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Cámpora al Gobierno




Enviado por gustavoolmedo



    Indice:
    Introducción
    Cámpora al gobierno
    Hacia las elecciones
    El triunfo del FREJULI
    El 25 de mayo
    Los días de Cámpora
    El retorno
    Interregno y elecciones
    La noche del 25 de mayo de 1973
    La renuncia de Cámpora
    Días de esperanzas
    Discurso de Perón del 21 de junio de
    1973


    Introducción

    El 17 de noviembre de 1972 Perón
    llegó a la Argentina; su
    domicilio en la calle Gaspar Campos, en Vicente López,
    atrajo multitudes. Antes de regresar a Madrid, anunció la
    fórmula que el FREJULI llevaría a los comicios del
    11 de marzo: Cámpora-Solano Lima. La campaña
    electoral se hizo con el lema "Cámpora al gobierno,
    Perón
    al poder". Las
    urnas dieron amplia mayoría al FREJULI, cuya
    heterogénea composición provocó la lucha
    entre el ala izquierda y el ala derecha del peronismo.
    Perón regresó al país definitivamente el 20
    de junio, pero los choques entre los que fueron a recibirlo
    terminaron en una matanza. Cámpora renunció el 13
    de julio y, después de un breve interregno de Raúl
    Lastiri, la fórmula Perón-Perón se impuso
    abrumadoramente el 23 de septiembre.

     

    Cámpora al
    gobierno

    Hay imágenes
    que quedan fijadas en la memoria
    colectiva como referencias inamovibles de ciertos hechos
    históricos. La fotografía
    de José Rucci amparando con un paraguas a Perón al
    pie de la escalerilla del Giuseppe Verdi que lo
    traía desde Roma, es una de
    ellas. Ese 17 de noviembre de 1972 se concretaba lo que desde
    1955 había sido un sueño para millones de
    argentinos. Y con el retomo de Perón comenzaba la
    última etapa de la Revolución
    Argentina, el
    movimiento que
    en el año 1966 no se había prometido plazos sino
    más bien objetivos, y
    que ahora, después de remover tres presidentes,
    debía apurar los plazos para transferir el poder sin
    haber cumplido ninguno de sus objetivos.

    Hacia las
    elecciones

    Un formidable dispositivo de seguridad
    impidió que muchos miles de partidarios de Perón se
    acercaran a Ezeiza, pero en los días que siguieron el
    desfile popular frente a la residencia de la calle Gaspar Campos
    fue incesante. De día y de noche era permanente
    allí la presencia juvenil, cuyas consignas y
    cánticos al principio divirtieron pero luego fatigaron a
    su principal ocupante, instalado allí junto con
    -Isabelita» y López Rega. Durante el mes escaso que
    duró la permanencia de Perón en la Argentina la
    residencia de Vicente López fue la verdadera casa de
    gobierno.
    Allí se entrevistó el líder
    justicialista con los principales jefes opositores, entre ellos
    Balbín; allí impartió sus directivas para
    llegar a diversos acuerdos internos y externos.

    El 21 de noviembre se concretó el más
    importante en el restaurante Niño.
    Prácticamente todos los partidos estuvieron presentes en
    la reunión, presidida por Perón. Aunque el acuerdo
    en el que todos coincidieron era vago y casi puramente
    retórico, la capacidad de convocatoria del Jefe
    justicialista quedaba demostrada acabadamente, como asimismo
    quedaba demostrado el aislamiento que cercaba a Lanusse: en
    cierto modo, el Gran Acuerdo Nacional lo había logrado
    Perón y no el presidente… Además, se ratificaba
    la vocación electoral del país entero. Aunque
    Lanusse había prometido entregar el poder el 25 de mayo de
    1973, las elecciones aparecían ahora como una exigencia de
    las fuerzas cívicas y no como una concesión del
    poder. «Las elecciones son imprescindibles, porque sin
    ellas no hay ninguna solución estable y porque la
    exigencia de un gobierno fuerte como el que el país
    necesita sólo surge del vigor incontenible de la democracia que
    sólo genera el sufragio», decía La
    Nación
    del 23 de noviembre y agregaba que el gobierno
    «se vio obligado a seguir la dinámica del proceso que
    él mismo había desencadenado".

    En efecto, los partidos se preparaban para la contienda
    electoral. En noviembre la UCR había consagrado la
    fórmula Ricardo Balbín-Eduardo Gamond,
    después de una lucha interna donde la precandidatura de
    Raúl Alfonsín demostró una inesperada
    importancia. La Alianza Popular Revolucionaria proclamó a
    Oscar Alende y Horacio Sueldo, vinculando así al Partido
    Intransigente con una fracción de la democracia
    cristiana. La Alianza Popular Federalista proclamó
    candidatos a Francisco Manrique y Rafael Martínez
    Raymonda, en una conjunción de fuerzas independientes y
    partidos locales con el Partido Demócrata Progresista. Dos
    fracciones del antiguo socialismo
    levantaron los nombres antagónicos de Américo
    Ghioidi y Juan Carlos Coral. A la vez, un grupo de
    partidos provinciales concretó la candidatura del
    brigadier Ezequiel Martínez, con Leopoldo Bravo en segundo
    término. La corriente liberal que acompañaba a
    Alvaro Alsogaray, llamada entonces Partido Cívico
    Independiente, designó candidato a Julio Chamizo, y el
    Frente de la Izquierda Popular, hizo lo propio con Jorge Abelardo
    Ramos.

