1. Introducción
"La sexualidad es
el más delicado de los comportamientos humanos. Exige
cualidades de inteligencia,
equilibrio,
desprendimiento interior y generosidad. La sexualidad es el
único terreno en el cual resulta imposible hacer
trampas".
La masturbación solitaria es probablemente la actividad
sexual más difundida durante este período. A esta
práctica sexual solitaria se le han atribuido a lo largo
de la historia
cantidad de males imaginarios, entre los cuales destacamos: la
pérdida de memoria, la
parálisis, la imposibilidad de tener hijos y montón
más de creencias estúpidas que han provocado el
temor en muchos de los que la practicamos.
La masturbación es necesaria como conocimiento
de nuestro propio cuerpo, algo realmente útil en la
adolescencia.
Con esta técnica tratamos que nuestro cuerpo responda a
los estímulos erógenos que le enviamos, nos
satisfacemos y a la vez nos conocemos. Este es el primer paso
para una sexualidad positiva en la etapa adulta. Bajo una forma
más compleja, la masturbación en el adolescente
puede indicar una tensión psíquica al margen
completamente de la sexualidad, representando para muchos una
manera de consolarse frente a un entorno nocivo, un modo de
evadirse del hecho de sentirse desgraciados, etc… Aquí
la masturbación actúa de alivio corporal ante una
tensión emotiva, en otras palabras, de relax.
Cuando a la masturbación siempre añadimos las
mismas imágenes
mentales para alcanzar el placer podemos caer en lo que llamamos
fijaciones sin las cuales en placer sería inalcanzable. A
menudo se inician en la adolescencia y pueden mantenerse fijas
durante toda la existencia del individuo. Evidentemente este tipo
de masturbación no logrará una posterior sexualidad
positiva sino todo lo contrario haciendo que esa persona sea
incapaz de obtener placer a través de otros medios
más adultos como el acto sexual.
La clave a menudo que determina la adecuada sexualidad del
adolescente y futuro adulto está en la educación
sexual recibida. La educación sexual
es algo muy hermoso pero quien haga de educador no debe tener
represiones sexuales en su subconsciente ni miedos ni complejos
porque de este modo la imagen de la
sexualidad transmitida será errónea y llena de
tabúes.
Reflexiones comúnmente oídas como "Mi madre me ha
puesto al corriente del acto sexual pero estaba tan violenta al
hablarme que hubiera preferido que callara…" demuestran lo
corriente que es convertir la sexualidad en una cuestión
mezquina.
La sexualidad bien comprendida es sencilla, porque procede de una
persona natural y liberada de sus problemas
internos. Debe estar compuesta de altruismo y respeto. No
existe verdadera sexualidad con miedo interno. La sexualidad es
una donación de sí mismo. Para llegar a ella es
necesario que el individuo esté completo en su ser y que
la sexualidad no sea una maniobra destinada a compensar sus
debilidades y sus miedos.
2. La sexualidad del adolescente y del
joven
Comprende de los 12 a los 19 años, es una
época de rápidos cambios y difíciles
empresas. El
desarrollo
físico es sólo una parte de este proceso,
porque los adolescentes
afrontan una amplia gama de requerimientos psicosociales:
independización de los padres, consolidación de las
cualidades necesarias para relacionarse con los compañeros
de la misma edad, incorporación de una serie de principios
éticos aplicables a la realidad práctica, fomento
de las capacidades intelectuales y adquisición de una
responsabilidad
social e individual básica, por nombrar sólo
algunos. Pero a la vez que el adolescente se encara con tan
compleja sucesión de dificultades concernientes a su
evolución conjunta como ser humano, debe
dirimir su sexualidad aprendiendo el modo de adaptarse a los
cambiantes sentimientos sexuales, escogiendo cómo
participar en las diversas clases de actividad sexual,
descubriendo la manera de identificar el amor y
asimilando los necesarios conocimientos para impedir que se
produzca un embarazo no
deseado. No es extraño que en ocasiones el adolescente sea
víctima de conflictos,
sufrimiento y desconcierto.
