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Cultura de Paz: desafío para la educación del siglo XXI (página 2)




Enviado por JOSÉ TUVILLA RAYO



Partes: 1, 2

3. Algunas implicaciones del concepto de paz
en la educación

La educación relativa a
la paz es un acto pedagógico que supone un conjunto
armonioso y una reflexión madura sobre los objetivos
cognitivos, operacionales (procedimentales) y afectivos destinada
a favorecer:

  • El acceso a las distintas fuentes de
    información sobre cómo construir la paz a
    través de la concienciación y
    sensibilización sobre las problemáticas
    mundiales;
  • La adquisición de los conocimientos necesarios
    para desarrollar- a través de métodos
    pedagógicos activos y
    coherentes- un juicio crítico que ilumine tanto el
    análisis como la acción en
    relación con los obstáculos que dificultan la
    construcción de la paz;
  • La construcción colectiva de valores y
    comportamientos que nos guíen como personas y como
    miembros de una comunidad a
    buscar estrategias
    alternativas cara a los problemas de
    la paz.

Dependiendo del concepto de paz que adoptemos,
así resultará un modelo
más o menos acertado de educación para la paz. Es
evidente que esta educación no puede reducirse a la mera
transmisión de aquellos contenidos relativos a la paz,
sino que desde una dimensión global debe repercutir en
todo el currículo entendido este como todo aquello
que el medio ofrece a los individuos como posibilidad de aprender
tanto en el seno de las instituciones
educativas como fuera de ellas. Por esta misma razón debe
formar parte integral e integrada de todo el sistema
educativo, no como una actividad aislada u ocasional motivada por
la celebración de una efemérides o años
internacionales, sino como elemento esencial de todo proyecto
educativo que pretenda ponerse al servicio de la
humanidad. Dicho proyecto educativo, fruto de la reflexión
y del compromiso de todos los miembros de la comunidad educativa,
debe fundarse en una terminología clara y correcta de la
noción de paz. Un proyecto sostenido por la paz negativa
tenderá a fortalecer la norma y el orden institucional
para evitar de este modo cualquier alteración de lo que se
entienda por convivencia. Y estará más centrada en
los procesos de
transmisión del conocimiento
otorgado (científico) que en los procesos colectivos de
aprendizaje;
más en la obediencia de las normas
establecidas que en la regulación pacífica de los
conflictos.
Por el contrario, un proyecto educativo elaborado desde una
perspectiva de la paz positiva e imperfecta tenderá a
valorar todas las acciones
pedagógicas caracterizadas por aquella convivencia donde
los conflictos se resuelven favorablemente para todos y no
exagerará excesivamente las perturbaciones o violencias
que en el seno de la
organización se produzcan como un rasgo constante y
esencial de la misma. Y actuará, a la vez, ante la
violencia con
soluciones
dirigidas a frenar y prevenir no sólo las expresiones de
esa violencia ejercida de manera directa, sino tratando de
descubrir tanto en la cultura
(clima escolar)
como en la estructura
(organización formal e informal) las
raíces de la misma.
La realidad social es compleja, al igual que la condición
humana, por lo que cualquier proyecto de construcción de
la paz deberá considerar adecuadamente la multiplicidad de
factores y elementos que se interrelacionan. La educación para la
paz no puede quedar indiferente de esta complejidad pues refleja,
lo quiera o no, un modelo social militante y comprometido con
unos determinados valores. Diversidad, interrelación,
multicausalidad e interdependencia son elementos básicos
de esa unidad compleja que es nuestro mundo en continuo y
acelerado cambio.
Diversidad, interrelación, multicausalidad e
interdependencia también son los factores que definen la
educación y que no pueden ser obviados; muy al contrario,
necesitan ser comprendidos y aceptados a través de
métodos basados en la cooperación y en la llamada
racionalidad comunicativa.
Lejos de utopismos pedagógicos, la concepción de
paz imperfecta sugiere un modelo de educación para la paz
que apoyándose en la realidad cotidiana, en las vivencias
personales de los actores de la educación intenta
comprender y transformar esa realidad sin tener que esperar que
se haya producido una conciencia
universal tal que la violencia deje de existir. La idea es mucho
más sencilla, se trata simplemente de crear una conciencia
mayoritaria a favor de la paz desde la cotidianidad en el
convencimiento de que "una utopía de hoy es una realidad
mañana". Como decía Gandhi no hay camino para la
paz, la paz es el camino. En ese camino la educación, como
proyecto individual y social, es un instrumento eficaz de
transformación, aunque no es el único. En este
sentido la educación debe ser sostenida por algunos
principios
esenciales:

