Indice
1.
Introducción
2. La globalización como proceso
de integración económica mundial
3. El Universalismo como proceso de
integración cultural.
4. La Argentina y la
globalización como oportunidad para el
universalismo.
5. La novia del
futuro.
6. Notas sobre la
bibliografía presente.
Los términos de Globalización y Universalismo no son
sinónimos. El primero designa una situación
puramente material: la integración
económica mundial característica de los últimos
años del siglo XX. El segundo, a la pretensión
espiritual de integrar una única cultura humana
a lo largo y a lo ancho del planeta.
No diferenciar ambos conceptos es riesgoso. Podemos extraviarnos
en la navegación superficial de los fenómenos
históricos, reducir nuestra capacidad para recibir
positivamente los aspectos innovadores más destacados de
la globalización, impedir una crítica ajustada a
sus elementos negativos y, por sobre todo, desaprovechar las
oportunidades que ofrece para una verdadera integración universal culturalmente justa y
equitativa.
2. La globalización
como proceso de
integración económica mundial
"El vapor, dando seguridad y
facilidades a la navegación; los ferrocarriles suprimiendo
las distancias; el telégrafo ligando entre sí a
todas las sociedades
civilizadas, han convertido al mundo en un vasto taller de
producción y de consumo.
"La actividad de los cambios circula en las inmensas arterias de
ese cuerpo formado por un planeta, con facilidad y rapidez, y sus
efectos se extienden en cada grupo social
hasta el más lejano de los miembros que lo componen.
"Los pueblos no viven ya en el aislamiento, que los condenaba a
marchar paso a paso, realizando lentamente las conquistas
destinadas a asegurar su progreso y perfeccionamiento.(…)"
(Hernández, José; El gaucho Martín Fierro;
Carta a los
editores de la octava edición, 1874).
La globalización es una extensa integración
económica mundial que se nos presenta como ubicua,
inefable e irresistible. Sin embargo, no se trata de una novedad
de fines del siglo XX.
El proceso se inició con la modernidad del
Occidente Cristiano y se funda en la confianza en sí mismo
que el hombre
europeo adquiere en el período histórico que se
conoce como Renacimiento.
Durante la Alta Edad Media, el
Occidente Cristiano había vivido encerrado en sí
mismo, acosado por los peligros exteriores, los pueblos
escandinavos y los eslavos al norte y al este y el apogeo de la
expansión islámica en el sur. Durante la Baja Edad
Media, las cruzadas y la ofensiva en la reconquista de España
fortalecieron la identidad y
permitieron a los europeos aventurarse a la conquista de los
Santos Lugares en el Oriente Medio. La empresa fue
acompañada por comerciantes italianos de quienes
recibió el apoyo logístico. Estos comerciantes
dieron a las cruzadas un sentido adicional al puramente
religioso: la reconstrucción del sistema de
relaciones comerciales con Oriente.
La guerra de los
Cien Años y la aparición de un nuevo poder
exógeno con el Imperio Otomano (S. XIV-XV),
clausuró ésta etapa de apertura.
El fin de la guerra medieval y la consolidación de los
estados nacionales permitieron iniciar nuevas búsquedas
comerciales (a través del sur de Africa, primero,
y cruzando el Atlántico, luego), coincidiendo con el
surgimiento de un espíritu nuevo. La confianza en la
propia capacidad humana, la búsqueda de soluciones
técnicas para problemas
concretos (la navegación, la guerra con armas de fuego) y
el desarrollo de
las artes concomitantes son sus características salientes.
La fortaleza del espíritu y las pretensiones de
expansión comercial impactaron sobre la sociedad
renacentista, como fuertes incentivos para
la exploración, el descubrimiento, la conquista y la
colonización.
