Rousseau se revuelca en su tumba: ni el hombre es
bueno por naturaleza ni la
sociedad lo
corrompe. O al menos eso es lo que entre líneas podemos
leer en la siguiente cita de El Zarco:
"Repasando en su memoria todas las
escenas de su niñez y de su juventud,
encontraba que su carácter
bravío y duro había rechazado siempre todo afecto,
todo cariño, cualquiera que fuese, no habiendo cultivado
sino aquellos de que había sacado provecho. Hijo de
honrados padres, trabajadores en aquella comarca, que
habían querido hacer de él un hombre
laborioso y útil, pronto se había fastidiado del
hogar doméstico, en que se le imponían tareas
diarias o se le obligaba a ir a la escuela, y
aprovechándose de la frecuente comunicación que tienen las poblaciones de
aquel rumbo con las haciendas de caña de azúcar,
se fugó […] Una nube de bandidos no tardó en
invadir las ricas comarcas de la tierra
caliente. El Zarco se afiló en ella inmediatamente, y
desde luego, y como si no hubiera esperado más que esa
oportunidad para revelarse en toda la plenitud de su perversidad,
comenzó a distinguirse entre esos facinerosos por su
intrepidez, por su crueldad y por su insaciable sed de
rapiña".
Y ¿Cuál es la parte donde el Zarco, el niño
bueno por naturaleza, es corrompido por la sociedad?
¿Quién sembró la maldad en el corazón
del Zarco, si la familia,
célula de
la sociedad, no hacía otra cosa más que quererle,
cuidarle, procurarle la educación y el
buen camino, propio de las almas providenciales? Nadie.
Altamirano no se metió en las maromas de la
analépsis y le pasó la pelota a Dios y al destino:
El Zarco nació con el corazón negro y el alma mala.
Es la excepción a la premisa de Rousseau hecha
novela.
Predestinada su vida, el Zarco no tiene cabida en la sociedad que
construye Ignacio Manuel Altamirano. En esta novela no existe la
oportunidad para que el Zarco se redima de sus errores y pueda
ser incluido en el grupo social.
El autor no da espacio a los matices: o estás con
nosotros, o estás contra nosotros. Una especie de cristianismo
fundamentalista. Y es que no podría ser de otra forma. O
haber, ¿Quién iba querer de esposo a este
insurrecto de primera resquebrajador del orden social desde los
primeros años de su vida? Manuela. Otra insurrecta que
rompe el orden, pero esta vez, el del rol de la mujer en el
siglo XIX. Altamirano no perdona que una mujer cabal,
guiada por el dictado de su soberana gana, reclame la libertad de
elegir su destino. Y es que tampoco podría ser de otra
forma: en una sociedad donde la mujer estaba destinada a ser hija
tejedora, madre y esposa sumisa-desinteresada, Manuelita estaba
condenada a ser excluida, a ser del bando de los otros.
Ese es uno de los temas articuladores de la concepción de
sociedad que Altamirano tiene sobre el otro, ese otro que le
obliga a tomar una posición un tanto autoritaria y
moralista. Su proyecto
novelístico y que, por lo tanto define
ideológicamente el proceso de
crear la Nación,
construye un "otro" para incluirlo o para marginarlo.
Shantal Moof plantea que el sentimiento de exclusión es
uno de los elementos más fuertes para fortalecer y
edificar la identidad de
un grupo. Este sentimiento prolifera en un momento de
resquebrajamiento del poder del
siglo XIX, donde podemos ubicar esta novela, pues contaban
más de quinientos elementos las filas de sus delincuentes.
El bandidaje aparece con ciertas características: crimen organizado, poder
paralelo al poder de Estado, y como
una fuerza que
amenaza al monopolio que
pretende lograr el Estado. A
esta organización delictiva se contrapone otra,
aunque menos fuerte y muy chambona: el ejército.
Éste aparece como un aparato de Estado, y lo primero que
lo caracteriza es su incapacidad para corregir al bandolerismo.
Además la justicia que
imparte es deficiente y corrupta: "De manera que el valiente
militar había fusilado a algunos infelices campesinos y
aldeanos, por simples sospechas, a fin de no presentarse ante su
jefe, en Cuernavaca, con las manos limpias de sangre". Y en
esto Altamirano no pierde oportunidad para lanzar una
crítica a esta institución en voz del Zarco:
"Dirán que atacando a esta tropa no van a recibir
más que muchos balazos, y si la derrotan, cogerán
cuando más unos cuantos caballos flacos, sillas viejas,
uniformes hechos pedazos. ¡Si los soldados del gobierno parecen
limosneros!". Por lo demás, me parece una redundancia
explicar la actitud del
Comandante militar ante el desafío de
Nicolás.
Lo que sí me llena de curiosidad es el prejuicio
imperante en la obra. Obviamente, Altamirano busca afirmar
los valores
nacionales mediante figuras paternales y uno que otro
héroe, y por eso su amigo el narrador –digo, por
quienes gustan creer que el autor de carne y hueso y el narrador
son personas diferentes pero que viven en una sola, como la
Santísima Trinidad donde viven tres en una- tendrá
de principio a fin una visión moralista. Lo que llama la
atención es cómo se vale de cierto
maniqueísmo en el tratamiento del amor, la
belleza y el elemento étnico. Al parecer, su experiencia
personal no
daba para más; no dio para ingeniar otro artificio
narrativo y no este simple esquema de dualidades. Y digo "su
experiencia personal" porque a uno de los biógrafos que le
dio por garabatear su vida apunta que Altamirano pretendió
a mujeres muy bellas y hermosas sin obtener buenos resultados.
