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Cultura de Paz: desafío para la educación del siglo XXI




Enviado por JOSÉ TUVILLA RAYO



Partes: 1, 2

     

    Indice
    1.
    Introducción

    2. De qué hablamos cuando hablamos
    de Paz

    3. Algunas implicaciones del
    concepto de paz en la educación

    4. Cultura de paz y
    educación: implicaciones mutuas

    5.
    Bibliografía

    1. Introducción

    "La educación del futuro
    deberá ser una enseñanza primera y universal centrada en
    la condición humana. Estamos en la era planetaria; una
    aventura común se apodera de los humanos donde quiera que
    estén. Estos deben reconocerse en su humanidad
    común y, al mismo tiempo, reconocer
    la diversidad cultural inherente a todo cuanto es humano" (Edgar
    Morin, 1999)
    Tal vez sea precisamente en el reconocimiento recíproco de
    la condición humana donde reside el fundamento de una
    cultura
    universal, conformada colectivamente, que aspira a resolver las
    problemáticas y retos del futuro desde una forma de
    gobierno fundada
    en la justicia. Por
    otro lado, es evidente que la educación – cualquiera que
    sea su definición o función
    social establecida- es una tarea humana, centrada en el diálogo
    entre los actores, dirigida a aquel aprendizaje que
    favorece la comprensión del mundo, un mayor desarrollo de
    la
    personalidad de cada cual y la mejor forma posible de
    utilizar las capacidades (individuales y colectivas) para abordar
    con creatividad y
    éxito
    los problemas
    reales de una sociedad sometida
    a acelerados y constantes cambios.
    Reconocernos en nuestra humanidad común y, al mismo
    tiempo, reconocer la diversidad cultural inherente a todos
    plantea diversas cuestiones que la educación debe
    responder. Una de estas interrogantes es cómo llegar a ese
    reconocimiento a través del diálogo como método
    para tomar conciencia de
    nuestra realidad común y a la vez diversa; y
    también como condición necesaria para construir un
    saber o conocimiento
    útil. Es decir, cómo favorecer una educación
    caracterizada por tres tipos de relaciones:
    Dialógica
    o comunicativa como instrumento de descubrimiento compartido del
    saber;
    Igualitaria como
    intercambio de percepciones, emociones,
    sentimientos e ideas de lo que somos y a lo que aspiramos, basado
    este intercambio en el respeto de la
    dignidad humana y en la diversidad cultural;
    Contextual o
    histórica que construye la realidad y sus posibilidades de
    mejora partiendo de las preocupaciones reales de los que educan y
    se educan.

