejército,
    porque pensaba reembarcarlo en Pisco y llevarlo por el mar, para
    situarse al norte de la capital. Era una fina operación
    semienvolvente, que por cierto no esperaba Pezuela. Es verdad que
    dejaba libre el sur, pero su ejecución cortaba al virrey
    las comunicaciones con el norte, donde sabía el general
    era inminente el pronunciamiento de Trujillo, con cuyo
    gobernador, marqués de Torre- Tagle, estaba en relaciones
    desde Chile; y, además, a las espaldas de Lima dejaba toda
    la Sierra en insurrección. Era, sin duda, una audaz
    diversión, que comprometía a la cuarta parte de su
    ejército en una empresa llena de peligros: pero San
    Martín confiaba en la pericia de Arenales, veterano
    batallador en las campañas del Alto Perú e
    insuperable conductor para una guerra de montaña.

    El general aguardó en Pisco hasta saber que Arenales
    escalaba los pasos de la sierra, después de haber
    derrotado a algunas fuerzas enemigas en Ica y en Nazca, contra
    las cuales desprendió ágiles columnas al mando de
    Rojas y Lavalle, que iniciaron con la victoria esta primera etapa
    de la campaña.

    San Martín reembarcó el ejército el 25 de
    octubre y se trasladó hasta el puerto de Ancón,
    desembarcando poco después en el de Huacho a 150
    kilómetros al norte de Lima, para instalar su campamento
    en Huaura. Allí esperaría el resultado de la
    expedición a la Sierra, mientras comenzaba en seguida su
    diligente actividad proselitista para sublevar en su favor a las
    provincias septentrionales. Había en esa espera, que
    exasperaba al irritable lord Cochrane, la paciente confianza del
    buen ajedrecista; no quería ni debía apresurarse,
    sino dejar actuar a los factores diversos que integraban su plan.
    Por eso le había escrito a O'Higgins explicándole
    la marcha de Arenales y su reembarco hacia el norte: "Mi objeto
    es bloquear a Lima por la insurrección general y obligar a
    Pezuela a una capitulación".

    Estaba cierto de obtener este resultado en menos de tres meses;
    pero no hubo, sin embargo, capitulación, y la guerra se
    prolongaría aunque San Martín lograse su
    propósito esencial, entrando a Lima sin lucha y
    proclamando desde la capital la independencia del Perú en
    julio del año entrante. Lo notable fue que habrían
    de ser los jefes liberales del ejército realista los que
    interfirieran el plan del Libertador, pues cuando Pezuela estaba
    moralmente vencido fueron ellos quienes le impidieron
    capitular.

    A poco de establecer su campamento en Huaura, fueron
    produciéndose los hechos que San Martín esperaba
    para estrechar al virrey. Guayaquil, que se había
    levantado el 9 de octubre al solo anuncio de su presencia en
    Pisco, le enviaba sus diputados y se acogía a su
    protección; poco después, el 5 de noviembre, el
    almirante Cochrane realizaba una hazaña incomparable
    capturando a la fragata Esmeralda, en su refugio del Callao,
    cuyos fuegos desafió impávido ante el asombro de
    los propios adversarios; a principios de diciembre los trabajos
    de zapa, que minaban constantemente el frente interno enemigo,
    obtenían un éxito brillante al decidir la
    deserción en masa del regimiento "Numancia", formado en
    gran parte por colombianos, que se pasó a sus banderas con
    armas y bagajes; y para Navidad el
    marqués de Torre-Tagle se pronunciaba en Trujillo. Por su
    parte permaneció en posición defensiva, preparado
    para recibir un ataque, aunque conocía bien la
    indecisión de Pezuela, que él había
    determinado con su estrategia. Si
    salía de Lima para buscar a San Martín en Huaura
    debía temer con fundamento que éste embarcara su
    ejército en Huacho y cayera sobre la capital indefensa.
    Por eso el virrey se contentaba con mantener una fuerte
    vanguardia sobre la línea del Chancay, reteniendo a su
    ejército en Aznapuquio, mientras su adversario explotaba
    hábilmente la situación inundando de agentes y
    proclamas a la ciudad de los Reyes, y movía ágiles
    guerrillas en sus alrededores que jaqueaban los caminos y
    entorpecían los abastos. A principios de enero de 1821 se
    incorporaba al Ejército Libertador la división de
    Arenales, que había concluido su campaña obteniendo
    una magnífica victoria en Pasco y llenado su objeto de
    levantar a los pueblos de la Sierra en favor de los
    independientes.

    Daba, pues, sus frutos la situación creada por San
    Martín. Pezuela había llegado a declarar que
    creía imposible defender al país si no le llegaban
    refuerzos navales de España, y dentro de Lima, un fuerte
    partido le incitaba a una capitulación honorífica.
    Pero los jefes de la logia constitucional, que le eran adversos,
    temieron se decidiera en este sentido, y reunidos en el cuartel
    general de Aznapuquio le intimaron abandonar el mando como
    único medio de conservar el Perú. El virrey se
    resignó, y el 29 de enero de 1821 los jefes eligieron en
    su reemplazo al general La Serna. Y he ahí cómo el
    jefe del Ejército Libertador debería entenderse, en
    adelante, con los jefes liberales del ejército
    realista.

    8.-
    PUNCHAUCA

    Pero antes ocurrió una incidencia singular. El gobierno de
    España había enviado comisionados a los
    países disidentes de América para proponerles la
    pacificación sobre la base de la constitución. El
    designado para actuar en el Perú fue el capitán de
    fragata don Manuel Abreu, que arribó al campamento de
    Huaura el 25 de marzo, y después de conferenciar
    largamente con San Martín pasó a la capital donde
    hizo conocer las instrucciones reales. La Serna, resuelto a
    retirarse de Lima para resistir en el interior, debió
    abrir las negociaciones, y a ellas accedió San
    Martín, que acababa de estrechar el asedio y se
    había presentado con gran parte de sus fuerzas en
    Ancón, adonde las transportó por el mar.

    Fernando VII ofrecía el goce común de la
    constitución de 1812 para que renaciesen entre
    españoles y americanos las relaciones de trescientos
    años y "las que reclamaban las luces del siglo". La
    reunión de los diputados de ambas partes se realizó
    en la hacienda de Punchauca, cerca de Lima, a principios del mes
    de mayo; pero el avenimiento no fue posible porque los americanos
    expresaron no poder iniciar negociación alguna que no
    fuese sobre la base de la independencia. Concertóse, sin
    embargo, un armisticio y la celebración de una entrevista de
    San Martín con La Serna, que se realizó en
    Punchauca el 2 de junio.

    Lo que desarrolló allí San Martín ante el
    asombrado La Serna fue nada menos que un magnífico plan de
    alta política hispanoamericana: "Pasó el tiempo en
    que el sistema colonial
    pudo ser sostenido por España. Sus ejércitos se
    batirán con bravura tradicional de su brillante historia
    militar; pero aun cuando pudiera prolongarse la contienda, el
    éxito no puede ser dudoso para millones de hombres
    dispuestos a ser independientes y que servirán mejor a la
    humanidad y a su país si en vez de ventajas
    efímeras pueden ofrecer emporios de comercio,
    relaciones fecundas y de concordia permanente entre los hombres
    de la misma raza, que hablan la misma lengua y
    sienten igualmente el generoso deseo de ser libres "

    Y enseguida propuso concretamente se nombrase una regencia
    presidida por el propio La Serna e integrada por dos corregentes
    designados por cada una de las partes, la cual gobernaría
    independientemente al Perú, hasta que llegase un
    príncipe de la casa real de España, a quien se
    reconocería como monarca constitucional de la nueva
    nación.

    El comandante español García Camba, presente en
    Punchauca, anotó castizamente en sus Memorias que
    la inesperada proposición era una verdadera zalagarda, y
    el Libertador del Perú le diría años
    más tarde al general Miller: "El general San
    Martín, que conocía a fondo la política del
    gabinete de Madrid, estaba bien persuadido que él no
    aprobaría jamás ese tratado; pero como su principal
    objeto era el de comprometer a los jefes españoles, como
    de hecho lo quedaban habiendo reconocido la independencia, no
    tendrían otro partido que tomar que el de unir su suerte
    al de la causa americana "

    San Martín desconcertaba con meditada habilidad a quienes
    procuraban avenirle a la propuesta constitucional; y el exabrupto
    de la suya desvanecía del todo la esperanza de lograr la
    paz por cualquier otro camino que no fuese el de reconocer
    previamente la independencia. Era, por otra parte, una manera de
    apurar el juego. La
    deposición de Pezuela por los jefes liberales sublevados
    en Aznapuquio y resueltos a prolongar una guerra cruel aunque
    estuviera prácticamente decidida, le había sacado
    de las manos, puede decirse la capitulación y la conferencia de
    Punchauca, realizada por iniciativa del nuevo virrey en
    cumplimiento de las reales instrucciones traídas por
    Abreu, le dio oportunidad para tentarles con una fórmula
    de pacificación que los colocaba en el trance
    difícil, incluso en contradicción con sus
    principios, de rechazar a un príncipe español al
    frente de una nación soberana y a una monarquía
    constitucional que era su propio sistema de asegurar el orden en
    la libertad.

    Pero La Serna pidió dos días para contestar; y en
    vez de consultar con las corporaciones del Virreinato, como fue
    su propósito inicial, se atuvo al consejo de los jefes
    militares, que presintieron la celada: las instrucciones del rey
    no consentían el compromiso de reconocer la independencia;
    y llevar a Madrid la discusión de la propuesta mientras
    quedaba un gobierno propio en el Perú, así fuera
    una regencia mixta, era consumar en los hechos la
    independencia.

    No hay duda que los jefes realistas del Perú vieron
    más claro que el general O'Donojú, cuando
    Itúrbide le propuso en Méjico el Plan de Iguala,
    tan semejante al de San Martín en Punchauca, y cuya
    anticipada aceptación fue repudiada por la
    metrópoli, pero determinó la conclusión de
    la guerra y la definitiva independencia mejicana.

    La respuesta del Virrey fue consiguientemente negativa, y la
    evacuación de Lima comenzó de inmediato, aun antes
    de concluido el armisticio que se concertó a raíz
    de las negociaciones. El 6 de julio La Serna salía de la
    capital rumbo a la Sierra a unirse con el general Canterac, que
    se le había anticipado con el grueso del
    ejército.

    9.- LA INDEPENDENCIA DEL
    PERÚ

    "¡El Perú es desde este momento libre e
    independiente por la voluntad de los pueblos y de la justicia de
    su causa que Dios defiende!" Con estas palabras proclamó
    el general San Martín la independencia del Perú en
    la Plaza Mayor de la ciudad de Lima el 28 de julio de 1821; pero
    la multitud que le aclamaba y cuyo entusiasmo se acendró
    al verle desplegar la nueva bandera que él había
    ideado en Pisco para entregarla a los peruanos como
    símbolo de su conquistada libertad, debió
    comprender que ellas representaban también el sello de la
    obra a que aquel hombre había consagrado afanes
    increíbles y estupenda constancia.

    Faltaba sin duda mucho para consolidar esa obra; era menester
    crear un gobierno y organizar a la nueva nación;
    había que concluir la guerra que el virrey y sus
    generales, desalojados de la capital, iban a prolongar con medios
    todavía poderosos: pero en la convicción del
    Libertador habíase obtenido ya el objetivo
    principal. En una gaceta del ejército se decía: "
    El vencimiento de los españoles ha entrado ya en la clase
    de esfuerzos subalternos que exige la independencia, dirigiendo
    con método las
    operaciones militares y buscando al enemigo cuando convenga"; y
    él le escribió a O Higgins: "Al fin, con paciencia
    y movimientos hemos reducido a los enemigos a que abandonen la
    capital de los Pizarro; al fin nuestros desvelos han sido
    recompensados con los santos fines de ver asegurada la
    independencia de la América del Sur. El Perú es
    libre. En conclusión, ya yo preveo el término de mi
    vida pública y voy a tratar de entregar esta carga pesada
    a manos seguras y retirarme a un rincón a vivir como
    hombre".
            
    Aunque tuviera clara noción de la enorme responsabilidad que le aguardaba y se preparase
    para afrontarla, San Martín podía hablar
    así. La declaración de la independencia del
    Perú no era una jactancia ni un anticipo apresurado,
    porque era un hecho ineluctable, la afirmación de quien
    había logrado promoverlo con la certeza de abrir un cauce
    que no podría ser detenido.

