La convivencia en los centros educativos desde la mirada de la cultura de paz
Indice
1.
Introducción
2. Algunos apuntes sobre la violencia y su
prevención
3. Cultura de paz y
resolución no violenta de los
conflictos
4. Escuelas pacíficas,
resolución de conflictos y mediación
escolar
5.
Conclusión
Mucho se ha escrito últimamente sobre el
fenómeno de la violencia y
las posibles formas de abordarla. Sin embargo su permanencia y
evolución en nuestras sociedades nos
exige, conocidas sus causas, enfoques globales que posibiliten
soluciones
certeras. Desde esta perspectiva quisiera compartir algunas ideas
que permitan conocer algunos elementos de análisis de un fenómeno complejo que
precisa de intervenciones coordinadas. Y desearía hacer
esta aproximación- asumido el riesgo de caer en
la imprecisión y desviándome del contenido y objeto
de esta ponencia – desde el paradigma de
la Cultura de Paz que orienta desde una dimensión
holística cómo entendemos de manera socio
crítica la cultura y cómo podemos abordar los
conflictos que
se dan en nuestras sociedades. En la actualidad la Cultura de Paz
supone todo un reto tanto para las sociedades en todos los
continentes como, en concreto, para
los sistemas
educativos, pues su construcción significa, en última
instancia, el reconocimiento de un conjunto de problemas
mundiales y la necesidad imperiosa de darles solución
desde la formación de una ciudadanía capaz de
enfrentar positivamente los retos del próximo siglo.
Si bien la paz es un deseo y aspiración que nadie discute,
en los momentos actuales, necesita más que de buenos
propósitos de la convicción y de la voluntad de
construcción efectiva a través de una cultura, la
cultura de la paz, en la que la educación en su
concepto
amplio es su clave esencial. Pero encontrar fórmulas
correctas que reorienten la agresividad y el nivel de violencia
actual significa, en primer lugar, no sólo conocer la
situación exacta del fenómeno y sus consecuencias
para favorecer un grado óptimo de cohesión social
sino también ser conscientes de los desafíos de la
edificación de la paz en un contexto internacional
dominado por la mundialización de la economía y por el
ejercicio sistemático, en muchas partes de nuestro
planeta, de la violencia como solución de los
conflictos.
La paz como derecho humano necesita de una definición que
articule y oriente la acción. Pero la paz es un concepto
complejo y dinámico que en el terreno social o educativo
ha dado lugar a numerosas interpretaciones. Definir una
concepción amplia de resolución no violenta de los
conflictos es el contenido que abordaremos en este
artículo y que orientará algunas líneas
generales de intervención de la violencia en el
ámbito educativo.
Hacer de la educación (formal e
informal) una herramienta de comunicación viva, de aprendizaje
solidario, con crítica constructiva y pensamiento
abierto, capaz de suscitar transformaciones sociales a
través de la participación responsable de la
ciudadanía que sabe afrontar los conflictos de manera
pacífica es una de las finalidades de esa acción
integrada que la paz, los derechos humanos
y la democracia,
tiene en el plano educativo y social. Y sin duda que constituye
uno de los principales antídotos contra la violencia desde
la perspectiva de las llamadas escuelas
pacíficas.
2. Algunos apuntes sobre la
violencia y su prevención
La violencia se caracteriza tanto por su complejidad
como por su multitud de rasgos o elementos constitutivos lo que
impide tanto una definición exacta del fenómeno
como el examen de medidas correctas orientadas a su control y
prevención. No hay una, sino muchas variedades de
violencia y es aquí donde se encuentra uno de los
obstáculos para definirla. Las definiciones de uso
más extendido incorporan las dimensiones intencionales de
la conducta humana
infligiendo daño físico o psicológico e
incluyen un amplio abanico de tipologías. Si bien es
cierto que ante el fenómeno de la violencia se han
ensayado numerosas fórmulas de solución, por el
propio carácter
multifacético del mismo, no es razonable reducir el campo
de la acción de control sólo a las expresiones
tipificadas en los códigos legales sino que se hace
necesario adoptar nuevas visiones del problema desde un paradigma
humanista o integrador desde la acción preventiva. Esto
nos lleva a considerar no sólo el examen de conductas
desviadas y expresiones de la violencia directa, sino
también otros tipos de violencia menos visibles como la
violencia estructural o la violencia cultural. Para Galtung " la
violencia está presente cuando los seres humanos se ven
influidos de tal manera que sus realizaciones afectivas,
somáticas y mentales, están por debajo de sus
realizaciones potenciales". La violencia así entendida
encierra varias distinciones: violencia física y
psicológica, deliberada y no deliberada, manifiesta o
latente, personal o
estructural… Esto implica que la comprensión de la
violencia social o de la violencia juvenil requiere junto a una
buena definición de las mismas el auxilio en su estudio de
diversas disciplinas (etología, ciencias
biológicas, sicología, sociología, ciencias políticas,
criminología…) y la adopción
de enfoques tanto punitivos como preventivos. Existen
vínculos causales entre los distintos tipos de violencia.
