Indice
1. La
Pasarela
2. Tres Chicas
3. Image Is Nothing
4. Post Data
Una voz suave, sonrisas agradables y miradas sinceras,
un anuncio de radio, un folleto
de superación personal y una
canción de amor. Vota por
mí, soy la mejor opción, una caricia, una dieta, la
promesa de una cura, ositos tiernos, profesionistas exitosos,
místicos urbanos, nuevo sabor fresa pasión,
silhouette 40, empléese a sí mismo, pierda peso,
aprender a memorizar, obtener un mejor trabajo, una mejor
sonrisa, aromaterapia, conocer a la mujer ideal,
mejorar el cutis, hablar otro idioma, llegar a la paz interior,
ropa de Zara, ser optimista,…
La cultura light es la última imagen coherente
y razonable de la bondad en nuestros días. Comprar un
producto light
es elevar una plegaria al cielo, es esperar algo de este mundo,
una muestra
desesperada de optimismo.
La cultura light se auto proclama útil. Es el inconsciente
cruzando los dedos esperando que esta vez la dieta si funcione,
que la vidente nos muestre un futuro agradable, que todos te
quieran. En la cultura light la belleza todavía existe,
las buenas intenciones, las promesas que se cumplen, la
alegría… naturalmente salud, mejor figura, amor
verdadero… La única diferencia entre un producto light
que se vende en el supermercado y el ungüento del amor que
te hace una bruja de mediana reputación es el envase.
La cultura light se encuentra en el inválido que pide
ayuda económica, en el flyer que dan en la calle, en los
posters, en los souvenirs, en el mundo… bailar porque es la
mejor manera de perder peso, dejar el alcohol porque
mata muchas neuronas, aprender ingles para conseguir un mejor
trabajo, hacerse vegetariano para que tu organismo funcione
mejor.
Aprendemos música clásica
mientras vemos los comerciales y las caricaturas de Bugs Bunny.
Aprendemos, geografía, historia y ciencia en el
Discovery Channel. Nos evitamos leer los diarios viendo al
imbécil de López Dóriga. Conocemos a los
filósofos gracias al Selecciones del
Reader’s Digest. La poca información que tenemos para entender
nuestro mundo nos llega a través de estas vías.
Las tradiciones milenarias se unen a los grandes descubrimientos
científicos: la cura del cáncer aún no llega
pero… que te parece una nueva manera de detener la calvicie?,
de evitar la gordura?.
La cultura light es el cordón umbilical que nos une, que
nos muestra que la solución a los problemas del
corazón
y del alma están a la vuelta de la esquina, en el estante
siguiente. La cultura light es el lado supersticioso de la ciencia, y
al mismo tiempo, el lado
científico de la superstición. Es el departamento
de relaciones
públicas en nuestros días.
La cultura light ofrece objetos paganos de contemplación,
objetos que fijan la fluidez de la vida por un solo instante,
mientras están de moda, para
después volver a cambiar. Pero ese instante se vuelve
eterno. Las modas van y vienen a tal velocidad que
es imposible tomar en serio a cada una de ellas. El
conocimiento se fragmenta y las verdades siempre son
parciales, aunque en el ciclo de vida
de cada una de ellas las creamos eternas. Su religión es la
superficie y lo sagrado es la promesa.
Lo light, placebo de la existencia, aliviana el curso de lo real;
lo disimula por momentos. Lo light es abreviatura, atajo,
esperanza de que se puede salir adelante haciéndole
trampitas a la vida… La regla de lo light es la
sistemática omisión de lo pertinente: cigarro sin
nicotina, café
sin cafeína, azúcar
sin azúcar, música sin música, o sea
ambiente
musical. Todo lo sistemáticamente privado de sí
mismo es light. Por ello el material light es el plástico,
el alimento light el chicle, la obra literaria light el
bestseller, el eufemismo la figura retórica light… Lo
light, espejismo unidimensional de la pantalla, superficie
polícroma del megacine, cosmos plano de la mente sin
relieve,
aplasta toda manifestación cultural hasta reducirla al
mínimo denominador común de la banalidad. La
cultura comienza donde termina lo light.