    Él conocía mejor que nadie la precariedad del
    instrumento bélico con que al fin fue dado acometer la
    empresa del Perú, y por eso su campaña había
    sido esencialmente una obra de insigne habilidad, un triunfo de
    la inteligencia y de la virtud: "paciencia y movimientos" como le
    decía con modestia al Director de Chile. No podía
    repetir como César: "Llegué, ví y
    vencí"; pero según la expresión de un
    maestro de la Universidad de
    San Marcos pudo afirmar: "Llegué y la noticia de mi
    llegada hizo volar a los pueblos a la sombra de mis banderas". Y
    su victoria mayor era este hecho cuya fuerza afianzaba la
    proclamación del 28 de julio con tanto vigor como sus
    armas. y sobre él habría de afirmarse
    después cuanto se hiciera para consolidar la obra. En ese
    momento los problemas de
    San Martín se canalizaban en dos aspectos principales: por
    una parte, debía organizar al gobierno independiente del
    Perú, por otra, atender sin descanso a la
    prosecución de la guerra. Decidió el primero
    asumiendo personalmente, con el título de Protector, la
    autoridad suprema del país, y con respecto al segundo
    adoptó diversas medidas militares que garantizaban la
    seguridad del territorio ocupado mientras meditaba los medios de
    realizar una campaña decisiva contra las fuerzas realistas
    del interior.

    Fueron notables, por su leal sinceridad, las razones que dio al
    pueblo al tomar el cargo de Protector del Perú: "Espero
    que al dar este paso se me hará la justicia de creer que
    no me conducen ningunas miras de ambición, sino la
    conveniencia pública. Es demasiado notorio que no aspiro
    sino a la tranquilidad y al retiro después de una vida
    agitada ; pero tengo sobre mí la responsabilidad moral que
    exige el sacrificio de mis más ardientes votos. La
    experiencia de diez años de revolución en Venezuela,
    Cundinamarca, Chile y Provincias Unidas me ha hecho conocer los
    males que ha ocasionado la convocación intempestiva de
    congresos cuando aun subsistían los enemigos de aquellos
    países. Primero es asegurar la independencia;
    después se pensará en asegurarla libertad
    sólidamente. La religiosidad con que he cumplido mi
    palabra en el curso de mi vida pública me da derecho a ser
    creído, y yo la comprometo ofreciendo solemnemente a los
    pueblos del Perú que en el momento en que sea libre su
    territorio haré dimisión del mando para hacer lugar
    al gobierno que ellos tengan a bien elegir".

    Y a O'Higgins le explicaba: "En el estado en
    que se hallan mis operaciones militares faltaría a mis
    deberes si dejando lugar por ahora a la elección personal
    de la suprema autoridad del territorio abriese un campo para el
    combate de las opiniones y choque de los partidos, para que
    sembrase la discordia que ha precipitado a la anarquía los
    pueblos más dignos del continente americano. Destruir para
    siempre el dominio
    español en el Perú y poner a los pueblos en el
    ejercicio moderado de sus derechos es el objeto de la
    expedición libertadora. Es necesario purgar esta tierra de
    la tiranía y ocupar a sus hijos en salvar a su patria
    antes que se consagren a bellas teorías
    y se dé tiempo a sus opresores para reparar su s
    quebrantos y dilatar la guerra. Tal sería la consecuencia
    necesaria de la convocación de asambleas populares.
    Apoyado en estas razones he asumido la autoridad suprema del
    Perú con el título de Protector hasta la
    reunión de un congreso soberano de todos los pueblos en
    cuya representación depositaré el mando y me
    resignaré a residencia".

    No vacilaba San Martín en descubrir con crudo realismo su
    pensamiento
    político frente a la circunstancia excepcional en que se
    hallaba y ante el deber de asumir sin reatos la responsabilidad
    de un poder cuyos resortes no le era dado a su juicio abandonar
    si quería salvaguardar el orden en la nación creada
    por su esfuerzo. Y la asunción de esa responsabilidad era
    la medida de su garra de estadista, la voluntariosa
    decisión de no dejarse llevar por el romanticismo de
    la libertad, la impronta categórica de su fuerte personalidad.
    ¿Acaso el Perú recién nacido podía
    defender su propia vida, amenazada aún por la guerra, en
    medio de los vaivenes de un sistema para el cual no estaba
    absolutamente preparado y cuyos peligros había visto en
    Europa y América? ¿Iba él a callar frente a
    la funesta y dolorosa experiencia? ¿No sabía por
    ventura todo lo que permanece en el subsuelo de las revoluciones
    triunfantes acechando el momento de la reacción?
    ¿No era al fin más decorosa y conveniente una
    conducta franca y
    leal que debía tranquilizar a los ciudadanos celosos de su
    libertad? Como siempre en los grandes trances de su vida San
    Martín se resolvió con rapidez y seguridad, y
    asumió la tremenda responsabilidad de gobernar al
    Perú de acuerdo con su conciencia, no
    obstante percibir los riesgos que esa
    situación debía crearle y conocer que esa
    elevación era en realidad un sacrificio. Bernardo
    Monteagudo, Juan García del Río y José
    Hipólito Unánue fueron sus ministros.

    10.- DURANTE EL GOBIERNO DEL
    PROTECTOR

    La situación militar se había estacionado y el
    Perú aparecía dividido en dos porciones: los
    realistas ocupaban la Sierra y a través de sus valles
    hacia el sur comunicaban con sus fuerzas en el Alto Perú;
    en manos de los independientes estaban la capital, la costa y
    todo el norte del país.

    Antes de la ocupación de Lima se habían realizado
    dos operaciones despachadas por San Martín desde Huaura:
    una hacia la Sierra y otra con destino al sur de la región
    de la costa donde debía penetrar por los Puertos
    Intermedios; pero no lograron el éxito previsto, que sin
    duda alguna hubiera mejorado decididamente aquella
    situación.

    La primera había sido dirigida por el general Arenales,
    que ocupó el valle de Jauja en el mes de mayo, pero como
    tenía instrucciones de no comprometer su división
    no alcanzó a evitar, como fue su propósito, que La
    Serna se uniera con Canterac cuando el ejército realista
    dividido en dos fracciones abandonó la capital para buscar
    en el interior un campo de operaciones propicio a la
    prolongación de la resistencia. Esta segunda
    campaña de la Sierra resultó, pues, infructuosa; y
    Arenales retornó a Lima mientras el virrey se hacía
    fuerte en el valle de Jauja desde donde se trasladó
    más tarde al Cuzco.
    La expedición al sur tampoco fue muy feliz a pesar de la
    valerosa conducción de Miller y los bríos de lord
    Cochrane en cuyas naves fue conducida a los Puertos Intermedios.
    Se hizo un primer desembarco en Pisco y luego otro en Arica desde
    donde avanzó Miller hasta Tacna obteniendo un buen triunfo
    en Mirave, el 21 de mayo, sobre los realistas que le salieron al
    encuentro desde la Sierra; pero al final debió
    concentrarse en Ica sin mayores perspectivas para una
    acción más importante a causa de la escasez de sus
    efectivos. Mayor trascendencia alcanzó, después de
    la declaración de independencia del Perú, el
    fracaso de una expedición intentada por el general
    Canterac, a fines de agosto, con el doble objeto de sorprender si
    era posible a los ocupantes de la recién abandonada
    capital y llevar víveres a la fortaleza del Callao, donde
    había quedado aislada una guarnición realista de
    más de dos mil hombres y existía un gran armamento
    que el virrey necesitaba recuperar. El 5 de septiembre Canterac
    se presentaba al sur de Lima, en el valle del Lurín, pero
    halló que el ejército libertador estaba desplegado
    en línea de batalla cubriendo todas las entradas de la
    capital por el este y el sur, y no se resolvió a provocar
    un combate que la inatacable posición del adversario
    hacía presumir muy dudoso.

    San Martín, imperturbable y calculador, lo dejó
    desfilar hacia el Callao y le dijo a Las Heras, que estaba a su
    lado: "¡Están perdidos! ¡El Callao es nuestro!
    No tienen víveres para quince días. Los auxiliares
    de la Sierra se los van a comer. Dentro de ocho días
    tendrán que rendirse o ensartarse en nuestras bayonetas".
    Y así fue, a pesar del asombro de Las Heras y la
    impertinencia de lord Cochrane que terminó por no
    comprender nada y encolerizarse desaforadamente ante la calma del
    general en jefe a quien incitaba a atacar, sin que éste,
    resuelto a concluir con su ajedrez,
    hiciera caso de sus protestas.

    Canterac pagaría las consecuencias de aquella victoria sin
    sangre y comenzó a ver claro apenas se encerró en
    la fortaleza; decidió salir enseguida y retirarse por el
    norte para ganar a duras penas los faldeos de la Sierra. El 21 de
    septiembre la bandera peruana ondeaba en los castillos del
    Callao, cuyo jefe, el general La Mar, estrechado vigorosamente,
    debió aceptar los términos de la
    capitulación que le dictó San Martín.

    Después de la rendición del Callao que consolidaba
    su dominio en las provincias liberadas, el Protector del
    Perú prosiguió en las tareas del gobierno cuya
    responsabilidad había debido afrontar; pero sabía
    bien que ésa no podía ser una misión
    indefinida y durante los meses finales de 1821 la clara
    objetividad con que siempre discernía sobre los hechos de
    la cambiante realidad iba a determinar muy pronto una nueva
    decisión en su conducta.

    Aquellas tareas eran sin duda absorbentes y delicadas y las
    abordó con un sincero afán de señalar a los
    peruanos las características del nuevo
    régimen.Los decretos de su breve gobierno tenían el
    sello de aquellas famosas decisiones de la Asamblea del
    año 1813 en las Provincias Unidas, que él
    había contribuido con su esfuerzo a que fuera convocada y
    en la cual Bernardo Monteagudo, su actual ministro, había
    llevado la voz cantante. Declaró la libertad de comercio,
    abolió las encomiendas, suprimió la
    inquisición, prohibió los tormentos, adoptó
    medidas que garantizaban la seguridad individual y dictó
    un Estatuto Provisional, de acuerdo con cuyas normas
    debían desenvolverse las funciones del naciente Estado.
    Instituyó la Orden del Sol y creó la biblioteca
    pública del Perú, a la cual donó su propia
    librería, que había traído desde Chile.

    Era, como siempre, minucioso y estricto; pero no hay duda que esa
    labor de gobernante no podía apartarle de sus propios
    fines y tal vez esas preocupaciones le desasosegaran al
    distraerle. Debía manejar la cosa pública en un
    ambiente
    conmovido por la lucha reciente y en el cual subsistían
    agazapados los adversarios de ayer a los cuales había que
    vigilar y no pocas veces perseguir y exaccionar. Tenía que
    atender a las grandes y pequeñas exigencias de la administración; auspiciar las obras y
    proyectos de
    sus ministros; y no regatear, además, su actuación
    en la sociedad
    limeña con sus requerimientos sociales, a menudo amables,
    y su intriga política, que descubría ocultas
    suspicacias locales.

    Tuvo amargos contratiempos, como el definitivo disgusto con lord
    Cochrane que se marchó a Chile con su escuadra; y no pocas
    decepciones con su propio ejército, enervado durante la
    obligada inacción bélica de aquel intervalo, tan
    breve sin embargo.

    Pronto comprendió la necesidad de dar otra base al
    gobierno, aunque no se le ocultaban sus inconvenientes, porque
    advertía sin esfuerzo las tendencias vernáculas
    aspirantes al mando.

    Todo ello acentuaba en su espíritu el deseo vehemente de
    terminar. Pensó de nuevo en un plan de monarquía
    constitucional como medio de dejar establecido un sistema capaz
    en su concepto de
    afianzar el orden, pero pronto lo desechó. No era hombre
    de consumirse en cavilaciones y en el mes de diciembre estaba
    resuelto a imprimir un rumbo cierto a su actuación y
    decretaba la convocación del Congreso peruano.

    Es que por sobre todas las cuestiones predominaba su objetivo
    primordial: la razón de ser de su empresa libertadora.
    Debía resolver sobre los medios necesarios para obtener la
    decisión. La batalla de América no estaba
    aún concluida y ése era el hecho principal. Una
    conclusión se imponía netamente a su
    espíritu y era que con los propios recursos,
    insuficientes, no iba a terminar con el ejército del
    virrey. Estaba, por cierto, convencido de que fuesen cuales
    fuesen las vicisitudes que sobrevinieran, la independencia era ya
    irrevocable, pero entendía como un deber sagrado evitar a
    los pueblos la desgracia de prolongar la guerra. Tenía,
    pues, que resolver este problema militar y comprendió que
    su decisión sólo podía alcanzarla
    ligándolo a la etapa final de la guerra de la
    emancipación americana.

    Desde el norte habían avanzado sobre el sur de Colombia y el
    Ecuador las armas
    de Simón Bolívar, triunfante en la batalla de
    Carabobo, casi al mismo tiempo en que San Martín entraba
    en Lima; pero se hallaban paralizadas en Pasto donde los
    realistas habían organizado una defensa formidable. El
    general Sucre debió trasladarse por mar hasta Guayaquil,
    con tropas colombianas, para atacar desde el sur al
    capitán general Aymerich y tratar de reducir este otro
    núcleo de la resistencia; pero sus fuerzas eran
    relativamente escasas; y aparecía difícil al joven
    general venezolano la obtención de su cometido. Por eso se
    había dirigido a San Martín en mayo de 1821
    pidiéndole su cooperación en la campaña que
    iba a abrir sobre Quito. Los hechos estaban indicando, pues, la
    necesidad de esa cooperación en la que también
    meditaba el Protector del Perú para la resolución
    de su propio problema.

