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Herencia, Conciencia




Enviado por arfe44



     

    Indice
    1. Ensayo
    sobre el cine en Colombia

    2. El que no conoce su pasado está
    condenado a repetirlo.

    3.
    Bibliografía

    1. Ensayo sobre
    el cine en
    Colombia

    Moldear cultura,
    vender cultura…
    ¿Cuál es la diferencia en un país que no
    tiene identidad?
    Bien decía el crítico Luis Alberto Álvarez
    que "la política estatal de comunicación, en la cual debe estar
    comprometido el cine, no
    sólo debe ocuparse de que éste o aquel cine,
    conveniente, adecuado y útil para los colombianos debe ser
    impulsado, sino intentar captar qué tipo de cine los
    colombianos están en capacidad de ver, en su actual
    estado de
    conciencia" (1).
    Además, Lotman, el teórico soviético del
    cine, decía que "el arte no
    sólo transmite información sino que rearma al espectador
    por medio de una percepción
    de dicha información, creando su propio
    público. Una estructura
    compleja del ser humano en pantalla, hace a las personas en el
    público intelectual y emocionalmente más complejas.
    Y, al contrario, una estructura
    primitiva crea un espectador primitivo. Este es el poder del
    arte
    cinematográfico y en ello está su responsabilidad" (2).
    Se puede decir entonces que Colombia, en
    cierto sentido, es un país de ambientes, tanto en lo
    urbano como en lo rural, donde no se ha propiciado una
    tradición cinematográfica que arraigue al
    público a lo que tiene y, mucho menos, "una continuidad
    industrial que sirva como vehículo de la memoria y
    el pensamiento o
    como posibilidad de supervivencia material" (3). En ese sentido
    es como "enfrentarse al silencio, a la falta de signos" (3).
    Pero dada cierta pereza intelectual que hay en nuestro medio, la
    gran y perfecta excusa sería que la cultura hay es que
    vivirla y no pensarla, y ahí es donde aparecen los
    carnavales de Barranquilla, el de Negros y Blancos en Pasto, los
    festivales de la trova, los tributos a los
    productos de
    cada región, los reinados de – literalmente –
    cualquier cosa…
    A la cultura también hay que echarle cabeza, y para que
    haya memoria de ella,
    qué mejor medio que el cine: imágenes
    en movimiento.
    Sergio Cabrera, director de La Estrategia del
    Caracol, Ilona llega con la lluvia y Golpe de Estadio, dice que
    "cuando hay muchos problemas en
    un país, sólo uno es el principal y todos los
    demás son secundarios" (4). Él siempre ha pensado
    que "el principal problema de este país es el cultural, no
    el económico" (4).
    "El problema, entonces, no sería la cultura en el sentido
    tradicional, porque no creo que lo importante sea la
    ópera, el teatro o el cine.
    El problema es que lo que la gente piensa no corresponde a lo que
    queremos hacer" (4), o más bien, lo que se hace no
    corresponde a lo que la gente quiere ver.
    Al respecto Cabrera añade que "en relación con el
    desarrollo
    económico que tenemos, tendríamos que tener un
    mayor desarrollo
    cultural y no lo hay. Para pensar hay que aprender. No es posible
    que un país como Colombia que
    produce automóviles, que produce tanta cosa, no produzca
    cine, una que otra persona hace
    películas. La gente no tiene claridad en eso, aquí
    cuando se habla de cultura, siempre he oído que
    dicen: ‘Pero para qué van a gastar la plata en cine,
    si con la plata de una película se pueden hacer escuelas y
    hospitales’. ¿Y qué gana un país lleno
    de escuelas y hospitales" (4) si no hay gente calificada que
    trabaje en ellos y si la hay no le pagan lo que en realidad se
    debe ganar?
    … Y si el cine no se ha sabido manejar para ser rentable,
    ¿por qué, entonces, se quejan por falta de plata
    como en el caso de FOCINE? "La cultura desarrolla los
    sentimientos de nacionalidad, de propiedad, de
    espiritualidad y de individualidad" (4), ¿por qué
    no invertir en la gente para que quiera el País y,
    prácticamente, se pueda construir solo?
    A la luz, de nuevo, de
    Luis Alberto Álvarez, "los administradores culturales
    sueñan con promover un cine de ilustración de nuestras glorias literarias
    o patrióticas y quieren para él los grandes temas,
    pensando que sólo ellos le darán carta de nobleza
    a nuestro cine, impidiendo así el nacimiento de ideas
    fílmicas propias" (4). El cine colombiano "se siente
    inhibido para contar historias simples, sencillamente directas o
    de complejidad realista o psicológica" (4), que toquen
    más la cotidianidad, incluso, de aquellas cosas que
    usualmente no se ven, como la victorias de la gente que,
    generalmente, no las tiene.
    "Mostrar el realismo no es
    buscar solamente lo fácil o lo obvio, sino que es mostrar
    algo que está cerca, que está ahí y que no
    puedes olvidar. No puedes olvidar que tú vives en
    compañía de otras personas y que uno no puede vivir
    como si no viviera con los demás". (Víctor Gaviria)
    (5). Es tan simple como reconocerse en los demás, en un
    los demás que es el reflejo que brinda el cine.
    Rico sería decir como Víctor que "sino fuera por el
    cine, no hubiera conocido tantas cosas" (5) y que como
    sueño tal acción puede continuar. Sin embargo, "nos
    estamos guiando siempre por los medios, los
    cuales se han convertido en el único termómetro de cultura; entonces
    están creando una cultura efímera, de euforia y de
    ignorancia impresionante. (…) Todo el mundo vive fascinado con
    el presente, con esa incultura y esa ignorancia de la moda que hace
    que no haya ningún tejido, sino que cada cosa aparezca
    como si fuera nacida de la nada" (5).

