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Globalización (página 2)




Enviado por maaiscurri



Partes: 1, 2

4. La Argentina y
la
globalización como oportunidad para el
universalismo.

"Literato, cajetilla, porteño; Funes no dijo esas
injuriosas palabras, pero de un modo suficiente me consta que yo
representaba para él esas desventuras"
(Borges,
José Luis, "Funes el Memorioso" en Ficciones; Bs.As.,
Emecé, 1956)
La globalización, con su dinámica incontenible y sus deudas
pendientes en el sentido de la equidad material entre los
pueblos, es también una oportunidad. Una oportunidad para
la construcción de un universalismo justo y
equitativo tanto en lo espiritual como en lo material. El orden
mundial instaurado después de la caída del muro de
Berlín no es homogéneo, ni ha consolidado la
uniformidad del mundo, las deudas pendientes se lo impiden. El
universalismo basado en la mundialización de la
civilización occidental y cristiana ha fracasado,
sólo quedan vivas sus originarias inspiraciones que la
Iglesia Romana
sostiene con generosidad.
Una oposición cerrada y necia sólo puede conducir
al abismo de un nuevo período de oscuridad. Lo que existe,
el desarrollo
científico extraordinario y la extraordinaria
dimensión de las tecnologías (en especial en el
área de las comunicaciones
y de la informática, pero también en el
orden de la biogenética y el desarrollo de nuevos materiales)
tienen un sentido errático e imprevisible si las dejamos
libradas a su propia dinámica. ¿Dónde reside
la oportunidad? Si somos capaces de dominar la tecnología, si somos
capaces de participar en la conducción de la ciencia
si somos capaces de transformar el vértigo que aturde en
comunicación y sentido; la
globalización será el instrumento idóneo y
el universalismo un camino posible hacia la equidad y la justicia
material y espiritual.
Desde luego para transformar el vértigo en
comunicación, se requieren dos cosas: manipular las
herramientas,
no temerles, dominarlas y tener algo que comunicar, algo que
decir a través de ellas, ¿Tenemos algo qué
decir los argentinos?.
Desde muy temprana época en nuestra historia se ha reflexionado
sobre nuestra identidad.
Preguntarnos por ello aquí no resulta ocioso, porque si se
trata de decir algo, de aportar algo al universalismo
tendrá que ser desde la conciencia de lo
que somos, desde nuestra propia identidad. Esta reflexión
sobre nuestra identidad estuvo signada por los encuentros y
desencuentros entre los pensadores argentinos y la experiencia
cotidiana de los hombres que, sin pretensiones
filosóficas, han vivido en Argentina sin proponerse nada
especial. El presente parágrafo intenta mostrar algunos
datos
significativos sobre los encuentros y desencuentros de pensar en
argentino y vivir en argentino. Nos concentramos en dos grandes
movimientos ideológicos que han tenido singular
trascendencia en los debates políticos y culturales de
nuestra historia: el liberalismo
civilizador y el nacionalismo
conservador.
En 1845 Sarmiento publicó su célebre biografía de Facundo
Quiroga. Su objetivo
más o menos explícito no era derrotar al caudillo
riojano muerto diez años antes; sino derrocar a Rosas y arrancar
de raíz las causas sociales que le dieron origen. Su
libro Facundo
lleva por subtítulo Civilización y Barbarie con que
pretendía explicar la enorme dimensión de su
combate que no se limitaba al triunfo de un partido sobre otro,
sino a la supresión de una Argentina real y su reemplazo
por una Argentina ideal vaciada en el molde de la
civilización europea (La Civilización).
El libro es valiente y osado, pero ambivalente, Rodolfo Kush lo
calificará de literatura
neurasténica. Para derrotar a Rosas había que
destruir la barbarie consentida por el colonialismo español y
desatada por la Revolución
de Mayo. Todo era condenable en la barbarie y absolutamente
plausible en la civilización. Sin embargo, Sarmiento no
logra resolver un sentido de ambivalencia que la obra expresa, la
barbarie le impone valores que no
puede rechazar: la riqueza admirable de algunos tipos humanos
como el rastreador y el baquiano; la capacidad de Simón
Bolívar para construir el edificio glorioso de la
civilización sobre el barro de la barbarie, lo que induce
a pensar que la supresión de la barbarie no es
condición necesaria para instaurar la civilización,
y la orgullosa ponderación del culto al coraje que
caracterizó a los gauchos y que, como argentino, sostiene
compartir. Cuando el tiempo morigere
su odio de ayer, y la vida política lo lleve a
las más elevadas magistraturas del Estado,
intentará, como Bolívar, amasar la
civilización en el barro de la barbarie a través de
la
educación popular.
El partido de la civilización triunfó y su ideario
se nutrió, entre otras fuentes, en el
programa
esbozado en las últimas páginas de Facundo. De
más está decir que su influencia ha persistido a lo
largo del siglo XX y la civilización como reemplazo de la
barbarie ha reaparecido una y otra vez. Tal vez sea justo
sostener que la influencia de Sarmiento, más que en el
programa político enunciado en el final de Facundo reside
en el legado de sus categorías: civilización y
barbarie.
Cuando la consolidación del orden civilizado
parecía inevitable, una voz se alzó para reclamar
por las deudas pendientes. En 1872 y 1878, José
Hernández publicó las dos partes de su
célebre poema épico Martín Fierro.
Hernández no proclamó una rebelión de la de
la barbarie contra la civilización; sino que conciente de
las oportunidades que el nuevo orden de cosas ofrecía,
reclamó un lugar para el gaucho en la
civilización.
Se ha intentado oponer antagónicamente a estos hombres,
sin tener en cuenta que ambos, con aciertos y errores, en sus
apasionadas disputas políticas,
son facetas diferentes de una misma roca. Sarmiento veía
la civilización (en Facundo) como una oportunidad que
requería borrar el pasado y empezar de nuevo.
Hernández (en Martín Fierro), como una oportunidad
para mejorar las condiciones de vida de los sectores sociales
postergados. Esto puede verse claramente en la carta a los
editores de la 8va. edición de su poema, en 1874, de la
que se extrajo el epígrafe del primer
parágrafo.
El sueño civilizador de Sarmiento cristalizó en el
programa progresista de la generación del '80; pero,
carente de la vitalidad enérgica y contradictoria del
sanjuanino, ésta línea de pensamiento se
fue alejando progresivamente del vivir en argentino.
La gran crisis del
Occidente Cristiano a la que hemos aludido en los
parágrafos
anteriores iniciada con la gran guerra en