    Sucre, derrotado en la batalla de Huachi, le había
    reiterado en octubre, con grande apremio, aquel pedido; y San
    Martín, que había organizado una división en
    Trujillo, decidió concurrir a la lucha en que se
    decidiría la libertad del Ecuador.

    Hacía tiempo que mantenía relaciones epistolares
    con Bolívar. Desde Pisco, apenas desembarcado en el
    Perú, le escribió una carta que el Libertador de
    Colombia contestó manifestando: "Este momento lo
    había deseado con toda mi vida; y sólo el de
    abrazar a V.E. y el de reunir nuestras banderas puede serme
    más satisfactorio".

    Después de Carabobo, en agosto de 1821, Bolívar le
    escribía: "V.E. debe creerme: después del bien de
    Colombia nada me ocupa tanto como el éxito de las armas de
    V.E., tan dignas de llevar sus estandartes gloriosos dondequiera
    que haya esclavos que se abriguen a su sombra". Y por fin, el 15
    de noviembre, desde Bogotá, apoyaba la instancia de Sucre
    y le pedía enviase una división a Guayaquil para
    oponerse con las fuerzas de Colombia a los nuevos esfuerzos del
    enemigo.

    Era, pues, manifiesta la necesidad de una cooperación
    militar cuya trascendencia dominaba a las otras cuestiones que
    preocupaban su ánimo. Por eso en el mes de febrero de
    1822, al mismo tiempo que autorizaba la marcha al Ecuador de la
    columna que iría en auxilio de Sucre, 1.300 hombres al
    mando del coronel Andrés Santa Cruz, decidió ir a
    entrevistarse con Bolívar, que había anunciado
    viajar hasta Guayaquil. Dejó encargado del mando a
    Torre-Tagle y expresó públicamente los motivos de
    su viaje: "La causa del Continente Americano me lleva a realizar
    un designio que halaga mis más caras esperanzas. Voy a
    encontrar en Guayaquil al Libertador de Colombia. Los intereses
    generales del Perú y de Colombia, la enérgica
    terminación de la guerra y la estabilidad del destino a
    que con rapidez se acerca la América hacen nuestra
    entrevista
    necesaria ya que el orden de los acontecimientos nos ha
    constituido en alto grado responsables del éxito de esta
    sublime empresa".

    La entrevista
    no pudo realizarse porque Bolívar fue retenido por
    urgencias de la guerra; pero de todos modos sería San
    Martín quien iniciaría aquella indispensable
    cooperación. A principios de febrero la división
    auxiliar penetraba en las provincias ecuatorianas de Loja y
    Cuenca y se incorporaba a las fuerzas del general Sucre. Poco
    después, en dos batallas memorables, la de Río
    Bamba, el 21 de abril, y la de Pichincha, el 24 de mayo, se
    lograba la capitulación de Aymerich y las huestes
    patriotas se apoderaban de Quito. Bolívar, que
    había obtenido una ardua victoria en Bomboná sobre
    los realistas de Pasto, entró recién a mediados de
    junio a la capital del Ecuador.
    11.- EL RENUNCIAMIENTO

    Cuando San Martín regresó a Lima habían
    ocurrido allí sucesos profundamente desagradables. La
    ausencia del Protector había sido propicia, al parecer, al
    estallido de sordos rencores acumulados desde un principio contra
    el ministro Monteagudo, pero que en realidad alcanzaban a todo el
    régimen protectoral. El antiguo revolucionario de
    Mártir o Libre era mirado ahora como un seide siniestro
    del despotismo; y sus ideas de gobierno como el símbolo de
    la reacción. Se le acusaba de ser un misántropo
    orgulloso que consideraba a la capital como una propiedad de
    conquista y se le odiaba como responsable de las persecuciones
    que debieron sufrir españoles de antiguo arraigo y
    extensas vinculaciones en la sociedad del
    Perú; achacábasele falta de consideración a
    los elementos locales y se le tenía por el principal
    sostenedor de un plan monarquista.

    Era, pues, Monteagudo la cabeza de turco contra la que se
    dirigieron los golpes de una extensa conspiración que, en
    definitiva, exteriorizaba en sus promotores, dirigidos por el
    peruano José Riva Agüero, no sólo el
    descontento contra un ministro, sino la ansiedad de llegar al
    gobierno y sustituir un régimen que algunos estimaban
    sencillo reemplazar. Lo cierto es que mientras San Martín
    estaba en Guayaquil el delegado Torre- Tagle debió ceder
    ante las exigencias de los amotinados, cuyo triunfo se
    alcanzó asimismo por la absoluta impasibilidad asumida en
    la emergencia por el general Alvarado, comandante en jefe del
    ejército. Monteagudo tuvo que dejar su ministerio y el
    país. Pero San Martín volvía de la entrevista
    con Bolívar con su resolución tomada y aquellos
    sucesos sólo pudieron servir para fortalecerla. Debieron,
    sin embargo, llevar a su espíritu ese momento de acibarada
    congoja que produce siempre la ingratitud, aun en el ánimo
    de los fuertes. El Congreso del Perú se reunió
    solemnemente el 20 de septiembre y ante él declinó
    San Martín la investidura que se había impuesto un
    año antes devolviendo la banda bicolor que era su
    símbolo, y les dijo entonces a los representantes: "Al
    deponer la insignia que caracteriza el jefe Supremo del
    Perú no hago sino cumplir con mis deberes y con los votos
    de mi corazón.
    Si algo tienen que agradecerme los peruanos es el ejercicio del
    poder que el imperio de las circunstancias me hizo aceptar". Y en
    una proclama de ese mismo día recordó: "Mis
    promesas para con los pueblos en que he hecho la guerra
    están cumplidas: hacer la independencia y dejar a su
    voluntad la elección de sus gobiernos. La presencia de un
    militar afortunado, por más desprendimiento que tenga, es
    temible a los Estados que de nuevo se constituyen".

    Aquella misma noche se embarco en el puerto de Ancón rumbo
    a Chile.

    En la cumbre de la cordillera después de haber ascendido
    por el camino del Portillo y allí donde se abre un
    ríspido cajón llamado del Manzano, hallábase
    una mañana de fines de enero de 1823 un antiguo oficial
    del ejército de los Andes. Acababa de levantarse el sol e
    iluminaba con todo su esplendor el grandioso panorama de piedra
    que descendía hacia Occidente. Ascendiendo la cuesta
    lentamente veíase una pequeña caravana que al cabo
    llegó a distinguirse con nitidez. El oficial era don
    Manuel de Olazábal y pronto advirtió que quien se
    acercaba era aquel a quien había ido a esperar anheloso de
    ser el primero en saludarle al pisar de nuevo tierra argentina;
    el caballero que presidía la caravana era el
    generalísimo del Ejército del Perú. "El
    general San Martín, -escribió Olazábal al
    relatar la escena años después,- iba
    acompañado de un capitán y dos asistentes; dos
    mucamos y cuatro arrieros con tres cargueros de equipaje.
    Cabalgaba una hermosa mula zaina con silla de las llamadas
    húngaras y encima un pellón, y los estribos liados
    con paño azul por el frío del metal. Un
    riquísimo guarapón (sombrero de ala grande) de paja
    de Guayaquil cubría aquella hermosa cabeza en que
    había germinado la libertad de un mundo y que con atrevido
    vuelo había trazado sus inmortales campañas y
    victorias. El chamal chileno cubría aquel cuerpo de
    granito endurecido en el vivac desde sus primeros años.
    Vestía un chaquetón y pantalón de
    paño azul, zapatos y polainas y guantes de ante amarillos.
    Su semblante decaído por demás, apenas daba fuerza
    a influenciar el brillo de aquellos ojos que nadie pudo definir."
    Cuando se acercó, Olazábal se precipito hacia
    él y lo abrazó por la cintura, deslizándose
    de sus ojos abundantes lágrimas. El general le
    tendió el brazo izquierdo sobre la cabeza y lleno de
    emoción sólo pudo decirle: "¡Hijo!"

    Así regresaba a la patria, cruzando por última vez
    la cordillera de los Andes, el que hacía seis años
    la había tramontado en sentido inverso al frente de aquel
    valeroso ejército formado por él en Mendoza y cuyas
    victorias dieron la libertad a Chile para llenar después
    el grande objetivo de su empresa continental proclamando en Lima
    la independencia del Perú. Pero ésta era ya, con
    ser tan reciente, la gloria pasada. El melancólico regreso
    iniciaba el camino del renunciamiento que él había
    elegido, y muy pocos comprendieron entonces la grandeza moral de esa
    elección, signo indudable de la autenticidad de aquella
    gloria.

    Estaba satisfecho y seguro de su
    gesto, que fue en síntesis otra impronta de su
    carácter, actitud similar a cuantas debió asumir en
    los más graves trances de opción durante su vida
    pública. Había sido fiel consigo mismo y ello
    importaba haber sido fiel a la misión que quiso realizar
    en América. Estaba cierto que el sacrificio de su retiro
    iba a ser un bien para América porque anticipaba de
    acuerdo con las circunstancias sobrevenidas la hora de su
    independencia y esto le bastaba y le complacía
    inmensamente; si él había llegado a ser un
    obstáculo para que el Libertador de Colombia diera el
    golpe final a los matuchos, no iba a ser él quien siguiera
    siendo obstáculo un solo día más.

    Comprendía también que pocos habrían de
    entenderle. Solamente con Guido, durante su última noche
    del Perú, había tenido un arranque confidencial:
    ¿acaso no podía haber afrontado la intransigencia
    de Bolívar? ¿Qué le habría costado
    meter en un puño a Riva Agüero y los demás
    secuaces que daban pábulo a calumniosas especies?
    ¿Quién le hubiera impedido a él, si hubiera
    querido, afianzar en la fuerza ese despotismo de que se le
    acusaba? ¡No! Él no iba a dar ese día de
    zambra al enemigo. Él había venido a libertar a la
    América y no a hacerle el juego a la
    guerra civil ni quiso nunca ser rey ni emperador ni demonio, como
    le escribió una vez, explosivamente indignado, al buen
    amigo O'Higgins.

    Años después, en 1827, le escribiría a
    Guido, volviendo sobre el amistoso debate que
    éste le reabría constantemente: "Serás lo
    que debes ser o no eres nada" y le decía que confiaba en
    el juicio de la historia, a la cual dejaría discernir
    sobre sus documentos,
    después de su muerte, acerca
    de las causas que le movieron a retirarse del Perú: "Usted
    me dirá que la opinión pública y la
    mía particular están interesadas en que estos
    documentos
    vean la luz en mis
    días: varias razones me acompañan para no seguir
    este dictamen, pero sólo le citaré una: la de que
    lo general de los hombres juzgan de lo pasado según la
    verdadera justicia y lo presente según sus intereses".

    El había sido lo que debió ser. En sus maletas del
    regreso traía el estandarte de Pizarro, y este ilustre
    despojo era una prenda y un símbolo para José de
    San Martín, Libertador del Perú.

    SIMÓN
    BOLIVAR.

    JUVENTUD DE BOLIVAR

    Huérfano a la edad de tres años y heredero de un
    rico patrimonio con
    centenares de esclavos como los patricios antiguos, tuvo como
    maestro a un filósofo, pero un filósofo de escuela
    cínica, revuelta con el estoicismo y el cureísmo
    greco- romano.

    "No quiero parecerme a los árboles que echan raíces
    en un lugar -decía- sino al viento, al agua, al sol,
    a todas las cosas que marchan, sin cesar."