Por otro lado, la adolescencia también es una etapa de
hallazgo y eclosión; una época en que la
maduración intelectual y emocional corre paralela con el
desarrollo físico y genera una libertad y un
creciente apasionamiento vital. La adolescencia no es
únicamente un periodo de turbulencia y agitación,
como quieren las concepciones tradicionales, sino que, a la vez,
suele ser una fase de goce y felicidad que marca el
tránsito agitado y tumultuoso al estado adulto
(Offer y Offer, 1975). La naturaleza
paradójica de la adolescencia se patentiza sobre todo en
la esfera de la sexualidad.
3. Aspectos psicosexuales de la
adolescencia
Fantasías sexuales
Los sueños y las fantasías sexuales se tornan
más frecuentes y explícitos en la adolescencia,
muchas veces como elemento auxiliar de la masturbación.
Parece ser que la fantasía, en el marco de la
adolescencia, cumple varios cometidos: realza por lo general el
placer de la actividad sexual; puede sustituir a una experiencia
real (pero inasequible); origina excitación o provoca el
orgasmo; constituye una especie de plataforma de ensayo mental
de cara a ulteriores situaciones sexuales (aumentando la
tranquilidad y anticipándose a posibles problemas, igual
que ocurre con el ensayo de
cualquier otra actividad) y, en fin, supone un medio de
experimentación sexual sin riesgos,
controlable y nada conmocionante. La experiencia del adolescente,
en cuanto a la exploración del alcance y aplicabilidad de
las fantasías, repercute decididamente en su actividad
sexual y en la propia seguridad a la
hora de desempeñarse sexualmente en fases
posteriores.
Independencia
A medida que el adolescente pugna por consolidar un sentido de
identidad e
independencia
personal con
respecto a sus padres y a otras figuras autoritarias, adquieren
gran importancia las relaciones recíprocas con los
compañeros y compañeras de la misma o parecida
edad. Así, por ejemplo, la necesidad de libertad que
experimenta el adolescente se acompaña normalmente del
imperativo de ser como sus amigos, por más que en
ocasiones ambas exigencias sean contrapuestas o
antagónicas.
Las presiones del grupo de edad
a que pertenece el adolescente varían según las
colectividades sociales.
En su ansia por liberarse de la supervisión de los padres y de los adultos,
algunos adolescentes ven en el sexo un medio
de demostrar su aptitud para tomar decisiones propias y de
presentar cara a la escala de
valores de la
otra generación. Pero la conquista de esa libertad no es
tarea fácil, ya que los adolescentes adquieren de un modo
y otro un considerable legado sexual de sus mayores y de la
generación correspondiente en el que se incluyen pautas
discriminatorias hacia el sexo femenino y un intenso sentimiento
de culpabilidad sexual. Han cambiado antes las actitudes que
la conducta, puesto
que hoy está muy extendida la idea de igualdad entre
ambos sexos No obstante, perdura en ciertos aspectos el criterio
de la superioridad del varón. Aún se espera que sea
éste el que tome la iniciativa sexual, y si es la mujer la que
lo hace, lo más probable es que se la tache de "atrevida"
o "calentorra". Los adolescentes no se han desembarazado de todo
vestigio de problemas sexuales, mala información y desconcierto en materia de
sexualidad; más bien parece que hayan sustituido
determinados problemas por otro contingente de
dificultades.
Reacciones paternas
Muchos adultos dan la impresión de sentirse amenazados por
las pautas del adolescente en esta materia y tratan de regularlas
de manera ilógica, como lo demuestra el hecho de que se
pretenda a veces suprimir la educación sexual en
las escuelas ("les llenaría la cabeza de malas ideas"),
restringir la información sobre métodos
anticonceptivos ("que sigan teniendo miedo a quedar
embarazadas"), censurar libros y
películas o, sencillamente, fingir que la sexualidad del
adolescente no existe en absoluto. Por fortuna, no todos los
padres adoptan una visión tan negativa de la sexualidad
juvenil y en algunos casos asumen posturas más liberales.