    En cuanto al peronismo, el MID
    (Movimiento de
    Integración y Desarrollo,
    orientado por A. Frondizi y R. Frigerio), el Partido Conservador
    Popular y otras fuerzas menores combinadas en el Frente
    Cívico de Liberación Nacional (FRE-CILINA), antes
    de partir de regreso a Madrid Perón dejó dos
    indicaciones. En primer lugar, se cambiaría el nombre de
    la alianza, que ahora pasaba a llamarse Frente Justicialista de
    Liberación (FREJULI). Además, quedaba designada la
    fórmula que sostendría en los comicios:

    Héctor J. Cámpora y Vicente Solano Lima.
    El candidato presidencial, de opaca actuación durante las
    presidencias de Perón, había sido su delegado
    personal en
    los últimos años y era respaldado por la juventud
    peronista; en cuanto a Lima, su candidatura vicepresidencial era
    la culminación de su antigua posición de
    entendimiento con el peronismo.

    La multiplicidad de fórmulas no podía
    ocultar, por otra parte, que la polarización se
    daría entre la UCR y el FREJULI. En este juego, el
    gobierno de Lanusse quedaba totalmente descolocado: la
    única alternativa política que contaba
    con su simpatía, la del brigadier Martínez, no
    tenía la menor posibilidad en las urnas.

    El triunfo del
    FREJULI

    Entre rumores de que no habría elecciones y
    enérgicos desmentidos del gobierno ratificando su voluntad
    de entregar el poder al ganador; entre actos de violencia que
    el ERP y los
    Montoneros seguían produciendo, y discursos de
    los candidatos fre-julistas caracterizados por reiteradas
    consagraciones a Perón, se deslizaban las semanas previas
    a los comicios. El 30 de enero Mor Roig anunció que la
    Junta de Comandantes había establecido cinco puntos para
    el futuro. Se exigía a los triunfadores que acataran la
    Constitución, que aseguraran la independencia
    del Poder Judicial,
    que descartaran amnistías indiscriminadas y que
    compartieran con las Fuerzas Armadas las responsabilidades sobre
    seguridad interna
    y externa. Los cinco puntos expresaban los temores de las
    cúpulas militares de que los sectores más extremos
    del peronismo se apoderaran del poder real, como parecía
    predecirlo el tono de la campaña. Montoneros copaba los
    actos peronistas y en todos lados reiteraban su sombría
    jactancia: "Duro, duro, duro, / éstos son los montoneros
    que mataron a Aramburu"; coreaban que Cámpora iría
    al gobierno pero que Perón ejercería el poder;
    prometían vengar a -los mártires de Trelew". Los
    hechos iban a demostrar que "los cinco puntos" evitarían
    los sucesos posteriores a la transferencia del poder.

    Por fin, el 11 de marzo de 1973 se efectuaron los
    comicios. En las últimas semanas la sensación de
    triunfo del FREJULI se había acentuado y la única
    incógnita era si lograse en la primera vuelta el 50% de
    los sufragios. Cámpora-Lima obtuvieron el 49,6 por ciento
    de los votos, prácticamente la mitad del electorado;
    Balbín fue apoyado por el 21,3 por ciento; Manrique hizo
    una gran elección, al reunir casi el quince, mientras que
    Alende obtuvo el 7 por ciento. "Reconozco en usted al hombre que ha
    elegido la democracia argentina-, se apresuró a decir
    Balbín a su adversario. «Trabajaremos juntos por la
    reconstrucción nacional», le respondió
    Cámpora. La UCR decidió no presentarse a una
    segunda vuelta en el orden nacional, por considerarlo
    innecesario; en cambio, se
    celebrarían comicios en la Capital
    Federal y trece provincias para decidir situaciones sobre las que
    no había recaído hasta el momento un
    pronunciamiento electoral tan neto. El 3 de abril se reiteraron
    los triunfos del FREJULI, menos en la Capital
    Federal, donde Femando de la Rúa, radical, ganó la
    senaduría al ultra nacionalista del FREJULI, Marcelo
    Sánchez Serondo.

    Entre el 25 de marzo y el 1 de abril Cámpora se
    trasladó a Italia para
    entrevistarse con Perón. Entre tanto, ese mes se
    intensificó la ofensiva guerrillera: secuestro del
    almirante Francisco Alemán y asesinato del almirante
    Hermes Quijada en represalia por la matanza de Trelew. Para
    tornar más inquietante el panorama, el 22 de abril Rodolfo
    Galimberti, secretario general de la Juventud
    Peronista, anunció la formación de "milicias
    populares», lo que fue desmentido poco tiempo
    después. Tres días más tarde, Juan M. Abal
    Medina y Galimberti viajaban repentinamente a Madrid, y el
    segundo de ellos era relevado de su cargo por decisión de
    Perón.

    A principios de
    mayo se reunieron las dos cámaras del Congreso en
    sesión preparatoria: la vicepresidencia provisional del
    Senado correspondió a Alejandro Díaz Bialet y la
    presidencia de Diputados a Raúl Lastiri, yerno de
    López Rega.

    El 25 de
    mayo

    Lo que debió ser una jornada de
    júbilo se transformó para muchos en motivo de
    preocupación, pues por primera vez en la historia la
    conducción peronista perdía el control de lo que
    siempre había sido su fuerte: la movilización
    popular." El editorial de Criterio expresaba con exactitud
    lo que aconteció ese día. Dentro de un clima de
    Júbilo y euforia, una enorme multitud que se aprestaba a
    asistir al retorno de la normalidad constitucional se vio
    sorprendida por desmanes y agresiones de pequeños grupos
    organizados. Se quemaron varios automóviles, muchos
    militares que concurrían a la Casa de Gobierno fueron
    hostilizados de hecho. Se hicieron «pintadas» en la
    Casa Rosada signándola como «Casa Montonera».
    Ni el delegado uruguayo ni el norteamericano se animaron a
    asistir a la ceremonia; lo hicieron, y fueron aclamados, el
    presidente de Chile,
    Salvador Allende, y el de Cuba, Osvaldo
    Dorticós. Cámpora leyó un
    extenso mensaje en el Congreso, con profusión de alusiones
    laudatorias de Perón; pero optó por eludir a la
    multitud y trasladarse a la Casa de Gobierno en
    helicóptero. Por primera vez en la historia del país, un
    presidente llegaba por vía aérea a su sede natural
    para asumir la Presidencia. En su interior, el ambiente era
    tenso; Lanusse, con sonrisa resignada, estaba marcado por
    centenares de manos crispadas en el signo de la V de la victoria,
    soportando expresiones irreproducibles que provenían de la
    juventud peronista. Después de departir unos instantes, se
    efectuó el acto de entrega de las insignias del poder. El
    almirante Coda y el brigadier Rey aceptaron retirarse de la Casa
    Rosada en helicóptero, pero, con un gesto de coraje muy
    propio de él, el presidente saliente se retiró por
    la entrada de la calle Rivadavia afrontando las iras de la
    multitud, aunque no se produjeron incidentes graves.

