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Globalización




Enviado por maaiscurri



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    Indice
    1.
    Introducción

    2. La globalización como proceso
    de integración económica mundial

    3. El Universalismo como proceso de
    integración cultural.

    4. La Argentina y la
    globalización como oportunidad para el
    universalismo.

    5. La novia del
    futuro.

    6. Notas sobre la
    bibliografía presente.

    1.
    Introducción

    Los términos de Globalización y Universalismo no son
    sinónimos. El primero designa una situación
    puramente material: la integración
    económica mundial característica de los últimos
    años del siglo XX. El segundo, a la pretensión
    espiritual de integrar una única cultura humana
    a lo largo y a lo ancho del planeta.
    No diferenciar ambos conceptos es riesgoso. Podemos extraviarnos
    en la navegación superficial de los fenómenos
    históricos, reducir nuestra capacidad para recibir
    positivamente los aspectos innovadores más destacados de
    la globalización, impedir una crítica ajustada a
    sus elementos negativos y, por sobre todo, desaprovechar las
    oportunidades que ofrece para una verdadera integración universal culturalmente justa y
    equitativa.

    2. La globalización
    como proceso de
    integración económica mundial

    "El vapor, dando seguridad y
    facilidades a la navegación; los ferrocarriles suprimiendo
    las distancias; el telégrafo ligando entre sí a
    todas las sociedades
    civilizadas, han convertido al mundo en un vasto taller de
    producción y de consumo.
    "La actividad de los cambios circula en las inmensas arterias de
    ese cuerpo formado por un planeta, con facilidad y rapidez, y sus
    efectos se extienden en cada grupo social
    hasta el más lejano de los miembros que lo componen.
    "Los pueblos no viven ya en el aislamiento, que los condenaba a
    marchar paso a paso, realizando lentamente las conquistas
    destinadas a asegurar su progreso y perfeccionamiento.(…)"
    (Hernández, José; El gaucho Martín Fierro;
    Carta a los
    editores de la octava edición, 1874).
    La globalización es una extensa integración
    económica mundial que se nos presenta como ubicua,
    inefable e irresistible. Sin embargo, no se trata de una novedad
    de fines del siglo XX.
    El proceso se inició con la modernidad del
    Occidente Cristiano y se funda en la confianza en sí mismo
    que el hombre
    europeo adquiere en el período histórico que se
    conoce como Renacimiento.
    Durante la Alta Edad Media, el
    Occidente Cristiano había vivido encerrado en sí
    mismo, acosado por los peligros exteriores, los pueblos
    escandinavos y los eslavos al norte y al este y el apogeo de la
    expansión islámica en el sur. Durante la Baja Edad
    Media, las cruzadas y la ofensiva en la reconquista de España
    fortalecieron la identidad y
    permitieron a los europeos aventurarse a la conquista de los
    Santos Lugares en el Oriente Medio. La empresa fue
    acompañada por comerciantes italianos de quienes
    recibió el apoyo logístico. Estos comerciantes
    dieron a las cruzadas un sentido adicional al puramente
    religioso: la reconstrucción del sistema de
    relaciones comerciales con Oriente.
    La guerra de los
    Cien Años y la aparición de un nuevo poder
    exógeno con el Imperio Otomano (S. XIV-XV),
    clausuró ésta etapa de apertura.
    El fin de la guerra medieval y la consolidación de los
    estados nacionales permitieron iniciar nuevas búsquedas
    comerciales (a través del sur de Africa, primero,
    y cruzando el Atlántico, luego), coincidiendo con el
    surgimiento de un espíritu nuevo. La confianza en la
    propia capacidad humana, la búsqueda de soluciones
    técnicas para problemas
    concretos (la navegación, la guerra con armas de fuego) y
    el desarrollo de
    las artes concomitantes son sus características salientes.
    La fortaleza del espíritu y las pretensiones de
    expansión comercial impactaron sobre la sociedad
    renacentista, como fuertes incentivos para
    la exploración, el descubrimiento, la conquista y la
    colonización.
    El despliegue por más de doscientos años de ese
    espíritu de afirmación del hombre
    europeo, lo condujo a la madurez de las nuevas conquistas: la
    expansión del comercio, con
    el enriquecimiento de los estados y de los capitalistas, y la
    exploración de las posibilidades de la mente humana en los
    campos de la técnica y la ciencia
    naciente que instauraban una eficaz relación entre la
    razón y la solución de los problemas concretos. La
    ciencia
    moderna había logrado dar pasos seguros en la
    construcción de un método
    propio separado de la filosofía. Durante más de mil
    años de desarrollo cultural los antiguos griegos
    habían logrado un importante desarrollo en el pensamiento
    mediante la conquista de métodos
    racionales que permitían establecer verdades a
    través de un lenguaje
    riguroso y sistemático. Pero ésta conquista de la
    razón sólo alcanzó para el desarrollo de la
    metafísica (que intenta explicar los
    principios
    esenciales sobre los que se sustenta la realidad, prescindiendo
    de las constataciones empíricas) y las matemáticas (caracterizadas por la
    utilización del molde racional y el rigor deductivo en un
    objeto abstracto). Los renacimientos que se dieron en Europa Occidental
    desde el siglo XII restauraron el pensamiento griego (primero
    recuperaron a Platón y
    más tarde a Aristóteles) y lo transformaron en ideología dominante en una elaborada
    síntesis con el cristianismo.
    En éste desarrollo había poco lugar para la
    "ingeniería", para la utilización de
    un método racional en la solución de problemas
    concretos; relegando éstos saberes a la esfera
    menospreciada de los artesanos.