    Su pasión eran los viajes. No
    había cumplido aún los diecisiete años (
    1799), cuando Bolívar hizo un viaje a Europa. Era entonces
    teniente de un regimiento de milicias de que su padre
    había sido coronel a título de señor feudal.
    Visitó las Antillas y Méjico; recorrió toda
    la España y viajó por Francia (1801), coincidiendo
    su permanencia en París con la inauguración del
    glorioso consulado vitalicio de Napoleón Bonaparte, quien
    despertó en él gran entusiasmo. Formada su temprana
    razón por las impresiones que despertaba en su
    imaginación el espectáculo del mundo, más
    que por la observación y el estudio, regresó a
    su patria unido a la hija del marqués del Toro, nombre que
    figuraba en la alta nobleza de Caracas (1801). Antes de que
    transcurrieran tres años, era viudo. Emprendió
    entonces su segundo viaje a Europa (1803). Allí se
    encontró con su antiguo maestro, quien con su moral
    excéntrica, no era ciertamente el más severo mentor
    de una excursión de placer. En París cultivó
    el estudio de algunas lenguas vivas; visitó a Humboldt,
    que había hecho célebre su nombre ilustrando la
    geografía
    física y
    la historia natural del nuevo continente, que él
    ilustraría con otros descubrimientos no menos
    sorprendentes, en el orden de la geografía
    política y la historia
    universal; atravesó los Alpes a pie, con un
    bastón herrado en la mano y se detuvo en Chambery (1804),
    visitando como peregrino de la libertad y del amor, las
    Charmettes inmortalizadas por Rousseau, de
    cuyo «Contrato
    Social» tenía idea, pero en quien admiraba sobre
    todo por su estilo enfático, su creación
    sentimental de la "Nueva Eloísa", que fue siempre su
    lectura
    favorita, aun en medio de los trances más congojosos de su
    vida. En Milán presenció la coronación de
    Napoleón como rey de Italia y
    asistió a los juegos
    olímpicos que se celebraron en honor del vencedor de
    Marengo.

    BOLIVAR
    DIPLOMÁTICO

    Una misión conjunta de tres agentes venezolanos,
    solicitó una audiencia del ministro de relaciones
    exteriores, que lo era a la sazón el marqués sir
    Ricardo Wellesley, la que le fue concedida en carácter
    confidencial. Bolívar, como el más caracterizado y
    el que mejor hablaba francés, llevó la palabra en
    este idioma. Olvidando su papel de
    diplomático, pronunció un ardiente discurso, en
    que hizo alusiones ofensivas a la metrópoli
    española aliada de Inglaterra y
    expresó sus anhelos y esperanzas de una independencia
    absoluta de su patria, que era la idea que lo preocupaba. Para
    colmo de indiscreción, entregó al marqués,
    junto con sus credenciales, el pliego de sus instrucciones. El
    ministro británico que lo había escuchado con
    fría atención, después de recorrer los
    papeles que se le presentaban, contestóle
    ceremoniosamente: que las ideas por él expuestas se
    hallaban en abierta contradicción con los documentos que se
    le exhibían. En efecto, las credenciales estaban
    conferidas en nombre de una junta conservadora de los derechos de
    Fernando VII, y en representación del soberano
    legítimo, y el objeto de la misión era buscar un
    acomodamiento con la regencia de Cádiz, para evitar una
    ruptura. Bolívar no había leído sus
    credenciales ni sus instrucciones, ni dádose cuenta de su
    papel
    diplomático; así es que, quedó confundido
    ante aquella objeción perentoria. Al retirarse,
    confesó francamente su descuido y atolondramiento.

    Así sería siempre Bolívar, como
    diplomático y como guerrero. Preocupado de una idea, sin
    darse cuenta de los obstáculos externos. Por el momento,
    era la idea de la independencia lo que lo llenaba, y allá
    iba por línea recta.

    Durante su permanencia en Londres, conoció por primera vez
    al general Miranda, e iniciado en los misterios de su Logia,
    afilióse en ella, renovando el juramento del Monte Sacro,
    de trabajar por la independencia y la libertad sudamericana.
    Así se ligaron por un mismo juramento en el viejo mundo,
    con un año de diferencia, Bolívar y San
    Martín. Al contacto de la llama que ardía en el
    alma del precursor de la emancipación, la de
    Bolívar, encendida ya con las chispas de las ideas de
    Carreño- Rodríguez, se inflamó. Lleno
    siempre de su idea, volvió a olvidar sus instrucciones
    reservadas, que le prevenían, no recibir inspiraciones de
    Miranda ni tomar en cuenta sus planes, que podían
    comprometer la aparente fidelidad de la Junta de Caracas.
    Pensando que la presencia de Miranda en Venezuela,
    daría impulso a la idea de independencia, invitóle
    a regresar juntos a la patria para trabajar en común por
    ella.

    Bolívar regresó a Caracas al finalizar el
    año 1810 (5 de diciembre) conduciendo un armamento, y lo
    que creía más poderoso que las armas, al general
    Miranda, símbolo vivo de la redención del nuevo
    mundo meridional. Durante su ausencia la revolución
    venezolana había mudado de aspecto, y su horizonte
    empezaba a nublarse.

    PRIMERA CAMPAÑA
    VENEZOLANA

    Al tomar conocimiento
    de la revolución de Venezuela, la regencia de Cádiz
    declaró rebeldes a sus autores; y esquivando la
    mediación de Inglaterra le
    declaró la guerra con la amenaza de severos castigos,
    decretando el bloqueo de sus costas. El consejero de Indias,
    Antonio Ignacio Cortabarría, anciano respetable, con la
    investidura de comisario regio, fue encargado de intimar la
    sumisión, y en caso de resistencia someterlos por la
    fuerza. Miyares fue nombrado capitán general en reemplazo
    de Emparán. En las Antillas españolas se prepararon
    elementos de guerra para sostener el ultimátum. Esta
    provocación, rompió el primer eslabón de la
    cadena colonial. La Junta de Caracas, rechazó la
    intimación, reunió un ejército de 2.500
    hombres para mantener su actitud, y confió su mando al
    marqués Fernando del Toro, rico propietario, improvisado
    general, ordenándole atacase la plaza de Coro, baluarte de
    la reacción en la costa occidental de Tierra Firme.
    Después de algunos combates parciales, el ataque sobre
    Coro fue rechazado (28 de noviembre de 1810). El ejército
    de la Junta, emprendió en consecuencia su retirada.
    Interceptado en su marcha, por una división de 800 hombres
    con un cañón y 4 pedreros, en el punto denominado
    la Sabaneta, la desalojó de su fuerte posición al
    cabo de dos horas de fuego, y continuó su marcha,
    perseguido de cerca por los corianos fanatizados, y hostilizado
    por la población del tránsito. El novel
    general, que había demostrado poseer pocas disposiciones
    militares, efectuó su retirada hasta Caracas con
    pérdidas considerables. Por entonces las hostilidades
    quedaron suspendidas de hecho, por una y otra parte. Tal fue el
    resultado de la primera campaña revolucionaria de
    Venezuela, en que se cambiaron las primeras balas entre
    insurgentes y realistas.

    Este era el estado político y militar de la
    revolución cuando a fines de 1810, Bolívar y
    Miranda llegaban a Caracas.

    ENTREVISTA DE
    GUAYAQUIL

    LA ENTREVISTA DE
    GUAYAQUIL (AÑO 1822)

    El encuentro de los grandes hombres que ejercerán
    influencia decisiva en los destinos humanos, es tan raro como el
    punto de intersección de los cometas en las órbitas
    excéntricas que recorren. Sólo una vez se ha
    producido este fenómeno en el cielo, y en la tierra
    rarísimas veces. La masa de un cometa penetró una
    vez la de otro, y al dividirlo lo convirtió en una lluvia
    de estrellas que sigue girando en su círculo de
    atracción, mientras el primero continuó su marcha
    parabólica en los espacios. Tal sucedió con San
    Martín y Bolívar, los dos únicos grandes
    hombres sudamericanos, por la extensión de su teatro de
    acción, por su obra, por sus cualidades
    intrínsecas, por su influencia en su tiempo y en su
    posteridad. Son los únicos hijos del nuevo mundo, que
    después de Washington hayan entrado a figurar en el
    catálogo de los héroes universales, cuya gloria se
    agranda a medida que pasa el tiempo y la obra en que fueron
    artífices se completa. Washington dio al mundo la nueva
    medida del gobierno humano según la vara de justicia, y
    legó el modelo del
    carácter más bien equilibrado en la grandeza que
    los hombres hayan admirado y bendecido. Bolívar y San
    Martín fueron los libertadores de un nuevo mundo
    republicano, que restableció el dinamismo del mundo
    político, por efecto de la revolución que hicieron
    triunfar con sus armas. Su acción fue dual, como la de los
    miembros de un mismo cuerpo, y hasta su choque y antagonismo
    final responde a su acción dupla, que se completa la una
    por la otra, aunque la más poderosa prevalezca
    incorporándose en una sola las respectivas fuerzas
    iniciales, sin que por esto se extinga la absorbida.

    Los paralelos de los hombres ilustres a lo Plutarco, en que se
    buscan los contrastes externos y las similitudes aparentes para
    producir una antítesis
    literaria, sin penetrar en la esencia de las cosas mismas, son
    juguetes históricos, que entretienen la curiosidad, pero
    que nada enseñan. Se ha abusado por demás de este
    artificio respecto de San Martín y Bolívar, hasta
    hacerse una vulgaridad. Su paralelismo está en su obra, y
    su respectiva grandeza no puede medirse por el compás del
    geómetra ni por las etapas del caballo de Alejandro a
    través del continente que recorrieron en direcciones
    opuestas y convergentes.

    SAN MARTÍN Y
    BOLÍVAR

    Se ha dicho, con más retórica que propiedad, que
    para determinar la grandeza relativa de los dos héroes
    americanos sería necesario medir antes el Amazonas y los
    Andes. El Amazonas y los Andes están medidos, y las
    estaturas históricas de San Martín y Bolívar
    también, así en la vida como acostados en la tumba.
    Los dos son intrínsecamente grandes en su escala,
    más por su obra común que por sí mismos,
    más como libertadores que como hombres de pensamiento.
    Su doble influencia se prolonga en los hechos de que fueron
    autores o meros agentes, y vive y obra en su posteridad. Esta
    influencia póstuma es la que no ha sido medida aún,
    y la que determinará en definitiva la verdadera amplitud
    de sus proyecciones. La historia planta los jalones del pasado,
    los presentes se guían por ellos, y el futuro
    decidirá cuál de los dos tuvo más larga
    visual o acertó con mejor instinto. Hasta ahora el tiempo
    que aquilata las acciones por sus resultados duraderos, dando a
    Bolívar más gloria y la corona del triunfo final,
    ha dado a San Martín la de primer capitán del nuevo
    mundo, y la obra de la hegemonía por él
    representada vive en las autonomías que fundó,
    aunque no como lo imaginara; mientras el gran imperio republicano
    de Bolívar y la unificación monocrática de
    la América que persiguió, se deshizo en vida y se
    ha disipado como un sueño, uniéndose, empero, las
    figuras de los dos libertadores en el espacio recorrido, y
    marcando en los liedes del porvenir la marcha triunfal de las
    repúblicas sudamericanas hacia los grandes destinos que
    les están reservados. Si la conciencia
    sudamericana adoptase el culto de los héroes, preconizado
    por una moderna escuela
    histórica, resurrección de los semidioses de la
    antigüedad, adoptaría por símbolo los nombres
    de San Martín y de Bolívar, con todas sus
    deficiencias como hombres, con todos sus errores como
    políticos, porque ellos son los héroes de su
    independencia y los fundadores de su emancipación: fueron
    sus LIBERTADORES y constituyen su binomio virtual.

    En todos los acontecimientos en que intervienen hombres y cosas,
    puede concebirse y aun demostrarse, qué hombres pudieron
    reemplazar a otros, y cómo, con ellos o sin ellos, se
    hubiesen producido los hechos lógicos de que fueron
    autores o meros actores, sin que por esto se desconozca la
    acción eficiente de las individualidades conscientes con
    potencia
    propia.

    Son sin duda las revoluciones las que engendran a los hombres,
    cuando ellas son el resultado de una evolución que tiene su origen en causas
    complejas, pero son los hombres los que las impulsan y las
    caracterizan, y a veces son factores indispensables en el enlace
    y la dirección de los acontecimientos. Sin Colón,
    se habría descubierto más tarde la América,
    pero fue él quien conscientemente la descubrió. La
    revolución de Inglaterra
    habría estallado después de la resistencia
    cívica de Hampden, pero sin Cromwell no habría
    triunfado militarmente, inoculándose el principio
    disciplinario y religioso que fue su fuerza y su debilidad. La
    emancipación de los Estados Unidos de
    la América del Norte habría hecho surgir de todos
    modos una gran re pública, pero sin Washington no
    tendría en el ejercicio del poder el carácter de
    grandeza moral que ha impreso sello típico a su democracia. La
    revolución
    francesa habría estallado, porque estaba en el orden y
    en el desorden de las cosas, y sin los hombres que
    alternativamente la dirigieron, se habría desarrollado, y
    tal vez mejor, porque ninguno supo fijarla.

    Se concibe fácilmente, con arreglo a este criterio, que la
    insurrección sudamericana se produjera como hecho
    espontáneo, resultado de antecedentes históricos y
    efecto inmediato de las circunstancias, si San Martín y
    Bolívar no hubiesen existido; pero tal como se produjo y
    se desenvolvió, no se alcanza cómo con menos
    recursos pudo hacerse más, ni organizarse mejor
    militarmente, ni triunfar en menos tiempo y con el menor
    desperdicio de fuerzas en la lucha por la independencia
    continental. por eso son grandes intrínsecamente y por
    sí mismos Bolívar y San Martín.