Una camiseta con un slogan que no entiendo. Un anuncio me explica
el glamour. Un flyer me invita a un reventón. Una
señal de tránsito me indica las reglas. "Soy
ciego", reza un letrero a mano sobre el pecho de un individuo con
lentes oscuros. Mi nombre en un grano de arroz. Una manta intenta
cambiar mi postura política. Otra hace
lo mismo con mi posición religiosa. Una bolsa de dulces me
da clases de química. "Sé
feliz", me dice un tierno conejo atrapado en un escaparate. Hoy
en día, las paredes (y los objetos) no solamente escuchan,
también hablan.
Feliz Año Nuevo, leo por ahí, y volteo
para ver quién me lo ha dicho. Parece que es el
señor Pollo Rico, y no siente reparo alguno al proclamarlo
a mediados de junio. El mundo entero es un mensaje incoherente.
Todo me guiña el ojo. Las corcholatas tapizan el asfalto.
Carteles y flyers visten a los muros. Los cables, postes y
espectaculares milimetran el cielo.¿A dónde van las
ponchesferas cuando acaba la promoción?. ¿Dónde
está un jingle cuando nadie lo está cantando?.
¿Cuántas tapa-roscas por las estampas de la
virgen?. ¿Cuál es el último recuerdo de las
papitas que te comiste hace más de un mes?. Los hielocos
copulan como conejos cuando no están sujetos a las
leyes de la
promoción, y sus hijos bastardos hacen lo mismo, llenando
de extraños habitantes los mejores sueños y las
peores pesadillas de los más dedicados publicistas.
Conozco mejor al capitán Sanders que a varias de mis
tías. Con un McDonald's cerca nunca estoy lejos de casa.
Lo light es nuestra nueva naturaleza, es el
humus de nuestra sociedad, que
además, ha probado ser fértil. Es nuestra
referencia primaria.
Es el primer abecedario que conocemos, nuestra plastilina de
colores.
Nos movemos de máscara en máscara, tratando de que
las costuras que las unen se noten cada vez menos. La identidad, tal
como se concibe desde el siglo XVI, se fuma un cigarro light en
la sala de espera de nuestra cultura. Vivimos en un mundo
fluctuante de actividades y reflejos donde el individuo es una
silueta curva, casi líquida, como las espirales
refractadas que forma el agua al
pasar sobre el logo de una pasta dental en cualquier comercial.
Hay mil verdades (todas ellas falsas) que escoger en el
catálogo de opciones que nos ofrecen los medios masivos
de comunicación. Es imposible elegir una como
la absoluta. La cultura light desacraliza cualquier verdad la
erigirse como tal, al inundar el mundo se convierte en una mezcla
subversiva e impone en sus sujetos una deconstrucción
forzada e inevitable.
La cultura light es catarsis continua, un olvido de sí
casi total, un producto diferente de belleza cada hora, una
caricia de ternura cada diez minutos, una cosmología
total. Un goce continuo de baja intensidad.
Lo Light es lo automáticamente entregado. Por eso para
gozar lo light no requerimos ningún esfuerzo de parte de
la obra, no hay ningún intercambio exigente entre la obra
y su receptor. Más bien la obra es la receptora de
nuestros mensajes culturales. Lo light no nos da nada, nosotros
somos quienes le otorgamos todo sentido. La obra light es pasiva.
Nada más fácil y falso que repetir que la
televisión nos exige poca actividad. El televidente no
es pasivo. El televidente requiere una gran hiperactividad. Esto
lo demuestra el control-remotismo
alocado de los televidentes masculinos (zapping) o el quehacer
doméstico femenino concomitante al ver la televisión. Lo light de ciertos productos
culturales es posible sólo porque la obra no requiere ser
demasiado activa (es decir, significativa) sino que descarga el
peso de la actividad sobre el supuesto 'receptor'. Quien da
sentido a la música pop son las muchachas que elaboran
pancartas para ir al concierto y ahí bailan y gritan tanto
que finalmente se desmayan de tanta energía que derrochan.