También es importante constatar que la conducta sexual del
adolescente puede crear inquietud en los progenitores. A muchos
padres les preocupa que sus hijos adolescentes se vean atrapados
en un embarazo involuntario, conscientes de que, aun cuando
él o ella dispongan de medios anticonceptivos, quizá no los sepan
utilizar eficazmente en el momento preciso. Los padres
también se inquietan, y no sin motivo, de que sus hijos
adolescentes puedan contraer una enfermedad
venérea.
Pautas de conducta sexual
La masturbacion
Kinsey y colaboradores (1953) detectaron una marcada diferencia
en cuanto a la incidencia de la masturbación en los
varones y en las mujeres. No obstante, la tendencia actual indica
un aumento de la masturbación en las muchachas
adolescentes.
La masturbación cumple en los adolescentes varias funciones de
importancia, como son el alivio de la tensión sexual, el
constituir una forma inocua de experimentación sexual, la
mejora de la autoconfianza en el desempeño sexual, el dominio de los
impulsos sexuales, la mitigación de la soledad y una
válvula de escape de la tensión y el estrés
generales.
Las caricias (petting)
Kinsey y colaboradores lo definen como el contacto físico
entre varones y mujeres con miras a lograr la excitación
erótica sin realizar el coito. Recientemente, un estudio
basado en entrevistas
con estudiantes de ambos sexos de primer año de universidad, a
los que se preguntó sobre sus experiencias sexuales en el
instituto de secundaria, puso de manifiesto que el 82 % tuvo
estimulación genital con su pareja, y que el 40% de las
muchachas y el 50% de los chicos habían tenido orgasmos
durante el petting (Kolodny, 1980).
El petting debe contemplarse a la luz de los
cambios de actitud que
hoy se observan en la conducta sexual del adolescente.
Además de practicar buen número de actividades
sexuales a edad más temprana que otras generaciones,
muchos de los adolescentes de nuestros días han
prescindido de la costumbre de "salir" o darse cita con
compañeros o compañeras y de "entablar un noviazgo"
formal, y se atienen a pautas de interacción social menos
estructuradas.
El coito
La primera experiencia coital puede constituir un episodio de
dicha, goce, intimidad y satisfacción o, por el contrario,
originar inquietud, desengaño y culpa. Es un error deducir
que los chicos y chicas que tienen su primera relación
coital a edad más temprana son por ello mismo promiscuos,
ya que muchos adolescentes jóvenes se limitan a realizar
la experiencia con una misma compañera en cada
ocasión. También debe tenerse en cuenta que no
pocos adolescentes que ya no son vírgenes realizan el acto
sexual con escasa frecuencia. En el caso de algunos muchachos,
sobre todo los que "probaron" efectuar la cópula por el
afán de experimentar, desvelado el misterio hallan menos
intrigante y apetecible la relación sexual y pasan largos
periodos sin hacer el amor o
copulando de tarde en tarde, impulsados a veces por el deseo de
encontrar "la persona adecuada". Los adolescentes que mantienen
una relación amorosa que permanece desde hace tiempo, suelen
realizar el coito con bastante regularidad.
En los últimos años se ha puesto de manifiesto que
entre los adolescentes con experiencia sexual está
emergiendo un contingente que se muestra
desengañado, insatisfecho o turbado en lo que atañe
a su vida sexual. En ocasiones se trata de muchachos o muchachas
que esperaban tanto de esa primera experiencia que luego se
sienten poco menos que frustados o estafados si la
situación no resulta conmocionante. Otros padecen
trastornos sexuales que les han impedido gozar del contacto
íntimo. Un tercer contingente está constituido por
adolescentes que en un principio gozan con la experiencia sexual,
pero que pierden interés
por ella cuando se dan cuenta de que la relación con el
compañero o compañera tiene tan sólo una
motivación
sexual, o cuando se rompe el vínculo y una parte se siente
utilizada o manipulada. Buena parte de esos optan por la
continencia para salir del paso, en la confianza de que cuando
sean mayores- o cuando den con la pareja adecuada- las cosas
serán de otro modo. Por último están los
que, siendo sexualmente activos, hallan
escaso o nulo el placer en las relaciones
íntimas.