    En el último renacimiento, lo que conocemos desde mediados
    del siglo XIX como el Renacimiento ,
    se produce una ruptura. Nuevas condiciones de vida actuaron como
    incentivo: el fortalecimiento del rol del comerciante, como hemos
    dicho, y las consiguientes necesidades de la navegación,
    las nuevas herramientas
    de guerra (la artillería y las fortificaciones de defensa)
    exigieron soluciones a éstos problemas nuevos. La
    "ingeniería" cobró un nuevo impulso. El
    período se caracterizó por un fuerte desarrollo de
    las artes (en especial la literatura , la pintura y la
    arquitectura )
    y la revalorización del saber de los artesanos
    (preceptivas técnicas sistematizadas
    empíricamente). No es casual que la figura
    paradigmática de la época fuera Leonardo Da
    Vinci (artista e inventor). El humanismo , un
    movimiento
    literario, aportó los elementos ideológicos que
    fortalecieron la autonomía de lo humano cuyo arquetipo era
    el comerciante (aventurero, arriesgado y autónomo).
    Los científicos del siglo XVII (Galileo, Newton , etc.)
    intentaron la construcción de un lenguaje propio que
    sintetizara el saber de los artesanos con la rigurosidad del
    pensamiento clásico. Allí se sentaron las bases del
    método científico.
    Esta gran movilización de los espíritus
    acompañó la expansión comercial europea, el
    descubrimiento y conquista de amplios espacios territoriales,
    muchos de los cuales fueron incorporados en calidad de
    colonias al dominio de las
    nacientes naciones europeas.
    El siglo XVIII, siglo de las luces, representó un gran
    debate interno
    y significó un triunfo de éstas tendencias: la
    afirmación de la autonomía de la razón
    humana, la conciencia de
    madurez de la confianza en sí mismo del hombre europeo, el
    triunfo del naturalismo sobre la metafísica y la potente
    innovación tecnológica que se
    conoció como revolución
    industrial que permitió el fortalecimiento del
    capitalismo
    como sistema económico dominante.
    Esta conciencia de autoafirmación del hombre europeo
    introdujo una confusión considerable en un ámbito
    novedoso. El descubrimiento y la conquista generaron una
    tensión entre la multiplicidad de realidades sociales y
    culturales que comenzaban a ser conocidas y la reciente
    conciencia de afirmación del hombre europeo. Cuando los
    iluministas pretendieron aplicar el rigor científico
    conquistado al estudio de los hechos producidos por los hombres
    en el tiempo y el
    espacio, la mencionada tensión apareció en su
    máxima expresión. Pensadores como Giambattista Vico
    que sostenían la historicidad de los hechos y el
    relativismo cultural no fueron escuchados. Se impuso la
    confusión aludida: la modernidad europea (una modernidad
    posible) ocupó el lugar de La Modernidad (la única
    modernidad del género
    humano). De esta manera la civilización europea (una
    civilización posible) pasó a ser La
    Civilización. Se construyó así la idea de la
    Historia
    Universal cuyo punto culminante debía ser la
    modernidad europea (La Modernidad). El proceso de
    consolidación del esquema llevó más de un
    siglo; J. Burckhardt construyó la idea de Renacimiento a
    mediados del siglo XIX. Con él, el esquema
    "Antigüedad, Edad Media, Renacimiento, Modernidad"
    quedó consagrado y pareció inamovible.
    No vamos a discutir aquí si se trataba de fortaleza o
    debilidad (o una dialéctica entre ambas como puede ser
    característico en todo proceso de afirmación). Lo
    que sí es cierto es que se trataba del triunfo del
    humanismo, una actitud mental
    plagada de fuertes contradicciones. De luces (la conquista de la
    razón y la afirmación de la autonomía de lo
    humano, bases para el imperio de la libertad