Lo light nos exige esfuerzos exagerados; lo light es lo que
automáticamente le entregamos a las obras. (Por eso,
curiosamente acusamos a los consumidores light de estar
vacíos, porque creemos que habiendo entregado todo a la
obra, se han quedado sin nada; olvidamos, sin embargo, que aun
habiendo dado demasiado a una obra tan estúpida, los
individuos siguen conteniendo grandes cantidades de sentidos
chatarra en sí mismos.) Cigarros, sodas, artistas,
cervezas, estrellas, todo es light.
Decir que lo light es 'ligero' como su nombre indica es dejarse
llevar por su apariencia; creer que lo 'light' nos hace meramente
receptivos es seguir mitos
sociológicos ya insostenibles.
¿Por qué se les da un peso tan grande en
la cultura a los productos light? Porque el super-peso se lo
otorgamos nosotros personal y masivamente. La industria del
entretenimiento light se sustenta por el peso exagerado que le
entregamos a sus estrellas.
El consumidor
está expuesto, las mercancías le reclaman, lo
chantajean para que les quite su ligereza, las mercancías
requieren volver a ser objetos y para ello necesitan cargarse de
peso. Las celebridades nos sonríen y nos posan,
comprometiéndonos a remotivarlos. Estamos comprometidos
infinitamente a una lógica
imperiosa de feedbacks. Hay un reclamo omnipresente para que
demos peso a las 10 mil entidades del universo light.
La hiperactividad del consumidor es el combustible de la
condición light de las industrias
culturales.
En caso contrario, ¿por qué nos cuesta tanto
trabajo consumir literatura difícil,
Borges,
Beckett o Stein? Porque son ellos los agentes del movimiento y
nos piden ser receptores, es decir, para entender estas obras
necesitamos vaciarnos para recibir su peso o intercambiarlo con
ellos. Lo Difícil o Deep nos exige Paciencia, pasividad,
calma, un alto a nuestra alocada hiperactividad y adrenalinitis.
Pero bajar nuestro propio peso es lo más difícil.
Para disfrutar literatura difícil habría que tener
campo abierto para recibirla, pero nuestro campo interior
está totalmente sobresaturado. No hay lugar para nada
nuevo.
Las obras difíciles reaccionan mínimamente ante
nuestros aprendizajes sentimentales convencionales. No es casual
que el rumbo principal de la literatura difícil del siglo
XX haya buscado espantar los sentimientos (lo más pesado)
de su escritura:
desde la poesía
pura hasta la Language Poetry. Por ese peso propio, estas obras
difíciles nos resultan ilegibles, insípidas.
El pluralismo postindustrial, económico y de mentalidades,
conduce a una relativización de los sistemas de
valores y
aumenta la posibilidad de elección dentro de la
multiplicidad de ideales y sistemas teleológicos exhibidos
en vitrinas para usar y consumir. Amparado en la economía de mercado y en una
supuesta democracia del
consumo, el
pluralismo de la modernización es un simulacro social
donde se cree que todos pueden escoger autónomamente su
propia tabla de salvación. En la cultura light esto es lo
que más prospera. Se exhiben e imponen la sociedad del
espectáculo, la moda, el individualismo, la incapacidad
para establecer compromisos con el futuro, el facilismo, el
paradigma del
atajo, la pasión desmesurada por las nuevas
tecnologías de la cibercultura: las realidades
virtuales, la internet, la estética del video-clip, lo
tecno-imaginativo, el síndrome del programador
(zapping).
Por lo tanto, lo light es ante todo llenura. Promueve un mercado
de deseos frágiles y múltiples. Cultura
polifónica y extravagante, cuya cualidad es la copia y la
parodia. El joven consume sin conocer, conoce sin preguntar. De
tal manera que se asume el saber como lo difícil y el
desconocimiento como lo mejor, actitud que
conduce a la trivialización de la lucidez y del pensamiento.