Experiencia homosexual
Los estudios de Kinsey pusieron de manifiesto que muy
frecuentemente los adolescentes varones habían tenido al
menos una experiencia homosexual, en tanto que el porcentaje de
experiencias lésbicas entre muchachas era muy
inferior.
Conviene tener presente que un encuentro aislado entre dos
adolescentes del mismo sexo o una pauta efímera de
actividad homosexual no basta para afirmar que el individuo tenga
una inclinación de este tipo. La mayor parte de los
adolescentes que han tenido experiencias homosexuales no se ven
como tales y, ya adultos, su conducta es heterosexual. Aun
así, hay adolescentes que albergan sentimientos de culpa y
se muestran ambivalentes respecto a su orientación sexual
como consecuencia de un solo episodio de ese género, lo
que les turba emocionalmente.
El adolescente que se inquieta ante la idea de ser homosexual
reacciona de muy diversas formas. Los hay que evitan toda
relación con individuos del mismo sexo a la vez que tratan
de reforzar su identidad heterosexual saliendo con chicas y
entregándose a contactos amorosos heterosexuales. Otros
optan por evitar todo tipo de situaciones sexuales.
Además, están los que se tienen por bisexuales, los
que estiman que la excitación homosexual es una etapa
transitoria que dejarán atrás, y, en fin, los
adolescentes que recaban la ayuda de un profesional para salir de
apuros.
Algunos adolescentes "sienten" de manera intuitiva que son
homosexuales, o bien superan el desconcierto inicial acerca de su
identidad sexual y asumen de forma positiva la homosexualidad. Estos últimos suelen
consultar libros sobre el tema, buscan la compañía
de otros homosexuales y aspiran a introducirse socialmente en la
subcultura homosexual. Estas personas se enfrentan con algunas
dificultades en virtud del concepto hoy
vigente sobre la homosexualidad y no confiesan sus preferencias
sexuales a la familia o a
los amigos (lo que se conoce como coming out, es decir, "salir a
la superficie") hasta más tarde, y eso suponiendo que
decidan hacerlo.
4. La primera etapa de la edad adulta (18-30
Años)
El primer ciclo de la edad adulta, que comprende
aproximadamente desde los 20 a los 40 años, es un periodo
en que los individuos toman importantes decisiones en su vida
(matrimonio,
trabajo, modelo de
vida) y pasan de las ambiciones relativamente no verificadas de
la adolescencia a una madurez personal decantada por la realidad
del mundo en que viven. Para la mayoría de las personas es
un época de creciente responsabilidad sobre las relaciones
interpersonales y la vida de familia.
En los últimos años, se observa en general una
clara propensión a contraer matrimonio a una edad
más tardía que en décadas anteriores. Como
resultado de este fenómeno muchos jóvenes, varones
y mujeres, mantienen la soltería durante un lapso de
tiempo considerable, lo que sin la menor duda ha alterado las
pautas de comportamiento
sexual que regían en tiempos de Kinsey. Hoy, buen
número de personas entre los 20 y los 30 años
consideran que la adquisición de experiencia sexual es un
paso inicial que facilita la acertada elección de pareja,
en contra de la idea antes vigente de preservar la virginidad.
Erikson (1968) observa que el desarrollo de la capacidad para una
convivencia íntima es uno de los principales objetivos del
joven adulto.
Por lo general, el adulto joven no se halla tan sujeto a la
"presión de
los compañeros de su edad en materia sexual" como lo
está el adolescente, sino que predomina en él la
fuerte necesidad interna de "foguearse " sexualmente. La libertad
de movimientos respecto de los padres y los límites
que imponen al adolescente va acompañada de un acceso
más fácil a un entorno más íntimo, a
un lugar en el que poder estar
solo, sea un apartamento, la habitación de un motel o un
centro de vacaciones, lo que conlleva de paso mayores
oportunidades en el terreno sexual. Dentro de ese estado de
soltería se observan varias formas comunes de
comportamiento sexual:
El experimentador parece evaluar los lances sexuales atendiendo a
la frecuencia, diversidad y eficacia en el
desempeño amoroso; él o ella dan la
impresión de considerar la vida como un copioso super
orgasmo sexual y su actitud es, normalmente, ésta: "Ahora
es tiempo de pasarlo en grande, porque luego voy a sentar la
cabeza".