Violencia que, por otro lado, se aprende en diferentes contextos
donde en muchas ocasiones se ejercen conductas violentas que son
aceptadas social y culturalmente como legítimas.
Si bien la violencia como fenómeno complejo comprende
diferentes definiciones, también no tiene una, sino
múltiples causas por lo que exige soluciones variadas y
contextualizadas que atiendan los numerosos factores asociados a
la misma. Este es uno de los principales desafíos de la
lucha contra la violencia tanto desde las acciones
normativas o de choque como desde los programas
preventivos. Es necesario pues que la búsqueda de
soluciones comience con un análisis tanto de los factores
que la promueven (factores de riesgo), como de los factores que
la inhiben (factores de protección). Esto nos lleva a una
primera conclusión: Mientras más sean los factores
de riesgo presentes en una situación dada, mayor
será la probabilidad de
que la violencia se manifieste, por lo que es imprescindible
reducir estos factores y aumentar los factores de
protección. Las acciones de control y de
prevención, por tanto, deben orientarse a estos dos tipos
de factores y en los ámbitos o niveles en los que operan:
individual, familiar y social. Por otro lado también deben
considerar desde la temporalidad aquellos otros factores
(predisposiciones biológicas y antecedentes sociales,
características situacionales y
acontecimientos desencadenantes) asociados a la violencia.
Los estudios referidos a la violencia social están de
acuerdo en considerar que junto a las formas de violencia
tradicional relacionadas con una "cultura fronteriza" vinculada a
los problemas de pobreza,
desestructuración social o marginación conviven
otras nuevas formas de violencia surgidas de los acelerados
cambios que sufren nuestras sociedades actuales. De igual modo,
abordar la cuestión de la violencia juvenil pasa
necesariamente por una nueva lectura de la
juventud que
abandone la idea de categorizarla de forma uniforme, pues existen
diferentes tipos de jóvenes. Jóvenes de hoy que no
tienen las mismas características que los jóvenes
de la generación anterior. Por otro lado, el
fenómeno de la violencia juvenil, según la
abundante literatura existente en
diversos campos, atestigua que es un problema antiguo y que bajo
la denominación de la violencia juvenil se incluyen
diversas modalidades de la violencia que exigen una
clarificación conceptual que alumbre medidas que respondan
a esa diversidad de realidades.
En la actualidad, la violencia escolar
se ha convertido en una de las preocupaciones mayores de todas
las sociedades. Lejos de considerar este mal social como un
fenómeno inevitable frente al cual la sociedad, y en
concreto las instituciones
educativas, no tienen más que responder con medidas duras
de choque para reducir sus efectos, existe abundante literatura
que se orienta hacia la prevención como una de las mejores
formas de solución centrándose no sólo y
únicamente en las consecuencias del fenómeno, sino
sobretodo en sus causas. Sin duda que para alcanzar resultados
duraderos toda acción preventiva debe fundarse en una
perspectiva ecológica que sea a la vez global y
sistémica: comenzar en la familia,
continuar en los centros docentes y estar apoyada por acciones en
el ámbito socio-comunitario. Es evidente la influencia
recíproca entre el individuo y la colectividad lo que
exige y permite el abordaje de la violencia en varios
ámbitos al mismo tiempo y en un
mismo contexto. Esta perspectiva o enfoque se basa en la
ecuación antes mencionada que permite analizar una
situación reduciendo su grado de violencia aumentando los
factores de protección como: una percepción
positiva de sí mismo a través del desarrollo de
la autoestima; la
adquisición de aquellas competencias
sociales como la capacidad de pedir ayuda y reaccionar con
energía ante las diferentes manifestaciones de violencia;
alcanzar un nivel de concienciación adecuado respecto a
las diferentes formas o expresiones de la violencia; y adquirir
habilidades y aptitudes que favorezcan el apoyo o auxilio entre
víctimas y agresores. A estos factores se añaden
las habilidades de las familias para abordar y resolver
positivamente los conflictos y la mejora de la cultura y del
clima de las
instituciones educativas.