    Por otro lado, no podemos olvidar que ese saber
    conveniente y perdurable fundado en el
    conocimiento de la condición humana y de sus
    posibilidades transformadoras, esencia básica de la
    educación, está unido de manera inexorable al
    universo de
    los valores:
    al modo cómo percibimos el mundo, lo organizamos y nos
    situamos en él estableciendo un conjunto de reglas y
    normas para
    dirimir los conflictos de
    relaciones que se dan en el mismo; y, codificando las prioridades
    de nuestras acciones en
    función del grado de satisfacción de nuestras
    necesidades humanas básicas. Es por ello que la
    educación no puede ni debe acontecer al margen de la
    dimensión ética;
    pues educar, según Victoria Camps (1994), es: " formar el
    carácter, en el sentido más extenso
    y total del término: formar el carácter para que se
    cumpla un proceso de
    socialización imprescindible, y formarlo
    para promover un mundo más civilizado, crítico con
    los defectos del presente y comprometido con el proceso moral de las
    estructuras y
    actitudes
    sociales". ¿Cuáles deben ser los valores
    mínimos universalizables y consensuados que posibilitan el
    reconocimiento de lo que como seres humanos nos hace semejantes
    y, a la vez, diferentes? Atendiendo a las cuestiones anteriores,
    tres son pues, de partida, los desafíos que la sugerencia
    de Morin nos plantea:
    1/ Reflexionar sobre la mejor forma de poner la educación
    al servicio de la
    Humanidad, como meta, que recomienda una profunda
    reflexión sobre la finalidad misma de la educación,
    desde la perspectiva política de la
    formación de una ciudadanía responsable, en un
    mundo globalizado y en permanente cambio. Se
    trataría, en primer lugar, de asegurar el pleno ejercicio
    de los derechos
    democráticos y la cohesión social a través
    de la participación; las competencias
    básicas para una ciudadanía informada y
    responsable; la construcción de una cultura
    científica para todos; el cultivo de los valores y
    actitudes de aprecio de si mismo y de los otros, como base de la
    convivencia y la paz; y los procedimientos
    para seguir aprendiendo y accediendo al conocimiento a lo largo
    de toda la vida. Por otro lado, esta educación debe
    mantener un adecuado equilibrio
    tanto en su dimensión humanista como
    tecno-científica, considerando las necesidades de los
    individuos y las demandas sociales. Y por último, la
    revisión y actualización periódica del
    currículo, en su concepción
    más amplia, para permitir el desarrollo de las dimensiones
    señaladas.
    2/ Considerar la educación como un proceso caracterizado
    por una especial relación comunicativa o aprendizaje
    dialógico, sostenido por los principios de
    igualdad y
    no-discriminación cuyo fin no es
    exclusivamente la transmisión de conocimientos, sino la
    construcción colectiva de los mismos, desde el
    reconocimiento y respeto a la diversidad, guiada por la
    búsqueda de soluciones
    reales y posibles a las problemáticas a las que las
    sociedades,
    según su contexto, deben dar respuesta. O dicho a la
    manera de Adela Cortina (1996): "La educación del hombre y del
    ciudadano ha de tener en cuenta, por tanto, la dimensión
    comunitaria de las personas, su proyecto personal, y
    también su capacidad de universalización, que debe
    ser dialógicamente ejercida, habida cuenta que muestra saberse
    responsable de la realidad, sobre todo de la realidad social,
    aquel que tiene la capacidad de tomar a cualquier otra persona como un
    fin, y no simplemente como un medio, como un interlocutor con
    quien construir el mejor mundo posible".
    3/ Enseñar la condición humana teniendo presente su
    naturaleza
    como unidad compleja que traducido al ámbito educativo
    significa abordar la transversalidad como un elemento
    diferenciador e innovador de una educación orientada por
    una visión holística del ser humano y del mundo.
    Visión que por la misma razón, en los niveles
    más concretos de la educación, implica una organización escolar más abierta y
    estrechamente coordinada con otros ámbitos sociales.
    En síntesis,
    se trata de recuperar el valor de la
    humanidad a través de la educación para hacer
    frente a los retos del futuro desde el aprendizaje de
    una cultura universal. Pero no de una cultura cualquiera, sino
    una cultura fundada en el conjunto de esos valores compartidos
    por todos inspirados en un deber ético y una necesidad y
    realidad social: convivir en paz.

    Manifiesto de Sevilla
    Diecisiete especialistas mundiales representantes de diversas
    disciplinas científicas se reunieron en mayo de 1986 en la
    capital
    andaluza. Fruto de esta reunión es el llamado Manifiesto
    de Sevilla que ha permitido avanzar en la concepción de
    violencia al
    considerarla como un ejercicio de poder,
    refutando el determinismo biológico que trata de
    justificar la guerra y a
    legitimar cualquier tipo de discriminación basada en el
    sexo, la raza
    o la condición social. La violencia es, por consiguiente
    evitable y debe ser combatida en sus causas económicas,
    sociales y culturales. En el Manifiesto se declara que es
    científicamente incorrecto: Afirmar que el ser humano haya
    heredado de sus ancestros los animales la
    propensión de hacer la guerra, puesto que es un
    fenómeno específicamente humano, producto de la
    cultura; Pretender que hemos heredado genéticamente la
    propensión de hacer la guerra, puesto que la personalidad
    está determinada también por el entorno social y
    ecológico; Inscribir la violencia en la selección
    realizada, a través de nuestra evolución
    humana, a favor de un comportamiento
    agresivo en detrimento de otros tipos de conducta posibles
    como la cooperación o la ayuda mutua; Afirmar que la
    fisiología neurológica nos obliga a
    reaccionar violentamente, puesto que nuestros comportamientos
    están modelados por nuestros tipos de acondicionamiento y
    nuestros modos de socialización; Decir que la guerra es un
    fenómeno instintivo que responde a un único
    móvil, pues la guerra moderna pone en juego tanto la
    utilización de una parte de las características personales (obediencia
    ciega o idealismo) y
    aptitudes sociales como el lenguaje
    como planteamientos racionales (evaluación
    de costes, planificación, tratamiento de la información).