    2. El que no conoce su
    pasado está condenado a repetirlo.

    El que no digiere la cotidianidad – y más
    aquella brindada en los medios –
    está condenado a huir de ella y, por consiguiente, a
    repetirla. "Cuando la vida cotidiana está atravesada por
    la guerra, como
    sucede en los barrios populares de Medellín, entonces el
    documental de costumbres es imposible y se impone un
    extraño documental de acción, donde se espera con
    suspenso que ocurran las cosas peores. Donde la costumbre es la
    acción, la violencia"
    (6). ¿Tan duro resulta reflejarnos en nuestro cine que las
    heridas que aparecen en ese reflejo tienen que ser premiadas en
    el extranjero para poder
    reconocerlas?
    Lastimosamente, el pasado que marcó el cine de Colombia,
    ese espejo que reflejó algo de tan baja calidad y que
    lógicamente no nos gustó, no se repasó de
    nuevo para ver en qué estaba mal. Sólo unos pocos
    intelectuales lo hicieron y esos son los cineastas que ahora
    sobreviven con las uñas (vendiendo grabados a $130.000,
    vendiendo yogures, leche y
    quesitos, como lo hace Víctor Gaviria para financiar parte
    de sus gastos), haciendo
    películas que tratan de brindar a duras penas y a riesgo de fuerte
    crítica un pedazo de realidad de la cual, por el cine, se
    conocen pocas facetas porque estas mismas no son comerciales por
    el simple hecho de ser colombianas: no son profetas en su propia
    tierra, no les
    conviene serlo por obra y gracia de los administradores de
    cultura.
    Acierto, entonces, al citar a Lizandro Duque Naranjo cuando
    señala que "suprimirle el cine a un país, es como
    ordenar por decreto el retiro de todos los espejos de los
    baños y de todos los vidrios de las calles para que nadie
    pueda verse a sí mismo. Y eso genera violencia. El
    Pienso, luego existo se convierte aquí en un No me veo,
    luego no soy nadie. Y el sentirse un nadie a pesar que tampoco
    son nadie los semejantes, sólo hay una mirada de
    diferencia. Y muchos muertos como resultado. (…) La paz del
    mundo nunca dejará de estar amenazada, mientras el
    país que más armas tiene sea
    el único que tenga derecho a hacer películas"
    (7).