El despliegue por más de doscientos años de ese
espíritu de afirmación del hombre
europeo, lo condujo a la madurez de las nuevas conquistas: la
expansión del comercio, con
el enriquecimiento de los estados y de los capitalistas, y la
exploración de las posibilidades de la mente humana en los
campos de la técnica y la ciencia
naciente que instauraban una eficaz relación entre la
razón y la solución de los problemas concretos. La
ciencia
moderna había logrado dar pasos seguros en la
construcción de un método
propio separado de la filosofía. Durante más de mil
años de desarrollo cultural los antiguos griegos
habían logrado un importante desarrollo en el pensamiento
mediante la conquista de métodos
racionales que permitían establecer verdades a
través de un lenguaje
riguroso y sistemático. Pero ésta conquista de la
razón sólo alcanzó para el desarrollo de la
metafísica (que intenta explicar los
principios
esenciales sobre los que se sustenta la realidad, prescindiendo
de las constataciones empíricas) y las matemáticas (caracterizadas por la
utilización del molde racional y el rigor deductivo en un
objeto abstracto). Los renacimientos que se dieron en Europa Occidental
desde el siglo XII restauraron el pensamiento griego (primero
recuperaron a Platón y
más tarde a Aristóteles) y lo transformaron en ideología dominante en una elaborada
síntesis con el cristianismo.
En éste desarrollo había poco lugar para la
"ingeniería", para la utilización de
un método racional en la solución de problemas
concretos; relegando éstos saberes a la esfera
menospreciada de los artesanos.
En el último renacimiento, lo que conocemos desde mediados
del siglo XIX como el Renacimiento ,
se produce una ruptura. Nuevas condiciones de vida actuaron como
incentivo: el fortalecimiento del rol del comerciante, como hemos
dicho, y las consiguientes necesidades de la navegación,
las nuevas herramientas
de guerra (la artillería y las fortificaciones de defensa)
exigieron soluciones a éstos problemas nuevos. La
"ingeniería" cobró un nuevo impulso. El
período se caracterizó por un fuerte desarrollo de
las artes (en especial la literatura , la pintura y la
arquitectura )
y la revalorización del saber de los artesanos
(preceptivas técnicas sistematizadas
empíricamente). No es casual que la figura
paradigmática de la época fuera Leonardo Da
Vinci (artista e inventor). El humanismo , un
movimiento
literario, aportó los elementos ideológicos que
fortalecieron la autonomía de lo humano cuyo arquetipo era
el comerciante (aventurero, arriesgado y autónomo).
Los científicos del siglo XVII (Galileo, Newton , etc.)
intentaron la construcción de un lenguaje propio que
sintetizara el saber de los artesanos con la rigurosidad del
pensamiento clásico. Allí se sentaron las bases del
método científico.
Esta gran movilización de los espíritus
acompañó la expansión comercial europea, el
descubrimiento y conquista de amplios espacios territoriales,
muchos de los cuales fueron incorporados en calidad de
colonias al dominio de las
nacientes naciones europeas.
El siglo XVIII, siglo de las luces, representó un gran
debate interno
y significó un triunfo de éstas tendencias: la
afirmación de la autonomía de la razón
humana, la conciencia de
madurez de la confianza en sí mismo del hombre europeo, el
triunfo del naturalismo sobre la metafísica y la potente
innovación tecnológica que se
conoció como revolución
industrial que permitió el fortalecimiento del
capitalismo
como sistema económico dominante.
Esta conciencia de autoafirmación del hombre europeo
introdujo una confusión considerable en un ámbito
novedoso. El descubrimiento y la conquista generaron una
tensión entre la multiplicidad de realidades sociales y
culturales que comenzaban a ser conocidas y la reciente
conciencia de afirmación del hombre europeo. Cuando los
iluministas pretendieron aplicar el rigor científico
conquistado al estudio de los hechos producidos por los hombres
en el tiempo y el
espacio, la mencionada tensión apareció en su
máxima expresión. Pensadores como Giambattista Vico
que sostenían la historicidad de los hechos y el
relativismo cultural no fueron escuchados. Se impuso la
confusión aludida: la modernidad europea (una modernidad
posible) ocupó el lugar de La Modernidad (la única
modernidad del género
humano). De esta manera la civilización europea (una
civilización posible) pasó a ser La
Civilización. Se construyó así la idea de la
Historia
Universal cuyo punto culminante debía ser la
modernidad europea (La Modernidad). El proceso de
consolidación del esquema llevó más de un
siglo; J. Burckhardt construyó la idea de Renacimiento a
mediados del siglo XIX. Con él, el esquema
"Antigüedad, Edad Media, Renacimiento, Modernidad"
quedó consagrado y pareció inamovible.