Son muchas y variadas las experiencias y estrategias de
prevención basadas en este enfoque. Así por
ejemplo, entre las estrategias propuestas en el Estado de
Nueva York orientadas a contrarrestar los factores de riesgo se
encuentra la mejora de la salud mental de
los individuos propensos a realizar actos violentos; el refuerzo
de los vínculos personales ("bonding") establecidos a
través de lazos afectivos y emocionales positivos con
familiares, docentes y adultos; y la información y concienciación de los
adultos, especialmente de los docentes que están obligados
a servir de modelo y
ejemplo de conducta para el
alumnado. Existe acuerdo en considerar como básicos tres
ámbitos de actuación:
- Individual: los jóvenes necesitan apoyo y
muestra de
interés por su desarrollo
personal por parte de los adultos y del personal de las
instituciones, así como posibilidades de
participación en la vida social; - Familiar: en el seno de la familia es
donde los jóvenes aprenden la violencia y se requiere,
por consiguiente, de un refuerzo educativo dirigido
especialmente a los progenitores; - Escolar: la creación de un ambiente
escolar seguro que
demuestre respeto, un
grado óptimo de confianza basada en la
comunicación y en la responsabilidad mutua hacia todos los miembros
de la comunidad
educativa es una exigencia que debe ser acompañada por
medidas que faciliten a los jóvenes las herramientas
necesarias para manejar los conflictos de manera positiva a
través de programas específicos y la
incorporación de figuras como el mediador escolar. Por
otro lado, es muy importante que las normas de
convivencia sean conocidas por todos los miembros de la
comunidad educativa y que las medidas adoptadas para sancionar
un acto violento cumplan todas las garantías de derecho
y se ejecuten de manera consistente, firme y justa.
La ausencia de violencia en la escuela no se
alcanza si no es a través del trabajo serio de todos los
equipos docentes sostenidos por la coherencia, el principio de
no-discriminación y por la solidaridad. En
ocasiones, la propia organización escolar con su singular
cultura genera un tipo de violencia estructural que deteriora las
relaciones
humanas, impone arbitrariamente los criterios y la autoridad de
un sector de sus miembros sobre el resto y facilita – con su
inhibición y apatía – que se instale el
desánimo y las actitudes
violentas como única forma de resolver los conflictos. De
este modo, los conflictos no resueltos y las conductas violentas
que ocurrían anteriormente en los espacios no visibles de
las escuelas alcanzan su poder tangible
y dominante en el interior de unas instituciones caracterizadas
por una actitud
organizativa normativa, individualista y punitiva acostumbrada a
no prestar la menor atención a los casos violentos, a dejar la
responsabilidad de su tratamiento, de manera aislada e
individual, a algunos de sus miembros o, en el mejor de los
casos, a aislar el problema sancionando de manera consistente y
no siempre imparcial y oportuna.
La violencia es un síntoma. Y como tal debe ser
aprovechado para conocer con detenimiento las cosas que no
funcionan bien, tanto en la sociedad como en el seno de las
escuelas. Sin duda que para prevenir la violencia es necesario en
primer lugar admitir su existencia, no como algo uniforme sino
complejo, diverso y contextualizado. Después han de
buscarse las causas de los actos violentos, teniendo en cuenta
que no existen personas tipo. La violencia no es más que
el acto visible de una escalada conflictiva que no se ha resuelto
satisfactoriamente a través de todo un proceso de
relaciones, de satisfacciones o negaciones de necesidades
humanas, donde intervienen directa e indirectamente personas y
donde la confrontación de intereses genera un
cúmulo de problemas.
Es necesario cambiar la mentalidad que considera que en la
escuela es el resultado o producto lo
que cuenta, es decir la transmisión única de
conocimientos. Esta idea ignora las diferencias individuales, el
ritmo y los estilos de aprendizaje y atenta contra el principio
básico que sostiene el derecho a la educación cuya
meta es el desarrollo integral de la persona para bien
de sí mismo y de la sociedad. Dos pistas orientan toda
estrategia
preventiva: el alumnado construye su motivación
escolar a partir de sus experiencias, sus éxitos
académicos y sus intercambios o vínculos
emocionales; y la mejora de los comportamientos de los
jóvenes pasa necesariamente por el incremento favorable de
las relaciones entre centro docente y familia y por la
instauración de escuelas eficaces y pacíficas.
Algunos conceptos clave orientan los métodos
más innovadores empleados en los proyectos de
prevención, combinando las técnicas
actuales de reducción de los prejuicios y todo tipo de
discriminación con aquellas otras propias de la
prevención contra la violencia y parten de la evidencia de
que la violencia y la intolerancia son actitudes y conductas que
se aprenden. Estas claves son, entre otras: la
intervención temprana, el desarrollo de la sensibilidad
ante tales fenómenos, la concienciación y
apreciación de las diferencias como elemento de
enriquecimiento personal y grupal, el aprendizaje
cooperativo, el desarrollo del pensamiento crítico, la
comprensión de las diferentes perspectivas de abordaje del
problema, la comprensión del papel que
desempeñan los medios de
comunicación, la importancia de la interacción,
la consideración de la desigualdad institucionalizada y la
importancia de alcanzar una responsabilidad
social coordinada a través de un aprendizaje social
basado en el diálogo y
la participación democrática.