1914, impactó sobre la confianza generalizada en el orden
instaurado en 1880, cuyo punto culminante fueron las
celebraciones del Centenario en 1910 y, por ende, sobre la
confianza en su programa civilizador.
Aparecieron en escena grupos que poco a
poco, conformaron un nuevo movimiento de
opinión que, hacia 1930 se proclamó como
nacionalista. Este movimiento, por lo menos en los tiempos de su
conformación originaria, con ser una expresión
contestataria hacia el estado de
cosas resultante del programa de la generación del 80, no
pretendió la rebelión contra la implantación
acrítica de la civilización europea, a
través de la afirmación del espíritu
criollista e indigenista. Sólo promovía la
afirmación de valores conservadores que surgían con
fuerte presencia en Europa como
consecuencia de la crisis. El pensamiento de Charles Maurras y la
experiencia del fascismo italiano
no son precisamente fenómenos americanos. Pasaron
años hasta que éstos nacionalistas encontraran la
Patria y cuando la encontraron la soñaron tan
hispánica que poco de inspiración americana
quedó en ellos. Este fenómeno, nacionalismo sin
Patria, es paralelo al socialismo sin
Pueblo de ciertos sectores que pensaban la realidad desde la
izquierda y manifestaban la misma incomprensión por esa
forma de vivir en argentino que el yrigoyenismo representaba.
Desde luego que estamos señalando caracteres muy generales
y aludiendo a sus representantes más conspicuos (Carlos
Ibarguren, los hermanos Irazusta, etc.) El nacionalismo no tiene
una figura y una obra fundacional como el liberalismo
civilizador. Combatieron a Yrigoyen y conspiraron para
derrocarlo. Aportaron una revisión crítica, aunque
en muchos sentidos dogmática, de la historia
argentina, que permitió recuperar experiencias
políticas y culturales que el programa civilizador
había relegado a la sombra del olvido y ofrecieron un
programa político que no sin dificultades,
acompañó, durante años, al programa de
Sarmiento en la disputa por la preferencia como doctrina
política dominante en las elites del poder
político y económico.
El movimiento, sobretodo en sus orígenes, fue el canal de
expresión de tesis
bravuconas que sólo ocultaban los temores que las elites
gobernantes vivían durante la experiencia yrigoyenista:
inseguridad
ante la crisis del modelo de
organización económico agro
exportador que, gracias a los éxitos obtenidos, fue
percibido como permanente y que hacia 1930 entraba en una crisis
de imprevisibles consecuencias; inseguridad ante la democracia
instaurada por la ley Sáenz
Peña que permitía que la "chusma" de criollos
viejos y nuevos (los hijos de los inmigrantes) les disputaran el
control del
estado; temor a la inmigración y la transformación en
las costumbres de la ciudad cosmopolita. No podían
permitir que un enriquecimiento de la manera de vivir argentino,
pusiera en tela de juicio sus costumbres. Estos temores eran
sazonados por la crisis internacional que había propiciado
la expansión del pensamiento izquierdista después
de la revolución de 1917 en Rusia.
Mientras éstos debates y otros muchos, se desplegaron a lo
largo y a lo ancho de la Argentina, el pueblo seguía
viviendo en argentino: Sarmiento y Rosas podían ser
valorados por igual; la política podía generar
experiencias genuinas, como el yrigoyenismo y el peronismo, que no
se contenían en los cánones académicos de
los pensadores; se seguía desarrollando y reinventando
constantemente el antiguo arte
indígena de cebar mate (creando mates y bombillas aptos
para disfrutar la infusión mientras conducían
pesados camiones por las rutas, adoptaron la moderna
invención del termo para llevar el arte de la cerrada
intimidad de la cocina al mundo real, incluido el ámbito
académico, incorporando modalidades gringas en el arte,
etc.); el arte popular creó el tango y las
gentes del pueblo lo bailaron en la alegría del burdel, lo
enriquecieron luego con la dulce melancolía de los gringos
desarraigados, con poesía
sublime y con música exquisita; los
hombres del pueblo adoptaron el fútbol y le dieron una de
las formas más bellas del mundo cuyo punto culminante fue
el criollismo inspirado de Diego Armando Maradona.
Mientras se discutía en los cenáculos sobre la
esencia de la Patria y el Pueblo, el Pueblo mismo seguía
creando y recreando la existencia de la Patria.
Mientras la fuerza de la
oscuridad intentaban reprimir todo intento de expresión
política genuina y se creaban tradicionalismos
inmóviles (una verdadera contradicción en los
términos) dogmáticos y elitistas; los argentinos
seguían viviendo en argentino y reinventando la verdadera
tradición viva. Sarmientistas y nacionalistas
seguían disputándose el lugar doctrinario entre
las
fuerzas de la oscuridad; mientras el pueblo vivía, como
podía, pero vivía en argentino.
Mientras los sarmientistas seguían promoviendo la
instauración definitiva de la civilización europea
y los nacionalistas la recuperación de las esencias
nacionales que sólo podían encontrarse en España y
en el pasado, ambos declamando la insatisfacción por el
estado de cosas; una pléyade de pensadores que
inquirían con honestidad y
severidad intelectual sobre las esencias nacionales dirigieron su
mirada sobre lo que existía y buscaron allí las
respuestas (por solo citar algunos nombres: Ezequiel
Martínez Estrada, Rodolfo Kush, Carlos Astrada). Sus obras
aún esperan ser tenidas en cuenta. Haber pensado en
argentino muy cerca de vivir en argentino, condenó a
muchas de ellas a un injusto ostracismo desde lo que deben ser
rescatadas.
La marcha de los tiempos y la derrota de la dictadura y,
con ella, las tradiciones sarmientistas y nacionalistas por las
propias fuerzas que la engendraron nos puso inesperadamente
frente a las cosas de una manera diferente.
Las tentaciones que aquí llamamos sarmientista y
nacionalista no han desaparecido. Hay instigadores que pugnan por
reponerlas. Es la hora, sin embargo, de reponer el
espíritu hernandiano, abandonar las ilusiones ficcionales
y reclamar nuestro lugar en el mundo desde el más crudo
realismo. Los
sueños sólo tendrán sentido si son
realizables, si no sólo fracasaremos en construcciones
ficcionales que nada tienen que ver con nuevas posibilidades. Los
argentinos hemos vivido demasiado tiempo en argentino como para
seguir fundando nuestros sueños en el escape ilusorio a
los sueños de otros. Tenemos algo que decir. No debemos
tener miedo a la propia experiencia que hemos desarrollado, ni a
los medios que
están a nuestro alcance para pronunciar nuestra
palabra.
Pero tenemos algo más, la ciudad de Buenos
Aires.