  • Enseñar y aprender a resolver los conflictos
    de forma noviolenta como estrategia para
    prevenir la violencia y hacer de nuestras relaciones
    humanas una fuente de enriquecimiento personal puesto
    al servicio de la comunidad, especialmente de los más
    vulnerables.
  • Aprender unos valores, verdaderamente significativos,
    construidos colectivamente, como elemento esencial de un
    aprendizaje ciudadano que durante toda la vida potencie, a
    través de una democracia
    cada vez más participativa e igualitaria, nuestra
    responsabilidad solidaria con las generaciones
    presente y futuras.
  • Ser un aprendizaje orientado a la acción en
    distintos ámbitos para conseguir que ese ideal
    compartido de paz, como justicia y
    equidad, constituya un verdadero y permanente proceso a
    través del cual son menos los miembros de la sociedad a
    quienes se niega el ejercicio y disfrute de los derechos
    humanos.

De acuerdo con los principios anteriores puede
establecerse, como se ha auspiciado actualmente por distintos
organismos internacionales y de carácter
regional así como por algunas reformas educativas, los
componentes de un programa de
educación para la paz que se articula alrededor de los
siguientes ámbitos:

  • La educación para la regulación
    pacífica de los conflictos.

Dicha educación debe atender no sólo la
enseñanza y el aprendizaje de
las estrategias de regulación de aquellos conflictos que
se dan en el interior de las instituciones educativas, sino
favorecer espacios de participación y diálogo en
nuestras relaciones sociales para enfrentar adecuadamente los
desafíos como ciudadanos.

  • La educación en valores y el aprendizaje de
    una ciudadanía democrática.

La cultura democrática es la base indispensable
para hacer viable la misma democracia, no como una forma de
gobernar, sino como una forma de vida. Es por ello que esta
educación, cuyos principales beneficiarios son los
jóvenes e indirectamente todos los miembros de la
comunidad educativa, debe promocionar también los valores y
las prácticas democráticas en cada una de las
esferas en los que se ejerce la ciudadanía: familia, medios de
comunicación, instituciones…

  • La educación para la paz y la
    comprensión internacional.

Como resultado de la creciente globalización, la paz entre los
países, a través de la cooperación, la
solución de los conflictos por la vía pacifica de
la negociación y el respeto por el
derecho
internacional, depende en gran medida del grado de
interdependencia y comunidad de intereses socioeconómicos,
geográficos y políticos entre los Estados.
Si esta tesis es
válida, la educación debe también priorizar
la promoción– en los diferentes niveles del
sistema educativo de cada uno de los países- del estudio
de otros pueblos y de otras culturas, incluidas las aportaciones
realizadas para la construcción de la Cultura de
paz.