    ¿Entonces qué más se necesita para
    que Colombia tenga memoria
    fílmica, tanto desde lo artístico como desde lo
    comercial? "…ya hubo una primera generación de maestros
    formados en el exterior que terminaron escampándose en la
    publicidad y
    el lenguaje
    institucional, así como la actual generación de
    realizadores profesionales que se cobijan en la
    televisión y en la academia. Ya hubo la pasión
    por ese volcán de lo popular, por ese hombre simple
    que la mirada vuelve complejo; ya hubo el espíritu de
    independencia
    y el de beligerancia, el desorden y la falta de rigor.
    Sólo que es una historia sepultada, que
    nadie siente como suya y que no tiene valor como
    experiencia común ni como depósito individual" (3).
    ¿Por qué? Porque no se ha visto o muy pocos han
    tenido ese privilegio, o, simplemente, no se quiere ver. "Pero
    por lo menos sí es muy importante no callarse sobre
    el trabajo de
    los demás. Lo que uno puede hacer es ver el trabajo de
    los demás y crear un ambiente de
    reflexión, de diálogo
    sobre estos trabajos. Por lo general, una forma de hacer que los
    trabajos no tengan ninguna importancia ni ninguna
    repercusión es nunca hablar de ellos" (8). Queda
    demostrado así que la mejor forma de prohibir una cosa es
    no hablar sobre ella: entonces no hablemos más de nuestra
    situación.
    Quizá parte del fracaso – yo diría una muy
    buena parte – la tenga la forma como las historias en el
    cine colombiano son contadas. Desde la perspectiva de Luis
    Alberto Álvarez, "otra de las paradojas es la evidente
    dificultad del cine colombiano para contar historias por medio
    del cine. Una tradición literaria, retórica en su
    peor forma, le cierra el camino a las historias puramente
    cinematográficas, contadas con el insuperable grado de
    realidad que otorga la imagen del cine.
    Una literatura de
    paisajes, de mitos, de
    metáforas, de fantasías y de juegos de
    lenguaje, de
    objetos que no significan lo que son sino alguna otra cosa,
    resulta muy poco adecuada a las necesidades de nuestro cine.
    Frente a una literatura acogida
    universalmente, el lenguaje en
    imágenes cree tener que seguir las huellas
    de ésta, ampararse bajo su sombra, para poder ser atendido
    y tomado en serio. Nuestros mitos se ven
    acartonados, falsos, intolerablemente simbólicos cuando se
    transponen a la pantalla" (1).
    Es por ello que para Luis Alberto Rorigo D, de Víctor
    Gaviria, es un largometraje que refleja directa e
    inteligentemente la realidad urbana colombiana, "que se aleja de
    los vicios y clichés visuales e interpretativos y revela
    en cada uno de sus aspectos la concepción de un director"
    (1). Además, "es el primer largometraje colombiano que no
    necesita bastones literarios" (1). Es, simplemente, esa
    cotidianidad que se vive y se vuelve tan común, que
    está ahí por costumbre y no es necesario desglosar.
    Ahí caen también las vendedoras de rosas.
    Aquí hay tanto material por trabajar… Los soldados
    secuestrados: ¿Quién puede tomar el riesgo de irse
    para el monte y hablar con la guerrilla y preguntar cómo
    están? ¿Cómo viven sus familias?
    ¿Cómo sienten ellos al Estado?
    ¿Cuál es su cotidianidad? ¿Qué
    paralelo hay entre un guerrillero y un soldado
    secuestrado?…
    Las fincas en el oriente de Medellín: ¿Cómo
    lidian sus dueños con la gente de la guerrilla o los
    paramilitares? ¿Son los dueños necesariamente gente
    de clase alta? ¿Qué hay de sus mayordomos?
    ¿Hasta qué punto se está volviendo habitual
    o cotidiano vivir en una exposición
    casi constante al cruce de fuego entre los bandos? Siendo
    éste un país con fortalezas en el campo,
    ¿cómo puede ser posible que se le esté
    parando más bolas a la ciudad y a culturizar en su
    contexto a los desplazados, sean quienes sean, desde el campesino
    raso hasta el indígena expuesto al rechazo citadino?…
    ¿En qué nos tenemos que reflejar entonces?
    ¿O será, más bien, que se sigue teniendo la
    visión de que todo aquel que investiga en este país
    es sospechoso y que, por ello, todo lo que no se conoce se tiene
    que repetir como en un círculo vicioso?…
    Dada la situación, la pregunta fundamental sería:
    ¿CÓMO VOY A CONTAR LA HISTORIA PARA QUE TODO EL
    MUNDO ENTIENDA Y LA MISMA SE PUEDA VENDER FÁCIL? Algunos,
    como Cabrera y Ospina, prefieren el humor y la tragedia. Gaviria
    prefiere a los actores naturales, tal y como ellos son. Cada
    director tiene su estilo y lo ha ido puliendo – aunque a
    paso de tortuga por la falta de plata – con la influencia
    de otros directores, extranjeros por demás, con los cuales
    legitiman su trabajo. Podría decirse, sin mucho temor, que
    en Colombia ya hay tres escuelas de cine, tanto documental como
    argumental, reflejadas en estos cineastas hechos a los
    garrotazos. Pero ¿hasta qué punto se reconocen,
    ahora, como reflectores de una cultura donde la imagen llega
    tardía, tal como pasó con Golpe de Estadio, que en
    cuanto se puso en cartelera sufrió un desfase contextual?
    ¿Ese Golpe de Estadio que quiso preparar a los colombianos
    para un proceso de paz
    por medio de la risa y que, al final, sólo se quedó
    en eso: en risa, tanto la película como el Proceso?