    2. De qué hablamos
    cuando hablamos de Paz

    El concepto de paz
    ha estado ligado
    de manera subordinada, en su primera aparición, al de la
    guerra. Son pues conceptos coetáneos. Las propuestas
    chinas de desarme- por ejemplo- datan de 546 a. C y son paralelas
    a los intentos griegos de usar alianzas para terminar con las
    guerras
    internas y contener las externas (Heer,1979). Aunque es cierto
    que la historia de la
    humanidad está jalonada de hechos y documentos, hitos
    del pensamiento
    universal, que han ido constituyendo un cúmulo excelente
    de ideas a favor de la paz, no es menos cierto también que
    los grandes pensadores del pasado- filósofos, teólogos, juristas…,
    tanto orientales como occidentales- han dedicado una atención sorprendentemente escasa a dichos
    problemas desde un punto visto de una paz abierta y positiva.
    (Cranston,1978).
    Según las circunstancias de la época, los
    desafíos presentes, las fuerzas dominantes o la dirección de las tendencias del pensamiento
    religioso, filosófico o político, entre otros, la
    humanidad ha ido construyendo una dimensión de la Paz que
    en la actualidad está estrechamente unida a la
    recuperación de la dignidad, y con los procesos de
    cambio y transformación, en el ámbito personal,
    social y estructural, que están implícitos en el
    traspaso de una cultura de violencia a una cultura de paz (Fisas,
    1998). En este sentido, las investigaciones
    suelen referirse a la paz como la conjunción de
    Desarrollo, Derechos humanos,
    Democracia y
    Desarme, mostrando que la ausencia de cualquiera de estas "D"
    constituye un factor de violencia. La Paz es considerada, por
    consiguiente, como el proceso de fortalecimiento de cada uno de
    estos factores, estrechamente relacionados con el concepto de
    seguridad humana.
    Esta perspectiva actual supera la tendencia largamente sostenida
    que defendía que la paz era la ausencia de guerra (paz
    negativa), evolucionando hasta la noción actual del
    término (paz positiva). La Paz está no sólo
    relacionada con el fin de las hostilidades bélicas sino
    con otros fenómenos estrechamente vinculados con la
    violencia: la pobreza, las
    carencias democráticas, el desarrollo de las capacidades
    humanas, las desigualdades estructurales, el deterioro del
    medio
    ambiente, las tensiones y los conflictos étnicos, el
    respeto a los derechos humanos…
    La paz, bajo una u otra forma, definición o
    proyección, siempre ha sido el pretexto de la mayor parte
    de las acciones políticas
    del ser humano; en cuyo nombre, también se han cometido
    las mayores barbaries. No podemos olvidar, antes de nada, que el
    propio concepto de paz, su naturaleza y dimensión, ha sido
    diferente según las diversas culturas y civilizaciones.
    Esto implica también hoy, si consideramos que no se siguen
    en todos los lugares los mismos procesos de construcción
    pacífica de las sociedades, que no podemos hablar de paz,
    sino de las paces. Así a lo largo de la línea del
    tiempo nos encontramos distintas versiones de "Paz" – eirene
    griego, pax romana, santhi hinduista, ahimsa, paz jainista, la
    paz taoista, shalom hebreo, pax hispánica, pax
    americana… – con sus diferentes modos tanto de concebir y
    organizar el mundo como de resolver y enfrentar los conflictos.
    Concepciones de paz negativa como ausencia de guerra o de paz
    positiva como construcción de la justicia social. La
    perspectiva negativa de la paz ha conducido a confundir conflicto con
    violencia. Esta confusión en la actualidad permanece en la
    opinión popular y se mantiene en nuestro propio uso de la
    lengua. El
    diccionario de
    la Lengua española define al término paz como
    "situación y relación mutua de los que no
    están en guerra" o "sosiego y buena correspondencia de
    unos con otros, en contraposición a disensiones,
    riñas y pleitos". Por su parte conflicto se define como
    "lo más recio de un combate". No es extraño pues
    que durante mucho tiempo los investigadores se dedicaran al
    estudio de la guerra y de los conflictos
    bélicos.