No vamos a discutir aquí si se trataba de fortaleza o
debilidad (o una dialéctica entre ambas como puede ser
característico en todo proceso de afirmación). Lo
que sí es cierto es que se trataba del triunfo del
humanismo, una actitud mental
plagada de fuertes contradicciones. De luces (la conquista de la
razón y la afirmación de la autonomía de lo
humano, bases para el imperio de la libertad
individual y colectiva) y de sombras (las atrocidades cometidas
por el hombre blanco europeo desde la conquista de México
hasta el horror del nazismo ).
El hombre europeo consolidó en el siglo XIX su conquista
del mundo. ¿Con qué finalidad? La más
excitante, sin dudas, fue la expansión del comercio y la
obtención de riquezas, aunque, en muchos casos, fue
acompañada por finalidades más plausibles, como la
evangelización y el conocimiento
científico , instrumentos del dominio humano sobre la
naturaleza con
justificación ideológica incluida. Esta conquista
es ya una protoglobalización El epígrafe con el
texto de
José Hernández de 1874 así lo atestigua: el
mundo era, ya en su época, un vasto taller de
producción y consumo.
El proceso de globalización fue una progresiva
superación de limitaciones impuestas por el espacio y los
logros de la tecnología en cada
momento. El vasto taller que atestigua Hernández
tenía niveles de integración muy restringidos, si
se los compara con los actuales. Un ejemplo, aún de
tiempos mucho más recientes, confirmará el aserto.
Hacia 1950 un inmigrante europeo, residente en nuestro
país, debía esperar varios meses para intercambiar
mensajes con sus familiares residentes en alguna aldea europea.
En nuestros días, el nieto de ese inmigrante puede enviar
un mensaje y recibir la respuesta del nieto del familiar
residente en la misma aldea en un tiempo que sólo
demandará unos minutos, lo que se tarda en escribir dos
cartas .
Este proceso de perfeccionamiento de la globalización tuvo
su correlato, y su posibilidad, en el proceso de expansión
y homogeneización de los mercados .
La característica central de los siglos XVIII y XIX fue la
homogeneización de los mercados nacionales. En Europa,
superando las restricciones que durante siglos impuso la
fragmentación de la sociedad feudal; en América
(primer continente que se integró con autonomía a
la globalización, fuera de Europa), con la
ocupación de los territorios vacíos y el desarrollo
de la infraestructura de transportes (imprescindible dado la
vastedad de su extensión territorial). En esos momentos,
Europa comandaba la globalización; superando los límites
estrechos de los estados nacionales a través de un
rígido sistema de control colonial
de los territorios extracontinentales y de una división
internacional del trabajo institucionalizada: las colonias
proveían materias primas para el desarrollo industrial
floreciente de los países europeos.
Luego de la segunda guerra
mundial se consolidó la existencia de un mercado
internacional; sostenido, institucionalmente, por los acuerdos de
Bretton Woods que, entre otros organismos, crearon el Fondo Monetario
Internacional . Dos fenómenos
sucedieron a ésta consolidación del mercado
mundial: la descolonización de Asia y Africa y
los procesos de
integración continental.
La descolonización puso a todos los pueblos del mundo en
pie de igualdad
jurídica para participar del nuevo orden mundial
instituido. Es fácil de percibir que ésta igualdad
jurídica no tuvo un correlato en una situación de
equidad económica, pero representó una
condición necesaria para que pudiera lograrse.
La integración continental fortaleció el camino
hacia un funcionamiento más eficiente del orden
económico mundial naciente. Estados Unidos
tomó la delantera porque se trata de una nación
con dimensión continental. 80 años antes de Bretton
Woods se había sentado las bases de su integración
que se hallaba bastante consolidada a comienzos del siglo XX.