    "El cine de identidad
    colombiana, el cine que refleja la realidad nacional, colectiva o
    individual, el cine que rescata los modos de ser regionales [sin
    ridiculizarlos], el espectro cultural del país, el que
    identifica valores y
    antivalores y asume una actitud
    crítica frente a la
    organización social, el que toma posición ante
    hechos concretos o ante vicios o virtudes permanentes, el que
    propone, sacude, polemiza, se indigna o entusiasma por cosas y
    hechos que para nosotros son identificables y comprensibles, el
    que parte de los elementos, imágenes y sonidos que tienen
    que ver con este país para crear propuestas
    estéticas, ideas, narraciones, un cine colombiano,
    fundamentalmente para Colombia pero también accesible y
    comprensible en otras esferas, es el cine que todavía
    estamos en mora de crear" (1). Afortunadamente el lenguaje
    cinematográfico en cada película, aunque a cuenta
    gotas, se va viendo más claro y entendible: un paso
    adelante, medio atrás, en una extraordinaria lentitud.
    Podríamos afirmar, como Juan Carlos González, que
    "carecemos de una cultura del cine, que no respetamos el pasado"
    (9), y que "el cine como un arte vivo que es parte de la historia
    no es asunto nuestro" (9). Cabe la pregunta, entonces, de
    ¿a qué historia estamos sujetos? ¿Tenemos
    que seguir yendo donde el vecino rico de la esquina para que nos
    preste su reflejo cultural para construir el nuestro?
    ¿Qué le va quedando a esta generación que
    viene detrás de nosotros? ¿Cuál es nuestra
    herencia? O,
    quizá, la pregunta más correcta es ¿en
    dónde está esa herencia? Me
    remito al siguiente caso, reportado por Astrid Giraldo en un
    especial para el
    Periódico El Tiempo, en los
    días en que FOCINE fue liquidado:
    "El pasajero de la noche, una película colombiana de
    animación en la que participaron setenta artistas
    colombianos y reseñada en La Historia Mundial de la
    Animación, protagoniza un capítulo más de la
    crónica negra del cien en el país. De esta producción, sólo quedan los buenos
    recuerdos de la labor titánica que la hizo posible y una
    copia en pésimo estado.
    Después de que se le propusiera transmitirla en el
    programa
    francés Lo Mejor de la Animación, Carlos Santa, su
    director, descubrió que este negativo se había
    perdido. FOCINE se había negado sistemáticamente a
    dejarla participar en eventos
    internacionales hasta que, según el realizador,
    reconoció que el negativo se había extraviado.
    De nada valieron las cartas de Santa a
    seis gerentes, a la junta directiva de FOCINE, a los distintos
    ministros de comunicación, pidiendo que por lo menos
    restituyeran el negativo con un mínimo de calidad
    técnica y que le explicaran qué se estaba haciendo
    para su recuperación. Sólo recibió un
    lacónico comunicado donde le informaban que ‘el
    negativo había sido retirado por error del laboratorio de
    Nueva York’, y que no sabían dónde
    estaba.
    También le explicaron que ‘por los enormes costos, FOCINE
    nunca había asegurado ninguno de sus negativos’,
    como consta en la carta que
    Iván Taborda, el gerente
    liquidador de FOCINE, le envió a Santa".
    Como este caso, está por ejemplo el de los filmes
    olvidados de Yuruparí, los cuales, hasta 1991,
    habían permanecido almacenados en laboratorios de Estados Unidos
    más de cinco años. Setenta películas
    documentales sobre cultura popular en Colombia se enviaron a esos
    laboratorios y de ellas regresaron 28. ¿Qué
    pasó con las otras 42? No se ha oído nada
    sobre ellas.
    No sería raro que algunos se unieran a las palabras del
    director Carlos Palau cuando afirma que "el País
    deberá responder históricamente a las nuevas
    generaciones como criminales de guerra de la
    cultura" (10). Pero, de hecho, se ha optado por otras
    alternativas para conservar el patrimonio
    cultural. Luis Ospina y Pepe Sánchez se encaminaron por el
    video y la
    televisión, pero de una manera algo
    más aterrizada. Con respecto a la opción escogida,
    Pepe Sánchez argumenta, remitiéndose a la utilidad del
    cine, que "quisiera tener la visión optimista y tal vez
    rosa de Camila Loboguerrero [directora y productora de cine],
    tener un cine crítico que apunte a la realidad del
    país, que revise nuestra historia. Eso es
    hermosísimo. La pregunta es ¿quién ve ese
    cine? El problema más importante, a donde creo que se debe
    apuntar al hablar de cine, es la distribución. ¿Por qué no se
    ve el cine aquí en Colombia? Por la opinión de los
    productores que consideran que nadie quiere ver cine nacional"
    (10). Si ellos son los que deciden, entonces, como dice Juan
    Carlos González, "aquí no tenemos derecho a elegir"
    (9), y a eso ya estamos más que acostumbrados.
    En conclusión, el cine en Colombia se hace con más
    ganas que con plata. Sigue habiendo grupos de
    soñadores intelectuales que se le mide a lo que sea, si no
    para hacer cine, sí para, por lo menos, conservar una
    parte del patrimonio
    fílmico del país. Grupos en
    Medellín como Madera Salvaje
    o Nickel Producciones siguen creyendo en la reconstrucción
    histórica de un pasado que más vale que se
    reconozca, por el bien de la generación que nos pisa los
    talones. No vale la pena seguir gritando en el desierto del
    Estado. "Aquí para hacer cine hay que pedir limosna, de
    una manera muy elegante, pero limosna la fin; nadie está
    interesado en que exista cine en Colombia, solamente los que lo
    hacen, pero ni el público, ni el Estado, ni
    los industriales, ni nadie está interesado en que exista
    cine en Colombia. Este es un país que inevitablemente ha
    decidido aceptar la idea de que el cine es algo demasiado lujoso
    para nuestra cultura". (Sergio Cabrera) (11).