La consigna light entonces se anuncia en estos términos:
"abajo la superioridad de los inteligentes, viva la
dicha de consumir sin tener que pensar"
El individuo light tiende a encerrarse en sí mismo,
en su micro-mundo aunque éste se conecte con el cosmos. La
televisión que lo fascina, el equipo de sonido que lo
aturde, el walkman que lo encierra, el micro computador y
el 'nintendo', constituyen la tecnología del
ensimismamiento. Sólo les queda el goce inmediatista,
el asistir a una plena cartografía del placer sin
preocupación del futuro. Los macroproyectos
políticos, económicos, culturales y sociales son
expulsados interesándole únicamente los proyectos micros,
individualistas, útiles para el momento. Devorador de
mensajes globales, casi despolitizado, el chico light pasa de la
resistencia
crítica al hiperconformismo. Espectacularidad,
fascinación, éxtasis, manipulación son los
órdenes que cumple a cabalidad.
Con estas luminarias, nuestros jóvenes entran a
formar parte de las llamadas generaciones X y Y, fáciles
maneras de nominar imaginarios juveniles masificados que conducen
al deseo a su piedra sacrifical, pues les proponen desear mal,
consumir objetos finiseculares, instaurar un vacío
indiferente, una pregunta insulsa.
Víctimas y victimarios de la cultura de la modernidad en
crisis,
multicultural y yuxtapuesta en una América
Latina que sigue caminando por una historia forzada a dar
bruscos saltos (de una modernidad periférica y a medias a
una postmodernidad
impuesta desde arriba) las actuales generaciones han dejado ya el
estadío analítico-crítico de la aventura
moderna y han penetrado a la fase sintética del relax
postmoderno, condición de pérdida y búsqueda
en el laberinto epocal.
Tres chicas se ríen con cierto estruendo en un
restaurante. Las tres dejaron sus cubiertos cruzados sobre el
plato varios minutos atrás y los miran complacidas.
Ahí descansa prácticamente toda la comida que
pidieron. Ellas solo se dedicaron a moverla de un lado a otro del
plato y ahora está fría. Sueñan con una
malteada Slim Fast para postre, y antes de encender un cigarrillo
se llevan a la boca chicles sin azúcar, mentolados. Un
mesero las mira con cierto recelo y pregunta si la comida estuvo
bien. Ellas exclaman encantadas, que fue fabulosa. Piden
café (los endulzan con canderel) y platican. Han
leído un libro que las
fascinó. Uno enseña como liberarse de todo y todos.
No ser más una esclava. La verdad es que se saltaron
párrafos completos, páginas enteras. Las letras
apiñadas les dan escalofríos. Pero tienen la idea
original, digamos. Después planean su noche. Saben a que
lugar irán y cual será la ropa que acentuará
más los huesos de sus
caderas y el largo de sus piernas delgadas. Jamás
irían a una discoteca. Son chicas que nunca jamás
bailarían frente a otras personas (tal vez se atrevan a
adelantar un poco un tacón y mover, de forma contenida,
sus hermosos hombros). Pedirán lo que sea salvo una
cerveza o una
bebida dulce, porque engordan. En el baño aspirarán
coca y darán forma a sus labios con pintura
indeleble de importación. Se perfumarán.
Fumarán cuando sientan hambre y mascarán chicles
mentolados para después, para cuando las besen y venga
todo lo demás. Y el lunes por la mañana se
verán en el yoga. Posiblemente se recomienden otro libro
fantástico que unifique los chacras, uno que las invite a
actuar según sus impulsos (secretamente no creen
necesitarlo, son mujeres liberadas) o a lo mejor una receta de
desintoxicación y el teléfono de una bruja blanca que lee muy
positivamente el Tarot. Quedarán para ir al cine esa misma
noche. La hora y el sitio serán apuntados en una agenda de
papel
reciclado y ellas verán satisfechas a la foca en peligro
de extinción (que ahora está protegida porque ellas
compran esas agendas).
La imagen no pesa nada, quien tiene todo el peso es el
consumidor que la sustenta. Lo light está vacío,
sí, pero a expensas del banco que tiene
acumulado el individuo. Los signos pueden ser remplazados cada
vez que haya necesidad de renovar las campañas
publicitarias, al fin y al cabo quien mantiene constante (y
creciente) el circuito de los sentidos es
el consumidor mismo. Esta sobrecarga de contenidos
simbólicos en plena época presumiblemente light se
manifiesta en fenómenos de reacción frente a la
saturación como el estrés, la
bulimia o la
sobredosis. Lo light es lo pesado. Lo light es lo terriblemente
aplastante.