El buscador pugna por hallar la unión ideal (y la
compañera perfecta con la que casarse) a base de continuas
experiencias sexuales, confiando en dar así con lo que
anda buscando. La vida en común puede convertirse en un
campo de pruebas cuando
se entablan relaciones sobre esta base.
El tradicionalista participa de buena gana y placenteramente en
la actividad sexual, pero conserva el coito para las "relaciones
serias". Es posible que antes de contraer matrimonio el
tradicionalista tenga varias parejas sexuales, pero siempre de
una en una durante un periodo de tiempo dado. Es indudable que
podrían reseñarse otros modelos o
formas de comportamiento sexual, pero los tres enumerados parecen
ser los más corrientes.
Los primeros años del estado adulto son una época
de incertidumbre sexual para unos y de satisfacción plena
para otros. A veces la sexualidad se tuerce debido a sentimientos
de culpa o de inmoralidad que el individuo, hombre o
mujer, arrastra
de antiguo. La preocupación que tenía el
adolescente acerca de su idoneidad sexual no ha desaparecido del
todo, y el joven adulto continúa preocupándose
también de su prestancia física, dotes
sexuales y destreza personal en el amor. Es posible que
aún no se hayan resuelto los conflictos en torno a la
identidad sexual, e incluso para los que han logrado aceptar y
asumir su condición de homosexuales o bisexuales, las
presiones y prejuicios sociales pueden suponer obstáculos
y dificultades.
Pese a la existencia de tales problemas, los jóvenes
adultos son hoy más activos en el plano sexual que sus
homólogos de otras épocas. Un factor determinante
que contribuye a este cambio es el
relativo abandono de los viejos postulados discriminatorios,
según los cuales las aventuras amorosas prematrimoniales
estaban prohibidas a las mujeres, pero no a los hombres. Por todo
ello no sorprende que las diferencias en la banda de actividad
sexual entre varones y mujeres se hayan reducido en gran medida
con respecto a las que regían en otros tiempos.
En la actualidad los adultos jóvenes se enfrentan con
algunos conflictos sexuales suplementarios que vienen a ser una
especie de reacción antagónica del lema "cualquier
cosa vale" de las décadas de 1960 y1970. Por ejemplo, si
bien en los últimos treinta años se ha producido un
cambio de actitud espectacular en lo que atañe a las
relaciones sexuales prematrimoniales, la promiscuidad sexual
sigue siendo objeto de reprobación más o menos
larvada. Además, si bien la mayoría de los
solteros, hombres y mujeres, estiman que no es necesario querer a
la pareja de turno para tener relaciones sexuales placenteras, se
empieza a observar un desencanto creciente en lo que concierne al
sexo fortuito o accidental y a los amores de una noche.
Parece que esta tendencia se debe, al menos en parte, a la cada
vez más consciente aprensión al contagio
venéreo. Por otra parte, entre los jóvenes adultos
homosexuales que, como grupo, tienen normalmente muchos
más contactos sexuales fortuitos o accidentales que sus
homólogos heterosexuales, el miedo al SIDA ha hecho que
últimamente redujeran el número de sus parejas
sexuales y se observara un interés más palpable por
entablar relaciones "monógamas".
No obstante, el miedo no es el único factor que interviene
en el ámbito del sexo ocasional. Muchos de los
jóvenes adultos que hemos tenido ocasión de
entrevistar se muestran disconformes con otra secuela del sexo
accidental, y es su naturaleza relativamente impersonal. Si bien
la disminución de restricciones en la conducta sexual crea
un ambiente
propicio para la libertad de
expresión sexual y de elección de la pareja,
esta libertad no es siempre inequívocamente positiva. La
libertad sexual puede ser motivo de desengaño,
opresión y conflictos de la misma manera que puede
producir satisfacción, en el sentido de que "en la medida
que diversifica y amplía la experiencia, también
diversifica y multiplica el dolor inherente a ella, los errores
que podemos cometer y el daño que recíprocamente
podemos causarnos.