    PRESTIGIOS DE LA
    ENTREVISTA

    Todos estos rayos convergentes de la historia que se encuentran
    en el punto céntrico en que los dos libertadores operaron
    su conjunción, son los que dan sus prestigios a la
    conferencia de
    San Martín y Bolívar en Guayaquil. El escenario es
    el arco iluminado del Ecuador del nuevo mundo, con su horizonte
    marítimo y sus gigantescas cadenas de montañas en
    perspectiva, sus palmeras siempre verdes y sus volcanes
    encendidos. Los protagonistas son los árbitros de un nuevo
    mundo político. El mundo pone el oído y no oye
    nada. Uno de los protagonistas desaparece silenciosamente de la
    escena, cubriendo su retirada con palabras vacías de
    sentido. El otro ocupa silenciosamente su lugar. El misterio dura
    veinte años, sin que uno ni otro de los interlocutores
    revelase lo que había pasado en la conferencia. Al
    fin, una parte del velo se descorre y vese, combinando las
    palabras escritas o habladas con los hechos
    contemporáneos, y los antecedentes con sus consecuencias,
    que el misterio consistía únicamente en el fracaso
    de la entrevista
    misma, y que lo que en ella se trató, así como lo
    sucedido o dicho, es lo que estaba ya anunciado, lo que todos
    sabían poco más o menos o podían deducir, lo
    que necesariamente tenía que ser. y que se sabe hoy
    todavía más que los mismos protagonistas, porque se
    ha podido penetrar hasta el fondo de sus almas y leer en ellas lo
    que no estaba escrito en ningún papel.

    MISTERIOS DE LA
    ENTREVISTA

    A pesar de todo esto, la curiosidad se ha empeñado y se
    empeña en descubrir algo más fuera del
    círculo de acción de los actores, como los que
    divisan con un poderoso telescopio las montañas de la luna
    y buscan sus habitantes, que la razón les dice no existen,
    o en un cuadro que pone de relieve sus
    grandes figuras en plena luz se quiere
    penetrar en el claroscuro del fondo que las realza. Lo
    único misterioso en este acto que la imaginación se
    ha empeñado en rodear de accidentes
    fantásticos – después de los documentos publicados
    y de las versiones desautorizadas que se han hecho- son los
    móviles secretos que impulsaron al uno a ser.
    intransigentes e impusieron al otro su abdicación, los que
    no están consignados en ningún documento, como que
    tuvieron su origen en la propia conciencia que
    los guardaron. El tiempo, que ha hecho caer las máscaras
    con que se cubrieron ambos en su primera y última entrevista, ha
    puesto sus almas de manifiesto y podemos hoy leer en ellas mejor
    que ellos mismos.

    ANTECEDENTES DE LA ENTREVISTA

    Si el Protector del Perú, mejor aconsejado, hubiera obrado
    con más previsión y con arreglo a un plan fijo,
    habría puesto condiciones a su prestación de
    auxilios en la guerra de Quito o por lo menos arreglado
    previamente bases de discusión en su proyectada conferencia con
    Bolívar. En vez de esto, antes de celebrar un pacto
    formal, unió de hecho sus armas con las de Colombia,
    perdiendo la preponderancia adquirida en Guayaquil. Enseguida,
    celebró un tratado de liga americana de paz y guerra, que
    dejaba pendiente la cuestión de límites,
    especialmente la de Guayaquil, en que las posiciones
    antagónicas del Perú y Colombia se definieron como
    una amenaza en suspenso. Por último, toma como un hecho la
    oferta de
    Bolívar de concurrir a la terminación de la guerra
    del Perú con las fuerzas colombianas, y procede con
    más sentimentalismo que sentido práctico cuando,
    terminada en Pichincha la campaña de Quito y reducida la
    guerra de la independencia al territorio del Perú, piensa
    que ese auxilio le vendrá en las mismas condiciones en que
    él había prestado el suyo.

    Antes de Pichincha, Bolívar, triunfante en el norte, era
    el más fuerte; después de Pichincha, era el
    árbitro y podía dictar sus condiciones de auxilio
    al sur. San Martín se hacía ilusión al
    pensar que era todavía uno de los árbitros de la
    América del Sur y al contar con que Bolívar
    compartiría con él su poderío
    político y militar y que ambos arreglarían en una
    conferencia los destinos de las nuevas naciones por ellos
    emancipadas, una vez terminada por el común acuerdo la
    guerra del Perú, como había terminado la de Quito.
    Sin más plan, se lanzó a la aventura de su entrevista con
    el Libertador, que debía decidir de su destino,
    paralizando su carrera. Si alguna vez un propósito
    internacional, librado a eventualidades futuras, fue claramente
    formulado, ha sido ésta; y si alguna vez se comprometieron
    declaraciones más avanzadas de orden trascendental sobre
    bases más vagas, fue también en ésta.

    PRELIMINARES DE LA
    ENTREVISTA

    Al terminar la guerra de Quito, el Libertador se dirigía
    al Protector y, al agradecerle el auxilio prestado por "los
    libertadores del sud de América" (según sus propias
    palabras); le significa que las tres provincias de Quito
    libertadas eran colombianas, renovando con este motivo su
    anterior oferta en
    términos generales: "El ejército de Colombia
    está pronto a marchar a donde quiera que sus hermanos lo
    llamen, y muy particularmente a la patria de nuestros vecinos del
    Sud, a quienes por tantos títulos debemos preferir como
    los primeros amigos y hermanos de armas." El Protector le
    contestaba: "Los triunfos de Bomboná y Pichincha han
    puesto el sello de la unión de Colombia y del Perú.
    El Perú es el único campo de batalla que queda en
    América, y en él deben reunirse los que quieran
    obtener los honores del último triunfo contra los que ya
    han sido vencidos en todo el continente. Acepto su generosa
    oferta. El
    Perú recibirá con entusiasmo y gratitud todas las
    tropas de que V.E. pueda disponer, a fin de acelerar la
    campaña y no dejar el mayor influjo a las vicisitudes de
    la fortuna. Espero que Colombia tendrá la
    satisfacción de que sus armas contribuyan poderosamente a
    poner término a la guerra del Perú, así como
    las de éste han contribuido a plantar el pabellón
    de la República en el sud de este vasto continente. Es
    preciso combinar en grande los intereses que nos han confiado los
    pueblos, para que una sólida y estable prosperidad les
    haga conocer el beneficio de su independencia. Marcharé a
    saludar a V.E. a Quito. Mi alma se llena de gozo cuando contemplo
    aquel momento. Nos veremos, y presiento que la América no
    olvidará el día que nos abracemos" ¡Y no lo
    ha olvidado! pero por causas muy diferentes de las que se
    imaginaba el Libertador del sur al ir al encuentro del Libertador
    del norte, en la creencia de que éste lo
    reconocería a la par suya en calidad de árbitro
    "para combinar en grande los intereses de los pueblos
    americanos", según sus palabras. Y el gobierno del
    Perú, al confirmar oficialmente estas esperanzas,
    manifestaba al de Guayaquil y al enviado peruano cerca de
    él: "En la conferencia quedarán transadas
    cualesquiera diferencias que pudiesen ocurrir sobre el destino de
    Guayaquil, y arreglados todos los obstáculos para la
    terminación de la guerra de la independencia"

    Con estas esperanzas y seguridades halagadoras, iba a celebrarse
    entre los dos libertadores la entrevista
    que "la América no olvidaría".

    INVITACION DE
    BOLIVAR

    Consumada de hecho la incorporación de Guayaquil,
    Bolívar, al contestar la carta de San
    Martín que le anunciaba su visita, lo invitaba a verle en
    "el suelo de
    Colombia" o a esperarle en cualquier otro punto, envolviendo en
    palabras lisonjeras el punto capital, que era "arreglar de
    común acuerdo la suerte de la América".
    Decíale: "Con suma satisfacción, dignísimo
    amigo, doy a usted por primera vez el título que mucho
    tiempo ha mi corazón le
    ha consagrado. Amigo le llamo, y este nombre será el que
    debe quedarnos por la vida, porque la amistad es el
    único título que corresponde a hermanos de armas,
    de empresa y de opinión. Tan sensible me será que
    no venga a esta ciudad, como si fuéramos vencidos en
    muchas batallas; pero no, no dejará burladas las ansias
    que tengo de estrechar en el suelo de Colombia
    al primer amigo de mi corazón y de mi patria. ¿
    Cómo es posible que venga usted de tan lejos para dejarnos
    sin la posesión positiva en Guayaquil del hombre singular
    que todos anhelan conocer y si es posible tocar? No es posible.
    Yo espero a usted y también iré a encontrarle donde
    quiera esperarme; pero sin desistir de que nos honre en esta
    ciudad. Pocas horas, como usted dice, bastan para tratar entre
    militares; pero no serían bastantes esas mismas para
    satisfacer la pasión de la amistad que va a empezar a
    disfrutar de la dicha de conocer el objeto caro que le amaba
    sólo por la opinión, sólo por la fama".

    SAN MARTIN EN
    GUAYAQUIL

    Al firmar Bolívar esta carta el 25 de julio de 1822, a las
    7 de la mañana, anuncióse que se avistaba en el
    horizonte una vela a la altura de un islote elevado a la boca del
    golfo llamado "El muerto". Poco después la goleta
    "Macedonia", conduciendo al Protector, echaba anclas frente a la
    isla de Puná, y la insignia que flotaba en su
    mástil señalaba la presencia del gran personaje que
    traía a su bordo. Anunciada la visita, el Libertador
    mandó saludarle por medio de dos edecanes,
    ofreciéndole la hospitalidad. Al día siguiente
    desembarcó San Martín. El pueblo, al divisar la
    falúa que lo conducía, lo aclamó con
    entusiasmo a lo largo del malecón de la ribera. Un
    batallón tendido en carrera le hizo los honores. Al llegar
    a la suntuosa casa que se le tenía preparada, el
    Libertador lo esperaba de gran uniforme, rodeado de su estado
    mayor, al pie de la escalera, y salió a su encuentro. Los
    dos grandes hombres de la América del Sur se abrazaron por
    primera y por última vez. "Al fin se cumplieron mis deseos
    de conocer y estrechar la mano del renombrado general San
    Martín", exclamó Bolívar. San Martín
    contestó que los suyos estaban cumplidos al encontrar al
    Libertador del norte. Ambos subieron del brazo las escaleras,
    saludados por grandes aclamaciones populares.

    En el salón de honor, el Libertador presentó sus
    generales al Protector. Enseguida empezaron a desfilar las
    corporaciones que iban a saludar al ilustre huésped,
    presente el que hacía los honores. Una diputación
    de matronas y señoritas se presentó a darle la
    bienvenida en una arenga, que él contestó
    agradeciendo. Enseguida una joven de dieciocho años, que
    era la más radiante belleza del Guayas, se adelantó
    del grupo y
    ciñó la frente del Libertador del sur con una
    corona de laurel de oro esmaltado. San Martín, poco
    acostumbrado a estas manifestaciones teatrales y enemigo de ellas
    por temperamento, a la inversa de Bolívar, se
    ruborizó, y quitándose con amabilidad la corona de
    la cabeza, dijo que no merecía aquella
    demostración, a que otros eran más acreedores que
    él; pero que conservaría el presente por el
    sentimiento patriótico que lo inspiraba y por las manos
    que lo ofrecían, como recuerdo de uno de sus días
    más felices.

    ACTITUD DE SAN MARTIN DESPUES DE
    LA ENTREVISTA

    ¿Se trató en la conferencia la cuestión
    capital de la
    organización futura de los nuevos Estados
    sudamericanos? Es indudable. Todos los historiadores que han
    recibido más o menos directamente las vagas confidencias
    de los dos grandes protagonistas de la escena, coinciden en este
    punto, sin exceptuar uno solo, y aunque variando en las
    versiones, todos están contestes, en que San Martín
    abogó por la monarquía y Bolívar, por la
    república. No podía ser de otro modo,
    después de la solemne declaración de San
    Martín de que iba a tratarse en la entrevista por
    él buscada, "de la estabilidad del destino a que con
    rapidez se acercaba la América, y de que él y el
    Libertador eran en alto grado responsables". Y necesariamente
    tenía que tratarla, dada la situación en que
    él se encontraba, con una negociación sobre
    monarquización del Perú pendiente en Europa, que
    aunque al parecer abandonada después de la convocatoria
    posterior del congreso peruano para entregar sus destinos al
    país libertado, podía todavía considerar
    como un proyecto
    presentable, si Bolívar le prestaba su aprobación,
    o no le ponía obstáculo.