    —Yo sé que ustedes querrían ver en
    este lugar y con estos atributos presidenciales al general
    Perón -dijo Cámpora desde el balcón minutos
    después. Pues yo les aseguro que en este momento es
    Perón quien ha asumido el poder».

    Terminó su breve alocución con una
    exhortación que sonó familiar a los oídos de
    la multitud: "De casa al trabajo y del trabajo a
    casa…»

    Pero la juventud peronista no pensaba irse a casa esa
    noche. Terminado el acto oficial, se dirigió en masa hacia
    la cárcel de Villa Devoto para forzar la liberación
    de los militantes que allí se encontraban detenidos y que
    en ese momento habían virtualmente ocupado el penal.
    Así, uno de los cinco puntos elaborados por los
    comandantes en jefe en enero quedaba borrado por la dinámica de los hechos. A las 9 de la noche
    Abal Medina anunció que todos serían puestos en
    libertad, y
    una hora y media después el presidente firmaba un indulto
    masivo, que el Congreso confirmó al día siguiente
    con una ley de
    amnistía apresuradamente votada para cubrir la
    irregularidad del procedimiento.

    La liberación de los presos políticos fue
    una verdadera estampida en la que se colaron muchos delincuentes
    comunes, y produjo incidentes que dejaron el saldo de dos muertos
    y varios heridos. Así terminaba la primera jornada de
    gobierno.

    Los
    días de Cámpora

    Minutos antes de la asunción de Cámpora se
    había conocido su gabinete, que reflejaba las tensiones
    internas del peronismo. Dos integrantes (Esteban Righi, en
    Interior, y Juan C. Puig, en Relaciones Exteriores) se
    identificaban con las tendencias izquierdistas de la juventud que
    rodeaba al nuevo presidente; José López Rega, en
    Bienestar Social, era la presencia del grupo
    íntimo de Perón; tres peronistas históricos
    (José B. Gelbard, en Economía, Jorge A.
    Taiana, en Educación, y Antonio
    Benítez, en Justicia)
    significaban la continuidad del movimiento. Pero si el gabinete
    representaba más o menos equilibradamente las corrientes
    internas del peronismo, la lucha por la conquista del poder no
    fue tan pacífica en los días siguientes. En el
    clima festivo
    que se vivía, una ola de ocupaciones se generalizó
    en reparticiones públicas, empresas del
    Estado,
    medios de
    difusión, hospitales, etc., dando una sensación de
    caos y evidenciando la falta de control real por
    parte del flamante presidente. Guido Di Tella en su libro
    Perón-Perón (Buenos Aires,
    Sudamericana, 1983) dice que «era obra de grupos que
    habían llegado a constituirse en factores autónomos
    en el escenario político argentino-, aunque "no eran
    muchos los que advertían la profunda penetración ni
    la importancia alcanzada por las organizaciones
    subversivas».

    Escenario principal de esas ocupaciones fue la Universidad de
    Buenos Aires,
    que por disposición de Perón fue entregada a
    Rodolfo Puiggrós, intelectual marxista expulsado del
    Partido Comunista en 1948 por su posición de
    colaboración con el entonces presidente de la Nación.

    Frente a este avance de la izquierda peronista, los
    sectores de derecha y muchos dirigentes sindicales se apresuraron
    también a copar organismos públicos y medios de
    difusión. Así, la división latente del
    peronismo se manifestaba conflictivamente en el aparato del
    Estado, y las
    resonancias de este enfrenta-miento afectaban al país
    entero. El país antiperonista o no peronista miraba con
    tolerancia
    estos desórdenes atribuyéndolos a una natural
    reacción después de siete años de dictadura
    -aunque Lanusse había respetado como pocos gobiernos la
    libertad de
    expresión. En realidad, lo que se Jugaba era
    fundamental, y tras esas aparentes desprolijidades se trataba, ni
    más ni menos, de definir lo que debía ser el
    peronismo. La interna que nunca había vivido el
    justicialismo, envarado en su cómodo verticalismo, ahora
    tenía que dirimirse en términos dramáticos.
    La juventud, infiltrada por los Montoneros y las organizaciones de
    izquierda, pretendía hacer del peronismo una fuerza
    revolucionaria, instrumento de una experiencia como la de
    Chile o
    Cuba. El
    sindicalismo y
    los sectores políticos del peronismo querían algo
    parecido a los años felices de 1946 y siguientes:
    ¿la "patria peronista» o la -patria
    socialista»? En medio del choque, Perón con sus
    altos años, tratando de arbitrar, otorgando algo a cada
    una de las alas pero viendo con preocupación que
    detrás de la figura leal e ingenua de Cámpora la
    izquierda tomaba posiciones difícilmente expugnables. Los
    jóvenes peronistas veían en él a un Mao o un
    Fidel; pero el líder
    justicialista quería que las cosas anduvieran -en su
    medida y armoniosamente". Se sentía comprometido con el
    radicalismo y no quería asustar a las Fuerzas Armadas. Y,
    sobre todo, no creía en revoluciones como las que
    predicaban sus jóvenes seguidores. Por eso lo
    sobresaltaron algunas actitudes de
    Cámpora, como la del 13 de junio, cuando recibió a
    dirigentes de FAP, FAR y Montoneros; en cambio,
    «el General- suscribía una política como la del
    «pacto social», firmada entre la CGT y la CGE, que
    era una reedición de su comunidad
    organizada» de los años cincuenta. Por su parte, el
    ERP
    seguía ejerciendo la violencia: el
    6 de junio, después de una conferencia de
    prensa de
    Roberto Santucho en la que anunció que la lucha
    continuaba, secuestró a un empresario inglés
    por el que se pidieron dos millones de dólares de rescate,
    que iba a embolsarse la
    organización.