    Investigación, educación y acción
    para la paz
    La Investigación para la paz, iniciada
    después de la Segunda Guerra
    Mundial, persigue la reducción de la violencia y busca
    conocer los mecanismos y dinámica de los conflictos para encontrar
    vías de solución pacífica a los mismos, a
    través del estudio de los cambios de comportamiento de las
    sociedades. Entre sus rasgos podemos destacar su carácter
    normativo (posee un elevado contenido de juicios de valor y se
    orienta hacia la acción en la elaboración de
    políticas que exceden el marco académico);
    interdisciplinario (utiliza los conocimientos de diversas
    ciencias);
    transdisciplinario (combina los medios propios
    de cada disciplina
    científica); institucional ( existen numerosos centros de
    investigación en todo el mundo); y global (estudia
    diferentes niveles y destinatarios que abordan las
    problemáticas que afecta al conjunto de la humanidad). La
    educación para la paz constituye, desde sus
    orígenes, junto a la acción para la paz, uno de los
    principales objetivos de
    la Investigación para la paz. Y esto es así porque
    se parte de la convicción de que la paz en sentido
    positivo, como proceso íntimamente relacionado con los
    avances de las sociedades, necesita métodos y
    estudios científicos que analicen situaciones contrarias a
    la cultura de la paz y aporten y orienten soluciones
    (investigación); requiere la información y la
    formación de la ciudadanía sobre las
    problemáticas mundiales para buscar y trabajar en la
    solución creativa y positiva de las mismas
    (educación); y, exige la puesta en práctica de
    medidas, recursos y
    esfuerzos humanos que construyan la paz (acción).
    Los trabajos pioneros de Johan Galtung han permitido un
    mínimo de rigurosidad conceptual sobre lo que se entiende
    por paz relacionada con la violencia y han significado una
    referencia fundamental en la llamada Investigación para la
    Paz. Para este autor la paz se define en términos de
    ausencia de violencia. Así: "la violencia está
    presente cuando los seres humanos se ven influidos de tal manera
    que sus realizaciones efectivas, somáticas y mentales,
    están por debajo de sus realizaciones potenciales"
    (Galtung, 1985). La definición de violencia indicada tiene
    la virtud de abarcar un conjunto amplio de fenómenos en
    que las personas son (o se ven) imposibilitadas de realizarse en
    los diferentes planos del desarrollo de su individualidad por
    causas visibles (violencia directa) o menos visibles (violencia
    estructural y violencia cultural) en estrecha relación con
    el grado de satisfacción de las necesidades humanas
    básicas.
    Además de la caracterización de estos diferentes
    tipos de violencia, la definición de Galtung posee una
    virtud adicional: su definición de paz escapa a una
    concepción lineal y unidimensional de la misma. No se
    trata de saber si las sociedades se aproximan con mayor o menor
    grado a un tipo ideal de paz, como una situación final o
    estado, sino discernir en el presente cómo éstas
    identifican y resuelven los tipos de violencia que generan o a
    los que se enfrentan. La paz, por consiguiente, se construye; es
    un proceso social permanente. El estudio empírico de la
    paz significa, entonces, abandonar cualquier concepción
    que suponga un estadio pacífico ideal. Por el contrario,
    se trata también de identificar cuáles son los
    espacios presentes de la violencia construidos
    históricamente por las sociedades.
    Es interesante notar el grado de ruptura del enfoque de Galtung
    con los estudios más clásicos sobre la
    temática de la paz. Para este autor el potencial para la
    violencia, como para el amor,
    está en la naturaleza humana, pero las circunstancias
    condicionan la realización de ese potencial.
    ¿Cómo construir la paz? Es necesario, primero,
    trazar el mapa de la violencia que Galtung relaciona con un
    triángulo en cuya cúspide o vértice visible
    se sitúa la violencia directa, real, ejercida, relacionada
    proporcionalmente con los otros vértices (base) más
    ocultos o menos visibles constituidos por la violencia cultural y
    la violencia estructural. Esto implica que la paz debe
    construirse en la cultura y en la estructura y