5. La novia del
futuro.

"Según opinaba Megafón: nuestra ciudad ha
de ser la novia del futuro, si guarda fidelidad a su misión
justificante de universalizar las esencias físicas y
metafísicas de nuestro hermoso y trajinado
país"
(Marechal, Leopoldo; Megafón o la Guerra; Bs. As.,
Sudamericana, 1980, pp. 8).
El mundo globalizado se estructura
sobre una red neuronal
cuyos centros vitales son las enormes ciudades globalizadas;
centros, a su vez, de redes
neuronales regionales subsidiarias. Estas ciudades deben
contener una masa crítica de desarrollo tecnológico
y una identidad cultural consistente que las diferencie de las
otras ciudades globales. La ciudad de Buenos Aires posee
condiciones para la integración de la argentina a la red global.
Ese es, por otra parte, el destino que los argentinos le hemos
dado a nuestra Capital
Federal desde 1880.
Ser porteño puede ser una desventura, porque la ciudad
cosmopolita y esplendorosa no fue una creación de los
porteños, sino
a pesar de los porteños.
El Congreso Nacional contó siempre con la presencia
mayoritaria de senadores y diputados provincianos y el Poder
Ejecutivo Nacional, con una mayoría de presidentes y
vicepresidentes de la Nación
provincianos. Ellos decidieron la grandeza de la ciudad. Tal vez
porque el auge civilizador del programa de la generación
del '80, como sostiene Pérez Amuchástegui en
Mentalidades Argentinas, exigían un país presidido
por una ciudad acorde a los sueños que pretendía
encarnar.
Los porteños disfrutaron su ciudad, pero tuvieron que
sufrir la presencia de gringos y provincianos. La
autonomía de la ciudad de Buenos Aires, otorgada por el
conjunto de los argentinos en la reforma constitucional de 1994,
puede amenguar la desventura de ser porteño; pero no debe
impedir que la ciudad ocupe el lugar que los argentinos
necesitamos para aprovechar la oportunidad: la ciudad de Buenos
Aires ha de ser la novia del futuro, el canal a través del
cual podamos aportar nuestra identidad, lo que hemos atesorado
con nuestra manía de vivir en argentino.