    El
    retorno

    Pero en la apoteosis peronista falta un hecho: el
    regreso de Perón en toda su gloria, un regreso distinto
    del de noviembre de 1972, impedido de manifestarse en su
    repercusión popular por las medidas de seguridad adoptadas
    por Lanusse. Con la intención de acompañar a
    Perón en su retorno definitivo a la Argentina, el
    presidente Cámpora viajó a Madrid acompañado
    por la mayor parte del gobierno.

    La crónica chica de ese viaje es
    tragicómica. El viejo líder infligió a su
    fiel Cámpora toda clase de desaires, le reprochó
    haberse dejado manejar por elementos de izquierda extraños
    al peronismo y se negó a asistir a la comida de gala que
    le ofrecía Franco en el Palacio de la Moncloa. Un
    Cámpora abrumado, desconcertado y deprimido fue el que
    acompañó a Perón a subir al avión que
    despegó de Barajas al amanecer del 20 de junio.

    En Buenos Aires se aguardaba su arribo con enorme
    expectativa. Se había constituido una comisión
    especial integrada por José Rucci, Lorenzo Miguel, Juan M.
    Abal Medina, Norma Kennedy y el teniente coronel Jorge Manuel
    Osinde. A su llegada, Perón, Isabelita»,
    Cámpora y López Rega serían trasladados en
    helicóptero al palco de honor instalado en el puente que
    cruza la Autopista Ricchieri y la ruta 205, al lado del barrio
    Esteban Echeverría. Único discurso: el
    de Perón.

    Este plan se
    frustró desde el principio. El aparato de seguridad armado
    por Osinde, por una parte, y los militantes de Montoneros y de
    otros grupos de izquierda, por otra, pugnaron, desde la tarde del
    día anterior, por ocupar posiciones estratégicas
    que les permitieran copar el acto. Por lo menos un millón
    de personas, llegadas de todos los puntos del país, fueron
    los involuntarios asistentes a la batalla campal que se
    desató hacia el mediodía.

    Fue una matanza cuyo luctuoso saldo tal vez no se
    conozca nunca con exactitud. El periodista Horacio Verbitsky
    habla módicamente de sólo trece muertos y 365
    heridos, pero es muy probable que los muertos hayan alcanzado el
    centenar. Los peores momentos se sitúan entre las 14.30 y
    las 16.30. Fueron inútiles los llamados formulados por el
    cineasta Leonardo Favio: había una decisión
    irrevocable por ambas partes de no dejar el acto en manos de los
    otros… Entre tanto, el vicepresidente Lima se comunicaba con el
    avión que traía a Perón y le pedía
    que aterrizase en Morón, pues todas las medidas de
    seguridad habían sido desbordadas.

    Así fue como, poco antes del anochecer, el
    líder Justicia-lista
    pisó el suelo argentino
    ante un desolado grupo de funcionarios en el aeropuerto militar
    de Morón. En noviembre, su apoteosis había sido
    frustrada por el dispositivo montado por Lanusse; en junio, por
    sus propios partidarios. Al día siguiente Perón se
    dirigió al pueblo sin aludir a los hechos de Ezeiza.
    Pidió comprensión ante la marcha de las cosas,
    repitió que venía «desencarnado» y
    advirtió a quienes pretendían infiltrarse en el
    peronismo, o coparlo, que él no lo permitiría. Dos
    días después mantenía una cordial entrevista con
    Balbín en el Congreso, para retribuir -se dijo- la visita
    que el jefe radical le había hecho en
    noviembre.

    De allí en adelante los días de
    Cámpora se hicieron cortos. La casa de la calle Gaspar
    Campos era más importante, como en noviembre, que la Casa
    Rosada. El 10 de julio se celebró allí una entrevista de
    Perón con el comandante en jefe del Ejército,
    general Jorge Carcagno; al día siguiente Cámpora
    restituyó a Perón su grado de teniente general,
    anulando la sentencia del «tribunal de honor» de
    1955. Ese mismo día el almirante Álvarez y el
    brigadier Pautarlo, comandantes de las otras dos Fuerzas Armadas,
    visitaban a Perón en su casa simbolizando su reencuentro
    con las instituciones
    militares.

    Y después, el 13 de julio, el país se
    conmovió con la noticia de la renuncia de Cámpora.
    Aunque se habían detectado algunos indicios en los
    días previos, pocos creyeron que la sustitución
    presidencial se realizara con tanta celeridad. Con su vocecilla
    chirriante, López Rega, en reunión de gabinete,
    había hecho diversos cargos a Cámpora y planteado
    la necesidad de su renuncia. La voz del secretario privado de
    Perón era la de Perón mismo, y Cámpora no
    dejaría de ser nunca leal a su líder. De inmediato
    hizo pública su dimisión; Lima hizo lo propio. Al
    vicepresidente provisional del Senado se lo envió a
    Europa en una
    misión
    nunca aclarada y Raúl Lastiri -tercero en la línea
    de sucesión constitucional como presidente de la
    Cámara de Diputados- pudo así hacerse cargo del
    gobierno como presidente provisional, hasta que se realizaran las
    elecciones presidenciales. Sólo dos cambios introdujo en
    el gabinete: Righi fue sustituido en Interior por Benito
    Llambí, y Puig reemplazado en Relaciones Exteriores por
    Alberto Vignes.