    individual y colectiva) y de sombras (las atrocidades cometidas
    por el hombre blanco europeo desde la conquista de México
    hasta el horror del nazismo ).
    El hombre europeo consolidó en el siglo XIX su conquista
    del mundo. ¿Con qué finalidad? La más
    excitante, sin dudas, fue la expansión del comercio y la
    obtención de riquezas, aunque, en muchos casos, fue
    acompañada por finalidades más plausibles, como la
    evangelización y el conocimiento
    científico , instrumentos del dominio humano sobre la
    naturaleza con
    justificación ideológica incluida. Esta conquista
    es ya una protoglobalización El epígrafe con el
    texto de
    José Hernández de 1874 así lo atestigua: el
    mundo era, ya en su época, un vasto taller de
    producción y consumo.
    El proceso de globalización fue una progresiva
    superación de limitaciones impuestas por el espacio y los
    logros de la tecnología en cada
    momento. El vasto taller que atestigua Hernández
    tenía niveles de integración muy restringidos, si
    se los compara con los actuales. Un ejemplo, aún de
    tiempos mucho más recientes, confirmará el aserto.
    Hacia 1950 un inmigrante europeo, residente en nuestro
    país, debía esperar varios meses para intercambiar
    mensajes con sus familiares residentes en alguna aldea europea.
    En nuestros días, el nieto de ese inmigrante puede enviar
    un mensaje y recibir la respuesta del nieto del familiar
    residente en la misma aldea en un tiempo que sólo
    demandará unos minutos, lo que se tarda en escribir dos
    cartas .
    Este proceso de perfeccionamiento de la globalización tuvo
    su correlato, y su posibilidad, en el proceso de expansión
    y homogeneización de los mercados .
    La característica central de los siglos XVIII y XIX fue la
    homogeneización de los mercados nacionales. En Europa,
    superando las restricciones que durante siglos impuso la
    fragmentación de la sociedad feudal; en América
    (primer continente que se integró con autonomía a
    la globalización, fuera de Europa), con la
    ocupación de los territorios vacíos y el desarrollo
    de la infraestructura de transportes (imprescindible dado la
    vastedad de su extensión territorial). En esos momentos,
    Europa comandaba la globalización; superando los límites
    estrechos de los estados nacionales a través de un
    rígido sistema de control colonial
    de los territorios extracontinentales y de una división
    internacional del trabajo institucionalizada: las colonias
    proveían materias primas para el desarrollo industrial
    floreciente de los países europeos.
    Luego de la segunda guerra
    mundial se consolidó la existencia de un mercado
    internacional; sostenido, institucionalmente, por los acuerdos de
    Bretton Woods que, entre otros organismos, crearon el Fondo Monetario
    Internacional . Dos fenómenos
    sucedieron a ésta consolidación del mercado
    mundial: la descolonización de Asia y Africa y
    los procesos de
    integración continental.
    La descolonización puso a todos los pueblos del mundo en
    pie de igualdad
    jurídica para participar del nuevo orden mundial
    instituido. Es fácil de percibir que ésta igualdad
    jurídica no tuvo un correlato en una situación de
    equidad económica, pero representó una
    condición necesaria para que pudiera lograrse.
    La integración continental fortaleció el camino
    hacia un funcionamiento más eficiente del orden
    económico mundial naciente. Estados Unidos
    tomó la delantera porque se trata de una nación
    con dimensión continental. 80 años antes de Bretton
    Woods se había sentado las bases de su integración
    que se hallaba bastante consolidada a comienzos del siglo XX.
    Europa occidental inició su proceso de integración