Respecto al papel desempeñado por los medios de
comunicación, hoy existe, pese a la controversia que
el tema genera, evidencia del impacto que estos medios ejercen
sobre el comportamiento. Existen abundantes y
sólidas investigaciones
en torno a los
efectos de los contenidos violentos en estos medios. Aunque en
algunos momentos se supuso que contemplar imágenes
violentas podría incluso reducir las conductas agresivas,
abundan las hipótesis contrarias donde los resultados
de las investigaciones sugieren que la exposición
a mensajes violentos desensibilizan ante la violencia y promueven
el aprendizaje de conductas agresivas como medio para regular los
conflictos. Esta constatación ha sido objeto de numerosos
estudios en diversos encuentros sobre violencia y medios de
comunicación, con el concurso de expertos, cineastas y
políticos para estudiar cómo influye la violencia
que se difunde a través del cine y
la
televisión en los niños y
jóvenes. Entre las conclusiones de dichos encuentros
destacan que los medios de comunicación, y más en
concreto la televisión, es preocupantemente violenta, y
que un modo de aprender un comportamiento es observarlo, por lo
que la violencia exhibida por los medios de comunicación
audiovisual contribuye a la aparición de efectos
perjudiciales en los espectadores aunque no implica aseverar que
la violencia de los medios de comunicación es la causa
principal o única de la violencia del mundo real.
Asimismo, se señala que la representación violenta
más peligrosa, sobre todo en los niños y los
adolescentes,
es la que está embellecida, tal y como aparece en muchos
programas televisivos, especialmente en los dibujos
animados. A esto hay que añadir las trampas de las
nuevas
tecnologías, los juegos por
ordenador y los videojuegos.
En gran número de países los programas donde
aparecen actos violentos ocupan la mayor parte del tiempo de
televisión tal y como revela la lectura del
informe publicado
en 1990 por la UNESCO donde leemos: "Un estudio completo que se
centró específicamente en las percepciones de la
violencia en la televisión por parte de los niños
llegó a la conclusión de que cuanto más la
contemplan, menos perciben la violencia, más disfrutan de
los programas y más aprueban el comportamiento violento
que ven en la pantalla".
Coincidiendo con lo anterior hay que señalar que
según Piaget la
conciencia y la
percepción no consisten en una captación pasiva de
la realidad. El desarrollo de la percepción y de la
conciencia implica una asimilación activa y paulatina de
los fenómenos de nuestro entorno. Los objetos y su
significado potencial, traducidos en valores,
sólo pueden ser captados en la medida en que una persona
tiene a su disposición categorías de experiencias o
modelos de
conducta que le permiten una clasificación adecuada para
su interiorización. Gracias al proceso asimilativo de
identificación, el niño adquiere nuevas estructuras
internas y se reconstituye a sí mismo. Al mismo tiempo,
asimila información y adquiere, a través de esta
ósmosis inconsciente de las características,
sentimientos, etc. del "yo y el otro", una especie de "conocimiento"
del otro.
Habría que preguntarse después de los intentos
fallidos de las diferentes "directivas" para proteger a la
infancia de la
violencia emitida por la televisión hasta dónde son
conciliables la conciencia cívica y la conciencia política de las
instituciones. En este sentido hay que recordar las palabras de
Umberto Eco cuando escribía que: "La civilización
democrática se salvará únicamente si hace
del lenguaje de la
imagen una
provocación a la reflexión crítica, no una
invitación a la hipnosis".
Los medios de comunicación, especialmente la
televisión transmiten a través de sus series y
películas una visión del mundo específica y
concreta en la que los actores, mensajes e imágenes
representan una forma particular de dar respuesta a los
conflictos. De esta manera la percepción que se adquiere
del mundo real está basada en un conjunto de
imágenes distorsionadas y estereotipadas que van
conformando un mundo violento y una cultura de la violencia. Como
se dice en las conclusiones del informe de UNESCO, antes
mencionado, lo que hay que preguntarse no es solamente si la
violencia en los medios de comunicación puede causar un
tipo específico de conducta sino cuál será
la influencia posible de la contemplación de la
información y los programas de los medios de
comunicación, repletos de actos violentos sobre los
diferentes modelos de pensamiento o acción.
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