    Por irregular que fuera la maniobra, era un intento de
    colocar las cosas en función de
    realidad política. Viviendo Perón en la Argentina,
    inevitablemente sería el verdadero presidente. Entonces,
    ¿por qué no institucionalizar la situación?
    Como dice Di Tella: «La experiencia de Cámpora
    estaba condenada desde el principio mismo, puesto que sólo
    representaba las opiniones e intereses de una porción
    minoritaria del movimiento […] La fricción natural entre
    un líder personalista como Perón y un presidente
    peronista fue intensificada por la nueva orientación
    política adoptada por Cámpora».

    Interregno y
    elecciones

    En general, tanto la opinión
    pública como la clase política vieron en el
    desplazamiento de Cámpora una operación
    conveniente. Sólo se pronunciaron en contra algunas
    escasas voces, como la de Alfonsín: "es una suerte de
    golpe de derecha para afirmar el continuismo […] un
    otorgamiento a las Fuerzas Armadas de la posibilidad de asumir un
    rol decisorio en el acontecer nacional-, declaración que
    provocó la airada reacción de Rucci.

    Durante el interregno de Lastiri los Montoneros y las
    tendencias izquierdistas del peronismo no dejaron de movilizarse
    para mantener su presencia. El 21 de julio se congregaron unos 80
    000, casi todos jóvenes, frente a la residencia de
    Perón, que se entrevistó con algunos de sus
    dirigentes en presencia de Lastiri y López Rega, a quien
    confirmó en su confianza. Cuatro días
    después, nueva convocatoria en el parque Saavedra con
    similar concurrencia, en conmemoración de Eva
    Perón, convertida en una especie de símbolo de
    la juventud peronista en tácito rechazo a
    -Isabelita». Y el 22 'de agosto, recordando la -masacre de
    Trelew», la juventud organiza un acto en Atlanta, cuya
    parte oratoria cierra
    Mario Firmenich. Sus dirigentes no lo sabían, pero eran
    las últimas apariciones públicas de la tendencia
    izquierdista del peronismo. En contraposición a estas
    demostraciones, el 31 de agosto la CGT realizó un gran
    desfile frente a su sede en apoyo de la fórmula Juan
    Perón-María Estela Martínez de Perón,
    es decir, Perón-Perón. La «Tendencia-
    (izquierda peronista) rivalizó con los cegetistas en ese
    acto.

    No eran los únicos en moverse. El ERP
    intentó el 6 de septiembre la operación militar
    más ambiciosa emprendida hasta entonces por una organización guerrillera. Copó el
    Comando de Sanidad, cuyo acceso le fue franqueado por el soldado
    dragoneante Hernán Invernizzi, y después de matar
    al segundo jefe del Regimiento de Patricios, Tte. Cnel.
    Raúl Duarte Ardoy, se apoderó de numeroso material
    bélico. Pero debieron rendirse al ser cercados por
    efectivos policiales y del Ejército. Perón
    condenó el episodio: "No tiene connotaciones
    ideológicas. Es un delito
    común. El bandido, de cualquier ideología que sea, es un
    bandido».

    Tres días después el ERP obligó al
    diario Clarín a publicar tres solicitadas a toda
    página para denunciar las próximas elecciones como
    una farsa, profetizando que se acercaba el momento de que el
    pueblo adquiriera una conciencia
    socialista y ridiculizando a «Isabelita»,
    López Rega y Lastiri. El grupo había secuestrado al
    apoderado de Clarín, amenazando con matarlo si no
    se publicaban sus avisos. El mismo día en que aparecieron
    las solicitadas del ERP, un grupo de sindicalistas atacó a
    Clarín con explosivos y armas cortas, en
    castigo por su blandura…

    A pesar de todos estos hechos, seguía
    desarrollándose una curiosa campaña electoral.
    Porque todos sabían que Perón triunfaría
    abrumadoramente, y la mayoría de los posibles candidatos
    se había apartado: de algún modo, todos hicieron
    suyas las declaraciones de Alende en el sentido de que -el pueblo
    quiere que Perón sea presidente, y nosotros no lo
    entorpeceremos…" Pero también porque la fórmula
    ganadora la integraba un matrimonio… Y
    un matrimonio que
    no realizó ningún esfuerzo proselitista.
    Sólo Balbín, acompañado esta vez por De la
    Rúa, y Manrique, a la expectativa de recoger el electorado
    no comprometido, ensayaron un contrapunto a
    Perón-Perón.

    La fórmula peronista obtuvo el 23 de septiembre
    el 62 por ciento de los sufragios, porcentaje nunca visto en los
    anales electorales; Balbín mantuvo su 25 por ciento y
    Manrique bajó al doce. Finalmente, Perón
    volvería a ser presidente. Si bien se examina, era la
    última derrota de la Revolución
    Argentina…

    Faltaban pocos días para que asumiera
    Perón. Al día siguiente del comicio asumió
    la jefatura de la Policía Federal el general retirado
    Miguel Ángel Íñiguez y el Poder
    Ejecutivo declaró la ilegalidad del ERP. Ambas medidas
    presagiaban un endurecimiento de la lucha antisubversiva, pues
    Íñiguez era un militar «duro» que
    había encabezado en tiempos de Frondizi una abortada
    intentona peronista. Se avecinaba una lucha encarnizada, y las 62
    Organizaciones, vanguardia
    sindical del peronismo, declararon que «a pesar de su
    disfraz de mascaritas, iremos a buscarlos uno a uno, porque los
    conocemos: han rebasado la copa y ahora tendrán que
    atenerse a las consecuencias.»