    económica en la década del 50 y se ha consolidado
    en la Unión
    Europea , luego de superar fronteras espirituales basada en
    profundos prejuicios nacionales. El punto culminante de este
    proceso se inició con la caída del muro de
    Berlín y la descomposición del régimen
    comunista en Europa Oriental (al régimen comunista,
    hegemonizado por Rusia; no sólo representó una
    fuerte resistencia a la
    globalización económica ; sino que
    también encarnó una idea diferente de universalismo
    como veremos en el próximo parágrafo).
    América
    Latina tuvo una larga lucha contra sí misma para
    iniciar el camino de la integración. El sueño de
    construir un fuerte espacio integrado económica y
    culturalmente había sido expresado por los libertadores
    San Martín y Bolívar a principios de siglo XIX.
    Este último intentó en 1827 un Congreso Continental
    en Panamá con
    el objeto de institucionalizar la unidad nacional de las antiguas
    colonias españolas. Pero fracasó y la
    fragmentación se impuso. La integración fue
    demorada por la diplomacia norteamericana que pretendía la
    consolidación de una política panamericana
    que, puesto a su servicio en el
    juego
    diplomático internacional, impedía en los hechos la
    concreción de una identidad latinoamericana
    autónoma, y por la diplomacia británica que
    favorecía la fragmentación para evitar el
    fortalecimiento de la nueva entidad y mejorar las condiciones de
    negociación de sus intereses
    económicos.
    Algunos intentos de integración, como el caso de los
    tratados firmados
    por los presidentes de Chile y
    Argentina
    (Perón
    e
    Ibáñez) en 1953, no pudieron fructificar por el
    peso del panamericanismo como política rectora en la
    diplomacia regional.
    Sólo después de la guerra de
    Malvinas que desnudó el verdadero significado del
    panamericanismo. Sobre el eje de los acuerdos alcanzados por
    Brasil y la
    Argentina en los años 70, comenzó el difícil
    proceso de la integración continental que consolidó
    su institucionalidad en el MERCOSUR .
    La etapa de la consolidación institucional de la
    globalización parece próxima. Algunos hechos
    parecen señalarlo; el ya mencionado derrumbe del comunismo que
    impedía la incorporación de enormes espacios
    territoriales y grandes masas de población al sistema instituido en Bretton
    Woods y la aparición de nuevas
    tecnologías en el área de la informática y las comunicaciones
    que permiten un acercamiento inusitado entre espacios
    territoriales distantes.
    Hasta aquí hemos llegado. El estado
    actual de la globalización, ¿Establece una
    diferencia cuantitativa o cualitativa con la situación de
    mediados del siglo XIX en que la ideología de la
    globalización se consolidó? No es fácil dar
    una respuesta única a la pregunta. Hay una diferencia
    cuantitativa evidente, pero, también, algunas constantes
    ideológicas permanentes como la confusión entre
    globalización y universalismo.
    Por otra parte, las transformaciones en el soporte técnico
    de la navegación, desde las velas hasta Internet , poseen una gran
    capacidad para modificar nuestras conductas, lo que complica
    más el análisis . El mundo actual parece cambiar
    constantemente a una velocidad
    vertiginosa. Pero el vértigo no tiene su base en la
    tecnología, sino en la actitud en que es asumida por los
    seres humanos. El nieto del inmigrante que se comunica con el
    nieto de sus familiares en la aldea europea en pocos minutos
    puede sucumbir ante el vértigo, si sólo se queda
    maravillado y extasiado con la posibilidad del contacto; pero el
    vértigo desaparece si tiene algo que decir, si transforma
    el contacto en verdadera comunicación facilitado por la inmediatez
    del contacto.