6. Notas sobre la bibliografía
presente.

El género del
ensayo no
supone la necesidad de un soporte erudito para justificar cada
afirmación presentada en la descripción o demostración de la
validez de los contenidos que se pretenden informar. Se trata,
antes bien, de una reflexión que, soportada de manera muy
general en las fuentes utilizadas, basa su validez en la honesta
reflexión particular del autor.
El presente ensayo ha pretendido una introducción al marco social general en que
la ciencia, la
tecnología y la educación
interactúan en nuestros días.
No es fruto de una reflexión ligera y sin fundamentos.
Está construida sobre una larga trayectoria en una
multiplicidad de lecturas formativas. Las obras que se citan al
final del presente parágrafo son las que tuvieron mayor
presencia en el momento de su redacción, no son las
únicas.

Bibliografía presente:
Borges, Jorge Luis; Ficciones.; Bs. As., EMECE, 1980 (1º
edición de 1954).
Bowles, Samuel y Edwards, Richard; Introducción a la
Economía:
Competencia,
Autoritarismo y Cambio en las
Economías Capitalistas.; Madrid, Alianza Editorial, 1990.
(1º edición de 1985).
Castellán, Angel A.; Filosofía de la Historia e
Historiografía.; Bs. As., Dédalo, 1961.
Castellán, Angel A.; Tiempo e Historiografía.; Bs.
As., Biblos, 1984.
Concilio Ecuménico Vaticano II; Constitución Pastoral Gaudium et Spes.; Bs.
As., Ediciones Paulinas, 1965.
Geymonat, Ludovico; El Pensamiento Científico.; Bs. As.,
EUDEBA, 1961 (1º edición de 1954).
Hernández, José; Martín Fierro (Matxin
Burdin).; Bs. As., Editorial Vasca Ekin; 1972 (1º
edición de 1872 y 1878).
Ibarguren, Carlos; La Historia que He Vivido.; Bs. As., Dictio,
1977 (1º edición de 1955).
Kush, Rodolfo; La Seducción de la Barbarie.; Bs. As.,
Fundación Ross, s. d. (1º edición de
1853).
Marechal, Leopoldo; Megafón o la Guerra.; Bs. As.,
Sudamericana, 1970.
Papert, Seymour; Desafío a la Mente.; Bs. As.,
Galápago, 1987 (1º edición de 1983).
Pérez Amuchástegui, Antonio Jorge; Crónica
Histórica Argentina.; Bs. As., CODEX, 1967-1968.
Pérez Amuchástegui, Antonio Jorge; Del Epos a la
Historia Científica (Una visión Crítica de
la historiografía a través del método).;
Bs. As., Nova, 1976.
Pérez Amuchástegui, Antonio Jorge; Mentalidades
Argentinas.; Bs. As., EUDEBA, 1965.
Russo, Juan Angel; Letras de Tango.; Bs. As., Basílico,
1999.
Sarmiento, Domingo Faustino; Facundo (Civilización y
Barbarie).; Bs. As., EUDEBA, 1982 (1º edición de
1845).
Villanueva, Amaro; El Mate (El arte de cebar y su lenguaje).;
Bs. As., Nuevo Siglo, 1995 (1º edición de 1938).
Nota: el "Ensayo…" fue producido para la cátedra de
Tecnología
Educativa de la Licenciatura para el Nivel Inicial de la
Universidad
Nacional de Formosa de la que tuve el honor de ser profesor
titular en el año de 2000.
Aiscurri, Mario Alberto; La Patria… un dolor que se lleva en el
costado.; inédito (Hecho el depósito en la Dirección Nacional del Derecho del Autor
bajo el número 176432, el 12 de febrero de
2002.)

 

 

 

 

Autor:

Mario Alberto Aiscurri

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