    Sucede a este respecto lo mismo que en los demás
    tópicos de la conferencia. Conocidas las opiniones sobre
    forma de gobierno que profesaban ambos libertadores,
    públicamente declaradas en varias ocasiones, pueden poner
    se en boca de los interlocutores los argumentos que hicieron
    valer en favor de ellos, y hasta las palabras de que se
    sirvieron. San Martín diría, como había
    dicho siempre que aunque republicano por convicción, y
    considerando la república como el gobierno más
    perfecto, posponía sus principios al bien público,
    al optar por lo que creía posible y mejor para asegurar la
    paz de los nuevos Estados evitando la anarquía, porque no
    consideraba a los pueblos de la América del Sur preparados
    para la democracia; y
    que respecto del Perú, pensaba que era la forma de
    gobierno más adaptable a su estado social; siendo por otra
    parte este un medio de alcanzar una solución que
    conciliaba la política del nuevo y del viejo mundo, y aun
    de arribar a un arreglo con la España sobre la base del
    reconocimiento de la independencia. En este plan quimérico
    y absurdo, pero patriótico a su manera, no entraba por
    nada la ambición personal: él no aspiraba ni
    siquiera a ser presidente de república.

    Bolívar era republicano, a su manera también. Como
    presidente de una gran república, que componía un
    verdadero imperio, era más que un rey, y soñaba ya
    con la monocracia americana, y con la presidencia vitalicia que
    le había inoculado su maestro Simón
    Rodríguez, y que sostuvo en sus escritos varias veces
    desde sus primeros hasta sus últimos días de vida
    pública, como la única institución capaz de
    dar estabilidad a los nuevos Estados combinando la
    constitución monárquica de la Inglaterra con la
    democracia
    embrionaria de la América del Sur, por la
    eliminación de sus dos principios fundamentales: ni
    democracia, ni
    rey. Precisamente por este mismo tiempo se inauguraba el nuevo e
    inconsistente imperio mejicano, y Bolívar, tal vez por una
    asociación de ideas, que se ligaba a la reciente
    conferencia, después de emitir sobre San Martín en
    la intimidad, el juicio que había formado de él,
    considerándolo como un hombre bueno agregaba:
    "Itúrbide se hizo emperador por la gracia de Pío,
    primer sargento; sin duda será muy buen Emperador. Su
    imperio será muy grande y muy dichoso, porque los derechos
    son legítimos según Voltaire, por
    aquello que dice: El primero que fue rey fue un soldado feliz,
    aludiendo sin duda al buen Nemrod. Mucho temo que las cuatro
    planchas cubiertas de carmesí, que llaman trono, cuesten
    más sangre que lágrimas, y den más
    inquietudes que reposo. Están creyendo algunos que es muy
    fácil ponerse una corona, y que todos lo adoren; y yo creo
    que el tiempo de las monarquías fue, y que hasta que la
    corrupción
    de los hombres no llegue a ahogar el amor a la
    libertad, los tronos no volverán a ser de moda en la
    opinión". En este manto de republicano, se envolvía
    una ambición cesárea, incompatible con la verdadera
    democracia, como sus reaccionarias teorías
    confesadas lo manifiestan y el tiempo lo demostró. Era
    pues natural que por principios y por instinto y hasta por
    interés
    propio, rechazase el plan monarquista de San Martín, y
    este era otro motivo para eliminarlo. Era una idea muerta.

    FAMOSA CARTA DE SAN MARTIN A
    BOLIVAR

    Un historiador colombiano, ministro y confidente del Libertador,
    ha dicho: "Afirmóse en su tiempo, que ni el Protector
    había quedado contento de Bolívar, ni éste
    de aquél". San Martín por su parte se
    encargó de afirmar esto mismo, dando por motivo, que "los
    resultados de la entrevista no habían correspondido a lo
    que se prometía para la pronta terminación de la
    guerra". Era un vencido. Si desde entonces meditó
    separarse de la escena, para no ser. un obstáculo a la
    terminación de la guerra, o si la situación que a
    su regreso encontró en Lima lo determinó a ello, es
    un punto accesorio que no puede con precisión
    determinarse; pero de todos modos esta fue una de las principales
    causas que obró en él para su resolución
    definitiva, además de otras que fatalmente la
    imponían.

    La primera palabra de San Martín de regreso al
    Perú, fue para abrir sus puertas a las armas auxiliares de
    Colombia, proclamando la alianza sudamericana, y de alto encomio
    para su feliz rival: "Tuve la satisfacción de abrazar al
    héroe del sud de América. Fue uno de los
    días más felices de mi vida. El Libertador de
    Colombia auxilia al Perú con tres de sus bravos
    batallones. Tributemos todos un reconocimiento eterno al inmortal
    Bolívar". San Martín sabía bien que este
    auxilio era insuficiente, que su concurrencia no sería
    eficaz desde que no era dado con el propósito serio de
    poner de un golpe término a la guerra, y que su persona era el
    único obstáculo para que Bolívar se
    decidiese a acudir con todo su ejército al Perú.
    Fue entonces cuando, hecha la resolución de eliminarse,
    dirigió al Libertador la famosa carta, que puede
    considerarse como su testamento político, y que la
    historia debe registrar íntegra en sus páginas.

    "Le escribiré, no sólo con la franqueza de mi
    carácter, sino también con la que exigen los altos
    intereses de la América.

    Los resultados de nuestra entrevista no han sido los que me
    prometía para la pronta terminación de la guerra.
    Desgraciadamente, yo estoy íntimamente convencido, o que
    no ha creído sincero mi ofrecimiento de servir bajo sus
    órdenes con las fuerzas de mi mando, o que mi persona le es
    embarazosa. Las razones que me expuso, de que su delicadeza no le
    permitiría jamás el mandarme, y que, aún en
    el caso de decidirse, estaba seguro que el Congreso de Colombia
    no autorizaría su separación del territorio de la
    república, no me han parecido bien plausibles. La primera
    se refuta por sí misma. En cuanto a la segunda, estoy
    persuadido, que si manifestase su deseo, sería acogido con
    unánime aprobación, desde que se trata de finalizar
    en esta campaña, con su cooperación y la de su
    ejército, la lucha que hemos emprendido y en que estamos
    empeñados, y que el honor de ponerle término
    refluiría sobre usted y sobre la república que
    preside.

    "No se haga ilusión, general. Las noticias que tienen de
    las fuerzas realistas son equivocadas. Ellas montan en el Alto y
    Bajo Perú a más de 19.000 veteranos, que pueden
    reunirse en el espacio de dos meses. El ejército patriota
    diezmado por las enfermedades, no puede poner
    en línea sino 8.500 hombres, en gran parte reclutas. La
    división del general Santa Cruz (que concurrió a
    Pichincha), cuyas bajas no han sido reemplazadas a pesar de sus
    reclamaciones, ha debido experimentar una pérdida
    considerable en su dilatada y penosa marcha por tierra, y no
    podrá ser de utilidad en esta
    campaña. Los 1.400 colombianos que envía,
    serán necesarios para mantener la guarnición del
    Callao y el orden en Lima. Por consiguiente, sin el apoyo del
    ejército de su mando, la operación que se prepara
    por puertos intermedios, no podrá alcanzar las ventajas
    que debieran esperarse, si fuerzas imponentes no llamasen la
    atención del enemigo por otra parte, y así, la
    lucha se prolongará por un tiempo indefinido Digo
    indefinido, porque estoy íntimamente convencido, que sean
    cuales sean las vicisitudes de la presente, la independencia de
    la América es irrevocable; pero la prolongación de
    la guerra causará la pena de sus pueblos, y es un deber
    sagrado para hombres a quienes están confiados sus
    destinos, evitarles tamaños males.

    "En fin, general, mi partido está irrevocablemente tomado.
    He convocado el primer congreso del Perú, y al día
    siguiente de su instalación me embarcaré para
    Chile, convencido de que mi presencia es el solo obstáculo
    que le impide venir al Perú con el ejército de su
    mando. Para mí hubiera sido colmo de la felicidad terminar
    la guerra de la independencia bajo las órdenes de un
    general a quien la América debe su libertad. ¡El
    destino lo dispone de otro modo, y es preciso conformarse!

    "No dudo que después de mi salida del Perú, el
    gobierno que se establezca reclamará su activa
    cooperación, y pienso que no podrá negarse a tan
    justa demanda.

    "Le he hablado con franqueza, general; pero los sentimientos que
    exprime esta carta quedarán sepultados en el más
    profundo silencio; si llegasen a traslucirse, los enemigos de
    nuestra libertad podrían prevalerse para perjudicarla, y
    los intrigantes y ambiciosos, para soplar la discordia".

    Con el portador de la carta, le
    remitía una escopeta y un par de pistolas, juntamente con
    el caballo de paso que le había ofrecido para sus futuras
    campañas, acompañando el presente con estas
    palabras: "Admita, general, este recuerdo del primero de sus
    admiradores, con la expresión de mi sincero deseo de que
    tenga usted la gloria de terminar la guerra de la independencia
    de la América del Sud".

    INTERPRETACION
    BOLIVARIANA

    ¿Cuál ha sido el resultado de la entrevista de
    Guayaquil? La Relación Oficial Reservada de la secretaria
    general de la República de Colombia (Cuartel General de
    Guayaquil, 29 de julio de 1822), que firma J. G. Pérez,
    después de informar que San Martín no quería
    mezclarse en los negocios de
    Guayaquil; que estaba quejoso de sus compañeros de armas;
    que se retiraba del Protectorado y que consideraba conveniente la
    instalación de la monarquía en el Perú,
    continúa la Relación diciendo: "Habiendo venido el
    Protector como simple visita sin ningún empeño
    político ni militar, pues ni siquiera habló
    formalmente de los auxilios que había ofrecido
    Colombia."

    ¡Increíble! ¡San Martín se muestra
    indiferente frente a graves cuestiones políticas
    y militares! ¡Sólo había ido a conversar con
    Bolívar en Guayaquil, cumpliendo un acto de
    cortesía!

    Distinta es la versión que revela directamente
    Bolívar a Santander, en carta del 29 de julio de 1822: "Yo
    creo que él ha venido para asegurarse de nuestra amistad,
    para apoyarse con ella con respecto a sus enemigos internos y
    externos. Lleva mil ochocientos colombianos en su auxilio."
    Agrega: "El Protector me ha ofrecido su eterna amistad hacia
    Colombia; intervenir a favor del arreglo de limites; no
    mezclarse en los negocios de
    Guayaquil; una federación completa y absoluta aunque no
    sea más que con Colombia, debiendo ser la residencia del
    Congreso, Guayaquil." Bolívar manifiesta, además:
    "En fin, él desea que todo marche bajo el aspecto de la
    unión, porque conoce que no puede haber paz y tranquilidad
    sin ella. Diré que no quiere ser rey, pero tampoco quiere
    la democracia y sí que venga un príncipe de Europa
    a reinar en el Perú."

    La opinión de Bolívar sobre San Martín se
    tornará comprensivamente favorable al sufrir el Libertador
    la amargura de su propia experiencia en la vida
    pública.

    INTERPRETACION
    SANMARTINIANA

    Volvamos a la significativa carta de San Martín a
    Bolívar del 29 de agosto de 1822 y comprendamos la
    fortaleza espiritual de nuestro Libertador al decidir: "Los
    sentimientos que exprime esta carta quedarán sepultados en
    el más profundo silencio. Si llegasen a traslucirse, los
    enemigos de nuestra libertad podrían prevalecerse para
    perjudicarla y los intrigantes y ambiciosos, para soplar la
    discordia."

    San Martín, ya en su retiro voluntario, escribe a su
    querido amigo Tomás Guido, en setiembre de 1822: "Lo
    diré a usted sin doblez. Bolívar y yo no cabemos en
    el Perú. He penetrado sus miras arrojadas, he comprendido
    su desabrimiento por la gloria que pudiera caberme en la
    prosecución de la campaña. Él no
    excusará medios, por audaces que fuesen, para penetrar en
    esta república seguido de sus tropas y, quizás
    entonces, no me sería dado evitar un conflicto a
    que la fatalidad pudiera llevarnos, dando así al mundo un
    humillante escándalo. Los despojos del triunfo, de
    cualquier lado a que se incline la fortuna, los recogerían
    los maturrangos, nuestros implacables enemigos, y
    apareceríamos convertidos en instrumentos de pasiones
    mezquinas. No seré yo, mi amigo, quien deje tal legado a
    mi patria, y preferiría perecer antes que hacer alarde de
    laureles recogidos a semejante precio.
    ¡Eso no!"
    Historiadores bolivarianos han puesto en duda, desde el
    año 1941, la autenticidad de la carta de San
    Martín a Bolívar, fechada el 29 de agosto, a la que
    hemos hecho referencia y que fue publicada en Francia e Italia por
    Gabriel Lafond de Lurcy, en el año 1843. En consecuencia,
    resulta ineludible presentar otras cartas posteriores de San
    Martín que confirman plenamente la "carta de Lafond".