    no sólo en la "mente humana" como se expresa en la Carta de
    Constitución de la UNESCO, referido en otro
    lugar. Y no basta, por otro lado, reconstruir sólo la paz
    después de un conflicto bélico, porque si bien
    puede evitarse la violencia directa, la más visible, deben
    buscarse alternativas para transformar las estructuras y las
    raíces de las mismas que se encuentran en la propia
    cultura. La tesis que
    mantiene Galtung (1998) es que "si las culturas y estructuras
    violentas producen violencia directa, entonces tales culturas y
    estructuras también reproducen la violencia directa".
    ¿Cómo salir de este círculo vicioso?. Para
    Galtung la paz definida como la capacidad de manejar los
    conflictos tiene dos soluciones: la política de la
    democracia y la política de la noviolencia. Retornamos
    pues a la concepción oriental de paz positiva y al
    principio práctico jainista de ahimsa (no matar, no hacer
    daño a ningún ser viviente) recogido por Gandhi por
    "noviolencia" con el doble significado de respeto total a la
    persona y como forma, en el ámbito político, de
    lograr el cambio social.
    En síntesis, según Fisas (1998): " Si la ausencia
    de guerra podemos denominarla como paz negativa, la ausencia de
    violencia equivaldría a paz positiva, en el sentido de
    justicia social, armonía, satisfacción de las
    necesidades básicas (supervivencia, bienestar, identidad y
    libertad),
    autonomía, diálogo, solidaridad,
    integración y equidad". Como vemos la paz
    "no puede consistir únicamente en la ausencia de
    conflictos armados, sino que entraña principalmente un
    proceso de progreso, de justicia y de respeto mutuo entre los
    pueblos, destinado a garantizar la edificación de una
    sociedad internacional en la que cada cual pueda encontrar su
    verdadero lugar y gozar de la parte de los recursos intelectuales
    y materiales del
    mundo que le corresponde y que, la paz fundada en la injusticia y
    la violación de los derechos humanos no puede ser duradera
    y conduce inevitablemente a la violencia" (Resolución 11.1
    Conferencia
    General de UNESCO 1974).
    La paz en su concepción actual es la suma de tres tipos de
    paces: paz directa (regulación noviolenta de los
    conflictos), paz cultural (existencia de valores mínimos
    compartidos) y paz estructural (organización
    diseñada para conseguir un nivel mínimo de
    violencia y máximo de justicia social).
    La existencia de un consenso y acuerdo conceptual que define la
    paz en relación no con la guerra sino con la violencia,
    significa la superación de la misma buscando sus
    raíces profundas tanto en el plano más visible
    (violencia directa) como en los más ocultos (violencia
    cultural y violencia estructural): la paz es un proceso gradual y
    permanente de las sociedades en el que poco a poco se instaura lo
    que se llama justicia. Pero es necesario ser conscientes de que
    la paz, en ese escenario, es un camino emprendido, repleto de
    errores, de ensayos, de
    búsquedas nuevas y creativas que tratan de superar los
    retos del presente y anticiparse al futuro. Esas tentativas no
    son siempre perfectas y, por consiguiente, no debemos caer en la
    tentación de considerar la paz como una meta final, como
    un estado inamovible, perpetuo. Muy al contrario, la paz es el
    resultado de nuestras relaciones
    humanas, pero no únicamente de estas relaciones,
    porque la misma paz es un fenómeno a la vez interno y
    externo al ser humano. Como fenómeno interno no basta con
    conseguirla "en la mente de los hombres", sino también en
    otros espacios: en la cultura, en las estructuras organizativas,
    en la economía, en la dimensión
    política y en lo social…. Pero a su vez también
    en el plano más externo: en su dimensión
    ecológica. De ahí que la paz tenga un enfoque
    holístico, pues se trata de buscar una armonía, un
    equilibrio tanto con nosotros mismos y con los demás, como
    con el medioambiente. Esto revela la necesidad de un nuevo
    empoderamiento pacifista guiado por un nuevo enfoque de lo que
    entendemos por paz, pero no de paz como algo perfecto, acabado,
    perpetuo, sino como un proceso imperfecto, inacabado. De
    ahí que algunos investigadores, opten por la llamada paz
    imperfecta que conlleva (Muñoz, 2001):