4. Cultura de paz y
educación: implicaciones mutuas

La educación constituye sin lugar a dudas el
instrumento más valioso para construir la Cultura de Paz,
pero a su vez, los valores que esta inspira deben constituir los
fines y los contenidos básicos de tal educación. Si
la construcción de la cultura de paz a través de
ese "conjunto de valores, actitudes,
tradiciones, comportamientos y estilos de vida" constituye la
clave del potencial creador de la ciudadanía mundial, la
educación es la herramienta que puede configurar y guiar
el desarrollo de
ese potencial, y al mismo tiempo orientarlo
adecuadamente para alcanzar las aspiraciones pacíficas de
la comunidad internacional. Cultura de Paz y educación
mantienen así una interacción constante, porque si
la primera es la que nutre, orienta, guía, marca metas y
horizontes educativos, la segunda es la que posibilita- desde su
perspectiva ética– la
construcción de modelos y
significados culturales nuevos. La educación es
posiblemente el agente más poderoso para el cambio
cultural y para el progreso social pues permite por un lado el
desarrollo integral de la persona y la
concienciación sobre las problemáticas sociales;
así como facilita por otro, la búsqueda y puesta en
práctica de las soluciones adecuadas. Si el derecho humano
a la paz es un derecho síntesis,
la cultura de paz por la misma razón es un concepto
síntesis al sumar las aportaciones culturales de todas las
sociedades a
favor del ejercicio de este derecho. Un ejercicio que de hacerse
efectivo debe asumir acciones coordinadas, interdependientes y
sinérgicas en ocho esferas o ámbitos:

  • Cultura de paz a través de la
    educación
  • Desarrollo económico y social
    sostenible
  • Respeto de todos los derechos
    humanos
  • Igualdad entre hombres y mujeres
  • Participación democrática
  • Comprensión, tolerancia y
    solidaridad
  • Comunicación participativa y libre
    circulación de información y conocimientos
  • Paz y seguridad
    internacionales