Claro está que muchas veces las situaciones de carácter
sexual en la primera etapa de la edad adulta son cordiales,
apasionadas, compensatorias y sin perturbaciones. Incluso el sexo
accidental cumple una serie de funciones, tanto orgánicas
como psicológicas, y, desde luego, no hay razón
para poner reparos a las evasiones placenteras. Sin embargo, hoy
empieza a dominar claramente la tendencia a mantener relaciones
sexuales en un contexto de afecto mutuo, como se aprecia muy en
especial en la propensión cada vez más evidente de
las parejas jóvenes a "cohabitar", es decir, a la vida en
común.
En contraste con la vida de soltero, el matrimonio se rige por
otros módulos de expresión sexual. Para bien o para
mal, lo
cierto es que la mayoría de los jóvenes adultos
terminan contrayendo matrimonio. Al tiempo que la novedad de la
felicidad conyugal de primera hora se diluye en el proceso de
aprender a convivir, respetando los hábitos y
peculiaridades mutuos – de la misma forma que los afanes
primerizos por conquistar el mundo dan paso a una
focalización más práctica en los pormenores
de la vida cotidiana-, la relación sexual tiende a ser
menos incitante y, a veces, menos gratificante para uno o para
los dos miembros de la pareja.
La paternidad menoscaba la intimidad, añade exigencias
nuevas y llega incluso a producir agotamiento. Es difícil
pensar en el sexo cuando se ha pasado la jornada vigilando los
pasos de un niñito de dos años, de la misma manera
que la excitación sexual se aminora o desaparece
después de haber estado 14 horas seguidas trabajando.
Aunque no se pierda ni se sacrifique el goce sexual, éste
debe soportar el contrapeso de otras necesidades y
responsabilidades, lo cual constituye un hito experimental de
primer orden en esta fase de ciclo vital. Los que no consiguen
culminar con éxito
este proceso de integración es probable que se sientan
menos satisfechos en el plano sexual, lo que puede inducirles a
buscar aventuras con otras mujeres, o recurrir al divorcio. En
la actualidad estas salidas son harto comunes y bien conocidas de
los investigadores.
Hay parejas que dan cima al "sueño" de hallar la dicha
conyugal, lo que consiguen mediante una convivencia armoniosa,
educando a sus hijos, guardándose fidelidad mutua y
profesándose un cariño sin fisuras. Otros
matrimonios se atienen a una versión corregida de esta
pauta: desaparece el amor, pero subsisten los elementos
restantes. Y, en fin, los hay que experimentan con nuevas
varientes del modelo ideal, bien sea renunciando a tener hijos,
no observando la fidelidad mutua o relegando la dicha matrimonial
a un segundo plano. La impresión que externamente causa
una pareja casada y la realidad interna que preside su
unión no siempre guarda una coherencia lógica.
Un indicio concreto de
que muchos matrimonios no son felices lo tenemos en las tasas de
divorcio que se dan en nuestra sociedad.
Es difícil discernir en qué medida la
insatisfacción sexual es una causa primaria de divorcio,
pero los consejeros matrimoniales saben bien que los problemas
sexuales suelen ser un elemento común en los matrimonios
que se tambalean.
Por otra parte, hay personas que deciden casarse aun a sabiendas
de que existe una disfunción sexual. Quizá
confían en que la dificultad desaparecerá con el
paso del tiempo-cosa que normalmente no ocurre- o bien adoptan
una actitud de "despreocupación" que resta importancia,
con toda intención, al papel del sexo
antes incluso de que se consume el enlace.
A partir de los 40 años, el individuo entra en un periodo
de transición de la juventud
adulta al estadio de la madurez.
Autor:
Sta. Narda Fuentes