    Sin embargo, el país confiaba en que, una vez
    asumida la presidencia de la Nación,
    la figura de Perón habría de operar con un sentido
    de pacificación: era difícil incurrir en la ira del
    "Viejo-, y nadie quería exponerse a ser excomulgado por el
    líder. Pero el 25 de septiembre ocurrió un hecho
    demostrativo de la audacia de las organizaciones subversivas.
    Mientras Rucci salía de una casa de la calle Avellaneda,
    en la Capital Federal, una ráfaga lo alcanzó sin
    que su numerosísima custodia armada pudiera repeler la
    agresión. Veintitrés impactos de bala
    recibió el secretario general de la CGT, que murió
    en el acto. Nadie reclamó el asesinato de Rucci. Los
    rumores lo atribuyeron al ERP y a la CIA, pero varios años
    más tarde se supo que habían sido los Montoneros
    los autores de esa acción, cuidadosamente planeada por el
    poeta y militante Francisco Urondo. ¿El motivo? "Apretar"
    a Perón mostrándole que sus bases eran vulnerables
    y que la única alternativa que le quedaba era apoyarse en
    la juventud… Al día siguiente cuatro mujeres asesinaron
    al jefe del Departamento de Investigaciones
    Aplicadas de la Universidad de
    Buenos Aires, Enrique Grinberg. El cese de actividades decretado
    por la Universidad de Buenos Aires en homenaje a Grinberg se
    superpuso con el que había ordenado la CGT para honrar a
    Rucci.

    Y llegó el 12 de octubre de 1973. Perón
    juró ante la Asamblea Legislativa en presencia de todos
    los ex presidentes civiles (Frondizi, Guido, Illia y
    Cámpora) y después lo hizo la vicepresidenta. El
    presidente no leyó mensaje alguno ante el cuerpo
    legislativo; habló al pueblo desde la Casa de Gobierno,
    amparado por una caja de vidrio blindado.
    Pidió la colaboración de todos los sectores y
    reclamó paz y tranquilidad para concretar las tareas que
    el país necesitaba. Si la «tendencia revolucionaria"
    esperaba un discurso en la
    sintonía que deseaba, se desencantó. Pero, de todos
    modos, ¡Perón era al fin presidente! Se concretaba
    aquello de «qué lindo que va a ser / Perón en
    el poder», con una autoridad
    política como nadie la había tenido en la historia
    del país. A pesar de sus 78 años, conservaba la
    gallardía de sus viejos tiempos; seguía siendo un
    hombre
    ocurrente y lleno de ideas, aunque algunos visitantes notaban que
    su lucidez solía declinar por la tarde. Culminaba ese
    día una de las aventuras políticas
    más extraordinarias de los tiempos contemporáneos:
    el retorno al poder de un político echado dieciocho
    años atrás por sus propios errores. Un retorno
    enmarcado por el apoyo de las multitudes y las esperanzas de
    quienes no eran peronistas pero veían en el viejo
    líder la única garantía de una Argentina
    razonablemente ordenada.

    La noche del 25
    de mayo de 1973

    Graves incidentes en Villa Devoto: 2
    muertos.

    • Graves incidentes se sucedieron en el frente y en las
      inmediaciones del Instituto de Detención en Villa
      Devoto, luego de que los presos políticos abandonaron el
      penal. Tras una acción confusa en la que
      participó un grupo de manifestantes, hubo disparos de
      ametralladora y de otras armas largas, y
      gases
      lacrimógenos contra más de 5 000 personas. Como
      resultado de los incidentes murieron dos jóvenes y otros
      nueve resultaron con heridas de gravedad, mientras otros muchos
      fueron lesionados. Fueron detenidas 145 personas.

    .En Villa Devoto

    • Unos 45 minutos después de salir los
      últimos presos políticos del Instituto de
      Detención de la Capital Federal, Unidad 2, y cuando en
      el frente de la puerta principal del penal, y en sus
      inmediaciones, se hallaban aún más de 5 000
      manifestantes, se sucedieron los incidentes más graves
      de la jornada, que dejaron dos muertos y nueve personas heridas
      de consideración.
    • El origen de los disturbios y de los tiroteos es
      confuso, pero, según las declaraciones recogidas en el
      lugar, la acción que desencadenó los hechos
      comenzó a las 0.45, cuando un grupo considerable de
      manifestantes cargó contra la puerta principal de la
      cárcel, en la calle Bermúdez, cerca de
      Melincué. Al parecer se intentó abrir o hacer
      ceder la puerta de hierro.
      Entonces se oyeron los primeros disparos y luego el tableteo de
      ametralladoras. Una de las versiones afirmaba que los primeros
      tiros fueron hechos por los manifestantes, mientras que otras
      informaciones señalaban que se habían efectuado
      desde las casillas de vigilancia ubicadas en los muros que
      rodean al Instituto.
    • Junto a la puerta de la calle Bermúdez se vio
      caer a varias personas mientras otras, con heridas,
      corrían a refugiarse en casas vecinas. Los manifestantes
      se alejaron en distintas direcciones hacia la avenida Francisco
      Beiró y hacia Nogoyá, al mismo tiempo que
      llegaban patrulleros del IV Cuerpo de Vigilancia y efectivos
      del Cuerpo de Guardia de Infantería, que efectuaron
      recorridas y dispararon granadas de gases
      lacrimógenos, y, al parecer, también disparos con
      armas largas.
    • En el lugar se afirmó que algunos de los
      manifestantes, antes de los incidentes, tenían sus
      rostros semicubiertos con pañuelos, con el evidente
      propósito de no ser reconocidos. Éstos -se dijo-
      serían extremistas buscados por las fuerzas de
      seguridad, y luego, al producirse los incidentes habrían
      también usado armas de fuego.