    • una ruptura con las concepciones anteriores de la
      paz como algo perfecto y no alcanzable en el día a
      día;
    • el reconocimiento de las realidades,
      prácticas y acciones pacifistas y sus capacidades para
      actuar y transformar su entorno más
      cercano;
    • la anticipación y planificación de
      los posibles futuros conflictivos.

    Si el concepto de paz positiva marcó una ruptura
    con la noción tradicional estableciendo la relación
    de paz no con la guerra sino con la violencia; la paz imperfecta
    señala un avance por cuanto si bien reconoce la
    imperfección de la condición humana, también
    percibe que nuestras relaciones están caracterizadas por
    decisiones y acciones guiadas, la mayoría de las veces,
    por la regulación pacífica o noviolenta de los
    conflictos lo que permite que los seres humanos en nuestras
    continuas tentativas, procesos y ensayos tengamos cotidianamente
    más momentos de paz que de violencia o de guerra. Para
    percibir esos momentos es necesaria un actitud
    positiva abierta y de encuentro con los "otros". Se trata de
    comenzar a construir la paz desde los espacios más
    próximos, desde nuestras experiencias personales y
    sociales, porque como dice Raimundo Panikkar (1995) si queremos
    la paz debemos prepararla nosotros mismos (Si vis pacem, para te
    ipsum), porque los paradigmas de
    paz anteriores han sido inútiles y se precisa "crear un
    espacio donde la creatividad pueda desarrollarse, un espacio
    donde las soluciones incluso parciales, relativas,
    pequeñas e imperfectas, sean posibles". Esto implica una
    nueva orientación epistemológica y didáctica que consiste en:

    • Investigar "las características de los
      momentos de paz reconociendo su carácter procesual y,
      por consiguiente, imperfecto, en lugar de basar la
      investigación en la guerra o la violencia"
      (Martínez, V,2001);
    • Educar aprovechando como elemento esencial de nuestro
      aprendizaje dialógico esas vivencias y experiencias
      positivas que favorecen las relaciones humanas y que resuelven
      de manera pacífica, casi siempre, nuestros conflictos de
      intereses. Educación por consiguiente optimista, fundada
      en el respeto compartido por la dignidad humana y por la
      construcción colectiva de una ética mínima
      sobre la que se sostiene la convivencia;
    • Actuar a favor de la construcción de la paz
      desde los espacios más cercanos a los más
      distantes, buscando el establecimiento de redes que posibiliten
      transformaciones y cambios en todos los ámbitos a
      través de la cooperación y su fuerza
      sinérgica resultante.

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