    3. El Universalismo como
    proceso de integración cultural
    .

    (Los gozos y esperanzas, las angustias y los dolores de
    todos los hombres del mundo, especialmente de los más
    pobres, son los gozos y esperanzas, las angustias y los dolores
    de los hombres de la Iglesia).
    (Glosado de Concilio Ecuménico Vaticano II; Constitución Pastoral Gaudium et Spes.; Bs.
    As., Ediciones Paulinas, 1965).
    La ya establecida confusión entre los conceptos de
    Globalización y Universalismo no proviene del primero,
    sino de un inadecuado desarrollo del segundo que perdió su
    autonomía en aras de transformarse en apología del
    primero.
    Los imperios de la antigüedad pretendían el dominio
    territorial sobre vastas extensiones del mundo conocido. Roma fue
    quizás el primer intento exitoso de globalización.
    Dominó el Mar Mediterráneo que con presuntuoso
    orgullo denominó Mare Nostrum, con una idea que hoy
    llamaríamos destino manifiesto: el romano era un pueblo
    que se consideraba predestinado al dominio de sus vecinos por su
    propia superioridad. Su imperio no sólo supuso el control
    de las rutas comerciales y del sistema de tributos que
    enriquecieron la ciudad, pretendía la uniformidad
    institucional de los territorios dominados. La ciudad y el mundo,
    urbi et orbe, debían conformar una matriz
    única. La Constitutio Antoniniana (principios del siglo
    III d. C.) otorgó la ciudadanía romana a todos los
    hombres libres que residían en el territorio imperial. Sin
    embargo, los romanos, no alcanzaron la uniformidad de manera
    plena. En la cúspide de su poder no lograron imponer el
    latín como idioma de uso común, la mitad oriental
    del imperio utilizaba el griego -idioma en que San Lucas
    escribió el Evangelio y Los Hechos de los Apóstoles
    en el siglo I-.
    El Cristianismo, por su lado, expresó la primera
    pretensión de universalidad: concibió la historia de los seres
    humanos como una y única, sobre todo después del
    triunfo de la tesis de San
    Pablo sobre la de los fariseos cristianos en torno de la
    evangelización de los gentiles en el Concilio de
    Jerusalem. Esta concepción se ordenaba en torno de la
    figura central de Jesucristo cuya segunda venida
    representaría el fin de los tiempos. Retomaba así
    la tradición de los profetas que habían
    transformado, al dios nacional de los hebreos, en el único
    Dios verdadero y le daban un sentido misional sobre todos los
    pueblos de la tierra. La
    patria no era una unidad política extendida sobre un
    territorio (ni Roma ni su imperio, ni la tierra
    prometida) sino la iglesia (la asamblea, la comunidad) de los
    justos. Por ello el credo cristiano sostiene la fe en la
    comunión de los Santos.
    Con éstos antecedentes, y el aporte humanista, el
    iluminismo construyó su historia universal. Sobre la ya
    explicada confusión entre una modernidad y La Modernidad,
    entre una civilización y La Civilización, y la
    evidencia de los éxitos de la expansión europea, se
    concibió ésta historia universal que se
    confundía con la historia mundial de la modernidad
    europea. Así, toda la historia conocida (desde las
    primeras civilizaciones históricas el Nilo y la actual
    cuenca de Shatt el Arab) fue concebida y reconocida como
    antecedente de La Modernidad de la raza humana.
    Pero ¿Qué verdadero universalismo hay en
    ésta historia que deja afuera importantes civilizaciones
    del lejano oriente, de la América precolombina y el mundo
    árabe, antes y durante la mundialización del
    comercio europeo?