    Una amenaza

    • En una gacetilla incluyóse un comunicado
      suscripto por el denominado Ejército Revolucionario
      del Pueblo, que sostiene que el "25 de mayo 276 presos
      políticos fueron arrancados de las cárceles por
      la movilización popular".
    • Acúsase a la policía y a los
      militares contrarrevolucionarios de descargar "sus armas
      sobre los compañeros, asesinando a dos e hiriendo a
      siete". "El ERP -agrégase- ha manifestado su
      posición de no combatir a la policía mientras
      ésta no ataque al pueblo y sus vanguardias armadas;
      pero frente a los hechos de Devoto señalamos que la
      alevosa agresión policial no quedará impune.
      Los compañeros asesinados serán
      vengados".

    (Crónica del diario La Nación
    citada en Eugenio Méndez. Confesiones de un
    montonero.
    Buenos Aires, Sudamericana-Planeta,
    1985.)

    La renuncia
    de Cámpora

    En las elecciones de 1973 resulté electo senador
    por Córdoba; el 1 de mayo fui designado vicepresidente
    primero de la mesa directiva del Senado. La presidencia de la
    Cámara alta correspondía al vicepresidente de la
    Nación, Vicente Solano Lima, y era presidente provisional
    Alejandro Díaz Bialet.

    El 13 de julio, pocos días después de la
    accidentada llegada de Perón al país,
    renunció Cámpora y coincidente-mente renunciaron
    Solano Lima y Díaz Bialet, quien ese mismo día
    viajó a España. Me
    tocó entonces ocupar la presidencia del cuerpo, citar a la
    Asamblea Legislativa para tratar las renuncias y tomar juramento
    a Raúl Lastiri, presidente de la Cámara de
    Diputados, a quien correspondía la presidencia provisional
    de la Nación.

    Yo estaba en mi despacho el 12 de julio cuando me
    anunciaron que Cámpora me llamaba por teléfono. Atendí la
    comunicación y reconocí su voz. Me dijo:
    «Le hablo para pedirle que mañana a las ocho me vea
    en la Casa Rosada; voy a entregarle mi renuncia como
    presidente». Bajé rápidamente al despacho de
    Lima -yo estaba en el segundo piso, Lima en el primero-, le
    conté lo que había pasado y le pregunté:
    «¿Por qué no se la entrega a usted?»
    «Porque yo también renuncio-me contestó- lo
    mismo que Díaz Bialet.»

    Al día siguiente llegué a Casa de Gobierno
    a la hora convenida, justo en el momento en que lo hacía
    Cámpora. Fui testigo entonces del último saludo que
    le tributó el personal militar
    que cumplía funciones en las
    dependencias del Poder
    Ejecutivo. Entramos a una pequeña oficina y las
    renuncias me fueron entregadas. Leí en voz alta la de
    Cámpora, en la que explicaba que su actitud
    obedecía a la necesidad de posibilitar la presidencia de
    Perón, voluntad irrebatible de todo el pueblo argentino.
    Mientras lo hacía noté que se le llenaban los ojos
    de lágrimas. Me dijo: «Esta renuncia es un gesto
    espontáneo y voluntario mío. Para quedarme en la
    Presidencia tendría que enfrentarme cor el general
    Perón, cosa que nunca haría, o, por el contrario
    obrar contra mi decoro.»

    La Asamblea del 13 de julio fue tremenda. Por los
    pasillos circulaban los miembros de la Juventud Peronista. Se
    anotaron 36 oradores; el duelo verbal y el griterío
    resultaron muy violentos. Se suponía que la sesión
    sería prolongada, y la fui llevando con serias
    dificultades; debí amenazar algunas veces con desalojar la
    galería, porque había diputados sumamente agresivos
    que incitaban al público, algunos en contra de la renuncia
    de Cámpora, otros a favor. La Asamblea duró tres
    horas y media; comenzó a las 16.45 y terminó a las
    20.23. Apliqué estrictamente el reglamento, cada orador
    podía hablar no más de diez minutos. De los treinta
    y seis anotados, treinta hicieron uso de la palabra. Lastiri
    juró con inusitada rapidez y luego se retiró de
    inmediato.

    (Entrevista de
    Hyspamérica.)

    José
    Antonio Allende

    Abogado. Constituyente por Córdoba en 1957.
    Senador nacional por Córdoba, 1973-1976. Presidente del
    Senado, 1973-1975, presidente de la Comisión de Educación, y
    vicepresidente de la Comisión de Economía. Redactor de
    la ley universitaria de 1974, aprobada por unanimidad.

    Días de esperanzas

    El corto período de gobierno del doctor
    Héctor Cámpora marcó, para quienes fuimos
    testigos y partícipes, algunos hechos que dejaron huellas
    indelebles. Más allá de la aptitud del gobierno,
    constituíamos una generación que por entonces
    andaba entre los 20 y los 30 años, y los acontecimientos
    provocaban un cotidiano acercamiento a la política. Las
    que llevaron a Cámpora al gobierno eran, de hecho, las
    primeras elecciones en más de ocho años. Y el suyo,
    el primer gobierno peronista desde 1955.

    Vivíamos -una gran mayoría participaba de
    ese clima- en una verdadera nube de fantasías e ilusiones.
    Era lógico: luego del golpe militar contra Frondizi, luego
    del absurdo derrocamiento de Illia, luego de lo de los azules y
    colorados, muchos estábamos convencidos de que los
    militares nunca más se iban a internar en aventuras
    antidemocráticas. Que jamás iban a volver a
    pisotear la Constitución.