La Cultura de Paz, resultado de un largo proceso de
reflexión y de acción no es un concepto abstracto,
sino que fruto de una actividad prolongada a favor de la paz en
distintos periodos históricos y en diferentes contextos,
constituye un elemento dinamizador, abierto a las constantes y
creativas aportaciones que hagamos. La educación en este
proceso ocupa un importante papel pues
gracias a la relación interactiva y sinérgica que
mantiene con la Cultura de paz favorece el desarrollo del resto
de ámbitos donde esta se desarrolla y construye. Es a
través precisamente de la educación que las
sociedades alcanzan mayores cotas de desarrollo
humano, superan los prejuicios y estereotipos que segregan y
separan a unos de otros, se establecen relaciones basadas en la
cooperación y la participación, se aprehende y
comprende el mundo diverso y plural en el que vivimos, se
desarrollan las habilidades y capacidades necesarias para
comunicarse libremente, se fomenta el respeto de los derechos
humanos y se enseñan y aprenden las estrategias para
resolver los conflictos de manera pacífica. Esto conlleva
un cambio en la pertinencia de la educación ofrecida por
los sistemas
educativos actuales. Pertinencia, referida por un lado a su
función
socializadora en cuanto transmisora de los valores propios de la
sociedad y por otro a su capacidad de anticiparse al cambio
satisfaciendo así las necesidades sociales. A estas dos
funciones
(socialización y anticipación al
cambio) se le une, como han comprendido algunos reformadores, la
función humanizadora o pacificadora. Si bien las dos
primeras atienden a las dimensiones tradicionales de la
educación (organización escolar, proceso educativo,
currículo y dimensión social), la tercera
función representa un nuevo paradigma para
los sistemas educativos, pues se trataría de planificar la
educación de manera más compleja atendiendo por un
lado a la exigencia de un aprendizaje ciudadano permanente donde
la transmisión de los conocimientos no es tan importante
como la construcción y difusión de los mismos; y,
por otro lado, el establecimiento de una red entrelazada de
momentos donde se aprende dando respuesta a problemas de
carácter más universal. La función
liberadora o humanizadora exige, por consiguiente, la
concepción de un modelo de educación abierto y
plural, no restringido únicamente a los centros
educativos. De ahí que la Cultura de paz represente para
los sistemas educativos contemporáneos un conjunto de
tensiones:
La Cultura de Paz y Noviolencia exige pasar de un modelo de
educación institucionalizada a un modelo de sociedad
educativa.
La definición de Cultura de Paz establece el modo y los
niveles de análisis de las relaciones entre la
educación y la cultura, incluyendo la dimensión
cultural de un modelo de desarrollo que debe ser compatible tanto
con el derecho humano a la paz como con el derecho a un
desarrollo humano sostenible. Esta relación señala
no sólo las finalidades de la educación sino las
metas de la sociedad. Esta tendencia representa una nueva forma
de entender el concepto de una nueva ciudadanía emergente
caracterizada por una ecuación – pendiente en muchas
sociedades- entre el principio de igualdad y la
cohesión social. Las profundas transformaciones en curso
están produciendo redefiniciones en relación con el
ejercicio de la ciudadanía que van más allá
de su significado tradicional como expresión de un
conjunto de derechos y deberes consagrados por las leyes. Los signos
de la
globalización y la tercera revolución
industrial colocan en el centro del desarrollo los
componentes del conocimiento y la información. Esos
cambios alteran las formas del ejercicio ciudadano y reasignan
nuevas funciones a los sistemas educativos. La educación
puede facilitar el acceso democrático del conocimiento
asegurando la igualdad inmaterial, pero no puede asegurar en el
futuro la igualdad material. En la actualidad, los cambios
acelerados a los que se ve sometida la sociedad evidencian que el
ejercicio ciudadano no remite sólo a disponer de derechos
políticos, civiles y sociales, sino también a
participar en las mismas condiciones que los demás en el
intercambio comunicativo, en el consumo
cultural, en el manejo de la información y en el acceso a
los espacios públicos. Las mismas tendencias que
caracterizan nuestro mundo al comienzo del siglo XXI determinan
cuáles serán los desafíos de la
educación (Braslavsky, 2001): a) La existencia de una
sociedad con dos velocidades y por tanto con dos tipos de
ciudadanos ( los que se benefician de la producción de bienes y
servicios y
los que quedan excluidos) exige garantizar una educación
de una calidad tal que
permita a todos aprovechar los bienes de la sociedad y buscar, al
mismo tiempo, alternativas para que las desigualdades no existan;
b) La presencia de nuevas formas de violencia relacionadas con
este tipo de sociedad emergente, la marginación o la
diversidad cultural impone un modelo educativo capaz de
establecer un diálogo intercultural sincero y gestionar
pacíficamente los conflictos; c) El
conocimiento progresa a gran velocidad y
cambia en su estructura, por lo que la educación no puede
quedar anclada en la transmisión de un conocimiento
desfasado que no es funcional en los momentos actuales; y d) La
democratización de las sociedades exige que la
educación sea más participativa y
democrática, abierta a la comunidad más
próxima. La educación debe preparar al individuo
para el trabajo en