Los anuncios son la consumación de lo light. Las
campañas se renuevan cada vez más aceleradamente,
son visualmente más veloces, gracias a que después
de varias décadas de televisión y tiempos
electrónicos, cada individuo ya tiene un gran banco de
imágenes, clichés, expectativas,
asociaciones, fórmulas, arquetipos, signos y reacciones
acumuladas que el anuncio en sí mismo ya no tiene por
qué cargar. Quien lo carga permanentemente es el
consumidor, que contiene cada vez más de estas entidades
(de las que depende la efectividad de la publicidad).
Entre más está cargado el consumidor de estas
entidades semióticas y sentimentales, menos tiene que
cargar en sí mismo el signo publicitario, más light
se hace, más veloz, abstracto, casi reduciéndose al
puro nombre (marca).
¿Para qué quieren nuestras sociedades
rebajar el peso de todos sus productos?: para poder consumir
más. Todo quiere ser reducido de peso, para que quepa
más en nosotros. Aquí es donde se muestra el
fracaso de lo light, su falsa ligereza: aun lo light es demasiado
pesado. Aún cuando todo lo que consumimos desde nuestra
comida fat-free hasta nuestra literatura light, su peso real
sigue siendo el mismo o mayor que antes, y eso lo sabemos porque
nuestro hiper-consumo de lo light nos ha hecho barrigones. Lo
light es pesadísimo. Al consumirlo, pensando que no pesaba
casi nada, engordamos porque se reveló como causa directa
de sobrepeso. Hemos engordado por nuestro exceso de consumo
alimenticio y por nuestra necesidad psicológica de
protegernos del mundo exterior, rodeándonos del calor maternal
que proporciona la carne. Pero probamos, a final de cuentas, que
aligerando la cultura, ésta demostró haber
aumentado su peso y, con ello, su insoportabilidad. Nuestra
levedad de la cultura probó ser la insoportable pesadez
del ser.
Sí, quizás todo esté inundado de
basura. Pero
qué bonita basura. Colores brillantes, materiales
cada vez más indescifrables, tipografías que
explotan de júbilo. Todo urgencia. Todo seducción.
Podemos dormir tranquilos, aunque no pase nada, mañana
todos los periódicos tendrán un encabezado. Mira
aquí, en este letrero hay algo nuevo, no, mejor
allá, ese juguete tiene algo que no había visto
antes, ¿ya leíste el
periódico de hoy? ¿Un nuevo descubrimiento
científico? ¿Algo que va a cambiar la manera en que
vivo? ¿Un nuevo estilo? ¿Una nueva moda?
¿Otra obra trascendente? Las palabras de los profetas
están escritas en los anuncios publicitarios, la postal
sólo cuesta cinco pesos, dos por ocho. Mis amigos los
refrescos estrenaron nueva presentación hace dos
días. Un científico descubrió el secreto de
la vida el día de ayer (¿otra vez?).
Encontré la verdad del universo leyendo las letras
pequeñas que aparecen en la parte de atrás de la
bolsa de plástico en la que empacan la ropa interior que
más me gusta que se ponga mi novia. Hasta el logo me
agrada.
No hay rincón vacío. Nunca estás
lejos de una pluma, y el mundo es el lienzo. La tipografía
reduce cada vez más su puntaje y puedes encontrar el logo
de la compañía que fabrica los marcapasos en el
corazón del paciente. La escritura cambia. Puede ser
pictográfica o ideográfica, aunque normalmente es
fonética. Un detalle de color aquí
y una textura allá. Imágenes o diseño;
palabras que se perciben más rápidamente que
la lectura. La
medicina aprende
a leer otras letras, y pueden predecir mi futuro a partir del
contenido de mis intestinos y mis vasos sanguíneos. Letras
por todas partes. En el aire y en el
agua.
¿Cuántos Imecas el día de hoy? ¿Es
ésa la cara de Elvis Presley en la superficie de Marte?
Con unos nike y un puñado de pennies puedes viajar por
toda la galaxia. Sólo es cuestión de saber leer los
signos del universo. Platón
prefería que la gente no aprendiera a leer porque de
hacerlo, dejarían de pensar. No se que pensaría
Platón ahora.