    Sólo se trataba de una apología de la
    expansión colonial y del desarrollo capitalista de Europa
    Occidental. Esta apología alcanza su punto culminante en
    la filosofía idealista alemana. Hegel, de alguna
    manera, se creyó en el punto culminante de la historia de
    la humanidad.
    Con todo, el entusiasmo cientificista del iluminismo
    recopiló otros materiales y
    otras concepciones que sólo pudieron ser valoradas en el
    siglo XX. El proceso de descubrimiento y exploración que,
    como ya dijimos, acompañó al proceso de
    integración comercial mundial, llevó a Europa una
    gran cantidad de materiales que permitieron conocer la existencia
    de otras culturas significativas. Giambattista Vico
    intentó explicar la historia conteniendo éstas
    diferencias y elaboró un esquema en que los pueblos
    protagonizaban avances y retrocesos culturales y políticos
    en una multiplicidad de sentidos, y destinos, posibles. En su
    esquema había lugar, por ejemplo, para que cada pueblo
    tuviera su modernidad, si era capaz de conquistarla. Pero su
    aporte sucumbió ante las filosofías de la historia
    que hegemonizaron el pensamiento occidental.
    La idea de una historia universal tuvo sus puntos luminosos y sus
    puntos oscuros. La sola concepción de un universalismo
    como aspiración de la humanidad es una idea valiosa. Pero
    la conciencia equívoca de que la civilización
    europea era La Civilización llevó a aberraciones
    cuyo punto culminante fueron las políticas
    imperialistas que basaban sus pretensiones hegemónicas en
    la idea de la superioridad de la raza blanca.
    A partir de fines de la Segunda Guerra
    Mundial, las bases fácticas del universalismo (es
    decir, la mundialización del poder europeo) se
    trastocó. El proceso de descolonización
    rompió la uniformidad política, de la que
    sólo se había excluido América Latina a
    principios del siglo XIX. Los acuerdos de Bretton Woods
    pretendieron la construcción de instituciones
    que garantizaran la continuidad y estabilidad del orden
    económico global, aunque la experiencia de los gobiernos
    comunistas, principalmente en Europa Oriental y Asia, restaron
    enormes proporciones de población y territorios al
    sistema. Se pretendió también acompañar
    estos acuerdos con la institución política de
    la
    Organización de la Naciones Unidas
    que, a pesar de su ímproba labor y de sus significativos
    logros parciales, debidos en buena medida a la inclusión
    del bloque soviético en su estructura, no
    obtuvo como resultado la unidad sólida y pacífica
    de la raza humana.
    El universalismo, como había sido concebido hasta
    entonces, fue puesto en tela de juicio. Ya, desde principios de
    siglo, la autoconciencia crítica que relativizó los
    logros de las llamadas ciencias
    duras, cargándolas de historicidad, y la valoración
    de otras culturas y civilizaciones que introdujo un verdadero
    relativismo cultural que había sido ahogado en el siglo
    XVIII, configuraron una nueva visión de la realidad.
    Aportes como los de Oswald Spengler, Arnold Toymbee
    (compañero de misión de
    John Maynard Keynes en la
    delegación británica a Bretton Woods) y Claude Levy
    Strauss, por sólo mencionar algunos nombres, concurrieron
    en ésta nueva visión desde las ciencias
    sociales. La modernidad europea fue puesta en su lugar, el de
    una modernidad, junto con el principio de la
    autodeterminación de los pueblos. Exigieron una nueva
    concepción del universalismo que contemplara, con equidad
    y justicia,
    todos los aportes culturales de las distintas identidades
    existentes.
    La globalización superó la crisis, el
    universalismo no. Por ello, la máxima creación de
    la modernidad del Occidente Cristiano, el capitalismo,
    salió fortalecido. Esta fortaleza exigía un
    despliegue mundial sin condicionamientos. En los nuevos intentos
    de reconstrucción del universalismo desde el Occidente
    Cristiano, el capitalismo ofreció su realidad de
    globalización material. Pero, ésta, durante muchos
    años sólo fue una de las versiones del nuevo
    universalismo, junto con el internacionalismo proletario y la
    nueva visión que la Iglesia Católica adquiere de
    los hechos humanos a partir del Concilio Ecuménico
    Vaticano II.
    Ya hemos hecho un análisis de cómo la
    expansión del hombre europeo, coincidente con la
    afirmación de la confianza en sí mismo y el
    desarrollo del sistema capitalista de producción,
    había facilitado las bases fácticas de la
    confusión entre globalización y universalismo.
    También hemos visto como frente a la crisis del
    universalismo, el capitalismo continúa y afianza
    institucional y económicamente su presencia en amplias
    zonas del globo (todavía limitadas, si comparamos la
    situación mundial de 1945 con la de nuestros días).
    Esa presencia mundial del capitalismo ya empezaba a llamarse
    globalismo o globalización en los centros de pensamiento
    geoestratégico de los grandes países industriales