una sociedad no siempre cohesionada, hacerle apto para realizar
su papel de ciudadano y desarrollarle como ser humano, pero es
obvio que en los momentos actuales esta educación no puede
quedarse reducida al marco de los centros educativos, porque los
objetivos de la educación y el proceso educativo que
requieren la sociedad y la propia Cultura de Paz son de tal
complejidad que ninguna institución educativa
podría ser suficiente para realizar aisladamente esta
tarea. La única solución consiste en reestructurar
la sociedad de tal manera que pueda comprometer a todos sus
segmentos y a todas las instituciones en este proceso: medios de
comunicación, administraciones
públicas, asociaciones sindicales, colectivos ciudadanos,
organizaciones
no-gubernamentales… En resumen, no basta con una reforma
educativa amplia que fije la Cultura de paz como prioridad de la
educación, sino que esta labor corresponde al conjunto de
la sociedad. La educación obligatoria puede ser una buena
y sólida base para contribuir a la construcción de
esta cultura, pero la paz como derecho requiere del quehacer
permanente y coordinado de todos los actores sociales. La
tensión está servida entre la realidad presente y
el deseo de un mundo sin fronteras.
La Cultura de paz promueve la concepción de centro docente
como comunidad de aprendizaje.
La eficacia de los
centros educativos constituye el centro de los debates actuales
sobre educación. Dos criterios determinan, entre otros,
tal eficacia. Por un lado, los avances
tecnológicos y la preponderancia del saber en un mundo
globalizado, acompañado de nuevos desafíos y nuevas
desigualdades sociales, exige la apertura de los centros
educativos a la sociedad. Y por otro, los centros deben ser
capaces de organizarse de manera cada vez más
democrática, obteniendo mejores resultados y mayores
niveles de calidad. La cuestión que propone la Cultura de
Paz es saber cómo las escuelas pueden contribuir
más eficazmente en la construcción de esa cultura
basada en los principios de la democracia y de la noviolencia. Si
el objetivo
consiste en formar ciudadanos noviolentos para alcanzar una
sociedad pacífica, los centros educativos deben tener como
meta favorecer una organización cada vez más
participativa y democrática que – por medio de la gestión
noviolenta de las diferencias y de los conflictos que en ella se
producen- alcance en mayor grado sus objetivos a través de
la cooperación de todos sus miembros. Y esto porque los
centros educativos, al igual que prácticamente todas las
organizaciones sociales, son espacios caracterizados por la
existencia constante de conflictos (Ball, 1989); pero el conflicto
entre los distintos miembros de la comunidad educativa no
sólo es un hecho inevitable de su vida organizativa, sino
que puede y debe ser considerado también como un proceso
mediante el cual el propio centro crece y se desarrolla.
Comprender y resolver los conflictos en los centros educativos es
un rasgo esencial de su propia organización
democrática basada en el respeto mutuo, en la diversidad y
en el pluralismo. Los estudios recientes constatan que: a) los
centros educativos más abiertos y democráticos
favorecen los niveles democráticos de la sociedad
(Ehman,1980); b) los métodos pedagógicos y
cooperativos disminuyen los conflictos étnicos y favorecen
la comprensión entre las diferentes culturas (Lynch,1991);
c) las prácticas educativas democráticas responden
mejor a las necesidades de aprendizaje del alumnado (Dimmock,
1995); y d) los centros, en definitiva, que favorecen a su
alumnado experiencias democráticas desarrollando en el
aula y en la escuela las
competencias,
los valores y los comportamientos democráticos
contribuyen, mejor que otros centros, a la instauración de
una cultura de paz y noviolencia (Harber, 1997). Pero esto no es
suficiente, la educación impartida en los centros docentes
no está aislada del resto de moldeamientos educativos que
la sociedad ofrece. Es pues necesario pasar de un modelo centrado
únicamente en la relación tradicional entre
profesorado y alumnado en el espacio cerrado de las
organizaciones escolares, a un modelo abierto a la comunidad.
Pasar de los centros educativos a las comunidades de aprendizaje.
Esto representa dos retos: el primero de ellos referido al centro
educativo como espacio comunitario para la realización de
otras actividades educativas complementarias organizadas,
coordinadas o dirigidas por y para la comunidad; la
inclusión en el currículo y en los proyectos
educativos de actividades en colaboración con la
comunidad; o utilizando de manera sistemática los recursos que la
comunidad ofrece al centro. El segundo reto obedece a la
exigencia de la propia construcción de la Cultura de Paz
de diseñar proyectos educativos integrales,
participativos y permanentes basados en la actuación
conjunta de todos los componentes de la comunidad educativa y de
amplios sectores de la sociedad.
La Cultura de paz tensiona la organización escolar y el
propio currículo
Fomentar los valores universales compartidos y los
comportamientos en que se basa la Cultura de paz es una finalidad
educativa que supone el aprendizaje de una ciudadanía
capaz de manejar situaciones difíciles e inciertas desde
la autonomía y la responsabilidad individual.
Responsabilidad, por otro lado, unida al reconocimiento del
valor del
compromiso cívico, de la asociación con los
demás para resolver los problemas y trabajar por una
comunidad justa, pacífica y democrática. Pero como