Europa occidental inició su proceso de integración
económica en la década del 50 y se ha consolidado
en la Unión
Europea , luego de superar fronteras espirituales basada en
profundos prejuicios nacionales. El punto culminante de este
proceso se inició con la caída del muro de
Berlín y la descomposición del régimen
comunista en Europa Oriental (al régimen comunista,
hegemonizado por Rusia; no sólo representó una
fuerte resistencia a la
globalización económica ; sino que
también encarnó una idea diferente de universalismo
como veremos en el próximo parágrafo).
América
Latina tuvo una larga lucha contra sí misma para
iniciar el camino de la integración. El sueño de
construir un fuerte espacio integrado económica y
culturalmente había sido expresado por los libertadores
San Martín y Bolívar a principios de siglo XIX.
Este último intentó en 1827 un Congreso Continental
en Panamá con
el objeto de institucionalizar la unidad nacional de las antiguas
colonias españolas. Pero fracasó y la
fragmentación se impuso. La integración fue
demorada por la diplomacia norteamericana que pretendía la
consolidación de una política panamericana
que, puesto a su servicio en el
juego
diplomático internacional, impedía en los hechos la
concreción de una identidad latinoamericana
autónoma, y por la diplomacia británica que
favorecía la fragmentación para evitar el
fortalecimiento de la nueva entidad y mejorar las condiciones de
negociación de sus intereses
económicos.
Algunos intentos de integración, como el caso de los
tratados firmados
por los presidentes de Chile y
Argentina
(Perón
e
Ibáñez) en 1953, no pudieron fructificar por el
peso del panamericanismo como política rectora en la
diplomacia regional.
Sólo después de la guerra de
Malvinas que desnudó el verdadero significado del
panamericanismo. Sobre el eje de los acuerdos alcanzados por
Brasil y la
Argentina en los años 70, comenzó el difícil
proceso de la integración continental que consolidó
su institucionalidad en el MERCOSUR .
La etapa de la consolidación institucional de la
globalización parece próxima. Algunos hechos
parecen señalarlo; el ya mencionado derrumbe del comunismo que
impedía la incorporación de enormes espacios
territoriales y grandes masas de población al sistema instituido en Bretton
Woods y la aparición de nuevas
tecnologías en el área de la informática y las comunicaciones
que permiten un acercamiento inusitado entre espacios
territoriales distantes.
Hasta aquí hemos llegado. El estado
actual de la globalización, ¿Establece una
diferencia cuantitativa o cualitativa con la situación de
mediados del siglo XIX en que la ideología de la
globalización se consolidó? No es fácil dar
una respuesta única a la pregunta. Hay una diferencia
cuantitativa evidente, pero, también, algunas constantes
ideológicas permanentes como la confusión entre
globalización y universalismo.
Por otra parte, las transformaciones en el soporte técnico
de la navegación, desde las velas hasta Internet , poseen una gran
capacidad para modificar nuestras conductas, lo que complica
más el análisis . El mundo actual parece cambiar
constantemente a una velocidad
vertiginosa. Pero el vértigo no tiene su base en la
tecnología, sino en la actitud en que es asumida por los
seres humanos. El nieto del inmigrante que se comunica con el
nieto de sus familiares en la aldea europea en pocos minutos
puede sucumbir ante el vértigo, si sólo se queda
maravillado y extasiado con la posibilidad del contacto; pero el
vértigo desaparece si tiene algo que decir, si transforma
el contacto en verdadera comunicación facilitado por la inmediatez
del contacto.
3. El Universalismo como
proceso de integración cultural.
(Los gozos y esperanzas, las angustias y los dolores de
todos los hombres del mundo, especialmente de los más
pobres, son los gozos y esperanzas, las angustias y los dolores
de los hombres de la Iglesia).
(Glosado de Concilio Ecuménico Vaticano II; Constitución Pastoral Gaudium et Spes.; Bs.
As., Ediciones Paulinas, 1965).
La ya establecida confusión entre los conceptos de
Globalización y Universalismo no proviene del primero,
sino de un inadecuado desarrollo del segundo que perdió su
autonomía en aras de transformarse en apología del
primero.
Los imperios de la antigüedad pretendían el dominio
territorial sobre vastas extensiones del mundo conocido. Roma fue
quizás el primer intento exitoso de globalización.