    sobrevivió, como hemos expresado, a la crisis del
    universalismo. Aparece, entonces, la tentación de repetir
    la operación que confundió una civilización
    con La Civilización, reforzando la sinonimia de
    globalización con universalismo. La operación
    adquiere una nueva base fáctica: la expansión sobre
    amplios sectores sociales, de los países no
    industrializados. ¿El Occidente Cristiano se conforma con
    la modificación superficial de los hábitos de
    consumo?. El mundo entero podía y debía consumir
    Coca-Cola y venerar la "magia" de su fórmula secreta y
    acceder a la tecnología doméstica del mundo
    moderno, que resultó enteramente funcional al crecimiento
    del sistema económico capitalista. El modismo cultural que
    el consumo proponía adquirió mayor o menor
    profundidad según las regiones. Este intento devino en la
    intención de construir una nueva colonización; no
    ya institucional, sino cultural. Este nuevo universalismo de la
    globalización, este vasto taller de producción y
    consumo, ahogaba el fortalecimiento de las tendencias culturales
    locales y se veía reforzado por el consumo de productos que
    transmitían su ideología y sus formas culturales
    (v.g., el cine
    norteamericano y europeo).
    En las décadas de los años 60 y 70, un amplio
    abanico de reacciones y resistencias
    impidieron que la uniformidad, basada en la superficialidad
    ficcional del consumo, calara en la profundidad de las culturas
    locales. Los japoneses que vestían traje europeo en la
    vida pública, seguían usando kimonos en la
    intimidad; los árabes que se habían enriquecido con
    la producción petrolera y habían incorporado
    lujosos hábitos de consumo, seguían respetando sus
    horarios de oración y concurriendo a las mezquitas los
    días viernes. Extensos movimientos sociales en el interior
    de los países industrializados se oponían al
    consumismo irracional; una amplia e inorgánica
    explosión de movimientos políticos nacionales (los
    autoproclamados pueblos del tercer mundo) articulaban sus
    propuestas políticas con formulaciones culturales
    nacionalistas.
    El capitalismo logró imponerse en los años 80,
    logrando vencer la resistencia del mundo comunista con el
    significativo episodio de la destrucción del muro de
    Berlín y la unificación de Alemania. La
    globalización apareció entonces en su máximo
    esplendor y tal como lo conocemos hoy, con el aporte de nuevas
    tecnologías que transformaron el mundo de las
    comunicaciones y de las relaciones
    laborales. Pero el nuevo orden no pudo resolver
    todavía el problema central de las asimetrías
    profundas que sumen a amplias capas de la población en
    la pobreza, es
    más, las agudizó. Tampoco pudo resolver
    favorablemente la disolución de las tradiciones culturales
    profundas que, a través de las nuevas tecnologías,
    adquieren una inusitada oportunidad de difusión en el
    mundo.
    Otro intento de resignificar el universalismo provino de la
    tradición socialista y tuvo su expresión
    máxima en las sociedades comunistas fortalecidas
    después de la segunda guerra mundial y
    derrotadas con la caída del muro de Berlín.
    El gran ideólogo de ésta corriente fue Carlos Marx
    quien, a mediados del siglo XIX, postulaba teóricamente
    que el capitalismo debía y podía ser destruido con
    la acción política de los trabajadores. El marxismo
    ganó adeptos y un desarrollo teórico colectivo y
    tuvo su oportunidad política. La suya era también
    una formulación universalista del Occidente Cristiano: el
    marxismo consideraba al capitalismo como fenómeno
    universal, como lo era la potencia que
    habría de destruirlo. La consigna "proletarios del mundo
    uníos" tuvo interesantes correlatos teóricos como
    la idea de la imposibilidad del socialismo en un
    solo país que postulaba la dimensión planetaria de
    la lucha política de los trabajadores.
    Pero el marxismo tuvo grandes tropiezos en el curso de su
    experiencia histórica concreta. La oportunidad
    política no se presentó en los países
    industriales, donde y para los cuales fue concebido; sino en
    países no industrializados, con economías no
    capitalistas. Esto exigió, entre otras, las conocidas
    reformulaciones de Lenín y Mao Tse Tung. La descentralización del "socialismo real" le
    restó potencia al movimiento en su enfrentamiento
    económico con el capitalismo y no le permitió
    subsistir a la crisis política del país en torno
    del cual se construyera ésta oportunidad: Rusia.
    Además, la supuesta base de poder en que debía
    sustentarse, la clase trabajadora, no se constituye como una
    totalidad homogénea, sino como un conglomerado signado por
    fuertes asimetrías internas. Las sangrientas disputas
    entre capitalistas, aún en el marco de la
    globalización, se pueden resolver de muchas maneras: por
    una selección
    natural de los mejores, por acuerdos entre sectores de similar
    potencialidad, por la expansión de los mercados; pero