sabemos esta finalidad es una quimera cuando las sociedades no
son capaces de satisfacer las necesidades básicas de sus
ciudadanos. La Cultura de paz tensiona tanto a la
educación como a la sociedad al tratar de capacitar a los
individuos para hacer elecciones y actuar no sólo en
función de las condiciones sociales, económicas o
políticas del presente, sino en
relación con la visión del futuro al que aspiran.
Dicha tensión obliga no sólo a repensar la
organización escolar para alcanzar mayores niveles de
participación democrática, sino que exige que estos
mismos niveles estén presentes en la sociedad.
Durante mucho tiempo, la institución escolar, nacida bajo
la inspiración de la
Ilustración, se limitó casi exclusivamente a
transmitir los saberes científicos o técnicos que
los ciudadanos necesitan para desempeñar las funciones
demandadas por la sociedad. Esto supuso considerar que el saber
académico correcto tenía que proceder de los
conocimientos científicos, organizado a través de
las diferentes materias o disciplinas. Pero en la actualidad, los
cambios que se están produciendo en el mundo de la ciencia,
del conocimiento y de la información ha dejado de alentar
la ilusión de poseer verdades absolutas y una neutralidad
discutible, cuestionada por una visión holística de
la realidad e impone un nuevo enfoque curricular en el que la
dimensión transversal constituye una de sus mejores
innovaciones, encaminada a corregir algunos de los efectos
perversos que hemos heredado de la cultura tradicional. Uno de
los cuales ha sido, sin duda, que ese tipo de enseñanza
tradicional no prepara al alumnado para convertirse en ciudadanos
de pleno derecho en una sociedad democrática, al no
permitirles el acceso de conocimientos precisos sobre la
problemática social del momento, desarrollar su propia
autonomía moral,
construir su propio conocimiento y participar en la
solución de los graves problemas que afectan a la
humanidad. Por otro lado, ni la ciencia ni la
educación han sido nunca neutrales. Por eso, la escuela no
puede permanecer al margen de las nuevas corrientes que imperan
en el campo de la Filosofía de la Ciencia, según
las cuales las teorías
científicas no serían sino modelos explicativos
parciales y provisionales de determinados aspectos de la realidad
en un determinado contexto histórico, social y cultural.
Como señala Montserrat Moreno (1993): "La temática
de los temas transversales proporciona el puente de unión
entre lo científico y lo cotidiano, a condición de
proponer como finalidad las temáticas que plantean y como
medios las materias curriculares, las cuales cobran así la
calidad de instrumentos cuyo uso y dominio conduce a
obtener unos resultados claramente perceptibles".
La educación tiene la finalidad de contribuir a
desarrollar en los alumnos y alumnas aquellas capacidades que se
consideran necesarias para desenvolverse como ciudadanos con
plenos derechos y deberes en la sociedad en la que viven.
Capacidades que tienen que ver no sólo con los
conocimientos que aportan las diversas materias curriculares o
disciplinas, sino también con ciertas cuestiones de una
gran trascendencia en la época actual sobre las cuales las
sociedades reclaman una atención prioritaria. La educación,
por consiguiente, debe posibilitar que el alumnado llegue a
entender esos problemas cruciales- de los que se hace eco la
comunidad internacional- y a elaborar un juicio crítico
respecto a ellos, siendo capaces de adoptar actitudes y
comportamientos basados en valores, racional y libremente
asumidos. Esta reflexión es la que ha llevado a emprender
en numerosos países reformas educativas que comparten el
mismo enfoque curricular y en las que el concepto de
"transversalidad", aunque con diferencias, constituye uno de sus
más importantes rasgos, introduciendo nuevos contenidos
curriculares, pero sobre todo reconstruyendo y reformulando los
existentes desde un nuevo enfoque integrador e interdisciplinar.
La transversalidad es, sin lugar a dudas, uno de los elementos
más innovadores de las actuales reformas educativas y el
elemento básico de la llamada Educación Global
sostenida por los siguientes ejes: "la globalización de la
cultura, la educación integral de la persona, la
organización democrática de la escuela y el
compromiso de la educación con la problemática
socio-natural" (Yus, 1997). Esto significa que los
currículos deben admitir la tensión que la
transversalidad genera en los programas
escolares, tanto en su metodología como en sus contenidos, desde
la perspectiva de la Cultura de Paz. Ante la complejidad y
globalidad de las problemáticas mundiales, la
educación deba ser una educación global que supere
también la noción de una transversalidad simple,
entendida como la presencia en cada una de las áreas de
conocimiento de contenidos que atraviesan el currículo.
Como expresa Travé González (1999): "Superar la
disciplinariedad y la transversalidad simple por planteamientos
transdisciplinares, no solamente representa, en síntesis,
adoptar una forma más o menos novedosa de organizar el
conocimiento escolar ni de formular otro tipo de alternativa
metodológica. Supone, por el contrario, asumir propuestas
críticas de intervención que permitan modificar las
viejas estructuras
epistemológicas y didácticas, propuestas que partan
de la educación como hecho global e integrador capaz de
contribuir, desde la lógica
del alumno que aprende, a explicar en definitiva la realidad de
la sociedad actual en toda su complejidad y en toda su
diversidad".