    ¡Qué ilusos! ¡Qué simplistas!
    ¡Qué faltos de memoria! Pocos -o
    casi nadie- advertían el peligroso sendero que empezaban a
    transitar las juventudes por un lado y, por otro, los infaltables
    fascistas, los matones de algunos sindicatos,
    los petardistas y los resentidos con uniforme. Entrábamos,
    sencillamente, en el tiempo de la violencia irracional. La
    época de los «brazos armados» de supuestas
    ideologías populares. La opción de
    liberación o dependencia esbozada con un grado de
    infantilismo e inmediatismo que hoy, a la distancia, sólo
    se justifica dentro de nuestra generación, por la
    inmadurez política provocada por tantos años de
    golpes y proscripciones.

    Sin embargo, la época de Cámpora
    marcó también cierta calma, cierta tranquilidad,
    cierto oxígeno
    que -sin tomar demasiada conciencia de
    ello- nos permitió mirar hacia adelante,
    imaginándonos un país futuro. Había
    esperanzas. Había participación. Había
    ganas.

    Después vino su renuncia. Una actitud que
    obligó a sincerarse a todo el mundo, a quitarse la careta.
    La Argentina llegó otra vez a las elecciones. Esta vez sin
    proscripciones. Entonces cada uno podía decir lo que
    quisiera. Y cada uno cumplió su papel en la
    historia. No hubo más títeres. Y así, sin
    advertirlo demasiado, los argentinos nos fuimos acercando al
    tiempo del horror y de la
    muerte.

    Otelo Borroni
    y Roberto Vacca

    Periodistas. Directores de Historias de la
    Argentina Secreta.

    Discurso de
    Perón del 21 de junio de 1973

    "Llego casi desencarnado. Nada puede perturbar mi
    espíritu porque retorno sin rencores ni pasiones, como no
    sea la que animó toda mi vida: servir lealmente a la
    patria, y sólo pido a los argentinos que tengan fe en el
    gobierno justicialista porque ése ha de ser el punto de
    partida para la larga marcha que iniciamos. Tal vez la
    iniciación de nuestra acción pueda parecer indecisa
    o imprecisa. Pero hay que tener en cuenta las circunstancias en
    las que la iniciamos. La situación del país es de
    tal gravedad que nadie puede pensar en una reconstrucción
    en la que no deba participar y colaborar. Este problema, como ya
    lo he dicho muchas veces, o lo arreglamos entre todos los
    argentinos o no lo arregla nadie. Por eso deseo hacer un llamado
    a todos, al fin y al cabo hermanos, para que comencemos a ponemos
    de acuerdo […]

    -Tenemos una revolución que realizar, pero para
    que ella sea válida ha de ser una reconstrucción
    pacífica y sin que cueste la vida de un solo argentino. No
    estamos en condiciones de seguir destruyendo frente a un destino
    preñado de asechanzas y peligros. Es preciso volver a lo
    que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de
    casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo
    podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos
    primero nuestras cabezas y nuestros espíritus
    […]

    •Necesitamos la paz constructiva, sin la cual
    podemos sucumbir como Nación. Que cada argentino sepa
    defender esa paz salvadora por todos los medios, y si alguno
    pretendiera alterarla con cualquier pretexto, que se le opongan
    millones de pechos y se alcen millones de brazos para
    sustentarlas por los medios que sean precisos. Sólo
    así podremos cumplir nuestro destino […]

    •Conozco perfectamente lo que está
    ocurriendo en el país. Los que creen lo contrario se
    equivocan. Estamos viviendo las consecuencias de una posguerra
    civil que, aunque desarrollada embozadamente, no por eso ha
    dejado de existir, a lo que se suman las perversas intenciones de
    los factores ocultos que desde las sombras trabajan sin cesar
    tras designios no por inconfesables menos reales. Nadie puede
    pretender que esto cese de la noche a la mañana. Pero
    todos tenemos el deber ineludible de enfrentar activamente a esos
    enemigos si no queremos perecer en el infortunio de nuestra
    desaprensión e incapacidad culposa […]

    •Los peronistas tenemos que retornar a la
    conducción de nuestro Movimiento, ponernos en marcha y
    neutralizar a los que pretenden deformarlo desde abajo y desde
    arriba. Nosotros somos justicialistas, levantamos una bandera tan
    distante de uno como de otro de los imperialismos dominantes. No
    creo que haya un argentino que no sepa lo que ello significa. No
    hay nuevos rótulos que califiquen a nuestra doctrina y a
    nuestra ideología.

    •Los que pretextan lo inconfesable, aunque cubran
    sus falsos designios con gritos engañosos o se
    empeñen en peleas descabelladas, no pueden engañar
    a nadie. Los que no comparten nuestras premisas, si se subordinan
    al veredicto de las urnas, tienen un camino honesto que seguir en
    la lucha, que ha de ser para el bien y la grandeza de la patria y
    no para su desgracia. Los que ingenuamente piensan que pueden
    copar nuestro Movimiento o tomar el poder que el pueblo ha
    reconquistado se equivocan. Ninguna simulación
    o encubrimiento, por ingeniosos que sean, podrán
    engañar a un pueblo que ha sufrido lo que el nuestro y que
    está animado por una firme voluntad de vencer.

    •Por eso deseo advertir a los que tratan de
    infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese
    camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el
    único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro
    deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables.
    Nadie puede ya escapar a la tremenda experiencia que los
    años, el dolor y el sacrificio han grabado a fuego en
    nuestras almas y para siempre […]»

     

    Bibliografía

    Historia de la Argentina
    (1966-1976) Crónica

     

     

     

     

    Autor:

    Gustavo
    Olmedo
    gustavoolmedo[arroba]hotmail.com

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