    San Martín escribe a Guillermo Miller desde Bruselas, el
    19 de abril de 1827: "En cuanto a mi viaje a Guayaquil, él
    no tuvo otro objeto que el de reclamar del general Bolívar
    los auxilios que pudiera prestar para terminar la guerra del
    Perú. Auxilios que una justa retribución
    (prescindiendo de los intereses generales de América) lo
    exigía por lo que el Perú tan generosamente
    había prestado para libertar el territorio de Colombia. Mi
    confianza en el buen resultado estaba tanto más fundada,
    cuanto el ejército de Colombia después de la
    batalla de Pichincha se había aumentado con los
    prisioneros y contaba con 9.600 bayonetas. Pero mis esperanzas
    fueron burladas al ver que en mi primera conferencia con el
    Libertador me declaró que, haciendo todos los esfuerzos
    posibles, sólo podría desprenderse de tres
    batallones con la fuerza total de 1.070 plazas. Estos auxilios no
    me parecieron suficientes para terminar la guerra, pues estaba
    convencido que el buen éxito de ella no podía
    esperarse sin la activa y eficaz colaboración de todas las
    fuerzas de Colombia. Así es que mi resolución fue
    tomada en el acto, creyendo de mi deber hacer el último
    sacrificio en beneficio del Perú. Al día siguiente
    y en presencia del vicealmirante Blanco, dije al Libertador que
    habiendo dejado convocado al Congreso para el próximo mes,
    el día de su instalación sería el
    último de mi permanencia en el Perú, agregando:
    ahora le queda a Ud. a poner el último sello a la libertad
    de América."

    San Martín se refiere nuevamente a la entrevista de
    Guayaquil muchos años después. En carta al
    presidente del Perú, mariscal Ramón Castilla:"

    "Boulogne-sur-Mer, 11 de setiembre de 1848. Yo hubiera tenido la
    más completa satisfacción habiéndola puesto
    fin con la terminación de la guerra de la independencia en
    el Perú, pero mi entrevista en Guayaquil con el general
    Bolívar me convenció (no obstante sus protestas)
    que el solo obstáculo de su venida al Perú con el
    ejército de su mando no era otro que la presencia del
    general San Martín, a pesar de la sinceridad con que le
    ofrecí ponerme bajo sus órdenes con todas las
    fuerzas que yo disponía. Si algún servicio tiene
    que agradecerme la América, es el de mi retirada de Lima,
    paso que no sólo comprometía mi honor y
    reputación, sino que me era tanto más sensible
    cuanto que conocía que con las fuerzas reunidas de
    Colombia, la guerra de la independencia hubiera terminado en todo
    el año 23. Pero este honroso sacrificio, y el no
    pequeño de tener que guardar un silencio absoluto (tan
    necesario en aquellas circunstancias) de los motivos que me
    obligaron a dar ese paso, son esfuerzos que Ud. podrá
    calcular y que no está al alcance de todos poderlos
    apreciar."

    Es notable la serenidad de espíritu en San Martín.
    Sus palabras a Bolívar, Miller y Castilla, francas y
    valientes, obvian todo comentario. Sólo cabría
    juzgar a San Martín de acuerdo con su moral. Porque sus
    normas de vida
    son esencialmente éticas: en él, el hombre
    moral supera al militar y político.

    LAS MÁXIMAS DE SAN MARTIN
    PARA SU HIJA

    Humanizar el carácter y hacerlo sensible aún con
    los insectos que no perjudican. Stern ha dicho a una mosca
    abriéndole la ventana para que saliese: Anda, pobre
    animal, el mundo es demasiado grande para nosotros
    dos.

    La invitación de Stern a una mosca, es el retrato
    nítido de quien tuvo siempre como acción y fin la
    libertad, pasión permanente de nuestro libertador.
    Humanizar y sensibilizar el carácter es también,
    concretar una actitud franca, de leal convivencia y de
    comprensión limpia de quienes nos rodean y comparten
    nuestro quehacer.

    Inspirarla amor a la
    verdad y odio a la mentira.

    Encierra esta máxima una constante de su vida:
    Soportó ingratitudes, sobrellevó mortificaciones de
    toda índole, vivió todos los sacrificios,
    disimuló con cristiana generosidad todas las ajenas
    debilidades, pero sus labios nunca conocieron la pequeñez
    de la mentira. Fue su verdad plena, como fue plena su vida de
    claridad ejemplar.

    Inspirarla gran confianza y amistad pero uniendo respeto.

    La confianza es nervio y motor de todas
    nuestras realizaciones. Es que actúa, no sólo como
    impulso, sino también como consecuencia; consecuencia de
    decisiones y decisión de consecuencias. El respeto es una
    consecuencia lógica
    y natural de la amistad. Confianza para hacer, respeto para
    merecer y amistad para hacer. Es cierto pues que la amistad une
    en el respeto y la
    confianza es la fuerza que impele a la acción.

    Estimular en Mercedes la caaridad con los pobres.

    De profunda escencia cristiana, esta máxima encierra no
    sólo un consejo, sino también una filosofía
    normativa. La caridad es la actitud hacia nuestros semejantes, de
    nuestra comprensión y nuestra solidaridad. Es,
    asímismo, el mandato divino que nos congracia con Dios y
    con nuestro espíritu, en la medida que sepamos llevarla
    con modestia, sin exibicionismo.
    Respeto sobre la propiedad
    ajena.

    Las leyes determinan
    sus reglas y sanciones cuando vulneramos, o pretendemos vulnerar
    la cosa que no es propia. Tiene además, un sentido
    transcendente. Su expresión señala claramente que
    la propiedad,
    cualquiera que ella sea y de cualquier naturaleza, nos
    impone una forma de conducta, que
    nace en el respeto para encaminarse hasta la rectitud.

    Acostumbrarla a guardar un secreto.

    San Martín daba al secreto un valor positivo y
    exigía en su observancia plena firmeza. Fue inflexible en
    su disciplina y
    supo hacer, de y en sus hombres, un culto del secreto y su
    expresión. Cuando señalaba que ni su almohada
    debía conocer sus secretos imponía a su conducta la
    rígidez de su cumplimiento. Saber guardar un secreto es
    ser depositario de una confianza.

    Inspirarla sentimientos de indulgencia hacia todas las religiones.

    La indulgencia es generosidad, y todos cabemos en el reidno de
    Dios, y queremos ser aceptados en una fe y una verdad. San
    Maretín procuraba estimular en su hija, los mismos
    sentimientos que conformaron todos los actos de su vida, y a fuer
    que ellos se fundaban en su inestimable amplitud de
    espíritu. Y por cierto, que su hija fue fiel heredera de
    su mandato y digana depositaria de su fe.

    Dulzura con los criados, pobres y viejos.

    La fuerza de la dulzura es tal, que es superior a cualquier otra.
    Es indudable que la dulzura es de por sí un acto de
    generosidad; es la ternura del gesto, como que es también
    el gesto tierno. Comprender a quienes nos sirven y ser dulces y
    generosos en su trato es la manera más directa y
    fácil de lograr su colaboración y solidaridad.

    Que hable poco y lo preciso.

    Es cierto que somos prisioneros de nuestras palabras, esclavos de
    su expresión. También es cierto que ellas deben ser
    el resultado de una actitud conciente y de un examen rpolijo y
    eficiente. Al indicar que hable poco y lo preciso, San
    Martín determina que la sobriedad debe ser el cauce por
    donde transiten la corrección y la verdad. Es que siempre
    se debe decir lo necesario con lo necesario.

    Acostumbrarla a estar formal en la mesa.

    Es necesario, retomar la frecuentación de los buenos
    modales y de las sanas costumbres. Si de cierta manera se ha roto
    la cotidianidad austera, es nuestro deber frecuentarla. Nada hace
    mas agradable a una persona que los modales correctos, la manera
    de acercarse a la vida en sociedad.

    Amor al aseo y desprecio al lujo.

    El aseo no es sólo el cuidado exterior, la higiene personal,
    es la adecuación del individuo a una serie de maneras
    correctas de presentarse y de ser. Por sobre todo, el aseo es una
    severa instancia interior, es el ánimo solidarios de
    respeto a los demás y hacia sí misma. Es nada maas
    y nada menos, que la moral
    forjada en su valor cristiano, en su actitud de los creyentes;
    porque en la grandeza de Dios se encierran, siempre, la sencillez
    y la modestia.

    Inspirarle amor por la
    patria y la libertad.

    Inspirarla es ponerla en el sendero embellecido de una alta y
    fecunda pasión, es ponerle en el alma la gracia de un
    sueño y en el corazón la semilla de una gracia.
    Amor por la
    libertad, porque de ese amor,
    profundo, sincero, iluminado de verdad y enorgullecido de
    historia tendrá la vida su sentido trascendente, y esa
    trascendenciahará que se sienta orgullosa de una fe
    inquebrantable.

    SAN MARTIN: LA VISTA DE LOS HABITANTES DEL
    PERÚ.

    Esta información ha sido extraída de una
    página de Internet, con el fin de
    conocer su visión respecto al patriota.

    Los Pasos para proclamar la
    Independencia        

    1814 -1816San Martín formó su Ejército
    Libertador o Ejército de los Andes con aproximadamente
    4,000 hombres.
    1817San Martín realizó la gran hazaña de
    cruzar los Andes desde Argentina hacia Chile.
    1817 12 de febreroBatalla de Chacabuco: San Martín derrotó a
    las fuerzas realistas.
    1818 12 de febreroIndependencia de Chile. Batalla de Cancha Rayada: Las
    fuerzas realistas contra 19 de marzo atacaron.
    5 de abrilBatalla de Maipú: San Martín finalmente
    derrotó a los realistas en Chile. Las fuerzas
    libertadoras ocuparon Santiago de Chile y Bernardo O'Higgins
    fue declarado Director Supremo.
    1819San Martín organizó la Escuadra
    Libertadora: constaba de 8 barcos y 16 transportes al mando
    del marino escocés lord Thomas Cochrane.
    1820 7 de setiembreLa Escuadra Libertadora desembarcó en Paracas y
    seguidamente el ejército ocupó el puerto de
    Pisco.
    25 de setiembreLas negociaciones de Miraflores: el virrey Pezuela
    invitó a José de San Martín a negociar.
    Los realistas propusieron mantener la lealtad al rey de
    España y reconocer la Constitución de 1812; los
    patriotas propusieron una monarquía independiente en
    el Perú. No llegaron a ningún acuerdo.
    5 de octubrePrimera expedición a la Sierra: San Martín
    envió a Alvarez de Arenales al mando de la
    expedición para reivindicar los ideales
    independentistas en Huamanga, Jauja y Tarma.
    21 de octubreSan Martín estableció la primera bandera y
    el primer escudo de armas del Perú independiente.
    30 de octubreEl ejército de San Martín desembarcó
    en Ancón y ocupó Lima.
    1821 29 de enero"El motín de Aznapuquio": la autoridad de¡
    virrey Joaquin de la Pezuela fue cuestionada y éste
    tuvo que entregarle el mando al general José de la
    Serna (último virrey del Perú).
    abrilSegunda expedición a la sierra: San Martín
    manda a Alvarez de Arenales a Pasco, Tarma y Jauja.
    Venció al ejército realista de
    Carratalá.
    marzo-julioLord Cochrane y Millar controlaron la costa sur del
    Perú. En la batalla de Mirave derrotaron a los
    realistas.
    mayoConferencia de Punchauca: el virrey la Serna y San
    Martín se reunieron en la hacienda de Punchauca a
    negociar: San Martín propuso aceptar la Independencia
    del Perú y a un príncipe Borbón como rey
    del Perú. La Serna propuso lealtad al Rey de
    España y la Constitución de 1812. La
    conferencia fracasó.
    1821 28 de julioProclamación de la Independencia del Perú:
    José de San Martín, en la plaza de Armas de
    Lima, proclamó la independencia con las siguientes
    palabras: "El Perú es desde este momento, libre e
    independiente, por la voluntad general de sus pueblos y por
    la justicia de su causa que Dios defiende. i Viva la Patria!
    ¡Viva la Libertad! ¡Viva la Independencia!

    PRIMERA BANDERA Y EL ORIGEN DE SUS COLORES

    La primera bandera fue concebida por José de San
    Martín en Pisco. Esta bandera "estaba dividida por
    líneas diagonales en cuatro campos, blanco los dos
    extremos superior e inferior, y encarnado los laterales, con una
    corona de laurel ovalada, y dentro de ella un sol saliente por
    detrás de sierras escarpadas que eleva sobre un mar
    tranquilo". Se dice que los colores de la
    bandera los visualizó San Martín en un sueño
    que tuvo en la bahía de Paracas.