Dominó el Mar Mediterráneo que con presuntuoso
orgullo denominó Mare Nostrum, con una idea que hoy
llamaríamos destino manifiesto: el romano era un pueblo
que se consideraba predestinado al dominio de sus vecinos por su
propia superioridad. Su imperio no sólo supuso el control
de las rutas comerciales y del sistema de tributos que
enriquecieron la ciudad, pretendía la uniformidad
institucional de los territorios dominados. La ciudad y el mundo,
urbi et orbe, debían conformar una matriz
única. La Constitutio Antoniniana (principios del siglo
III d. C.) otorgó la ciudadanía romana a todos los
hombres libres que residían en el territorio imperial. Sin
embargo, los romanos, no alcanzaron la uniformidad de manera
plena. En la cúspide de su poder no lograron imponer el
latín como idioma de uso común, la mitad oriental
del imperio utilizaba el griego -idioma en que San Lucas
escribió el Evangelio y Los Hechos de los Apóstoles
en el siglo I-.
El Cristianismo, por su lado, expresó la primera
pretensión de universalidad: concibió la historia de los seres
humanos como una y única, sobre todo después del
triunfo de la tesis de San
Pablo sobre la de los fariseos cristianos en torno de la
evangelización de los gentiles en el Concilio de
Jerusalem. Esta concepción se ordenaba en torno de la
figura central de Jesucristo cuya segunda venida
representaría el fin de los tiempos. Retomaba así
la tradición de los profetas que habían
transformado, al dios nacional de los hebreos, en el único
Dios verdadero y le daban un sentido misional sobre todos los
pueblos de la tierra. La
patria no era una unidad política extendida sobre un
territorio (ni Roma ni su imperio, ni la tierra
prometida) sino la iglesia (la asamblea, la comunidad) de los
justos. Por ello el credo cristiano sostiene la fe en la
comunión de los Santos.
Con éstos antecedentes, y el aporte humanista, el
iluminismo construyó su historia universal. Sobre la ya
explicada confusión entre una modernidad y La Modernidad,
entre una civilización y La Civilización, y la
evidencia de los éxitos de la expansión europea, se
concibió ésta historia universal que se
confundía con la historia mundial de la modernidad
europea. Así, toda la historia conocida (desde las
primeras civilizaciones históricas el Nilo y la actual
cuenca de Shatt el Arab) fue concebida y reconocida como
antecedente de La Modernidad de la raza humana.
Pero ¿Qué verdadero universalismo hay en
ésta historia que deja afuera importantes civilizaciones
del lejano oriente, de la América precolombina y el mundo
árabe, antes y durante la mundialización del
comercio europeo?
Sólo se trataba de una apología de la
expansión colonial y del desarrollo capitalista de Europa
Occidental. Esta apología alcanza su punto culminante en
la filosofía idealista alemana. Hegel, de alguna
manera, se creyó en el punto culminante de la historia de
la humanidad.
Con todo, el entusiasmo cientificista del iluminismo
recopiló otros materiales y
otras concepciones que sólo pudieron ser valoradas en el
siglo XX. El proceso de descubrimiento y exploración que,
como ya dijimos, acompañó al proceso de
integración comercial mundial, llevó a Europa una
gran cantidad de materiales que permitieron conocer la existencia
de otras culturas significativas. Giambattista Vico
intentó explicar la historia conteniendo éstas
diferencias y elaboró un esquema en que los pueblos
protagonizaban avances y retrocesos culturales y políticos
en una multiplicidad de sentidos, y destinos, posibles. En su
esquema había lugar, por ejemplo, para que cada pueblo
tuviera su modernidad, si era capaz de conquistarla. Pero su
aporte sucumbió ante las filosofías de la historia
que hegemonizaron el pensamiento occidental.
La idea de una historia universal tuvo sus puntos luminosos y sus
puntos oscuros. La sola concepción de un universalismo
como aspiración de la humanidad es una idea valiosa. Pero
la conciencia equívoca de que la civilización
europea era La Civilización llevó a aberraciones
cuyo punto culminante fueron las políticas
imperialistas que basaban sus pretensiones hegemónicas en
la idea de la superioridad de la raza blanca.