    ninguna de éstas soluciones pone en tela de juicio al
    sistema. El despliegue del poder de la clase trabajadora
    resultó imposible porque la competencia no lo
    fortalece, lo debilita. Las contradicciones entre los obreros de
    los países industrializados y los países de
    economías emergentes se tornaron insalvables. Basta el
    ejemplo de la actitud de los obreros norteamericanos del
    denominado complejo industrial-militar frente a la guerra de
    Vietnam. El pueblo vietnamita, descolonizado en los
    años 50, luchaba por su lugar en el mundo con una fuerte
    alineación con las potencias comunistas y, por ende, con
    las doctrinas del internacionalismo proletario. Su lucha
    logró que la opinión
    pública en los países centrales fuera
    más favorable a la paz y al respeto de su
    autodeterminación. Sin embargo, los trabajadores del
    complejo se manifestaron a favor de la continuidad de la guerra
    que podía garantizar la continuidad de su trabajo y el
    sostenimiento de sus salarios.
    El intento más serio del Occidente Cristiano por restituir
    el universalismo con una nueva visión integradora de las
    más diversas formas culturales fue el que encarnó
    en la Iglesia Católica Romana a partir del Concilio
    Ecuménico Vaticano II, llevado a cabo Durante los
    años ‘60. El cristianismo que aportaba la idea de
    historia universal ya en la época del Imperio Romano y
    que caracterizaba con su nombre a la modernidad europea
    (occidental y cristiana) recogía ahora el relativismo
    cultural y formulaba un nuevo universalismo.
    La Constitución Pastoral Gaudium et Spes del Concilio
    sostiene que los gozos y esperanzas, las angustias y los dolores
    de
    todos los hombres del mundo, especialmente de los más
    pobres, son los gozos y esperanzas, las angustias y los dolores
    de los hombres de la Iglesia. Esta generosa apertura al mundo
    signó la acción política y pastoral de los
    últimos Papas (Juan XXIII, Paulo VI, Juan Pablo y Juan
    Pablo II). Juan Pablo II, en los últimos años
    realizó varios actos que fortalecieron la
    declaración de la Gaudium et Spes: se reconcilió
    con la ciencia -pidió perdón por la condena a
    Galileo, alentó la aceptación de las formulaciones
    del evolucionismo darwiniano para comprender el desarrollo del
    mundo material, etc.- y se reconcilió con otras religiones (pidió
    perdón por las culpas de la Iglesia de Roma en la ruptura
    de la unidad de los cristianos; realizó innumerables actos
    interreligiosos con sacerdotes de las más diversas
    confesiones; pidió perdón a los judíos por
    ciertas actitudes de
    la Iglesia frente a los conflictos
    desarrollados durante la Segunda Mundial, etc.).
    Todas éstas formulaciones, sin embargo, son originarias
    del Occidente Cristiano. ¿Sólo es posible aspirar a
    la constitución del universalismo, como unidad cultural
    del género humano desde el Occidente Cristiano?.
    ¿No existe la posibilidad de que las creaciones criollas
    nativas o mestizas, en todos los pueblos del mundo tengan una
    participación activa en esa construcción
    que resulte culturalmente equitativa y justa?.
    No podemos dar una respuesta por todos los pueblos del mundo;
    pero sí podemos intentar nuestra propuesta de
    nación criolla y mestiza.
    La globalización y el universalismo son tendencias
    culturales que parecen inevitables. Ya sea el universalismo
    vacío de la globalización o el universalismo
    benigno propiciado por la Iglesia Romana. Fuera de éstos
    ámbitos se manifiesta una realidad social y cultural
    abigarrada que se expresan en genuinas formaciones locales que
    reaccionan violenta o pacíficamente, buscando un lugar en
    el mundo. Se producen así fenómenos de diversas
    características que van desde una resistencia hostil a
    todo intento de globalización, e incluso de
    universalización, hasta actitudes pasivas dispuestas a
    abandonar lo propio y navegar la onda hedonista del consumo que
    la globalización ofrece. En el medio gran cantidad de
    matices: nacionalismos en la propia región de los
    países industriales que sólo pretenden mejorar su
    capacidad de negociación de una provincia, incluso de una
    aldea, para obtener los mejores beneficios en el mundo global;
    promoción de las identidades genuinas a
    través de las tecnologías globalizantes y actitudes
    ambiguas o ambivalentes que desperdician oportunidades.
    La energía vital y orgánica de los movimientos
    sesentistas ya no existe para respaldarlos. Pero, aunque la
    globalización no es el universalismo real, todos los
    pueblos del mundo podrían construir con un aporte
    equitativo (cultural y económico) el verdadero
    universalismo que los seres humanos nos debemos.
    La globalización tiene, también un lado luminoso:
    es la oportunidad más penetrable que el Occidente
    Cristiano ha ofrecido a los pueblos del mundo. Está en
    nosotros saber aprovecharlo.

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