Fundamentos de la Cultura de Paz y Noviolencia en
educación
Instrumentos normativos: Recomendación sobre la
educación para la comprensión, la
cooperación y la paz internacionales y la educación
relativa a los derechos humanos y las libertades fundamentales;
Plan de
Acción Mundial sobre Educación para los Derechos
Humanos y la Democracia; Declaración y Programa de
Acción de Viena de la Conferencia
Mundial de Derechos Humanos; Declaración y Plan de
Acción Integrado sobre Educación para la Paz, los
Derechos Humanos, la Democracia y la Tolerancia; Plan de
Acción para el Decenio de las Naciones Unidas
para la educación en la esfera de los Derechos Humanos;
Declaración y Plataforma de Acción de Beijing;
Declaración y Programa de Acción sobre una Cultura
de Paz.
Bases jurídicas: Resoluciones de Naciones Unidas y de
UNESCO; Disposiciones constitucionales y legislativas de los
Estados que reconocen el derecho humano a la paz y establecen los
principios de derechos humanos y la paz como finalidades
básicas del derecho a la educación.
Contribución intelectual y pedagógica: Manifiesto
de Sevilla sobre la violencia; Congreso de Yamusukro; Proyecto
transdisciplinario "Hacia una Cultura de Paz" de UNESCO;
Reunión sobre Educación para una Cultura de Paz de
Río de Janeiro; Declaraciones a favor de la Cultura de Paz
realizadas en diversos foros sociales en todo el mundo; Planes y
Programas de acción a favor de la Cultura de Paz
realizadas por diversos Ministerios de educación en todos
los continentes; Plan Andaluz de Educación para la Cultura
de Paz y Noviolencia de la Consejería de Educación
y Ciencia…..

5. Bibliografía

BALL, Stephen (1989): La micropolítica de la
escuela. Hacia una teoría
de la organización escolar, Piados/ MEC, Barcelona.
BRASLAVSKY, Cecilia (2001): Los desafíos de la
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CRANSTON, Maurice W (1978): Paz y convicciones, Ediciones
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DIMMOCK, C (1995): Building democracy in a school setting: the
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GALTUNG, Johan (1985): Sobre la paz, Editorial Fontamara,
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basado en la educación global, en la revista
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37, Díada, Sevilla.
YUS, Rafael (1997): Hacia una educación global desde la
transversalidad, Alauda/ Anaya, Madrid.

 

 

 

 

Autor:

José Tuvilla Rayo

Coordinador del Plan Andaluz de Educación para la Cultura
de Paz y Noviolencia
Consejería de Educación y Ciencia- Junta de
Andalucía.

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