A partir de fines de la Segunda Guerra
Mundial, las bases fácticas del universalismo (es
decir, la mundialización del poder europeo) se
trastocó. El proceso de descolonización
rompió la uniformidad política, de la que
sólo se había excluido América Latina a
principios del siglo XIX. Los acuerdos de Bretton Woods
pretendieron la construcción de instituciones
que garantizaran la continuidad y estabilidad del orden
económico global, aunque la experiencia de los gobiernos
comunistas, principalmente en Europa Oriental y Asia, restaron
enormes proporciones de población y territorios al
sistema. Se pretendió también acompañar
estos acuerdos con la institución política de
la
Organización de la Naciones Unidas
que, a pesar de su ímproba labor y de sus significativos
logros parciales, debidos en buena medida a la inclusión
del bloque soviético en su estructura, no
obtuvo como resultado la unidad sólida y pacífica
de la raza humana.
El universalismo, como había sido concebido hasta
entonces, fue puesto en tela de juicio. Ya, desde principios de
siglo, la autoconciencia crítica que relativizó los
logros de las llamadas ciencias
duras, cargándolas de historicidad, y la valoración
de otras culturas y civilizaciones que introdujo un verdadero
relativismo cultural que había sido ahogado en el siglo
XVIII, configuraron una nueva visión de la realidad.
Aportes como los de Oswald Spengler, Arnold Toymbee
(compañero de misión de
John Maynard Keynes en la
delegación británica a Bretton Woods) y Claude Levy
Strauss, por sólo mencionar algunos nombres, concurrieron
en ésta nueva visión desde las ciencias
sociales. La modernidad europea fue puesta en su lugar, el de
una modernidad, junto con el principio de la
autodeterminación de los pueblos. Exigieron una nueva
concepción del universalismo que contemplara, con equidad
y justicia,
todos los aportes culturales de las distintas identidades
existentes.
La globalización superó la crisis, el
universalismo no. Por ello, la máxima creación de
la modernidad del Occidente Cristiano, el capitalismo,
salió fortalecido. Esta fortaleza exigía un
despliegue mundial sin condicionamientos. En los nuevos intentos
de reconstrucción del universalismo desde el Occidente
Cristiano, el capitalismo ofreció su realidad de
globalización material. Pero, ésta, durante muchos
años sólo fue una de las versiones del nuevo
universalismo, junto con el internacionalismo proletario y la
nueva visión que la Iglesia Católica adquiere de
los hechos humanos a partir del Concilio Ecuménico
Vaticano II.
Ya hemos hecho un análisis de cómo la
expansión del hombre europeo, coincidente con la
afirmación de la confianza en sí mismo y el
desarrollo del sistema capitalista de producción,
había facilitado las bases fácticas de la
confusión entre globalización y universalismo.
También hemos visto como frente a la crisis del
universalismo, el capitalismo continúa y afianza
institucional y económicamente su presencia en amplias
zonas del globo (todavía limitadas, si comparamos la
situación mundial de 1945 con la de nuestros días).
Esa presencia mundial del capitalismo ya empezaba a llamarse
globalismo o globalización en los centros de pensamiento
geoestratégico de los grandes países industriales
sobrevivió, como hemos expresado, a la crisis del
universalismo. Aparece, entonces, la tentación de repetir
la operación que confundió una civilización
con La Civilización, reforzando la sinonimia de
globalización con universalismo. La operación
adquiere una nueva base fáctica: la expansión sobre
amplios sectores sociales, de los países no
industrializados. ¿El Occidente Cristiano se conforma con
la modificación superficial de los hábitos de
consumo?. El mundo entero podía y debía consumir
Coca-Cola y venerar la "magia" de su fórmula secreta y
acceder a la tecnología doméstica del mundo
moderno, que resultó enteramente funcional al crecimiento
del sistema económico capitalista. El modismo cultural que
el consumo proponía adquirió mayor o menor
profundidad según las regiones. Este intento devino en la
intención de construir una nueva colonización; no
ya institucional, sino cultural. Este nuevo universalismo de la
globalización, este vasto taller de producción y
consumo, ahogaba el fortalecimiento de las tendencias culturales
locales y se veía reforzado por el consumo de productos que
transmitían su ideología y sus formas culturales
(v.g., el cine
norteamericano y europeo).