    OBRAS Y DECLARACIONES DE SAN MARTÍN
    .
    Convencido sin duda el
    Gobierno español de que la ignorancia es la columna
    más firme del despotismo, puso las más fuertes
    trabas a la ilustración del americano, manteniendo su
    pensamiento
    encadenado para impedir que adquiriese el
    conocimiento de su dignidad. Semejante sistema era muy
    adecuado a su política; pero los gobiernos libres, que se
    han erigido sobre las ruinas de la tiranía, deben adoptar
    otro enteramente distinto, dejando seguir a los hombres y a los
    pueblos su natural impulso hacia la perfectibilidad. Facilitarles
    todos los medios de acrecentar el caudal de sus luces, y fomentar
    su civilización por medio de establecimientos
    útiles, es el deber de toda administración ilustrada. Las almas reciben
    entonces nuevo temple, toma vuelo el ingenio, nacen las ciencias,
    disípense las preocupaciones que cual una densa atmósfera impiden a
    la luz penetrar,
    propáganse los principios conservadores de los derechos
    públicos y privados, triunfan las leyes y la
    tolerancia, y
    empuña el cetro la filosofía, principio de toda
    libertad, consoladora de todos los males, y origen de todas las
    acciones nobles.
    Penetrado del influjo que las letras y las ciencias
    ejercen sobre la prosperidad de un Estado. Por tanto,
    declaro:
    1.- Se establecerá una Biblioteca
    Nacional en esta capital para el uso de todas las personas que
    gusten concurrir a ella.
    2.- El Ministerio de Estado en el Departamento de Gobierno, bajo
    cuya protección queda este establecimiento, se
    encargará de todo lo necesario a su planificación.
    Dado en Lima a 28 de agosto de 1821.José de San
    Martín.- Juan García de Río

    Retiro de San Martín (Por José de San
    Martín)

    Presencié la declaración de la Independencia de los
    Estados de Chile y el Perú:. existe en mi poder el
    estandarte que trajo Pizarro para esclavizar el Imperio de los
    Incas, y he
    dejado de ser hombre público. He aquí recompensados
    con usura diez años de revolución y guerra. Mis
    promesas para con los pueblos en que he hecho la guerra
    están cumplidas; hacer su Independencia y dejar a su
    voluntad la elección de sus gobiernos.
    La presencia de un militar afortunado (por más
    desprendimiento que tenga) es temible a los Estados que de nuevo
    se constituyen; por otra parte, ya estoy aburrido de oír
    decir que quiero hacerme Soberano. Sin embargo, siempre
    estaré pronto ha hacer el último sacrificio por la
    libertad del país, pero en clase de simple particular y no
    más. En cuanto a mi conducta
    pública, mis compatriotas (como en lo general de las
    cosas) dividirán sus opiniones; los hijos de éstos
    darán el verdadero fallo. Peruanos: os dejo establecida la
    Representación Nacional, si depositáis en ella una
    entera confianza, cantad el triunfo; si no, la anarquía os
    va a devorar.
    Que el acierto presida a vuestros destinos, y que estos os colmen
    de felicidad y paz.

    PuebloLibre.
    Setiembre 20 de 1822.

    ACTA DE DEFUNCIÓN DEL
    LIBERTADOR DON JOSÉ DE SAN MARTÍN

    El año 1850, el 18 de agosto a las once horas de la
    mañana, por ante nos, infrascripto, adjunto delegado del
    alcalde de la ciudad de Boulogne-sur-mer, han comparecido
    Francisco Javier Rosales, encargado de negocios de
    Chile en Francia, domiciliado en París, de edad de 49
    años, amigo del abajo nombrado, y Adolfo Gérard,
    ahogado de 45 años de edad, domiciliado en
    Boulogne-sur-mer, amigo igualmente del más abajo
    mencionado, los cuales nos han declarado que José de San
    Martín, brigadier de la Confederación Argentina,
    capitán general de la República de Chile,
    generalísimo y fundador de la libertad del Perú,
    domiciliado en Boulogne, nacido en Yapeyú, provincia de
    Misiones (Confederación Argentina), de 72 años,
    cinco meses y veintitrés días de edad' viudo de
    Remedios Escalada, hijo del coronel Juan de San Martín,
    gobernado; de la antedicha provincia de Misiones, y de Francisca
    de Matorras, ambos fallecidos, falleció ayer a las tres de
    la tarde en su domicilio, Grande rue 105, tal como hemos podido
    confirmar nosotros mismos. Hecha la lectura,
    han firmado los comparecientes.
    F.X. Rosales, A. Gérard, A. Cazín.

    iografía
    Básica

    FUENTES
    DOCUMENTALES IMPRESAS

    * Academia Chilena de la Historia: Archivo de
    Bernardo O'Higgins: Santiago de Chile, 1949-1966, 30 tomos.
    * Archivo
    General de al Nación: Documentos referentes a la guerra de
    la independencia y emancipación política de la
    República Argentina; Buenos Aires, 1917, 2 tomos.
    * Comando en Jefe del Ejército. Dirección de
    Estudios Históricos. Colección Documental Emilio
    Gutiérrez de Quintanilla: Guerra de la independencia.
    Tomos 1 y 2, Buenos Aires, 1970-1973.
    * Comisión Nacional del Centenario: Documentos del
    Archivo del
    General San Martín: Buenos Aires, Imp. Comi Hnos.,
    1910-1911. 12 tomos.
    * Ministerio de Cultura y
    Educación.
    Instituto Nacional Sanmartiniano y Museo Histórico
    Nacional: Documentos para la Historia del Libertador General San
    Martín; Buenos Aires, 1953-1979, 15 tomos,
    (continúa su publicación).
    * Senado de la Nación: Biblioteca de
    Mayo, Buenos Aires, 1960-1968, 19 tomos.

    OBRAS GENERALES

    * Barcia Trelles, Augusto: José de San Martín en
    España, en América y en Europa; Buenos Aires,
    1941-1948., 6 tomos.
    * Comisión Nacional Ejecutiva de homenaje al Bicentenario
    del nacimiento del General San Martín: Primer Congreso
    Internacional Sanmartiniano, Buenos Aires, 1979, 8 tomos.
    * Ministerio de Cultura y
    Educación,
    Universidad
    Nacional de Cuyo: Actas del Congreso Nacional de Historia del
    Libertador General San Martín, 1950, Mendoza; Ed. Best,
    1953-1955, 4 tomos.
    * Mitre, Bartolomé: Historia de San Martín y de la
    emancipación sudamericana, Buenos Aires, Imp. La
    Nación, 1888, 3 tomos.
    * Otero, José Pacífico: Historia del Libertador D.
    José de San Martín; Buenos Aires, Ed. Cabaut, 1932,
    4 tomos.

    PERIÓDICOS

    * Junta de Historia y Numismática Americana: Gaceta de
    Buenos Aires (1810-1821). Reimpresión facsimilar; Buenos
    Aires, 1910-1915. De este periódico
    hay índice general. Ver: Juan ángel Farini. Museo
    Mitre. Buenos Aires, 1963.
    * Ministerio de Educación, Universidad
    Nacional de La Plata: Gaceta del Gobierno de Lima Independiente
    (1821-1822). Reproducción facsimilar. La Plata, 1950.

    LIBROS

    Actas del Congreso Nacional de Historia del Libertador General
    San Martín; Talleres Gráf. de Jorge Best, Mendoza,
    1953-1955., 4 tomos.
    Argentina, Ministerio de Cultura y
    Educación, Instituto Nacional Sanmartiniano y Museo
    Histórico Nacional: Documentos para la historia del
    Libertador General San Martín; Buenos Aires, 1953-1979, 15
    tomos.
    República Argentina, Comisión Nacional Ley 13.661:
    San Martín en la historia y en el bronce; Buenos Aires,
    1950, 254 páginas.
    Armando Alonso Piñeiro: Cronología histórica
    Argentina; Ed. Depalma, Buenos Aires, 1981, 531
    páginas.
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    Tomos I – III, Julio 1821 – diciembre 1822; edic., facsimilar
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    centenario de su muerte, La
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    personalidad y obra del General José de San
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    Exequiel César Ortega: Actuación del General San
    Martín en el Perú; el Libertador y el Protector,
    Fundación Rizzuto, Buenos Aiers, 1971, 125 págs.
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    la
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    Julio César Raffo de la Reta: Antología
    Sanmartiniana; Angel Estrada y Cia., Buenos Aires, 1951, 787
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    Ricardo Rojas: El santo de la espada. Vida de San Martín;
    Editorial Universitaria de Buenos Aires, 2ª. Edic., 1978,
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    Edición Homenaje, Ed. Assandri, Córdoba, 1950, 432
    págs.José de San Martín. Epistolario
    selecto. Otros documentos. Prólogo de J. C. Raffo de la
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    Manuel Benito Somoza: San Martín y la política
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    págs.
    José Torre Revello: Selección de documentos
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    Ministerio de Educación de la Nación, Instituto
    Nacional Sanmartiniano, Buenos Aires, 1953, 142 págs.
    José Torre Revello; Yapeyú, Instituto Nacional
    Sanmartiniano, Buenos Aires, 1958, 245 págs.
    Benjamín Vicuña Mackenna: El General Don
    José de San Martín, 3ª. edic., Francisco de
    Aguirre, Buenos Aires, Santiago de Chile, 1971, 201 págs.
    ilust.
    Alfredo G. Villegas: San Martín en España. Academia
    Nacional de Historia, Buenos Aires, 1976, 139 págs.
    Santiago Weinhauser: Fortaleza Sanmartiniana. Bosquejo
    psicológico; Ed. Theoría, Buenos Aires, 1964, 167
    págs.
    Jacinto R. Yaben: Efemérides sanmartiniana, 2ª.
    edic., Instituto Nacional, Buenos Aires, 1968, 329
    págs.
    Jacinto R. Yaben: Por la gloria del General San Martín;
    Buenos Aires, 1950, 468 págs.
    Juan Carlos Zuretti: En General San Martín y la cultura; Ed.
    Ministerio de Educación, Universidad de Bs. As., Facultad
    de Filosofía y Letras, Instituto de didáctica San José de Calasanz,
    Año del Libertador General San Martín, 1950, 184
    págs.

    FOLLETOS

    Manuel Belgrano. Cartas del General don Manuel Belgrano al
    Libertador General José de San Martín, 2ª.
    edic., Instituto Nacional Sanmartiniano, Buenos Aires, 1964, 22
    pags.
    Simón Bolívar. Cartas de Simón
    Bolívar al fundador de la libertad del Perú don
    José de San Martín. Instituto Nacional
    Sanmartiniano. Buenos Aires, 1953, 26 págs.
    Instituto Nacional Sanmartiniano: Renunciamientos del
    Capitán General don José de San Martín a la
    gloria, al poder, y a la riqueza; Buenos Aires, 1969, 87
    págs.
    Archivo
    Histórico de la Provincia de Bs. As.: Documentos de San
    Martín, introducción de Ricardo Levene, homenaje al
    Libertador al cumplirse el centenario de su muerte; La Plata,
    1950, 80 págs.
    Ramón Castilla. Cartas del Gran Mariscal don Ramón
    Castilla, presidente de la República del Perú, al
    fundador de la independencia y protector de la Libertad del
    Perú, generalísimo de las armas don José de
    San Martín; 4ª edic., Instituto Nacional
    Sanmartiniano, Buenos Aires, 1973, 23 págs.
    José de San Martín. El legado de San Martín.
    Pensamientos. Máximas. Sentencias; publicación de
    la Comisión Nacional Ley 13.661, selección de
    Ricardo Piccirilli; Guillermo Kraft, Buenos Aires, 1950, 58
    págs.
    José Torre Revello: Cartas de Simón Bolívar
    al fundador de la Libertad del Perú, José de San
    Martín; Instituto Nacional Sanmartiniano, Buenos Aires,
    1952, 30 págs.
    José Torre Revello: Cartas del General don Manuel Belgrano
    al Libertador General don José de San Martín;
    Instituto Nacional Sanmartiniano, Buenos Aires, 1955, 24
    págs.
    Fuente: Manrique Zago (dir) José de San Martín,
    un camino hacia la libertad, Bs. As., 1989, pág.
    203.

    EPÍLOGO

    A lo largo de todo el tiempo que estuvimos enfocando nuestra
    atención al General San Martín, recorriendo lugares
    físicamente por toda la capital y virtualmente todo el
    mundo, fuimos ubicando muchos puntos de vista de San
    Martín. Todos variaban en los detalles, pero llegaban a
    una misma conclusión a la cual nos queremos adherir: SAN
    MARTÍN ERA UNA PERSONA EXELENTE, a nivel humano, militar,
    paterno. Por eso esta monografía
    fue, para nosotros dos, un aprendizaje
    escolar y a su vez personal, muy útil.
    Por eso, en este último suspiro de la monografía
    queremos darle las gracias a la docente que impulsó esta
    tarea y le damos ánimos a que la lleve a cabo en todas las
    oportunidades que se le presente.

    Autores: Facundo Agosti (agosti[arroba]ciudad.com.ar)
             Fernando
    Belvedere (perbe[arroba]ciudad.com.ar)
    Ambos tienen 16 años de edad y están cursando
    cuarto año del secundario

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