    3.
    Bibliografía

    ÁLVAREZ, Luis Alberto. El Cine en la
    última década del siglo XX, imágenes
    colombianas.
    EL COLOMBIANO, Dominical. Mayo 20 de 1990.
    ZULUAGA, Pedro Adrián. ¿De dónde somos, para
    dónde vamos?. En El Mundo. Septiembre 19 de 1998.
    EL COLOMBIANO, Dominical. Diciembre 4 de 1994.
    RAMÍREZ O,
    María Adelaida. ‘Por lo menos tengo libertad’. En El Mundo. Septiembre 2 de
    1995.
    GAVIRIA, Víctor. Del documental y sus habitantes, una
    ponencia. En Kinetoscopio N° 26. Julio – agosto de
    1994.
    DUQUE NARANJO, Lizandro. La inexistencia del cine nacional, un
    genocidio cultural. En Magazin, El Espectador. Abril 20 de
    1997.
    GAVIRIA, Víctor. Esa gran mentira, que existe. En
    Kinetoscopio (NO SÉ EL NÚMERO NI LA FECHA)
    GONZÁLEZ, Juan Carlos. El cine que vemos, Sombras. En El
    Colombiano, Dominical. 24 de mayo de 1998.
    LA PRENSA, Domingo 3
    de marzo de 1991.
    MADRID, Alba Lucía. Proyecciones hacia la universidad. En
    El Mundo. 18 de septiembre de 1993, p. 9.

     

     

     

    Autor:

    Efraín Alejandro Gómez Cadena

    Estudiante de Comunicación Social
    Universidad
    Pontificia Bolivariana
    Medellín, Antioquia, Colombia

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