En las décadas de los años 60 y 70, un amplio
abanico de reacciones y resistencias
impidieron que la uniformidad, basada en la superficialidad
ficcional del consumo, calara en la profundidad de las culturas
locales. Los japoneses que vestían traje europeo en la
vida pública, seguían usando kimonos en la
intimidad; los árabes que se habían enriquecido con
la producción petrolera y habían incorporado
lujosos hábitos de consumo, seguían respetando sus
horarios de oración y concurriendo a las mezquitas los
días viernes. Extensos movimientos sociales en el interior
de los países industrializados se oponían al
consumismo irracional; una amplia e inorgánica
explosión de movimientos políticos nacionales (los
autoproclamados pueblos del tercer mundo) articulaban sus
propuestas políticas con formulaciones culturales
nacionalistas.
El capitalismo logró imponerse en los años 80,
logrando vencer la resistencia del mundo comunista con el
significativo episodio de la destrucción del muro de
Berlín y la unificación de Alemania. La
globalización apareció entonces en su máximo
esplendor y tal como lo conocemos hoy, con el aporte de nuevas
tecnologías que transformaron el mundo de las
comunicaciones y de las relaciones
laborales. Pero el nuevo orden no pudo resolver
todavía el problema central de las asimetrías
profundas que sumen a amplias capas de la población en
la pobreza, es
más, las agudizó. Tampoco pudo resolver
favorablemente la disolución de las tradiciones culturales
profundas que, a través de las nuevas tecnologías,
adquieren una inusitada oportunidad de difusión en el
mundo.
Otro intento de resignificar el universalismo provino de la
tradición socialista y tuvo su expresión
máxima en las sociedades comunistas fortalecidas
después de la segunda guerra mundial y
derrotadas con la caída del muro de Berlín.
El gran ideólogo de ésta corriente fue Carlos Marx
quien, a mediados del siglo XIX, postulaba teóricamente
que el capitalismo debía y podía ser destruido con
la acción política de los trabajadores. El marxismo
ganó adeptos y un desarrollo teórico colectivo y
tuvo su oportunidad política. La suya era también
una formulación universalista del Occidente Cristiano: el
marxismo consideraba al capitalismo como fenómeno
universal, como lo era la potencia que
habría de destruirlo. La consigna "proletarios del mundo
uníos" tuvo interesantes correlatos teóricos como
la idea de la imposibilidad del socialismo en un
solo país que postulaba la dimensión planetaria de
la lucha política de los trabajadores.
Pero el marxismo tuvo grandes tropiezos en el curso de su
experiencia histórica concreta. La oportunidad
política no se presentó en los países
industriales, donde y para los cuales fue concebido; sino en
países no industrializados, con economías no
capitalistas. Esto exigió, entre otras, las conocidas
reformulaciones de Lenín y Mao Tse Tung. La descentralización del "socialismo real" le
restó potencia al movimiento en su enfrentamiento
económico con el capitalismo y no le permitió
subsistir a la crisis política del país en torno
del cual se construyera ésta oportunidad: Rusia.
Además, la supuesta base de poder en que debía
sustentarse, la clase trabajadora, no se constituye como una
totalidad homogénea, sino como un conglomerado signado por
fuertes asimetrías internas. Las sangrientas disputas
entre capitalistas, aún en el marco de la
globalización, se pueden resolver de muchas maneras: por
una selección
natural de los mejores, por acuerdos entre sectores de similar
potencialidad, por la expansión de los mercados; pero
ninguna de éstas soluciones pone en tela de juicio al
sistema. El despliegue del poder de la clase trabajadora
resultó imposible porque la competencia no lo
fortalece, lo debilita. Las contradicciones entre los obreros de
los países industrializados y los países de
economías emergentes se tornaron insalvables. Basta el
ejemplo de la actitud de los obreros norteamericanos del
denominado complejo industrial-militar frente a la guerra de
Vietnam. El pueblo vietnamita, descolonizado en los
años 50, luchaba por su lugar en el mundo con una fuerte
alineación con las potencias comunistas y, por ende, con
las doctrinas del internacionalismo proletario. Su lucha
logró que la opinión
pública en los países centrales fuera
más favorable a la paz y al respeto de su
autodeterminación. Sin embargo, los trabajadores del
complejo se manifestaron a favor de la continuidad de la guerra
que podía garantizar la continuidad de su trabajo y el
sostenimiento de sus salarios.