Además, como ya sabemos, Altamirano tenía
ascendencia india.
Manuela y Pilar son presentadas prosográficamente, y
después de mostrar el elemento étnico de cada una,
sigue con las cualidades morales. Esto es: Manuela es, antes que
todo, blanca; después será soberbia,
desdeñosa y superficial. O sea que el elemento blanco -que
es un elemento extranjero- se asocia con un significado
peyorativo. De tal suerte que en otro nivel semántico,
Manuela debe parecerle al lector una mala mujer. Todo lo
contrario sucede con Pilar. Ella es, antes que todo, morena;
después será noble, obediente y humilde; la mujer
perfecta del siglo XIX mexicano, al menos para el autor. Pero hay
un elemento importante en Pilar: ella era morena "sin confundirse
con el indio". ¿Cuál será ese elemento del
indio que Altamirano no soporta y que no puede deshacerse de
él?
Páginas más al sur aparecen Nicolás y el
Zarco. También son presentados prosográficamente.
Me detengo en un pequeño detalle: "El hombre […] era un
joven trigueño, con el tipo indígena bien marcado,
pero de cuerpo esbelto, de formas hercúleas, bien
proporcionado y cuya fisonomía inteligente y
benévola predisponía desde luego en su favor".
¿Por qué Altamirano escribe la palabra "pero" en
esta descripción de rasgos netamente
étnicos?
Nicolás posee todos lo valores
morales en los que se funda el concepto de
Nación, según el autor. Sin embargo, no aparece con
los rasgos que caracterizaban a los indígenas del siglo
XIX: desnutridos, baja estatura y sobretodo, salvajes,
según la perspectiva del ala tanto liberal como
conservadora. Lo que pasa es que Nicolás no es indio. De
sí serlo, sería un indio telenovelero e
inexistente, y entonces la Nación que se funda en sus
cualidades sería una Nación utópica. De la
forma que sea, está excluyendo al elemento indígena
en su proyecto de Estado-Nación. Entonces
¿Porqué Ignacio Manuel Altamirano, en vez de decir
que Nicolás tenía "tipo indígena" no nos
dice con todas sus letras que Nicolás era mestizo?
¿Qué necesidad obliga a Altamirano a identificarse
con Nicolás?
Vemos que el amor
aparece como una fuerza transgresora. El orden social
también se rompe cuando un individuo aspira al amor de
otro individuo de etnia diferente. Nicolás, el del "tipo
indígena", rompe ese orden al pretender el amor de
Manuela, la blanca. Más adelante el Comandante militar le
hará pagar esa osadía mediante un acusamiento
injusto, para luego ser redimido por el amor de Pilar, la morena.
La narración da un giro para enamorar profundamente a
Nicolás de Pilar, y así, ser redimirlo.
También hay prejuicio en la perspectiva que tiene Manuela
sobre el amor hacia Nicolás. Ella no puede amarlo por una
simple y sencilla razón: "porque es un indio horrible". Y
dice "un indio horrible" en vez de decir "no es mi tipo,
mamá". Por eso Manuela pagará por el pecado de
elegir su destino y de ser materialista e interesada, pues el
Zarco le paga con la misma moneda: sólo la quiere para
zambullírsele en sus encantos femeniles.
Me interesa cerrar estas ideas con el siguiente párrafo
que plasma el temperamento del Zarco:
"Naturalmente, los amores de los demás le causaban
irritación, y aquellas muchachas que según su
posición amaban al rico, al dependiente o al jornalero, le
inspiraban un deseo insensato de arrebatarlas y de mancharlas. No
había entre todas una que hubiera fijado los ojos en
él, porque él tampoco había procurado
acercarse a ninguna de ellas con intenciones amorosas. Las de
clase no eran de su gusto, y para las de rango superior a
él estaba colocado en muy baja esfera, ¡un mozo de
caballeriza!".
Una posible lectura que
comenté con Gustavo Illades, es leer este párrafo
al revés. En él podemos hallar aunque sea un leve
rastro de la procedencia del prejuicio Altamiraniano. Como ya
mencione, la biografía del autor
señala que este pretendió muchas veces a las
mujeres más bellas que pertenecían a la
élite en que él se desenvolvía. La
biografía señala también que lo hizo sin
mucho éxito.
Sometiendo este argumento a una especie de laboratorio
literario, encontramos que inevitablemente existen rasgos
autobiográficos del autor que no puede evitar plasmarlos.
La élite liberal estaba fascinada con los elementos de
tipo extranjero; las mujeres no podían escapar a este
deleite. En ese momento histórico, el indio representaba
un estorbo tanto a nivel político como a nivel cultural.
Altamirano, por su ascendencia indígena, pudo no haber
escapado a esta situación que, a su vez, pudo haberlo
orillado a un conflicto
interno que se manifestara en el prejuicio y maniqueismo de los
conceptos de amor, belleza y el elemento étnico. Y no es
que yo esté cayendo en la maroma inútil y
estéril de reconstruir la biografía del autor a
partir de la obra y explicar la obra a partir de la
biografía reconstruida. Pero esta situación pudo no
haber llevado a Altamirano a tomar una actitud como la que le
hace tomar a su personaje el Zarco, pero si a despotricar contra
las mujeres que elegían libremente y contra el
varón de tipo extranjero ajeno al elemento
indígena. Todo esto con la libertad y omnisciencia que
ofrecían el atalaya y la perspectiva de ser novelista
masculino del siglo XIX mexicano.
Autor:
Alí Jiménez Silva
Universidad
Autónoma Metropolitana
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