La posmodernidad
es la celebración de lo light, la livianizacion de todas
las experiencias pesadas de la modernidad. Si la vanguardia era
una praxis difícil de tolerar, se le aligeró en
forma de moda; si la metafísica
era pesadísima se le rebajó en forma de
lógica. Toda la modernidad fue hecha light, desde sus
iconos hasta sus lemas.
El sujeto por excelencia de la posmodernidad es el DJ: el
mezclador de todas las realidades. El grado cero del consumo es
el grado cerdo: su aparente nulidad es la condición para
su gula. Creemos ilusamente en la compatibilidad de todos los
entes, pues lo light es la condición de mismidad de todas
las entidades, la equivalencia de todos los seres.
El posmodernizaje se basa precisamente en la creencia en el peso
cero de cada cosa y todas juntas. Hemos vuelto ligero todo lo que
pesó en la modernidad, con tal de combinarlo en un gran
banquete tan orgiástico como dietético, pero no ha
fuerza de
haber desaparecido su peso, sino a fuerza de haberlo
interiorizado por medio de la gula semiótica. Tenemos una gran hambre de
cultura light, baja en calorías y low fat, todo puede ser
consumido en raciones dobles, desde una hamburguesa hasta el
turno laboral, pero
únicamente porque el peso de todo ello está
rebajado, ‘oculto’ y, sin saberlo, al sobre-consumir
no hacemos sino aumentar y aumentar ese peso secreto.
¿Quién escribe la literatura fantasma?
¿Quién me dice que lo que estoy masticando tiene
colorantes artificiales? ¿Quién me dice que
recuerde al gansito? ¿Quién que nos vamos a una
pausa comercial? La cadena de la reproducción en serie no tiene origen y
tampoco final. Un mensaje publicitario no está escrito ni
por el publicista ni por el dueño de la
compañía que trata de vender el producto. Ellos
sólo toman dictado. Son como soldados cuya labor es la
corrección de estilo. El mundo dicta las
órdenes.
La cultura light ha logrado que la naturaleza nos vuelva
a hablar. Curiosamente, nuestra "madre" solo alcanza a articular
un puñado de slogans ecologistas. La verdad y la mentira,
lo natural y lo artificial, el original y la copia, todas ellas
paradojas que se reordenan ante la invasión de nuestras
vidas privadas por una serie de objetos fugaces y de verdades
momentáneas.
¿Y si en verdad sólo fuéramos
superficie, carente de contenido, carente de profundidad?,
¿y si sólo por eso inventáramos la belleza,
las ideologías, aunque a veces los intentos sean
más patéticos que efectivos?, ¿y si del otro
lado no hay nada?.
Vender ideologías y teorías, vender productos, soluciones. Al
fin y al cabo siempre se vende lo mismo: se venden sentidos,
significados. La demanda es
inmensa, la oferta intenta
estar a al altura. Entre imagen e imagen, la cultura light
muestra la naturaleza falsa de todas las verdades. Y como bono
extra, completamente gratis, sonríe mientras lo hace.
Es del dominio
público que los arcoiris son ilusiones ópticas. La
refracción de la luz en las gotas
de agua. Hay un arcoiris en el mundo, y la impresión del
holograma es de primera calidad.
"La infinita capacidad del ser humano para ser estúpido es
invitada al centro del escenario y su presencia y métodos se
reproducen con eficacia viral.
Juega con la consola antes de que el mundo se acabe;
sonríe mientras tanto. Pisa el acelerador,
alégrate, conmovido ante la banalidad del ser humano y la
inocencia de sus estrategias
pasadas. Borra el fantasma de la profundidad. La complejidad es
un cubo de rubik y un chingo de tiempo libre. La dosis es
opcional: un poquito de musak para aliviar el alma. La verdad y
la mentira no son polos mutuamente excluyentes. No creas en nada.
Mejor cree un poquito en todo".
Autor:
Moisés G. Pérez Martínez
Alumno de la Maestría en Análisis de
Sistemas Industriales
Universidad de
Guadalajara
Guadalajara, Jalisco, México