El intento más serio del Occidente Cristiano por restituir
el universalismo con una nueva visión integradora de las
más diversas formas culturales fue el que encarnó
en la Iglesia Católica Romana a partir del Concilio
Ecuménico Vaticano II, llevado a cabo Durante los
años ‘60. El cristianismo que aportaba la idea de
historia universal ya en la época del Imperio Romano y
que caracterizaba con su nombre a la modernidad europea
(occidental y cristiana) recogía ahora el relativismo
cultural y formulaba un nuevo universalismo.
La Constitución Pastoral Gaudium et Spes del Concilio
sostiene que los gozos y esperanzas, las angustias y los dolores
de
todos los hombres del mundo, especialmente de los más
pobres, son los gozos y esperanzas, las angustias y los dolores
de los hombres de la Iglesia. Esta generosa apertura al mundo
signó la acción política y pastoral de los
últimos Papas (Juan XXIII, Paulo VI, Juan Pablo y Juan
Pablo II). Juan Pablo II, en los últimos años
realizó varios actos que fortalecieron la
declaración de la Gaudium et Spes: se reconcilió
con la ciencia -pidió perdón por la condena a
Galileo, alentó la aceptación de las formulaciones
del evolucionismo darwiniano para comprender el desarrollo del
mundo material, etc.- y se reconcilió con otras religiones (pidió
perdón por las culpas de la Iglesia de Roma en la ruptura
de la unidad de los cristianos; realizó innumerables actos
interreligiosos con sacerdotes de las más diversas
confesiones; pidió perdón a los judíos por
ciertas actitudes de
la Iglesia frente a los conflictos
desarrollados durante la Segunda Mundial, etc.).
Todas éstas formulaciones, sin embargo, son originarias
del Occidente Cristiano. ¿Sólo es posible aspirar a
la constitución del universalismo, como unidad cultural
del género humano desde el Occidente Cristiano?.
¿No existe la posibilidad de que las creaciones criollas
nativas o mestizas, en todos los pueblos del mundo tengan una
participación activa en esa construcción
que resulte culturalmente equitativa y justa?.
No podemos dar una respuesta por todos los pueblos del mundo;
pero sí podemos intentar nuestra propuesta de
nación criolla y mestiza.
La globalización y el universalismo son tendencias
culturales que parecen inevitables. Ya sea el universalismo
vacío de la globalización o el universalismo
benigno propiciado por la Iglesia Romana. Fuera de éstos
ámbitos se manifiesta una realidad social y cultural
abigarrada que se expresan en genuinas formaciones locales que
reaccionan violenta o pacíficamente, buscando un lugar en
el mundo. Se producen así fenómenos de diversas
características que van desde una resistencia hostil a
todo intento de globalización, e incluso de
universalización, hasta actitudes pasivas dispuestas a
abandonar lo propio y navegar la onda hedonista del consumo que
la globalización ofrece. En el medio gran cantidad de
matices: nacionalismos en la propia región de los
países industriales que sólo pretenden mejorar su
capacidad de negociación de una provincia, incluso de una
aldea, para obtener los mejores beneficios en el mundo global;
promoción de las identidades genuinas a
través de las tecnologías globalizantes y actitudes
ambiguas o ambivalentes que desperdician oportunidades.
La energía vital y orgánica de los movimientos
sesentistas ya no existe para respaldarlos. Pero, aunque la
globalización no es el universalismo real, todos los
pueblos del mundo podrían construir con un aporte
equitativo (cultural y económico) el verdadero
universalismo que los seres humanos nos debemos.
La globalización tiene, también un lado luminoso:
es la oportunidad más penetrable que el Occidente
Cristiano ha ofrecido a los pueblos del mundo. Está en
nosotros saber aprovecharlo.
Página siguiente |